sábado, 28 de noviembre de 2020

HIPNOS - de Javier Azpeitia


Hipnos es el dios del sueño y también el hermano de Tánatos. A ambos mitos se remite Javier Azpeitia para trazar esta novela sobre una joven psicóloga que se incorpora a la plantilla de un centro psiquiátrico y se ve inmersa en una potente intriga donde la hipnosis y el sentido de la realidad forman un laberinto: "Dos días después, tumbada en esa misma cama, retomas la cotidiana labor de averiguar si te hallas dentro de la realidad o soñando", reflexiona la protagonista. De hecho en su primera visita al despacho del fundador reconoce allí una escultura del dios Hipnos "sembrando adormidera en una de sus escapadas nocturnas". Se puede decir que toda la novela transcurre bajo esta premisa, pisando adormidera, porque de continuo nos asalta la duda de si lo que leemos es la realidad o los delirios en que la doctora va cayendo, enredada en una perversa red que aparentemente teje el director.

Los pabellones de la clínica están situados en una aislada rada cerca de Cadaqués y en la novela se produce algo que me gusta mucho, la coincidencia entre el espacio físico del centro y el mundo interior de la protagonista, algo que se puede visualizar como pasillos laberínticos y pesadillas. Y es que la trama combina con sutileza lo policíaco y el thriller psicológico.

Muy pronto la joven doctora Beatriz Vargas conocerá un ecosistema de enfermos y psiquiatras que no tiene desperdicio; pero ella también carga con su propia mochila de traumas y angustias que le han llevado a ser una adicta a los psicofármacos. Un caldo de cultivo que poco a poco entrará en peligrosa ebullición. Ante ella se presentan el doctor Villalta y el fundador Emile von Hagen. El primero ejerce la psiquiatría al modo tradicional, actuando sobre el pasado, accediendo a los recuerdos y recomponiendo la personalidad; mientras que von Hagen sigue una terapia mucho más arrojada, incidiendo en el futuro: 
"Primero reconstruimos el futuro. Luego intentamos que el paciente pase a asimilarlo como algo perteneciente a su pasado, que su inconsciente se convenza de que ya ha ocurrido, sin traumas, para que deje de dirigirse hacia él; para que deje de buscarlo. El futuro, visto así, es un motor imparable: debe suceder. Y sin embargo existe la posibilidad de moverlo, de trasladarlo al pasado, de incluirlo tanto en el consciente como en el inconsciente de los pacientes. Si un hombre sabe que ya ha realizado ciertas cosas, dejará de procurarlas, las despreciará como se desprecian los logros y los fracasos una vez cometidos. Es un efectivo juego de ficción que emerge a la realidad, una añagaza que evita el destino." pág. 81


Todo se complica cuando en el corto plazo de unas semanas, se producen los suicidios de dos pacientes, mientras un tercero le confiesa a la doctora que es un policía encubierto que investiga una posible conspiración. Seguro que rápidamente se ha formado en tu mente, lector, la imagen de Leonardo di Caprio llegando al psiquiátrico de Shutter Island, en la briosa película que dirigió Martin Scorsese, adaptando la novela de Denis Lehane. Pero tengo que decir que la novela del bostoniano data de 2003, mientras que en mi ejemplar de Hipnos consta como fecha de edición 1996. De todos modos no hay por qué hacer comparaciones odiosas. En la novela de Lehane prima la acción y la investigación, mientras que en la de Azpeitia, más literaria, prima el punto de vista psicológico desde el que la doctora afronta sus vivencias. 

Desde el primer momento en que se pierde por el laberinto de pasillos del centro (y sorprende a van Hagen practicando una hipnosis discordante), la doctora verá difuminarse la línea que separa la realidad del delirio, la memoria del infundio. La narración es entrecortada, contiene numerosas elipsis y superpone secuencias reales y oníricas hasta hacer dudar a la joven...y a nosotros. A todo ello se suma la extrañeza de escuchar (leer) una voz que habla por encima de lo que está pensando o viviendo Beatriz. ¿Quién habla? Según avanzas por las páginas, la mente de la doctora va cayendo en un abismo cada vez más oscuro, donde las pesadillas se convierten en realidad. 
"No olvides, no olvides: tu nombre es Beatriz Vargas. Llegaste a esta clínica como un náufrago a bordo de tu flamante coche rojo en una tarde del mes de mayo de este mismo año. Eras: tu cuerpo envuelto en un batín blanco trazó un laberinto perdido de pasos entre los pabellones; brillaba en sucesivas mañanas salpicado de agua bajo la luz azulada por los baldosines en el baño de tu habitación; se revolvía en duermevela cada noche del verano, semicubierto por las sábanas, buscando un sueño más profundo en el que recogerse. Todo eso fue, sucederá. Sólo hay que avanzar despacio. Porque cada hecho es oscuro, y provoca un haz de caminos del que debemos escoger uno nada más. Uno que no desemboque muy lejos de a donde queremos llegar. Hay que moldear despacio esos hechos. Obligarlos a acercarse al presente en línea recta. " pág. 46-7
La novela está construida con destreza y escrita con suma precisión. La estructura se basa en dos líneas temporales bien diferenciadas, una de las cuales la componen los epígrafes Preludio, Interludio y Deludio, escritos en cursiva y que están colocados estratégicamente a lo largo del libro para darle una enigmática continuidad. Reconozco que al concluir su lectura me releí el Preludio y el Interludio, apenas 10 páginas en total, para apreciar la ingeniosa composición en su integridad. 

El misterio se exacerba cuando, en el Preludio, Beatriz asiste a un teatro donde actúa un famoso hipnotizador, "El gran Stefanini", que casualmente la selecciona para hipnotizarla en uno de sus números. Posteriormente y con la doctora ya instalada en la clínica, ésta vuelve a encontrarse con Stefanini, como asesor de von Hagen para mejorar su técnica hipnotizadora.... pero ni ella ni él se reconocen, ni recuerdan aquella actuación. Ya a solas el director la informará que, en realidad, el artista está recluido en el sanatorio por haber matado a su mujer y haber bloqueado el trauma. 

La alta tasa de suicidios, la presencia del policía encubierto (¿real o ficticio?) y otras sospechas van convenciendo a la psicóloga de que está en medio de una maquinación que amenaza con atraparla. No en balde el doctor Villalta ya le advirtió sobre van Hagen: 
"A su edad es difícil cambiar. ¿Has leído su libro? Te lo aconsejo. Viene bien echarle un vistazo y comprobar lo peligrosa que es nuestra profesión para la estabilidad de la mente. Resulta divertido ver cómo un hombre va enloqueciendo gracias a los casos que trata. Es el viejo cuento: los cuerdos encerrados en la bodega y los locos al timón." pág 39
Javier Azpeitia practica con pericia el juego entre realidad y ficción, maniobrando con el extraño timón de la hipnosis para adentrarnos por un territorio inexplorado de la mente que incluye el augurio y la pesadilla.

Un novela muy inquietante para disfrutar.








