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jueves, 8 de mayo de 2025

WARFARE - de R. Mendoza y Alex Garland

EEUU, 2025


Esta película es una mina antipersonal. 
Si sacas la entrada será como pisarla y te explotará en la cara.
La película tiene la ambición de mostrar la guerra moderna tal cual es, 
en acción y tiempo real.
Con la deshumanización como punto clave. 
Los soldados americanos no tienen historia, ni fotos de su chica, ni sonríen con indiferencia ante la muerte. 
Tampoco el enemigo tiene historia. 
Los guerrilleros iraquíes son un simple punto blanco que se mueve en el mapa del satélite espía. 

La acción se basa en las experiencias reales, en la guerra de Irak, del ex marine Ray Mendoza,  codirector y coguionista de la película. 

Un pelotón de comandos SEAL llega por la noche, en silencio, a una ciudad iraquí. Asaltan un casa y se instalan en ella, montando un nido de francotiradores, para dar apoyo a una operación de los marines. Allí escondidos esperan acontecimientos mientras vigilan las calles y los bares. Pero tras unas horas sospechan que los han detectado y que el enemigo se prepara para acorralarlos. El silencio de estos primeros veinte minutos te corta la respiración, hasta que de pronto es roto por la explosión de una granada que se cuela por un ventana.
Ahí empieza el jaleo en esta película claustrofóbica.




La cámara (y nosotros con ella) estamos en la misma habitación donde se produce una explosión que nos deja aturdidos. También estamos pegados a los soldados que empiezan a disparar atronadoramente.
Todo resulta violento y abrumador.
Pero eso ya lo hemos visto en Black Hawk derribado (Ridley Scott), en la más reciente Civil War (del propio Alex Garland), en Hasta el último hombre (de Mel Gibson) o en Salvar al soldado Ryan (de Steven Spielberg), película que inauguró esta forma de presentar la guerra con una crudeza visceral.

La película de Garland y Mendoza quiere llegar más allá y ser realista hasta las últimas consecuencias. Hay muchos momentos de tensa espera, desorientación y hasta de tedio absoluto. Los soldados repiten mecánicamente las consignas para reconocerse: ¡¡dos minutos!! gritan todos a la vez, como autómatas.
No hay música que endulce esos terribles momentos.
No hay bromas, ni dudas, ni épica.
Y la sorpresa...Tampoco hay muertos (bueno, solo uno).
La guerra, más que muertos, deja mutilados físicos y psicológicos.




Cualquiera que no conozca la guerra y lea las noticias se sorprenderá cuando tras un ataque con aviones y no sé cuantas bombas el resultado que nos refiere el telediario es....4 muertos. Habituados a la ficción de las películas esperaríamos 20 o 30 cadáveres. 
Pero las películas no muestran la guerra tal como es. Ya lo dijo el director Alex Garland en una entrevista: "El cine posee una habilidad malsana para convertir todo en sexi, incluso la guerra".

Pongamos un dato. EEUU invadió Irak en marzo del 2003 con la estafa de las armas de destrucción masiva como excusa. En diciembre de ese mismo año los soldados capturaron a Sadam Husein; pero la guerra se alargó hasta 2011. 
Durante esos 8 años murieron en combate más de 4.600 soldados estadounidenses. Parecen pocos para 8 años de bombardeos y francotiradores... pero hay que añadir varios miles más que murieron por suicidio tras regresar a casa. La que sería una guerra relámpago de tres semanas para llevar la democracia y la libertad a Irak se prolongó durante 8 años y dejó brutales consecuencias: más de 100.000 civiles muertos, según la organización Iraq Body Count (IBC), y un país sumido en el caos.

Esto es lo que nos muestra esta película concentrada y terrible. 
La guerra no arregla nada. 
Sólo produce muertos, mutilados y destrucción.
Esta es la conclusión que el director quiere trasladar a la sociedad actual que vive tiempos tan convulsos: "Ahora que estamos mucho más cerca de la guerra total de lo que hemos estado en mucho tiempo, es positivo pensar en esta realidad y en lo que puede pasar con la gente joven cuando se le envía a la guerra. Quizá mueva a la gente a ser razonable". 


Lo que pasa es que a pesar de este alto valor testimonial, la película se me queda corta. Primero porque no tiene ningún contexto ni discurso, sea político o antibelicista. Aunque también cabe pensar que el mensaje es la bofetada: esto es la guerra, a palo seco, absurda. Lo segundo es por la ausencia de drama personal. Nada sabemos de los soldados que, ni ante la amenaza de muerte, se confiesan a sus compañeros. Los soldados sólo son cuerpos que el poder lanza a la trituradora, parece transmitirnos la cinta. Aunque quizás también sea este otro valor de la película; decirnos la guerra nos convierte en nadie. 

Y lo tercero es porque la película concluye su recorrido traicionándose. Ante la situación desesperada del pelotón, llega un segundo comando con un líder clásico al frente que resuelve el trance con determinación y una gran capacidad de liderazgo. Es decir, la situación se resuelve volviendo al relato de siempre, ninguneando a los iraquíes (tanto a los guerrilleros como a la familia que destrozan la casa) y mitificando al héroe americano. 

sábado, 25 de mayo de 2024

CIVIL WAR - de Alex Garland

2024

Al poco del estreno de esta película leí en algún medio que les parecía un acto de irresponsabilidad hacer una película con esta temática tal y como está el patio. 
A mí me parece lo contrario. 
Llevar la situación al extremo para poder ver a dónde nos dirigimos si no cambiamos el chip me parece sano y revelador. Los tiempos están chungos y hay que decirlo. El asalto al Congreso de EEUU no es una entelequia, ya se produjo recientemente. Y también hemos visto a civiles portando armamento de guerra para enfrentarse a personas que se están manifestando. Incluso en Europa se están produciendo asaltos a políticos. Peligroso y lamentable.

Aunque hay que decir con rotundidad que la película no va de enfrentamientos políticos. Incluso recibió críticas por evitar cualquier sesgo partidista y no identificar a las ideologías enfrentadas en esta guerra civil. La película sólo juega con los miedos que provocó la insurrección de aquel 6 de enero y sin intromisiones políticas nos sumerge en la brutalidad de un conflicto armado moderno. 
Esa es su esencia. 

