martes, 27 de abril de 2021

SIETE MENTIRAS - de James Lasdun




La historia se centra en un doble impostor, ya que como tal actúa tanto en su vida personal como en su rol social. Y si el territorio en que se mueve es la extinta República Democrática de Alemania, ahíta de escuchas y delaciones, el juego de imposturas se multiplica exponencialmente. Otra cuestión es que el autor no ha profundizado en este corrupto caldo de cultivo social, expuesto sólo en el último cuarto del libro, provocando en el lector una cierta decepción.

Stefan Vogel y su esposa Inge lograron huir de Alemania Oriental pocos años antes de la caída del Muro de Berlín. Ahora, en 2003, viven en el norte del estado de Nueva York con el reconocimiento de quienes pertenecieron a la intelligentsia disidente; pero en el cóctel de una galería de arte una mujer arroja a Stefan un vaso de vino en la cara. Conmocionado por un gesto tan repentino, percibe que el agravio proviene de su pasado, lo que le incita a rememorar sus años de juventud tras el telón de acero. 

En los siguientes capítulos Stefan nos narrará sus años de formación en el Berlín Oriental de los 70 y sus anhelos de amor y libertad unidos a la fantasía de vivir en Estados Unidos. El hecho de que su padre fuera un diplomático que realizaba frecuentes viajes a Nueva York, proporcionaba reconocimiento social a la familia y fomentaba la idea de un traslado permanente. Pero la caída en desgracia del progenitor frustró toda expectativa.
 
Fotograma de "La vida de los otros"












Este infortunio no arredra a su madre que, acostumbrada al éxito social, reinventa a su familia como un centro de arte e intelectualidad invitando a artistas y centrando el foco en los pinitos que Stefan hace en poesía. Con la ayuda del tío Heinrich, oficial de la Policía estatal, reflotan el prestigio social de la familia lo que permite a Stefan subirse a una nueva ola de mentiras. Comienza a frecuentar los círculos bohemios en cafés y teatros destartalados donde abundan artistas disidentes y farsantes varios.
     "-No hay por qué susurrar. Esto es una zona libre, ya te lo he dicho. Todo el mundo está invitado, incluyendo a la bofia. Somos artistas, no activistas. No queremos reformar el sistema. Nos aburre a morir, pero somos demasiado cínicos para intentar cambiarlo.
     Puede que lo que acaba de decir no fuera tan absurdo como parecía, pero la manera de expresarlo lo hacía parecer una declaración oficial de intenciones.
     Pese a todo, esas palabras me tocaron la fibra sensible. Aburrimiento, cinismo.. Me podía identificar con eso..."
pág 124
Sinn und Form es la revista oficial donde por fin publica Stefan, no sin antes entregar su alma al diablo. 
"Vuelta a empezar: otra vez a empujar la rueda, de regreso a mi pequeño infierno hecho de vanagloria, engaño y desesperación. Y si antes el precio había consistido únicamente en unos pocos años de mi madurez, ahora todo parecía indicar que se trataba de vender mi alma." pág. 141
Otra mentira más que le permitirá acercarse a la bella actriz Inge y recogerla en su regazo cuando es abandonada por su amante. Posteriormente Stefan e Inge lograrán acogerse al sistema Freikauf, mediante el que el gobierno de Alemania Occidental compraba visas de salida para los disidentes. "Fui adquirido, según me informó mi tío Heinrich, a cambio de dos camiones de naranjas sevillanas. Mi esposa, que en esos tiempos era una celebridad, salió más cara...". Mentira tras mentira Stefan logrará construirse una cómoda vida y además con la mujer soñada. 

Sibylle Bergemann -"Katharina Thalbach, Ostberlin", 1973

La novela se construye pues como una vuelta hacia atrás que nos invita a recorrer una época bastarda, la misma que retrata la película "La vida de los otros" (Florian Henckel, 2006). Pero el narrador es poco fiable y antes de revelarnos su verdadero papel en aquella sociedad opresiva y deleznable, gasta dos tercios de la novela en sus años de formación. 
No es lo que el lector espera. 
Después de un inicio tan fulgurante, con esa copa de vino haciendo resurgir un sentimiento de culpa, esperamos una confesión en toda regla, no una nueva impostura. Porque aunque el bildungsroman que se marca Lasdun está maravillosamente escrito y no carece de interés, la organización de los materiales narrativos está desequilibrada y resulta un tanto frustrante. Parece como que el narrador hubiese querido poner la tirita (sepan que mi carácter es débil y mi actitud pasiva, que tanto mis padres como la sociedad me empujaron a la impostura) antes de declarar su verdadero papel en aquella época atroz.

La novela se convierte pues en un estudio de personajes centrado, sobre todo, en el carácter de Stefan que es bien particular. El protagonista y narrador tiene ese aire aturdido de quien vive la vida como un préstamo extraño que nunca logra comprender. Tiendo a verlo como una personificación genuina del "síndrome del impostor". Su vida no es algo que él elija, siempre le es sobrevenida. Fue declarado poeta-intelectual por su madre para forjar el nuevo esplendor de la familia, lo que le obligó a expurgar versos de viejos tomos escondidos en el desván. Conoció inopinadamente a Inge pero nunca la conquistó, cayó en sus brazos casi por despecho, al ser abandonada por Menzer, el líder de los disidentes. Cuando llega a EEUU la pátina de "poeta disidente" le bastó para ser contratado por la revista que editaba una ricachona snob.
"Recuerdo esa extrañeza onírica que me embargó al ser tratado como si la posibilidad de que fuera un distinguido Hombre de Letras y un genuino disidente político se considerase un hecho establecido e incontrovertible." pág 167









Resulta paradójico, y quizás ahí radique el interés de la novela, ver cómo las mentiras se acumulan, mientras Stefan va medrando impunemente, cuando se trata de un tipo parado y despreciable.
"Yo era quien había creado esta existencia extraña y convulsa, del mismo modo que una criatura marina fabrica el caparazón que le conviene. El rasgo definitorio de este particular caparazón -sigamos con la analogía- resultó ser el progresivo estrangulamiento de su inquilino. Cuando conseguí quitármelo de encima, ya estaba más muerto que vivo." pág .69
Stefan tiene un carácter eminentemente sumiso y conformista. Siempre tiende a "esperar lo peor", pero cuando le ocurre un agravio (desde el bullying que sufrió en el colegio hasta la copa que le derraman en Nueva York, pasando por los abusos que sufrió por el conserje-vigilante del edificio) lo siente como un déjà vu, una sensación de que el daño infligido ya estaba hecho con anterioridad. Como que ya estaba amortizado.
"Lo que conservo más vívidamente que los detalles concretos, que ya me resultaban familiares a esa edad, es la sensación de que el daño que se me estaba haciendo ya había sido infligido, de forma misteriosa, con anterioridad. Ya había sucedido. Puede que no de manera literal, pero sí de un modo que hacía de esa manifestación suya poco más que una especie de documento jeroglífico de un acontecimiento anterior y más relevante; de la misma manera, pongamos por caso, que una formación rocosa en concreto, hecha visible por un corrimiento de tierras, documenta un seísmo que tuvo lugar hace milenios en las placas tectónicas de la tierra." pág. 68.
Sólo al final tendrá que tomar una terrible decisión para que su expediente de delator no vea la luz. La caída del muro de Berlín y la reunificación de las dos Alemanias abrió los archivos de la temida Stasi y muchos alemanes quedaron estupefactos al comprobar la cantidad de amigos y familiares que en realidad eran informantes del Organismo de Seguridad; el cual se estima que llegó a tener más de doscientos mil confidentes en nómina, lo que facilitó el éxito de la represión.

