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sábado, 22 de enero de 2022

Sir GAWAIN y EL CABALLERO VERDE - Anónimo




Estamos en la legendaria corte de Camelot durante la fiesta de Año Nuevo que el Rey Arturo celebra con sus caballeros de la Tabla Redonda, cuando un hombre se presenta ante ellos y les lanza un reto. El caballero es gigantesco y portentoso, "ningún hombre, pensaron todos, sería capaz de resistir sus mandobles mortales". Todo él con su vestimenta, pelo y piel, así como su corcel es de un brillante color verde. Entra a caballo en el salón aunque va desarmado, sin peto, cota ni yelmo. Sí ostenta un hacha enorme en una mano y un ramo de acebo en la otra. Dirigiéndose a todos fieramente les explica el desafío: esperará desarmado y a pie firme a que un caballero le aseste un golpe con su propio hacha, pero a cambio ese caballero deberá estar dispuesto a recibir otro golpe sin reparo. 
━Si hay alguno en esta corte que se tenga por espíritu audaz, y de sangre y alma fogosa, y que se atreva a descargar un golpe a cambio de otro, le daré como presente esta hacha costosa; esta hacha, bastante pesada, para que él la utilice a su gusto. Yo esperaré el primer golpe, tan desarmado como voy montado aquí. Si hay algún hombre tan fiero que quiera probar lo que aquí propongo, que venga a mí sin más demora y se haga cargo de esta arma; se la entrego para siempre. Entre tanto, yo aguardaré impasible su golpe, a pie firme, en el mismo suelo, con tal que pueda yo asestarle otro sin reparo. Sin embargo, le concederé el plazo de un año y un día. ¡Así que venga pronto ahora, quienquiera que se atreva a responder!
Los caballeros se quedan desconcertados ante tal envite, lanzado por un ser terrible y de aspecto sobrenatural. Por supuesto el Rey Arturo acepta el reto pero sir Gawain lo considera impropio de su majestad y pide afrontarlo él mismo.
Yo soy el más débil, lo sé; y el menos asistido de sabiduría. En cuanto a mi vida, si la pierdo, será la menos lamentada. Mi único honor está en teneros por tío, y ningún mérito hay en toda mi persona salvo vuestra sangre. Y puesto que este lance es demasiado insensato para que recaiga en vos, y soy yo el primero en solicitarlo, os ruego que me lo concedáis a mí.
Se apresta a ello y de un certero golpe decapita al feroz caballero quien, sin caer ni vacilar, recoge su cabeza y cita a Gawain para que dentro de un año acuda a buscarlo a la Capilla Verde, donde deberá recibir el golpe acordado.



Tal es el comienzo de esta fascinante aventura.
Sir Gawain y el Caballero Verde es un poema caballeresco anónimo que se escribió en inglés a finales del siglo XIV. Se trata de una de las historias más conocidas del ciclo artúrico y sedujo de tal forma a J.R.R. Tolkien que la estudió durante toda su vida y llevó a cabo la edición actualizada de este extraordinario poema. La obra se conserva en un único manuscrito en la British Library de Londres y es conocida con el nombre de Cotton Nero AX, por haberse encontrado en la biblioteca de sir Robert Cotton, cuya colección incluía los Evangelios de Lindisfarne y el único manuscrito superviviente de Beowulf, el cual tenía los bordes chamuscados por un incendio que amenazó con destruirlo todo.  

Cuando se nos presenta Gawain, aún no ha realizado ninguna hazaña importante, todavía vive en casa de su madre Morgana, hermana del Rey Arturo, y espera la oportunidad de mostrar su valía. Después de una presentación tan rotunda y verse inmerso en tan portentoso lance, lo que se presenta ante él es un viaje lleno de pruebas y tentaciones que aquilatarán su espíritu, camino de un destino fatal.






En la segunda parte de las cuatro que consta el poema, Gawain realizará el viaje, en busca de la Capilla Verde, por las tierras inhóspitas de Gales del Norte, "donde había poca gente que viviera en el temor de Dios y el amor de los hombres". El camino lo emprende en solitario -como una penitencia- afrontando múltiples peligros y "luchas mortales con dragones y lobos"; pero su fe en Dios y sus ruegos a Santa María lo llevan hasta un castillo al que llega el mismo día de Noche Buena. Una vez en la fortaleza todo son agasajos y el señor le invita a descansar allí hasta el día de Año Nuevo, cuando le mostrará el camino a la cercana Capilla Verde. 

La estancia en dicho castillo ocupa toda la tercera parte y quizás sea el capítulo principal, por cuanto narra las tentaciones a las que es sometido Gawain para demostrar su honor y lealtad. Apreciando su fatiga por el viaje el señor del castillo le propone que descanse unos días, atendido por su mujer, mientras él sale a cazar, no sin antes suscribir el siguiente trato:  "aquello que yo consiga en el bosque será para vos; a cambio, me daréis lo que vos obtengáis aquí. Juremos hacerlo así, mi buen amigo."

Efectivamente sir Gawain descansa en sus aposentos pero de igual modo que el señor persigue a sus piezas de caza, él es asediado por la señora del castillo con todo tipo de galanterías y armas que el amor cortés dispone. 
Pues sé muy bien que sois sir Gawain, y que todo el mundo os adora dondequiera que vayáis; vuestro honor, vuestra donosura, son objeto de alabanza entre los señores y sus damas, y entre todos cuantos viven. Ahora estáis aquí, a solas conmigo. Mi señor y sus hombres se encuentran muy lejos; los que se han quedado están acostados, y mis doncellas también; la puerta está bien cerrada y segura; y puesto que tengo aquí al caballero que a todos agrada, pasaré el tiempo que pueda en dulce conversación con él. Disponed de mi cuerpo; la necesidad me inclina a ser vuestra sierva, y lo quiero ser.


Los tres días que el señor se va de caza, Gawain es sometido a un cerco de seducción pero, firme y sin perder la gentileza, no deja que la dama le entregue más que un simple beso. Así cuando la primera noche el señor vuelve y le ofrece un ciervo y a la siguiente un gigantesco jabalí, Gawain le responde en cada caso entregándole lo conseguido ese día, un casto beso. Pero el tercer día, del mismo modo que el cazador se enfrenta a un escurridizo zorro, Gawain es sitiado por la dama mejor vestida y enjoyada, dispuesta a ganar su amor e intercambiar una prenda. Gawain cede por fin, pero no por codicia o lujuria, sino para preservar su propia vida, pues toma de ella un sencillo cinturón verde que le ofrece protección. 
    —Os ruego, pues, que no lo toméis a agravio; desistid más bien de este empeño, pues nunca accederé a vuestra pretensión. Con todo, os estoy profundamente agradecido por vuestra disposición hacia mí, y siempre seré vuestro servidor, en la suerte y en la desgracia.
    —¿Rechazáis esta seda —dijo la hermosa dama— por lo humilde que es, y parece en sí misma? Pues bien, es pequeña, y más pequeño su valor. Sin embargo, quienquiera que conozca las virtudes de sus bordados, la tendrá en mayor estima; pues no habrá hombre alguno bajo el cielo capaz de hacer pedazos al caballero que se ciña este cinto verde, ni podrán matar al que lo lleve por ninguno de los medios terrenales.
    Meditó entonces el caballero, se dijo para sus adentros que sería de inmenso valor en la peligrosa prueba a la que debía someterse. Si, cuando llegase a aquella capilla para sufrir su sentencia, lograse escapar sin daño por medio de algún artificio, la estratagema sería en buena lid.
El encuentro definitivo en la Capilla Verde conforma el capítulo 4 y resulta como un espejo del primero, dado que vuelven a enfrentarse sir Gawain y el Caballero Verde. Salvada una última tentación que le ofrece su guía para desertar de su destino, Gawain llega hasta la Capilla Verde donde descubre que el Caballero Verde no es otro que el señor del castillo, sir Bertilak de Hautdesert, a quien la bruja Morgana le Fay ha convertido en un gigante verdoso. Gawain afronta con entereza el golpe mortal pero el hacha se frena ante su cuello, hasta en dos ocasiones, por el hechizo del cinturón verde. Sólo el tercer golpe le deja un leve corte, en señal de la prenda conseguida y no entregada.



Sir Gawain y el Caballero Verde es ante todo una novela de caballerías, donde los nobles viven según elevados ideales. Su protagonista posee todas las características del caballero artúrico ideal: valiente, humilde, cortés y leal. Su moral es incuestionable y su conducta intachable, aunque él mismo no soporte el desliz de haberse guardado la prenda. No obstante tanto sir Bertilak como sus compañeros de la Tabla Redonda se muestran comprensivos con un desliz que es muy humano. 

