domingo, 28 de febrero de 2021

TOKIO AÑO CERO - de David Peace




Esta novela nos sumerge en la pura desolación y ruina de un Tokio devastado por los bombardeos aliados. La novela arranca el 15 de agosto de 1945, día de la rendición de Japón, y nos sitúa en un Tokio sombrío asfixiado por el hambre, la miseria y la destrucción. En Japón la palabra rendición es tabú; se considera más honorable quitarse la vida. Quizás por eso en el discurso de rendición del Emperador sólo se habla de "aceptar la Declaración Conjunta de las Potencias". Ese simple gesto quizás salvó miles de vidas; aunque cientos de oficiales del ejército se suicidaron.  
"Están repartiendo cianuro potásico a las mujeres, a los niños y a la gente mayor, dicen que esta última reorganización del gabinete presagia el fin de la guerra, el fin de Japón, el fin del mundo…"
Mientras todo el mundo está esperando la alocución por radio del Emperador Hirohito aceptando la "Declaración de Postdam", aparece el cadáver de una joven asesinada en un refugio antiaéreo. Minami es el detective de la Policía Metropolitana de Tokio encargado de investigar el asesinato. Pero el cadáver ha sido hallado en una propiedad militar y la kempeitai, la policía militar, se hace con el control de un caso que acabará archivado.

Justo un año más tarde, aparecen en un parque los cuerpos sin vida de otras dos chicas y Minami vuelve a formar parte de la investigación. El momento histórico es de confusión general y el retrato que Peace hace de la ciudad es dantesco, un verdadero viaje al centro de la barbarie. "Hay más de un millón de urnas que contienen las cenizas de los muertos de la guerra aún sin reclamar por sus familias en duelo". En el tortuoso recorrido que el detective hace por la desolada capital japonesa se convierte en testigo alucinado de los desastres de la guerra: hambre, cólera, prostitución, racionamiento, disputas entre bandas mafiosas por el control del mercado negro, purgas e imposiciones humillantes por parte de los "Vencedores". Mientras él mismo lucha sin cuartel con los recuerdos y traumas de su pasado como militar en la campaña de 1939 en China. Como el propio Japón, Minami sufre una especie de trastorno por estrés postraumático que amenaza su cordura.
"Hablan de purgas. Hablan de juicios. Hablan de todas nuestras penurias; de trabajar y de comer. Hablan de comida. Hablan de comida. Hablan de comida. Hablan de comida, comida, comida, comida, comida, comida, comida, comida.
En voz baja. Gritando. En voz baja. Gritando.
Si nunca te han derrotado y nunca has perdido.
Si nunca en la vida te han derrotado.
Entonces no conoces el dolor.
El dolor de la rendición.
De la ocupación…
En voz baja, gritando, así es como hablan los Perdedores.
Con los pechos constreñidos y los puños cerrados.
Con sangre en las rodillas y las espaldas rotas.
Por la caída…
Así es como hablan los Perdedores.
En voz baja, gritando.
«Somos los supervivientes. Somos los afortunados»."


Tokio año cero es una novela policial pero también un desgarrador grito de desesperación conseguido gracias al estilo único y personal de Peace. Narrado en primera persona, en el relato se alterna la descripción de los hechos en texto normal con frases en cursiva donde brota la consciencia atormentada del detective. El relato se vuelve fragmentario, repetitivo y asfixiante. De este modo el autor logra hacernos tangible el dolor y revelar simultáneamente tanto la investigación de los crímenes, como el escrutinio de los secretos y trastornos de Minami.