Archivos de la Stasi


Lamentablemente todo esto sólo ocupa unas pocas líneas en una novela que tiene sus mejores páginas en la llegada a EEUU ("Las dos caras de la moneda me fascinaban: la ruina y el glamour..." pags. 156 y ss.); aunque yo prefiero las de introspección de este personaje tan despreciable como alérgico a la acción.
"Por eso la gente había empezado a apartarse de mí, cosa que se me antojaba de lo más natural. Recuerdo que cada vez que me atacaban, ya fuera de manera física o verbal, una parte de mí se situaba con firmeza junto a mis agresores. Si me hubiera sido posible dividirme en dos, probablemente habría participado en los ataques contra mi persona.
Ya había experimentado los efectos paralizantes de esa antagonismo durante la semifinal de los doscientos metros. Lo que me sucedió durante los siguientes años, mientras el curso de mi impopularidad seguía avanzando, fue esencialmente una versión corregida y aumentada de esa experiencia.
Un profundo letargo se adueñó de mi espíritu. Mi mente se fue nublando y mi cuerpo experimentaba un sopor permanente. Empecé a ver las exigencia de mi vida como distancias insalvables que había que recorrer, cosa que no lograría jamás dado que me había convertido en un ser extraordinariamente lento, con lo que más valía ni intentarlo. En casa, pasaba las horas tumbado en la cama. Me gustaría decir que me convertí en un tipo sesudo y autoexigente, que leía sin parar, que lo leía "todo", pero lo verdad es que me pasaba la mayor parte del tiempo mirando al techo. Si desarrollé algún tipo de conocimiento, fue el que incumbe a la vagancia. Conservo de ese período la sensación de una misteriosa relación entre las habitaciones y el tiempo. Llegado a cierto nivel de inmovilidad, uno olvida la ostensible función de una habitación -servir de refugio o de área sellada para llevar a cabo en ella una determinada actividad- y empieza a experimentarla en su más pura naturaleza, la de un barco que te transporta a través del océano del tiempo. Cuanto menos me movía, más evidente me resultaba esa función. A veces me parecía que casi notaba debajo de mí la oscilación y el balanceo de ese invisible elemento, lo cual constituía una sensación extrañamente placentera: la sensación del contacto al desnudo con un poder superior capaz de aniquilarlo todo y dispuesto a ello. Me dije que sólo necesitaba yacer ahí y dejarme llevar por cualquier vejación que me acechara para desmoronarme y convertirme en polvo. Que el hecho de que yo mismo formara parte de este Apocalipsis a cámara lenta no era más que un pequeño valor añadido. "
págs. 79-80


sábado, 24 de abril de 2021

DISCURSO en LA OFICINA de OBJETOS PERDIDOS - de Wislawa Szymborska

























    Perdí unas pocas diosas camino del sur al norte,
    también muchos dioses camino de este a oeste.
    Un par de estrellas se apagaron para siempre, ábrete, oh cielo.
    Una isla, otra se me perdió en el mar.
    Ni siquiera sé dónde dejé mis garras,
    quién anda con mi piel,
    quién habita mi caparazón.
    Mis parientes se extinguieron cuando repté a tierra,
    y sólo algún pequeño hueso dentro de mí celebra el aniversario.
    He saltado fuera de mi piel, desparramado vértebras y piernas,
    dejado mis sentidos muchas, muchas veces.
    Hace tiempo que he guiñado mi tercer ojo a eso,
    chasqueado mis aletas, encogido mis ramas.
    Está perdido, se ha ido, está esparcido a los cuatro vientos.
    Me sorprendo de cuán poco queda de mí:
    un ser individual, por el momento del género humano,
    que ayer simplemente perdió un paraguas en un tranvía.





                                                                                                 Wislawa Szymborska


sábado, 17 de abril de 2021

30 MONEDAS - creada por Alex de la Iglesia



Alex de la Iglesia es uno de mis cineastas predilectos. Sus temas iconoclastas, su potencia visual y ese híbrido de terror y esperpento que practica me atrae sin remedio. Sus protagonistas entre histriónicos y neuróticos no dejan indiferente a nadie. Otro asunto es que sus obras plenamente redondas sean menos que las más irregulares donde conviven su enorme talento con tropiezos en el desarrollo. Lamentablemente aquí vuelve a ocurrir. Una serie llena de ideas y secuencias formidables se ve mellada por personajes y subtramas que te abocan a puntos muertos.

Pero a pesar de ello De la Iglesia nos ha regalado un producto ambicioso e irreverente para disfrutar a tope, mezclando de forma desatada su estilo y su mundo con algunos de los mejores tropos de lo fantástico: el diablo, la brujería, los dobles, los sacrificios sangrientos, los poseídos, la lucha entre el Bien y el Mal y la malignidad de la niebla o los espantapájaros de origen sobrenatural. Todo ello sin olvidar el paso entre dimensiones a través de un espejo. Desde la misma cabecera De la Iglesia deja patente su audacia e intenciones. Una crucifixión de Cristo brutal e irreverente rodada con total maestría a través de viñetas hiperrealistas donde vemos a unos diabólicos romanos y a un Jesús que, en medio de la tortura, se gira hacia Judas riéndose de su destino como traidor. Y todo ello bañado por una saeta postmoderna obra de un Roque Baños antológico. 


Manuel Vergara (Eduard Fernández) es un párroco especializado en exorcismos que ha sido exiliado desde Roma al pueblo segoviano de Pedraza. Allí intenta recomponer su vida tras muchas experiencias traumáticas enfrentándose al Mal y el remordimiento por la muerte de un joven durante un exorcismo. Como único vestigio de esa lucha obra en su poder una de las 30 monedas con que se pagó a Judas su tradición. Este será el objeto sobre el que girará toda una conspiración global que recorrerá Roma, París, Nueva York, Jerusalén y Ginebra. 

Comienza la serie de forma potentísima con un señor recorriendo las calles de Ginebra hasta la sede del banco BPH. Allí dispara a todo el que se le interpone sin inmutarse por los disparos que recibe. Una vez en la cámara revienta una caja de seguridad para hacerse con una moneda. A la salida le recoge un lujoso coche con un extraño cura que guarda la moneda. Después viene la intro y a continuación nos encontramos en Pedraza donde, en una noche de lluvia y relámpagos, la veterinaria local asiste al parto de una vaca que inexplicablemente alumbra ¡un niño!. No va más.

