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viernes, 17 de noviembre de 2023

LOS ASESINOS de la LUNA - de Martin Scorsese



Salgo de la película decepcionado.
La historia merece la pena contarse -el expolio racista de los indios Osage- y sus 3 horas y media se siguen con interés -Scorsese nunca aburrirá-, pero el desarrollo de la trama resulta plano y los personajes carecen de profundidad.

Lo peor de todo es que el engaño del hombre blanco hacia el indígena es tan mostrenco que sonroja. No hay tensión. Más que maldad hay una burda mezquindad. Un descarado saqueo avalado por una ley arbitraria perpetrada por los blancos.

Los indios Osage han sido expulsados primero de Missouri y luego de Arkansas hasta ser confinados finalmente en un territorio perdido de la mano de Dios en Oklahoma... pero resulta que al poco tiempo descubren que el subsuelo está pletórico de oro negro. Los yacimientos de petróleo que encontraron en 1894 convirtió a la Nación Osage en la más rica del mundo... y objeto de envidia por parte de los colonos blancos. El derroche y la ostentación -mansiones, coches, joyas, criados- hizo que los colonos les acusaran de incompetentes para administrar semejante riqueza y, efectivamente en 1908, el Congreso de EEUU otorgó a los tribunales de aquellos condados la capacidad de considerar a los indígenas "menores e incompetentes". De este modo el tribunal podía nombrar un tutor blanco para supervisar los asuntos financieros de cualquier Osage. ¿¡!?😕

Una delegación Osage con el presidente Calvin Coolidge en la Casa Blanca el 20-enero-1924


En 1921 el Congreso todavía llegó más lejos en su "protección" hacia los pobres Osages. Aprobó un ley que los consideraba incompetentes para manejar su inmensa riqueza; obligándoles a canalizar sus pagos, compras y ventas a través de tutores -por supuesto blancos- designados por los tribunales.

El abuso y el expolio fue tan racista y repugnante que no sé cual hubiese sido el mejor modo de relatarlo. Scorsese se centra en la época de los años 20 denominada "reinado del terror", cuando murieron o desaparecieron cerca de 60 indígenas en una evidente conspiración para arrebatarles sus derechos y riquezas. Muchos hombres blancos casados con indias no se conformaron con compartir su riqueza y llegaron a asesinar a familias enteras para asegurarse la herencia. 

La principal mano negra que estuvo detrás de estos crímenes fue William King Hale, un ganadero blanco con buenos contactos políticos que se autoproclamó "Rey de las colinas Osage". El tipo se mostraba sumamente paternal con los indígenas y acumuló poder y prestigio repartiendo favores que luego se cobraba con creces.  




Con la Primera Guerra Mundial recién concluida, la fiebre del petróleo se disparó entre aquellos que buscaban hacer fortuna. Ahí es donde aparece el joven Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), sobrino de William Hale (Robert de Niro); un soldado recién licenciado y sin blanca. Rápidamente su tío le busca novia, una joven india (Mollie) cuya familia ostenta los derechos de una buena explotación petrolera. Ahí tienes tu oportunidad, le dice su tío... porque si se diera el caso de que la madre y las hermanas de Mollie murieran, el marido de ésta sería el heredero de una fortuna. 

Ernest Burkhart no es más que un pobre buscavidas y su tío un tipo taimado y sin escrúpulos. Tampoco los sicarios que contratan son más que unos granujas desastrados. De ahí que la película no despegue. Todo es demasiado ramplón. A veces todo parece una ocurrencia. King Hale convence en unos pocos segundos a un tipo para que mate a alguien o atraque esa misma noche un banco. Muchas de las películas de Scorsese comparten una especie de romantización del crimen como forma de poder y ascenso social. Eso tampoco aparece. No hay goodfelas ni códigos de honor, sólo unos tipos ruines y arteros. Tampoco encontramos ningún tipo de debate o duda moral. 

Para colmo los indios Osage aparecen como meros comparsas. No escuchamos su voz. Scorsese ha admitido que, en cierto punto de la concepción del filme, reescribió el guion por sentirlo excesivamente centrado en los criminales. Corrección que apenas ofrece el fruto de ilustrar la visita a la Casa Blanca por parte de una comisión de indígenas para pedir una investigación sobre los crímenes. La película carece de la épica de los perdedores y su interés radica, sobre todo, en haber rescatado una historia que contradice el relato oficial de bravos colonos y audaces empresarios que expandieron la grandeza del país.