Al caos de un Tokio arrasado se añade el asesinato de Giicha Matsuda, jefe de la mafia local que controla el mercado negro, lo que provoca todo un seísmo en los bajos fondos. La Comandancia Aliada no deja de hacer purgas y tiene maniatada a la policía. Dan por descontado su vinculación con las bandas locales frente a la implantación de coreanos, chinos y formosanos.  
—Pero no han sido nuestras bandas locales las que han empezado esto —dice Kanehara—. Son los formosanos y los chinos del continente los que están abriéndose paso a la fuerza…
—Y los coreanos —dice el inspector Adachi.
—Y los americanos los están protegiendo —dice Kanehara—. Dejan que esos inmigrantes hagan lo que quieran y al mismo tiempo castigan a los tekiya normales y corrientes que solo intentan tener sus puestos de venta…
—Y nosotros no nos podemos implicar —dice Adachi—. Porque si se ve a la policía meter baza a favor de los japoneses en contra de los formosanos o los coreanos, entonces corremos el riesgo de que nos purguen por maltratar a los inmigrantes y regresar a nuestras viejas costumbres japonesas, pasando por alto los derechos humanos y abandonando las libertades democráticas; pero si no lo hacemos nosotros, si no lo hace la policía, ¿Quién queda para proteger los derechos humanos y las libertades democráticas, las vidas y el sustento de los tekiya, más que las bandas mismas?
Los "Vencedores" con sus purgas y humillaciones no sólo están cercenando el trapicheo como forma de subsistencia, también están provocando que muchos cambien su nombre por el de oficiales muertos o retirados para asegurar su supervivencia. 
Nadie es quien dice ser. Se repite constantemente Minami.
Minami es como una pequeña luz parpadeante que nos guía por este caos; pero también carga con sus propios demonios. Está en nómina del sustituto de Matsuda, Senju Akira, que le provee de dinero y drogas cuando lo necesita; ya que Minami es adicto al Calmotin, un ansiolítico. También sus jefes policiales le presionan ("No es usted el líder que esperábamos"). Minami es a la vez víctima y verdugo. Está abrumado por la culpa y el remordimiento. Por pensar más en su amante que en su familia. Por la rendición de su país. Por las atrocidades que cometió en la guerra. Por un mundo en descomposición.
   "Un segundo cadáver a diez metros del primero; un segundo cadáver del que ya no quedan más que huesos.
   Enredado en la maleza y las hojas...
   La maldigo a ella y maldigo este lugar.
   Maldigo y vuelvo a maldecir...
   Este escenario de sombras, de tumbas olvidadas y caminos borrados, de zorros y tejones, de ratas y cuervos, de perros abandonados y carne humana, de prostitutas y suicidas en este escenario de citas.
   Este escenario de silencio. Este escenario de muerte.
   En este escenario de derrota y capitulación. Este escenario de rendición y ocupación.   Este escenario de fantasmas.
   Un cuerpo del que no quedan más que huesos.
   En este escenario de no resistencia."