Podría ser una de tantas contiendas de las que venimos viendo en los telediarios desde hace decenios, como Vietnam, Líbano o Afganistán. O incluso de ahora mismo cuando están activos conflictos armados a gran escala en Ucrania, franja de Gaza, Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria.


La baza que juega la película es que esta guerra civil -salvaje y cruenta- tiene lugar en suelo estadounidense. Eso es lo morboso y terrible. Que lo que siempre se ha visto lejano y producto de sociedades poco articuladas o civilizadas, ahora se produce en suelo norteamericano. La periodista que encarna maravillosamente Kristen Dunst es ya muy veterana como para enfrentarse ahora con esto. En un momento dado reflexiona: "Cuando estaba en un conflicto, cada foto que enviaba a casa era como una advertencia. No hagáis esto... Y aquí estamos". La cinta que escribe y dirige Alex Garland simplemente nos demuestra que el derrumbe de una sociedad puede estar al girar la esquina y, además, que la guerra es igual de absurda y ciega tanto a diez mil kilómetros como en tu propia casa. O quizá más.

La película empieza con el presidente ensayando el tono que quiere dar a sus palabras en su próximo discurso televisado. Dice que la derrota de los "secesionistas" es inminente y repite elevando el énfasis: "Algunos ya la llaman la mayor victoria en la historia de la Humanidad". Tardamos pocos minutos en enterarnos de que esto no es más que otra fake news, un pequeño indicio de la típica retórica trumpiana.  Los "secesionistas" son las Fuerzas Occidentales (Western Force) y la Alizanza de Florida (Florida Alliance) que se han rebelado ante un poder alevoso. La neutralidad política de la que hace gala la cinta hace que esas Fuerzas Occidentales estén integradas por los estados de California (tradicionalmente demócrata) y Texas (tradicionalmente republicano). 

Lo que sigue a esta verborrea presidencial es un baño de realidad en su máxima expresión. Primero porque los rebeldes han ido avanzando desde el sur y ya están a las puertas de Washington, dispuestos a derrocar al presidente. Es entonces cuando un pequeño grupo de periodistas se plantea ir desde Nueva York a la Casa Blanca para hacerle una última entrevista. Y segundo porque junto a los periodistas vamos a vivir la refriega en primerísima línea de fuego, acompañando a los pelotones en sus asaltos y sintiendo la adrenalina y el espanto en carne propia. 
A esto me refiero con inmersiva. 
Los periodistas y la cámara (con nosotros los espectadores), avanzan muy pegados a los soldados en sus acciones y el magistral diseño de sonido hace el resto. Los disparos a bocajarro y las explosiones logran estremecerte en la butaca. Te sientes intimidado. 



La película sigue a un grupo de periodistas encabezados por los veteranos Lee Smith (Kirsten Dunst) y Joel (Wagner Moura) que recorren el frente de combate entre Nueva York y Washington. Se les ha unido la novata Jessie (Cailee Spaeny) y juntos pretenden documentar la caída de la Casa Blanca e intentar conseguir una última entrevista con el presidente.

El contexto sociopolítico está perfilado en dos brochazos. Estamos en 2077, escasea el agua y hay campos de refugiados. El presidente está en su tercer mandato (en EEUU sólo pueden aspirar a dos), ha disuelto el FBI y ha autorizado el ataque contra civiles con aviones no tripulados. Pero todo esto lo conocemos sólo por referencias. La película se centra en ofrecer un dantesco espectáculo de guerra y en el trabajo de los periodistas para documentarlo: escuadrones de la muerte, fosas comunes, ciudades incendiadas, ataques suicidas contra multitudes que esperan su ración de agua...

Garland mantiene un perfecto equilibrio entre los dos niveles narrativos, el del colapso social y el más íntimo, donde la protagonista muestra su fragilidad. Quizás la mirada amarga de Lee es el mejor resumen de esta incendiaria película. Todo esto se podía haber evitado.


La estructura itinerante del relato permite al director mostrar distintos episodios a cual más perturbador. Destacaré dos.

En un momento dado los periodistas llegan a un pueblo donde están desperdigados los restos de una feria navideña en medio del verano. El paisaje es un disparate y en ese momento reciben el disparo de un francotirador desde una casa cercana. Todo parece irreal. Al protegerse detrás de un camión encuentran allí a una pareja de francotiradores a los que preguntan de qué bando son. La respuesta refleja todo el absurdo y la brutal simpleza de la guerra: "Hay un tío en esa casa que quiere matarnos y nosotros queremos matarlo a él".

La otra escena es ya muy conocida. Los periodistas se cruzan con unos milicianos de los muchos que hay por los pueblos haciendo la guerra por su cuenta. Tienen abierta una fosa común donde están echando cadáveres. Su líder (un siniestro Jesse Plemons) lleva unas gafas de sol de color rojo brillante y con el fusil entre las manos pregunta a cada uno de ellos: "¿Qué clase de estadounidense eres?". Para disparar a bocajarro si no has nacido en la tierra del sueño americano. La escena es espeluznante y creo que su elevadísima graduación de patriotería y xenofobia tiene ecos de hoy mismo en muchas partes.
 




Cifro la fuerte tensión que se respira en la película en dos asuntos. Mostrar los horrores de la guerra de una forma contundente y homenajear a los reporteros de guerra. El cine tiene un gran historial con ellos. Sin sus documentos estaríamos ciegos ante la maquinación política y la barbarie. Tras su primera experiencia con un hombre a punto de asesinar a dos cautivos ya torturados, Jessie se cuestiona lo que están haciendo y Lee le recuerda que su trabajo no es hacerse preguntas o involucrarse: "Tomamos fotografías para que otros puedan hacerse esas preguntas". Y ahí entramos nosotros, los espectadores.

Porque Civil War funciona como un buen reportaje periodístico. las fotografías en blanco y negro que se congelan mientras las está haciendo Jeesi nos recuerdan a las ya vistas de Bosnia, Libia o Gaza. Así que nos muestra el horror para luego dejarnos sacar nuestras propias conclusiones.