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Javier Azpeitia es escritor, profesor de escritura creativa y editor. Ha publicado seis novelas: Mesalina (1989), Quevedo (1991), Hipnos (1996, premio Hammett de Novela Negra), Ariadna en Naxos (Seix Barral, 2002), Nadie me mata (Tusquets, 2007) y El impresor de Venecia (Tusquets, 2016). Ha sido traducido al francés, italiano, griego, holandés, ruso y japonés. Coordinador del Máster de Edición de la UAM y de varios clubes de lectura en bibliotecas de la Comunidad de Madrid, es también profesor de escritura creativa en Hotel Kafka. Fue subdirector de la editorial Lengua de Trapo desde su fundación y director de 451 Editores.  En 2015 comisarió la exposición 500 años sin Aldo Manuzio de la Biblioteca Nacional Española, sobre el famoso impresor italiano, protagonista de su novela El impresor de Venecia. En ella recrea el nacimiento del negocio de los libros en una ciudad enloquecida donde son habituales el robo de manuscritos o la censura de los poderosos contra la difusión del epicureísmo.  

miércoles, 25 de noviembre de 2020

REUNIÓN con un CÍRCULO ROJO - de Julio Cortázar

Serie NarracionesExtraordinarias



























A Borges  [*]







 mí me parece, Jacobo, que esa noche usted debía tener mucho frío, y que la lluvia empecinada de Wiesbaden se fue sumando para decidirlo a entrar en el Zagreb. Quizá el apetito fue la razón dominante, usted había trabajado todo el día y ya era tiempo de cenar en algún lugar tranquilo y callado; si al Zagreb le faltaban otras cualidades, reunía en todo caso esas dos y usted, pienso que encogiéndose de hombros como si se tomara un poco el pelo, decidió cenar ahí. En todo caso las mesas sobraban en la penumbra del salón vagamente balcánico, y fue una buena cosa poder colgar el impermeable empapado en el viejo perchero y buscar ese rincón donde la vela verde de la mesa removía blandamente las sombras y dejaba entrever antiguos cubiertos y una copa muy alta donde la luz se refugiaba como un pájaro.
     Primero fue esa sensación de siempre en un restaurante vacío, algo entre molestia y alivio; por su aspecto no debía ser malo, pero la ausencia de clientes a esa hora daba que pensar. En una ciudad extranjera esas meditaciones no duran mucho, qué sabe uno de costumbres y horarios, lo que cuenta es el calor, el menú donde se proponen sorpresas o reencuentros, la diminuta mujer de grandes ojos y pelo negro que llegó como desde la nada, dibujándose de golpe junto al mantel blanco, una leve sonrisa fija a la espera. Pensó que acaso ya era demasiado tarde dentro de la rutina de la ciudad pero casi no tuvo tiempo de alzar una mirada de interrogación turística; una mano pequeña y pálida depositaba una servilleta y ponía en orden el salero fuera de ritmo. Como era lógico usted eligió pinchitos de carne con cebolla y pimientos rojos, y un vino espeso y fragante que nada tenía de occidental; como a mí en otros tiempos, le gustaba escapar a las comidas del hotel donde el temor a lo demasiado típico o exótico se resuelve en insipidez, e incluso pidió el pan negro que acaso no convenía a los pinchitos pero que la mujer le trajo inmediatamente. Sólo entonces, fumando un primer cigarrillo, miró con algún detalle el enclave transilvánico que lo protegía de la lluvia y de una ciudad alemana no excesivamente interesante. El silencio, las ausencias y la vaga luz de las bujías eran ya casi sus amigos, en todo caso lo distanciaban del resto y lo dejaban hermosamente solo con su cigarrillo y su cansancio.
     La mano que vertía el vino en la alta copa estaba cubierta de pelos, y a usted le llevó un sobresaltado segundo romper la absurda cadena lógica y comprender que la mujer pálida ya no estaba a su lado y que en su lugar un camarero atezado y silencioso lo invitaba a probar el vino con un gesto en el que sólo parecía haber una espera automática. Es raro que alguien encuentre malo el vino, y el camarero terminó de llenar la copa como si la interrupción no fuera más que una mínima parte de la ceremonia. Casi al mismo tiempo otro camarero curiosamente parecido al primero (pero los trajes típicos, las patillas negras, los uniformaban) puso en la mesa la bandeja humeante y retiró con un rápido gesto la carne de los pinchitos. Las escasas palabras necesarias habían sido cambiadas en el mal alemán previsible en el comensal y en quienes lo servían; nuevamente lo rodeaba la calma en la penumbra de la sala y del cansancio, pero ahora se oía con más fuerza el golpear de la lluvia en la calle. También eso cesó casi enseguida y usted, volviéndose apenas, comprendió que la puerta de entrada se había abierto para dejar paso a otro comensal, una mujer que debía ser miope no solamente por el grosor de los anteojos sino por la seguridad insensata con que avanzó entre las mesas hasta sentarse en el rincón opuesto de la sala, apenas iluminado por una o dos velas que temblaron a su paso y mezclaron su figura incierta con los muebles y las paredes y el espeso cortinado rojo del fondo, allí donde el restaurante parecía adosarse al resto de una casa imprevisible.
Jacobo Borges -El precio de no estar solo-


     Mientras comía, le divirtió vagamente que la turista inglesa (no se podía ser otra cosa con ese impermeable y un asomo de blusa entre solferino y tomate) se concentrara con toda su miopía en un menú que debía escapársele totalmente, y que la mujer de los grandes ojos negros se quedara en el tercer ángulo de la sala, donde había un mostrador con espejos y guirnaldas de flores secas, esperando que la turista terminara de no entender para acercarse. Los camareros se habían situado detrás del mostrador, a los lados de la mujer, y esperaban también con los brazos cruzados, tan parecidos entre ellos que el reflejo de sus espaldas en el azogue envejecido tenía algo de falso, como una cuadruplicación difícil o engañosa. Todos ellos miraban a la turista inglesa que no parecía darse cuenta del paso del tiempo y seguía con la cara pegada al menú. Hubo todavía una espera mientras usted sacaba otro cigarrillo, y la mujer terminó por acercarse a su mesa y preguntarle si deseaba alguna sopa, tal vez queso de oveja a la griega, avanzaba en las preguntas a cada cortés negativa, los quesos eran muy buenos, pero entonces tal vez algunos dulces regionales. Usted solamente quería un café a la turca porque el plato había sido abundante y empezaba a tener sueño. La mujer pareció indecisa, como dándole la oportunidad de que cambiara de opinión y se decidiera a pedir la bandeja de quesos, y cuando no lo hizo repitió mecánicamente café a la turca y usted dijo que sí, café a la turca, y la mujer tuvo como una respiración corta y rápida, alzó la mano hacia los camareros y siguió a la mesa de la turista inglesa.

     El café tardó en llegar, contrariamente al rápido principio de la cena, y usted tuvo tiempo de fumar otro cigarrillo y terminar lentamente la botella de vino, mientras se divertía viendo a la turista inglesa pasear una mirada de gruesos vidrios por toda la sala, sin detenerse especialmente en nada. Había en ella algo de torpe o de tímido, le llevó un buen rato de vagos movimientos hasta que se decidió a quitarse el impermeable brillante de lluvia y colgarlo en el perchero más próximo; desde luego que al volver a sentarse debió mojarse el trasero, pero eso no parecía preocuparla mientras terminaba su incierta observación de la sala y se quedaba muy quieta mirando el mantel. Los camareros habían vuelto a ocupar sus puestos detrás del mostrador, y la mujer aguardaba junto a la ventanilla de la cocina; los tres miraban a la turista inglesa, la miraban como esperando algo, que llamara para completar un pedido o acaso cambiarlo o irse, la miraban de una manera que a usted le pareció demasiado intensa, en todo caso injustificada. De usted habían dejado de ocuparse, los dos camareros estaban otra vez cruzados de brazos, y la mujer tenía la cabeza un poco gacha y el largo pelo lacio le tapaba los ojos, pero acaso era la que miraba más fijamente a la turista y a usted eso le pareció desagradable y descortés aunque el pobre topo miope no pudiera enterarse de nada ahora que revolvía en su bolso y sacaba algo que no se podía ver en la penumbra pero que se identificó con el ruido que hizo el topo al sonarse. Uno de los camareros le llevó el plato (parecía gulasch) y volvió inmediatamente a su puesto de centinela; la doble manía de cruzarse de brazos apenas terminaban su trabajo hubiera sido divertida pero de alguna manera no lo era, ni tampoco que la mujer se pusiera en el ángulo más alejado del mostrador y desde ahí siguiera con una atención concentrada la operación de beber el café que usted llevaba a cabo con toda la lentitud que exigía su buena calidad y su perfume. Bruscamente el centro de atención parecía haber cambiado, porque también los dos camareros lo miraban beber el café, y antes de que lo terminara la mujer se acercó a preguntarle si quería otro, y usted aceptó casi perplejo porque en todo eso, que no era nada, había algo que se le escapaba y que hubiera querido entender mejor. La turista inglesa, por ejemplo, por qué de golpe los camareros parecían tener tanta prisa en que la turista terminara de comer y se fuera, y para eso le quitaban el plato con el último bocado y le ponían el menú abierto contra la cara y uno de ellos se iba con el plato vacío mientras el otro esperaba como urgiéndola a que se decidiera.
Jacobo Borges -La vitrina-


