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lunes, 21 de julio de 2025

SIN PERDÓN - de Clint Eastwood




Vuelvo a ver esta obra maestra y me doy cuenta de que, en realidad, no es un western. Los años del Lejano Oeste son ya pretéritos. Estamos en otra época y muchos personajes hablan de "aquellos salvajes tiempos", incluido el sheriff y el pistolero protagonista, William Munny.
Entonces ¿por qué es un western como la copa de un pino?

Recordemos. 
Una prostituta es rajada en la cara y los pechos por dos vaqueros borrachos en un pueblucho remoto de Wyoming. Sus compañeras claman justicia, pero lo que obtienen es una compensación de siete caballos para el dueño del burdel por haber dañado su propiedad. Las meretrices deciden juntar sus ahorros y ofrecer una recompensa de 1.000 $ a quien mate a los dos vaqueros implicados.

El premio es muy suculento y pronto un pistolero joven y bravucón acude al rancho de William Munny (Clint Eastwood) para sumarle a la causa y repartirse el botín. Munny ya no es aquel brutal forajido famoso por su sangre fría; ahora es un vetusto granjero que malvive cuidando una piara de cerdos mientras intenta sacar adelante a sus dos hijos. Su esposa lo rescató de sus correrías pero ahora está viudo y, harto de su vida miserable, decide acompañar al joven; no sin antes convencerlo para añadir a la partida a su amigo Ned Logan (Morgan Freeman), un experto francotirador.



Mientras los tres pistoleros recorren el camino hasta Wyoming, otro cazarrecompensas se les ha adelantado. Es Bob el Inglés (Richard Harris) que es recibido por el sheriff Little Bill (Gene Hackman) con una brutal paliza. El sheriff quiere dar ejemplo y lanzar el mensaje de que los pistoleros no son bienvenidos en el pueblo. 

En estos trazos ya se ve que no estamos en el Viejo Oeste. En primer lugar el punto de inflexión lo marcan las mujeres, con su iniciativa y su dinero. También es novedoso que Little Bill haya implantado la ley de un pueblo sin armas. En tercer lugar los forajidos están viejos y achacosos. Incluso sienten remordimientos por los asesinatos que cargan en su conciencia. Reconocen que la muerte es un acto terrible y definitivo: «Matar a un hombre es algo muy duro. Le quitas todo lo que tiene… y todo lo que podría tener», reflexiona Munny. 


Estamos ante un western crepuscular, de los que dan la vuelta a las convenciones del género. Ya nada es blanco o negro como solía, todo se llena de tonalidades grises. El sheriff es un hijo de puta que aplica la ley de forma implacable. No es con él con quien empatizamos, sino con un asesino que ha sido capaz de enderezar el rumbo. Tampoco se puede decir que los cowboys maltratadores sean unos tipos perversos. Primero muestran un sincero arrepentimiento por los desmanes de una noche de borrachera y posteriormente, cuando son tiroteados, se muestran como unos vulgares granjeros de reses.

Todo ello hace que el Lejano Oeste aparezca como algo muy remoto, escondido tras una neblina que lo ha acabado convirtiendo en leyenda. El propio jovenzuelo que ha reclutado a Munny, no es más que un niñato que ha escuchado demasiadas historias sobre pistoleros aguerridos a los que ahora quiere emular. Incluso siendo un novato, ya se ha puesto un apodo, Schofield Kid, para que la pose sea completa. Pero finalmente la realidad de esta aventura pondrá a cada uno en su sitio. Y es que la película tiene una profunda textura moral. Cuando Logan está apuntando a los cowboys se da cuenta de que ya no es un frío asesino. Y cuando Schofield Kid busca consolarse por los asesinatos cometidos diciendo, "supongo que se lo merecían"; es el fiero Munny quien le responde con amargura: "Todos nos lo merecemos, Kid".



Está claro que el Salvaje Oeste es cosa del pasado y así lo certifica el periodista que acompaña a Bob el Inglés. El adulador W.W. Beauchamp (Saul Rubinek) escribe artículos y libros donde recoge los testimonios de gente que vivió aquellos tiempos legendarios antes de que su recuerdo se pierda; porque todos ellos ya están viviendo en otra época. 

La presencia del periodista es la ratificación del cambio de época. Además cuando deja la compañía de Bob el Inglés para seguir a Little Bill, éste le contará la auténtica verdad de aquellos tiempos, mucho menos fabulosos de lo que Bob el Inglés le ha relatado. Como la historia de Dos Pistolas Corcoran a quien Bob mató en un duelo. El apelativo no era porque llevase dos revólveres, sino porque su pene era más largo que el cañón de su único Colt Walker. Según Bill, Corcoran se hubiese librado en caso de llevar dos pistolas; pero estaba borracho y acabó disparándose en un pie.

Resulta que la verdad es más grosera que cualquier cuento. 
No había pistoleros que desenfundasen tan rápido como el rayo. Los pistoleros más legendarios eran en su mayoría unos borrachuzos impenitentes. Además los revólveres no eran muy fiables. Se encasquillaban constantemente y con ellos era muy difícil acertar a un hombre. Los testimonios que recoge el periodista, tanto de Bill como de Munny, son notoriamente desmitificadores en cuanto a la figura del pistolero y a la glorificación de la violencia como la ley del más fuerte. Así lo corrobora Munny cuando le responde a Beauchamp tras el tiroteo en el saloon. 
“- ¿A quién ha matado primero?
- ¿Qué?
- Cuando un buen pistolero se enfrenta a un grupo superior de hombres siempre dispara primero sobre quién mejor dispara.
- ¿Es así?
- Sí, me lo dijo Little Bill, seguro que es el primero al que mató.
- Tuve suerte en el orden, pero siempre he tenido suerte cuando se trata de matar.”
Por eso algunos lo llaman "western revisionista".



