jueves, 11 de agosto de 2011

Los ejércitos

de Evelio Rosero

Notable novela sobre el descenso a los infiernos de un pueblo entero, San José, y un anciano, Ismael, rodeados por la guerra, la guerrilla, los paramilitares y el ejército.

Además Ismael está perdiendo la memoria y él mismo nos relata inmisericorde cómo su vida se despeña e incluso cómo la ruindad aflora en sus pensamientos: la constante lubricidad de su mirada ante las mujeres aun en las circunstancias más dramáticas.
La forma de escribir es como en circunloquios. Llegamos a la acción a través del proceso mental del anciano.

La primera parte es descripción de la población: sus vecinos, la cantina, el Oye (vendedor ambulante), Marcos, secuestrado largamente por la guerrilla, Claudino el sanador que vive en la montaña.


En la segunda todo se precipita. La guerra llega hasta la misma plaza del pueblo e incluso un comandante despavorido dispara contra los civiles asustados. Empiezan a multiplicarse los muertos, los secuestrados (la mujer embarazada del cantinero). Finalmente todo el pueblo huye.
 La última parte es como una pesadilla. Ha desaparecido Otilia, la mujer de Ismael. Han asesinado al médico, al borracho Reyes. La guerrilla somete al pueblo a un baño de sangre. Ismael está oyendo todo el rato el grito de Oye, hasta que descubre su cabeza cortada y colocada en su propia parrilla. En una escena alucinada, Ismael pide ayuda a Celmiro para que lo deje entrar por la ventana. Celmiro yace impedido en su cama y cuenta cómo sus hijos le han abandonado dejándole montones de comida alrededor. Ismael insiste aterrado para que lo deje entrar, pero Celmiro sé dedica a reflexionar sobre los problemas de que la comida se estropee o se la coman los gatos. 
Una situación absurda, de pura supervivencia y carente de dignidad.

La novela avanza impertérrita hacia la barbarie, sin volver la cara: la muerte a garrotazos de la mujer del borracho Reyes al postularse para alcaldesa. La decapitación del curandero Claudino y de su perro. Los disparos a civiles mientras están copados en la plaza, el envío de los dedos de su mujer e hija a Chepe, el cantinero, para acuciarle en su rescate.

Desde el comienzo, con un Ismael encaramado al muro y espiando la desnudez de su vecina, hasta la escena final con un Ismael cruzando el mismo muro -derruido por las bombas- para encontrarse con el ultraje al cadáver de su vecina por parte de unos soldados;  la novela establece un arco de barbarie insoportable.

"Les falta matar a Dios" les chilla una madre cuando asesinan a su hijo.
"Díganos dónde se esconde madrecita" le responden.
Ella abre la boca, al oírlos, como si tragara aire;  después la veo dudar (...)
-Pues mátenlo otra vez -grita y sigue gritándolo-, por qué no lo matan otra vez?"  (pág.198)

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