Verónica Guerin (2003)
de Joel Schumacher
¿Una periodista en Irlanda a finales del siglo XX es una periodista de guerra? Sí, cuando toda una sociedad está asediada por los clanes de la droga e impera la ley del silencio. Fue asesinada por investigar e informar.
Verónica Guerin (1958–1996) fue una periodista galardonada con el premio a la Libertad de Prensa en 1995 por perseguir a los mafiosos de Dublín incluso sabiendo que su vida corría en peligro.
Un año después de recibir el premio, fue asesinada a tiros en su automóvil mientras esperaba en un semáforo. Irónicamente, Verónica tenía programada una conferencia dos días después en Londres, en el Foro de la Libertad, titulada 'Morir para contar una historia: Periodistas en riesgo'.
En más de 30 años de violencia sectaria en Irlanda del Norte, ningún periodista había sido asesinado. Su muerte golpeó los cimientos de la nación y desencadenó la investigación criminal más grande jamás vista en Irlanda.
A pesar de que su carrera sólo duró seis años, sigue siendo una de las periodistas más reconocidas de Irlanda. Verónica usó su experiencia en los negocios para investigar los asuntos financieros de los personajes más sombríos de Dublín. Era famoso su tesón. A menudo perseguía una historia durante semanas e iba directamente a los criminales en lugar de confiar en la información policial. Las estrictas leyes de Irlanda sobre la difamación hacen ilegal que los periodistas identifiquen a los malhechores por su nombre, por lo que Verónica acuñó coloridos seudónimos para los criminales de los que informó: "El Monje", "El Entrenador", "El Pingüino", etc.
En enero de 1995 un hombre le disparó en un muslo en la misma puerta de su casa. Verónica salió del hospital con muletas y fue a visitar a todos los jefes delincuentes que conocía, para hacerles saber que no estaba intimidada. Ella dijo: “Prometo que los ojos de la justicia y los ojos de esta periodista no se volverán a cerrar. Ninguna mano puede disuadirme de mi batalla por la verdad ”.
En septiembre de 1995, Veronica visitó al ex convicto John Gilligan en su granja de caballos. Le preguntó sobre su lujoso estilo de vida cuando no tenía declarado trabajo alguno. Gilligan abrió su camisa en busca de un micrófono oculto y la golpeó. Más tarde la llamó y amenazó con violarla y matar a su hijo si ella persistía en publicar una historia sobre él.
En diciembre de 1995, Verónica Guerin ganó el prestigioso Premio Internacional a la Libertad de Prensa. El 26 de junio de 1996 detuvo su Opel rojo en un semáforo cerca de Clondalkin, Dublín, e hizo una llamada a un amigo. Dos hombres en una motocicleta se detuvieron y uno de ellos le disparó cinco veces. Murió casi instantáneamente. El 4 de julio, la nación honró su vida en un momento de silencio con las personas en autobuses, trenes y en la calle de pie, en silencio, presentando sus respetos.
Lamentablemente la película, dirigida por Joel Schumacher, no está a la altura de una historia tan jugosa. Es un telefilm carente de fuerza y personalidad a pesar de una esforzada Cate Blanchet.
La sombra del cazador (2.007)
(The hunting party)
de Richad Shepard
La película narra la historia de tres periodistas que se adentran en los lugares más recónditos de Bosnia para intentar entrevistar, y de paso entregar a las autoridades, al criminal de guerra más buscado del país, apodado El Zorro.
Por supuesto encontrarán todo tipo de impedimentos en una tierra encerrada en el silencio.
El reportero de televisión Simon Hunt (Richard Gere) y el cámara Duck (Terrence Howard) han trabajado en la zonas de guerra más candentes del mundo: Bosnia, Irak, Somalia o El Salvador. Juntos han esquivado balas, redactado grandes reportajes y acumulado premios. Pero un fatídico día, durante un emisión en directo, Simon se derrumba y posteriormente desaparece.