Este hecho extraordinario reúne a la veterinaria Elena (Megan Montaner) con el alcalde Paco (Miguel Ángel Silvestre) que consultan el asunto con el nuevo párroco. Los tres se convertirán en el trío protagonista ya que el padre Vergara le regala a Elena una moneda sin aparente valor, lo que hace que sea asaltada por visiones de unos enigmáticos obispos que le exigen entregarla.  


Todo esto se nos presenta en dos capítulos iniciales tan interesantes como dispersos, siendo el tercero en el que la serie implosiona con un montón de ideas fulgurantes y la presentación de los villanos de la serie. Descubren en una casona del pueblo un gigantesco espejo que demuestra ser una puerta interdimensional. Las secuencias en torno a él son espeluznantes y De la Iglesia las ha rodado como sólo él sabe. En el espejo se ve un libro que en la habitación real no existe: El Evangelio de Judas, un texto apócrifo que según cuenta Vergara es el texto de cabecera de los cainitas, donde se afirma que Judas también formaba parte del plan de Cristo.
"Lo llaman el Evangelio de la traición. La idea es muy simple. Dios es todopoderoso ¿de acuerdo? O sea que sabe todo lo que va a ocurrir. Lo sabe y lo consiente porque forma parte de su plan: el Plan Divino. O sea que la traición de Judas también forma parte del Plan. ¡Cristo quiere ser traicionado! Cristo le pide a Judas que le traicione para que la Salvación sea posible. Escúchame, si Judas no le traiciona, Cristo no terminaría en la Cruz y no resucitaría. De hecho...¡Judas es el mayor de los santos porque entrega su alma para que Cristo cumpla con su destino! ¡Judas se sacrifica por él!"


A través del espejo llega un doble maligno del párroco que pretende llevar el caos y la locura al pueblo, convirtiendo a sus habitantes en una horda feroz. Aunque no se abunda en las situaciones de sospecha sobre si es Vergara o su reverso, el director vasco nos deja una de sus perlas de humor negro y casticismo en el sermón de este insidioso cura. 
"La lucha entre el Bien y el Mal. Ahora voy a deciros donde se encuentra el Mal. Desde luego no lo busquéis en el Infierno. El Mal se encuentra a vuestro lado. En el corazón de vuestra propia casa. El mal es ese señor que sale sonriendo en televisión prometiendo solucionar todos vuestros problemas. Unos problemas que en realidad él mismo ha creado. Os engaña. Os miente. Y vosotros le votáis una y otra vez . ¿Por qué?. Por miedo. Dios quiere justicia. Dios quiere que denunciemos a los que nos manipulan con sus palabras a la vez que nos roban lo que es nuestro."
Los capítulos 4 y 5 desarrollan en paralelo la llegada de Vergara a Roma, donde es secuestrado por los cainitas para intentar atraerlo a su causa; mientras que en Pedraza se presenta el marido de la veterinaria, desaparecido de forma misteriosa hace dos años. Sin embargo se trata de una nueva amenaza ya que es un sosias convocado por la bruja del pueblo a partir de un espantapájaros. 

En los cinco primeros episodios se aprecia que De la Iglesia y Guerricaechevarría han optado por desarrollar un arco narrativo individual para cada capítulo, a la vez que se desarrolla la trama principal. De ahí las subtramas que se van sucediendo, la del recién nacido que cuida obsesivamente Carmen (Carmen Machi) hasta convertirse en un monstruo, la de la ouija que celebra una pandilla de jóvenes en la que una de ellas desaparece hechizada por los cainitas o la del doppelgänger del marido de la veterinaria. 



Esta concepción episódica ha permitido a De la Iglesia explorar multitud de temas fantásticos, pero también perder el ritmo con un metraje excesivo dedicado a aspectos costumbristas cuando no directamente chuscos. Los puntos muertos a los que me refería más arriba son precisamente los más castizos y hacen decaer la intensidad de la trama: casi toda la historia de Jesús (Paco Tous), la del ricachón del pueblo y por supuesto la del guardia civil interpretado por Pepón Nieto y sus refuerzos, las dos policías interpretadas por Nuria González y Greta Fernández.  

En cambio los personajes de Carmen Machi y Macarena Gómez sí tienen ese punto vesánico que los hace interesantes. Quizás el problema radique ahí. El gusto por lo costumbrismo y el esperpento del autor vasco necesita estar unido al delirio y la malignidad, como ocurría con el cura de Mirindas Asesinas y con el de El día de la bestia. También en La Comunidad, una inmersión total en el costumbrismo, que hacía aflorar en los vecinos un fondo de perversión. Por contra los vecinos de Pedraza son receptores pasivos del mal. De ahí que Merche (Macarena Gómez), la mujer del alcalde, vaya ganando protagonismo según aumenta su infamia.   

De todos modos la historia es tan potente y la realización tan vigorosa que podemos saltar por encima de estos baches para deleitarnos con escenas memorables. Yo particularmente me quedo con la parte italiana (¡y hablada en italiano!) que es apasionante. Las secuencias del padre Vergara con el cardenal Fabio Santoro (Manolo Solo) son magníficas. No sólo por ese territorio que nos permite visitar los sótanos del Vaticano con sus bibliotecas y archivos secretos, sino por el recorrido de la historia de estos dos curas que se dejan tentar por el conocimiento y poder que representa el diablo.



En este sentido el capítulo cuarto es uno de los mejores al juntar a los dos sacerdotes con el mismísimo diablo -todo un hallazgo el actor Cósimo Fusco- que no por nada se llama Angelo. La conversación cara a cara que tienen los tres en una celda destila una intensidad increíble y el propio Álex de la Iglesia considera que es de lo mejor que ha dirigido nunca, según declara en esta entrevista:
Es una escena que no me puedo permitir hacer en el cine porque dura casi 15 minutos y estoy especialmente orgulloso de ella. Sobre todo cuando Lucifer explica qué ha pasado en la humanidad, que ‘el mal’ luchó y perdió en la batalla primordial tal y como se les había dicho porque era su papel, y que lo único que pedían era “aparecer en los créditos”, que es una frase que me gusta mucho. “Entonces nos escondimos en un lugar del pensamiento de Dios que vosotros llamáis infierno”; eso es de las mejores cosas que hemos escrito. El golpe de suerte llegó con la interpretación de Cósimo Fusco. Teníamos que buscar un individuo que te creas que es el demonio por su manera de mirar, de moverse.
...
Me proponían que llevara unos ropajes destrozados y yo pensé que no, que iría de traje y corbata; si está algo sucio es porque lleva un mes encerrado en una celda. Pero no quiere impresionar a nadie con su apariencia, le dije a Cósimo que no gritara ni levantara la voz en ningún momento porque, joder, eres el fucking demonio, no necesitas hacer nada. Hay un momento en que el tercer cura le reta a librarse de sus cadenas, “¿por qué no me prendes fuego con tu lengua?”, y Lucifer se queda como decepcionado, “¿de verdad quieres eso? ¿No te basta con lo que estoy diciendo y necesitas que pasemos a los efectos especiales?” (risas). Es un momento muy atractivo.
El problema vuelve a estar en la resolución. El enfrentamiento entre Santoro (ya en posesión de las 30 monedas) y Vergara tiene muy poca entidad y resulta precipitado. En la hora de la verdad, las misas negras con hostias oscuras y los cientos de carneros degollados que han convertido Pedraza en un reguero de sangre, no tienen una culminación a su altura. Cuestión que se arregla con un giro final que nos invita a la siguiente temporada.