El propio Rey Arturo valora que este cinturón es un toque de humildad para cualquier caballero e instaura que todos los miembros de la Tabla Redonda  "llevasen cruzada una cinta de verde brillante, en prueba de afecto por aquel caballero". Lo que se considera el antecedente legendario de la Orden de la Jarretera, la más antigua de la corte de Inglaterra, cuyo lema en francés antiguo dice "Honi soit qui mal y pense" (vergüenza el que piense mal de ella). 



Tal y como nos describe Luis Alberto de Cuenca en el prólogo, la obra tiene "movimiento, color, viveza en los detalles: son las características esenciales del autor de Gawain, que demuestra un ingenio y agudeza poco comunes, además de un finísimo sentido del humor."

El poema narra el clásico viaje de un héroe a través del cual se produce su definitiva maduración. Es una aventura fresca y diáfana que encandilará a cualquier lector con sus duelos, damas y decapitaciones; pero también alberga una profunda simbología que invita a una lectura más atenta. Desde el color verde hasta el acebo que porta el Caballero o el cinturón de la dama y el escudo de sir Gawain, todo el relato está preñado de sentidos que remiten a la tradición cristiana y a las leyendas celtas. Sirva como ejemplo la descripción del escudo que porta sir Gawain.

Quiero contaros ahora, aunque esto demore mi historia, por qué ostentaba el pentáculo tan noble príncipe. Es el símbolo que un día concibiera Salomón para anunciar la sagrada verdad, cosa que tal figura podía hacer en justicia, ya que tiene cinco puntas, y cada línea cruza y se une a otra, y es interminable en una y otra dirección; y he oído decir que los ingleses lo llaman, en todas partes, Nudo Sin Fin. De modo que se ajustaba muy bien a este caballero y a sus armas inmaculadas; pues, siendo fiel en cinco cosas, y cinco veces en cada una de ellas, Gawain era tenido por noble, como el oro fino, exento de toda villanía, y adornado con todas las virtudes. Y así, como hombre probado y caballero cumplido, ostentaba el nuevo pentáculo sobre el escudo y la cota que vestía.

28.
Primero, no se le encontraba tacha en sus cinco sentidos; después, jamás falló en sus cinco dedos, y toda su fe tenía puesta en las cinco llagas que Cristo había recibido en la Cruz, como el credo nos enseña. Y cada vez que tomaba parte en alguna batalla, tenía puesto el pensamiento en esto más que en ninguna otra cosa, y todo su valor dependía de los Cinco Gozos puros que la Santa Reina del Cielo recibiera de su hijo. Por ello, el cortés caballero llevaba la imagen de la reina pintada en la cara interior del escudo, a fin de que, viéndola, no desfalleciese su corazón. Las cinco quintas virtudes que este famoso hombre practicaba eran la liberalidad y la bondad, luego la castidad y cortesía, que nunca se corrompieron en él; y como virtud más destacada, la piedad. Estas cinco perfecciones estaban más hondamente arraigadas en él que en hombre alguno"
El valor simbólico del verde se ha analizado como una representación de la naturaleza, su fuerza incontrolable y capacidad de caos. Asimismo el verde, en la tradición cristiana, se vincula a lo maligno y diabólico. Otras interpretaciones apuestan por ver en el Caballero Verde la encarnación de la unión de los opuestos: ferocidad y piedad, las leyes humanas y las leyes de la naturaleza, lo domesticado y lo salvaje. Por otro es notorio que se producen tres tentaciones y tres cacerías que corren en paralelo; además con animales tan totémicos como el ciervo -con su mezcla de virilidad y fertilidad-, el jabalí -que representa la fuerza y la prosperidad) o el zorro -con su inteligencia y astucia-. 

Pero no nos podemos olvidar de que Gawain es un modelo de caballero siempre predispuesto al bien que representa los valores del cristianismo frente al paganismo de Morgana y el Caballero Verde. 

El Prólogo nos acerca al momento histórico en que aparece la obra, contemporánea de los cuentos de Chaucer, y nos explica su relación con otras obras del ciclo artúrico y sus paralelismos con las leyendas celtas. Comparto su conclusión:
"Y el poema no es otra cosa, en mi opinión, que la ordalía de Gawain, su juicio divino. Se purificará en valor y lealtad a lo largo de su aventura. La dama del castillo lo hará rico en templanza. Y al final, de regreso en la corte de Arturo, habrá vencido todos los riesgos, incluso el riesgo de extraviarse en el futuro. Al fin y al cabo, el Caballero Verde no ha sido más que una disculpa para volver a casa renovado."


martes, 21 de abril de 2020

EL JINETE de BRONCE - Pushkin











PRÓLOGO

A la orilla de las desiertas olas
en grandiosos designios ocupado
se hallaba ÉL, mirando hacia lo lejos.
Ante sus ojos se ensanchaba el río
por el que un pobre esquife navegaba.
Aquí y allá cabañas miserables,
abrigo de los pobres finlandeses,
cubrían las riberas pantanosas,
y bosques ignorados por los rayos
de un sol siempre escondido entre la niebla
por doquier resonaban.
                                         Y ÉL pensó:
«Desde aquí infundiré pavor al sueco
y echaré los cimientos de una urbe
para irritar a ese vecino altivo.
Aquí nos ordenó Naturaleza
que abriéramos a Europa una ventana,
firme puntal a orilla de los mares,
adonde por un mar para ellos nuevo,
vendrán barcos de todas las banderas
para tratos y fiestas a porfía.»

Un siglo transcurrió, y una urbe nueva,
del Septentrión la gloria y el asombro,
se levantó soberbia y suntuosa
de lo obscuro del bosque y la marisma.
Donde los pescadores finlandeses,
de la Naturaleza infaustos hijos,
desde la baja y solitaria orilla
a las ignotas aguas arrojaban
sus decrépitas redes, hoy en día,
por las riberas llenas de bullicio
esbeltos edificios se vislumbran
y alcázares y torres; desde todos
los puntos de la Tierra, multitudes
de naves se dirigen a los muelles.
Ahora el Neva se viste de granito;
cruzan sus aguas puentes incontables,
se cubren los islotes de jardines
verde obscuro. E inclina la cabeza
ante la joven capital la antigua
Moscú, como ante nueva soberana
viuda real de púrpura vestida.

Te amo, creación de Pedro, amo tu aspecto
severo a un tiempo y lleno de armonía,
la corriente del Neva majestuosa
entre sus parapetos de granito,
el arabesco de tus férreas rejas,
el transparente ocaso de tus noches,
cuyo fulgor sin luna me embelesa
cuando estoy en mi cámara escribiendo
y leyendo sin lámpara, y las pálidas
calles adormiladas y vacías,
y la áurea aguja del almirantazgo.
Así, sin dejar paso a las tinieblas,
una aurora a otra aurora le sucede
en el dorado cielo, hasta tal punto
que no dura la noche media hora.
Amo tu cruel invierno, el aire en calma,
la helada y el correr de los trineos
sobre el Neva anchuroso, y la mejilla
doncellil, más purpúrea que la rosa,
la charla, el brillo, el ruido de los bailes
y, a la hora de las fiestas de soltero,
el chocar de las copas espumosas
y la llama azulada de los ponches.
Amo la belicosa animación
de los campos de Marte y sus desfiles,
la uniforme belleza artificiosa
de las masas de infantes y jinetes,
las triunfantes hileras ondulantes
de gloriosas banderas a jirones
y el esplendor de los broncíneos yelmos
que en la guerra las balas traspasaran.
Amo, ciudad marcial, los cañonazos
y la humareda de tu Fortaleza
cuando la Emperatriz del Septentrión
da a luz un hijo en casa de los Zares,
cuando celebra Rusia una vez más
su victoria campal sobre el contrario,
o cuando, tras romper al fin el hielo,
lo arrastra el Neva al mar, y, barruntando
días de primavera, se alboroza.
 

¡Resplandece por siempre, urbe de Pedro,
y permanece firme como Rusia!
¡Que el líquido elemento derrotado
también venga a rendirte pleitesía!
¡Que se olviden las olas de Finlandia
de su hostil cautiverio milenario
y no perturben con su vano encono
de Pedro el Grande el sueño sempiterno!
¡Fue espantoso aquel día, y su memoria
está fresca en nosotros todavía!
Os diré lo ocurrido, amigos míos,
pero será bien triste mi relato.


Apertura a la navegación del río Neva, S. Pertersburgo - Josef J. Charlemagne




PRIMERA PARTE 


Sobre el ensombrecido Petrogrado
soplaba el frío otoño de noviembre.
El Neva con sus olas estruendosas,
batiendo los hermosos malecones,
como enfermo de fiebre se agitaba
en su lecho. La tarde estaba obscura.
La lluvia daba airada en las ventanas
y se quejaba con tristeza el viento
cuando el joven Eugenio se volvía
a su casa, de estar con los amigos…
Bien podemos llamar a nuestro héroe
con ese nombre que agradable suena,
ya que le es familiar desde hace tiempo
a mi pluma. No importa su apellido
porque, bien que en las épocas pasadas
también quizás hubiera sido ilustre
y en las obras de Karamzín, acaso,
resonara en las patrias tradiciones,
para la opinión pública de hoy día
olvidado se hallaba. Nuestro héroe
vive en Kalomna y es un funcionario
que a los grandes esquiva, y que muy poco
se cuidaba de sus parientes muertos
y de otras antiguallas olvidadas.