     Usted, como pasa tantas veces, no hubiera podido precisar el momento en que creyó entender; también en el ajedrez y en el amor hay esos instantes en que la niebla se triza y es entonces que se cumplen las jugadas o los actos que un segundo antes hubieran sido inconcebibles. Sin siquiera una idea articulable olió el peligro, se dijo que por más atrasada que estuviera la turista inglesa en su cena era necesario quedarse ahí fumando y bebiendo hasta que el topo indefenso se decidiera a enfundarse en su burbuja de plástico y se largara otra vez a la calle. Como siempre le habían gustado el deporte y el absurdo, encontró divertido tomar así algo que a la altura del estómago estaba lejos de serlo; hizo un gesto de llamada y pidió otro café y una copa de barack, que era lo aconsejable en el enclave. Le quedaban tres cigarrillos y pensó que alcanzarían hasta que la turista inglesa se decidiera por algún postre balcánico; desde luego no tomaría café, era algo que se le veía en los anteojos y la blusa; tampoco pediría té porque hay cosas que no se hacen fuera de la patria. Con un poco de suerte pagaría la cuenta y se iría en unos quince minutos más.

     Le sirvieron el café pero no el barack, la mujer extrajo los ojos de la mata de pelo para adoptar la expresión que convenía al retardo; estaban buscando una nueva botella en la bodega, el señor tendría la bondad de esperar unos pocos minutos. La voz articulaba claramente las palabras aunque estuvieran mal pronunciadas, pero usted advirtió que la mujer se mantenía atenta a la otra mesa donde uno de los camareros presentaba la cuenta con un gesto de autómata, alargando el brazo y quedándose inmóvil dentro de una perfecta descortesía respetuosa. Como si finalmente comprendiera, la turista se había puesto a revolver en su bolso, todo era torpeza en ella, probablemente encontraba un peine o un espejo en vez del dinero que finalmente debió asomar a la superficie porque el camarero se apartó bruscamente de la mesa en el momento en que la mujer llegaba a la suya con la copa de barack. Usted tampoco supo muy bien por qué le pidió simultáneamente la cuenta, ahora que estaba seguro de que la turista se iría antes y que bien podía dedicarse a saborear el barack y fumar el último cigarrillo. Tal vez la idea de quedarse nuevamente solo en la sala, eso que había sido tan agradable al llegar y ahora era diferente, cosas como la doble imagen de los camareros detrás del mostrador y la mujer que parecía vacilar ante el pedido, como si fuera una insolencia apresurarse de ese modo, y luego le daba la espalda y volvía al mostrador hasta cerrar una vez más el trío y la espera. Después de todo debía ser deprimente trabajar en un restaurante tan vacío, tan como lejos de la luz y el aire puro; esa gente empezaba a agostarse, su palidez y sus gestos mecánicos eran la única respuesta posible a la repetición de tantas noches interminables. Y la turista manoteaba en torno a su impermeable, volvía hasta la mesa como si creyera haberse olvidado de algo, miraba debajo de la silla, y entonces usted se levantó lentamente, incapaz de quedarse un segundo más, y se encontró a mitad de camino con uno de los camareros que le tendió la bandejita de plata en la que usted puso un billete sin mirar la cuenta. El golpe de viento coincidió con el gesto del camarero buscando el vuelto en los bolsillos del chaleco rojo, pero usted sabía que la turista acababa de abrir la puerta y no esperó más, alzó la mano en una despedida que abarcaba al mozo y a los que seguían mirándolo desde el mostrador, y calculando exactamente la distancia recogió al pasar su impermeable y salió a la calle donde ya no llovía. Sólo ahí respiró de verdad, como si hasta entonces y sin darse cuenta hubiera estado conteniendo la respiración; sólo ahí tuvo verdaderamente miedo y alivio al mismo tiempo.
     La turista estaba a pocos pasos, marchando lentamente en la dirección de su hotel, y usted la siguió con el vago recelo de que bruscamente se acordara de haber olvidado alguna otra cosa y se le ocurriera volver al restaurante. No se trataba ya de comprender nada, todo era un simple bloque, una evidencia sin razones: la había salvado y tenía que asegurarse de que no volvería, de que el torpe topo metido en su húmeda burbuja llegaría con una total inconsciencia feliz al abrigo de su hotel, a un cuarto donde nadie la miraría como la habían estado mirando.
     Cuando dobló en la esquina, y aunque ya no había razones para apresurarse, se preguntó si no sería mejor seguirla de cerca para estar seguro de que no iba a dar la vuelta a la manzana con su errática torpeza de miope; se apuró a llegar a la esquina y vio la callejuela mal iluminada y vacía. Las dos largas tapias de piedra sólo mostraban un portón a la distancia, donde la turista no había podido llegar; sólo un sapo exaltado por la lluvia cruzaba a saltos de una acera a otra.
     Por un momento fue la cólera, cómo podía esa estúpida… Después se apoyó en una de las tapias y esperó, pero era casi como si se esperara a sí mismo, a algo que tenía que abrirse y funcionar en lo más hondo para que todo eso alcanzara un sentido. El sapo había encontrado un agujero al pie de la tapia y esperaba también, quizá algún insecto que anidaba en el agujero o un pasaje para entrar en un jardín. Nunca supo cuánto tiempo se había quedado ahí ni por qué volvió a la calle del restaurante. Las vitrinas estaban a oscuras pero la estrecha puerta seguía entornada; casi no le extrañó que la mujer estuviera ahí como esperándolo sin sorpresa.
     —Pensamos que volvería —dijo—. Ya ve que no había por qué irse tan pronto.
     Abrió un poco más la puerta y se hizo a un lado; ahora hubiera sido tan fácil darle la espalda e irse sin siquiera contestar, pero la calle con las tapias y el sapo era como un desmentido a todo lo que había imaginado, a todo lo que había creído una obligación inexplicable. De alguna manera le daba lo mismo entrar que irse, aunque sintiera la crispación que lo echaba hacia atrás; entró antes de alcanzar a decidirlo en ese nivel donde nada había sido decidido esa noche, y oyó el frote de la puerta y del cerrojo a sus espaldas. Los dos camareros estaban muy cerca, y sólo quedaban unas pocas bujías alumbradas en la sala.
     —Venga —dijo la voz de la mujer desde algún rincón— todo está preparado.
     Su propia voz le sonó como distante, algo que viniera desde el otro lado del espejo del mostrador.
     —No comprendo —alcanzó a decir—, ella estaba ahí y de pronto…
     Uno de los camareros rió, apenas un comienzo de risa seca.
     —Oh, ella es así —dijo la mujer, acercándose de frente—. Hizo lo que pudo por evitarlo, siempre lo intenta, la pobre. Pero no tienen fuerza, solamente pueden hacer algunas cosas y siempre las hacen mal, es tan distinto de como la gente los imagina.
     Sintió a los dos camareros a su lado, el roce de sus chalecos contra el impermeable.
     —Casi nos da lástima —dijo la mujer—, ya van dos veces que viene y tiene que irse porque nada le sale bien. Nunca le salió bien nada, no hay más que verla.
     —Pero ella…
     —Jenny —dijo la mujer—. Es lo único que pudimos saber de ella cuando la conocimos, alcanzó a decir que se llamaba Jenny, a menos que estuviera llamando a otra, después no fueron más que los gritos, es absurdo que griten tanto.
     Usted los miró sin hablar, sabiendo que hasta mirarlos era inútil, y yo le tuve tanta lástima, Jacobo, cómo podía yo saber que usted iba a pensar lo que pensó de mí y que iba a tratar de protegerme, yo que estaba ahí para eso, para conseguir que lo dejaran irse. Había demasiada distancia, demasiadas imposibilidades entre usted y yo; habíamos jugado el mismo juego pero usted estaba todavía vivo y no había manera de hacerle comprender. A partir de ahora iba a ser diferente si usted lo quería, a partir de ahora seríamos dos para venir en las noches de lluvia, tal vez así saliera mejor, o por lo menos sería eso, seríamos dos en las noches de lluvia.





