domingo, 28 de febrero de 2021

TOKIO AÑO CERO - de David Peace




Esta novela nos sumerge en la pura desolación y ruina de un Tokio devastado por los bombardeos aliados. La novela arranca el 15 de agosto de 1945, día de la rendición de Japón, y nos sitúa en un Tokio sombrío asfixiado por el hambre, la miseria y la destrucción. En Japón la palabra rendición es tabú; se considera más honorable quitarse la vida. Quizás por eso en el discurso de rendición del Emperador sólo se habla de "aceptar la Declaración Conjunta de las Potencias". Ese simple gesto quizás salvó miles de vidas; aunque cientos de oficiales del ejército se suicidaron.  
"Están repartiendo cianuro potásico a las mujeres, a los niños y a la gente mayor, dicen que esta última reorganización del gabinete presagia el fin de la guerra, el fin de Japón, el fin del mundo…"
Mientras todo el mundo está esperando la alocución por radio del Emperador Hirohito aceptando la "Declaración de Postdam", aparece el cadáver de una joven asesinada en un refugio antiaéreo. Minami es el detective de la Policía Metropolitana de Tokio encargado de investigar el asesinato. Pero el cadáver ha sido hallado en una propiedad militar y la kempeitai, la policía militar, se hace con el control de un caso que acabará archivado.

Justo un año más tarde, aparecen en un parque los cuerpos sin vida de otras dos chicas y Minami vuelve a formar parte de la investigación. El momento histórico es de confusión general y el retrato que Peace hace de la ciudad es dantesco, un verdadero viaje al centro de la barbarie. "Hay más de un millón de urnas que contienen las cenizas de los muertos de la guerra aún sin reclamar por sus familias en duelo". En el tortuoso recorrido que el detective hace por la desolada capital japonesa se convierte en testigo alucinado de los desastres de la guerra: hambre, cólera, prostitución, racionamiento, disputas entre bandas mafiosas por el control del mercado negro, purgas e imposiciones humillantes por parte de los "Vencedores". Mientras él mismo lucha sin cuartel con los recuerdos y traumas de su pasado como militar en la campaña de 1939 en China. Como el propio Japón, Minami sufre una especie de trastorno por estrés postraumático que amenaza su cordura.
"Hablan de purgas. Hablan de juicios. Hablan de todas nuestras penurias; de trabajar y de comer. Hablan de comida. Hablan de comida. Hablan de comida. Hablan de comida, comida, comida, comida, comida, comida, comida, comida.
En voz baja. Gritando. En voz baja. Gritando.
Si nunca te han derrotado y nunca has perdido.
Si nunca en la vida te han derrotado.
Entonces no conoces el dolor.
El dolor de la rendición.
De la ocupación…
En voz baja, gritando, así es como hablan los Perdedores.
Con los pechos constreñidos y los puños cerrados.
Con sangre en las rodillas y las espaldas rotas.
Por la caída…
Así es como hablan los Perdedores.
En voz baja, gritando.
«Somos los supervivientes. Somos los afortunados»."


Tokio año cero es una novela policial pero también un desgarrador grito de desesperación conseguido gracias al estilo único y personal de Peace. Narrado en primera persona, en el relato se alterna la descripción de los hechos en texto normal con frases en cursiva donde brota la consciencia atormentada del detective. El relato se vuelve fragmentario, repetitivo y asfixiante. De este modo el autor logra hacernos tangible el dolor y revelar simultáneamente tanto la investigación de los crímenes, como el escrutinio de los secretos y trastornos de Minami.

Al caos de un Tokio arrasado se añade el asesinato de Giicha Matsuda, jefe de la mafia local que controla el mercado negro, lo que provoca todo un seísmo en los bajos fondos. La Comandancia Aliada no deja de hacer purgas y tiene maniatada a la policía. Dan por descontado su vinculación con las bandas locales frente a la implantación de coreanos, chinos y formosanos.  
—Pero no han sido nuestras bandas locales las que han empezado esto —dice Kanehara—. Son los formosanos y los chinos del continente los que están abriéndose paso a la fuerza…
—Y los coreanos —dice el inspector Adachi.
—Y los americanos los están protegiendo —dice Kanehara—. Dejan que esos inmigrantes hagan lo que quieran y al mismo tiempo castigan a los tekiya normales y corrientes que solo intentan tener sus puestos de venta…
—Y nosotros no nos podemos implicar —dice Adachi—. Porque si se ve a la policía meter baza a favor de los japoneses en contra de los formosanos o los coreanos, entonces corremos el riesgo de que nos purguen por maltratar a los inmigrantes y regresar a nuestras viejas costumbres japonesas, pasando por alto los derechos humanos y abandonando las libertades democráticas; pero si no lo hacemos nosotros, si no lo hace la policía, ¿Quién queda para proteger los derechos humanos y las libertades democráticas, las vidas y el sustento de los tekiya, más que las bandas mismas?
Los "Vencedores" con sus purgas y humillaciones no sólo están cercenando el trapicheo como forma de subsistencia, también están provocando que muchos cambien su nombre por el de oficiales muertos o retirados para asegurar su supervivencia. 
Nadie es quien dice ser. Se repite constantemente Minami.
Minami es como una pequeña luz parpadeante que nos guía por este caos; pero también carga con sus propios demonios. Está en nómina del sustituto de Matsuda, Senju Akira, que le provee de dinero y drogas cuando lo necesita; ya que Minami es adicto al Calmotin, un ansiolítico. También sus jefes policiales le presionan ("No es usted el líder que esperábamos"). Minami es a la vez víctima y verdugo. Está abrumado por la culpa y el remordimiento. Por pensar más en su amante que en su familia. Por la rendición de su país. Por las atrocidades que cometió en la guerra. Por un mundo en descomposición.
   "Un segundo cadáver a diez metros del primero; un segundo cadáver del que ya no quedan más que huesos.
   Enredado en la maleza y las hojas...
   La maldigo a ella y maldigo este lugar.
   Maldigo y vuelvo a maldecir...
   Este escenario de sombras, de tumbas olvidadas y caminos borrados, de zorros y tejones, de ratas y cuervos, de perros abandonados y carne humana, de prostitutas y suicidas en este escenario de citas.
   Este escenario de silencio. Este escenario de muerte.
   En este escenario de derrota y capitulación. Este escenario de rendición y ocupación.   Este escenario de fantasmas.
   Un cuerpo del que no quedan más que huesos.
   En este escenario de no resistencia."