Así pues, al volver a casa Eugenio
tras quitarse el abrigo, se acostó,
pero tardó muchísimo en dormirse,
sacudido por varias reflexiones.
¿En qué andaba pensando? En que era pobre,
que había de trabajar si pretendía
llegar a una honorable independencia;
en que podría Dios haberle dado
mas talento y dinero —que hay gandules
que son felices sin talento alguno
y cuya vida les resulta fácil—
que él lleva ya dos años de servicio…
También piensa que el tiempo no mejora,
que el río va subiendo, que los puentes
van a cortarlos y que un par de días
estará sin poder ver a Parasha…
Aquí Eugenio suspira con ternura
y empieza a desbarrar como un poeta:


«¿Casarme yo? ¿Por qué no habría de hacerlo?
Me resultará duro, desde luego,
pero soy joven y salud me sobra,
listo para el trabajo noche y día.
así voy preparando poco a poco
un refugio modesto y confortable
donde Parasha y yo descansaremos.
Tal vez, en cuanto pase un par de años,
obtendré una bicoca, y a Parasha
le entregaré las riendas de mi hogar
para que eduque bien a nuestros hijos.
Así será la vida: hasta la tumba
caminaremos ambos de la mano
hasta que nos entierren nuestros nietos…»


Continuaba soñando. Estaba triste
esa noche, y con fuerza deseaba
que el viento fuera menos deprimente
y que no diera tanto en los cristales
la lluvia…
                         Abrió los ojos soñolientos,
huyeron las tinieblas de la noche
y apreció la lívida mañana.
¡Qué día terrible!
                         El Neva había luchado
la noche entera contra la tormenta
y al final, tras inútiles esfuerzos,
comprendió que la lucha era imposible.





Por la mañana acude el pueblo en masa
a la orilla del río, contemplando
las frenéticas olas que se ahuecan
y se encrespan de espuma. Pero el Neva,
por los vientos del golfo derrotado,
retrocede en su cauce y furibundo
se derrama en las islas. La borrasca
ataca con más fuerza. Se hincha el río,
hierve, muge, se encrespa y al momento,
semejante a una fiera enloquecida
salta por la ciudad. Ante su empuje
todos salen corriendo, en torno todo
al punto se vacía —pronto el agua
inunda subterráneos y bodegas,
los canales del Neva se desbordan
y cual tritón Petrópolis emerge
nadando con el agua a la cintura.


¡Es un asedio! Las perversas olas
como un ladrón escalan las ventanas
y lanzan naves contra los cristales.
¡Tenderetes bajo húmedo sudario,
restos de los naufragios, techos, vigas,
mercancías de ricos almacenes,
enseres de la lívida miseria,
puentes que la riada desfondara,
féretros de arrasados cementerios
flotan a la deriva por las calles!
Es castigo de Dios, piensan las gentes,
y aguardan la sentencia. ¡Nada queda,
ni alimento ni techo!


                                    En aquel año
gobernaba Alejandro con gran gloria.
Al balcón se asomó, abatido y triste,
y dijo: «Los monarcas nada pueden
contra los elementos». Y sentándose
contempló con semblante demudado
el terrible desastre: convertidas
en lagos ya las plazas, y las calles
vertiendo en ellas anchurosos ríos.
El Palacio de Invierno era una isla.
El zar habló, y de una punta a otra,
por las calles cercanas y alejadas,
por un camino entre aguas turbulentas,
corren sus generales ayudando
a salvar a los atemorizados
y al pueblo que se ahogaba en sus viviendas.



Entonces, en la Plaza Petrovskaya,
donde un nuevo palacio se erigiera
sobre cuya grandiosa escalinata
monta la guardia con la zarpa en alto
un par de leones que parecen vivos,
a horcajadas sobre una de las fieras
con los brazos cruzados, sin sombrero,
se hallaba Eugenio, lívido e inmóvil,
aunque no era por él por quien temía.
No escuchaba el hincharse de las olas
que llegaban, hambrientas, a sus plantas,
ni la lluvia que le azotaba el rostro,
ni el viento que el sombrero le robó.
Su vista se clavaba, enloquecida,
en un punto lejano, fijamente…
Parecía que montes empujados
desde los más profundos remolinos
levantaran el mar y lo vertieran
allí donde azotaba la tormenta,
donde flotaban restos de naufragios.
¡Dios mío! Allí, a un paso de las olas,
en la boca del golfo hay una valla,
un sauce, una casucha… donde viven
una viuda y su hija… su Parasha…
Pero ¿es que está soñando todo esto
o es nuestra vida, como un sueño vano,
mera burla del cielo a los mortales?


Y como si le hubieran hechizado,
o atado al mármol, descender no puede.
Por doquiera las aguas le rodean.
Pero ante él, volviéndole la espalda,
sobre su pedestal inamovible,
el brazo en alto ante el rebelde Neva,
está el jinete en su corcel de bronce.





PARTE SEGUNDA


Pero el Neva, cansado de destrozos,
ahíto de violencia descarada,
se retira a su cauce, satisfecho
de su furia, dejando negligente
su botín, semejante al forajido
que al frente de su banda de ladrones,
al atacar un pueblo por sorpresa,
decapita, saquea, quema y viola:
¡Riña, gritos y aullidos por doquiera!
Luego, sobrecargados de despojos,
temiendo a sus captores, y agotados,
los bandidos escapan a su cueva
soltando su botín por el camino.


Bajó el nivel del agua; el pavimento
aparece, y Eugenio se apresura,
lleno de angustia, miedo y esperanza
al Neva que se calma poco a poco.
Pero el río aún celebra su victoria,
siguen hirviendo las siniestras olas
como si un fuego las recalentase
escondido debajo de la espuma.
La corriente resopla con fatiga
como un caballo exhausto en la batalla.
Eugenio mira en derredor y encuentra
una barca, y corriendo como un loco,
llama al barquero, y éste, sin pensarlo,
por un ochavo acepta transportarle
a través de las aguas espantosas.


Por largo tiempo el diestro marinero
luchó contra las aguas turbulentas
y sin cesar la barca estuvo a punto
de hundirse con sus bravos pasajeros.
Por fin tocaron tierra.


                                   El desgraciado
atraviesa la calle conocida,
que le lleva a parajes familiares,
pero en ellos no reconoce nada.
Todo está derruido y arrasado:
casuchas ladeadas, desplomadas,
otras arrebatadas por las olas,
el suelo salpicado de cadáveres
como en el campo de batalla. Eugenio,
que no comprende nada, se apresura,
desfalleciente y torturado, al sitio
donde, como una carta bien sellada,
le aguarda la sorpresa del Destino.
Ya ha llegado al lugar: este es el golfo;
la casa ha de estar próxima. ¿Qué ocurre?


Se detiene, se vuelve, avanza, mira.
He aquí el lugar donde la casa estuvo.
El sauce aún está aquí. Falta la valla.
Pero busca la casa y no aparece.
Envuelto en sus siniestros pensamientos
da vueltas y más vueltas, habla en alto
consigo mismo y, dándose en la frente
un golpe con la mano, de improviso
se echa a reír.

Las sombras de la noche
caen sobre la urbe estremecida,
pero tardan sus gentes en dormirse
comentando entre sí lo sucedido.