Nota

[*] Este relato se incluyó en el catálogo de una exposición del pintor venezolano Jacobo Borges.

CONTAMINACIÓN entre LITERATURA y PINTURA - por Malva Filer



Julio Cortázar escribió un cuento titulado "Reunión con un círculo rojo" en el un hombre llamado Jacobo entra en un restaurante vacío y poco iluminado. Nada más acomodarse en la mesa aparece el camarero y a los pocos instantes de realizar el pedido ya tiene servida su comida. Todo ocurre de forma rápida e inquietante. 
Al restaurante entra una mujer y hace su pedido. El ambiente se enrarece. Los camareros se alinean tras el mostrador y miran intensamente a la mujer. Le retiran rápidamente los platos como deseando expulsarla. La mujer paga rápidamente y sale. Jacobo siente que debe seguirla y protegerla, paga y se va caminando tras ella. 
Lo mejor de la historia es que él cree que la está salvando; pero era ella, un espectro, quien había acudido para auxiliarlo. Jacobo no podrá eludir su funesto final y acompañará para siempre a esta extraña mujer. 

Malva Filer escribió un artículo relacionando el texto de Cortázar con ciertas obras del pintor venezolano Jacobo Borges. Me interesa mucho esta contaminación entre literatura y pintura por lo que reproduzco a continuación unos extractos.




"El texto de « Reunión con un círculo rojo », originalmente publicado en la colección Alguien que anda por ahí (1977), esta dedicado escuetamente «A Borges». Ciertamente, no sería difícil señalar afinidades entre este cuento de Cortázar y las obras de Jorge Luis Borges : el uso paródico del relato policial y de pistas a veces engañosas, como la propia dedicatoria citada; la ironía que implica la total incomprensión del protagonista, aquí narratorio, quien cumple ciegamente su inevitable destino de víctima; el espejo que refleja y proyecta, a la vez, a personajes fantasmas atrapados en un espacio laberintico, y otras más. Por esta razón, el lector común, y mas de un crítico, no prestó mayor atención al nombre del narratorio, Jacobo, a quien se dirige la narradora del cuento; o aceptó sin ninguna duda esa plausible dedicatoria al escritor Borges. Subrayaron, naturalmente, aspectos característicos del relato cortazariano, entre ellos la ubicación de los «hechos» en un restaurante definido como «enclave transilvano», caracterización que necesariamente evoca el terror del vampirismo, y su descripción del lugar, en la que pone en juego los recursos típicos de la imaginería gótica : un comedor en penumbra, casi vacío, atendido por camareros de conducta extraña; súbitas apariciones y desapariciones, figuras que se desdoblan, rostros pálidos, una mano «cubierta de pelos», el golpear de la lluvia. Por otra parte, «Reunión con un círculo rojo» encajaba perfectamente en Alguien que anda por ahí, una colección de once cuentos donde la muerte esta en todo momento junto a los personajes, como una presencia agazapada, al acecho.

Cuando en 1978 Cortázar volvió a publicar el cuento, esta vez incluido en su libro collage Territorios, el mismo apareció, sin embargo, precedido de una nota que aclaraba la equívoca dedicatoria anterior, haciendo explícito el vínculo entre este texto narrativo y su contemplación de los cuadros del pintor venezolano Jacobo Borges. Uno de ellos tiene, en efecto, el título que el autor adoptó para su cuento. Cortázar insertó, además, cinco fotografías de pinturas de Borges, con las que el texto verbal establece una relación mutuamente transformadora. Me propongo analizar aquí de qué modo la presencia de estas imágenes pictóricas, así como la inclusión del cuento en Territorios, recontextualizan el relato e introducen en el mismo distintos niveles de significación.
Jacobo Borges -Puertas de cristal y rituales antiguos, 1983-

Cortázar, hablando de sí en tercera persona, afirma que «las razones motoras de muchos de sus textos le vienen de la música y de la pintura antes que de la palabra en un nivel literario», y que «ha sentido el deseo de caminar paralelamente a amigos pintores, imagineros y fotógrafos» (Territorios 107).

Territorios es la obra que mejor encarna la dialéctica de la palabra y la imagen en la escritura de Cortázar . El común denominador de esta selección de diecisiete textos, de los cuales ocho ya habían aparecido en La vuelta al día en ochenta mundos, Ultimo round, Humanario, Alguien que anda por ahí y la revista El Urogallo, reside en su carácter de prosas paralelas, esto es, textos escritos para convivir con la imagen visual, pero que constituyen, al mismo tiempo, unidades autónomas. El acercamiento a la pintura, y a las artes plásticas en general, tiene raíces profundas en la obra de Cortázar. Sin duda, la herencia surrealista que asimiló desde sus años formativos le proporcionó el estímulo y los modelos. (...)

Como él mismo lo explica, escribió bajo el impacto del cuadro de Jacobo Borges: «Esa serie de personajes mirando hacia quien los mira me lanzaron a algo que nada tenía que ver concretamente con el cuadro pero que era imposible desechar». Si bien la palabra es la que se ha acercado a la imagen pictórica, en relación inversa a la que, tradicionalmente, se da en el libro ilustrado, la escritura trasciende esa imagen visual, siguiendo el libre proceso evocativo que ella ha suscitado. (...)


Jacobo Borges, por su parte, ha estado siempre cerca de la literatura. En su juventud perteneció a un circulo de pintores y estudiantes fuertemente influidos por Alejo Carpentier, exiliado entonces en Venezuela, e intentó emular al protagonista de Los pasos perdidos (Ashton 31). Años mas tarde, la lectura de El recurso del método (1974) le produjo « una impresión indeleble » (Ashton 88). La novela, con su descripción de escenas palaciegas, y en la que el Primer Magistrado se reúne con sus secuaces en un conciliábulo que es simulacro de un «consejo de guerra», coincidía con el mundo de imágenes que él estaba plasmando desde «Esperando a ... (1972) »
Jacobo Borges -Esperando a...-