También hay un homenaje implícito en el nombre de la protagonista. Lee Smith es un claro homenaje a la famosa reportera Lee Miller, que dejó de ser modelo en N. York y artista en París para acompañar a las tropas aliadas en la segunda Guerra Mundial. Fue la primera fotoperiodista en entrar junto a los soldados en el campo de exterminio de Dachau  y enviar sus fotos a la revista Vogue. Lo que vio la impresionó de tal modo que añadió una nota: "Os ruego que me creáis. Esto es cierto". 

Aunque también aparece plasmada esa zona moral de color grisáceo en la que a veces se mueve los periodistas de guerra. Joel llega a reconocer que asistir a los combates se la pone dura; aunque la escena más sobrecogedora le muestra bromeando con un soldado mientras tras él fusilan directamente a varios rehenes y Jessie los fotografía. Garland introduce innumerables contrastes en su película y sobre estas imágenes monta la alegre canción de De La Soul, "Say No Go": para ilustrar la desconexión emocional del grupo ante el asesinato.


'Civil War' es una experiencia cinematográfica muy convincente que, además, te reconcilia con las salas de cine. No creo que se aprecie igual en otros formatos, sea tv o tablet. En la sala se percibe nítidamente que la acción es emocionante, las imágenes poderosas, el sonido apabullante y la música genial, ejerciendo un comentario irónico. 

Garland nos envía esta cinta como Lee Smith enviaba sus fotografías, como una advertencia de lo espeluznante que es la guerra y los demonios que libera.  







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Alex Garland es el guionista de 28 días después o Nunca me abandones. Ha dirigido y guionizado las películas Ex-machina, Aniquilación y la hipnótica serie de ciencia ficción Devs.

lunes, 10 de junio de 2019

CINE de CORRESPONSALES de GUERRA




Tras el visionado de la estupenda Un día más con vida, sobre la experiencia del periodista polaco Ryszard Kapuscinski en el conflicto de Angola, me vienen a la memoria algunas buenas películas sobre "corresponsales de guerra", de tal modo que casi se podría definir todo un subgénero que las agrupase. A estas alturas ya hay unas cuantas y nada desdeñables. El esquema es de sobra conocido: periodistas implicados que acaban tomando partido, amores en tiempos convulsos, triángulos imposibles, debates éticos y críticas nada complacientes con el papel de las potencias en remotos rincones del planeta asolados por la miseria y la injusticia.

"La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad". Buena frase para estos tiempos de fake news, pero pronunciada hace más de cien años por el senador estadounidense Hiram Johnson, durante la Primera Guerra Mundial en 1917. También durante la Segunda Winston Churchill tuvo que recordarnos que "en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras". El periodista levanta acta de los hechos, pero muchas veces el dolor por la injusticia, el amor o sus propias creencias le obligan a involucrarse y tomar partido.


Este tipo de películas nos relatan la experiencia de unos reporteros que se juegan el físico para dar testimonio del horror. Ellos mismos sometidos al violento vaivén de la adrenalina y la supervivencia mientras la barbarie les hace cuestionarse sus propios valores y hasta el código deontológico del buen periodista.

El año que vivimos peligrosamente (1982), de Peter Weir.

Un título verdaderamente maravilloso para una película que evoca una Yakarta en llamas por la guerra civil que en 1965 derrocó al presidente Sukarno. Siendo éste el líder de la independencia del país (1945-49), acabó convirtiéndolo en una dictadura. El general Suharto suplantó al ya debilitado Sukarno y con la ayuda de EEUU implantó un nuevo orden autoritario que duró tres décadas y cuyas señas más evidentes fueron la corrupción y la represión violenta de cualquier oposición política. 
Pero esto cuenta poco en una película que vemos a través de un fotógrafo local, Billy Kwan (Linda Hunt), que evoca el misterio y exotismo de la remota Indonesia. Hasta allí se llega el corresponsal novato Guy Hamilton (Mel Gibson), para tropezarse con la CIA y la manipulación mediática, mientras contempla cómo el país se hunde en la miseria ante la indiferencia general. Allí conocerá a Jill Bryant (Sigourney Weaver), de la embajada inglesa, con la que tendrá un embriagador romance. 
Figura del "wajang"

El director comienza la película mostrándonos el juego de sombras del "wajang", un teatro ritual de Indonesia donde se cuenta la historia de amor entre el príncipe Arjuan y la princesa Srikandi, manejados ambos por el enano Semar, disfraz que esconde al dios Ismaja. Estos trazos sigue la película. El fotógrafo Billy Kwan es un enano idealista cuya ambigüedad sexual y melancolía lo convierten en un taimado demiurgo capaz de manejar los hilos del príncipe periodista y de la princesa. Tradiciones y revolución con el exótico oriente como telón de fondo de una muy sugerente historia de amor.



Bajo el fuego 
(1982, Under Fire))
de Roger Spottiswoode.

La acción se centra en los últimos días del régimen de Somoza, en 1979. La historia es ficticia, pero está inspirada en hechos reales. Tres periodistas americanos van a Nicaragua, donde la guerrilla sandinista amenaza con derrocar al dictador Somoza, a pesar de contar con la ayuda de la CIA.

Los periodistas comprueban sobre el terreno de qué modo los intereses geopolíticos pueden provocar la tragedia en toda una nación. Uno de los personajes que se te quedan en la retina es el amoral mercenario interpretado por un gran Ed Harris: todo es susceptible de negocio si hay una potencia que paga. 
El fotógrafo Russell Price (Nick Nolte), la reportera de radio Claire (Joanna Cassidy) y el periodista al que presta su rostro Gene Hackman tomarán partido al comprobar la crueldad con que el ejército masacra a la población civil. Hay un momento clave en la película cuando la guerrilla sandinista le pide a Price que "resucite", mediante su habilidad con la cámara, a uno de sus líderes recientemente muerto en una refriega con el ejército. 
Aunque no profundiza demasiado en el conflicto, el relato está contado con pasión y cuenta con un excelente reparto del que sólo falta citar al gran Jean-Louis Trintignant.