Cinco años más tarde, Duck regresa a Sarajevo con el novato Benjamin (Jesse Eisenberg) para cubrir el quinto aniversario del final de la guerra. Simon aparece como un fantasma del pasado y convence a Duck de que sabe dónde está escondido el criminal de guerra más buscado de Bosnia, “El Zorro”, una clara alusión a Radovan Karadzic. A pesar de estar desprestigiado Simon logra embarcar a sus colegas en una misión muy delicada en territorio hostil.
El desenfado y humor con que se relacionan los periodistas choca un poco con el contexto de peligro donde se están metiendo. La película resulta ser un híbrido de acción, suspense y comedia, con alguna crítica a las grandes emisoras de televisión; pero lo cierto es que no termina de explotar todas las posibilidades de la historia.
La corresponsal (2019)
(A private war),
de Matthew Heineman
Estrenada hace sólo un par de semanas, la película relata los últimos 10 años de esta neoyorquina como reportera del The Sunday Times de Londres. Marie Colvin fue corresponsal en Kosovo, Chechenia y en el sitio de Homs, en Siria. Entre sus hitos está el de ser la primera periodista extranjera en acceder a las regiones tamil de Sri Lanka y la primera reportera occidental en entrevistar a Gadafi (el dictador llegó a enamorarse de ella) después de que EEUU bombardeara su casa. Fue famosa por sus maneras firmes y directas y también por el parche "pirata" que lucía sobre un ojo que perdió siguiendo los combates de la guerrilla tamil. Los éxitos y el reconocimiento no la apartaron de su pasión por escribir sobre las vidas de la gente corriente atrapada en las zonas bélicas. Ella los llamaba "la humanidad in extremis". Contaba con el respeto general por su valentía y humildad; pero, sin embargo, su personalidad era caótica y autodestructiva: "Odio estar en zona de guerra, pero me veo obligada a verlo por mí misma".
Era adicta a la adrenalina de guerra, alcohólica y fumadora empedernida. Como cualquier combatiente ("Has visto más guerras que muchos soldados", le dice su compañero), Marie sufría horribles pesadillas producto del estrés post-traumático. Pero siempre supo sobreponerse y retornar a los campos de batalla. Estaba firmemente decidida a entrevistar a civiles y soldados en medio de la refriega. "¿Por qué el mundo no está aquí?", se preguntaba repetidamente en los conflictos más mortales y muchas veces ignorados por la opinión pública.
La actuación de Rosamund Pike es excelente y su composición ayuda a que el relato sea apasionante siguiendo sus intrépidos pasos. La película de Heineman se abre y se cierra en Homs, la asediada ciudad siria que Colvin describió memorablemente como "una ciudad fantasma, haciendo eco con el sonido de los bombardeos y el fuego de francotiradores".
En el asedio se cortaron los suministros y la atención médica a los aterrorizados civiles. Esta es la denuncia de Colvin, la guerra como escenario del horror y la inhumanidad. El film refleja tanto la violencia de la guerra como el daño físico y moral que inflige a seres inocentes.
El director construye el relato en dos vertientes; por un lado retrata el viaje a los infiernos que son los combates y por otro lado pone el foco en las luchas de la reportera con sus propios demonios. Al final, elevándose la cámara sobre los escombros todavía la escuchamos decir: "Me importó lo suficiente como para ir a estos lugares y escribir, de alguna manera, algo que haría que a alguien más le importara".
Enviado Especial (1941)
de Alfred Hitchcock
Un trabajo pensado (y ahí está ese speech final con el que concluye) para que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial en ayuda de una Gran Bretaña bajo los bombardeos alemanes. Un reportero algo vivales (Joel MacCrea) se verá inmerso en una frenética trama de espionaje, atentados, asesinos a sueldo y conspiraciones nazis. La posterior ‘Sabotaje’ (la USA) prorroga este tono.
La película contiene, aunque de forma breve, una de las más afiladas y atinadas caricaturas del corresponsal en el extranjero.
Johnny Jones (Joel McCrea), un reportero encallecido en el oximorónico (por ser a la vez vil y glorioso) trabajo de patear las calles, confraternizar con policías y pisotear los charcos de corrupción que abundan en cualquier ciudad, es enviado a Europa por un importante diario estadounidense para averiguar si, como parece, estallará una guerra, la que nosotros conocemos hoy como Segunda Guerra Mundial.