Pero este Western que no es un Western ha visto cómo la situación se ha venido enquistando hasta forzar a Munny a resolverlo a la manera del Viejo Oeste. Después de destrozarnos todos los mitos ahora sí, en el desenlace, por fin, se nos sumerge en el más auténtico y salvaje Oeste. 

Cuando Munny se entera de que han matado a su amigo Ned y que lo tienen expuesto en el saloon de forma humillante, rompe su abstinencia de diez años y se bebe varios tragos de whisky directamente de la botella. Ese será el fuego que revivirá al antiguo William Munny pendenciero y sanguinario. 
Lo necesita para un último trabajo.
Munny entra solo en el saloon para enfrentarse a Little Bill y a todos los parroquianos con los que está organizando un grupo para perseguirlos. Su mirada y sus palabras son de acero. También sus músculos y sus nervios. El viejo porquero ha desaparecido para dejar paso al pistolero implacable que sabe perfectamente cómo matar personas. Empieza disparando a bocajarro al dueño del saloon, por lo que Little Billy le increpa.
“- Es usted un miserable y un cobarde hijo de perra. Ha matado a un hombre desarmado.
- Pues debió haberse armado cuando decidió decorar su salón con mi amigo.
- Es usted William Munny de Missouri, el asesino de niños y mujeres.
- Así es. He matado a mujeres y niños. He disparado sobre cualquier cosa que tuviera vida y se moviera. Y hoy he venido a matarle a usted por lo que ha hecho a Ned.”
Esta escena gloriosa, confusa y terrible, sí es el epítome del western. El periodista ya podrá contar que durante unos brutales minutos estuvo presente en el Salvaje Oeste.














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El género del western es fundacional en el cine estadounidense. Tras su época de esplendor languidecía en los años 70 y 80 cuando precisamente Clint Eastwood lo revitalizó en 1985, estrenando "El Jinete Pálido"; una revisión del clásico "Raíces Profundas" (en el original Shane, de Georges Stevens, 1953).
"Sin perdón" se estrenó en 1992 pero mantiene intacta toda su potencia dramática. El guión se debe a David Webb Peoples (guionista de otras dos obras monumentales como son "Blade Runner" y "12 Monos", casi nada).
La figura del periodista es el elemento de modernidad, pero no es la primera película del Oeste que lo incorpora. Ya en 1962, el gran John Ford contó con un periodista entre los personajes de su historia que se cuenta en El hombre que mató a Liberty Valance
También en esta extraordinaria película se contraponen dos visiones del western, la del violento y lejano Oeste, representada por el desalmado pistolero 
Liberty Valance (Lee Marvin) y la de los nuevos tiempos asentados en el respeto a la ley que encarnaba el abogado Ramsom Stoddard (James Stewart). El paso de una a otra época no fue fácil y este periodista, como el de "Sin Perdón", todavía está impregnado del halo mítico de los viejos tiempos cuando le reconoce al abogado: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se escribe sobre la leyenda”.

viernes, 17 de noviembre de 2023

LOS ASESINOS de la LUNA - de Martin Scorsese



Salgo de la película decepcionado.
La historia merece la pena contarse -el expolio racista de los indios Osage- y sus 3 horas y media se siguen con interés -Scorsese nunca aburrirá-, pero el desarrollo de la trama resulta plano y los personajes carecen de profundidad.

Lo peor de todo es que el engaño del hombre blanco hacia el indígena es tan mostrenco que sonroja. No hay tensión. Más que maldad hay una burda mezquindad. Un descarado saqueo avalado por una ley arbitraria perpetrada por los blancos.

Los indios Osage han sido expulsados primero de Missouri y luego de Arkansas hasta ser confinados finalmente en un territorio perdido de la mano de Dios en Oklahoma... pero resulta que al poco tiempo descubren que el subsuelo está pletórico de oro negro. Los yacimientos de petróleo que encontraron en 1894 convirtió a la Nación Osage en la más rica del mundo... y objeto de envidia por parte de los colonos blancos. El derroche y la ostentación -mansiones, coches, joyas, criados- hizo que los colonos les acusaran de incompetentes para administrar semejante riqueza y, efectivamente en 1908, el Congreso de EEUU otorgó a los tribunales de aquellos condados la capacidad de considerar a los indígenas "menores e incompetentes". De este modo el tribunal podía nombrar un tutor blanco para supervisar los asuntos financieros de cualquier Osage. ¿¡!?😕

Una delegación Osage con el presidente Calvin Coolidge en la Casa Blanca el 20-enero-1924


En 1921 el Congreso todavía llegó más lejos en su "protección" hacia los pobres Osages. Aprobó un ley que los consideraba incompetentes para manejar su inmensa riqueza; obligándoles a canalizar sus pagos, compras y ventas a través de tutores -por supuesto blancos- designados por los tribunales.

El abuso y el expolio fue tan racista y repugnante que no sé cual hubiese sido el mejor modo de relatarlo. Scorsese se centra en la época de los años 20 denominada "reinado del terror", cuando murieron o desaparecieron cerca de 60 indígenas en una evidente conspiración para arrebatarles sus derechos y riquezas. Muchos hombres blancos casados con indias no se conformaron con compartir su riqueza y llegaron a asesinar a familias enteras para asegurarse la herencia. 

La principal mano negra que estuvo detrás de estos crímenes fue William King Hale, un ganadero blanco con buenos contactos políticos que se autoproclamó "Rey de las colinas Osage". El tipo se mostraba sumamente paternal con los indígenas y acumuló poder y prestigio repartiendo favores que luego se cobraba con creces.  