La segunda parte está ocupada por la investigación de una agencia precursora del FBI, pero tampoco resulta excitante sino más bien "casi administrativa". De hecho el libro de David Grann en el que está basada la película -Los asesinos de la luna, 2017- delata cómo esta investigación estuvo plagada de negligencias y errores por parte de las autoridades. Aunque hay que reconocer que esta parte es en la que Di Caprio justifica su presencia en el film. Antes se había mostrado como un verdadero memo que estaba a lo que caía, pero en el momento de ser detenido, y tener que decidir si delatar o no la conspiración, sí es capaz de mostrar las contradicciones de un tipo débil de carácter, enamorado realmente de su mujer india, pero que no tiene empacho en envenenarla a instancias de su poderoso tío.

La narración se estira en situaciones poco relevantes y hubiese merecido una condensación mayor. Da la sensación que ha habido muchos discusiones en la mesa de guionistas sobre cómo armar una película que, al final,  parece un conjunto deslavazado de escenas. Comienza con un repaso de muertes indias que no se investigaron, luego se inicia la historia de un joven Burkhart carente de interés y con la presencia de su tío en un segundo plano muy desdibujado. Tampoco tiene mayor desarrollo la corrupción generalizada de las fuerzas vivas. Finalmente asistimos a la investigación judicial que se desarrolla un poco a salto de mata. 

La secuencia final es un pegote que Scorsese se ha inventado aunque resulta curioso y atractivo. Se trata de un espectáculo de radioteatro -la grabación de un podcast diríamos hoy- donde podemos ver a los actores, músicos y técnicos de efectos narrando en directo el destino de cada protagonista. En una especie de homenaje el propio director aparece narrando el trágico final de Mollie Burkhart (Lily Gladstone).






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La Nación Osage fue un pueblo de grandes guerreros especializado en la caza de bisontes. Lucharon junto a los franceses y contra los españoles por el control de la región del Mississippi en el siglo XVIII. Estuvieron presentes en la guerra de Secesión (1861-1865), tomando partido por los confederados. Asimismo tuvieron un papel activo en el Ejército estadounidense tanto en la Primera como en Segunda Guerra Mundial.

jueves, 10 de agosto de 2023

OPPENHEIMER - de Christopher Nolan




Me llama poderosamente la atención cómo Christopher Nolan salta en su filmografía desde la fantasía y la ciencia ficción a la Historia más erudita. La trilogía Batman, Interstellar, Memento, Incepción o Tenet son thrillers con un alto grado de imaginación que se sitúan en las antípodas de otros dos filmes suyos, Dunquerque y esta Oppenheimer, verdaderas recreaciones dramáticas de dos de los momentos más trascendentales de la Historia reciente. Algo parecido ha venido haciendo Clint Eastwood en sus últimos trabajos, en los que se ha centrado en retratar a los más recientes “héroes” americanos con desigual fortuna, tal y como se puede ver en Sully, Richard Jewell, J. Edgar o El Francotirador (American Sniper). Será porque el vuelo de la imaginación necesita reposar de vez en cuando en la más desnuda realidad.

Viene esto a cuento de que yo particularmente no soy muy proclive a las películas estrictamente históricas; me parece que los hechos históricos son un corsé demasiado rígido como para lograr trascenderlo y armar un drama o una intriga. Dicho esto, tengo que reconocer que este recorrido por la figura de Robert J. Oppenheimer, conocido como el “padre de la bomba atómica” reúne las calidades de un gran drama centrado en la personalidad contradictoria de este genial físico.

Leo en muchas críticas que se trata de una película grandilocuente –muy del estilo de Nolan- y no sé en qué se basan para decirlo. Parece tratarse de una muletilla que siempre hay decir cuando se habla de Nolan. En cambio, lo que yo veo es que dos de los asuntos más épicos en los que se vio implicado Oppenheimer, casi se nos escaquean del metraje. Uno es el montaje de una ciudad entera desde cero, en el paraje desierto de Los Álamos, para llevar a cabo contra reloj las investigaciones y pruebas de la bomba atómica. Tras el intercambio de un par de frases entre Oppenheimer y el general Leslie Groves (Matt Damon), a continuación ya se nos muestra funcionando. Entremedias no ha habido ni un solo plano épico de construcción, traslado de masas o tropas o música rimbombante. 