Jones tiene problemas con los idiomas, lo ignora todo sobre el mosaico europeo y tiende a meter la pata. Enseguida se echa novia y se introduce en una intriga fenomenal. Es, digamos, un enviado especial con talento y con suerte. No se pierdan cómo transmite, hacia el final de la película, los datos sobre el fenomenal enredo que ha descubierto jugándose la vida. No se pierdan tampoco al corresponsal del periódico en Londres, encargado de acoger y más o menos orientar al recién llegado.
Dudo que Hitchcock tuviera un gran conocimiento sobre los recovecos de la prensa. Sin embargo, clava la caricatura del corresponsal. El tipo o tipa a quien el periódico paga para vivir en otro país y contar lo que ocurre en él tiende a hacer exactamente lo que hace el personaje de la película. Cada vez que le llaman desde la redacción para proponerle un tema responde que no. "No, eso no es importante". "No, eso ya lo hemos contado". "No, imposible porque tengo una cena con un político". En resumen, no. Sólo dice sí cuando la llamada tiene que ver con apuestas.
En la vida real, los corresponsales no funcionan así. Porque ya no les dejan o, más simplemente, porque la mayoría de los diarios no pueden permitirse ya una red de corresponsales por el mundo. Les aseguro, en todo caso, que los mecanismos mentales del corresponsal veterano (yo lo fui en otra vida) propenden de forma inexorable hacia el no.
La intriga que propone Hitchcock en Enviado especial carece por completo de verosimilitud. Se filmó en 1941, o sea, no hacía ninguna falta enviar a alguien a Londres para husmear si habría guerra. La había, y terrorífica. Lo que el cineasta británico pretendía era jugar con la ansiedad estadounidense ante la posibilidad de entrar en esa guerra (el ataque japonés a Pearl Harbour no ocurrió hasta finales de ese año, 1941) y para terciar en el debate entre intervencionistas y aislacionistas. Hitchcock, como británico, tenía muy claro que Estados Unidos debía implicarse. Sepan que la escena final se añadió a última hora, cuando Londres había empezado a sufrir los bombardeos alemanes.
Alfred Hitchcock acababa de llegar a Hollywood. Filmó dos películas de un tirón, Rebeca y Enviado especial. Las dos acumularon candidaturas a los premios Óscar, y finalmente fue Rebeca la que se llevó las estatuillas. Enviado especial parecía poca cosa. No lo es. Un thriller con rasgos humorísticos filmado por Hitchcock constituye forzosamente un bocado apetitoso.
Déjenme volver al asunto de los corresponsales y los enviados especiales. El enviado especial tiene el tiempo contado, viaja con una misión concreta y puede quemar sus fuentes informativas. Todo le está permitido con tal de que vuelva a casa con una buena historia. Funciona como un sprinter, alguien que sólo ha de esforzarse en correr al máximo durante cien metros. El corresponsal, en cambio, corre una maratón. Su fuente de hoy seguirá sirviéndole el año próximo y, por tanto, ha de cuidarla. Aborda todo tipo de temas. Ha de pensar en el largo plazo. Cómo todo eso desemboca en el no telefónico y en la afición a las apuestas forma parte de los entresijos más íntimos de este oficio puñetero y no debe ser revelado a la ligera en un artículo como éste.
Sucedió en China (1938)
(Too hot to handle)
de Jack Conway
Comedia artesanal y modélica dentro del esquema "chico conoce chica", con un Clark Gable convertido en intrépido reportero que trabaja en Shangai escribiendo crónicas sobre la guerra Chino-Japonesa en los años 30. Allí conoce a la piloto Alma Harding (Mirna Loy), una admiradora de Amelia Earheart.