La serie me resulta audaz y excesiva, por momentos terrorífica y siempre disfrutona con su colección innumerable de referentes fantásticos. Los más evidentes tienen que ver con John Carpenter y películas suyas como ‘El príncipe de las tinieblas’ (1987) En la boca del miedo (1994) o El pueblo de los malditos (1995). 

Me gusta mucho este juego de reliquias y fetiches como símbolos de poder (las monedas, la lanza de Longinos, el evangelio apócrifo) y celebro que el hallazgo narrativo de los cainitas no sea simplemente funcional. 
"La cuestión esencial siempre ha sido la cuestión del Mal. ¿Por qué Dios permite la existencia del Mal?
-¿Por qué?
-Si un hombre no puede elegir entre el Bien y el Mal...es libre.
-Para que seamos libres
-Pero eso significa aceptar el sufrimiento de los inocentes, la pobreza , la injusticia, el crimen ... No es tan fácil ser libre. Sale caro.
-El mal es necesario para que exista el bien
-Pero si el Mal es necesario es como decir que es Bueno. que los que hacen el Mal sólo interpretan su papel dentro del Plan Divino . Sería como decir que es bueno hacer el Mal. Eso es lo que defienden los cainitas."
En el capítulo final se nos informa que Napoleón logró reunir tres monedas, mientras que Hitler se hizo con cinco. Parece que un poder absoluto más grande que la Humanidad es algo obsceno llamado siempre a fracasar. Quizás por eso el cardenal Santoro, una vez investido con las 30 monedas, sufre un impasse que provoca su perdición. 





















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Está claro que De la Iglesia conoce el cuento de Borges, Tres versiones de Judas, incluido en el volumen Ficciones (1944). 
Recordemos que una propone que si "el Verbo había pasado de la eternidad a la historia y de la dicha sin límites a la mutación y la muerte"; correspondería un sacrificio condigno y Judas Iscariote, discípulo del Verbo, se rebajó a delator: "El orden inferior es un espejo del orden superior".

Mientras que en otra un teólogo propone un ilimitado ascetismo. Judas "pensó que la felicidad, como el bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres". De modo que igual que el asceta mortifica la carne, Judas mortificó el espíritu, "eligió aquellas culpas no visitadas por ninguna virtud: el abuso de confianza (Juan 12: 6) y la delación. Obró con gigantesca humildad, se creyó indigno de ser bueno".

La tercera es tan radical como la propuesta cainita: "Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas".

Pero quizás De la Iglesia ha elegido, para desarrollar su serie, la versión que se recoge en la nota final del relato, aquella que dice:

"Erfjord, en el tercer apéndice de la Christelige Dogmatik refuta ese pasaje. Anota que la crucifixión de Dios no ha cesado, porque lo acontecido una sola vez en el tiempo se repite sin tregua en la eternidad. Judas, ahora, sigue cobrando las monedas de plata; sigue besando a Jesucristo; sigue arrojando las monedas de plata en el templo; sigue anudando el lazo de la cuerda en el campo de sangre."


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* Una estupenda entrevista a Alex de la Iglesia donde repasa las mejores escenas.

* Un artículo donde se identifican todas las referencias en 30 monedas.

martes, 13 de abril de 2021

EL SUEÑO - de O. Henry






















Serie NarracionesExtraordinarias







urray soñó un sueño.
La psicología vacila cuando intenta explicar las aventuras de nuestro mayor inmaterial en sus andanzas por la región del sueño, "gemelo de la muerte". Este relato no quiere ser explicativo: se limitará a registrar el sueño de Murray.
Una de las fases más enigmáticas de esa vigilia del sueño, es que acontecimientos que parecen abarcar meses o años, ocurren en minutos o instantes.
Murray aguardaba en su celda de condenado a muerte. Un foco eléctrico en el cielo raso del comedor iluminaba su mesa. En una hoja de papel blanco una hormiga corría de un lado a otro y Murray le bloqueaba el camino con un sobre. La electrocución tendría lugar a las nueve de la noche. Murray sonrió ante la agitación del más sabio de los insectos.
En el pabellón había siete condenados a muerte. Desde que estaba ahí, tres habían sido conducidos: uno, enloquecido y peleando como un lobo en una trampa; otro, no menos loco, ofrendando al cielo una hipócrita devoción; el tercero, un cobarde, se desmayó y tuvieron que amarrarlo a una tabla. Se preguntó cómo responderían por él su corazón, sus piernas y su cara; porque ésta era su noche. Pensó que ya casi serían las nueve.
Del otro lado del corredor, en la celda de enfrente, estaba encerrado Carpani, el siciliano que había matado a su novia y a los dos agentes que fueron a arrestarlo. Muchas veces, de celda a celda, habían jugado a las damas, gritando cada uno la jugada a su contrincante invisible.
La gran voz retumbante, de indestructible calidad musical, llamó:
—Y, señor Murray, ¿Cómo se siente? ¿Bien?
—Muy bien, Carpani —dijo Murray serenamente, dejando que la hormiga se posara en el sobre y depositándola con suavidad en el piso de piedra.
—Así me gusta, señor Murray. Hombres como nosotros tenemos que saber morir como hombres. La semana que viene es mi turno. Así me gusta. Recuerde, señor Murray, yo gané la última partida de damas. Quizás volvamos a jugar otra vez.
La estoica broma de Carpani, seguida por una carcajada ensordecedora, más bien alentó a Murray; es verdad que a Carpani le quedaba todavía una semana de vida.
Los encarcelados oyeron el ruido seco de los cerrojos al abrirse la puerta en el extremo del corredor. Tres hombres avanzaron hasta la celda de Murray y la abrieron. Dos eran guardias; el otro era Frank -no, eso era antes- ahora se llamaba el reverendo Francis Winston, amigo y vecino de sus años de miseria.
—Logré que me dejaran reemplazar al capellán de la cárcel —dijo, al estrechar la mano de Murray. En la mano izquierda tenía una pequeña biblia entreabierta.
Murray sonrió levemente y arregló unos libros y una lapicera en la mesa. Hubiera querido hablar, pero no sabía qué decir. Los presos llamaban la Calle del Limbo a este pabellón de veintitrés metros de longitud y nueve de ancho. El guardia habitual de la Calle del Limbo, un hombre inmenso, rudo y bondadoso, sacó del bolsillo un porrón de whisky, y se lo ofreció a Murray diciendo:
—Es costumbre, usted sabe. Todos lo toman para darse ánimo. No hay peligro de que se envicien.
Murray bebió profundamente.
—Así me gusta —dijo el guardia—. Un buen calmante y todo saldrá bien.
Salieron al corredor y los siete condenados lo supieron. La Calle del Limbo es un mundo fuera del mundo y si le falta alguno de los sentidos, lo reemplaza con otro. Todos los condenados sabían que eran casi las nueve, y que Murray iría a su silla a las nueve. Hay también, en las muchas calles del Limbo, una jerarquía del crimen. El hombre que mata abiertamente, en la pasión de la pelea, menosprecia a la rata humana, a la araña y a la serpiente. Por eso sólo tres saludaron abiertamente a Murray cuando se alejó por el corredor, entre los guardias: Carpani y Marvin, que al intentar una evasión habían matado a un guardia, y Bassett, el ladrón que tuvo que matar porque un inspector, en un tren, no quiso levantar las manos. Los otros cuatro guardaban humilde silencio.
Murray se maravillaba de su propia serenidad y casi indiferencia. En el cuarto de las ejecuciones había unos veinte hombres, entre empleados de la cárcel, periodistas y curiosos que...