Este cuadro inicia una serie de representaciones sobre las relaciones del poder, de la que «Reunión con un circulo rojo» es su obra maestra. En el teatro, el pintor descubrió el poder de los gestos; asimilando y transformando la tradición expresionista, sus cuadros asumen un carácter definidamente teatral, con figuras cada vez mas siniestras que representan papeles socialmente determinados: el general, el aristócrata, el prelado, el magistrado, la prostituta. Jacobo Borges, también autor de cuentos5, relaciona la escritura y la pintura en un imaginativo texto de carácter onírico, incluido en Jacobo Borges. De la Pesca al Espejo de aguas. El acto de escribir tiene para él, lógicamente, una función distinta de la que tiene en Cortázar. Así lo expresa en un párrafo colocado a modo de prólogo del citado libro :
« En ese instante en que estoy atrapado por los limites del oficio de la pintura... necesito escribir o dibujar otra vez. En verdad no escribo para construir un lenguaje paralelo, es solamente un clima que creo con la rapidez del dibujo, que es también una escritura y la palabra que es una manera de dibujar, que me mete de nuevo en la pintura, y entonces esta retoma su carácter de espacio imaginario, trato de encontrar las imágenes primarias, donde el espacio es la materia, es el momento en que yo puedo tocar el espacio, y agarrar el tiempo por la cola, doblarlo y entonces se lo pego al espacio ».
Jacobo Borges, La Vitrina -1975-






















Estas afinidades artísticas, la concordancia de una visión latinoamericana que desenmascara los abusos del poder, la hipocresía y la injusticia, así como el mutuo conocimiento de sus respectivas obras, todo ello hace que los cuadros de Jacobo Borges se integren al texto de Cortázar con particular naturalidad. En el primer cuadro, «La vitrina» (1975), aparecen seis hombres de mirada siniestra y actitud amenazadora. Uno de ellos muestra, por debajo de la pierna, dos garras en vez de dedos, mientras el resto de las manos y los brazos permanecen ocultos. Casi todos estos hombres tienen los brazos cruzados, con las manos cubiertas por distintos ropajes. Las figuras se presentan, en diferentes planos, a ambos lados de un espejo, y también atravesándolo, con lo que queda desdibujado el limite entre el interior y el exterior, y se sugiere la capacidad fantasmal de pasar de un lado al otro. El predominio del color amarillo y el anaranjado rojizo, las tonalidades violáceas en una de las figuras al frente, así como en el fondo, donde se insinúa un túnel, contribuyen a crear una atmósfera insólita y amenazadora. 

El texto de Cortázar refleja verbalmente la escena del cuadro, en su descripción de la sala en penumbra donde hay un mostrador con espejos y guirnaldas de flores secas. «Los camareros se habían situado detrás del mostrador... con los brazos cruzados, tan parecidos entre ellos que el reflejo de sus espaldas en el azogue envejecido tenía algo de falso, como una cuadruplicación difícil o engañosa ». El texto incorpora, con ligeros retoques, los elementos del cuadro: la mano «cubierta de pelo» en vez de las garras; el pronto regreso de los camareros a sus puestos detrás del mostrador, donde están otra vez cruzados de brazos, lo cual reproduce lo esencial de la escena pintada, al mismo tiempo que sirve al propósito del relato de comunicar la tensión del protagonista: «Uno de los camareros le llevó el plato (parecía gulash) y volvió inmediatamente a su puesto de centinela; la doble manía de cruzarse de brazos apenas terminaban su trabajo hubiera sido divertida pero de alguna manera no lo era». La violencia apenas reprimida que sugiere el cuadro esta latente desde el comienzo del relato y, del mismo modo que el cuadro, el texto deja a la imaginación del lector la realización del crimen.

La voz narradora que interpela al protagonista y aparenta ser, a casi todo lo largo del cuento, la de un narrador extradiegético, sin presencia ni participación en los hechos que narra, se revela al final del relato como un personaje atrapado en las mismas redes que envuelven al protagonista, solo que ella ya está muerta, del otro lado del espejo. Esta voz descarnada ha intentado advertirle a Jacobo del peligro, pero este confunde los signos y eso lo pierde. La turista inglesa resulta ser una aparición espectral en la que se corporiza la voz que intenta salvarlo, pero él cree que es ella quien esta en peligro; esto lo lleva a dar los pasos previstos por sus victimarios, quienes lo esperan, ya listos para el ritual sangriento, vampírico, que el texto nos hace esperar desde las primeras líneas. Cortázar ha agregado esta presencia femenina a la escena fantástica creada por Borges, introduciendo con ella un elemento de solidaridad, y al mismo tiempo de impotencia, que no estaba en el cuadro. (...)
Jacobo Borges- Estudio de Mategna


Si, por una parte, es evidente la estrecha relación que tienen el cuento de Cortázar y «La vitrina», los otros cuadros que lo ilustran, incluido «Reunión con un círculo rojo» del que tomó su título, amplían la significación del texto, enmarcando este relato fantástico dentro de un contexto político social. «No mires» (1975) muestra una habitación, en la cual se observa, sobre un caballete, una imagen que contiene la figura de un nombre muerto dentro de una habitación que reproduce en todos sus detalles a la primera, y esta imagen con el hombre muerto contiene, a su vez, una pintura más pequeña que la reproduce en un tercer piano. Este cuadro puede ser considerado como una versión contemporánea del Cristo muerto pintado por Andrea Mantegna (1431-1506), ya que Borges pintó como preparación a su obra, un Estudio de Mantegna. Al mismo tiempo, como sugiere Ashton, el espectador políticamente informado reconocería en esta imagen «la famosa foto que publicó la prensa del cada ver del Che Guevara»(...)

Alguien que anda por ahí incluye, en efecto, cuentos que reflejan, de distintas maneras, la realidad de la violencia política en que vivían muchos países latinoamericanos : «Segunda vez», «Apocalipsis de Solentiname», «Alguien que anda por ahí» y «La noche de Mantequilla». El caso de «Reunión con un círculo rojo» es distinto, porque el texto original no alude, de modo reconocible al menos, a un determinado contexto político social. Éste, en cambio, está subrayado en las «Explicaciones mas bien confusas» que sirven de prólogo a Territorios, donde el autor alude al «horror cotidiano de abrir el periódico y encontrarlo salpicado de sangre y de vergüenza». (...)

«Espacio» (1975), el tercero de los cuadros que ilustran el cuento, muestra la imagen gris, neblinosa, del interior de un palacio iluminado por candelabros, que se duplica en un espejo sombrío donde se refleja la misma escena. Este cuadro, en el que nada ocurre, produce, sin embargo un vago desasosiego. Borges había pintado un año antes otro interior de palacio, el «Nymphenburg», donde unos hombres con uniformes militares cometen un asesinato oficialmente sancionado. Esta imagen de represión uniformada produce la evocación de horrores cercanos y lejanos de una historia de persecuciones políticas. De algún modo, esa historia también se insinúa en el espacio de espejos e imágenes dobles del cuadro posterior.
A pesar de que los otros cuadros, particularmente «La vitrina», podrían percibirse como más cercanos al texto de Cortázar, éste ha identificado a «Reunión con un circulo rojo» (1973) como la obra que le inspiró su cuento. 



El cuadro presenta a un grupo de militares de alto rango, y entre dos de ellos, incongruentemente, una mujer que se exhibe en actitud voluptuosa. El conjunto de estas figuras, sentadas frente a un espacio circular, anónimo, de color rojo, tiene una calidad estática de escena teatral inmovilizada en el tiempo. Las siluetas se ven desdibujadas, sin que se perciban rasgos individuales . Como en otros de sus cuadros, nos encontramos con rostros apenas esbozados, de mirada vacía. Borges, dice Ashton, «logra presentar la fotografía de prensa habitual de una reunión oficial bajo un tono fantasmagórico y portentoso que encierra en su mensaje el pasado y el presente». La citada crítica, quien señala un sorprendente parecido del cuadro con una pintura de Goya, «La sesión de la Compañía Real de las Filipinas», subraya que en ambos casos, «el carácter "espectral", que siempre evoca un pasado, esta dado con los mismos detalles borrosos». (...) Si la escena sugiere, en efecto, la presencia del poder despersonalizado, esto es, deshumanizado, se comprendería que Cortázar viera desprenderse de la tela imágenes del horror, del mismo modo que las caras siniestra de las figuras atrapadas en el laberinto espacio-temporal de «La vitrina» preanuncian al lector el horror del crimen que va a perpetrarse.