Clark Gable y Myrna Loy se conocen, se enamoran, se pelean, se separan y se acaban reencontrando en esta trepidante aventura en la que Gable es un audaz reportero de guerra sin muchos escrúpulos. En la cinta le podemos ver "montando" una foto con la maqueta de un avión japonés y un niño llorando en primer plano. Aunque también le vemos escribiendo sus crónicas, dictándolas por radio o cogiendo una cámara y saliendo de la avioneta para filmar agarrado a una de las alas. Qué tío.
La película tiene de todo: amor, comedia, aventuras, exaltación de la amistad, diálogos picantes y una leve crítica respecto a los abusos del periodismo.
Objetivo Birmania (1945)
(Objetive, Burma!)
de Raoul Walsh
He aquí un clásico sobre el que no pasa el tiempo y siempre se vuelve a ver con el placer del gran cine. Durante la Segunda Guerra Mundial, un pelotón se lanza en paracaídas tras las líneas japonesas, sobre la jungla de Birmania. Se trata de una misión relámpago para destruir una estación de radar enemiga y así favorecer la inminente invasión que cambiará el rumbo de la guerra en el Pacífico.
La película se realizó en plena Segunda Guerra Mundial —se estrenó justo cuando los americanos tomaron Iwo Jima— y forma parte del grupo de cintas rodadas con evidentes intenciones propagandísticas. Pero gracias a Walsh la cinta no sólo trasciende este papel patriotero, sino que se eleva sobre el puro entretenimiento para llegar hasta el valor de lo épico.
Esta vertiente propagandística precisamente se hace notar en una escena en que el pelotón descubre a un oficial que ha sido torturado y el reportero de guerra que los acompaña suelta un discurso simple y maniqueo sobre la necesidad de eliminar a los japoneses. No está aquí muy lúcido el reportero interpretado por Henry Hull, pero esto y el dibujo de trazo grueso con los diabólicos japoneses es un pequeño peaje para disfrutar de una gran película.
Por cierto que en esa escena Walsh nunca enfoca el cadáver, sólo sus piernas, que sobresalen a través de una puerta. El espanto de la tortura nos lo traslada con el rostro horrorizado de un Errol Flynn en uno de sus mejores papeles, serio y carismático.
Cuando parecería que todo se circunscribe a la misión, ésta es resuelta (la estación es destruida) y la película se convierte en un relato sobre la resistencia humana en un entorno selvático y claustrofóbico. La recogida falla porque la selva hierve de patrullas japonesas buscándolos. El camino hasta un nuevo punto de extracción será toda una odisea tensa y agobiante.
Objetivo: Birmania logra que te veas asfixiado por la selva, el calor y los mosquitos; pero se rodó en las marismas de Orange County (California) y, algunas escenas en el Jardín Botánico de Los Ángeles. La habilidad de Walsh y el tratamiento del fotógrafo James Wong Howe logra la hazaña.
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Acabaré esta entrada con un reportero muy sui generis, imagen perfecta (aunque sea exagerada) de una profesión volcánica, a veces temeraria, donde se mezcla el amor al riesgo con la adrenalina y la pasión por informar. O simplemente con el deseo de estar donde crees que debes estar.
En Apocalypse Now (1979, F. Ford Coppola), cuando el capitán Willard llega por fin al corazón de las tinieblas, donde tiene su guarida el comandante Kurtz, se encuentra con un periodista enloquecido por las drogas y la jerga filosófica, interpretado por Dennis Hopper. Como un perrillo faldero husmea alrededor de un ser que para él es legendario: "Ese hombre tiene la mente lúcida pero el alma loca", le espeta a Willard.

El personaje del reportero fue creado por Coppola sobre el terreno, no estaba en el guión inicial; pero en cambio es una llave magnífica para abrir el desenlace. Su jerga sólo da pistas a Willard de la necesidad del sacrificio ritual. En cambio cuando quiere dar cuenta de lo que ocurre, es incapaz. Se ha vuelto loco. No tiene las claves para interpretar el horror que le rodea, sólo parlotea, y por eso Kurtz le suelta una patada.
En una película que nos muestra en todo su apogeo el delirio bélico ("No hay nada como el olor del napalm por la mañana") hasta sus relatores pueden caer víctimas de la locura que intentan relatar.