Lo mismo ocurre con la prueba definitiva de la explosión de la bomba y el traslado posterior de las dos que caerán sobre Hiroshima y Nagasaki. Sí que es verdad que la primera explosión atómica tiene el suspense de si funcionará o no y hasta qué punto (si la explosión incendiará la atmósfera y destruirá el mundo); pero la secuencia es muy corta y no se recrea con esos planos habituales de la onda expansiva y la volatilización de objetos que suelen regalarnos. Se trata de una explosión real (ya sabemos que Nolan prefiere el rodaje físico al CGI) pero se puede decir que es escueta e instrumental, ya que sólo sirve para señalar el éxito de “Oppie”. En cuanto al traslado de las dos bombas, simplemente las vemos salir de Los Álamos en sendos camiones y a continuación ya se nos muestran sus efectos pero a través de los noticiarios.

No significa esto que ambos asuntos sean secundarios en la trama, sino más bien que están alrededor de quien ocupa de verdad el punto central, el propio Oppenheimer. Y es que la película trata de la vida, el carácter y las preocupaciones de este hombre menudo, inteligentísimo, culto y mujeriego más que de la bomba que logró fabricar. En este sentido la cinta podría haberse titulado “Oppie”, su apelativo íntimo, dado que la película se centra en explorar su infinita curiosidad intelectual, sus devaneos con la política y las mujeres o su evolución intelectual, que le llevó desde EEUU a Europa para subirse al carro de los vanguardistas estudios sobre la física cuántica para volver con este background a Norteamérica e implicarse en la gestión y desarrollo  del Proyecto Manhattan. Todo ello sin olvidar el amargo trago al que fue sometido tras la guerra, con una humillante audiencia de seguridad al más burdo estilo "caza de brujas" del senador McCarthy, que trató de hundirlo y desprestigiarlo.

Es en esta experiencia vital donde encontramos material del bueno....o al menos el que más me interesa a mí.


Christopher Nolan se ha basado en la biografía escrita por Kai Bird y Martin Wherwin, El Prometeo americano, para poder mostrar a un hombre tan complejo y contradictorio como J. Robert Oppenheimer: un tipo solitario, meditabundo y esteta; versado en poesía, textos espirituales y filosóficos. Estudió literatura e idiomas (llegó a aprender italiano en un mes) y leía los diálogos de Platón en griego.

Lo que más me atrae de la película es su capacidad para inocular tensión dramática en los puros hechos históricos, sobre todo en los dos últimos tercios de la película puesto que el primero es más descriptivo e histórico: cuando Oppenheimer se traslada a Europa para incorporarse a la pujante corriente de estudios centrada en la novedosa mecánica cuántica. Allí se codeó con científicos de primerísima magnitud, como Max Born, Wolfgang Pauli, Otto Hahn, Paul Dirac o Enrico Fermi. E incluso acudió a Alemania para estudiar junto a Werner Heisenberg, el físico teórico que posteriormente, en plena 2ª Guerra Mundial, lideró el intento nazi de fabricar la bomba atómica. También tendría relación con Pascual Jordan, John Von Neumann y Edward Teller. Algunos de estos científicos se integrarían posteriormente en el Proyecto Manhattan y en concreto este último, Teller, mantendría una amarga disputa con Oppenheimer por ansiar continuar los experimentos para conseguir una bomba más potente, la de hidrógeno.

En los dos siguientes tercios de la película, centrados en la prueba de la bomba y la audiencia de seguridad, es donde Nolan logra introducir una gran tensión dramática, muy bien respaldada por la banda sonora de Ludwig Göransson, capaz de potenciar las imágenes y convertir los silencios en algo muy elocuente.



La parte central de la película se ocupa de la puesta en marcha del Proyecto Manhattan y ahí es donde podemos apreciar esa personalidad brillante y práctica del físico, capaz de poner en pie desde cero tanto una ciudad secreta habitada por docenas de científicos como desarrollar una I+D absolutamente vanguardista que le llevó a detonar la primera bomba atómica de la historia. Esta prueba se denominó Trinity y tuvo lugar el 16 de julio de 1945 ante 425 personas que fueron testigos de ese primer resplandor atómico.

En entrevistas realizadas en la década de 1960, Oppenheimer afirmó que, después de ver el terrorífico hongo nuclear, le vino a su mente una línea del texto sagrado hindú Bhagavad Gita: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».​

Oppenheimer fue consciente desde el primer momento de la enorme capacidad destructiva de las bombas atómicas y enseguida se posicionó en contra de su uso por países individuales, proponiendo un estricto control internacional. Terminada la guerra, Oppenheimer presentó su renuncia como director del Laboratorio de Los Álamos, retornando a la Universidad CalTech. Se convirtió en asesor de la Comisión de Energía Atómica estadounidense, puesto desde el que abogó por el control del armamento atómico y presionó en contra del desarrollo de armas más potentes, como la bomba de hidrógeno. 