Con la Primera Guerra Mundial recién concluida, la fiebre del petróleo se disparó entre aquellos que buscaban hacer fortuna. Ahí es donde aparece el joven Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), sobrino de William Hale (Robert de Niro); un soldado recién licenciado y sin blanca. Rápidamente su tío le busca novia, una joven india (Mollie) cuya familia ostenta los derechos de una buena explotación petrolera. Ahí tienes tu oportunidad, le dice su tío... porque si se diera el caso de que la madre y las hermanas de Mollie murieran, el marido de ésta sería el heredero de una fortuna. 

Ernest Burkhart no es más que un pobre buscavidas y su tío un tipo taimado y sin escrúpulos. Tampoco los sicarios que contratan son más que unos granujas desastrados. De ahí que la película no despegue. Todo es demasiado ramplón. A veces todo parece una ocurrencia. King Hale convence en unos pocos segundos a un tipo para que mate a alguien o atraque esa misma noche un banco. Muchas de las películas de Scorsese comparten una especie de romantización del crimen como forma de poder y ascenso social. Eso tampoco aparece. No hay goodfelas ni códigos de honor, sólo unos tipos ruines y arteros. Tampoco encontramos ningún tipo de debate o duda moral. 

Para colmo los indios Osage aparecen como meros comparsas. No escuchamos su voz. Scorsese ha admitido que, en cierto punto de la concepción del filme, reescribió el guion por sentirlo excesivamente centrado en los criminales. Corrección que apenas ofrece el fruto de ilustrar la visita a la Casa Blanca por parte de una comisión de indígenas para pedir una investigación sobre los crímenes. La película carece de la épica de los perdedores y su interés radica, sobre todo, en haber rescatado una historia que contradice el relato oficial de bravos colonos y audaces empresarios que expandieron la grandeza del país.



La segunda parte está ocupada por la investigación de una agencia precursora del FBI, pero tampoco resulta excitante sino más bien "casi administrativa". De hecho el libro de David Grann en el que está basada la película -Los asesinos de la luna, 2017- delata cómo esta investigación estuvo plagada de negligencias y errores por parte de las autoridades. Aunque hay que reconocer que esta parte es en la que Di Caprio justifica su presencia en el film. Antes se había mostrado como un verdadero memo que estaba a lo que caía, pero en el momento de ser detenido, y tener que decidir si delatar o no la conspiración, sí es capaz de mostrar las contradicciones de un tipo débil de carácter, enamorado realmente de su mujer india, pero que no tiene empacho en envenenarla a instancias de su poderoso tío.

La narración se estira en situaciones poco relevantes y hubiese merecido una condensación mayor. Da la sensación que ha habido muchos discusiones en la mesa de guionistas sobre cómo armar una película que, al final,  parece un conjunto deslavazado de escenas. Comienza con un repaso de muertes indias que no se investigaron, luego se inicia la historia de un joven Burkhart carente de interés y con la presencia de su tío en un segundo plano muy desdibujado. Tampoco tiene mayor desarrollo la corrupción generalizada de las fuerzas vivas. Finalmente asistimos a la investigación judicial que se desarrolla un poco a salto de mata. 

La secuencia final es un pegote que Scorsese se ha inventado aunque resulta curioso y atractivo. Se trata de un espectáculo de radioteatro -la grabación de un podcast diríamos hoy- donde podemos ver a los actores, músicos y técnicos de efectos narrando en directo el destino de cada protagonista. En una especie de homenaje el propio director aparece narrando el trágico final de Mollie Burkhart (Lily Gladstone).






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La Nación Osage fue un pueblo de grandes guerreros especializado en la caza de bisontes. Lucharon junto a los franceses y contra los españoles por el control de la región del Mississippi en el siglo XVIII. Estuvieron presentes en la guerra de Secesión (1861-1865), tomando partido por los confederados. Asimismo tuvieron un papel activo en el Ejército estadounidense tanto en la Primera como en Segunda Guerra Mundial.

jueves, 14 de mayo de 2020

INTEMPERIE - de Benito Zambrano

España, 2019


Intemperie es una película realista e inclemente que retrata la vida miserable y oprimida en los años del hambre en España, 1946, siete años después de la guerra civil. El escenario es un cortijo en medio de la nada del altiplano granadino. Los que mandan son los amos y señores de las tierras y las vidas de quienes las trabajan. Impacta el trato vejatorio a los jornaleros. La humillación y el abuso están a la orden del día. Pero de pronto un día, un niño de 11 años huye de uno de estos cortijos perdidos en medio de un secarral, para intentar llegar a la ciudad. 


El empeño parece condenado al fracaso. Las llanuras y quebradas parecen infinitas, como una gigantesca cárcel. Demasiados kilómetros sin un pozo de agua, sin un árbol y el capataz no está dispuesto a perder a su presa.... el único capricho que le alegra la vida.



La película se plantea como una verdadera road movie áspera y polvorienta, bajo un sol de justicia. Mientras el capataz envía patrullas a recorrer caminos y cortijos, el niño encuentra a un solitario pastor que lo acoge y ayuda. Caballos y motocicletas contra un pequeño rebaño de cabras y un burro. La tensión nos atenaza durante todo el metraje mientras la confianza y la amistad surgen entre niño (Jaime López) y adulto (Luis Tosar). Alrededor de ellos pivota toda nuestra atención.

Poco a poco mentor y aprendiz establecen una relación muy natural y emotiva que les llevará a compartir experiencias. El niño, que sólo conoce la pobreza y el abuso habla de planes, el cabrero de pesares. Estuvo como soldado en la guerra de África, luego en la Guerra Civil. Conoce el valor de las cosas. El niño tiene la cabeza llena de odio. A dónde quiere ir le pregunta. A la ciudad, responde. Quiero hacerme rico.