La luz de la mañana, entre las nubes,
agotadas y pálidas, alumbra
la capital en calma, sin que quede
rastro de aquel desastre, pues el daño
la púrpura imperial lo ha recubierto.
Todo está en orden. Con su acostumbrada
insensibilidad vagan las gentes.
Los funcionarios dejan su refugio
para ir al ministerio. El mercachifle,
emprendedor, sin abatirse, abre
su almacén devastado por el río,
contando resarcirse de sus pérdidas
a costa del vecino. Por las calles
circulan las barcazas sobre carros.
Y Jvostóv, el poeta predilecto
del cielo, con sus versos inmortales,
canta el estrago del airado Neva


Pobre, desventurado Eugenio mío…
contra tantas horribles impresiones
no puede más su mente perturbada
ni cesa en sus oídos el estruendo
atronador del Neva y la ventisca.
Lleno de ideas negras, callejea,
callado, obsesionado por un sueño.
Pasaron las semanas y los meses
sin que volviera a casa. Su tabuco,
al vencer el contrato, la patrona
se lo alquiló a un poeta sin dinero.
Eugenio no volvió a coger sus cosas.
Ya todo le es ajeno. Todo el día
vaga sin rumbo y duerme junto al muelle
y se nutre del pan que le regalan.
La ropa de tan vieja se le pudre,
los golfos tiran piedras a su paso.
A menudo la fusta de un cochero
le sacude por ir por la calzada
(¡ya no sabe ni adonde se dirige!)
pues parece que ya nada le importa.
Le envuelve el ruido de su interna angustia,
y así arrastra su vida de infortunio,
sin ser fiera ni hombre, ni viviente
ni fantasma…



Una noche junto al muelle,
se echó a dormir a fines del verano.
El viento era de lluvia. Negras olas
azotaban el muelle con su espuma
golpeando los lisos escalones,
igual que un acusado suplicante
a la puerta de un juez que no le escucha.
El pobre despertó. Ya estaba obscuro.
Llovía, aullaba el viento, y a lo lejos
desde lo más profundo de la noche
le hacía eco el gritar del centinela…
Eugenio pegó un salto. Se acordaba
de aquel terror pasado y, bruscamente,
se puso a andar y andar, pero de pronto
se paró, examinando horrorizado
el lugar donde estaba. Sin saberlo
se halló frente a la entrada de un palacio
en cuya escalinata montan guardia
con la zarpa en el aire suspendida
unos leones que parecen vivos
y justo enfrente, en la sombría cumbre,
sobre su inamovible pedestal,
el ídolo del brazo levantado
vela montado en su corcel de bronce


Se echó a temblar Eugenio. Por ensalmo
se le aclara la mente y reconoce
el lugar del diluvio, (donde el agua,
bullendo en derredor, lo arrastró todo),
la plaza, los leones y El que inmóvil
yergue en la noche la broncínea testa,
Aquel cuya fatídico designio
fundó la capital sobre las olas.
¡Qué terrible parece en la tiniebla!
¡Qué ideas en su frente! ¡Qué energía
se oculta en él! ¡Qué fuego en su caballo!
Orgulloso caballo, ¿adonde corres?
¿Donde se pararán al fin tus cascos?
Y tú, potente dueño del Destino
¿no eres tú, por ventura, quien del fondo
de los abismos, con tu férrea brida
has conseguido encabritar a Rusia?



Rodeando el pedestal del monumento
se acerca el pobre loco, y la mirada
clava en la faz del Zar de medio mundo.
Con el pecho turbado y oprimido
posa en la helada verja la cabeza.
Se le nubla la vista y una llama
le corre por las venas, y la sangre
le empieza a hervir. Se le ensombrece el gesto
ante el soberbio monstruo, le rechinan
los dientes y las manos se le crispan
cuando poseso por obscura fuerza
le susurra con rabia estremecida:
«¡Espérate, arquitecto de milagros!
¡Ya verás!…» y se escapa a la carrera
creyendo que el terrible zar, ardiendo
en ira, la cabeza había girado…





Echa a correr por la desierta plaza
pero escucha tras él, como rugido
del trueno desatado, el poderoso
galope que sacude el pavimento
y, por la luna pálida alumbrado,
con el brazo tendido hacia la altura,
el jinete de bronce le persigue
montado en su caballo retumbante.
Y así toda la noche, el pobre loco,
sin importar adonde caminara,
el jinete de Bronce iba al galope tras él,
con el estruendo de sus cascos.


Desde la noche aquella, si, por caso,
tenía que cruzar aquella plaza,
se leía en su rostro la congoja.
Con la mano crispada sobre el pecho,
como si un cruel dolor le atenazase,
sin atreverse a levantar los ojos,
se quitaba la gorra y se alejaba.


Un islote se ve frente a la costa.
A veces a él arriba con sus redes
un pescador a quien se le hizo tarde
y su mísera cena se prepara.
visita en barca la desierta isla
donde ni hierba crece. La riada
arrastró allá, juguete de las olas,
una casucha rota y renegrida
como una rama echada en la ribera.
Llegó la primavera y se acercaron
a llevársela en barca, aunque estuviera
vacía y destrozada por completo.
En el umbral hallaron a mi loco
y allí mismo a su gélido cadáver
por caridad le dieron sepultura.




Traducción de Eduardo Alonso Luengo
Aquí se puede leer la composición en edición bilingüe





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El Jinete de Bronce es uno de los principales símbolos de San Petersburgo. Representa al Emperador ruso Pedro el Grande, fundador de la ciudad, y fue erigido por Catalina la Grande. Parece increíble pero en 1700, donde hoy está la ciudad no existía más que un delta del río Neva batido por las olas del Mar Báltico. Después de que los rusos vencieran a los suecos en la batalla de Poltava (1708), el Emperador quiso fundar una ciudad-fortaleza parea abrirse al mar y a Europa: "Vendrán barcos de todas las banderas, para tratos y fiestas a porfía". Un titánico esfuerzo que pretendía por sacar a Rusia de la Edad Media y abrirla al racionalismo ilustrado europeo. Para ello invitó a arquitectos y artistas de toda Europa ofreciéndoles grandes contratos para diseñar la más hermosa ciudad de su tiempo, trazar sus canales (tiene más de 80 y se la conoce como la Venecia del Norte) y construir sus plazas y palacios. San Petersburgo alberga numerosas casas-museo que guardan la memoria de los grandes escritores que la habitaron: Pushkin, Gogol, Dostoievsky, Lermontov, Ajmatova, Babel, Nabokov, Brodsky.

La escultura fue erigida en 1782 y presenta al emperador sin espada, en una actitud que irradia nobleza y poder, semejándose a la efigie de Marco Aurelio en el Capitolio. El caballo está pisando una serpiente que simboliza los enemigos del Imperio Ruso. Llama muchísimo la atención el contraste entre la abrupta escarpadura del pedestal y la elegancia de la estatua. La mole de granito sobre la que se encuentra pasa por ser la roca más grande transportada por humanos, sin ayuda mecánica. Y se la conoce con el nombre de la Piedra del Trueno. Según su autor,  Falconet, esta roca en forma de ola simboliza a Rusia como un estado del mar, que era el deseo de su emperador. 
Muchos han cantado las bellezas de San Petersburgo, no así Gógol o Dovstoievski, que la veían ajena a las tradiciones rusas y, sobretodo, construida con la sangre de inocentes anónimos.
El poema cuenta la inundación de la ciudad, el 7 de noviembre de 1824, y la desesperación de un humilde funcionario, Yevgueni, cuando pierde a su prometida en el desastre. Perdida su hacienda y su cordura, en uno de sus vagabundeos se tropieza con la estatua de Pedro el Grande, imprecándole con rabia por construir una ciudad en terrenos tan salvajes e inhóspitos. Alucinado cree que la escultura reacciona altiva y lo persigue por toda la ciudad. Esta obra oscura y plenamente romántica finaliza en una breve y trágica coda.

Desde su primera publicación, las interpretaciones de este poema han sido dispares.
El crítico Vissarion Belinsky lo interpretó como "el fin justifica los medios": el extraordinario esfuerzo de sacar a Rusia de la barbarie se impone al destino individual de sus súbditos.
Otros vieron en el poema una crítica al zar y al sistema social que lo sostenía. Consideran a Eugenio una víctima de una estructura social opresora, ya que el funcionario loco representaría a las masas víctimas de la autocracia.
En menor medida, algunos críticos han leído el poema en términos puramente alegóricos, como una representación simbólica de la conspiración de los Decembristas contra Nicolás I en 1825.
El autor de las ediciones en castellano de poemas de Pushkin en editorial Hiperión, el diplomático Eduardo Alonso Luengo, aventura una interpretación diferente: “Probablemente existe una alegoría de la fuerza de la revolución simbolizada por las aguas desbordadas (que ni la potencia mágica del autócrata puede refrenar), pero el que la sufre no es el propio zar, sino el hombre de la calle que lo pierde todo y enloquece de desesperación” (Alonso, 1997: 32).
"Lo que es cierto es que el poema recoge varios conflictos que se entrecruzan y amplifican: el ser humano frente a la naturaleza, el individuo frente al poder, la fragilidad del deseo ante la fuerza destructora de la muerte, la razón frente a la locura, la vida frente al sueño, la cosmovisión romántica de espectros y desesperación frente a la mentalidad optimista ilustrada de la oda inicial… El texto conserva el poder vivo de todo un clásico, que sigue teniendo cosas que decir a cada nuevo lector. "




Este comentario recoge extractos del Prólogo de Alonso Luego y de la Reseña de Juan Antonio Cardete en LenguasyLiterarutas.com

lunes, 9 de abril de 2018

EL ANARQUISTA y otros RELATOS - de Joseph Conrad


"La vida es acción" decía Ortega y Gasset, además de su consabido "yo soy yo y mis circunstancias". Cada vez que me encuentro leyendo a Conrad suelo recordar al filósofo puesto que los personajes que retrata están muy determinados por la acción. En Nostromo llegamos a encontrar la decantación de este espíritu conradiano: "Sólo en nuestra actividad encontramos la ilusión sustantiva de una existencia independiente, opuesta al orden de las cosas del cual formamos parte tan indefensa."