Este nuevo posicionamiento de Oppenheimer tuvo como resultado que, en 1954, el gobierno de EEUU le abriera una investigación para determinar su fiabilidad y lealtad como asesor de seguridad nuclear. 

Aunque el relato de la fabricación de la bomba es el punto culminante en cuanto a la Historia, en la película hay dos asuntos más íntimamente dramáticos que ejercen de suculento contrapunto. Uno es el posible espionaje con el que algún miembro del Proyecto estaba beneficiando a Rusia y el otro, la relación que durante años mantuvo Oppie con su amante Jean Tatlock (Florence Pough). Ambos se amaban y tenían encuentros periódicos pero se trataba de una extraña relación de amor/odio que acabó llevando a la vulnerable Tatlock hasta el suicidio.
 


Por su parte la investigación a la que se somete a Oppenheimer por sus contactos izquierdistas nos deja con la boca abierta. Un héroe nacional, capaz de abrir una nueva era en la humanidad (aunque fuese para colocarla al borde del abismo) fue humillado sin contemplaciones por los estamentos políticos más reaccionarios que actuaron en defensa de su statu quo. Esta persecución política lo alejó de la vida pública hasta que en 1963, el presidente Lyndon B. Johnson le hizo entrega del Premio Enrico Fermi rehabilitándolo.

Estos dos asuntos son los que tienen mayor enjundia en la película y de ello se benefician sus dos protagonistas. Florence Pough vuelve a lucir su inmenso talento interpretando a la perturbada Jean Tatlock y Robert Downey Jr. nos demuestra su categoría dramática interpretando a Lewis Strauss, alto cargo de la Comisión de Energía y urdidor en la sombra de la audiencia del desprestigio sobre Oppenheimer. Ambos exprimen sus papeles, cosa que no tienen oportunidad el resto del lujoso elenco que desfila por la pantalla: Emily Hunt, Rami Malek, Josh Harnett, Matthew Modine e incluso Kenneth Branagh y Gary Oldman; este último interpretando al presidente de EEUU Harry S. Truman en una escena memorable, cuando Oppenheimer le confiesa que "siente que tiene sangre en las venas" y el presidente le contesta que no se preocupe y que le deje a él mancharse con ella. Cillian Murphy está genial a nivel fotogénico. Su sombrero, su cigarrillo sempiterno y su mirada inquisitiva  imitan perfectamente a la imagen que tenemos de Oppenheimer, pero su recorrido interpretativo es escaso. Peca de hieratismo, como si viviese permanentemente bajo el peso de su creación, sin poder ofrecer otra variedad de emociones. Aunque es verdad que el peso debió ser terrible dadas las consecuencias de su trabajo.  

jueves, 6 de enero de 2022

EL ÚLTIMO DUELO - de Ridley Scott




El último duelo es todo un espectáculo medieval que gira su foco hacia el drama de una agresión sexual, lo que conecta esta historia del siglo XIV con la más rabiosa actualidad del MeeToo.

El relato nos lleva hasta el año 1386 para conocer el último duelo celebrado legalmente en Francia, entablado entre dos soldados amigos que después de compartir luchas y batallas acabaron enfrentados. Jean de Carrouges (Matt Damon) es valiente y aguerrido pero también un tipo simple y temperamental. Tras la muerte de su padre se casa con Marguerite de Thibouville (Jodie Comer) cuya dote le convierte en un pequeño terrateniente. Por su parte Jacques Le Gris (Adam Driver) es un arrisbista que utiliza su inteligencia y atractivo para medrar junto al señor de ambos, el conde Pierre II de Alençon (Ben Affleck).

Mientras el conde y Le Gris comparten juergas libertinas, a Carrouges le toca pringar yendo a guerrear para conseguir una exigua riqueza. En una de estas salidas es cuando Le Gris visita la mansión de Carrouges para cortejar a su mujer. Ambicioso y libertino verá su asalto como una conquista consentida, mientras que ella lo denuncia por violación. Dado que cuenta con el respaldado del conde a Jean de Carrouges solo le queda acudir al rey, Carlos VI (Alex Lawther) que, tras una vista judicial, accederá a que se celebre el duelo en que el mismo Dios dictará justicia.