Missing, (1982) 
de Costa Gavras

Realmente el joven Charles no es periodista, sino escritor, pero el hecho de que dispusiese de información y que por su posible comunicación fuera detenido, me hace incluir esta película en este apartado de reporteros: en el sentido de testigos que narran los hechos y sufren sus consecuencias.
Charles es un joven escritor estadounidense que desaparece durante el golpe de estado de Pinochet en Chile. El film está basado en la novela de Tomas Hauser "La ejecución de Charles Horman" y Costa-Gavras recibió el Oscar al mejor guión adaptado.
Aunque el guion es fiel al libro, la película se desmarca por su intriga y un montaje realmente dinámico. Una de las grandes ideas de la narración es el uso del bloc de notas del periodista, parte integral de la narración, cuyas palabras guían a los personajes. Apoyada en estos datos, la cinta nos ofrece de forma desnuda una serie de hechos contrastados. Costa-Gavras ilustra el mecanismo de la desaparición basándose en el expediente que publicara el abogado de la víctima. El relato sigue la trayectoria del padre, hombre creyente y defensor del orden establecido, que acude a buscar a su hijo. La película se alimenta del contraste entre las denuncias de la mujer progresista de Charles y las reticencias conservadoras del padre. Siendo él un hombre influyente, cuyos privilegios forman parte de lo que Estados Unidos decía defender en Latinoamérica, sus encontronazos con el embajador norteamericano y la realidad harán evolucionar sus sentimientos y valores patrióticos. En una desgarradora escena se le caerán los últimos velos: Está en el despacho del embajador norteamericano y, harto de sus dilaciones y medias verdades, se da cuenta de que los jardines de la embajada están vacíos. Todo lo contrario que en otras embajadas llenas de refugiados. En ese momento se da cuenta de que su país es parte activa de la infamia.
   -Por eso no hay nadie refugiado en nuestra embajada.
   -No podemos tenerlo todo: o nuestros intereses, o nuestros ideales.
     Si entran en conflicto, hay que poner los intereses en primer lugar.
El comediante Jack Lemmon, elección personal de Costa-Gavras, sorprendió a todos con una honda interpretación dramática.



Los gritos del silencio,  
(1984, The Killing Fields)

de Roland Joffé.

La acción nos lleva a la guerra en Camboya cuando en 1975 EEUU es empujado a retirarse y llegan a la capital los jemeres rojos.

Sidney (Sam Waterston) es un periodista del New York Times que logra sus primicias gracias a la ayuda de un valeroso intérprete local, Pram (Haing S. Ngor), con un gran olfato para la noticia. 
Al caer el gobierno camboyano y retirarse los EE.UU. toda la familia de Pran emigra a Norteamérica excepto él, que decide quedarse con el periodista para seguir ayudándole. Sin embargo los jemeres rojos confinan en una embajada a todos los periodistas extranjeros y después organizan su expulsión. Sin salvoconducto Pran es detectado y obligado a permanecer en un país que está ejecutando a maestros, médicos y abogados. El nuevo régimen abomina de la modernidad y la democracia y quiere convertir el país en un "paraíso" agrícola y analfabeto.
Ya en Washington, Sidney recibe el premio Pulitzer por su reportaje y, en su discurso, arremete sin ambages contra la política de su país en Camboya. Mientras tanto Pram es condenado a trabajos forzados en un campo de reeducación ("aquí únicamente sobreviven los mudos") hasta que, jugándose la vida, logra huir a través de campos inundados de cadáveres y contar los asesinatos que perpetra el régimen para lograr una sociedad homogénea, obediente y campesina. Tensión, thriller y alegato se junta en esta estupenda película.



Salvador (1986).
El director Oliver Stone,
nos lleva hasta una de las más sangrientas guerras civiles que asoló centroamérica en los años ochenta. Salvador es una película muy militante y muy crítica con el gobierno de Ronald Reagan, siendo éste aún presidente de los EEUU en el momento del estreno.
Richard Boyle fue un reportero norteamericano que trabajó en El Salvador y que ya estaba curtido en Guatemala, Chile, Camboya o Líbano; pero la  conmoción que experimentó al ser testigo de la brutal represión que ejerció la dictadura militar respaldada por unos execrables EEUU, lo impulsó a tomar partido y comprometerse con un pueblo oprimido. Más todavía cuando las circunstancias le ponen en la tesitura de rescatar a su novia salvadoreña y a los hijos de ésta.
Boyle (interpretado por un gran James Woods) y su amigo Doctor Rock (James Belushi) son testigos del terror que siembran con absoluta impunidad los Manos Blancas, paramilitares de extrema derecha, contra los campesinos revolucionarios hartos del caciquismo. También  presencia el asesinato de Monseñor Romero en San Salvador y el de cuatro religiosas estadounidenses provenientes de Nicaragua, entre ellas su amiga Cathy Moore (Cynthia Gibb). "Les ordeno en nombre de Dios que paren la represión", había pedido Monseñor Romero a los militares en una de sus homilías. "La Iglesia no hace suya la causa, pero la Iglesia comprende la reacción de los grupos populares porque no tienen cauces de expresión", declaraba con ocasión de las ocupaciones de templos para protestar por las injusticias sociales en un país que estaba en manos de una oligarquía de catorce familias.

Territorio comanche (1997)
de Gerardo Herrero

Escrito entre agosto de 1993 y febrero de 1994, el libro de Pérez-Reverte es un homenaje a uno de los mejores cámaras de guerra del mundo, José Luis Márquez, trabajador de TVE con quien coincidió en sus reportajes sobre el terreno durante la guerra de los Balcanes.

A través de los personajes de la novela Reverte rinde homenaje a los grandes reporteros y ajusta cuentas con los que considera simples domingueros de guerra.

Precisamente el cámara resumió su papel en una entrevista: "Te tienes que concienciar, y esto lo consigues a lo largo de la vida, que tú vas a hacer una misión. No vas ni de bombero, ni de Cruz Roja: la misión es la de ir e informar de lo que pasa allí".

En el libro, Pérez-Reverte hace un retrato del reportero de guerra:
"Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando".

La película está basada en esta novela y narra la historia de Laura (Cecilia Dopazo), una periodista con muy pocos escrúpulos que viaja a Sarajevo durante el brutal cerco al que se vio sometida la ciudad durante la guerra de Bosnia. Laura cree que con sus crónicas sobre el asedio logrará ascender en su carrera. Allí conoce a Mikel (Imanol Arias), un reportero experimentado de vuelta de todo y con firmes convicciones, y a José (Carmelo Gómez), su cámara. Los escarceos amorosos de los tres no aliviarán las atrocidades de la guerra. Laura completará un auténtico viaje en el que el espanto de las bombas y los francotiradores le hará cambiar de mentalidad.
La producción abrió un campo -el bélico- muy poco frecuentado por el cine español, pero resultó un tanto anodina. Los actores salvan algo esta película sin alma y sin el espíritu del libro.