La propia personalidad de Minami parece resquebrajarse según avanza la investigación. La novela se mueve por territorios pantanosos, los demonios y fantasmas no sólo están por las calles, sino también en el desván de Minami y la manera de revelarlos por parte de Peace es turbadora y magistral.
"Cuatro veces me he mirado en el espejo. Cuatro veces me he quedado mirando el espejo.
No me quiero acordar. Pero en la penumbra...
Cuatro veces le he gritado al espejo.
En la penumbra, no consigo olvidar. No consigo olvidar...
Le he gritado a mi propia cara.
¡Nadie es quien dice ser!
El policía es torturado por sus recuerdos de guerra y su sentimiento de culpa. De hecho, cuando detienen al criminal y logra interrogarlo, éste le sonríe cínicamente como si fuera un colega de los que han visitado el mismo infierno. 
—¿Sabe usted? No entiendo nada de todo esto…
Yo no le pregunto nada. No le digo nada.
—Mire a la Kempeitai, o hasta a mí, por ejemplo. Nos dan una medalla enorme por todo lo que hicimos, pero luego volvemos a casa y lo único que nos dan es una soga…
Sigo sin decir nada.
—Venga ya —dice, riendo—. Usted estuvo allí; usted vio lo mismo que yo, usted hizo lo mismo que yo…
—¡Cállese!
La paranoia de Minami atraviesa el texto de forma estridente y el estilo de Peace logra que el buceo por el horror sea genuino y escalofriante. Junto al relato objetivo de la investigación el autor mezcla un flujo de consciencia repetitivo, enfermizo y perturbador; el de una mente fracturada por el dolor. La forma del relato adquiere así la misma textura caótica y obsesiva que el fondo de la investigación. Contado en primera persona, la narración está continuamente salpicada de onomatopeyas y frases que se repiten sin cesar creando en los lectores un ritmo de efecto irritante y concéntrico que nos sitúa en el mismo lugar que el protagonista. El ton-ton de los martillos neumáticos en las calles, el chiku-chiku (tic-tac) de su reloj, el gari-gari del picor de los chinches.
"Me pica y me rasco. Gari-gari. Otra noche sin dormir. No he pegado ojo. Los ojos fatigados y doloridos. El sol de primera hora de la mañana ya entra por la ventana, iluminando el polvo y las manchas de la habitación de ella, el sonido de los martillazos infiltrándose junto con la luz.
Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton…
Me incorporo hasta sentarme en el futón. Me miro el reloj.
Chiku-taku. Chiku-taku. Llego tarde.
¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota!
Me levanto del futón. Me pica y me rasco. Gari-gari. Me pongo la camisa y los pantalones. Gari-gari. Voy hasta el genkan. Gari-gari. Me ato los cordones de las botas. Gari-gari…
Maldigo. Maldigo. Maldigo…
Me giro para decir adiós.
Pero ella no se mueve, de espaldas a la puerta, de cara a la pared, al papel, a las manchas..
Me maldigo a mí mismo..."
Las onomatopeyas no son las únicas repeticiones. Un puñado de mantras rebotan incansables por las páginas y el cerebro de Minami como puntos cardinales de una conciencia que amenaza con disgregarse.
"Nadie es quien dice ser" 
"Pienso en ella todo el tiempo" 
"Odio los hospitales."
En no pocas ocasiones la perplejidad te asalta y todo cobra un aspecto onírico. El pasado y el presente se mezclan, la culpabilidad emerge para ser amputada de forma violenta. Parece como si hubiese más de un Minami. Tanto Senju como el inspector Jefe Kita y el capitán Adachi parecen conocer algo de Minami que éste quiere olvidar. También Fujita, un detective corrupto que desaparece en medio de la investigación.
—Pero el único nombre que Adachi me mencionó era el de usted —le digo—. Usted es la única persona que él está buscando…
—No le tengo miedo a Adachi —dice Fujita, riendo—. El capitán tiene sus secretos, igual que todo el mundo. Igual que usted.
Yo lo maldigo y ahora me maldigo a mí mismo…
—¿A Jo Hayashi lo mató usted? —le pregunto.
—Eso sí que es una pregunta extraña —dice el detective Fujita—. Porque yo apenas conocía a Jo Hayashi y tampoco fui yo quien le dio el nombre del pobre Hayashi a Akira Senju…
El día es la noche. La noche es el día. El día es la noche. La noche es el día…
—Yo pensaba que se lo había dado usted, cabo —dice Fujita con una sonrisa.
El día es la noche. La noche es el día. El día es la noche…
—Se lo dio usted, ¿verdad? —dice Fujita, riendo.
La noche es el día. El día es la noche. El día…
Empiezo a hablar pero las luces se apagan.
Noche. Noche. Noche. Noche…
Acaba de haber otro corte de electricidad.
—Se lo dio usted, ¿verdad? —repite Fujita en voz baja, en la oscuridad.
Los últimos días de la investigación poseen una atmósfera de pesadilla sofocante que Minami atraviesa casi flotando, con la conciencia de un hombre que se siente condenado. De algún modo me hizo recordar al Macbeth de Kurosawa, tal y como señaló Ariadna Castellarnau: “Peace comparte con Kurosawa la visión del mundo como un espacio inhóspito y violento, en el que todos los hombres son culpables y en que la mentira se hace un hueco como método de supervivencia.”

Con toda seguridad no es una novela para todos los gustos ya que el estilo entrecortado y las repeticiones pueden resultar irritantes; pero creo que un buen lector será capaz de apreciar esa profunda sinfonía de estridencias que se nos transmite desde una mente perturbada.