Muchas características hacen de ésta una película notable. Primero por afrontar el problema de la violación en una época donde la mujer contaba poco o nada. Segundo por el riguroso y verosímil retrato que hace del alto Medievo. Tercero por la estructura narrativa elegida, que nos acerca a los mismos hechos desde los distintos puntos de vista de sus tres protagonistas, los dos hombres y la mujer. Siguiendo la arquitectura que Kurosawa dio carta de naturaleza en Rashomon los guionistas Matt Damon, Ben Affleck y Nicole Holofcener dividen el relato en tres partes que nos refieren la visión de cada personaje. El marido Carrouges no ve más que afrentas por parte del duque: un terreno que le correspondía porque constaba en la dote, finalmente es regalado por el duque a su amigo de correrías. También tiene que asumir una guerra en Escocia cuyos gastos y muertes superan ampliamente el botín. Mientras que a Le Gris la vida le sonríe, es el favorito del Duque de quien no recibe más que prebendas y las mujeres le adoran. 

Quizás esta estructura alarga en exceso la película ya que se repite toda la historia cuando los hechos significativos son unos pocos, los que reflejan el carácter de cada personaje y, sobre todo, el momento del asalto y la violación. Eso nos permite ser testigos de cómo ve cada uno el acoso sexual. Cuando la dama huye a esconderse a su habitación, Le Gris lo ve como un juego que busca la incitación, mientras para Marguerite es una huida en toda regla y una defensa. 

Cuando el soldado finalmente la atrapa en su habitación reacciona como lo suele hacer un depredador, pensando que un NO es un SI encubierto que acepta su seducción. De hecho, durante el juicio Le Gris confiesa que efectivamente ha habido adulterio, pero nunca violación; porque según él a ella le ha gustado.



En la parte formal de la película Ridley Scott nos regala una ambientación magnífica. Abunda el barro, el frío, las salas oscuras e inhóspitas. Vemos vestirse a mujeres y soldados con la retahíla de prendas que portaban en la época. Las batallas y el propio duelo se muestran de forma descarnada y brutal. El choque de armaduras, el esfuerzo ímprobo de portar más de 20 kilos de aperos y armamento se hace sentir. También aparece París con Notre Dame en construcción, rodeada de andamios, pero invadida por ratas y miseria. 

El director nos hace descender al barro de aquella época lejana para que sintamos el pálpito de su forma de vida, todo lo cual es fruto de la fiel adaptación del libro homónimo en que se basa la película. El autor, Eric Jager, profesor de Literatura Medieval de la Universidad de California, relata este episodio histórico deteniéndose en la descripción de usos y costumbres, la moralidad religiosa y las relaciones de poder. 
"Después de lavarse, rezar y comer, los asistentes de ambos hombres los prepararon con esmero para la batalla. Ambos se enfundaron una túnica de lino, o 'chemise', y, sobre ella, una prenda de lino más pesada con tejido acolchado en la zona de las costillas, la entrepierna y otras áreas vulnerables. Luego, se les colocó la armadura pieza a pieza, empezando por los pies y siguiendo hacia arriba, para minimizar el esfuerzo que se exigía al cuerpo durante este largo proceso.

Primero se cubrían los pies con zapatos de tela o cuero, sobre los cuales se colocaban los escarpes o 'sabatons' de metal, hechos de malla o de placas de metal articuladas. Después venían las calzas o 'chausses' y, sobre ellas, las grebas, rodilleras y musleras, que eran las placas de hierro que cubrían las piernas. De la cintura colgaba una pequeña falda de cota de malla que cubría el vientre y la parte superior de las piernas. Un abrigo de cota de malla sin mangas o 'haubergeon' (en ocasiones llamado en castellano 'joruca') protegía el torso, ceñido a la cintura con un cinturón de cuero. Sobre este se ponía o bien otro abrigo acolchado cubierto con placas de metal que se superponían unas a otras como si fueran escamas o un peto sólido. Otras piezas de metal protegían los hombros y la parte superior de los brazos y otras los codos y los antebrazos. Guantes de cota de malla y placas de metal astutamente articuladas cubrían las manos y dejaban expuesto el forro de tela o cuero en la palma para mejorar el agarre de las armas. Una gola de metal protegía el cuello."

Pero más allá de los aciertos formales, el meollo de la película está en la violación y posterior juicio. Un asunto que nos invita a reflexionar porque resulta escalofriantemente actual. La mujer es la que hace pública su denuncia por la violación sufrida, obligando a su marido a exigir reparación. Dos hechos me resultan especialmente alarmantes: por un lado Jean de Carrouges respalda a su mujer... porque ha hecho pública la ofensa; pero considera que el ofendido es él porque han atentado contra su propiedad y honor. No en vano el punto de inflexión de la película ocurre cuando Marguerite denuncia su violación y exige justicia, pero su suegra pretende retenerla contándole que ella también fue violada y tuvo que callar: "La verdad no importa, sólo cuenta el poder de los hombres", le dice.