"-Cuando me haga rico, volveré casa... mataré al que manda y luego le compraré las tierras. Echaré a todo el mundo del pueblo y luego lo prenderé fuego.
- ¿Le vas a comprar las tierras a un muerto?
- ...primero se las compro y luego lo mato.
- ¿al que te está siguiendo? Para quemar un pueblo no hace falta comprarlo. Solo necesitas fuego y un par de cojones.
- Yo tengo de las dos cosas.
- No lo dudo. Pero mucho fuego en el corazón... llena de humo la cabeza.
- Eso ¿qué quiere decir?
- Eres muy crío para hablar así. No me extraña que tengas pesadillas.
-Tú tienes pesadillas. ?
-Todo el mundo las tiene."


El camino, los descansos alrededor del fuego y algún encuentro con los sicarios por medio ayudarán al niño a comprender la filosofía moral del cabrero. Sobre todo cuando se empeña en enterrar a uno de sus enemigos, demostrando que aun en los peores momentos son posibles la compasión y el perdón. El niño reniega de hacerlo.

- ¿Por qué lo entierra?
- Si yo te hubiera dejado a ti donde te encontré no quedaría de ti ni los huesos.
- Pero...ese hombre lo iba a matar.
- Hay vivos que no merecen ningún respeto... pero los muertos sí.
La conmovedora historia de amistad contrasta enormemente con el paisaje calcinado por el sol, un inmenso secarral donde cada cortijo es como una cárcel aislada del mundo, cuyo capataz actúa como un cruel soberano. Este brutal entorno, físico y moral, amenaza con asfixiar cualquier signo de humanidad. Pero el Moro, como se conoce al cabrero, podrá demostrarle al niño otros valores. Que toda la autoridad y el oro del mundo no sirven de nada en el desierto, cuando el hombre está solo con su conciencia. O que después de haber vivido mucho tiempo entre moros, puede decir que no existen moros o cristianos, sino solo personas.

La película tiene los trazos de un western con un gran peso del paisaje baldío y de los silencios que impone el taciturno cabrero. Además de la constante tensión con que se desarrolla, la película d
estaca por su gran ambientación y unas excelentes interpretaciones. Luis Tosar dota al cabrero del necesario poso amargo, Jaime López encarna con convicción una rebeldía feroz y tanto Luis Callejoen el papel del capataz, como Vicente Romero son capaces de provocarnos miedo con su iniquidad.

Benito Zambrano consigue transportarnos a una España de miseria, conmoviéndonos con la veracidad de una historia que busca un resquicio de esperanza cercada por la humillación y el miedo. No podría tener mejor banda sonora que la estremecedora voz de Silvia Pérez Cruz poniendo voz a una canción de Javier Ruibal, por la que ganó un merecido Goya. Aquí la puedes escuchar.


P. D. También ganó el Goya al mejor guión adaptado sobre la novela Intemperie de Jesús Carrasco

miércoles, 28 de junio de 2017

COMANCHERÍA - David McKenzie

EEUU, 2016
El Oeste sigue siendo lo que era... 
aunque con automóviles e hipotecas.-


Los hermanos Tanner y Toby están a punto de perder el rancho de su madre, justo cuando ésta acaba de morir. El banco les ha puesto un plazo para enjugar la deuda pendiente o ejecutará la hipoteca. Es verdad que el rancho es una ruina y se encuentra en medio de un desierto de lo más agreste; pero existen elevadas posibilidades de que en el subsuelo haya petróleo.

Así que estamos donde siempre, los ricos aprovechándose del sistema y los pobres expulsados. Pero Toby (Chris Pine) se rebela contra esta situación. Separado y malviviendo de trabajos esporádicos que no le permiten ni pasar la pensión a sus hijos, la vida le ha dado una patada en el culo. Y a su hermano Tanner dos: ladrón, convicto y pendenciero, la vida no tiene nada que ofrecerle. De modo que Toby prepara un plan, tan desesperado como astuto: llevar a cabo una rápida cruzada de robos por las pequeñas sucursales del banco que engañó a su madre y abonar la deuda con lo robado.


La acción se centra en dos parejas -de policías y ladrones- cuyos diálogos relucen con la dureza del pedernal y el poso de la amargura. Pero hay un tercer protagonista. Mientras los atracadores huyen hacia adelante perseguidos por los dos ranger de Texas, la película se detiene en un paisaje desolador: pueblos vacíos, negocios ruinosos, vidas bloqueadas, gentes que arrastran sus días por un territorio inmisericorde, tan vasto como abandonado a su suerte. El territorio de los votantes del botarate Trump. 

Con los policías yendo de pueblo en pueblo por las carreteras infinitas, nos asomamos a la pobreza y ruina de sus pueblos. Unos de los carteles de la carretera te pregunta "¿Endeudado?". En otra ocasión los rangers se cruzan con un grupo de cowboys que espolean a su manada acuciados por un gigantesco incendio.
"-Ojalá pudiéramos ayudarles.
-Ojalá me chamusque y me ahorre el sufrimiento (...) En pleno siglo XXI huyendo del incendio hacia el río con mi rebaño....y luego me pregunto porqué mis hijos no quieren ser vaqueros.
-¿Damos el aviso? -pregunta un ranger a otro.
-No. Ya se apagará cuando llegue al río... y tampoco hay nadie a quien llamar. Esos chicos están solos."
El ranger no lo sabe pero nosotros sí. No sólo los vaqueros están solos, también los atracadores y cualquiera de los que están en la cafetería apurando las horas vacías. El sueño americano se ha olvidado de ellos. Todo tiene ese aire crepuscular de héroes derrotados que se revuelven contra un destino que parece inexorable. "Comanchería" no es un relato de Cormac McCarthy pero pasaría sin problemas por uno de ellos.