La propia personalidad de Minami parece resquebrajarse según avanza la investigación. La novela se mueve por territorios pantanosos, los demonios y fantasmas no sólo están por las calles, sino también en el desván de Minami y la manera de revelarlos por parte de Peace es turbadora y magistral.
"Cuatro veces me he mirado en el espejo. Cuatro veces me he quedado mirando el espejo.
No me quiero acordar. Pero en la penumbra...
Cuatro veces le he gritado al espejo.
En la penumbra, no consigo olvidar. No consigo olvidar...
Le he gritado a mi propia cara.
¡Nadie es quien dice ser!
El policía es torturado por sus recuerdos de guerra y su sentimiento de culpa. De hecho, cuando detienen al criminal y logra interrogarlo, éste le sonríe cínicamente como si fuera un colega de los que han visitado el mismo infierno. 
—¿Sabe usted? No entiendo nada de todo esto…
Yo no le pregunto nada. No le digo nada.
—Mire a la Kempeitai, o hasta a mí, por ejemplo. Nos dan una medalla enorme por todo lo que hicimos, pero luego volvemos a casa y lo único que nos dan es una soga…
Sigo sin decir nada.
—Venga ya —dice, riendo—. Usted estuvo allí; usted vio lo mismo que yo, usted hizo lo mismo que yo…
—¡Cállese!
La paranoia de Minami atraviesa el texto de forma estridente y el estilo de Peace logra que el buceo por el horror sea genuino y escalofriante. Junto al relato objetivo de la investigación el autor mezcla un flujo de consciencia repetitivo, enfermizo y perturbador; el de una mente fracturada por el dolor. La forma del relato adquiere así la misma textura caótica y obsesiva que el fondo de la investigación. Contado en primera persona, la narración está continuamente salpicada de onomatopeyas y frases que se repiten sin cesar creando en los lectores un ritmo de efecto irritante y concéntrico que nos sitúa en el mismo lugar que el protagonista. El ton-ton de los martillos neumáticos en las calles, el chiku-chiku (tic-tac) de su reloj, el gari-gari del picor de los chinches.
"Me pica y me rasco. Gari-gari. Otra noche sin dormir. No he pegado ojo. Los ojos fatigados y doloridos. El sol de primera hora de la mañana ya entra por la ventana, iluminando el polvo y las manchas de la habitación de ella, el sonido de los martillazos infiltrándose junto con la luz.
Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton…
Me incorporo hasta sentarme en el futón. Me miro el reloj.
Chiku-taku. Chiku-taku. Llego tarde.
¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota!
Me levanto del futón. Me pica y me rasco. Gari-gari. Me pongo la camisa y los pantalones. Gari-gari. Voy hasta el genkan. Gari-gari. Me ato los cordones de las botas. Gari-gari…
Maldigo. Maldigo. Maldigo…
Me giro para decir adiós.
Pero ella no se mueve, de espaldas a la puerta, de cara a la pared, al papel, a las manchas..
Me maldigo a mí mismo..."
Las onomatopeyas no son las únicas repeticiones. Un puñado de mantras rebotan incansables por las páginas y el cerebro de Minami como puntos cardinales de una conciencia que amenaza con disgregarse.
"Nadie es quien dice ser" 
"Pienso en ella todo el tiempo" 
"Odio los hospitales."
En no pocas ocasiones la perplejidad te asalta y todo cobra un aspecto onírico. El pasado y el presente se mezclan, la culpabilidad emerge para ser amputada de forma violenta. Parece como si hubiese más de un Minami. Tanto Senju como el inspector Jefe Kita y el capitán Adachi parecen conocer algo de Minami que éste quiere olvidar. También Fujita, un detective corrupto que desaparece en medio de la investigación.
—Pero el único nombre que Adachi me mencionó era el de usted —le digo—. Usted es la única persona que él está buscando…
—No le tengo miedo a Adachi —dice Fujita, riendo—. El capitán tiene sus secretos, igual que todo el mundo. Igual que usted.
Yo lo maldigo y ahora me maldigo a mí mismo…
—¿A Jo Hayashi lo mató usted? —le pregunto.
—Eso sí que es una pregunta extraña —dice el detective Fujita—. Porque yo apenas conocía a Jo Hayashi y tampoco fui yo quien le dio el nombre del pobre Hayashi a Akira Senju…
El día es la noche. La noche es el día. El día es la noche. La noche es el día…
—Yo pensaba que se lo había dado usted, cabo —dice Fujita con una sonrisa.
El día es la noche. La noche es el día. El día es la noche…
—Se lo dio usted, ¿verdad? —dice Fujita, riendo.
La noche es el día. El día es la noche. El día…
Empiezo a hablar pero las luces se apagan.
Noche. Noche. Noche. Noche…
Acaba de haber otro corte de electricidad.
—Se lo dio usted, ¿verdad? —repite Fujita en voz baja, en la oscuridad.
Los últimos días de la investigación poseen una atmósfera de pesadilla sofocante que Minami atraviesa casi flotando, con la conciencia de un hombre que se siente condenado. De algún modo me hizo recordar al Macbeth de Kurosawa, tal y como señaló Ariadna Castellarnau: “Peace comparte con Kurosawa la visión del mundo como un espacio inhóspito y violento, en el que todos los hombres son culpables y en que la mentira se hace un hueco como método de supervivencia.”

Con toda seguridad no es una novela para todos los gustos ya que el estilo entrecortado y las repeticiones pueden resultar irritantes; pero creo que un buen lector será capaz de apreciar esa profunda sinfonía de estridencias que se nos transmite desde una mente perturbada.



David Peace acostumbra a basar sus novelas en personajes reales y en momentos históricos muy dramáticos que reflejan las tensiones políticas de una época determinada. Opina que "Si vas a escribir ficción criminal tienes la obligación de retratar los crímenes como realmente ocurren y mostrar cómo afectan a las comunidades". Y también que «los crímenes reales te permiten escribir sobre un lugar y un momento concreto a todos los niveles: social, político, económico e incluso sexual». 

Así lo ha demostrado desde su inicial y brutal Cuarteto de Ridding (compuesto por las novelas 1974, 1977, 1980 y 1983) centrado en los crímenes de Peter Sutcliffe, el conocido como Destripador de Yorkshire. Asesinó a 13 mujeres entre 1975 y 1981 en la misma comarca en la que nació el autor, West Ridding de Yorkshire: «Nací allí, viví aquellos eventos. Me encantaría sacármelo de una vez por todas del cuerpo, pero hasta ahora no lo he conseguido».

Del mismo modo Tokio, año cero se basa en un asesino en serie real, Yoshio Kodaira, un exsoldado imperial que violó y asesinó a diez mujeres aprovechando el caos del final de la guerra. Fue ejecutado en la prisión de Miyagi el 5 de octubre de 1949. Con estos hechos, Peace compone una historia impregnada de paranoia y culpa con un estilo abrupto, muchas veces poético y desgarrador.  
El reloj marca el mediodía y los gritos se elevan mientras mi camión se aproxima hasta detenerse ante la Puerta Negra. Y acariciando la crin de nuestros caballos. Yo salto de la parte de atrás del camión Nissan. ¿Quién sabe qué traerá la mañana? ¿La vida…? Me quedo mirando la multitud, contemplo los estandartes y las banderas, y me cuadro. ¿… o la muerte en la batalla? Y por fin suena la señal de la partida.
Nadie es quien dice ser. Nadie…
Bajo la Puerta Negra. Otro país. El día vuelve a ser la noche. Otro siglo. Árboles enormes calcinados. Otro mundo. Nada más que las ruinas de la vieja Puerta Negra. Otra época. Ramas calcinadas y hojas perdidas. Otro país. En este lugar, me planto bajo el tejado oscuro de la Puerta. Otro mundo. Hemos visto el infierno. Otro siglo. Hemos conocido el paraíso. Otra época. Hemos oído el juicio final. En la penumbra. Hemos presenciado la caída de los dioses. No puedo olvidar. La noche es el día, el día es la noche. En la penumbra. El negro es blanco, el blanco es negro.