Por otro lado, en la vista judicial que se celebra ante el rey para decidir si hay cuestión para aprobar el duelo, un jurado enteramente compuesto por hombres, interroga a la mujer como si fuese la culpable de los hechos y la informa de que si su marido muere en el duelo a ella se la castigará con terribles torturas. La víctima convertida en acusada tal y ocurre en muchos casos hoy en día, cuando se somete a la víctima de violación al escarnio público.  

El episodio tiene enjundia porque se expone como una intriga judicial donde colisionan el derecho canónico, el derecho romano, la autoridad del rey y la abstracción de la justicia divina.






El mismo título de la película nos remite a una época de cambio donde conviven las contradicciones entre una época definida por el temor a Dios, las brutales secuelas de la peste y la extorsión del feudalismo, con unas ciertas expectativas en cuanto al renacimiento del humanismo y la implantación de la ciencia y la legalidad. 

Los tres episodios confluyen en lo más potente de la película. Los interrogatorios del juicio ante el Rey nos zarandean moralmente y el duelo final a muerte, bajo los designios de Dios, nos encoje el corazón.

miércoles, 23 de octubre de 2019

MIENTRAS DURE LA GUERRA - de Alejandro Amenábar

España,2019


S.O.S. Lo estamos perdiendo.
Estamos perdiendo a Amenábar. Uno de los cineastas más dotado de su generación, apasionado del cine (como demostró con Tesis), audaz en sus propuestas (como demostró con la innovadora Abre los ojos) y con un talento contrastado (como demostró con Los otros); se está perdiendo en sus últimas películas en un academicismo tan pulcro como frío. Películas bien rodadas que se ven con agrado, pero que ni te provocan, ni emocionan.


Todo comenzó con Agora (2009), sobre las terribles revueltas cristianas que arrasaron con la Biblioteca de Alejandría (más propiamente del Serapeo) y con la matemática Hipatia. Una superproducción magníficamente rodada, llena de ideas y situada en un momento histórico de verdadera encrucijada. Todo estaba medido y cada plano fijado; pero se echaba en falta un más profundo vuelo dramático. Siguió con Regresión (2015) con Ethan Hawke. Una buena idea inicial centrada en unos hechos verdaderamente inquietantes; pero que no logró aterrizar en algo concreto y se quedó en humo. Y ahora con Mientras dure la guerra pasa otro tanto.

Amenábar vuelve a situar su relato en una encrucijada histórica, la rebelión militar contra la República en España. Para navegar por ese avispero ideológico sigue a un pensador lleno de contradicciones, Miguel de Unamuno: primero vasquista, luego españolista, posteriormente marxista y finalmente valedor de la rebelión militar. La película podría haber hablado en profundidad de la historia de España y su laberinto o del reflejo que aquella época tiene en la España actual, o haber profundizado en una personalidad tan paradójica y contradictoria como la de Miguel de Unamuno; pero se queda en una ilustración tan lustrosa como académica de un hecho muy conocido sin aportar nada nuevo. 

Cuando se anunció el estreno de la película, me sorprendió el asunto que trataba. Me parecía ajeno al mejor cine de Amenábar; pero instantes después recordé que Mar adentro me produjo la misma impresión. Antes de ir a verla pensaba, "¿qué tiene que decir el director respecto a este asunto? Parece difícil aportar algo al tema." Sin embargo cuando salí de ver Mar adentro tuve que asumir que el talento de Amenábar le permitía elegir con libertad los temas que quisiese y saltar del thriller o el terror al drama con toda tranquilidad. Relatando el caso de Ramón Sampedro demostró una enorme lucidez y una sensibilidad fuera de duda para afrontar asuntos tan vitales y espinosos como complejos.

Así que aquí estamos, en la España del verano de 1936, cuando se producen los primeros hechos de la sublevación militar contra una república contrahecha. Franco salta de África a España mientras el célebre escritor Miguel de Unamuno decide apoyar públicamente la rebelión militar. Inmediatamente es destituido por el gobierno republicano como rector de la Universidad de Salamanca. La película recorre en paralelo los pasos de Franco para hacerse con el mando único de la guerra y los de Unamuno recibiendo los parabienes de los rebeldes mientras comienza a percibir la deriva sangrienta y represora del conflicto.

De Franco se refleja una estrategia para proclamarse caudillo. De Unamuno apenas una pose y un forzado tinte dramático, después de su famosa alocución a los falangistas en el Paraninfo de la Universidad. La película está construida para llegar a ese "venceréis porque tenéis la fuerza, pero no convenceréis", demostradamente inexacto históricamente, pero que recoge perfectamente el espíritu de D. Miguel. Poco más tiene la cinta.