David Peace acostumbra a basar sus novelas en personajes reales y en momentos históricos muy dramáticos que reflejan las tensiones políticas de una época determinada. Opina que "Si vas a escribir ficción criminal tienes la obligación de retratar los crímenes como realmente ocurren y mostrar cómo afectan a las comunidades". Y también que «los crímenes reales te permiten escribir sobre un lugar y un momento concreto a todos los niveles: social, político, económico e incluso sexual». 

Así lo ha demostrado desde su inicial y brutal Cuarteto de Ridding (compuesto por las novelas 1974, 1977, 1980 y 1983) centrado en los crímenes de Peter Sutcliffe, el conocido como Destripador de Yorkshire. Asesinó a 13 mujeres entre 1975 y 1981 en la misma comarca en la que nació el autor, West Ridding de Yorkshire: «Nací allí, viví aquellos eventos. Me encantaría sacármelo de una vez por todas del cuerpo, pero hasta ahora no lo he conseguido».

Del mismo modo Tokio, año cero se basa en un asesino en serie real, Yoshio Kodaira, un exsoldado imperial que violó y asesinó a diez mujeres aprovechando el caos del final de la guerra. Fue ejecutado en la prisión de Miyagi el 5 de octubre de 1949. Con estos hechos, Peace compone una historia impregnada de paranoia y culpa con un estilo abrupto, muchas veces poético y desgarrador.  
El reloj marca el mediodía y los gritos se elevan mientras mi camión se aproxima hasta detenerse ante la Puerta Negra. Y acariciando la crin de nuestros caballos. Yo salto de la parte de atrás del camión Nissan. ¿Quién sabe qué traerá la mañana? ¿La vida…? Me quedo mirando la multitud, contemplo los estandartes y las banderas, y me cuadro. ¿… o la muerte en la batalla? Y por fin suena la señal de la partida.
Nadie es quien dice ser. Nadie…
Bajo la Puerta Negra. Otro país. El día vuelve a ser la noche. Otro siglo. Árboles enormes calcinados. Otro mundo. Nada más que las ruinas de la vieja Puerta Negra. Otra época. Ramas calcinadas y hojas perdidas. Otro país. En este lugar, me planto bajo el tejado oscuro de la Puerta. Otro mundo. Hemos visto el infierno. Otro siglo. Hemos conocido el paraíso. Otra época. Hemos oído el juicio final. En la penumbra. Hemos presenciado la caída de los dioses. No puedo olvidar. La noche es el día, el día es la noche. En la penumbra. El negro es blanco, el blanco es negro.

Pero el buen detective sabe que nada es casual.
Bajo la Puerta Negra, el perro callejero aguarda.
El detective sabe que en el caos hay un orden…
Su casa perdida y su amo desaparecido.
Sabe que en el caos hay respuestas…
El perro callejero no tiene patas.
Respuestas, respuestas…
El perro está muerto.






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David Peace (Inglaterra, 1967) nació y creció en Yorkshire. Es autor del Red Riding Quartet (1974, 1977, 1980 y 1983, editadas por Alba Editorial), GB84 (Hoja de Lata), Maldito United (Contra), Red or Dead y Paciente X, su décima novela. De su Trilogía de Tokio están editadas Tokio, año cero y Ciudad Sitiada. 
Acabó sus estudios en Manchester y harto del ambiente asfixiante del thacherismo emigró a Estambul donde trabajó unos años enseñando inglés. En 1994 se trasladó a Tokio donde vivió hasta 2009 cuando volvió a Inglaterra. Regresó definitivamente a Japón en 2011. En sus inicios en este país descubrió la obra de James Ellroy, autor con el que se le suele relacionar por sus brutales novelas repletas de intriga tortuosa y descarnada sexualidad. Según ha reconocido Peace: "Su novela Jazz Blanco fue mis Sex Pistols. Reinventaba el género de tal manera que me di cuenta de que si quieres escribir el mejor libro de temática criminal, has de ser capaz de escribir mejor que Ellroy".

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