Pero el buen detective sabe que nada es casual.
Bajo la Puerta Negra, el perro callejero aguarda.
El detective sabe que en el caos hay un orden…
Su casa perdida y su amo desaparecido.
Sabe que en el caos hay respuestas…
El perro callejero no tiene patas.
Respuestas, respuestas…
El perro está muerto.






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David Peace (Inglaterra, 1967) nació y creció en Yorkshire. Es autor del Red Riding Quartet (1974, 1977, 1980 y 1983, editadas por Alba Editorial), GB84 (Hoja de Lata), Maldito United (Contra), Red or Dead y Paciente X, su décima novela. De su Trilogía de Tokio están editadas Tokio, año cero y Ciudad Sitiada. 
Acabó sus estudios en Manchester y harto del ambiente asfixiante del thacherismo emigró a Estambul donde trabajó unos años enseñando inglés. En 1994 se trasladó a Tokio donde vivió hasta 2009 cuando volvió a Inglaterra. Regresó definitivamente a Japón en 2011. En sus inicios en este país descubrió la obra de James Ellroy, autor con el que se le suele relacionar por sus brutales novelas repletas de intriga tortuosa y descarnada sexualidad. Según ha reconocido Peace: "Su novela Jazz Blanco fue mis Sex Pistols. Reinventaba el género de tal manera que me di cuenta de que si quieres escribir el mejor libro de temática criminal, has de ser capaz de escribir mejor que Ellroy".

sábado, 20 de febrero de 2021

LINE of DUTY T1-T4 - Creada por Jed Mercurio




La serie se centra en el Departamento AC-12 encargado de investigar la corrupción entre los mismos policías. Empezó en 2012 como una modesta producción en la línea de los policíacos británicos de probada calidad, pero logró crear un estilo propio y crecer. Los cuatro episodios de la primera temporada se convirtieron en 6 para la segunda, cantidad que se ha venido repitiendo temporada tras temporada hasta el estreno de la quinta en 2019. La sexta está previsto que se estrene a lo largo de este 2021.

El comisario Ted Hasting (Adrian Dunbar) es quien dirige el AC-12 y su dos agentes más activos son Steven Arnott (Martin Compston) y Kate Fleming (Vicky McClure). Los asuntos internos que investigan son corrupción, mala praxis, abuso de poder, cohecho o prevaricación durante el "cumplimiento del deber" como reza el título. Cada temporada gira en torno a un caso concreto de corrupción que se cierra dando cuenta de la situación procesal de cada implicado; pero siempre quedan conexiones abiertas que conforman un trasfondo más amplio de ignominia que da continuidad a las temporadas y cada vez apunta más alto en las instancias policiales.

Line of Duty ofrece un espectáculo sin tregua, con revelaciones constantes y giros sorprendentes marca de la casa. Y es que la serie está desarrollada por Jed Mercurio, todo un maestro del cliffhanger, tal como nos ha demostrado recientemente en la excelente Bodyguard, con Richard Madden.

Hay una evolución muy evidente a través de las temporadas de Line of Duty, sobre todo en el alcance de la corrupción, que en la primera temporada afecta a una simple unidad de la policía, mientras que en la tercera y cuarta ya asciende hasta las altas esferas del Departamento de Policía. Lo mismo ocurre con el desarrollo dramático de los personajes. En las dos primeras temporadas la caudalosa investigación nos arrastra sin remedio; pero en la tercera nos explota en la cara la vida personal del trío protagonista.

Cada temporada tiene su propio arco argumental y su malvado de turno, lo que permite introducir un personaje invitado nuevo con su propio entorno de corrupción. Los capítulos iniciales de cada temporada empiezan por todo lo alto al presentar de forma abrupta y violenta cada nuevo escenario y protagonista. La primera se abre con una acción armada antiterrorista dirigida por Steve Arnott que, al acabar en fiasco, provoca su traslado al AC-12. La segunda se abre con una operación de traslado de un testigo protegido cuyo convoy cae en una emboscada donde asesinan al testigo y varios policías. Mientras que en la tercera acompañamos al sargento Danny Waldron y su equipo armado en la persecución del criminal Ronan Murphy, al que el sargento asesina a sangre fría a pesar de haberse rendido. En la cuarta una chica vuelve a casa por la noche cuando un tipo con pasamontañas la ataca y reduce, introduciéndola en el maletero de su coche para luego darse a la huida. No es la primera chica secuestrada, por lo que la policía está sobre aviso montando rápidamente un operativo que acordona la zona.  

Pero el hecho es que después de inicios tan explosivos y tras los capítulos de investigación, enredos y revelaciones, los finales resultan aún más sorprendentes e insólitos.  

Si la primera temporada es la más convencional, con presentación de estrategias y estilos (la subinspectora Fleming suele trabajar infiltrada en la unidad que investigan); en la segunda se produce un notorio salto de calidad por el aumento en la complejidad de la trama y por la aparición de personajes tan escurridizos y ambiguos como la inspectora Lindsay Denton (Keeley Hawes) y, sobre todo, El Caddy, un policía corrupto que descubrimos al final de la primera temporada y que durante la segunda y tercera logra obsesionarnos, mientras lo vemos medrar y manipular al AC-12 hasta convertirse ¡en la mano derecha del propio comisario Hastings!.

La serie destaca por ser gloriosamente compleja y densa hasta la extenuación; pero con un ritmo y una tensión endiablada.
Destacaré tres aspectos.
La sala de interrogatorio como escenario principal de la acción; allí se viven intensísimos momentos en la exposición de pruebas y acusaciones. Otro aspecto son los constantes giros de guión que nos llevan de sorpresa en sorpresa y finalmente la ambigüedad ética de unos malvados que, en muchas ocasiones, más que por perversidad actúan condicionados por sus propios problemas y ambiciones. Personajes que suponen un misterio porque desconocemos sus motivaciones e intenciones. 

En este sentido, el personaje más ambiguo es, sin ninguna duda, la inspectora Lindsay Denton, personaje central en la segunda temporada y que tiene continuidad en la tercera. Un personaje contradictorio que en ocasiones te mueve al odio y en otras a la compasión. La inspectora es capaz de revolverse contra el AC-12 y colocarlos a todos en una situación muy comprometida. El otro odioso elemento que te mantiene en vilo por su capacidad para manipular durante estas dos magníficas temporadas es El Caddy, un policía corrupto colocado allí por un mafioso (como en Infiltrados de Scorsese) y que encabeza toda un grupo de policías a sueldo  de los criminales. 
Añadiría la oscura red de corrupción que Jed Mercurio teje como trasfondo de todas las temporadas y de la cual asoman ganchos narrativos en cada una de ellas. Un magnífico ejercicio de guión para el desarrollo de un universo profundo y misterioso. Por ejemplo esto se percibe en la conexión que demuestran ciertos Jefes, actuales o ya jubilados, con ciertos casos criminales. 

Con la sombra de la sospecha acechando a Arnott en la tercera temporada y al propio comisario Hastings en la cuarta, la serie constata su elevada calidad en base al desarrollo de un potente drama de personajes.


SINOPSIS DE LAS 4 TEMPORADAS
En la T1 se persigue la presunta corrupción del exitoso, y recientemente nombrado "detective del año", inspector jefe Tony Gates (Lennie James). En principio se trata de mala praxis ya que sólo elige los casos fáciles de resolver, pero el inspector mantiene una relación secreta con la empresaria Jackie Laverty (Gina Mckee) la cual tiene oscuros vínculos con una mafia rusa que acabarán por involucrarlo.

