lunes, 18 de julio de 2022

EL CREPUSCULO de LOS DIOSES - de Richard Garnett



Hace muchos años que leí este libro y guardaba de él una sensación de excesiva ligereza. Me parecía que tratándose de un erudito tan contrastado como Garnett y manejando materiales narrativos tan legendarios como el imperio de Constantinopla, el mito de Prometeo o la presencia de Buda y el Lao-Tsé de la dinastía Tang, los asuntos y personajes pecaban de pedestres y los remates carecían de sorpresa alguna. Aquellas historias que expurgaban los más profundos anaqueles de la famosa Sala de Lectura del Museo Británico (de la que Garnett fue encargado toda su vida) no me provocaron ninguna fascinación.
Ah. Sin duda lo leí demasiado joven, buscando una expedita fantasía.
Por lo que sea fui ajeno a la insuperable ironía y mordacidad que destilan sus páginas.

Vuelvo a su lectura lustros después y vuelvo a encontrar una erudición sin límites que me lleva a recorrer épocas remotas de la Historia, pero con el punzante añadido de una sátira tan contemporánea y escéptica que no cabe más que tildar la lectura como "amena y deliciosa". Ya sabéis lo que esto significa, cuando el autor denota una gran imaginación y profundidad de conocimientos pero no deja que estorben al texto, pues sazona sus narraciones con el sano escepticismo de quien conoce las constantes derrotas que sufrimos los mortales.



Encuentro dos líneas de fuerza que animan estos relatos. La caída de los dioses y burla de toda religión organizada por un lado y las inquinas en torno al poder y la política por otro. Aunque todos ellos comparten el fuego del escarnio hacia la estupidez humana. 

La primera línea la comparten relatos como El crepúsculo de los dioses, Abadalá el Adista,  Ananda, hacedor de milagros, El oráculo mudo, La campana de San Eusquemón, El Demonio Papa y El Obispo Addo y el Obispo Gaddo. El eremita Paquimio, en El poeta de Pannópolis, perdió la oportunidad de ser obispo por soberbia, rematando el autor su historia del siguiente modo: "la mayor parte de la vida que le restaba la pasó en tratos con el diablo, por cuyo motivo fue canonizado a su muerte".

La segunda línea es más variada y feliz porque zahiere males como la avaricia, la traición, la hipocresía y el deseo enfermizo de poder. La comparten relatos tan satíricos como El escanciador, La Poción de Lao-Tsé, La cabeza purpúrea, El duque Virgilio o La ciudad de los Filósofos; junto a relatos tan clásicos como La Doncella ponzoñosa o El elixir de la vida, sin olvidar el vodevil en que se ve mezclado el mismísimo diablo en Madame Lucifer. No cabe duda de que este párrafo de El Escanciador, que relata los tejemanejes del ministro de Constantinopla caído en desgracia y retirado en un monasterio, parece escrito para cualquier época incluida la nuestra:
"Allí el palaciego expulsado se entretenía en la preparación de venenos, recurso que suelen apelar los estadistas depuestos. Cuando un ministro cae en desgracia en nuestros días, se dedica a envenenar la opinión pública, para lo cual incita a los sectores populares contra las clases privilegiadas y alienta cada rescoldo latente de sedición que pueda hallar, en la certeza de que la conflagración así estimulada no dejará de freír sus vituallas, aunque consuma el edificio íntegro del estado". pág.127




La acrimonia del autor lanza sus puyas contra todo tipo de religiones por lo que es habitual en estos cuentos ver a obispos, oráculos y todo tipo de eremitas y apóstoles salir escaldados. Así ocurre en La campana de San Eusquemón cuando los tres santos a los que están dedicadas tres campanas milagrosas entablan una agria disputa por saber cual es la única y verdadera campana causante del milagro. O en la historia del obispo Gaddo que es defenestrado por el obispo Addo y tiene que huir a tierras moriscas. Allí se convierte al islam por amor a una mujer, a la sabiduría y la belleza, en oposición a la hipócrita ortodoxia romana. E incluso el desenlace pondrá en sus manos el destino del avaricioso Addo. 