¿Se puede reflexionar sobre darle sentido a tu vida mientras estás robando bancos por Nuevo México? Sí. La película es una explosión de vida al borde de la tragedia. Los dos hermanos intentan abrir una puerta al futuro que el banco tiene bien atrancada. Lo que pasa es que no saben si una vez abierta, al otro lado habrá esperanza o un abismo por el que despeñarse.
-Deberíamos atracar otro banco.
-Hablas como si no fuéramos a librarnos de ésta.
-Jamás he conocido a nadie que se libre de nada. Nunca.-Le responde su hermano. 
Los cielos sangrientos del atardecer sobre la inmensa llanura de Texas amenazan con teñir de sangre estas vidas desgarradas. Toby no es un ladrón que prepare su último golpe, ni un gánster que atisba el final. Es un pobre granjero. "Siempre he sido pobre. Al igual que mis padres y mis abuelos. Es como una enfermedad y pasa de generación en generación. Se convierte en una epidemia. Eso es lo que es. Infecta a toda la familia... Pero a mis hijos no." 

No hay gloria, ni glamour pendenciero. Hay injusticia a raudales. Una de las singularidades de Comanchería es la ambigüedad que destilan sus personajes. El ranger quiere comprender a los ladrones, pero también es implacable cuando se trata de dispararlos. Es una de esas películas en la que vas con los ladrones, con los perdedores.

El argumento es clásico y nada original con sus policías y atracadores; pero encuentra su alto valor en un denso trasfondo dramático y de crítica social. El guionista Taylor Sheridan ha armado un sólido western contemporáneo donde los fuera de la ley siguen aureolados por un hálito romántico y trágico. Pero si en 1865 los pioneros se encontraban en territorios sin ley, ahora nos encontramos con bancos sin piedad. Como en el western clásico no faltan forajidos (aunque están encorbatados), rangers, persecuciones y tiros. Ni una población armada hasta los dientes que sólo espera la ocasión para desenfundar y disparar contra cualquier incauto; como les ocurre en uno de los poblachos. 

El compañero de Jeff Bridges es mitad indio y mitad mexicano (Gil Birmingham). Mientras están sentados en un porche, como si del viejo Oeste se tratara, reflexionan:

-Hace mucho tiempo tus antepasados eran indios, hasta que vino alguien y los mató, los esclavizó y te convirtieron en uno de ellos.
-Hace 150 años toda esta tierra era de mis antepasados. Todo lo que se ve. Todo lo que viste ayer. Hasta que los abuelos de esta gente se lo quitaron.....y ahora se la quitan a ellos. Pero no lo hace un ejército, sino esos hijos de puta de ahí. (Señalando a un banco)
Hay muchas películas que mantienen una guerra de indiferencia entre su título original y el doblado. Hell or High Water es el título original, una expresión que quiere decir algo así como "Nada que perder" o "contra viento y marea"; pero en español se ha titulado Comanchería. Aunque sólo sea por una vez, justificadamente. Tanner (Ben Foster) se las tiene tiesas con un comanche en un casino y éste le suelta:
-Sabes qué significa comanche?....Enemigos para siempre.
-¿Enemigos de quién?
-De todos.
-Pues eso me convierte en...
-...un enemigo.
-No. Me convierte en un comanche.

Así es la caracterización de cada uno de estos cuatro personajes interpretados con gran solvencia por el elenco. Sucinta pero potente. 
El gran Jeff Bridges vuelve a estar inmenso y Chris Pine  se atreve (y acierta) a cambiar su registro de héroe para enfundarse las botas polvorientas de un granjero pobre y rebelde.

Otro de los alicientes de la película es su banda sonora, con temas de Attila, Jamey Johnson, Townes Van Zandt o Scott H. Biram: más algunos temas compuestos por el mítico Nick Cave junto a uno de los miembros de su banda, Warren Ellis. Canciones con guitarras y voces rasgadas que aportan hondura a una película que se va incendiando por momentos.

lunes, 28 de marzo de 2016

Bone TOMAHAWK - de S. Craig Zahler



EEUU,2015


Para su debut en el largo, el director se descuelga con este western desnudo y radical.

Una mujer y el maleante herido al que atiende durante la noche, son raptados por los indios; por lo que el sheriff organiza una patrulla de rescate. El esquema es el de Centauros del desierto (The Searchers) y aunque la historia transcurre por otros derroteros, el pulso del director es tan firme que resulta hipnótico. Para conseguirlo se apoya escuetamente en unos diálogos brillantes e irónicos y unas secuencias de acción brutales y contundentes.


Un par de maleantes deambulan por una zona desértica realizando asaltos y hurtos. En su huida cruzan un cementerio indio y son atacados. Uno de ellos logra huir hasta un pueblo donde resulta herido. En la noche, mientras es atendido por la doctora, ambos son secuestrados. La única pista es una flecha que parece pertenecer a una extraña tribu de indios trogloditas. Dado que habitan una región tan remota como inhóspita, el sheriff se apresta a organizar el rescate. 
La patrulla que componen el sheriff (Kurt Russell), su anciano ayudante (Richard Jenkins), el marido (Patrick Wilson) y un pistolero que se ofrece (Matthew Fox), centra el relato durante los dos días y dos noches que cabalgan.
La realización es tan seca (por no haber no hay ni música en la banda sonora), las amenazas tan constantes (el desierto, la sed, nuevos cuatreros, una pierna herida del marido) y las imágenes tan brutales, que te dejan pegado a la butaca casi sin aliento. El punto por donde respira la película son unos diálogos jugosos e irónicos conducidos, sobretodo, por un secundario de lujo como Richard Jenkins, quien compone un personaje cascarrabias y socarrón tal como nos tenía acostumbrados el gran Walter Brennan.

La película tiene un ritmo sostenido y casi melancólico que resulta muy vívido gracias a las estupendas interpretaciones de los cuatro protagonistas. El brutal epílogo en el que se enfrentan a los indios se convierte en una explosión de terror atávico.
A la postre se trata de un extraño western de personajes con un enemigo que parece de otro planeta (algunos han creído ver en esta exploración de tribus y territorios una paranoia de colonos); pero Craig Zahler demuestra valentía en la escritura y audacia en el rodaje de este rutilante híbrido de géneros.