Nota del Editor
Aquí, en medio de una frase, "El sueño" quedó interrumpido por la muerte del autor O. Henry. Se conoce, sin embargo, el final:

Murray, acusado y convicto del asesinato de su esposa, enfrentaba su destino con inexplicable serenidad. Lo conducen a la silla eléctrica, lo atan. De pronto, la cámara, los espectadores, los preparativos de la ejecución, le parecen irreales. Piensa que es víctima de un error espantoso. ¿Por qué lo han sujetado a esa silla? ¿Qué ha hecho? ¿Qué crimen ha cometido? Se despierta: a su lado están su mujer y su hijo. Comprende que el asesinato, el proceso, la sentencia de muerte, la silla eléctrica, son parte de un sueño. Aún trémulo, besa en la frente a su mujer. En ese momento, lo electrocutan.

La ejecución interrumpe el sueño de Murray.
O. Henry








☙☘☙




Sin duda el relato tiene ecos del magistral "Un suceso en el puente sobre el río Owl" de Ambrose Bierce y de Jorge Luis Borges, en concreto de El Milagro secreto, donde se narra el fusilamiento postergado de Jaromir Hladik "autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un examen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boehme".
Pero el hilo que une a O. Henry y a Borges no llega sólo hasta ahí.
El sueño quedó inacabado por la muerte del autor. La revista Cosmopolitan, que se lo había encargado, lo publicó de un modo diferente a como ha aparecido más arriba (rematado genialmente por Borges y Bioy) y que ha quedado como canónica (al menos en español).

Después del último párrafo que dejaba inconclusa la historia, los editores del Cosmopolitan añadieron lo siguiente, con la misma tipografía y sin señal o advertencia alguna:


Aquí, en mitad de la frase, la mano de la Muerte interrumpió la narración del último cuento de O. Henry. Había planeado hacer una historia diferente de las anteriores, el comienzo de una nueva serie en un estilo que no había intentado antes.
Quiero mostrarle al público que puedo escribir algo nuevo –nuevo para mí, quiero decir–, una historia sin slang alguno, un argumento directo y dramático tratado de tal modo que se acerque a mi idea de lo que es realmente la escritura de un cuento real.
Antes de empezar a escribir este cuento, O. Henry reseñó brevemente cómo pensaba desarrollarlo:
Murray, el criminal acusado de asesinar brutalmente a su mujer –un homicidio provocado por la rabia de los celos–, al comienzo enfrenta la muerte con calma y, visto desde fuera, parece indiferente a su destino. Pero al acercarse a la silla eléctrica se le revuelven los sentimientos. Queda desconcertado, embobado y petrificado. Toda la escena de la muerte –los testigos, los espectadores, los preparativos de la ejecución– le parece irreal. Por su cerebro un pensamiento atraviesa como una llamarada: se ha cometido una equivocación terrible. ¿Por qué lo amarran a esa silla? ¿Qué ha hecho? ¿Qué crimen ha cometido? Mientras le ajustan las amarras tiene una visión. Sueña un sueño. Ve una casita de campo, brillante, llena de luz. Hay una enredadera en flor. Hay una mujer y un niño pequeño. Les habla y, claro, es su mujer, es su hijo. Está en su casa. Así es que, después de todo, hubo realmente una equivocación. Alguien cometió un terrible error. La acusación, el juicio, la sentencia de muerte, la silla eléctrica, todo eso es un sueño. Abraza a su mujer y besa a su hijo. Sí, la felicidad está aquí. Entonces, era un sueño. A la señal del guardia dan la corriente.
Murray había soñado el sueño equivocado.

Arturo Fontaine, investiga y refiere los avatares del cuento, contrastando la versión publicada por Cosmopolitan con la versión libre que realizaron Borges y Bioy, más sobria y más directa, en un artículo publicado en Letras Libres y reproducido en el blog OyeBorges.

El artículo en cuestión es fascinante y tiene algo de borgeano, en el sentido de referirse a un cuento inexistente, pero que alguien leyó. Así Fontaine rastrea un cuento que no recogen muchas Antologías y ediciones de las Obras Completas de O. Henry. Del mismo modo que no aparece en todas la ediciones del famoso volumen "Antología de la Literatura Fantástica", elaborada por Borges, Bioy y Ocampo. Esto me ha llevado a recordar el relato de Borges,   Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, donde Bioy le refiere al narrador una cita sobre Uqbar que sólo aparece en algunas escasas ediciones del volumen XLVI de la Anglo American Cyclopaedia; relato que comienza de este modo tan evocador: "Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar".

O. HENRY, escritor de cuentos

                     


O. Henry fue el seudónimo con el que escribió William Sydney Porter, nacido el 11 de septiembre de 1862 en Greensboro, Carolina del Norte, y muerto en Nueva York, el escenario de muchos de sus cuentos, el 5 de junio de 1910, a los 47 años, minado por el alcoholismo crónico y los problemas económicos. Fue uno de los precursores del «cuento corto» (Short Story) estadounidense junto a Bret Harte y Edgar Allan Poe, dejando escritos unos 600 relatos que en muchas ocasiones escribió presionado por la pura necesidad económica.

Como muchos escritores norteamericanos O. Henry desempeñó múltiples profesiones antes de dedicarse por completo a la literatura. Trabajó como músico (tocaba la guitarra y la mandolina), pastor, delineante en la Oficina General de Tierras de Texas, empleado de banca, dibujante y periodista. A los quince años dejó la escuela para comenzar a trabajar en la droguería de su tío, gracias a lo cual obtuvo su licencia de farmacéutico a los 19 años. En 1882, con 20 años, se mudó a Texas buscando un clima favorable para sus problemas pulmonares. Allí encauzó su vida contrayendo un feliz matrimonio e ingresando como cajero y tenedor de libros en el First National Bank de Austin. En 1895 se muda a Houston, donde comienza a escribir un artículo diario para el Daily Post. 
Sin embargo al año siguiente tuvo que escapar de la justicia, huyendo a Honduras, al descubrirse una malversación de fondos que hizo en el banco. Allí, en un hotel de la ciudad de Trujillo, O. Henry escribió Cabbages and Kings, en el que acuñó el término “república bananera” para calificar al país, expresión que cuajó para referirse a estados inestables y corruptos. Apenas siete meses después regresó a EEUU para estar presente en el lecho de muerte de su esposa. Finalmente es condenado a 5 años de cárcel que son reducidos a poco más de 3 por buena conducta. Mientras estaba en prisión publicó 14 historias bajo distintos seudónimos para conseguir algún dinero con que mantener a su hija. Un amigo los enviaba a los editores para que no supiesen que el autor estaba en la cárcel.