Pero la acción en Conrad siempre viene emparentada con una ética, un temperamento que define a sus personajes a la hora de afrontar las vicisitudes de su existencia: el anarquista que ve derrumbarse su vida por un asunto nimio, el confidente que tras el éxito de sus panfletos y conspiraciones, echa todo a perder por amor o Il Conde que, ultrajado en su honor, se retira a las brumas donde sabe que morirá. 

Los cuatro relatos incluidos en este delicioso librito de Bruguera pertenecen al original A Set of Six que más tarde acabó publicando completo la Editorial Valdemar. Los dos que faltan son: Gaspar Ruiz y el DueloEn la edición de Valdemar el relato "El confidente” se ha traducido como “El delator”.


El propio Conrad nos habla de su génesis:

"Los seis relatos de este volumen son resultado de tres o cuatro años de labor esporádica. Sus orígenes son diversos, y en todos, los hechos son intrínsecamente verídicos, con lo cual me refiero no sólo a que son verosímiles, sino a que sucedieron en realidad. El Conde es una reproducción casi literal de la anécdota que me refirió un entrañable anciano que conocí en Italia. Mi inspiración para el personaje de Gaspar Ruiz la encontré en un libro del capitán Basil Hall, de la Royal Navy. La bestia, que es el único relato marítimo del volumen, está, al igual que El Conde, ligado a una anécdota verídica del hoy difunto capitán Blake: en sus días de juventud le aconteció una experiencia personal con «la bestia». El origen de El delator y Un anarquista es desesperantemente complejo, y no vale la pena desentrañarlo. El lector sagaz adivinará que los encontré en mi cerebro. Finalmente, El duelo, el relato más largo del libro (Ridley Scott realizó una espléndida versión cinematográfica de este relato), se remonta a un párrafo de diez renglones de un modesto periódico provincial del sur de Francia que citaba la «célebre historia» de dos oficiales de la Gran Armada napoleónica que se batieron en una serie de duelos entre medias de grandes batallas y con algún pretexto trivial. Nunca se supo tal pretexto. Por consiguiente, hube de inventármelo."
En El confidente aparece un coleccionista de especímenes humanos que podría tratarse del mismísimo Conrad, tal es su pasión por los tipos que atesoran una experiencia memorable. Así comienza el relato:
El señor X vino a ver mi colección de esculturas de bronce y porcelanas chinas precedido por una carta que me envió un buen amigo de París.
Este amigo también es un coleccionista. No colecciona porcelanas, ni esculturas de bronce, ni cuadros, ni medallas, ni sellos, ni nada que pueda ser vendido provechosamente bajo el martillo de un subastador, e incluso se opondría con genuina sorpresa a que lo llamaran coleccionista, aunque eso es lo que es, por temperamento. Mi amigo colecciona amistades. Es un trabajo muy delicado y él lo realiza con la paciencia, las ganas y la resolución de un auténtico coleccionista de curiosidades. Su lista no incluye a ningún personaje de la realeza, creo que no los considera lo bastante raros o interesantes. Con esa única excepción, ha conocido y tratado a todas las personas que vale la pena conocer en cualquier ámbito imaginable. Las observa, las escucha, las entiende, las mide y luego las guarda en el recuerdo, en alguna de las galerías de su mente. Ha conspirado, urdido y viajado por toda Europa sólo para aumentar su colección personal de conocidos importantes.
Esta es una de las causas que hace que me atraigan sus historias; siempre hay un personaje batido por las olas de acontecimientos terribles que debe afrontar. En dicho trance podremos apreciar su carácter, su temperamento. Así le ocurre al capataz Nostromo en aquella remota república de Costaguana. Así le ocurre a lord Jim a bordo del Patna y luego en Patusan, y así le ocurre al anarquista del primero (El anarquista) de estos relatos o al conspirador del segundo (El confidente). 


En el primero asistimos a la inclusión de un pobre ouvrier en los círculos del anarquismo malgré lui. Una reflexión incluida en el relato sirve de recapitulación del mismo: "La principal verdad perceptible en el punto de vista de Paul, el mecánico, era que cosas muy pequeñas pueden labrar la ruina del hombre" pág 20

En el segundo, que también transcurre en un conciliábulo anarquista, un brillante escritor revolucionario y secreto conspirador se ve abocado a una situación límite con su amada de por medio. Ese inteligentísimo conspirador cuyos "repentinos arrebatos suelen abrumar de trabajo a todas las policías del continente como una plaga de tábanos rojos"; y que se pasea por Europa sin que nadie sospeche de él, tendrá que decidir sus prioridades de forma urgente y tajante.

Llama la atención el contraste entre los dos relatos de ambiente anarquista. En el primero las circunstancias empujan fatalmente al protagonista, cuyo carácter se deja arrastrar.
"Dejando a un lado las características especiales de su caso, era muy parecido a muchos otros anarquistas. El corazón ardiente y la mente débil: ésa es la clave del enigma. Y es un hecho que las contradicciones más acusadas y los conflictos más agudos del mundo se producen en todo pecho humano capaz de experimentar sentimiento y pasiones." pág. 41
Mientras que en el segundo, es la mente la que es fuerte mientras que el corazón es débil; ya que el protagonista es un dominador de las circunstancias, menos cuando ve en peligro a su amor. 

La tercera crónica es La bestia, el único relato marinero del volumen, donde se cuenta la historia de un barco tan marcado por la tragedia que logra crear a su alrededor un aura de leyenda. 

La cuarta y última narra el atraco que sufre un noble por parte de un capo de la incipiente camorra napolitana y la forma en que afecta trascendentalmente a su vida. En Il Conde, Conrad hace chocar la nobleza más prístina con el infame arrabal. 
 "No temía lo que pudieran hacerle. El delicado concepto que tenía de su dignidad fue manchado por una experiencia degradante. Esto no lo podía tolerar. Ningún caballero japonés, ultrajado en su exagerado sentido del honor, hubiera podido prepararse para un Harakiri con mayor resolución". pag 153
En sus relatos, Conrad contradice una de sus máximas más conocidas, "Las palabras, como es bien conocido, son los grandes enemigos de la realidad". Sin embargo, en sus relatos, Conrad logra mostrarnos con palabras lo que hay más allá de la realidad; sea un imperativo de supervivencia, una traición, un sacrificio o una deslealtad. Otra de las extraordinarias paradojas de Conrad es que narrando novelas de acción, la aventura más valiosa suele ocurrir en el interior del personaje. Carlos Fuentes lo ha compendiado con precisión en un esclarecedor trío: Culpa, redención y sacrificio.
"Claro, la gran tentación al leer y presentar a Conrad es identificarlo con su experiencia marina y con los locales exóticos de África y Asia. Grave error. Conrad no es sus escenarios. Estos sólo sirven para exaltar lo que realmente le importa al autor. El ser humano en su encrucijada moral. La lealtad a sí mismo y a los demás. Pero también la traición propia y ajena. La capacidad de la naturaleza humana de engañarse a sí misma. Pero también la de confrontarse a sí misma. Yo contra yo. Los demás contra mí. Yo contra los demás."
Los cuatro relatos abundan en la técnica indirecta que tan bien define a Conrad. Siempre hay un protagonista que refiere los hechos al narrador, bien sea en un encuentro o en una reunión que tiene lugar en un barco o incluso en una taberna. El efecto de los recuerdos. Esto permite alejar la historia en el tiempo y dotarla de un cierto aliento entre melancólico y legendario. 