La ultima ilustración del cuento es un cuadro titulado «No mires hacia atrás» (1977). En él aparecen figuras fantasmales en distintos planos, que surgen como desde detrás de las paredes, esbozándose en el espacio de la habitación. Una de ellas se encuentra en un espacio que sugiere la duplicación del primer plano, el cual se continúa repitiendo más allá de nuestra percepción. Las figuras están desdibujadas y solo aparecen parcialmente tras la niebla que hace desaparecer mucho de sus cuerpos. Hay, sin embargo, una figura casi completa, que parece colgar del techo. El torso, pintado con coloración amarillenta y manchas rojizas, sugiere que esta muerto, que tal vez haya sido torturado o sacrificado ritualmente. De las cinco ilustraciones, esta es la que más puede producir en el lector una visualización completa del relato, porque no solo evoca plásticamente la atmósfera fantasmal y gótica, sino que da una imagen corpórea de la presunta victima. Posiblemente eso haya determinado el que esté colocada hacia el final del texto.

Al volver a considerar las transformaciones que, a mi juicio, se producen en esta relectura del cuento promovida por su propio autor, habría que explicar de qué modo un cuento que evoca los horrores del vampirismo puede ser asimilado al contexto de preocupaciones político sociales de Cortázar en los años setenta. Creo plausible leer estas imágenes de Borges, con sus víctimas y victimarios, con sus figuras y espacios que simbolizan el poder, como otra visión del vampirismo, de un vampirismo más real y cercano a nosotros que el gótico. (...) En los cuadros de Borges podría haber visto Cortázar no solo el «mundo de oscuras amenazas» y de «realidades secretas» que menciona en Territorios (56), en el que se mueven tantos de sus personajes en cuentos como «Lejana» o «Las armas secretas». Tal vez haya visto, también, en ellos el horror desencadenado por los más recientes y poderosos chupadores de sangre.

Creo, en conclusión, que cada una de estas pinturas establece su propia relación con el texto, al mismo tiempo que se relacionan entre sí. De esta relación entre texto verbal y texto icónico ha surgido un nuevo texto en el que ambos textos originales, y la percepción del lector, han sido transformados. Difícil será volver a leer el cuento sin que las imágenes de Borges afloren en la página escrita, así como mirar los cuadros sin que éstos sean contaminados por el cuento de Cortázar."




citado de:
Filer Malva. « "Reunión con un círculo rojo" : el relato fantástico y la pintura de Jacobo Borges ». In: América : Cahiers du CRICCAL, n°17, 1997. Le fantastique argentin: Silvina Ocampo, Julio Cortázar. pp. 87-94;

 




Jacobo Borges
Jacobo Borges nació el 28 de noviembre de 1931 en Caracas y ha desarrollado una obra variadísima como pintor, dibujante, cineasta y escenógrafo de teatro.
En 1952 recibió el primer premio en el Concurso de Pintura Joven promovido por el diario El Nacional, la MGM y la Embajada de Francia en Venezuela, que consistía en una beca de estudios por diez meses en París, Francia. Allí permaneció varios años, desempeñando todo tipo de trabajos, hasta que logró exponer en el Salón de la Joven Pintura en el Museo de Arte Moderno de París.
En 956 representó al país en la Bienal de Venecia y en la Bienal de Sao Paulo, donde recibió una Mención Honorífica.
En el año 1960, Jacobo colaboró con los grupos intelectuales Tabla Redonda y El Techo de la Ballena.
En 1964 fue seleccionado para formar parte de la exposición “La década emergente de pintores latinoamericanos y pinturas en los años sesenta” en The Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York (Estados Unidos). Durante este periodo de los sesenta realiza formatos monumentales y temática social, retomando de manera personal los preceptos del expresionismo. Sus obras de ese período evidencian la influencia de James Ensor y Georg Grosz. 

Después de abandonar por un tiempo la pintura se dedicó el estudio y experimentación de nuevos medios de comunicación visual: cine, video, fotografía, performance e instalación, entre otros.
En 1967 ideó un espectáculo multimedia, “Imagen de Caracas”, para celebrar los 400 años de la fundación de la capital. La presentación se realizó en un inmenso lugar construido con tubos de andamios, dentro del cual el público caminaba e interactuaba con las imágenes proyectadas y objetos que se movían.

En 1971 retorna a la pintura y realiza una serie de obras en acrílico aprovechando las impresiones fotoserigráficas sobre tela. De esta época datan Esperando a… (1972), Reunión con un círculo rojo (1973), Señales de familia (1973) y Nymphenburg (1974).

En 1988 sus obras forman parte de la exposición “Fifty Years of Collecting: an Anniversary Selection. Paintings from Modern Masters” en el Guggenheim Museum de Nueva York.

Desde el año 2000 fija su taller y residencia en las montañas al sur de Caracas. Desde allí idea un conjunto de obras centradas en el tema de la naturaleza, titulada Aproximación al paraíso perdido.
En 2005 comienza el proyecto “Sala con ventana al mar”, que representa una de sus series más ambiciosas. Esas pinturas que nos muestran una ventana abierta al mar por donde pasan objetos, personas, fotografías, entre muchas otras cosas.



domingo, 22 de noviembre de 2020

CUENTOS CARNÍVOROS - de Bernard Quiriny



La literatura de Quiriny transita por una dimensión propia, estrafalaria y perturbadora, donde habita lo fantástico, el humor negro y lo absurdo. Sus páginas son ligeras y asombrosas porque vuelan encaramadas a una grácil imaginación que nos trasladan de un mundo a otro con ironía y erudición. 

Borges, De Quincey y Bierce son los compañeros de viaje más reconocibles en estas 14 historias que igual nos presentan a personajes excéntricos que incluyen elementos perturbadoramente fantásticos en entornos realistas o se hacen eco de una tan profunda como ficticia erudición. Ésta última es una de las características borgeanas que destaca en cuentos como "Unos cuantos escritores, todos muertos", un delicioso catálogo de ignotos escritores con obras tan extrañas como las de Adolphe Morceau que nunca escribió sobre papel y lo hizo sobre soportes que tuviesen relación con la intriga. Así Muerte de un peatón fue "redactado sobre un zapato de cuero del número 46" o Cuarteto del tiempo que pasa, fue "esculpido con punzón en el dorso de un reloj de bolsillo"; mientras que Bertrand Sombrelieu se ocupó de publicar por su cuenta y riesgo una serie de biografías de desconocidos, pero homónimos de personajes ilustres, donde incluyó el suyo propio.