Welcome to Sarajevo (1997)
de
Michael Winterbotton


Estamos ante una historia real que nos traslada al comienzo del asedio de Sarajevo, en 1992, en la que el director nos sumerge sin rodeos en el pandemónium de una ciudad bajo el fuego. Sarajevo fue una gloriosa ciudad donde convivieron en paz diversas culturas; pero en este momento los vecinos se matan sin piedad entre ellos. La hermosa anfitriona de los Juegos Olímpicos de Invierno y joya cultural de los Balcanes, está siendo atacada por grupos serbios deseosos de revertir la independencia de Bosnia. El guión está basado en el libro '' La historia de Natasha '' de Michael Nicholson y recoge su propia experiencia en Sarajevo.
Lo primero que hay que decir es que la película logra trasladarnos con verosimilitud un escenario de inmediatez y peligro. Nos sumerge en una atmósfera volátil donde la muerte es posible en cualquier momento. El director quiso reflejar desde dentro la barbarie de la guerra y por eso rodó en la misma ciudad, llena de escombros, en 1996, justo después de entrar en vigor un alto el fuego. También mezcla con habilidad imágenes reales de guerra con las suyas de ficción. Este es uno de los mejores valores de la película, meternos en medio de la guerra. Otro es ilustrar esos pequeños detalles que delatan dolorosos contrastes: como la diferente vida que llevan los corresponsales y los que viven allí con su desgarro y miseria.
El protagonista es el corresponsal Michael Henderson (Stephen Dillane, sí el que luego sería Stannis Baratheon en Game of Thrones), curtido en mil conflictos y con una impronta cínica. Para él y su colega y amigo Flynn (Woody Harrelson) la guerra puede ser un buen entretenimiento; pero la situación en que se verá involucrado hará surgir en él un verdadero coraje bajo el fuego. Un orfanato ha sido abandonado a su suerte por las autoridades. La inocencia de los niños y la tragedia que se cierne sobre ellos apelará a lo más profundo de su ser y se jugará la vida por rescatar a la joven Emira (interpretada con una entereza impresionante por Emira Nusevic, ella misma niña de la guerra).

Las flores de Harrison (2.000)
de Elie Chouraqui


La guerra de los Balcanes, en pleno centro de Europa, fuego algo como que la guerra llega a las puertas de tu civilizada casa.
Harrison es un famoso corresponsal de guerra ansioso de cambiar de vida y dedicarse a su pasión por las flores. Pero su semanario todavía la pide un esfuerzo más, un reportaje sobre la guerra en Yugoslavia. Una vez allí desaparece y se le da por muerto. Su mujer (Andie McDowell) se niega a creerlo y decide ir ella misma a buscarlo hasta Croacia. Una vez allí se ve en medio de la guerra más atroz y cruel que quepa imaginarse, la de la limpieza étnica.
Chouraqui divide la película en dos partes bien diferenciadas. La primera ambientada en América, con la vida familiar y la posterior incertidumbre por la desaparición. Cuando el drama parecía no ir a ninguna parte, de pronto la cinta cae de golpe en medio de una guerra cuya reconstrucción sobrecoge por su realismo. El director no tiene compasión a la hora de mostrar escenas de brutal violencia, con una fascinante puesta en escena cuyo realismo es capaz de helar la sangre al espectador. La toma de Vukovar hace que te recorra un escalofrío. "Es un baño de sangre. Matan a todo lo que se mueve", dice uno de los periodistas que protagonizan el filme.
Un veterano corresponsal en los Balcanes dijo sobre esta película: "El que la ha rodado sabe de verdad lo que es la guerra". 
Uno de los muchos aciertos de este film, es la verosimilitud de la narración. Para lograrlo, Chouraqui diseña la historia central como un flash-back, que va tomando vida a partir de las declaraciones de los diversos reporteros, testigos directos de las aventuras de Harrison y Sarah. Las distintas entrevistas van centrando la narración, ofreciendo datos sobre las penalidades de los periodistas y su punto de vista.  
Un momento de sabiduría narrativa se aprecia en la escena en que la protagonista entra en la redacción del periódico y va descubriendo a su paso que la guerra la ha cambiado para siempre.



En Tierra de Nadie, (2001)
de Danis Tanovic.

Aunque no es el personaje principal, la prensa hace acto de presencia en este enrevesado esperpento que coloca a la insensatez bélica ante sus propias contradicciones.
1.993. Conflicto de Bosnia-Herzegovina. La película es un enorme grito de desesperación y de lucidez que se produce en un pequeño escenario. Dos soldados, unos bosnio y otro serbio, quedan atrapados en una trinchera aislada entre ambos ejércitos.
La obcecación ideológica y la intolerancia dejarán paso a la más elemental supervivencia que los obligará a afrontar la situación mancomunados. La película se desprende enseguida de banderas para afrontar desnudo el simple drama de la coexistencia. Un nuevo elemento se añade a la ecuación cuando descubren que un tercer soldado está sentado sobre una mina antipersonal, la cual explotará en cuanto deje de comprimirla. 

Al inicio de la convivencia se reproducen los enfrentamientos y desconfianzas. De hecho las armas (el poder) va cambiando de manos alternativamente y esto hace que cada uno pueda entender la situación del otro. ¿Quién es el prisionero de quién? ¿Son los dos prisioneros?. Y es entonces, con una convivencia que se va asentando, cuando aparecen los medios de comunicación y los soldados de la ONU que los devuelven a su rol de simples contendientes. Los medios buscan la exclusiva, su propio alimento; la ONU está más pendiente de la normativa. A nadie importan los soldados en cuya ayuda han acudido. El juego se descubre adulterado por todo un cúmulo de intereses que convierten la situación en rocambolesca. La situación es una encrucijada y se convierte en un contundente alegato contra la insensatez bélica. Un drama estrictamente personal que se llega a convertir en una poderosa metáfora. 
El agobiante plano final resume de modo magistral toda la película.