En uno de sus peripatéticos paseos con un antiguo alumno ya catedrático, los dos profesores se enzarzan en una discusión eterna entre izquierdas y derechas. Amenábar los deja allí discutiendo mientras se aleja su cámara. En esas seguimos.

Es un plano muy significativo que también habla de nuestra época actual; pero también un simple apunte en medio de una postal de época. Muchos querrán verla como algo pertinente a la época que vivimos, con la irrupción de la extrema derecha como un fantasma antiguo y la exhumación de los restos de Franco, a punto de salir del Valle de los Caídos. Para mí poco tienen que ver. Que coincidan en estos días la película, la exhumación y los berridos de Vox no los vincula necesariamente. La sociedad española ha cambiado y pasado página mal que les pese a una minoría de retrógrados.
Unamuno en el Paraninfo, al lado de Carmen Polo, en la celebración del Día de la Raza


La visita que Amenábar nos propone a esos primeros días de la sublevación militar cuida el detalle. Aquel primer despliegue militar en la plaza de España de Salamanca, la restitución como rector de Unamuno, la desaparición del amigo Atilano Coco, pastor protestante y masón; el fusilamiento del alcalde Castro Prieto y la petición de ayuda de su viuda a Unamuno, la elección de la bandera rojigualda monárquica, la celebración del Día de la Raza, la liberación de Toledo como simple propaganda y hasta la afición de Don Miguel por la figuras de origami están perfectamente expuestas; pero no hay profundidad, ni desgarro.

Cuando te empieza a interesar el debate interior del escritor vasco, se queda dormido recordando una idílica tarde de juventud con su novia. Cuando comienza a interesarte la guerra subterránea que por el poder entablan Franco y la Junta de Burgos (quizás el asunto más atractivo y desarrollado), todo queda en un chascarrillo del General Cabanellas (Tito Valverde) tildando al general de "Franquito el cuquito". 
Ahí encuentro una trama de verdadero interés. 
El General Cabanellas era republicano y masón, dirigió la Junta de Defensa Nacional y fue el único general golpista que se opuso al poder absoluto que reclamaba Franco. Cabanellas clamaba ante los otros generales, "Franquito el cuquito, si le das algo ya no lo suelta": Si ustedes le dan España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra o después de ella, hasta su muerte”. Por eso incluyó en el nombramiento de Generalísimo una frase clave: "mientras dure la guerra". A la hora de pasar el documento a la firma de toda la Junta, esta frase desapareció misteriosamente. 








La película es un buen episodio para ilustrar el Canal Historia y poco más. Karra Elejalde, como Unamuno, lo intenta pero no logra poner de pie el personaje; mientras que Eduard Fernández se luce dotando de energía a su Millán-Astray, lo mismo que Patricia López Arnáiz interpretando a una hija de Unamuno  con gran presencia. 


jueves, 21 de marzo de 2019

BARRY SEAL - de Doug Liman



¡Vaya prenda este Barry Seal! 
Un tío que de piloto comercial en la TWA pasa a ser piloto de operaciones encubiertas a cargo de la CIA y casi a la vez se convierte en el piloto personal de los narcotraficantes hermanos Ochoa y Pablo Escobar. Todo un figura.

Barry Seal es uno de esos personajes reales cuya historia parece un relato de ficción: buscavidas, pícaro y sin escrúpulos, Barry vivió en un contexto sociopolítico muy convulso y lo aprovechó para alcanzar el sueño americano.
 
Siendo piloto comercial lo pillaron pasando marihuana y a partir de entonces la CIA se propuso aprovechar sus habilidades. Le obligaron a realizar operaciones encubiertas que iban desde volar para conseguir fotos de las guerrillas centroamericanas hasta el abastecimiento secreto de armas a la Contra nicaragüense. Pero volver con el maletero vacío a EEUU le parecía un desperdicio al jovial Seal; de modo que aprovechó estos viajes para entrar en contacto con los hermanos Ochoa y Pablo Escobar, líderes del incipiente cartel de Medellín, para iniciar un fructífero negocio con el que amasaría millones de dólares. Es lo que tiene tener un espíritu emprendedor y carecer de escrúpulos. Hacia el Sur para luchar contra el socialismo y de vuelta al Norte para nutrir de coca al buen pueblo norteamericano. El negocio es el negocio.