Un autor a seguir que ha comenzado con el Premio al mejor director en el pasado festival de Sitges 2015. 

lunes, 15 de febrero de 2016

El RENACIDO - de Alejandro González Iñárritu




Espectacular y vibrante, la cámara de Iñárritu te sumerge de tal modo en la peripecia de un superviviente por los helados parajes de Dakota del Norte, que asistes a toda la película sobrecogido por el acoso de la naturaleza.

Una forma de rodar muy personal, con largos planos secuencia que te impiden abstraerte y el uso del gran angular para mantener la cámara pegada a los personajes,  logran implicarte sin remedio en cada secuencia.

En plena guerra contra los indios autóctonos por la conquista del territorio, una avanzadilla de soldados y tramperos es diezmada. Los escasos supervivientes intentan regresar al fuerte guiados por el explorador Hugh Glass; pero en un desafortunado encuentro con un oso grizzlie, Glass es herido mortalmente. Sus compañeros lo abandonan, dándole por muerto; pero su espíritu inquebrantable le hará sobrevivir y recorrer más de 300 kilómetros hasta la salvación.

González Iñárritu se sirve de esta historia real, ocurrida en 1823 en Dakota del Norte, para sumergirnos con una enorme viveza en las ventiscas de nieve y la hostilidad de las montañas heladas; tanto, que prácticamente nos entrega un documental sobre supervivencia. La maravillosa fotografía de Emmanuel Lubezqui y la implicación de todo el equipo para rodar en parajes naturales a temperaturas bajo cero, hace que el protagonismo recaiga en gran medida sobre el medio.
"Puedo nombrar treinta o cuarenta secuencias que constituyen algunas de las cosas más difíciles que he
tenido  que hacer jamás", ha reconocido DiCaprio
La película es sobresaliente en sus imágenes, pero desciende a notable en el guión. Se echa en falta alguna trascendencia en el protagonista más allá de unos flashback pretenciosos y alguna elipsis en sus durísimos trabajos por sobrevivir. El director se recrea en una especie de bricolaje de la supervivencia, reiterando las acciones, como buscando el más difícil todavía: al hacer fuego le sucede el comer los tuétanos de los huesos que encuentra o el quemar sus heridas con pólvora; al arrastrarse por un bosque nevado, le sucede el dejarse llevar por las corrientes de un río helado o eviscerar un caballo para buscar refugio. Donde mejor se ve la endeblez dramática es en el antagonismo entre Glass y Fitzgerald (Tom Hardy), siendo espectacular resulta poco catártico.
Paradójicamente esta lucha entre el hombre y la naturaleza se produce sin establecer una relación entre ambos. Glass pasa por los ríos y los bosques prácticamente sin mirarlos. La película nos remita irremediablemente al Jeremiah Johnson de Sidney Pollack y al Dersú Uzala de Kurosawa. Pero mientras en ambas los desiguales contendientes  se comunican y entrelazan, este Renacido peca de ensimismado, obcecado únicamente en sobrevivir para acometer su venganza. 

Quizás sea el signo de los tiempos. Los indios, los franceses, los compañeros de Glass, a excepción del capitán Henry, son retratados como animales en busca de la supervivencia. Creo leer eso mismo en el rostro de un Glass hambriento mientras asiste al derribo de un búfalo por un grupo de lobos. Él está sin fuerzas, pero siente ese instinto básico animal que le empuja a comer y sobrevivir aunque sólo sea un día más.   
De todos modos la película es portentosa en su realización y contiene un puñado de secuencias magníficas: el asalto inicial de los indios arikaras, el ataque del oso (una de esas virtuosas secuencias que perdurarán en la memoria), el salto a caballo por un precipicio o el duelo a muerte final.


He leído algunas críticas que restan valor a esta película de Iñárritu. No lo haré yo. Creo que es encomiable el amor con que el director ha pensado y realizado una cinta que además tiene interés y fuerza. Hay quien ve con menoscabo las poéticas escenas en que cita a su maestro Tarkovsky (en varias ocasiones el director mexicano ha reconocido que el ruso le inspiró para dedicarse al cine). No yo. Aunque cabe decir que son demasiadas y las más extremas sobran (las ruinas de la iglesia, el pájaro saliendo del cadáver), dado el espíritu aguerrido del conjunto.
  



Comparativa con algunas escenas de Stalker, The Mirror, Andrei Rubliov, Nostalgia La infancia de Iván, films de Tarkovsky.



P.D. Cabe recordar que existe un precedente de película que recoge las penurias de Hugh Glass, El hombre de una tierra salvaje, con Richard Harris  y John Huston. En ella fue el árido paisaje del Sistema Central de la Península ibérica el que dió réplica a los protagonistas.

miércoles, 27 de enero de 2016

Los ODIOSOS OCHO - de Quentin Tarantino



                   

El octavo film de Tarantino junta a ocho odiosos tipos, deslenguados y mendaces, en un brillantísimo pastiche; pero sumamente irregular. La cinta es un portento visual, obra de un creador de cine con mayúsculas; pero se puede decir con propiedad aquello de que la película en su conjunto es mucho peor que sus partes. Porque cada secuencia tiene la poderosa impronta de Tarantino, la verborrea desbocada, la aviesa intención, la ironía y hasta el delirio, a lo que hay que añadir una portentosa realización. Pero no constituye una matriz con aliento propio; sino que va sumando ideas por el mero hecho de tenerlas. 


Una tormenta de viento y nieve en las montañas de Wyoming sorprende al cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) llevando a su peligrosa prisionera, Daisy Dormegue (Jennifer Jason Leigh), para que la ahorquen en Red Rock. Por el camino recoge a otro cazarrecompensas, el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) y al nuevo sheriff de Red Rock. El temporal de nieve les obliga a detenerse en un colmado, la Mercería de Minnie, que en ese momento está al completo: un exgeneral sudista, un redicho inglés (Tim Roth) que se presenta como el verdugo de Red Rock y un joven solitario y taciturno. 