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JÓZEF TEODOR KONRAD KORZENIOWSKI, más conocido como Joseph Conrad (Berdyczów, entonces Polonia, actual Ucrania, 1857 – Bishopsbourne, Inglaterra, 1924), fue hijo de un noble polaco, quedó huérfano a los once años y estuvo bajo la tutela de su abuela y su tío paternos. A los dieciséis abandonó Polonia rumbo a Marsella, donde inició su andadura como marino mercante. Ante la imposibilidad de llegar a oficial en la marina francesa y huyendo del peligro de ser reclutado por el ejército zarista (era súbdito ruso de la Polonia ocupada), se trasladó a Londres en 1878, sin saber inglés. Sin embargo será en esta lengua en la que escribirá toda su obra, consiguiendo esa "drástica potencia" que le atribuye Virginia Woolf. Dos años después aprobó el examen que lo convirtió en segundo oficial de la marina mercante, y seis años más tarde el que le proporcionaría el grado de capitán, casi al tiempo que pasó a ser súbdito británico. Navegó durante toda la década siguiente, particularmente por los mares del sur, el archipiélago malayo, África y el río Congo, experiencias que se reflejarían en su obra posterior.
    Conrad no comenzó a escribir hasta 1889, en que dio inicio a La locura de Almayer (1895), que no terminaría hasta cinco años más tarde. Aunque la mayor parte de sus narraciones tienen como telón de fondo la vida en el mar y los viajes a puertos extranjeros, la suya no es una literatura de viajes en sentido estricto. Éstos constituyen, para Conrad, el ámbito en el que se desarrolla la lucha de los individuos entre el bien y el mal, el escenario en el que se proyectan sus obsesiones y, en particular, su soledad, su escisión y el desarraigo (su condición de polaco oprimido primero y luego exiliado debió dejar fuerte impronta en su carácter).
    Escribió en total trece novelas, dos libros de memorias y una buena cantidad de relatos. Entre las primeras destacan Lord Jim (1900), indagación en torno al problema del honor de un marino que sufre por su cobardía juvenil en un naufragio; Nostromo (1904), a menudo considerada su mejor creación; El agente secreto (1907), a propósito del mundo anarquista inglés; Bajo la mirada de Occidente (1911), situada en la Rusia zarista; Victoria (1915), con los mares del sur como escenario, y La línea de sombra (1917), narración abiertamente autobiográfica acerca de su primera singladura como capitán a bordo del Otago. El recorrido que describe por el río Congo, supone una verdadera bajada a los oscuros infiernos de la mente humana y su corruptibilidad. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

NOSTROMO - de Joseph Conrad














-El fracaso de un triunfador.-
Quizás es el propio Conrad quien mejor resume su novela cuando hace hablar al joven Decoud, ocioso y afrancesado, sobre la vida y circunstancias del ficticio país latinoamericano de Costaguana:
"-Imagínense un ambiente de ópera-buffe en la que todo lo cómico de políticos teatrales, bandoleros, etcétera, etcétera, todos sus ridículos robos, intrigas y asesinatos se llevan a cabo con absoluta seriedad. Es divertidísimo, la sangre corre sin parar y los actores creen que están influyendo en el destino del universo. Por supuesto, los gobiernos en general, todo gobierno sea de donde sea, es algo exquisitamente cómico para una mente perspicaz; pero verdaderamente nosotros, los hispanoamericanos, nos pasamos. Ningún hombre de mediana inteligencia es capaz de tomar parte en las intrigas de une farse macabre." pág 146
De este modo el marinero autor se enrola en la aventura de poner en pie todo un microcosmos perfectamente articulado en lo político, económico, social e incluso geográfico (esa montaña del Higuerota que aísla la región de Sulaco y representa el poder de la naturaleza): un país entero; con todos los tics de las jóvenes y revolucionarias repúblicas hispanoamericanas: constantes guerras de facciones, corrupción política generalizada, baños de sangre periódicos y pobreza supina. Todo ello sin olvidar al tío Sam, moviendo los hilos desde la distancia para controlar el negocio más lucrativo de la zona, la mina de plata de Santo Tomé. 
Holroyd, el socio capitalista de Gould, proclama el destino de los Estados Unidos: “Lo dominaremos todo: industria, comercio, derecho, periodismo, arte, política, religión, desde el Cabo de los Hornos hasta el estrecho de Smith, y más allá incluso, si algo merece la pena en el polo Norte. Y entonces tendremos la oportunidad de hacernos con las islas y los continentes más remotos de la tierra. Manejaremos los negocios del mundo, quiéralo o no el mundo. El mundo no puede evitarlo; ni nosotros tampoco, diría yo”.
Las 150 primeras páginas trazan con mano maestra las interrelaciones de este ecosistema. Cada personaje posee un carácter tallado a fuego que determinará su destino. Es el marchamo de Conrad como escritor. 
Charlie Gould, rey in pectore de Sulaco, costaguanero de origen inglés que administra la concesión familiar de la mina de plata y tiene el sueño de que esa riqueza, la principal del país, sirva también para civilizarlo. Doña Emilia Gould, primera dama de Sulaco y el doctor Monygham, su secreto admirador. Don José Avellanos, ilustre diplomático, y su hija Antonia, enamorada de Martín Decaud; periodista afrancesado, cuyos ideales juveniles se confundían con la vanidad hasta que la revuelta de los militares enciende su ardor patriota y lucha por la independencia. El italiano garibaldino Viola que regenta el hostal, el general rebelde Montero, el traidor Sotillo o el aterrorizado judío Hirsch que, buscando negocio, acaba vapuleado entre los dos bandos. Toda un ecosistema social que salta por los aires en la parte central de la novela, con la revuelta militar de los hermanos Montero y el asalto a Sulaco para aplastar el conato de independencia.
El puerto de Sulaco según John Box


















La novela se conforma como una extensa galería de caracteres intrépidos en un entorno político y social muy volátil... y, siempre, con Nostromo al fondo:  "el arrogante capataz de cargadores, el hombre indispensable, el probado y leal Nostromo, el marinero mediterráneo, desembarcado por casualidad en Costaguana para probar fortuna".  Un capataz mujeriego, tan envidiado como temido, pero con un inmenso carisma entre sus gobernados. Hombre de probada valía y lealtad sobre el que, en el momento culminante, recaerá la suerte de todo Sulaco. Nostromo es el Tom Doniphon de El hombre que mató a Liberty Valance, un secundario hecho de una pieza sobre el que, finalmente, gravitará todo. En él se cumple el carácter de los héroes conradianos: "todo aquel que establece un vínculo está perdido".

Conrad es un autor que desarrolla como nadie el temperamento de sus personajes. La vida azarosa que suelen transitar la afrontan con un puñado de convicciones irrenunciables. Así lo podemos ver en Kutz, Gaspar Ruiz, Charles Gould o en este Nostromo que el propio Conrad define en el Prólogo.

"En la firmeza con que se agarra a la tierra que hereda, en su imprevisión y generosidad, en la prodigalidad de sus regalos, en su vanidad varonil, en la oscura conciencia de su grandeza y en su entrega leal como algo desesperante y desesperado en sus impulsos, es un Hombre del Pueblo, la propia fuerza del pueblo, sin envidia; que desdeña dirigir, pero gobierna desde dentro" 
En el mismo Prólogo donde el autor nos refiere el origen de la novela:
"De hecho en 1875 o 1876, siendo muy joven, en las Antillas, o más bien en el Golfo de México, pues mis contactos con tierra eran breves, escasos y momentáneos, oí la historia de un hombre del que decían que había robado él solo un cargamento de plata en algún lugar del litoral de tierra firme durante los disturbios de una revolución". 
"Un granuja roba gran cantidad de una mercancía valiosa, eso dice la gente. Es verdadero o falso, pero en cualquier caso no tiene ningún valor en sí mismo. Inventar un relato pormenorizado del robo no me atraía, porque al no ir mis talentos por ese camino no creí que el esfuerzo valiera la pena. Fue sólo cuando se me ocurrió que el ladrón del tesoro no tenía por qué ser necesariamente un consumado sinvergüenza, que hasta podía ser un hombre de carácter, actor y posiblemente víctima de las cambiantes escenas de una revolución, fue sólo entonces cuando tuve la primera visión de un borroso país que iba a convertirse en la provincia de Sulaco con su elevada y sombría sierra y su neblinoso campo como mudos testigos de los acontecimientos provocados por las pasiones de hombres miopes para el bien y el mal." 
Veremos a Nostromo triunfar en cualquier empeño social y profesional, para finalmente fracasar en el más íntimo y personal. Él mismo se considerará un traidor a sus ideales, al convertirse en prisionero de un etéreo tesoro.

Para subyugarnos con una personalidad como la de Nostromo, Conrad ha tenido que crear todo un mundo a su alrededor, Sulaco, la provincia Occidental de Costaguana. Lugar donde se ubica la mina de plata Santo Tomé, la primera riqueza del país, y que propicia los sentimientos independentistas de su población.
Diseño de John Box para la adaptación de Nostromo que preparaba David Lean antes de morir



Toda la vida de Sulaco gira alrededor de la mina gobernada por Charles Gould y justo cuando los Montero se rebelan, uno de sus más grandes cargamentos de plata se convertirá en la moneda que decida la contienda: Si los Montero se hacen con él aplastarán la independencia.

En tiempos de aflicción, Nostromo será el único hombre capaz de concitar la resolución y la lealtad necesarias para salvar la plata de Santo Tomé y proteger el futuro de Sulaco. Pero ¿Será su integridad tan incuestionable como todos creen? Nostromo es un seductor y se embarca en la aventura no por lealtad, sino para acrecentar su propia reputación. El viaje por mar que realiza en plena noche, en una gabarra, con el cargamento de plata, es una de las escenas más absorbentes e imborrables de la novelística conradiana.