Tras su liberación en 1902 y ya con el seudónimo de O. Henry se traslada a Nueva York. Desde diciembre de 1903 hasta enero de 1906, produjo un relato a la semana para la revista New York Sunday World. Eran narraciones donde exploraba las vidas y anhelos de la gente corriente que habitaba Nueva York. Su obra más conocida, Los cuatro millones, hace referencia al número de habitantes que dicha ciudad tenía a principios del s. XX. Para él cada uno de sus habitantes constituía "una historia digna de ser contada". 

En Nueva York vivió su época más prolífica, allí escribió 381 cuentos. En 1904 publicó su primer libro de relatos Cabbages and Kings, que incluía su famoso relato El cuarto amueblado. En 1906 publicó el que sería considerado su mejor libro de cuentos, The Four Million. En este aparecen sus relatos más conocidos, como El Regalo de los Reyes Magos, Veinte años después, El cuarto del tragaluz, Between Rounds, El policía y el himno y El cuarto amueblado. Más tarde aparecen Heart of the West (1907), The Voice of the City (1908) y Roads of Destiny (1909).

Los cuentos de O. Henry se han hecho justamente famosos por sus finas semblanzas de personajes y ambientes, su estilo directo (que nos refiere hechos insólitos ocurridos a gente común) y su humor paradójico donde no faltan los juegos de palabras; pero sobre todo por su admirable técnica narrativa en los finales. Sus relatos se convirtieron en ejemplo de construcción circular con un remate final sorpresivo y teatral. Jorge Luis Borges, que lo admiraba profundamente, dijo de él: «Edgar Allan Poe sostenía que todo cuento debe redactarse en función de su desenlace; O. Henry exageró esta doctrina y llegó así al trick story, al relato en cuya línea final acecha una sorpresa». 


O. Henry siempre se ganó la vida a duras penas. Se cuenta que cuando murió apenas era dueño de 23 centavos. Escribía acuciado por la necesidad y casi siempre acompañado de la botella tal y como ilustra la anécdota sobre la creación de su cuento más famoso, El regalo de los Reyes Magos. Comprometido para entregar un relato semanal a la revista New York World se estaba retrasando por enésima vez. Dado que el relato siempre iba acompañado por una ilustración, el editor le envió al dibujante para que le resumiera el cuento y así ir adelantando el trabajo. O. Henry no tenía ninguna idea y sí alguna copa de más de modo que para salir del paso se le ocurrió que la ilustración debía representar a dos jóvenes enamorados, sentados en una habitación modesta, ella con una espléndida cabellera, él con un lujoso reloj en las manos.
En tres horas y media, partiendo de esta imagen y con la ayuda de una botella de whisky, escribió El regalo de los Reyes Magos, probablemente el relato que le proporcionó mayor fama, y que ha sido llevado al cine en varias ocasiones.




☙☘☙

domingo, 11 de abril de 2021

LOS FAVORITOS de MIDAS - de Mateo Gil


Mateo Gil ya nos sorprendió gratamente filmando un thriller tan castizo y potente como Nadie conoce a nadie (1999) y -ahí es nada- la continuación del clásico Dos hombres y un destino, con el western crepuscular Blackthorne. Sin destino (2011), interpretado por Eduardo Noriega y el gran Sam Shepard. Ahora nos vuelve a sorprender con la adaptación de un relato tan magistral como clásico de Jack London, The minions of Midas (1901), y lo hace con inteligencia suma, penetrando en su significado y llevándolo incluso más allá. Porque mientras que el cuento acaba con el suicidio del protagonista, maniatado por una conspiración colosal, Mateo Gil se atreve a plantearnos otro tipo de confabulación global que nos ofrece una lectura muy provocadora sobre la sociedad de nuestros días. Un thriller en seis episodios que acumula grandes dosis de intriga y tensión.

La historia transcurre en un Madrid ligeramente distópico, con grandes rascacielos y continuas revueltas sociales en las calles, lo que en los telediarios internacionales aparece como la "revuelta española" (una violenta versión del 15-M). Los disturbios gritan el descontento social y denuncian el capitalismo feroz y la pérdida de derechos y oportunidades. Mientras tanto un empresario de éxito, Victor Genovés (Luis Tosar), es designado para dirigir un imperio empresarial y mediático, el Grupo Malvar, con un agonizante periódico como santo y seña, El Observador, que, a pesar de sus pérdidas, conserva su impronta como referente de independencia y veracidad. 

A las pocas semanas Genovés recibe una misiva con un extraño chantaje: Tiene que pagar 50 millones de euros a los autodenominados 'Favoritos de Midas' o matarán a una persona al azar, en un lugar y fecha previamente señalados. En caso de no pagar añadirán una nueva víctima cada cinco días hasta conseguir su objetivo. Lo que en un principio se toma como una broma, pronto adquiere un carácter trágico. Efectivamente, llegado el momento, una víctima anónima muere a la hora y en el lugar indicados. Una enorme carga moral acaba de precipitarse sobre Genovés. 


La serie aúna una densa intriga y un cierto debate moral: ¿son compatibles la conciencia social y el poder económico?. En principio Genovés es un hombre íntegro que ha accedido al puesto de CEO por expreso deseo del creador de la empresa recientemente fallecido, el cual admiraba su coraje y honestidad. Su primera decisión será si publicar o no un artículo de investigación donde se denuncian los negocios oscuros de un banco español con grupos terroristas. Contra la opinión del Consejo de Administración, Genovés se la juega y lo publica, en aras de la transparencia y la verdad. Consigue con ello un éxito rotundo, saliendo reforzado en su liderazgo. Pero al poco tiempo tiene que enfrentarse a una reprobación de su propio Consejo (el Banco de marras también es accionista del periódico) y a la extorsión de los "Favoritos de Midas".

El ejecutivo vuelve a estar en una encrucijada de lo más compleja, una críptica trama criminal donde contará con la ayuda del inspector Conte (Willy Toledo) y la periodista de investigación en plantilla Mónica Báez (Marta Belmonte), con quien acaba teniendo una relación amorosa. La trama y el desarrollo dramático se apoya en estos personajes muy bien caracterizados y brillantemente interpretados. El inspector Conte se cree la historia del ejecutivo a pesar de la ausencia de pruebas, ya que los crímenes anunciados y ejecutados acaban teniendo la apariencia de accidentes. Por su parte la periodista busca contrarreloj pistas y antecedentes de algo semejante. También aparece episódicamente Mª José "Jose" Alba (Marta Milans), superejecutiva de una multinacional que ofrece a Genovés un acuerdo para absorber su empresa y convertirlo a él en multimillonario... pero dejando caer al periódico comprometido. 
La redacción de El Observador


Estas dos mujeres poseen un gran magnetismo. Cada una representa a los dos ejércitos de esta partida de ajedrez: la periodista despliega toda su integridad y compromiso con la verdad; enfrente Jose representa el poder económico que busca de cualquier modo la máxima rentabilidad. Mientras tanto los asesinatos se van produciendo con una precisión angustiosa, a la vez que el Consejo de Administración se prepara para votar el relevo de un Genovés prisionero de una red abrumadora. ¿Hasta dónde llega su responsabilidad en esas muertes al azar? ¿Parando la primera habrá otras más?