También los discípulos de Buda, Lao-Tsé y algún santo ermitaño son absorbidos por los mundanales torbellinos que los llevan a traicionar sus sagradas enseñanzas. De ahí que el anciano ermitaño Sergio, morador del desierto de Arabia en Abdalá el Adista, le advierta a su discípulo antes de partir a predicar.
—¡Ve, entonces —respondió Sergio—, y que las bendiciones del cielo te acompañen! Retorna al cabo de diez años, si acaso todavía estoy vivo por entonces; y si puedes declarar que no has fraguado escrituras sagradas, y no has obrado milagros, y no has perseguido infieles, y no has adulado a potentados y no has sobornado a nadie con promesas de este mundo o del otro, en tal caso prometo que te daré en recompensa la piedra filosofal.
Por su parte cuando Prometeo ha vencido por fin a los dioses (en El Crepúsculo de los Dioses) y baja de la montaña liberado, lo que se encuentra es una feroz caterva de cristianos, con su obispo a la cabeza, instaurando ferozmente sus novedosos dogmas, herejías y torturas. El cristianismo se convirtió en la religión hegemónica durante el siglo IV y el infeliz Prometeo, tras vencer a los dioses paganos, tiene que huir de estos nuevos profetas del deseo y la avaricia.
"Prometeo entregando el fuego a los hombres" - H. Fueger, 1817

Personajes como Prometeo, Eubúlides —en El Oráculo mudo— o Ananda, discípulo de un Buda que le exige que predique sin hacer milagros; nos orientan sobre la inclinación preferida por Richard Garnett: Centrarse en "servir a la humanidad" más que a una curia o doctrina cualquiera. El cándido Eubúlides es nombrado hierofante del oráculo de Dorileo, pero no conoce su tramoya y por eso el oráculo permanece mudo hasta que una vieja bruja se presenta ante él para revelarle la ignominiosa verdad: 
—¿Puede existir algo más vergonzoso en un dignatario religioso que su ignorancia acerca de la naturaleza misma de la religión? ¿No saber que el término, traducido al lenguaje de la verdad, significa el engaño que los pocos sabios ejercen sobre los muchos ignorantes, para beneficio de unos y otros pero más particularmente de los primeros?
El humilde y fervoroso Eubúlides abandona entonces Dorileo y se dedica a recorrer el mundo buscando purificación. Cuando tiempo después vuelve al monasterio es el propio Apolo quien lo recibe para premiar su integridad, pero no con la adjudicación del oráculo, sino con una misión más genuina: 
Tú, Eubúlides, consagra tu capacidad a realizar una tarea más importante que el servicio de Apolo, a emprender una labor que perdure cuando su culto ya no sea recordado ni en Delfos ni en Delos.
—¿En qué consiste esa labor, Febo? —preguntó Eubúlides.
—En servir a la humanidad, hijo mío —respondió Apolo.
También Prometeo, cuando desciende de la montaña, se encuentra con la pagana Elenko, de la que ha de aprender todo ahora que vuelve a ser mortal. Ocasión que aprovecha el autor para ensalzar a los hombres frente a los dioses.
"Elenko tenía mucho más para enseñar a Prometeo que lo que ella pudo aprender de éste. ¡Qué insustancial resultaba la historia de los dioses en comparación con lo que era posible referir acerca de la historia de los hombres! ¿Eran éstos acaso los seres que había conocido como «hormigas en los sombríos recintos de las cavernas, instalados en profundos orificios de la tierra, ignorantes de los signos propios de las estaciones», a los que había dado el fuego y a quienes había enseñado a perpetuar la palabra y a utilizar el número, en beneficio de los que «unció el caballo al carro e inventó el vehículo del navegante, batido por las olas e impulsado con alas de lino»?. Y ahora, ¡qué miserables resultaban los dioses en comparación con esa progenie que había sido tan indigente! ¿Qué deidad podía morir por el Olimpo, como Leónidas por Grecia? ¿Cuál de ellas, a semejanza de Ifigenia, podía permanecer durante años junto al melancólico mar, fiel en su corazón al hermano ausente? ¿Cuál de ellas podía elevar a sus congéneres tan cerca de la fuente de toda divinidad como Sócrates y Platón lo hicieron con los hombres? ¿Cuál de los dioses podía hacer un retrato de sí mismo comparable al que Fidias realizó de Atenea? ¿Hubieran podido las musas hablar por sí mismas el lenguaje que les confirió Safo? Prometeo se sentía muy complacido al observar su propia superioridad moral con respecto a Zeus, tan elocuentemente subrayada por Esquilo, y le encantaba criticar los sentimientos que los otros poetas habían puesto en boca de los dioses." pág. 42