El americano tranquilo (1958)
de J.L. Mankiewicz
El americano impasible (2002)
de Philip Noyce

Ambas películas se basan en la novela homónima de Graham Green y la acción nos lleva a los inciertos momentos del relevo del dominio francés en Vietnam por el de EEUU.  Estamos en Saigón, 1952, Thomas Fowler es un viejo corresponsal británico, un tanto cínico y pesimista, que mantiene una historia de amor con Phuong, una joven de la sociedad tradicional sudvietnamita; pero la llegada de un joven norteamericano, Alden Pyle (Bredan Fraser), enturbiará las relaciones de la pareja y también la situación política, puesto que es un agente encubierto de la CIA. Su tapadera es un programa de ayuda médica y para conocer mejor las necesidades del pueblo vietnamita nada mejor que entrar en contacto con alguien experimentado. Pyle se hace amigo de Fowler (Michael Caine) y pronto se sentirá atraído por su joven e interesada amante vietnamita.
La película muestra con meridiana claridad cómo la CIA colaboró en la perpetración de matanzas colectivas y sangrientos atentados terroristas, que eran después falsamente atribuidos a los comunistas, para poder justificar así la intervención militar. La película de Noyce sigue más que su predecesora el carácter de la novela, muy crítica con el colonialismo y la intervención de las grandes potencias. A Mankiewicz sin embargo no le gustaba ese tinte antiamericano de la novela y se centró en el triángulo amoroso dejando la situación sociopolítica demasiado al fondo. Su película peca de "teatral" pero hay que apuntar una secuencia inicial clásica en la que aparece un cadáver sobre el río al que sigue un largo flashback para articular el film. 
Greene trabajó como corresponsal en Vietnam a comienzos de los años cincuenta, y muchos de los personajes e incidentes de la novela son destilados directos de sus experiencias. Escribió: "Tal vez haya más reportaje directo en El americano impasible que en cualquier otra novela que haya escrito". La versión de Noyce recoge este espíritu y profundiza más en el contexto en que tiene lugar el triángulo amoroso, citando con claridad meridiana las operaciones de la CIA para desestabilizar el país. 
Ni que decir tiene que Caine borda su papel, aportando al personaje un muy necesario poso amargo y cínico.
Cuando apareció la novela en EEUU enfureció a buena parte del público norteamericano. Del mismo modo, el estreno la película se retrasó en medio mundo debido a los atentados del 11-S.


Verónica Guerin (2003)
de Joel Schumacher
¿Una periodista en Irlanda a finales del siglo XX es una periodista de guerra? Sí, cuando toda una sociedad está asediada por los clanes de la droga e impera la ley del silencio. Fue asesinada por investigar e informar.

Verónica Guerin (1958–1996) fue una periodista galardonada con el premio a la Libertad de Prensa en 1995 por perseguir a los mafiosos de Dublín incluso sabiendo que su vida corría en peligro. 

Un año después de recibir el premio, fue asesinada a tiros en su automóvil mientras esperaba en un semáforo. Irónicamente, Verónica tenía programada una conferencia dos días después en Londres, en el Foro de la Libertad, titulada 'Morir para contar una historia: Periodistas en riesgo'.

En más de 30 años de violencia sectaria en Irlanda del Norte, ningún periodista había sido asesinado. Su muerte golpeó los cimientos de la nación y desencadenó la investigación criminal más grande jamás vista en Irlanda.
A pesar de que su carrera sólo duró seis años, sigue siendo una de las periodistas más reconocidas de Irlanda. Verónica usó su experiencia en los negocios para investigar los asuntos financieros de los personajes más sombríos de Dublín. Era famoso su tesón. A menudo perseguía una historia durante semanas e iba directamente a los criminales en lugar de confiar en la información policial. Las estrictas leyes de Irlanda sobre la difamación hacen ilegal que los periodistas identifiquen a los malhechores por su nombre, por lo que Verónica acuñó coloridos seudónimos para los criminales de los que informó: "El Monje", "El Entrenador", "El Pingüino", etc.
En enero de 1995 un hombre le disparó en un muslo en la misma puerta de su casa. Verónica salió del hospital con muletas y fue a visitar a todos los jefes delincuentes que conocía, para hacerles saber que no estaba intimidada. Ella dijo: “Prometo que los ojos de la justicia y los ojos de esta periodista no se volverán a cerrar. Ninguna mano puede disuadirme de mi batalla por la verdad ”. 
En septiembre de 1995, Veronica visitó al ex convicto John Gilligan en su granja de caballos. Le preguntó sobre su lujoso estilo de vida cuando no tenía declarado trabajo alguno. Gilligan abrió su camisa en busca de un micrófono oculto y la golpeó. Más tarde la llamó y amenazó con violarla y matar a su hijo si ella persistía en publicar una historia sobre él.
En diciembre de 1995, Verónica Guerin ganó el prestigioso Premio Internacional a la Libertad de Prensa. El 26 de junio de 1996 detuvo su Opel rojo en un semáforo cerca de Clondalkin, Dublín, e hizo una llamada a un amigo. Dos hombres en una motocicleta se detuvieron y uno de ellos le disparó cinco veces. Murió casi instantáneamente. El 4 de julio, la nación honró su vida en un momento de silencio con las personas en autobuses, trenes y en la calle de pie, en silencio, presentando sus respetos. 
Lamentablemente la película, dirigida por Joel Schumacher, no está a la altura de una historia tan jugosa. Es un telefilm carente de fuerza y personalidad a pesar de una esforzada Cate Blanchet.