En la T2 se investiga la emboscada a un convoy en el que se trasladaba a un testigo protegido. Tanto los policías como el testigo mueren en el tiroteo, siendo la inspectora Linsday Denton la única superviviente. Esto la convierte en sospechosa de conspiración. Su carácter un tanto neurótico y su habilidad para hallar los trapos sucios de sus compañeros logrará poner contra las cuerdas a todo el equipo del AC-12.

La T3 es una temporada de plenitud. La tercera temporada se enrosca sobre sus propios protagonistas y se profundiza en las situaciones personales de ellos. Las tramas se multiplican por doquier mientras El Caddy parece un titiritero moviendo sibilinamente sus hilos hasta lograr convertir a Arnott en sospechoso de todo. La temporada se inicia cuando el sargento Danny Waldron (Daniel Mays) y su equipo de intervención armada son enviados tras el criminal Ronan Murphy para detenerlo. Tras bloquear el vehículo, Murphy huye por los callejones mientras el sargento Waldron lo persigue hasta lograr acorralarlo. Sin embargo cuando aquel se rinde, el sargento lo ejecuta de un disparo a sangre fría, alterando luego la escena del crimen antes de que llegue su equipo. Posteriormente el sargento Waldron muere en otro asalto y el AC-12 descubrirá en su piso una fotografía escolar donde aparecen él mismo de joven y también Ronan Murphy. Se intuye una historia de venganza por algo que ocurrió hace años. 

Todo se complica cuando vuelve a aparecer la inspectora Lindsay Denton. Ha apelado su sentencia en base a la relación inapropiada que el subinspector Steven Arnott mantuvo con ella para poder investigarla. Además ella descubre pruebas relacionadas con el asesinato del sargento Waldron que afectan a Jefes policiales y a políticos.... y mientras tanto ¡¡Ufff, esto es un no parar!! El Caddy alarga su sombra sobre todos ellos, asesinando a la inspectora Denton y colocando a Arnott como sospechoso propiciatorio.

En la T4 ya no están ni El Caddy, ni la retorcida inspectora Denton, pero cuenta con un nuevo personaje tan inteligente y manipulador como aquellos, la Detective Inspectora Jefe Roz Huntley (Thandie Newton) que dirige la Operación Trampilla, sobre el secuestro y asesinato de varias chicas. Su ambición profesional y la íntima confianza que cultiva con el Jefe de Operaciones Derek Hilton, hacen que intente cerrar el caso en falso para acallar el escándalo político y mediático. El AC-12 investiga las pruebas que el forense denuncia que se han dejado de lado; pero el asesinato de éste termina por embrollar definitivamente el caso. Además la Inspectora Jefe demuestra tener mucho temple y una capacidad formidable para manipular a las personas. Con la ayuda del Jefe de Operaciones Hilton, logrará empujar al AC-12 fuera de la investigación. Roz Huntley es un personaje voraz y agresivo que hasta el último minuto proporciona espectáculo con giros y capas de su personalidad de lo más sorprendente. 

Desde el final de la T3 sobre todas las investigaciones planea la insidia de una sospecha, que el cabecilla de la corrupción policial es un Jefe cuyo apellido empieza por H. Tanto el Jefe de Operaciones, Derek Hilton, como el propio comisario Hastings tiene esa letra en su apellido por lo que esta corriente de fondo que tiene la serie nos tendrá sobre ascuas hasta el final.  

De ningún modo es una serie escueta o lineal. Sus tramas se enredan sin cesar hasta casi confundirte y todo ello apoyándose en multitud de personajes secundarios cuyas cartas nunca acabamos de conocer del todo. Como Jodie (Claudia Jessie) la ayudante de la Inspectora Jefe Roz Huntley que, con lealtad extrema, ayuda a su jefa pasándole información incluso cuando la recusan y expedientan. Por ejemplo es Jodie quien avisa a Roz de que el forense Tim Ifield la ha denunciado al AC-12 por no estudiar sus pruebas, lo que pone en marcha una serie de trágicos acontecimientos. Como ocurre con multitud de personajes, no todo es blanco o negro, porque Jodie también le entrega los datos de las comunicaciones que proporcionan a Roz la posibilidad de prestar un último e increíble servicio policial. ¡qué prodigioso capítulo final!


También está la agente Maneet Bindra (Maya Sondhi), valiosa colaboradora de Arnott al que siempre aporta datos clave de documentación. Asimismo juega un papel decisivo en el descubrimiento de la red de mentiras tejida por el inspector "Dot" Cottan; pero en la tercera temporada la vemos citarse en secreto con el Jefe de Operaciones Derek Hilton para entregarle información sensible del AC-12. ¿Qué la mueve? Y si la están coaccionando, ¿Qué tienen contra ella?.

Este carácter solapado que se mueve a varios niveles es el que define a esta espléndida serie, que tiene sus mejores bazas en la intriga y la sorpresa en la revelación de todo tipo de corrupciones. 

martes, 16 de febrero de 2021

MACARIO - de Juan Rulfo

Serie NarracionesExtraordinarias
Macario, óleo de Sergio Michilini


























stoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos… Las ranas son verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son negros.
También los ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda a hacer las cosas… Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso… Dicen en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la calle. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque luego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es muy buena conmigo. Por eso la quiero… La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién parida; pero no, no es igual de buena que la leche de Felipa… Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos…
Ilustración de Gabriela Rodríguez Quirarte

















Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua… Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo allí, en alguna noche… A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida… Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto… Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor… Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura…: “El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro.” Eso dice el señor cura…
Collage de Gloria Servan Triveño

















Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor de la leche de Felipa… Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija… Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no sé si truenen. A los grillos nunca los mato. Felipa dice que los grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las animas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto. Además, a mí me gusta mucho estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay muchos. Tal vez haya más grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los costales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude… De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o sus granadas. Ella sabe lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo… Ahora estoy junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá, a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde están… Mejor seguiré platicando… De lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco…


                                                                                  Juan Rulfo









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Macario es un magistral relato de Juan Rulfo incluido en el volumen "El llano en llamas", donde acompaña al menos a otras dos obras maestras como son “¡Diles que no me maten!” o “No oyes ladrar los perros”. La escritura de este libro de relatos y de la novela “Pedro Páramo” ocurrieron en paralelo, aunque la novela fuera editada dos años más tarde. Algunos relatos llegan a ser descarnados. Están ambientados en las zonas rurales de México que Rulfo conoció personalmente; lugares donde la vida es penosa y los personajes bregan con la violencia, la fatalidad y el hambre entre historias de crímenes, venganzas, raptos y violaciones.
Macario pertenece a esa estirpe de niños que se asoman a un mundo cruel y salvaje que difícilmente comprenden. Macario es compañero del Tochtli de Fiesta en la madriguera (Juan Pablo Villalobos) o del Oskar de El tambor de hojalata (Günter Grass). Todos ellos tienen una voz absolutamente singular y nos transmiten, desde su más profundo interior, su percepción horrorizada de un mundo enigmático y oscuro. A través del testimonio de Macario, Rulfo nos ofrece también la imagen de un México devastado por la pobreza, el hambre y la violencia. Impresiona cómo fluye la conciencia de Macario entretejiendo todo un cúmulo de asuntos y preocupaciones. Macario se pasa la vida encerrado en un cuartucho lleno de cucarachas y alacranes porque en la calle anida la violencia. Lo que más teme el niño es el infierno, porque no sabe que ya está viviendo en él.