Poco a poco la investigación da sus frutos. Por un lado se insinúa que al predecesor de Genovés lo asesinaron y por eso designó, por sorpresa, a alguien bregado e íntegro. Por otro, Mónica encuentra a un empresario (Carmelo Gómez) que sufrió la misma extorsión, pero eligió pagar y retirarse de los negocios. La indiferencia de la Consejera de Interior por el caso y las amenazas que empieza a recibir Conte, les demuestra a todos que en este juego hasta sus vidas corren peligro.



En el cuento de London (aquí lo puedes leer en traducción de Borges), los Sicarios de Midas son una organización de proletarios intelectuales que ven la extorsión como el arma más eficaz para cambiar un sistema injusto. Mateo Gil y Miguel Barros dan al relato una vuelta de tuerca para presentar el chantaje no de abajo hacia arriba, sino entre los mismos poderosos que vigilan el mantenimiento del statu quo frente a los díscolos. Convierten así su relato en una metáfora sobre el capitalismo global como una poderosísima red de intereses  interconectados capaz de deshacerse de cualquier elemento que atente contra ellos. Como le dice el inspector Conte a un desconcertado Genovés: "¿Y si los favoritos de Midas fueran como un virus de la sociedad que puede contagiar a cualquiera, que se ha extendido por todos los órganos?" En este sentido, serán los favoritos de Midas quienes probarán el talante de Genovés al proveerle de munición (en forma de información privilegiada) para desbaratar la moción y mantenerse como presidente del Grupo Malvar. Lo cual le llevará a plantearse ¿prefiere mecerse en el elíseo de los dioses o luchar contra los elementos?.

Efectivamente, en el relato original el chantajeado elige suicidarse
"No hay sino un camino, en apariencia, como usted sin duda lo habrá descubierto. Pero queremos informarle que aún este único camino le está cerrado. Usted puede morir, pero reconociendo su fracaso. Tome nota de esto: Somos parte y porción de sus posesiones. Con sus millones pasamos a ser sus herederos y cesionarios para siempre. Somos lo inevitable. Somos la culminación de la injusticia industrial y social. Nos volvemos contra la sociedad que nos creó. Somos los fracasos triunfantes, los azotes de una civilización degradada".
Pero Genovés elegirá otra vía y ésta me parece la genialidad de Mateo Gil y Barros. Jack London era un utopista en un mundo mucho más pequeño; mientras que el mundo actual se ha lanzado ciegamente a una globalización aplastante, en la que los estados tienen cada vez menos poder para proteger a sus ciudadanos, cuando no se condena a la miseria (véase el mercado de futuros de los alimentos) a continentes enteros. Por eso me parece una lectura muy actual y solvente. 


Genovés está acostumbrado a luchar (y ganar), por eso cuando está depositando el maletín con los cincuenta millones en el punto acordado, y sospechando una guerra sin fin, encuentra una alternativa más provechosa para él... aunque sea a costa de sacrificar sus principios (y a su propia amante) e iniciar el descenso hacia la corrupción moral. Los dos últimos capítulos nos provocarán una estupefacción suprema, del mismo modo que la imagen final de la serie, con Genovés subiendo ufano a una limusina, nos da una bofetada en pleno rostro.  

Relato y serie comparten una funesta condena. En las educadísimas cartas que los sicarios de Midas envían al protagonista escriben, "somos lo inevitable".

Intensa y compleja. Muy buena.

viernes, 9 de abril de 2021

AMSTERDAM - de Ian McEwan



Después de leer dos grandes obras del mismo autor como Expiación y Niños en el tiempo, me quedo un poco confuso al leer Amsterdam, obra con la que McEwan ganó el Premio Booker de 1998. A pesar del premio me parece una obra menor. Por mucha ironía que destile, que la destila, la encuentro demasiado simple y ligera. El mismo Ian McEwan reconoció en una entrevista que el libro tiene una "trama cómica bastante improbable" y que surgió como una "broma de larga duración". 

Eso sí la novela no aburre en ningún momento y se lee de un tirón. Se apuntan aspectos sobre la eutanasia, el cinismo y soberbia de los poderosos, los problemas de creación del artista y su mercadeo, la ética periodística o la amistad.
Pero son solo apuntes.
McEwan escribe acerado y claro, sin duda; de hecho la obra contiene algún que otro pasaje memorable; pero se puede decir que las partes son superiores al conjunto, el cual queda deslavazado y falto de profundidad. Su truculenta y brusca resolución tampoco ayuda, por más que sea un cierre perfecto para esa "broma".

La narración comienza con el funeral de Molly Lane, una mujer seductora e independiente que ha fallecido a los 46 años tras una larga enfermedad que fue anulando su cuerpo y su mente. La ceremonia reúne a cuatro hombres con los que compartió su vida en algún momento: su último marido, George Lane, un editor millonario y marido celoso que ante la enfermedad de su mujer se convirtió en su implacable cuidador y carcelero. También Julian Garmony, el actual ministro de Asuntos Exteriores y candidato a primer ministro. Frente a ellos se sitúan dos amigos que fueron amantes de Molly cuando todos ellos eran jóvenes e idealistas, el músico Clive Linley y Vernon Halliday, actual director de un importante periódico.

Enseguida la acción se centra en Clive y Vernon, amigos desde los años 60 y amantes de Molly en diferentes periodos de su juventud. Sus puntos de vista se van alternando en el libro y así podemos acercarnos a un retrato que interesa mucho a McEwan, lo que ansiaban ser los jóvenes y utopistas de los 60 y lo que han acabado siendo. Un retrato generacional que no puede sacarte más que una mueca amarga.
"Nadie más la echaba en falta. Miró a su alrededor: muchos de los asistentes tenían más o menos su edad (la de él, la de Molly). Cuán prósperos, cuán influyentes, cómo habían medrado con aquel gobierno que antes habían despreciado durante casi diecisiete años. he ahí a tu generación. Tanta energía, tanta suerte... Alimentados en la posguerra a los pechos del Estado, y luego sostenidos por la inocua, vacilante prosperidad de sus progenitores, se habían hecho hombres y mujeres en el pleno empleo, en las nuevas universidades, en los luminosos libros de bolsillo, en la era augusta del rock and roll, de los ideales realizables. Cuando la escalera se había hundido a su espalda, ellos ya estaban a salvo." pág. 22