De este modo, con un ingenio sarcástico y una crueldad deliciosamente implacable, el apacible erudito victoriano hace desfilar por sus páginas a dioses caídos y diablos engañados, obispos avariciosos y monarcas despóticos, filósofos engreídos y poetas vanidosos, así como herejes, conspiradores y pérfidos hechiceros tropezando en todo tipo de ultrajes y agravios a mayor gloria de su propio escarnio. 

En La ciudad de los filósofos vemos cundir la charlatanería y el desprecio por la ciencia y la sabiduría. En El demonio papa el cabildeo del mundo cardenalicio llega a cotas pocas veces superadas, logrando enredar en sus intrigas al mismísimo Lucifer de tal modo que, cuando logra escapar, en vez de castigarlos dice: "Conviene más a mis intereses que permanezcan donde están". Hay una serie de relatos de corte clásico como La doncella ponzoñosa que revela una venganza postergada o El fruto de la laboriosidad, donde se narran los paradójicos destinos de tres hijos que con sus distintas destrezas se lanzan al mundo en busca de fortuna. También poseen un tono clásico El Escanciador, un delicioso complot en sede palaciega o La cabeza purpúrea, que recuerda un poco a Las mil y una noches con esos dos exploradores, uno de Oriente y otro de Occidente, perdidos en el tiempo y el espacio a la búsqueda del auténtico y maravilloso tinte.

Se puede decir que el objeto de estos relatos es revelar la avaricia y estupidez humana a través de historias donde la mentira, la traición, la venganza y la vileza campan a sus anchas; utilizando eso sí, una erudición profunda, discreta y fidedigna, tal y como anota T. E. Lawrence en el Prólogo. 

Emparentados con las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, y con Historia universal de la infamia, de J. L. Borges, estas historias recrean motivos y escenarios históricos provenientes del mundo antiguo (Constantinopla, China, Arabia o la Grecia clásica) al que el autor nos traslada evocadoramente desde la primera frase:
"En China, durante la dinastía Tang..."

"Un anciano ermitaño llamado Sergio vivía en el desierto de Arabia, consagrado por entero a la religión y a la alquimia..."

"En tiempos del rey Átalo, antes de que los oráculos hubieran perdido su autoridad, en la ciudad de Dorileo, en Frigia, existió uno que disfrutaba de peculiar reputación, inspirado por Apolo, según se creía..."





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Mi edición es la de Siruela de 2002. Posteriormente, en 2016, la editorial Valdemar publicó una edición más completa que incluye las 12 historias añadidas para la edición de 1888, El Crepúsculo de los dioses y otras fantasías históricas. Además incorpora las ilustraciones originales de Henry Keen, algunas de las cuales ilustran esta entrada. 

Richard Garnett (1835-1906) sucedió a su padre como encargado de la biblioteca del Museo Británico, institución en la que prácticamente transcurrió el resto de su vida. Además de su ingente actividad erudita Garnett fue un infatigable escritor y un gran traductor del griego, alemán, italiano, español y portugués. Publicó varios volúmenes de poesía, redactó numerosos artículos para la Encyclopædia Britannica, prologó innumerables ediciones de clásicos ingleses y europeos, compuso una History of Italian Literature y escribió una serie de biografías de hombres de letras como Milton, Carlyle, William Blake. Pero su obra más perdurable es, sin duda, El crepúsculo de los dioses, publicada en 1880 y muy elogiada por gente tan dispar como Swinburne o H. G. Wells.

lunes, 4 de julio de 2022

UN HOMBRE MUERTO - de Ngaio Marsh



Un hombre muerto (A man lay dead, 1934) es un clásico de la edad de oro de la ficción detectivesca sobre el todavía más clásico misterio de un asesinato en una mansión de la campiña inglesa durante el típico week-end. Para añadirle una pizca de picante a este cluedo netamente inglés, cabe decir que Ngaio Marsh fue una conspicua escritora... neozelandesa de novelas de crimen y misterio que rivalizaba con las mismísimas Agatha Christie y Margery Allingham. A lo largo del libro no hay ningún indicio de su tierra de origen ya que tanto el escenario como los personajes, incluida una multitud de criadas, así como las relaciones que entre ellos mantienen exhiben un color estrictamente británico.