FIESTA en la MADRIGUERA - de Juan Pablo Villalobos



Esta breve novela tiene el acierto de estar escrita desde el punto de vista de un niño para alumbrar con luz nueva una realidad ya conocida, la de un cártel del narcotráfico mexicano visto desde dentro. Lo más valioso y original del libro es esa mirada infantil fresca, totalmente inocente y desprejuiciada que es testigo de la maldad sin juzgarla mientras se cuestiona constantemente sobre la historia, el lenguaje y los mecanismos que rigen la vida de los adultos.
"Una de las cosas que he aprendido de Yolcaut es que a veces las personas no se convierten en cadáveres con un balazo. A veces necesitan tres balazos o hasta catorce. Todo depende de dónde les des los balazos. Si les das dos balazos en el cerebro segurito que se mueren. Pero les puedes dar hasta mil balazos en el pelo y no pasa nada, aunque debe ser divertido mirar. Todo esto lo sé por un juego que jugamos Yolcaut y yo. El juego es de preguntas y respuestas. Uno dice una cantidad de balazos en una parte del cuerpo y el otro contesta: vivo, cadáver o pronóstico reservado."
El niño se llama Tochtli y vive a cuerpo de rey en un palacio-finca rodeado de matones, meretrices y sirvientes. Su padre, Yolcaut, ha montado esa madriguera de oro en medio de la nada como medida de protección; lo que la convierte en un perfecto y completo microcosmos que el niño investiga con una candidez embriagadora. No olvidemos que Tochtli significa "conejo" en náhautl, la lengua indígena de México. En la voz de Tochtli está ausente cualquier tipo de moralismo; aunque habla de balazos, muerte y decapitaciones nunca agrede, al contrario, nos enternece y nos hace sonreír. Con naturalidad desarmante nos presenta su mundo de terror.
"Hay muchas maneras de hacer cadáveres, pero las que más se usan son con los orificios. los orificios son agujeros que haces en las personas para que se les escape la sangre. (...) Otra manera de hacer cadáveres es con los cortes, que se hacen también con los cuchillos o con los machetes y las guillotinas. Los cortes pueden ser pequeños o grandes. Si son grandes separan partes del cuerpo y hacen cadáveres en cachitos. Lo más normal es cortar las cabezas, aunque, la verdad, puedes cortar cualquier cosa. Es por culpa del cuello. Si no tuviéramos cuello sería diferente. Puede ser que lo normal fuera cortar los cuerpos a la mitad para tener dos cadáveres. Pero tenemos cuello y ésa es una tentación muy grande. Es especial para los franceses."
Finca La Tuna, de "El Chapo" Guzmán


Tochtli nos traslada todo lo que ve a su alrededor desde la perspectiva de un niño que explora el mundo adulto. También nos hace testigos de su proceso de iniciación en aspectos tan poco edificantes como el machismo, el odio y el valor de las apariencias.
"El otro día vino a nuestro palacio un señor que yo no conocía y Yolcaut quería saber si yo era macho o si no era macho. El señor tenía la cara manchada de sangre y, la verdad, daba un poquito de miedo verlo. Pero yo no dije nada, porque ser macho quiere decir que no tienes miedo y si tienes miedo eres de los maricas. Me quedé muy serio mientras Miztli y Chichikuali, que son los vigilantes de nuestro palacio, le daban golpes fulminantes. El señor resultó ser de los maricas pues se puso a chillar y gritaba: ¡No me maten! ¡no me maten!. Hasta que se orinó en los pantalones."
Cuando más arriba hemos leído "golpes fulminantes" no es por algo trivial. Tochtli es un niño muy despierto que cada noche lee unas cuantas palabras del diccionario antes de dormir. De este modo puede usar palabras "difíciles" como patético, nefasto, sórdido, pulcro o fulminante y demostrar que él no es un don nadie. A Tochtli le gusta la historia de México porque es sangrienta, también los samuráis y sus códigos, así como los franceses porque han inventado la guillotina. Tiene asumido que en el contexto donde vive prima la violencia y la crueldad, por eso cultiva una actitud de macho y se procura cierta distinción bien a través del uso de palabras cultas o de su afición por los sombreros, de los que tiene toda una colección. 

Reconoce que su padre y él son como reyes gracias al dinero que atesoran: "Yolcaut y yo somos dueños de un palacio, y eso que no somos reyes. Lo que pasa es que tenemos mucho dinero. Muchísimo". Por eso su canción favorita es el rey.
"En el rey me gusta esa parte donde dice que no tengo trono ni reina, ni nadie que me mantenga, pero sigo siendo el rey. Ahí explica muy bien las cosas que necesitas para ser rey: tener un trono, una reina y alguien que te mantenga. Aunque cuando cantas la canción no tienes nada de eso, ni siquiera dinero, y eres rey, porque tu palabra es la ley. Es que la canción se trata en realidad de ser macho. A veces los machos no tienen miedo y por eso son machos. Pero también a veces los machos no tienen nada y siguen siendo reyes, porque son machos."
Como cualquier otro niño Tochtli juega a disfrazarse de detective que husmea entre las visitas y en las habitaciones llenas de secretos además de pasar sus tardes entre deberes y videojuegos. Tiene un profesor particular, Mazatzin,  cuya historia es "muy sórdida y patética", para el que el mundo es un lugar lleno de injusticias donde los imperialistas tienen la culpa de todo. Pero él no caerá en el error de su instructor, porque "los cultos saben muchas cosas de los libros, pero no saben nada de la vida". Está acostumbrado a tenerlo todo y en estos momentos está ansioso de que llegue el nuevo regalo prometido, un hipopótamo enano de Liberia destinado a su zoológico particular. No importa que se trate de un animal exótico en peligro de extinción; porque "Yolcaut siempre puede". 


En el capítulo 2 Tochtli realizará una "nefasto" viaje hasta Monrovia, vía París, para comprar sus dos ansiados animales, a los que bautizará como Luis XVI y María Antonieta por su francofilia. Y en el capítulo 3  adoptará el mutismo como estilo de vida (como rebeldía ante un mundo de mentiras) bajo el atuendo de un auténtico samurai japonés. En unas escasas cien páginas recorremos esta prodigiosa madriguera con asombro y mucho humor negro.

Esta novela fue la presentación de un autor que, como ha demostrado en obras posteriores, tiene una visión del mundo y un tono para describirlo muy personal. Desde la mirada ingenua de un niño nos invita a ver el absurdo y perturbador mundo adulto mientras nos hace reír con su humor ácido. Villalobos nació en 1973 en Lago Moreno, Jalisco, México y está afincado en Barcelona desde 2003. Tras estudiar Administración de empresas, hizo la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas y se doctoró en Teoría Literaria y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona. Tras Fiesta en la madriguera (2010) publicó Si viviéramos en un lugar normal (2012), Te vendo un perro (2014), No voy a pedirle a nadie que me crea (2016, Premio Herralde de novela) y el libro de crónicas Yo tuve un sueño (2018), sobre el viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos. Su última obra abunda en el tema de la emigración, La invasión del pueblo del espíritu." 