La sombra del cazador (2.007)
(The hunting party)
de Richad Shepard


La película narra la historia de tres periodistas que se adentran en los lugares más recónditos de Bosnia para intentar entrevistar, y de paso entregar a las autoridades, al criminal de guerra más buscado del país, apodado El Zorro.
Por supuesto encontrarán todo tipo de impedimentos en una tierra encerrada en el silencio.
El reportero de televisión Simon Hunt (Richard Gere) y el cámara Duck (Terrence Howard) han trabajado en la zonas de guerra más candentes del mundo: Bosnia, Irak, Somalia o El Salvador. Juntos han esquivado balas, redactado grandes reportajes y acumulado premios. Pero un fatídico día, durante un emisión en directo, Simon se derrumba y posteriormente desaparece.
Cinco años más tarde, Duck regresa a Sarajevo con el novato Benjamin (Jesse Eisenberg) para cubrir el quinto aniversario del final de la guerra. Simon aparece como un fantasma del pasado y convence a Duck de que sabe dónde está escondido el criminal de guerra más buscado de Bosnia, “El Zorro”, una clara alusión a Radovan Karadzic. A pesar de estar desprestigiado Simon logra embarcar a sus colegas en una misión muy delicada en territorio hostil.
El desenfado y humor con que se relacionan los periodistas choca un poco con el contexto de peligro donde se están metiendo. La película resulta ser un híbrido de acción, suspense y comedia, con alguna crítica a las grandes emisoras de televisión; pero lo cierto es que no termina de explotar todas las posibilidades de la historia. 



La corresponsal (2019)
(A private war),

de Matthew Heineman

Estrenada hace sólo un par de semanas, la película relata los últimos 10 años de esta neoyorquina como reportera del The Sunday Times de Londres. Marie Colvin fue corresponsal en Kosovo, Chechenia y en el sitio de Homs, en Siria. Entre sus hitos está el de ser la primera periodista extranjera en acceder a las regiones tamil de Sri Lanka y la primera reportera occidental en entrevistar a Gadafi (el dictador llegó a enamorarse de ella) después de que EEUU bombardeara su casa. Fue famosa por sus maneras firmes y directas y también por el parche "pirata" que lucía sobre un ojo que perdió siguiendo los combates de la guerrilla tamil. Los éxitos y el reconocimiento no la apartaron de su pasión por escribir sobre las vidas de la gente corriente atrapada en las zonas bélicas. Ella los llamaba "la humanidad in extremis". Contaba con el respeto general por su valentía y humildad; pero, sin embargo, su personalidad era caótica y autodestructiva: "Odio estar en zona de guerra, pero me veo obligada a verlo por mí misma". 
Era adicta a la adrenalina de guerra, alcohólica y fumadora empedernida. Como cualquier combatiente ("Has visto más guerras que muchos soldados", le dice su compañero), Marie sufría horribles pesadillas producto del estrés post-traumático. Pero siempre supo sobreponerse y retornar a los cam­pos de bata­lla. Estaba firmemente decidida a entre­vis­tar a civi­les y sol­da­dos en medio de la refriega. "¿Por qué el mundo no está aquí?", se preguntaba repetidamente en los conflictos más mortales y muchas veces ignorados por la opinión pública. 
La actuación de Rosamund Pike es excelente y su composición ayuda a que el relato sea apasionante siguiendo sus intrépidos pasos. La película de Heineman se abre y se cierra en Homs, la asediada ciudad siria que Colvin describió memorablemente como "una ciudad fantasma, haciendo eco con el sonido de los bombardeos y el fuego de francotiradores". 
En el asedio se cortaron los suministros y la atención médica a los aterrorizados civiles. Esta es la denuncia de Colvin, la guerra como escenario del horror y la inhumanidad. El film refleja tanto la violencia de la guerra como el daño físico y moral que inflige a seres inocentes. 
El director construye el relato en dos vertientes; por un lado retrata el viaje a los infiernos que son los combates y por otro lado pone el foco en las luchas de la reportera con sus propios demonios. Al final, elevándose la cámara sobre los escombros todavía la escuchamos decir: "Me importó lo suficiente como para ir a estos lugares y escribir, de alguna manera, algo que haría que a alguien más le importara". 


Enviado Especial (1941)
de Alfred Hitchcock

Un trabajo pensado (y ahí está ese speech final con el que concluye) para que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial en ayuda de una Gran Bretaña bajo los bombardeos alemanes. Un reportero algo vivales (Joel MacCrea) se verá inmerso en una frenética trama de espionaje, atentados, asesinos a sueldo y conspiraciones nazis. La posterior ‘Sabotaje’ (la USA) prorroga este tono. 
La película contiene, aunque de forma breve, una de las más afiladas y atinadas caricaturas del corresponsal en el extranjero. 
Johnny Jones (Joel McCrea), un reportero encallecido en el oximorónico (por ser a la vez vil y glorioso) trabajo de patear las calles, confraternizar con policías y pisotear los charcos de corrupción que abundan en cualquier ciudad, es enviado a Europa por un importante diario estadounidense para averiguar si, como parece, estallará una guerra, la que nosotros conocemos hoy como Segunda Guerra Mundial.
Jones tiene problemas con los idiomas, lo ignora todo sobre el mosaico europeo y tiende a meter la pata. Enseguida se echa novia y se introduce en una intriga fenomenal. Es, digamos, un enviado especial con talento y con suerte. No se pierdan cómo transmite, hacia el final de la película, los datos sobre el fenomenal enredo que ha descubierto jugándose la vida. No se pierdan tampoco al corresponsal del periódico en Londres, encargado de acoger y más o menos orientar al recién llegado. 
Dudo que Hitchcock tuviera un gran conocimiento sobre los recovecos de la prensa. Sin embargo, clava la caricatura del corresponsal. El tipo o tipa a quien el periódico paga para vivir en otro país y contar lo que ocurre en él tiende a hacer exactamente lo que hace el personaje de la película. Cada vez que le llaman desde la redacción para proponerle un tema responde que no. "No, eso no es importante". "No, eso ya lo hemos contado". "No, imposible porque tengo una cena con un político". En resumen, no. Sólo dice sí cuando la llamada tiene que ver con apuestas. 
En la vida real, los corresponsales no funcionan así. Porque ya no les dejan o, más simplemente, porque la mayoría de los diarios no pueden permitirse ya una red de corresponsales por el mundo. Les aseguro, en todo caso, que los mecanismos mentales del corresponsal veterano (yo lo fui en otra vida) propenden de forma inexorable hacia el no. 
La intriga que propone Hitchcock en Enviado especial carece por completo de verosimilitud. Se filmó en 1941, o sea, no hacía ninguna falta enviar a alguien a Londres para husmear si habría guerra. La había, y terrorífica. Lo que el cineasta británico pretendía era jugar con la ansiedad estadounidense ante la posibilidad de entrar en esa guerra (el ataque japonés a Pearl Harbour no ocurrió hasta finales de ese año, 1941) y para terciar en el debate entre intervencionistas y aislacionistas. Hitchcock, como británico, tenía muy claro que Estados Unidos debía implicarse. Sepan que la escena final se añadió a última hora, cuando Londres había empezado a sufrir los bombardeos alemanes. 
Alfred Hitchcock acababa de llegar a Hollywood. Filmó dos películas de un tirón, Rebeca y Enviado especial. Las dos acumularon candidaturas a los premios Óscar, y finalmente fue Rebeca la que se llevó las estatuillas. Enviado especial parecía poca cosa. No lo es. Un thriller con rasgos humorísticos filmado por Hitchcock constituye forzosamente un bocado apetitoso. 
Déjenme volver al asunto de los corresponsales y los enviados especiales. El enviado especial tiene el tiempo contado, viaja con una misión concreta y puede quemar sus fuentes informativas. Todo le está permitido con tal de que vuelva a casa con una buena historia. Funciona como un sprinter, alguien que sólo ha de esforzarse en correr al máximo durante cien metros. El corresponsal, en cambio, corre una maratón. Su fuente de hoy seguirá sirviéndole el año próximo y, por tanto, ha de cuidarla. Aborda todo tipo de temas. Ha de pensar en el largo plazo. Cómo todo eso desemboca en el no telefónico y en la afición a las apuestas forma parte de los entresijos más íntimos de este oficio puñetero y no debe ser revelado a la ligera en un artículo como éste.
Extractos tomados del comentario de mi admirado Enric González en El Mundo