Nigel Bathgate es un periodista que asiste con su primo Charles Rankin a su primera fiesta en la casa de campo Frantock. Ha oído decir que sir Hubert Handesley es un inmejorable anfitrión que mantiene la tradición de que todos sus invitados participen en el Juego del Asesino. 
—Se trata de lo siguiente —empezó sir Hubert cuando Vassily hubo terminado de servir el combinado. Todos ustedes conocen ya el juego del crimen. Una persona es elegida como criminal sin que los demás jugadores lo sepan. Se separan todos y el criminal elige el momento para hacer sonar un timbre o un gong. Eso simboliza la comisión del crimen. Entonces se reúnen todos otra vez y celebran un juicio haciendo que uno de los jugadores actúe de fiscal y, por medio de numerosos interrogatorios, descubra al «asesino». pág. 20
El hecho es que tras sonar el gong y apagarse las luces, lo que aparece es el auténtico cadáver de uno de los invitados con una extraña daga clavada en el corazón. El juego teatral se acaba de convertir en un crimen del que todos son sospechosos. 

Esta es la primera novela de Ngaio Marsh y sirve de presentación al detective inspector del Scotland Yard, Roderick Alleyn, protagonista de las 32 novelas que escribió. Aunque se trata de la primera aparición del detective éste ya cuenta con todo un bagaje de investigador reputado, culto y minucioso. Se presenta a sí mismo como alguien con muy mala memoria, pero su bloc de notas acabará convertido en un completo dossier con los más mínimos detalles del caso, así como las circunstancias actuales y pasadas de cada uno de los implicados. Alleyn, admirador confeso de Sherlock Holmes, tendrá en Nigel Bathgate a su Watson particular que le ayudará a afinar sus armas para la resolución del caso.  
—¿Imagina usted…? —empezó Nigel.
—No imagino —replicó Alleyn—. Los policías no podemos imaginar.
Alleyn llega a Frantock la mañana siguiente al asesinato y le fastidia descubrir que el cuerpo ya ha sido trasladado. Le gusta inspeccionar las cosas por sí mismo y reconstruir los hechos jugando con los mismos invitados, a los que suele tender celadas. El propio Nigel Bathgate es utilizado por Alleyn en una especie de misión secreta con mensajes y encuentros misteriosos que le hacen dudar de si está colaborando con el inspector o él mismo está siendo investigado.

El elemento teatral está muy presente en la obra ya que Alleyn mantiene la estructura del juego para interrogar a los testigos.
¿Qué hubieran hecho ustedes si el juego hubiera seguido de una manera normal?
Al preguntar esto, Alleyn volvióse hacia Wilde.
—Nos hubiéramos reunido en seguida para celebrar una parodia de juicio —explicó Wilde—. Hubiéramos tenido un juez, un fiscal, y cada uno de nosotros hubiera tenido derecho a interrogar a los testigos. Nuestro objeto hubiera sido encontrar al «asesino», o sea, a aquel de nosotros a quien Vassily le hubiera entregado la placa roja.
—Muchas gracias. Ya comprendo. ¿Han celebrado ya ese juicio?
—¡Por Dios, inspector! —exclamó Nigel—. ¿Por quiénes nos ha tomado usted?
—A uno de nosotros lo considera un asesino —declaró lentamente Rosamund.
—Creo que el juego del crimen debe jugarse hasta el fin —siguió Alleyn—. Propongo que celebremos el juicio tal como se pensaba celebrar."
Este elemento escénico en el que Alleyn reincide en la resolución del caso tiene continuidad en la segunda novela de Marsh, Un Asesino en Escena, donde los mismos protagonistas, Alleyn y Nigel Bathgate acuden al teatro y son testigos del asesinato de uno de los actores. Todo lo cual no es de extrañar ya que el teatro fue otra de las pasiones de Ngaio Marsh, quien obtuvo un merecido reconocimiento por su labor como directora escénica produciendo novedosos montajes de Otelo, Hamlet y Seis personajes en busca de autor.