Del mismo tenor son las "Crónicas musicales de Europa y otros lugares" donde se da cuenta de algunos inventos musicales, como el “no-órgano” de Gaudí presentado en Bélgica en 1930, con consecuencias desastrosas; o la composición de Yoshi Murakami que pretendió "hacer bramar" a la mismísima torre Eiffel para extraerle una música "cercana a las voces de los animales submarinos". Mientras que en La dificultad no es nada el músico argentino Eduardo Morand compone una serie de partituras de tal complejidad técnica que resultan imposibles de tocar por intérprete humano alguno. Para él la dificultad  es un valor artístico integral y por eso "Ni sentando a un solo piano a dos virtuosos de primer orden mundial -afirma el pianista chileno Arturo Monterroso- se podrían ejecutar más que dos o tres compases del célebre Paseo curativo para piano, el cual sin embargo fue escrito para un solo músico." En Sinestesia conocemos a un Thomas Gartner que tiene el don (o la enfermedad) de oler la música
"Los poemas sinfónicos de Liszt? "Un no sé qué de frescura excesiva, un poco lácteo, de un olor y un sabor muy agradables". ¿Aaron Copland? "Bosque, seta, tabaco. Cuero, también. y tal vez un humo de neumáticos quemados, con el respeto debido". ¿Berlioz? "Jara, bergamota, mandarina, piel de limón."
También el relato "Quidproquópolis", nos remite al Informe de Brodie de Borges o a El Entenado de Saer, ya que trata del estudio de campo que un aguerrido antropólogo lleva a cabo sobre el lenguaje de una tribu del Amazonas, los Yapus. Del mismo modo que en otro relatos, Quiriny elige la ironía y visita este asunto desde el otro lado del espejo ya que el lenguaje de los yapus conjuga el malentendido y lo absurdo.
"Entender a los yapus me ha exigido mucho tiempo y esfuerzo, y es difícil afirmar que los entienda, habida cuenta de que ellos mismos no se entienden nunca. Digamos que logré penetrar en su secreto y entrever cómo se debaten diariamente en los atolladeros de su lengua." pág. 73


Una peculiaridad del volumen (y de la obra en general de Quiriny) es que en muchos de sus relatos aparece el personaje de Pierre Gould, un dandy extraño y fantasioso, experto en sueños y objetos imposibles, como esa báscula que construyó y que ofrece cifras extravagantes, porque "no sólo te indica si has engordado o adelgazado, sino si tienes el corazón pesado o ligero".

"Mareas negras" tiene el humor negro de los clubes de caballeros sobre los que levantó acta en sus relatos Chesterton y, además, da cabida a la catástrofe del Prestige frente a las costas gallegas. También afila su ironía citando el relato de De Quincey, "Del asesinato considerado como una de las bellas artes". La historia da cuenta de un trabajador del puerto de Amberes que es introducido por el ubicuo Pierre Gould en el exclusivo club La Sociedad de Expertos en Mareas Negras. Allí se dedican a anticipar e intentar presenciar aquello que les provoca fascinación, las mareas negras. 
"Me fui a la cama de buen humor y preguntándome si en verdad, como pretendía Gould, se podía hacer con las mareas negras lo que ese autor tan ingenioso había hecho con el asesinato: crítica de arte." pág 81
La Sociedad acecha y estudia petroleros que estén "maduros", a punto de catástrofe, para acechar sus singladuras y estar preparados para ser testigos del desastre. Así es como logran llegar a Muxía (Galicia) en pleno chapapote, como un perfecto viaje iniciático: "Había que rendirse a la razón: ya que no podía salvar el cabo de Finisterre, podía al menos contemplar la belleza del espectáculo". Esta sociedad pone sobre el tapete -con amarga (bitter) ironía- la inevitabilidad de estas catástrofes mientras en la ecuación primen los beneficios sobre cualquier tipo de coste.  
 

"Recuerdos de un asesino a sueldo" también nos remite a clubs clásicos como el de los suicidas de Stevenson o el de los parricidas de Ambrose Bierce, autor con el que comparte ironía, desenfado y humor negro. No en balde la cita que abre el libro es del propio Bitter Bierce: "Si estos hechos pasmosos son reales, voy a volverme loco; si son imaginarios, ya lo estoy". En uno de los casos una viuda quiere deshacerse de su nieto porque lo cree el diablo; mientras que en Autorretrato el asesino recuerda un extraño encargo de un artista que ilustra literalmente un libro que le regaló un amigo, Del asesinato considerado como una de las bellas artes. En Aburrimiento un hombre de negocios contrata al asesino para que lo ejecute por puro aburrimiento.
"He aquí lo que me condujo hasta usted. Quiero tener otras preocupaciones, a la hora de acostarme, que el tiempo que hará al día siguiente para jugar al golf. Mi sueño: dudar si cerrar los ojos por miedo a que me maten mientras duermo. Estar permanentemente en peligro. Exponerme a sus balas. En resumen, condimentar mi vida.
Le pido, pues, que me asesine, o más bien que lo intente: es la parte del contrato que le corresponde; la mía consistirá en sobrevivir. No dudo que usted ganará la partida."
pág 128
He leído varias reseñas que anotan conclusiones decepcionantes para algunos relatos. Creo que no ha lugar. Habría que distinguir en el volumen relatos abiertos y cerrados. Los relatos abiertos refieren conjuntos de historias y personajes como los reseñados más arriba, donde no importa tanto la tensión como la desbordante imaginación de Quiriny para dar cuenta sucinta de innumerables personajes inquietantes y estrafalarios. Sería como un estructura del Quién es Quién o un alternativo Diccionario del Diablo que escribiera su admirado Bierce. En este epígrafe también hay que incluir el dietario fantástico que es el "Extraordinario Pierre Gould". En él se da cuenta de objetos, pensamientos y anécdotas de Pierre Gould, como ese "reloj al revés que no da el tiempo que pasa sino el tiempo que queda", o su legendaria impaciencia.
"La impaciencia de Pierre Gould no tiene límites. El día en que, siendo joven, decidió que sería escritor, empezó por redactar una nota testamentaria legando sus futuros manuscritos a la Biblioteca nacional. Al día siguiente recorrió la ciudad en busca de traductores. El tercer día registró doscientos títulos en el Instituto nacional de la Propiedad Intelectual. El cuarto, llamó a varios periodistas para asegurarse buenas críticas. yu diez años después, por supuesto, todavía no había escrito ni una palabra." pág. 165-6



Y como he dicho, también hay cuentos cerrados, con presentación, nudo y desenlace. Ahí están Mareas negras y también El episcopado de Argentina, Sanguina, Qui habet aures, El cuaderno, El pájaro raro y Cuento carnívoro. Todos ellos relatan una circunstancia realista en la que se hace presente un elemento a veces surrealista, siempre fantástico que lo subvierte todo. Curiosamente el tono de estos cuentos parece decimonónico: científicos obsesionados con plantas carnívoras, obispos que se desdoblan en dos cuerpos, artistas devorados por su secreta obra maestra, espejos memoriosos que persiguen al adúltero o la historia de un misterioso huevo con un símbolo chino que designa al ave mítica que roba bebés para devorarlos. El estilo ligero de Quiriny y su imaginación profusa e inquietante nos seduce sin remedio.

"Una borrachera perpetua" reúne manuscritos, ecos legendarios y humor negro en torno a un brebaje denominado zveck. El autor rastrea la escasa bibliografía sobre esta bebida y reproduce un manuscrito olvidado de su padre donde revela que fue agente secreto británico y una accidentada escamaruza lo llevó hasta una remota aldea de Europa del Este en cuyo mesón se servía zveck. En "Sanguina" un hombre en una cafetería se percata de que su vecino vierte unas gotas de sangre en su zumo de naranja antes de beberlo. Intiman y éste le refiere una terrible historia que es de amor pero también de destrucción.

El libro cuenta con un regalo en forma de prólogo-relato escrito por Enrique Vila-Matas donde, utilizando tanto sus propias claves como las de su admirado Quiriny, compone un texto que se comunica y trenza con el resto de cuentos del libro. Por él transitan personajes reales y ficticios, así como libros tan improbables como La Historia General del Aburrimiento, redactada en 1788 por un antepasado homónimo del Pierre Gould que se duplica por el libro. 
"A veces me hago pasar por Pierre Gould, por el historiador del aburrimiento, pero a veces también por su descendiente, ese que también se llama Pierre Gould y aparece en los relatos de Bernard Quiriny.
En cualquier caso, me gusta saberme diferente. La capacidad de alegría se atrofia cuando uno quiere ser igual que los otros."
Libro sumamente imaginativo, delirante y perturbador.