Los cuatro implicados con Molly han triunfado en la vida; pero tras un somero análisis de su forma de ser y proceder podemos concluir que son personas ridículas y miserables. El acto que decanta la acción son unas fotos que, tiempo atrás, Molly le hizo al actual ministro vistiendo ropa femenina. El viudo de Molly las encuentra y de forma ladina y cobarde se las vende a Vernon cuyo periódico está teniendo problemas para mantenerse a flote. El escándalo le servirá para aumentar la tirada y las ventas. Mientras tanto Clive permanece aislado en su torre de marfil, componiendo una sinfonía que el gobierno le ha encargado para festejar el cambio de milenio en el 2000. Su abstracción de la realidad llega a tal punto que siendo testigo de un intento de violación no interviene porque le urge ir a escribir unas notas cuya inspiración se le escapaba. El mercadeo del arte y de los principios, la política más ruin y ramplona, las ínfulas elitistas del artista, el egoísmo y endiosamiento más burdo queda retratado de forma inmisericorde a través de los personajes. Como dijo A.S. Byatt en su reseña, "una fábula moral extremadamente inmoral, contada con irónica distancia". 
"-Usted dijo en un discurso que Nelson Mandela merecía ser colgado.
Garmony, que debía visitar Sudáfrica el mes siguiente, sonrió con calma. El discurso en cuestión había sido sacado a la luz recientemente -y de forma bastante insidiosa- por el diario de Vernon.
-No creo que sea razonable ligar a las personas a cosas que dijeron cuando eran unos universitarios exaltados. -Hizo una pausa para reír entre dientes-. Hace casi treinta años. Apuesto a que usted también dijo o pensó cosas horribles en el pasado.
-Sí, por supuesto -dijo Clive-. y me refiero a eso, precisamente. Si se hubiera hecho entonces lo que usted postulaba, hoy no habría muchas posibilidades de cambiar las cosas."
pág. 26
Leo muchas revistas y blogs donde se repiten hasta la saciedad los lugares comunes en torno a McEwan, "análisis mordaz de la naturaleza humana", "su prosa luminosa y precisa es capaz de revelar la cínica moral que sustenta nuestra sociedad". Es cierto, pero también lo es que son lugares comunes cuando se habla del autor. En cambio yo creo que en Amsterdam predomina la ironía. Así se aprecia en el triunfo final e insospechado del celoso viudo, en el auge y ridícula caída del genial Clive o en que el trágico enfrentamiento entre los dos amigos surja de un ridículo malentendido provocado por un acento fonético y un sello barato (pág. 167). También lo vemos en el retrato esperpéntico que se hace de Vernon, un tipo tan anodino que es asaltado por pensamientos de inexistencia.
"Este sentido de "inexistencia" se había ido acrecentando desde la incineración de Molly. Se estaba convirtiendo en algo inherente a él. La noche anterior se había despertado junto a su mujer dormida y había tenido que tocarse la cara para asegurarse de que seguía siendo un ente físico.
Si Vernon hubiera llevado aparte en la cantina a algunos de sus redactores y les hubiera confiado lo que le pasaba, se habría llevado un buen susto ante su falta de sorpresa. Era notorio que era un hombre sin rasgos muy marcados, sin defectos ni virtudes, un hombre que no existía totalmente. Dentro de la profesión Vernon era considerado -y respetado- como un ser esencialmente anodino." pág. 40

McEwan plasma la conducta de los cuatro hombres protagonistas en un momento crítico de sus vidas, lo que hace aflorar la soberbia, el cinismo, la hipocresía y el egocentrismo que los mueve. Mientras George Lane maniobra en la sombra una cruel y sibilina venganza contra los tres examantes de su mujer, Garmony despliega todo el encanto y la hipocresía de un político de derechas. Por su parte Vernon demuestra ser un hombre sin escrúpulos que siente una oscura envidia por Clive, heredero de una enorme casa en Kensington en la que recibe a lo más exquisito de la sociedad (John Lennon y Yoko Ono se alojaron allí una semana y Jimi Hendrix se quedó una noche). A pesar de ser un tipo anodino siente el mordisco de la injusticia que finalmente lo connduce a una venganza camuflada oportunamente por el sentimiento del deber. Sin embargo Clive, muy oportunamente, le enfoca con precisión el debate moral de las fotos del ministro.
"- ¿Cuál es exactamente el crimen de Garmony para que haya que sacarlo a la luz pública?
- Su hipocresía, Clive. Estamos hablando del flagelador, del linchador, del apóstol de los valores familiares, del azote de emigrantes, de quienes piden asilo político, de quienes van vagando de un país a otro, de los marginados...
-Eso no viene a cuento ahora- dijo Clive.
-Por supuesto que viene a cuento. No digas gilipolleces.
-Si está bien ser un travesti, también está bien que un racista sea travesti. Lo que no está bien es ser racista."
pág 87
A pesar de la ligereza y de un final tan chusco, he disfrutado del libro. Los capítulos donde Vernon se enfrenta a la "vieja guardia" de la plantilla por publicar el escándalo es un debate bien actual, donde los medios de comunicación "serios" afrontan el arduo reto de conjugar calidad y rentabilidad, sin caer en el amarillismo.


Me han gustado especialmente los epígrafes donde se relata la huida de Clive desde la ciudad al campo; esas caminatas buscando el sosiego y la inspiración por el Distrito de los Lagos están escritos con un pulso magistral. 
"Sintió, pese a su optimismo, que se apoderaba de él la desazón de la soledad de los espacios abiertos. Se vio arrastrado con impotencia hacia una suerte de ensoñación, una rebuscada historia de alguien que se escondía tras un roca y se quedaba al acecho para matarle. De cuando en cuando, Clive volvía la cabeza para mirar por encima del hombro. Conocía bien esa sensación; estaba acostumbrado a aquellas caminatas en solitario. Siempre se resistía a dejarse vencer: caminar, alejarse de la gente más cercana, de cualquier refugio, del calor y la posibilidad de obtener ayuda, era un acto de voluntad, una lucha contra el instinto. El sentido de la proporción, habituado a las perspectivas cotidianas de habitaciones y calles, se veía violentado de pronto por un vacío inmenso. Aquella masa de roca que se alzaba en lo alto del valle era como un largo y ceñudo entrecejo hecho de piedra. El sibilante ruido del arroyo era el lenguaje de la amenaza. Su ánimo cada vez más encogido y todas sus inclinaciones básicas le gritaban que era necio e innecesario seguir adelante, que estaba cometiendo un tremendo error.
Pero Clive siguió caminando, porque el amilanamiento y la aprensión eran precisamente el estado -la enfermedad- del que pretendía liberarse, y la prueba manifiesta de que su diario quehacer -el encorvarse al piano durante horas- lo había sumido en un progresivo encogimiento anímico. Recuperaría su dimensión, superaría el miedo. No se hallaba ante una amenaza, sólo ante una elemental indiferencia. Había peligros, por supuesto, pero tan sólo los normales, los de siempre, que en ningún caso eran terribles. Herirse en una caída, perderse, arrostrar un brusco y violento cambio de tiempo, verse sorprendido por la oscuridad de la noche... Si lograba orillar todo esto podría recuperar la sensación de control perdida. Pronto aquel medio rocoso se despojaría de todo sentido humano, y el paisaje asumiría toda su belleza y lo acogería en su seno; la inmemorial edad de las montañas y la fina urdimbre de las cosas vivientes que las poblaban le recordarían que era parte de aquel orden -una parte insignificante- , y esa vivencia lo haría libre."
pág 92.