La novela supone un placentero entretenimiento y se sigue con interés gracias a una lograda ambientación y al atractivo de unas cuantas historias que surgen del pasado de los personajes. A pesar de que su publicación fue hace casi noventa años, en modo alguno resulta anticuada. En la investigación ya están presentes las huellas dactilares y tanto la comprobación de las coartadas como los apuntes psicológicos nos ofrecen una novela meticulosamente construida. 

Además la intriga aumenta cuando sobre el crimen planea "la amenaza rusa". No hay que olvidar que en la década anterior a la publicación de la novela el miedo al comunismo ruso se había extendido por toda Europa. Así nos encontramos con que Vassily, mayordomo de confianza de sir Hubert Handesley durante más de veinte años, de pronto desaparece el mismo día en que se encuentra el cadáver. A lo que hay que sumar la presencia del doctor Foma Tokareff, amigo de Handesley desde sus tiempos de embajador en Petrogrado.
"El lunes pasado interrogué a los ocupantes de esta casa. Primero particularmente y luego en conjunto. Después del «juicio» llevé a cabo un meticuloso examen de la casa. Con ayuda de Bunce reconstruí el crimen. La posición del cadáver, de la daga, de la coctelera, me llevaron a la conclusión de que a Rankin le habían apuñalado por la espalda y desde arriba. No es fácil llegar al corazón mediante una puñalada dada en la espalda. Sin embargo, en ese caso se logró y tanto el doctor Young como yo sospechamos que el asesino tenía algunos conocimientos de anatomía. ¿Quién de los aquí reunidos poseía tales conocimientos? El doctor Tokareff. Su motivo para cometer el crimen quedaba reforzado por el asesinato de Krasinski, a quien mataron sus cómplices por haber profanado la daga sagrada."


Aunque el robo de unas cartas personales y el rastro del cierre metálico de un guante nos ofrecen líneas de investigación muy seductoras, el misterio mejor forjado es el de la extraña daga, herramienta del asesinato, cuya oscura pista nos lleva hasta una antigua sociedad secreta rusa. El propio muerto la había llevado a Frantock para que sir Hubert, reconocido coleccionista de armas y antigüedades, la evaluara. En este sentido seguro que estaremos de acuerdo con lo que escribió P. D. James sobre Ngaio Marsh:

“Los lectores en los años dorados exigían no solo que la víctima fuera asesinada, sino que él o ella fuera, intrigante y extrañamente asesinado… el método de asesinato en una novela de Ngaio Marsh tiende a permanecer en la memoria”.
Ngaio Marsh fue la última en unirse al póker de Reinas del Misterio que rigió durante la Edad de Oro. En 1934, cuando Marsh publicó su primer libro, Un hombre muerto, las otras tres ya estaban en su mejor momento: Agatha Christie publicó ese año Asesinato en el Orient Express, Dorothy L. Sayers Nueve Sastres y Marguery Allingham La muerte de un fantasma.

Ngaio Marsh
En una de las visitas de Marsh a Inglaterra, fue invitada a asistir a la cena mensual del Detection Club en Grosvenor House, la sociedad de escritores de género criminal más antigua del mundo, algunos de cuyos primeros miembros fueron Chesterton o Agatha Christie. Todavía actualmente se reúnen en selectos clubes, y mantienen tétricos rituales de iniciación. Después de aquella cena, el grupo se retiró a un salón para llevar a cabo la ceremonia de juramentación de E.C. Bentley, cuya maestra de ceremonias fue Dorothy Sayers. Las luces se apagaron, la puerta se abrió y Sayers, vestida con su túnica académica y sosteniendo una sola vela, encabezó la procesión hacia la sala. Oculto en su vestido había un revólver. De hecho, todos los miembros portaban un arma. El último miembro de la procesión llevaba una calavera llamada “Eric” sobre un cojín. 
Como se ve lo teatral siempre corre parejo con el misterio y el ritual.