Tochtli da mucho valor a la pandilla: "Las pandillas se tratan de la solidaridad, de la protección y de no ocultarse las verdades"; por eso quizás ya sepa a estas alturas que forma parte de una pequeña y muy valiosa pandilla de infantes literarios que nos trasladan, desconcertados como si fueran extraterrestres, sus intentos de descifrar el tóxico mundo que los acoge: Así Macario, en el relato homónimo de Juan Rulfo, encerrado en su cuarto y en la demencia mientras atisba el cielo a través de un inocente erotismo. También Oskar, en El Tambor de Hojalata de Günter Grass, que nos revela lo grotesco y solitario que es el mundo de los adultos. O Michillino de Andrea Camilleri que navega en el fanatismo religioso y su erotismo. O incluso el niño que engrasa las trampas y mecanismos de un mundo delirante en la Fábrica de las Avispas, de Iain Banks

Desde los años 90 se ha venido creando todo un subgénero de novelas sobre el narcotráfico que se podría comparar con las dedicadas a los dictadores latinoamericanos en los años 70. Estas dos corrientes recogerían las realidades más dolorosas y palpitantes del mundo latinoamericano en distintas épocas (aunque se estima que la novela fundacional sobre el narcotráfico es de 1962, Diario de un narcotraficante, de A. Nacaveva). De este modo las clásicas obras maestras como El otoño del patriarca de García Márquez; Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos o El recurso del método, de Alejo Carpentier; habrían pasado el testigo a obras tan memorables como Contrabando, de Víctor Hugo Rascón Banda; Rosario Tijeras, de Jorge FrancoEl hombre sin cabeza, de Sergio González Rodríguez, La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, Adán en Edén, de Carlos Fuentes; Balas de plata, de Elmer MendozaLos ejércitos, de Evelio Rosero o la trilogía de La Frontera (con Trabajos del reino, Señales que precederán al fin del mundo y La transmigración de los cuerpos) de Yuri Herrera. Temática que incluso vadea el Río Grande hacia el norte, donde nos encontramos con la imponente trilogía "El Cártel", de Don Winlow (integrada por El poder del perro, El Cártel y La Frontera) o incluso con No es país para viejos, de Cormac McCarthy.

sábado, 13 de febrero de 2021

KILLING EVE T1 y T2 - creada por Phoebe Waller-Bridge

BBC, América


Original y llena de mujeres se presenta esta serie de espías que enfrenta a una sofisticada y letal asesina por encargo con una agente del MI6 que la persigue con denuedo hasta provocar una obsesión enfermiza entre ambas. La serie se desarrolla de forma vertiginosa, recorriendo ciudades de toda Europa con un enfoque muy femenino y un punto psicópata. Toda una vuelta de tuerca al thriller de espías que cambia el foco desde la acción a un drama extraño, turbio y lleno de humor negro.

Creada por la aguda Phoebe Waller-Bridge (Fleabag, Crashing y Run), la serie está basada en las novelas cortas que escribió Luke Jennings en torno a la ejecutora Villanelle. Jennings explicó durante una entrevista que cuando se le ocurrió la idea de Villanelle había estado leyendo sobre la etarra Idoia López Riaño, encarcelada en los años noventa por los asesinatos cometidos entre 1984 y 1986. “Su narcisismo y su falta total de empatía ayudaron a formar el personaje de Villanelle”, destacó el escritor. “Mató a 23 personas, y era claramente una psicópata”, rememora Jennings, a quien le llamó especialmente la atención una anécdota sobre un atentado fallido debido a que Idoia se distrajo mirando el escaparate de una tienda de moda y su propio reflejo.

Con estos elementos el autor se lanzó a escribir las aventuras de una asesina llena de encanto, frívola y juguetona, pero también sádica y letal; una mezcla de James Bond y Aníbal Lecter pero en femenino: "Quería crear una figura femenina que se moviera por entero según sus propias reglas. Al principio puedes pensar en ella como la creación de sus jefes masculinos, una mascota psicópata, pero cuando trasciende ese rol, todo cambia. Se adentra en un mundo definido por sus propios intereses y deseos, no regulado por la autoridad masculina". 

Sandra Oh interpreta a Eve Polanstri una agente que recopila datos sobre distintos asesinatos ocurridos por toda Europa y sin aparente relación; pero ella conjetura un modus operandi sutil y femenino que convence al MI6 para organizar un equipo de persecución.  

La primera temporada es prácticamente perfecta, al combinar acción y drama de forma plenamente armoniosa. Primero conocemos a Eve y su vida domesticada (un marido aburrido y un trabajo aburrido de documentación) que divisa en la persecución de Villanelle un proyecto de altura donde poder demostrar sus grandes dotes de intuición y deducción.

A la vez vamos conociendo a Villanelle (Jodie Comer), un joven sofisticada, políglota y con una enorme capacidad para articular sorprendentes formas de homicidio. El asesinato de un viejo mafioso en Italia o de una poderosa empresaria en Alemania no dista mucho de las Misiones Imposibles que traza Ethan Hunt, sólo que llevadas a cabo con increíble audacia y plena sutileza, sin la alharaca ni las persecuciones de aquel. Villanelle es la elegancia personificada. Puede entrar en el sitio más fortificado por la puerta principal o puede huir caminando alegremente tras ejecutar su crimen sin ser detectada. Además su mirada siempre se detendrá sobre algún vestido, alguna tela o algún perfume encantador. 

Y es que las mujeres son las reinas de la función. La asesina es mujer, la agente perseguidora también, así como su jefa en el MI6. Curiosamente sólo los espías rusos relacionados con Villanelle son hombres al viejo estilo, y está claro que se han quedado en un papel secundario. 


La temporada siempre avanza enriqueciendo la trama principal con otras tan interesantes como la de la compañera que Villanelle tuvo en el pasado y a la que ahora tiene que asesinar entrando en una cárcel rusa o la del intento de asesinar a su enlace Konstantin, que acaba con el secuestro de su hija, una niña impertinente que provoca situaciones muy jugosas. También la jefa de Eve en el MI6 (otra mujer más en puesto ejecutivo, Fiona Shaw) demuestra unos contactos demasiado íntimos y sospechosos con varios jefes de la inteligencia rusa; o sobre la organización suprema que desde las sombras contrata a Villenelle y parece manejar los hilos del orbe, los Doce. Todo un mapa de historias y personajes muy sugestivo. 

Pero siendo la trama de espías de lo más estimulante y los crímenes tan sorprendentes y llenos de inventiva, no es este el meollo de la serie. Cuando Konstantin le comunica a Villanelle que el MI6 ha colocado a una agente al frente de un equipo para detenerla, empieza a investigar sobre ella. Entre perseguidora y perseguida muy pronto se establecerá un extraño vínculo, una fascinación que las atrae de una forma magnética.