La estructura de la novela es muy compleja. Mientras que la primera parte se recrea la historia y personalidad de cada personaje (sobre todo la de Charles Gould), la parte central se extiende sobre los dramáticos acontecimientos en que las fuerzas rebeldes asaltan la ciudad y el cargamento de plata es evacuado en secreto hasta unas islas cercanas. Esta parte es la más dinámica y extensa de la novela, siendo así que los hechos que relata sólo ocupan tres días y sus noches. Me ha llamado poderosamente la atención la tremenda elipsis que se produce para llegar a la parte final. Estamos en plena Revolución de los Montero, el partido negro contra el partido blanco, cuando de pronto el capitán Mitchell se pone a contar a una visita todo el desenlace y el triunfo de la Independencia. Es en ése momento cuando todas las acciones previas se convierten en leyenda y a partir de ahí ya Nostromo es un fracaso.
Diseño de producción de Jim Box

















En la narración se combina la tercera persona de un narrador omnisciente con el relato en primera persona de alguno de sus personajes. Otra forma de dar a conocer ciertos acontecimientos es a través de las cartas que escriben sus personajes.

Novela a la vez psicológica y sociopolítica, en ella encontramos tanto la lucha política enconada, el imperialismo de los Estados Unidos y la ceguera de la tiranía; como diversas formas de heroísmo y sacrificio personal en aras de un ideal o incluso del honor. Sin olvidar el coraje y la traición. Una novela pesimista que habla del progreso como explotación de pueblos y territorios. Una constante en la novelística de Conrad.
















En la novela funciona mejor Sulaco como metáfora de la sociedad, que Costaguana como metáfora de la república. Mientras que la primera es sutil y compleja, pletórica de juegos y vaivenes políticos, económicos y sociales; la segunda es más esquemática, ciñéndose a sus consecutivos dictadores: Guzmán Bento antes y el actual Gobernador-Dictador Ribiera, al que se han concedido poderes especiales para que organice la paz y el progreso de Costaguana.

Destacaré a cuatro personajes, porque en Sulaco no sólo brilla Nostromo. Allí gobierna Charles Gould que de joven fue un joven disipado en Europa mientras su padre se arruinaba enfrentado a los políticos de Costaguana. Es muy loable el destino que se impone de utilizar la riqueza como agente civilizador.

"A Charles Gould le dolía pensar que nunca más, por mucho que forzara la voluntad, podría pensar en su padre de la misma manera que solía hacerlo cuando el pobre hombre estaba vivo. La imagen viva de su padre ya no estaba en su poder. Esta consideración, que afectaba íntimamente a su propia identidad, le llenaba el pecho de un deseo, triste y airado, de acción. En esto su instinto no le engañaba. La acción era consoladora. Es enemiga del pensamiento y amiga de las ilusiones halagüeñas. Sólo en el ejercicio de nuestra actividad podemos encontrar la sensación de dominar a las Parcas. El único campo para la acción era evidentemente la mina. A veces era imperativo saber cómo desobedecer los solmenes deseos de los muertos. Tomó la firme decisión de que su desobediencia (a modo de expiación) fuera lo más completa posible. La mina había sido la causa de un absurdo desastre moral; había que convertir su explotación en un serio triunfo moral. Se lo debía a la memoria del muerto." pág. 74-75
También Martin Decoud posee el fulgor de un personaje memorable. Asistimos a la transformación de un diletante en un notorio conspirador. No dudará en acompañar a Nostromo en su travesía más desesperada hacia las islas Isabelas. Del mismo modo el asesor José Avellanos, un prohombre de la patria que sufrió cárcel y tortura en los años de la dictadura de Guzmán Bento y que es autor del libro Historia de Cincuenta Años de Desgobierno, libro inédito porque sus galeradas terminaron “disparadas por trabucos cargados con puñados de tipos de imprenta”. Era un federal que odiaba a los liberales: “Las palabras, para uno tan familiares, tienen una acepción de pesadilla en este país. Libertad, democracia, patriotismo, gobierno: todas ellas tienen un regusto de locura y crimen. ¿No es verdad doctor?” le pregunta a su amigo Charles Gould.
Un clásico.





Nave Sulaco, en Aliens

P.D.
Los ecos de la novela, escrita en 1.904, llegan hasta nuestros días. Nostromo es el nombre de la nave donde transcurre Alien, el 8º pasajero. En la secuela, Aliens  (James Cameron), también aparece una nave llamada Sulaco.

jueves, 19 de febrero de 2015

El CUENTO del GRIAL - de Chrétien de Troyes











El autor francés escribió en el siglo XII varias novelas referidas a caballeros del entorno del Rey Arturo. De todas ellas nos han llegado cinco: Érec et Énide, Cligès, Lancelot ou le Chevalier de la charrete, Yvain ou le Chevalier au Lion, Perceval ou le Conte du Graal. Lancelot recorre la contradicción moral entre el sentido del honor y la pasión adúltera. Yvain trata de la dificultad de conciliar la aventura caballeresca y el amor conyugal. Todas ellas están escritas en versos octosílabos pareados.


Pero sin duda la más interesante es Perceval o el Cuento del Grial. Murió dejándola inacabada; pero en ella consta su gran aportación, introducir el sentido místico cristiano en la novela artúrica. Chrétien lo personifica en el Grial.
 "Salió un paje de una cámara trayendo empuñada por el centro una blanca lanza, y pasó entre el fuego y los que estaban sentados en el lecho. Todos los que estaban allí veían la lanza blanca y el blanco hierro, de cuyo extremo manaba una gota de sangre bermeja. Hasta la mano del paje rodaba aquella gota de sangre bermeja. El muchacho recién llegado aquella noche ve este prodigio, pero se abstiene de preguntar cómo puede suceder tal cosa, porque recuerda la advertencia que le hizo sobre hablar mucho el caballero que le enseñó y aleccionó. Cree que si lo preguntara le considerarán necio, y por eso no inquiere nada. Entonces vinieron otros dos pajes llevando en sus manos candelabros de oro fino, trabajado con nieles. Los pajes que llevaban los candelabros eran muy hermosos. En cada candelabro ardían diez candelas por lo menos. Una doncella, hermosa, gentil y bien ataviada, que venía con los pajes, sostenía entre sus dos manos un grial. Cuando hubo entrado con el grial que llevaba surgió tal resplandor que al instante perdieron su claridad las candelas, así como les ocurre a las estrellas cuando se levanta el sol o la luna."
Perceval es hospedado por el lisiado Rey Pescador y ve el Santo Grial, pero no logra hacer la pregunta que habría curado las heridas del monarca y de sus tierras. Tras aprender de su errores hace voto para encontrar el Grial y completar la búsqueda. En esta quête implicará a todos los caballeros de la Tabla Redonda.
"Y Perceval habló de otra manera: dijo que no descansaría dos noches seguidas en el mismo hostal durante toda su vida, que no recibirá noticias de un paso peligroso sin ir a pasarle, ni de caballero que sea más valioso que otro o que otros dos sin ir a combatirle, hasta que sepa a quién se sirve con el grial y sea dicha con toda verdad por qué sangra; y que no abandonará ante ninguna dificultad. Y se levantaron hasta cincuenta, comprometiéndose y jurándose los unos a los otros que no tendrán noticia de maravilla o aventura sin ir en su busca, aunque sea en una tierra dañina."
Perceval representa la sencillez, la inocencia: estas son sus virtudes para llegar tan lejos en la búsqueda del Grial. En otros relatos quien encuentra el Grial es Galahad, hijo de Lancelot.

El Perceval de Chrétien nos traslada a la Britania preanglosajona. El castillo de Arturo está en el sur de Gales. Los tiempos son muy remotos, el siglo V; justo cuando surgen los reinos célticos independientes.

En la novela se cuentan en paralelo los hechos de Perceval y Gauvain. Asistimos a la formación de Perceval. Primero su madre y luego el caballero Gornemans de Gorhaut, su maestro, le inculcarán los valores caballerescos. Él siempre se mostrará respetuoso y decidido. 
Ambos caballeros siempre estarán en camino, buscando lances y cruzando justas que reafirmen su nobleza: la doncella sitiada, la doncella perversa, el caballero Orgulloso, el Vado Peligroso, etc.

La historia de cada uno de ellos tiene un punto de inflexión. En el caso de Perceval lo es su encuentro con el Rey Pescador, pleno de símbolos y misticismo. Un río que no ofrece vado, la hospitalidad del Rey Pescador, la lanza que sangra, el grial. Comparten cena en un mantel blanquísimo y el caballero recibe el presente de una espada que tenía "escrito que estaba hecha de tan buen acero que nunca podría romperse sino en determinada circunstancia que nadie conocía salvo aquel que la había forjado y templado".