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Bernard Quiriny nació en Bélgica en 1978 y vive en Borgoña, donde enseña Derecho. Ha escrito tres colecciones de cuentos fantásticos (L´Angoisse de la première phrase, Contes Carnivores y Une collection très particulière). Los tres volúmenes cuentan con Pierre Gould como personaje recurrente, descrito como excéntrico, poeta, dandy, aficionado a los libros y un poco misántropo.  
En 2010, Quiriny publicó su primera novela, Les assoiffées, que describe una Bélgica totalitaria y aislada desde que en 1970 triunfase una revolución de inspiración supuestamente feminista. El régimen está preparando la visita controlada de un grupo de periodistas cuidadosamente seleccionados para pasearlos por los escenarios de propaganda de este supuesto paraíso igualitario. Paralelamente conoceremos el diario de Astrid que describe de forma mordaz los excesos del fanatismo y el poder absoluto, dando cuenta de la realidad paranoica y los delirantes caprichos de la casta del poder. 

lunes, 16 de noviembre de 2020

GOLIATH T1 - creada por David E. Kelley y J. Shapiro

Amazon Prime - T1, 2016



Una de abogados. Uno de mis placeres.
Me gusta la pelea, la dialéctica, los trucos legales, las trampas, el corsé de la ley, los alegatos y las traiciones. Dicen que lo que hace grande al ajedrez es porque en esa batalla entre 2 reyes y 2 ejércitos sobre un tablero está representado el mundo y toda su historia. Creo que podría decirse lo mismo de una buena película o serie de abogados. Ahí está todo el género humano con sus fortalezas y debilidades, con el ánimo civilizatorio representado por la ley y el espíritu torticero del ser humano que busca ventaja para sus intereses. Todo un ritual condicionado por el carácter y las interpretaciones de jueces y abogados y por el fuego cruzado de testigos y argumentos.  

Encima los creadores de esta serie son dos guionistas fabulosos que conocen muy bien el percal. David E. Kelly era ya un abogado que bajo la tutela de Steven Bochco aprendió el oficio en la ya clásica "La Ley de Los Ángeles". Posteriormente ha creado series tan reconocibles como "Picket Fences" o "Ally McBeal". Por su parte Jonathan Shapiro también es abogado y de hecho ejerció durante muchos años, llegando a ser ayudante del fiscal federal en California. En 2000 Kelley le invitó a curtirse como guionista en su serie "El abogado" y posteriormente han colaborado en "Boston Legal". 

David E. Kelley es un guionista y creador de series formidable. Ahí están Ally McBeal, Mr. Mercedes y Big Little Lies para demostrarlo. Sus personajes son creíbles, afrontan todo tipo de problemas legales y morales, sin eludir sus contradicciones y debilidades. Sus diálogos son rápidos y directos. Sus tramas suelen recorrer situaciones muy actuales revelando sus luces y sombras. En sus dramatizaciones caben lo más crudo y avieso del juego político, la emigración, el racismo o la violencia de género. Ver sus series no sólo entretiene sino que también nos ilustra sobre nuestro enfangado mundo actual. 























En Goliath sus dos creadores se centran en la figura de un abogado brillantísimo, Billy McBride (Billy Bob Thorton), que llegó a crear junto a su socio uno de los bufetes más poderosos de Los Angeles; pero que, por un problema de conciencia, entró en barrena y terminó alcohólico, despachando sus asuntillos de tres al cuarto en la barra del bar donde prácticamente vive. 

Un día se cruza con una abogada de pequeños asuntos que le propone llevar un caso de muerte imprudente de un trabajador. El reto es mayúsculo. La empresa demandada es Borns Technologies, una poderosa corporación que fabrica material armamentístico para el Gobierno, y su bufete defensor es el que él mismo creó, "Cooperman&McBride", dirigido por su antiguo socio y hoy enemigo, Donald Cooperman (William Hurt). Un David contra Goliath en toda regla que reactiva sus viejos instintos legales.

Billy no busca la redención, para él es imposible. En su brillante ejercicio de letrado libró a un asesino de ir a la cárcel. A los pocos meses volvió a asesinar, en este caso a una familia entera. Billy no pudo soportarlo. Su particular descenso a los infiernos le ha llevado a una vida anegada en alcohol y a la ruptura con su mujer Michelle (María Bello) que se quedó en el bufete como socia y mantiene las distancias, mientras su hija intenta rescatarlo sin mucha suerte. El único colega que le aguanta es su Ford Mustang de 1966 color Candyapple Red *, un coche de coleccionista que sufre junto al abogado todas las tropelías y amenazas (en una ocasión lo llenan de cabezas de pescado y sangre)  que le lanza el amenazante Goliath.



Yo diría que la serie se apoya en tres personajes muy característicos. Por supuesto el abogado cínico y alcoholizado que nos transmite credibilidad y empatía; pero su socio y enemigo no le va a la zaga en claroscuros. Cooperman es un tipo turbio y enigmático que exuda poder. Vive enclaustrado y prácticamente a oscuras en la última planta de su bufete, vigilando por circuito cerrado todo lo que es de su interés. Desde allí vigila a cada abogado, reunión y despacho; desde allí sigue los juicios en directo y desde allí mueve los hilos de un emporio que esconde una enorme sentina. 

En tercer lugar colocaría a Patty Solís-Papagian (una gran Nina Arianda), la abogada que engancha a Billy al caso y que, pese a su escasa experiencia legal, demuestra un desparpajo entre vulgar y callejero que la convierte en una fuerza imparable. Ella no se corta ante nada ni nadie y será el pegamento del peculiar equipo de Billy que incluye a una joven administrativa, Brittany Gold (Tania Raymonde) que ejerce esporádicamente la prostitución porque de Billy saca poco. 

A pesar de que los dos gallos de la función son masculinos, el elenco abunda en personajes femeninos modernos, independientes y muy bien desarrollados. No solo está la mujer de Billy que lidia entre dos fieras, también está Callie (Mollie Parker), la mejor leona del bufete, que sale a la caza de Billy con la ayuda de una joven arribista (Olivia Thirlby) que está echando todas las horas del mundo en la preparación del caso y si es necesario en la cama del jefazo.


A pesar de que Patty busca una indemnización rápida y segura, Billy se percata desde el principio de que el asunto tiene una gran envergadura. Sus pequeñas victorias iniciales le ratificarán que la causa que han abierto puede ser letal. Ni la Corporación, ni Cooperman, ni tan siquiera el juez le van a dar ningún cuartel.... y ahí es donde más brilla el desahuciado Billy. El juego legal es lo suyo. Él sabe aprovechar cada recoveco de la ley y sus trámites... si vive para contarlo. 

En ocasiones se percibe que la pelea va del que busca la Justicia con mayúsculas contra los que la utilizan como negocio y están dispuestos a lo que sea por ganar. De hecho ése fue el germen de la serie. Cuando Kelley y Shapiro colaboraban en “Boston Legal”, empezaron a barajar la idea de una serie sobre el gigantismo desproporcionado de algunos bufetes que acababan convertidos en verdaderos lobbys de poder. De ahí que más allá de lo predecible que tiene la serie, un abogado fracasado pero carismático y una vasta conspiración, el título remite a esas grandes firmas de abogados que arrasan con cualquier debate ético que se cruce con sus intereses económicos y corporativos. 

Finalmente subrayar la estructura de Goliath. Del mismo modo que en la serie Unforgotten, un único caso ocupa toda la temporada, lo que nos permite profundizar y disfrutar de los detalles y procedimientos que pone en juego cada bando.

 



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*Candyapple Red es un nombre/código que los fabricantes de autos utilizan para definir un tono rojo similar a las manzanas cubiertas de dulce