Sucedió en China (1938)
(Too hot to handle)
de Jack Conway

Comedia artesanal y modélica dentro del esquema "chico conoce chica", con un Clark Gable convertido en intrépido reportero que trabaja en Shangai escribiendo crónicas sobre la guerra Chino-Japonesa en los años 30. Allí conoce a la piloto Alma Harding (Mirna Loy), una admiradora de Amelia Earheart.
Clark Gable y Myrna Loy se conocen, se enamoran, se pelean, se separan y se acaban reencontrando en esta trepidante aventura en la que Gable es un audaz reportero de guerra sin muchos escrúpulos. En la cinta le podemos ver "montando" una foto con la maqueta de un avión japonés y un niño llorando en primer plano. Aunque también le vemos escribiendo sus crónicas, dictándolas por radio o cogiendo una cámara y saliendo de la avioneta para filmar agarrado a una de las alas. Qué tío.
La película tiene de todo: amor, comedia, aventuras, exaltación de la amistad, diálogos picantes y una leve crítica respecto a los abusos del periodismo.


Objetivo Birmania (1945)
(Objetive, Burma!)
de Raoul Walsh


He aquí un clásico sobre el que no pasa el tiempo y siempre se vuelve a ver con el placer del gran cine. Durante la Segunda Guerra Mundial, un pelotón se lanza en paracaídas tras las líneas japonesas, sobre la jungla de Birmania. Se trata de una misión relámpago para destruir una estación de radar enemiga y así favorecer la inminente invasión que cambiará el rumbo de la guerra en el Pacífico.
La película se realizó en plena Segunda Guerra Mundial —se estrenó justo cuando los americanos tomaron Iwo Jima— y forma parte del grupo de cintas rodadas con evidentes intenciones propagandísticas. Pero gracias a Walsh la cinta no sólo trasciende este papel patriotero, sino que se eleva sobre el puro entretenimiento para llegar hasta el valor de lo épico.
Esta vertiente propagandística precisamente se hace notar en una escena en que el pelotón descubre a un oficial que ha sido torturado y el reportero de guerra que los acompaña suelta un discurso simple y maniqueo sobre la necesidad de eliminar a los japoneses. No está aquí muy lúcido el reportero interpretado por Henry Hull, pero esto y el dibujo de trazo grueso con los diabólicos japoneses es un pequeño peaje para disfrutar de una gran película.
Por cierto que en esa escena Walsh nunca enfoca el cadáver, sólo sus piernas, que sobresalen a través de una puerta. El espanto de la tortura nos lo traslada con el rostro horrorizado de un Errol Flynn en uno de sus mejores papeles, serio y carismático.
Cuando parecería que todo se circunscribe a la misión, ésta es resuelta (la estación es destruida) y la película se convierte en un relato sobre la resistencia humana en un entorno selvático y claustrofóbico. La recogida falla porque la selva hierve de patrullas japonesas buscándolos. El camino hasta un nuevo punto de extracción será toda una odisea tensa y agobiante.
Objetivo: Birmania logra que te veas asfixiado por la selva, el calor y los mosquitos; pero se rodó en las marismas de Orange County (California) y, algunas escenas en el Jardín Botánico de Los Ángeles. La habilidad de Walsh y el tratamiento del fotógrafo James Wong Howe logra la hazaña.

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Acabaré esta entrada con un reportero muy sui generis, imagen perfecta (aunque sea exagerada) de una profesión volcánica, a veces temeraria, donde se mezcla el amor al riesgo con la adrenalina y la pasión por informar. O simplemente con el deseo de estar donde crees que debes estar.



En Apocalypse Now (1979, F. Ford Coppola), cuando el capitán Willard llega por fin al corazón de las tinieblas, donde tiene su guarida el comandante Kurtz, se encuentra con un periodista enloquecido por las drogas y la jerga filosófica, interpretado por Dennis Hopper. Como un perrillo faldero husmea alrededor de un ser que para él es legendario: "Ese hombre tiene la mente lúcida pero el alma loca", le espeta a Willard.


El personaje del reportero fue creado por Coppola sobre el terreno, no estaba en el guión inicial; pero en cambio es una llave magnífica para abrir el desenlace. Su jerga sólo da pistas a Willard de la necesidad del sacrificio ritual. En cambio cuando quiere dar cuenta de lo que ocurre, es incapaz. Se ha vuelto loco. No tiene las claves para interpretar el horror que le rodea, sólo parlotea, y por eso Kurtz le suelta una patada.
En una película que nos muestra en todo su apogeo el delirio bélico ("No hay nada como el olor del napalm por la mañana") hasta sus relatores pueden caer víctimas de la locura que intentan relatar.