Eve siente la atracción del mal en toda su pureza ya que Villanelle es una verdadera psicópata, sin ningún código moral, que acumula incontables habilidades para matar. Su personalidad añade la extravagancia de un gusto exquisito por la ropa. Ella sólo teme al aburrimiento. Ambas buscan en la otra lo que más desean. Su persecución mutua por distintas ciudades de Europa les colma de energía y satisfacción.
Si algo ha demostrado Waller-Bridge es que sabe mostrarnos a mujeres modernas, independientes y llenas de contradicciones. Ambas protagonistas odian el tedio y la convención; en cambio adoran el riesgo y la aventura. Son mujeres que deciden su destino. Pronto se establece entre ellas una relación extraña, malsana y juguetona, casi erótica. Villanelle se presenta una noche en casa de Eve y le pide que la invite a cenar. De regalo le entrega un vestido de ensueño. Según declaró Phoebe Waller-Bridge a Vogue, lo que más le atrajo de Villanelle es que “vive sin miedo alguno a las consecuencias. No he visto un personaje así nunca". Esto puede resultar tan atractivo como liberador: vivir sin miedo, sin culpa, sin responsabilidades, siguiendo los instintos más primarios del lujo, el placer y tomar aquello que nos guste. Esto es lo que fascina a Eve, una mujer de mediana edad ahogada en su propio aburrimiento que ve en Villanelle la posibilidad de ser otra. 

El juego que más se practica en esta serie es el de la seducción y la manipulación. Esto hace que todo resulte tan ambiguo como atractivo. Pronto llegamos a olvidarnos de evaluar si Villanelle es buena o mala, si está dirigiendo el cotarro o está siendo manipulada...



TEMPORADA 2
A esta segunda tanda le cuesta arrancar. Los dos capítulos iniciales son como aventuras autónomas que parecen de tanteo. En el primer capítulo se asesina a un adolescente, pero es por piedad y en el episodio 2 Villanelle acude a Londres donde cae en las garras de un papanatas psicótico que vive encerrado con su madre. Son aventuras con apariencia de suspense y maldad pero que no van a ninguna parte; sólo son mensajes que Villanelle lanza a Eve para intentar reencontrarse.

Si la T1 es intensa y no deja de avanzar por territorio inexplorado, la T2 se detiene y empantana, dando vueltas sobre un territorio ya conocido. Sin duda tiene que ver con que la showrunner de la primera, Phoebe Waller-Bridge dejó el proyecto y fue sustituida por Emerald Fennell. Se nota. Eve y Villenelle se añoran, se necesitan, quieren volver a estar juntas pero por medio hay una nueva asesina, la Fantasma, que es quien ahora hace los encargos de los Doce. Todo ello conduce a un acuerdo entre las fuerzas de Eve y las de Villanelle contra este nuevo elemento; pero al estar tan juntas todo se vulgariza y pierde capacidad de sorpresa. 
Por fin en el capítulo 3 la serie explota de nuevo su componente excitante y sensual. Aparece de nuevo Konstantin (un Kim Bodnia -Bron/Broen- que hace un tándem perfecto con la psicopática asesina) y se reinicia la persecución entre Eve y una Villanelle que se une a Konstantine para trabajar en modo freelance. Como se ve todo parece un tanteo de diversos caminos. 

A pesar de ello la temporada nos regala unos cuantos chispazos de talento. Fantasma es un gran personaje durante algunos capítulos, “es lo contrario a Villanelle. Es cuidadosa y anónima. Meticulosa y discreta”, dice Eve cuando reúne la información de varias muertes nada sospechosas porque se apoyaban en las enfermedades particulares de las víctimas (diabetes, alergia al marisco); pero que delatan un plan maestro e indetectable. El problema es que el personaje acaba diluyéndose sin trasladarnos a esos nuevos territorios de confabulaciones que insinuaba.



Por otro lado en el capítulo 4 y con Villanelle y Konstantine asentados en Ámsterdam con su pequeño negocio freelance, Villanelle encuentra el modo de enviar a su adorada Eve un nuevo mensaje en forma de cadáver.  Disfrazada con una careta de cerdo se cita con su víctima en una casa del Barrio Rojo. Allí logra colgarlo boca abajo en un escaparate para luego rajarle el pecho ante un público que cree estar viendo una performance. Todo ello tras enviar a Londres una postal con la inquietante pintura 'Los cuerpos de los hermanos De Witt', de Jan de Baen. Para que Eve no tenga dudas.

El tercer manjar es la introducción de un malvado que representa muy bien nuestro mundo hipercontectado, el multimillonario Aaron Peel (Henry Lloyd-Hughes); un diabólico cruce entre el genio de Steve Jobs y el comedatos David Zuckerberg. Un tipo soberbio y sádico acostumbrado a ejercer el control sobre todo lo que le rodea. Su duelo con Villanelle hace saltar chispas.  

"Sabéis que todo esto se va a pique, ¿no? Los servicios de inteligencia, los servicios secretos, las naciones... todo eso. ¿Cómo van a sobrevivir si empresas como la mía tienen más información que el Pentágono y el MI6 juntos? Estáis acabadas. Obsoletas".

A los diálogos inteligentes e irónicos, las imaginativas formas de asesinato y los outfits de Villanelle hay que añadir una banda sonora nos menos sofisticada, con canciones espesas y embriagadoras de Cigarretes After Sex, Unloved o Jane Weaver.



martes, 9 de febrero de 2021

MÁSCARAS - de Leonardo Padura



Máscaras se refiere al verano (de 1989) en la inicial tetralogía de Las Cuatro Estaciones donde Padura nos presentó las andanzas de su policía Mario Conde en una Cuba descompuesta. Allí la decepción y el desengaño han sustituido a los ideales revolucionarios de igualdad y libertad. Padura se sirve de la novela policíaca para ofrecer una panorámica de la fascinante heterogeneidad que bulle en la isla y también de la represión política, sexual y artística experimentada en Cuba.

A pesar de que a comienzos de los 80 publicara su primera novela, Leonardo Padura seguía trabajando de periodista  cuando en octubre de 1989 fue invitado a un encuentro de autores de novelas policíacas en México. Este hecho acabó sellando su destino literario. Al regreso de aquel viaje el gobierno le encomendó la jefatura de redacción de "La Gaceta de Cuba" que, al tratarse de una publicación mensual, le habilitó el tiempo necesario para el esfuerzo narrativo. Padura decidió que el género policíaco era el marco apropiado para contar lo que estaba pasando en Cuba, seguramente inspirado por la reflexión de Raymond Chandler en “The Simple Art of Murder”: "En todo aquello que pueda llamarse arte hay siempre una posibilidad de redención". Y parecía claro que la sociedad cubana estaba necesitada de redención. En las novelas de Las Cuatro Estaciones, Pasado Perfecto (1991), Vientos de cuaresma (1994), Máscaras (1997) y Paisaje de otoño (1998), Padura hace una revisión de la reciente historia cubana, con el propósito de entender y explorar el sentimiento de fracaso que estrangulaba a la generación que creció con el proceso revolucionario.