Toda la novela está transida de símbolos y leyendas sean clásicas o celtas. Comienza en la "Gaste Forêt", una tierra devastada que ya para los celtas era un paso previo para una nueva vida, más llena de sacralidad. El valor sagrado de la copa, el poder de evocación de la sangre en la nieve (en el pasaje "la sangre de la oca blanca"),  la existencia de puentes y vados peligrosos o el barquero que necesita Gauvain para cruzar hasta el Castillo de las Reinas y descansar en el Lecho Maravilloso. Por cierto que dicho Castillo es habitado sólo por mujeres, como el paraíso de los celtas, y es morada de los muertos (allí Gauvain encuentra a personas que creía perdidas para siempre).

Resulta curioso cómo, después de distintos hechos y haber abandonado el castillo del Rey Pescador, Perceval descubre su nombre. 
"-¿Cómo os llamáis, amigo?
Y él, que desconocía su nombre, lo adivina y dice que se llama Perceval el Galés, aunque no sabe si dice verdad o no, pero dice la verdad aunque lo ignore."
Percibimos que con este hecho, Perceval concluye su aprendizaje, sus mocedades, que son precisamentde los dos sentidos de la palabra galesa "mabinogi", las historias y leyendas galesas que son una clara influencia para Chrétien.

En cuanto a Gauvain, su apogeo es el descubrimiento del Castillo de las Reinas. Ningún caballero ha salido vivo de allí donde esperan al caballero que "tendría que ser perfectamente hermoso, discreto, sin codicia, valiente y audaz, franco, leal, sin villanía y mal ninguno." El único merecedor de tal edén.

Las quêtes de Perceval y Gauvain traslucen una noción iniciática. Perceval pasará años vagando hasta encontrar al ermitaño que le revela a quién sirve el Grial. Aunque Perceval fracasa en su búsqueda, el ermitaño le hace reconocer sus pecados y le impone penitencia.
"El rico Pescador es hijo de este rey que se hace servir con el Grial. Pero no os figuréis que en él vaya lucio, lamprea ni salmón; con una sola hostia que le sirven y llevan en ese grial, sostiene y fortalece su vida; tan santa cosa es el grial". 
Por su parte Gauvain conseguirá arrivar al Castillo de las Reinas, logrando incluso salir con vida de donde nadie jamás volvió.

Crhrétien de Troyes es el más genial de los escritores de este periodo de la Baja Edad Media. Él es, como dice el profesor Carlos Alvar, quien da a los caballeros de la Tabla Redonda
 "una fisonomía propia y hace de ellos auténticos seres vivos: el odio y el amor, la valentía y la generosidad comienzan a desempeñar su papel; cada héroe actuará influido por alguna de estas motivaciones. El embrión que hallamos en Monmouth acaba de tomar una forma nueva, la más semejante al ser definitivo, a la vez que el tema adquiere su mayor auge: el Perceval, que Chrétien no acabó, halló muy pronto continuadores" 
Se puede decir que, con Chrétien, la materia de Bretaña cobra forma definitiva y se expande por toda Europa. Chrétien recoge la influencias de dos historiadores: Geoffrey de Monmouth, autor de "Historia regum Britanniae" y "Vita Merlini"; y Wace, autor del "Roman de Brut", prácticamente una traducción del anterior. Monmouth enriquece enormemente la escueta figura histórica del Rey Arturo hasta convertirla en mito e incorpora a la historia las leyendas célticas. Peredur, el Perceval de Gales, ya es nombrado en el canto de Gododdin, de Aneirin, escrito hacia el 600 en la frontera de Escocia. A lo largo del Cuento del Grial podemos encontrar, asimismo, reminiscencias de los Mabinogion, un conjunto de leyendas galesas. 

Este desarrollo novelesco de lo puramente histórico cristaliza definitivamente en Chrétien de Troyes, autor del cambio trascendental que alumbrará el nacimiento de la novela occidental. Así lo señala de forma elocuente Victoria Cirlot en su ensayo "La novela artúrica".

"En pocos años, el roman que había nacido a la sombra de la historia, se vio invadido por un plano de construcción de la realidad absolutamente novedoso: la ficcionalidad. Casi de modo imperceptible, la figura del rey Arturo tratada desde una perspectiva histórica fue absorbida por el plano de la ficción. En la forma artúrica cristalizó la creación novelesca; de ahí que ambos aspectos, resulten indesligables cuando se trata de analizar el nacimiento del roman en el Norte de Francia. De la traducción a la novela y, concretamente, a la novela artúrica. Ese cambio y ese hallazgo no parecen desprenderse de la vida propia del género, sino que más bien parecen deberse a la intervención individual, a la imaginación peculiar de un escritor del segundo tercio del siglo XII: Chrétien de Troyes."







P.D.
Muchos significados se le han dado al Grial. El más común lo identifica con el cáliz de la Última Cena. No han sido pocos los autores que le han asignado distintas virtudes esotéricas y místicas; llegando incluso a registrarlo como algo estrictamente espiritual, algo así como un estado de iluminación.
El recorrido del Grial cruza toda nuestra historia y literatura hasta el mismísimo día de hoy. Este místico cáliz aparece en las leyendas de Merlín, de los caballeros templarios, la masonería, la alquimia, la saga cinematográfica de Indiana Jones y por supuesto el best seller de Dan Brown,  El
Código da Vinci.

El hecho de que la primera obra donde aparece el grial quedase inacabada, así como el acontecimiento histórico de las Cruzadas provocó una multiplicidad de obras que afrontaron este enigma: José de Arimatea de Boron, Perlesvaus de autor anónimo, Parzival de Wolfram von Eschenbach, la Demanda del Santo Grial de autor también anónimo dentro del ciclo del Lancelot en prosa. De nuevo Victoria Cirlot nos ilumina en su libro Grial: poética y mito (siglos XII-XV).

Uno de los muchos continuadores de Chrétien de Troyes fue Robert de Boron que vivió entre los siglos XII y XIII. En su novela Joseph d'Arimathie planteó una hipótesis pseudohistórica, que José de Arimatea, hermano del padre de la Virgen María, fue quien solicitó el cadáver de Jesús y le dio sepultura. Boron, además, identifica la casa de José de Arimatea como el lugar donde se celebró la Última Cena, siendo unas de sus copas la que acabó convirtiéndose en el Santo Grial donde posteriormente recogería la sangre de Jesús. Para redondear la historia, Boron cuenta que José de Arimatea llevó la copa a la isla de Avalon, donde el Grial se mantuvo oculto hasta la llegada del caballero Perceval.
El Santo Cáliz de Valencia

Esta mezcla de historia y leyenda tiene varias encarnaciones que, aun hoy en día, sus fieles presentan como el auténtico Grial.
La Sacra Catina de Génova es un pequeño cuenco de piedra que fue llevado a esta ciudad después de la Primera Cruzada en 1.099. Efectivamente la pieza ha sido fechada al inicio del siglo I. Asimismo existe una copa de plata de grandes dimensiones que se encontró en las ruinas de una iglesia cristiana en Antioquía. Esta rica copa labrada contiene en su interior otra lisa de plata cuya factura también ha sido fechada en el siglo I.

El Santo Cáliz de Valencia

Por último tenemos el Santo Cáliz de Valencia. Una taza de ágata finamente pulida que muestra muestra hermosísimas vetas de colores. Es una preciosa "copa alejandrina" que los arqueólogos consideran de origen oriental y tienen fechada entre los años 100 al 50 a.C. 

Mucho más posteriores son las asas y el pie de oro finamente grabado, diferente a la copa. Todo ello, lo mismo que las joyas que adornan la base son de época medieval.

Su historia es bien novelesca. Según esta tradición, la Última Cena no se habría celebrado en la casa de José de Arimatea sino en la vivienda de algún familiar del apóstol San Marcos. La Copa que utilizó el Señor en la última Cena fue llevada a Roma por San Pedro. Allí la conservaron los Papas hasta San Sixto II cuando, por mediación de su diácono San Lorenzo, oriundo de España, fue enviada a su tierra natal de Huesca en el siglo III, para librarla de la persecución del emperador Valeriano. Durante la invasión musulmana, a partir del año 713, fue ocultado en la región del Pirineo. Posteriormente la reliquia fue entregada, en el año 1399, al Rey de Aragón, Martín el Humano, que lo tuvo en el palacio real de La Aljafería de Zaragoza y luego, hasta su muerte, en el Real de Barcelona en 1410, mencionándose el Santo Cáliz en el inventario de sus bienes. Hacia 1424 el Rey Alfonso V el Magnánimo llevó el relicario real al palacio de Valencia, y con motivo de la estancia de este Rey en Nápoles, fue entregado con las demás regias reliquias a la Catedral de Valencia en el año 1437. Sin pronunciarse sobre su legitimidad, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI, oficiaron misa con este cáliz en sus visitas a la ciudad de Valencia.