Con una brillantísima puesta en escena y sus indefectibles diálogos, tan redundantes como jocosos, Tarantino nos invita a un curso de escritura cinematográfica. Comienza con un encuentro tenso y mordaz entre dos protagonistas (como ya hiciera en Djando Desencadenado); continúa como un ejercicio hitchcockiano, encerrándolos a todos en un espacio cerrado para que se cuezan en su propio jugo; afronta en la transición un capítulo muy Agatha Christie cuando aparece un misterioso envenenador, para concluir con  la típica orgía de sangre, donde dos moribundos bañados en rojo continúan perorando (Reservoir Dogs). 

Demasiadas citas, demasiadas referencias, demasiadas incongruencias. La película puede tomarse como un completo juego autorreferencial. La octava película elige ocho personajes para poder husmear en ese videoclub que Tarantino lleva en la sangre. Aunque el director avista muchos caminos, no recorre ninguno. La película se detiene por momentos,  las charlas se hacen eternas y la tensión dramática decae.


Ya estamos acostumbrados a los diálogos interminables de Tarantino; a veces inquisitivos, a veces absurdos, siempre interesantes y mordaces. 
"Si yo, como verdugo, cuelgo a esta mujer criminal; a eso lo llamamos Justicia. Si en cambio, una masa enfervorecida nos la arranca de las manos y la cuelgan, eso sería barbarie.  
La ausencia de pasión es la esencia de la Justica. La Justicia que no se sirve desapasionadamente corre el peligro de no ser Justicia."
Eso es lo que encontramos en estos Odiosos Ocho; pero según pasan los minutos el asunto va perdiendo interés, como si no condujese a ninguna parte.   Un poderoso personaje como John Ruth, apodado "la horca", de pronto desaparece. El joven sheriff que en principio es presentado como miembro de una peligrosa banda, de pronto se convierte en un pipiolo. Y lo más grave, hacer imitar al gran Tim Roth (el presunto verdugo de origen inglés), el estilo y la pose patentados por Christophe Waltz en sus anteriores colaboraciones, me parece un desatino que demuestra el despiste de la película.

A pesar de ello, son precisamente los diálogos los que sostienen las escenas, además de unos personajes perfectamente trazados y encarnados de forma sobresaliente por un elenco inspirado. Subrayar que Samuel L. Jackson tiene una presencia abrumadora.

La multitud de historias que cruzan la pantalla, como la de John Ruth, la del Major Marquis, la del anciano general sudista (Bruce Dern), la de su hijo (un verdadero exabrupto), la de Daisy Domergue, la de la propia Minnie. La decisión de contar con Ennio Morricone para la música, la de rodar en celuloide Ultra Panavisión 70, un formato para captar escenarios inmensos, cuando la película transcurre, casi al completo, en un escenario único y cerrado, ...las innecesarias tres horas de duración. Todo delata una excelsa arbitrariedad, una creatividad desbocada, un deseo de manipular mitos y emociones. El desbarre pletórico de una mente creativa, tan exuberante y virtuosa como en su conjunto fallida.


P.D. 
Rodar ‘Los odiosos ocho’ en formato Ultra Panavision 70, no es más que otro homenaje al cine de un cinéfilo sin remisión. Fue empleado por última vez en la pelicula ‘Kartum’ (1966). Ultra Panavision 70 utiliza lentes anamórficas (a diferencia de las lentes esféricas tradicionales) para crear una prodigioso aspecto panorámico de 2.76:1. 

Con este formato el celuloide capta la profundidad, el color y la luz de una forma mucho más cálida y natural que la imagen digital. Tarantino y su director de Fotografía, Robert Richardson contaron con toda la colaboración de Panavision para llevar a buen puerto el proyecto. De sus almacenes salieron varios juegos de lentes, entre ellas, las utilizadas para rodar la carrera de cuadrigas de ‘Ben-Hur’, y las reconstruyeron para su uso con cámaras actuales.

Tarantino ha sido muy rompedor al utilizar este formato ideado para los grandes paisajes del Oeste y la salvaje belleza de escenarios naturales, en una película de interiores: “Creo que estos grandes formatos ofrecen más intimidad. Puedes estar más cerca de los personajes. Podías acercarte más e invadir la intimidad de los personajes con su grandeza. No creo que sea un formato pensado únicamente para crónicas de viajes”. La cámara puede grabar los detalles en toda su gloria, gracias a que recoge mucha más información. Tarantino ha querido retrotraernos al asombro que sentíamos cuando nos asomábamos de niños a una sala de cine.




viernes, 23 de agosto de 2013

El Llanero Solitario

de Gore Verbinski








Se anuncia y alardea como la nueva película del equipo de Piratas del Caribe. Pero mientras en aquella lograron crear una modélica película de aventuras a partir de una atracción de parque temático; aquí es la película la que se les ha convertido en una sosa atracción. Todo el atracón de puentes, trenes y toboganes en constante aceleración y descarrilamiento no alcanza sino para mostrar una pericia técnica hueca, carente de contenido y por supuesto de emoción. 

Han querido mezclar aventura, comedia y acción pero los ingredientes que maneja son pobres y no han ligado. El resultado es una cinta de ritmo plano e insípida. La comedia no enriquece la aventura sino que la aborta y encima con chistes toscos y hasta ridículos. Toda la película se resume en la escena final, cuando el Llanero Solitario ya se cree su papel y encabrita al caballo para ofrecernos la estampa típica del Llanero. Entonces el indio Toro le dice "chistt, ¡no hagas eso!" y el Llanero pide perdón. Puf.