Suspendido por una pelea, Mario Conde lleva unos meses dedicado a tareas burocráticas; pero debido a la escasez de personal su superior, el mayor Antonio Rangel, le levanta la sanción para que investigue la muerte de un travesti en El Bosque de La Habana. Alexis era hijo de un diplomático con mucha influencia en el régimen, Faustino Arayán, el último representante de Cuba en Unicef; por lo que la investigación llevará al Conde a inmiscuirse en el mundo de la clase dirigente, separada por un abismo del común de los mortales. Conde tendrá que lidiar con las instrucciones del Mayor Rangel que le exige la máxima discreción.
El Bosque de La Habana


El crimen presenta varias particularidades que delatan una intención simbólica o ritual. Por un lado el cadáver de Alexis se encuentra vestido con el traje rojo vivo diseñado por Alberto Marqués para la protagonista de "Electra Garrigó", versión cubana de la tragedia griega escrita por Virgilio Piñera. Pronto descubrirá el Conde que aunque Alexis era homosexual nunca ejerció de travesti y que el día en que aparece asesinado no es un día cualquiera, sino el 6 de agosto, día en que la Iglesia católica celebra la Transfiguración del Señor. En este acontecimiento Jesús subió a un monte a orar junto a los apóstoles Juan, Pedro y Santiago, que ven cómo Jesús se vuelve resplandeciente y conversa con Moisés y Elías cuando de repente la voz de Dios irrumpe desde una nube diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. El asunto cobra importancia cuando Conde encuentra una Biblia en el escritorio de Alexis en la que precisamente faltan las páginas de la Transfiguración en el evangelio de Mateo.
"—¿Te imaginas lo que quiere decir esto?
—Que tenía algo escrito.
—Algo que molestaba o perjudicaba a alguien, y ese alguien arrancó la página. O, si no, que significaba algo especial para este muchacho y por eso él mismo llegó a sacarla del libro. Y si fue así, esto nos puede aclarar muchas cosas, Manolo: ese cabrón estaba loco y se transfiguró por cuenta propia para entrar en su propio Calvario. Me juego las nalgas a que sí."
No son los únicos elementos extraños en el crimen, también se demuestra que fue asesinado de frente, sin ofrecer resistencia alguna y que alguien, presumiblemente el asesino, le introdujo por vía anal dos monedas de oro.

Como es habitual en Padura, la investigación policial es sólo una excusa para la crítica social. Los dos asuntos de fondo que recorren la novela son la homosexualidad en Cuba y la llamada política de “parametrización” que se utilizó para excluir a muchos intelectuales de la vida cultural cubana, bien por razones ideológicas, sexuales o religiosas que estaban fuera de los "parámetros" del paraíso socialista.

Si en las dos primeras novelas del ciclo muchos hilos de la trama partían de un territorio mitificado por Conde, esa Preparatoria añorada donde conoció a sus mejores amigos; en esta tercera aventura la pesquisa le llevará a descubrir una Habana muy diferente, poblada por personajes que sufrieron una cruel represión debido a su orientación sexual. El Virgilio particular que va a encontrar Conde durante la pesquisa es Alberto Marqués, que había acogido al asesinado Alexis Arayán en su casa, una vivienda con una situación geográfica ciertamente irónica, en el "número 7, de la calle Milagros, entre Delicias y Buenaventura. ¿Sería un invento de Alberto Marqués aquel número y aquellos tres nombres de calles para ubicar su casa en un rincón del Paraíso Terrenal, dentro de una gloria perfecta y edénica

Marqués es un personaje central en la novela ya que ejemplifica y da voz a la denuncia de toda una época. Siendo un importante dramaturgo y director de teatro fue defenestrado políticamente en 1971, por su homosexualidad; justo antes de estrenar su versión de la obra de Virgilio Piñera, "Electra Garrigó":
"La primera acusación que me hicieron fue la de ser un homosexual que exhibía su condición, y advirtieron que para ellos estaba claro el carácter antisocial y patológico de la homosexualidad y que debía quedar más claro aún el acuerdo ya tomado de rechazar y no admitir esas manifestaciones de blandenguería ni su propagación en una sociedad como la nuestra".


La figura de Marqués alude directamente a Virgilio Piñera, destacado escritor, poeta y dramaturgo cubano, hacia quien Padura prodiga una gran admiración (suele incluir en sus libros citas de su obra). Piñera, al igual que Reynaldo Arenas, Calvert Casey, José Lezama Lima y otros destacados escritores cubanos, era homosexual y tuvo que enfrentarse a la marginación impuesta por el régimen revolucionario cubano, tal y como le recuerda Marqués a Conde. La cruel paradoja es que tanto Piñera como otros artistas e intelectuales homosexuales apoyaron de forma entusiasta la revolución de 1959:
"Esos fueron los que quisieron acabar con gentes como yo, o como el pobre Virgilio, y lo consiguieron, usted lo sabe. Acuérdese que en sus últimos diez años Virgilio no volvió a ver editado un libro suyo, ni una obra de teatro representada, ni un estudio sobre su trabajo publicado en ninguna de estas seis provincias mágicas".
El Conde, por su propia educación, tiene inclinaciones homofóbicas, pero también es un hombre culto y sensible que se ve impactado por la vasta cultura del dramaturgo, así como por su fina inteligencia y la dignidad con que lleva su condena al ostracismo. Marqués primero intrigará a Conde, luego lo fascinará y finalmente será quien ponga a su alcance las historias y claves para entender lo sucedido.
"Aguantó como un hombre y se quedó aquí, porque dice que si sale de aquí entonces sí se muere, y no les hizo el juego ni a los de adentro ni a los de afuera".
Desde el mismo título y hasta la revelación final sobre el asesino, todo el libro está atravesado por la metáfora de la máscara, símbolo capital del mundo del teatro en el que se mueve Marqués quien, como Piñera, cree que es en el teatro donde mejor se puede presentar la realidad. La «máscara» como instrumento de ocultación o transfiguración de la realidad, capaz de superponer una realidad fingida pero sincera; a otra subyacente y verdadera: La propia escena del crimen es una máscara, del mismo modo que el asesino vive y medra tras una máscara e incluso la revolución cubana fue colocando máscara tras máscara para intentar ocultar una realidad no deseada. Toda la investigación se convierte así en un desvelamiento de la verdad oculta, una “caída de la máscara, una máscara de mil mentiras tras la que se había escondido la verdad”.
La Habana


Padura ya lo había señalado desde la misma elección de las citas que abren el volumen, comenzando por el famoso aserto de Batman: "Todos usamos máscaras". También reproduce un diálogo del Acto III de Electra Garrigó, la obra de Piñera, donde critica con amargura el conformismo de la sociedad cubana:
PEDAGOGO: Es cierto. En ciudad tan envanecida como ésta, de hazañas que nunca se realizaron, de monumentos que jamás se erigieron, de virtudes que nadie practica, el sofisma es el arma por excelencia. Si alguna de las mujeres sabias te dijera que ella es fecunda autora de tragedias, no oses contradecirla; si un hombre te afirma que es consumado crítico, secúndalo en su mentira. Se trata, no lo olvides, de una ciudad en la que todo el mundo quiere ser engañado..
Esta es la redención que propone Padura, el reconocimiento y la comprensión de lo que hay tras la máscara, como le ocurre al Conde con Marqués; porque, paradójicamente, la función de la máscara desemboca en un ansia mayor de autenticidad. 

Padura y Conde siempre estarán tras la resolución de un crimen, pero tan importante como su pesquisa es el entorno de La Habana, su historia y unos personajes que respiran y ahondan los aspectos sociales y culturales más hirientes de la reciente historia cubana.

El estilo de Padura es muy natural, derrocha desenfado y espontaneidad hasta lograr ese cierto tono humorístico que envuelve la decepción. Como todas las de la serie la novela es reflexiva y melancólica, reflejando el carácter de su protagonista, el teniente Mario Conde: un tipo honrado, escéptico y desencantado; un “cabrón recordador”, fiel a sus amigos y frecuentemente borracho `que arrastra una melancolía`, según lo ha definido el mismo Padura. Un policía que hubiera querido ser escritor y que siente una enorme empatía por escritores, locos y borrachos.