En muchas ocasiones parece como que el director no sabe por donde tirar y elige acumular escenas que no añaden nada... y mira que tema había. 
Es la época en que el ferrocarril está uniendo el Este con el Oeste, transportando a sus lomos el Futuro. Y este caballo de fuego está conducido por dos malvados estupendos: Tom Wilkinson como director de operaciones y William Fichner como bandido sanguinario. Pero la película en vez de buscar lo genuino de la aventura elige perderse en el despropósito y la broma chusca.















Resulta curioso que en medio de la astracanada, el más pintarrajeado sea el único que mantiene el tipo, Johnny Depp. Aunque repetido, el suyo es un papel que nos creemos. Él sí transmite ese candor del payaso tras cuya cara pintada sospechamos la tristeza. 

Desde que realizaran la deliciosa y delirante Rango, parece que la dupla Verbinski-Depp había echado el ojo al salvaje oeste. Pero lo que allí era un personalísimo y disparatado homenaje al spaghetti-western, aquí dejan que el espectáculo se les convierta en una tosca opereta. 

Me resulta increíble el modo en que el cine norteamericano es capaz de gastarse una millonada en algo tan aburrido. Debieron de pensar que acumulando trenes que descarrilan y vías que se cruzan y solapan como en una feria nos íbamos a quedar con la boca abierta. Pues no. Antes que los efectos especiales debe haber una historia, un desarrollo, un ritmo y un tono. Todo lo que aquí falta.

Incluso me da palo ubicar este bodrio en el sagrado capítulo del western, donde figuran obras maestras incontables. 
Comparte con The Searchers el mítico paisaje de Monument Valley, y eso me servirá de excusa para recordar al maestro John Ford, de cuya muerte se cumplirán 40 años este próximo 31 de Agosto.

domingo, 27 de enero de 2013

Django desencadenado

de Quentin Tarantino






Si ya el spaguetti-western era exageración (aquellos personajes tan malvados, aquellos primerísimos planos tan repetidos, aquellas bandas sonoras tan estrepitosas) y estilización del western clásico; Tarantino ha dado una vuelta de tuerca más y nos regala un western tan excesivo como preciosista, tan irónico como sangriento;  siempre gamberro, como todo lo suyo, pero exquisitamente escrito y rodado. No en vano el director posee una precisión en la puesta en escena con la que pocos autores se pueden equiparar.

Tarantino penetra en la liturgia del western y como un ácido se va colando por sus resquicios hasta desbaratarlo; presentándonos una película del oeste muy original, divertida y brillante.

El cazarecompensas de origen alemán King Schultz (Christoph Waltz) busca a un trío de hemanos asesinos. Como no los conoce necesita al esclavo Django (Jamie Foxx) para que los identifique. Le promete la libertad a cambio de su ayuda. Una vez ejecutado el trabajo y descubierta la habilidad innata de Django para disparar, forman un tandem muy bien avenido dedicado a cazar ladrones y asesinos. El acuerdo sólo tiene una condición; cuando acabe el invierno irán a rescatar a la mujer de Django, Broomhilda, vendida como esclava al malvado Calvin Candie (Leonardo DiCaprio) propietario de una de las más grandes fincas de Mississippi, Candyland. Candie es conocido por su afición a los mandingos, la lucha a muerte entre dos esclavos negros.

La película posee un guión siempre estimulante (recientemente premiado con un Globo de Oro) que no deja de avanzar, introduciendo una tensión narrativa que te arrastra sin remedio.
Me encanta la puesta en escena de Tarantino. Es cuidada, precisa, elegante. Siempre logra captar tu atención. Su diálogos son siempre intencionados y poseen chispa e ironía a raudales. "La D es muda" le espeta al propio Franco Nero (un cameo del Django original) después de deletrear su nombre.

Hay un puñado de escenas inolvidables: la inicial donde se conocen Schultz y Django, la captura y asesinato de los hermanos Brittle, el paso del invierno en las montañas (para mí un homenaje a The Searchers y su narración del tiempo) o la hilarante escena con los miembros del Ku-Klux-Klan. La secuencia de la cena en casa de Candie es magistral. Posee la tensión y el dramatismo de una partida de ajedrez al límite. A ella hay que sumar el magnífico tiroteo final.
















Como en todas su películas, Tarantino mima el dibujo de sus personajes, incluso el de los secundarios. Para demostrarlo ahí está el odioso Stephen (Samuel L. Jackson), tan racista o más que su propio amo Candie.

Jamie Foxx da el tipo perfecto para el papel, pero la pantalla refulge cuando aparecen Waltz  o  DiCaprio, que están inconmensurables.
Waltz compone un personaje muy parecido al de Malditos Bastardos en un tour de force brillantísimo y DiCaprio despliega su carisma con poderío. Sabe ser sutil y violento en el mismo plano y además aporta un sarcasmo  que redondea al personaje.

La película es exagerada, violenta, estilizada y gamberra. Se acompaña de una banda sonora marca de la casa, genial y sin temor al pastiche o al anacronismo (en un momento del western suena un rap). Es entretenimiento puro y cine de quilates. Lástima que ya existan  Malditos Bastardos y Kill Bill; porque en ellas ya estaban todos estos elementos y son sin duda, obras más redondas. 

Me gusta el comentario de Jordi Costa en Fotogramas: "Con sus disquisiciones lingüísticas segundos antes de un tiroteo o el pulso sobre una fórmula de cortesía que precede al clímax de violencia, ´Djando desencadenado´ es, quizá, el western que mayor atención jamás haya prestado al lenguaje verbal: los zooms y reencuadres de la puesta en escena parecen funcionar como contrapunto estilístico a esta obsesión por la forma. Con una trama que pone especial énfasis en la representación y juega a fondo la carta del humor, Django desencadenado sólo peca por exceso (de metraje) y por no saber acuñar una imagen tan poderosa como la de ese Franco Nero atado a un enigmático ataúd". (imagen del Django original)