Intrépido y cínico navegó con éxito por un tablero político que parecía un avispero. Allí estaban Ronald Regan luchando contra el comunismo, Pablo Escobar poniendo en pie un gigantesco negocio que casi puso de rodillas a todo un país, la Contra nicaragüense alimentada por Oliver North... y en medio de todo ello un sinvergüenza descarado dispuesto a cualquier cosa con tal de triunfar en la vida. 

Los hechos históricos que se relatan en la cinta son el antecedente directo de la película de Michael Cuesta,  Matar al mensajero (2014), donde se narra el viacrucis del periodista Gary Webb al publicar evidencias de la relación entre la Casa Blanca y el narcotráfico: se intercambiaba drogas por armas para abastecer a la "contra" nicaragüense.



Tom Cruise se alía de nuevo con Doug Liman, con el que rodó «Al filo del mañana», para llevar a la gran pantalla las rocambolescas hazañas de este vividor y estafador compulsivo. La película tiene la energía y el desparpajo que destila este pícaro buscavidas, pero le falta acidez y mala baba. Es un poco como el propio Barry Seal, que confiesa, "tiendo a actuar antes de pensar". Eso es la película, un reportaje periodístico muy ameno y dinámico, pero de escasa profundidad. Su montaje electrizante y su narración en off por parte del propio Seal me llevan a recordar Goodfellas o El Lobo de Wall Street, ambas de Martin Scorsese, pero sin profundidad. Como el propio Barry diría, esto es lo que hay. Un buen reportaje.

Aunque si bien su crítica es leve, no deja de ser significativa.
Me quedo con dos escenas. 
Cuando llevan a suelo norteamericano a casi trescientos soldados nicaragüenses de la Contra para entrenarlos en secreto, resulta que la mitad huye para intentar asentarse en EEUU. No tenían muchas ganas de luchar, sólo de mejorar su vida. 
Por otro lado la fiscal general de Nebraska le pide al juez que condene a Barry por traficante a gran escala y blanqueador de dinero. Finalmente la política se impone. El juez simplemente le condena a 1.000 horas de servicios comunitarios.

Gracias a su estilo, chulería y ganas de vivir, este expiloto de la TWA se convirtió en el auténtico héroe de la adormilada ciudad de Mena, Arkansas; en la que vivió a partir de 1981. Allí puso en marcha negocios de blanqueo con los que desembolsó grandes cantidades de dinero. Parece ser que hay dos tipos de traficantes; los que se imponen por el miedo y la "corbata colombiana", y los que son extrovertidos y riegan de dinero su comunidad, como también vimos hacer a Sito Miñanco en "Fariña".

"Tom y yo queríamos hacer una película que celebrase la vida de Barry Seal". dice el director de la cinta. Y lo ha conseguido. El retrato que nos traslada es desenfadado y vitalista, el de un oportunista. Por eso han dejado de lado otras cuestiones más políticas, morales o históricas. Hay que tener en cuenta que cuando murió Barry, llevaba encima el número de teléfono de George Bush padre, entonces vicepresidente de EEUU y máximo responsable de la lucha contra la droga en la administración Reagan. 

Me llama poderosamente la atención el grado de chapuza de la CIA y los políticos norteamericanos. Los tíos se sienten tan poderosos que juegan en el tablero internacional como si fuese el juego de la oca. No creo que LeCarré pudiese haber escrito ninguna gran novela con la política internacional de EEUU: no hay moral, ni sutileza, ni ambigüedad o traición.
Sólo poder y simpleza.

Un tipo simple como Reagan es capaz de llegar a la presidencia del país con una visión tan simplista y maniquea del mundo que produce sonrojo, sobretodo al ver el cúmulo de chapuzas que vemos en Barry Seal: un buscavidas que casi sin querer se encuentra en la encrucijada por donde pasan toneladas de drogas y de pasta en efectivo.
...Y el listón sigue bajando con el pollo tuitero Trump.

Finalmente la DEA forzó la máquina y puso a Seal en el punto de mira. Llenaron su avión de cámaras y así consiguieron la única foto de Pablo Escobar con las manos en la masa: fue el 25 de mayo de 1984 en el aeropuerto de Managua y allí están Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha "El Mexicano", un alto funcionario del régimen sandinista y varios soldados nicaragüenses.

Esa foto era una prueba contundente y el gobierno de Ronald Reagan la filtró a la prensa para demostrar los nexos del gobierno sandinista con el narcotráfico. También fue la prueba de la traición de Seal al clan de los Ochoa que no se lo acababan de creer. Lo consideraban de la familia. Había estado invitado en Colombia, conocía a toda la familia y era tratado como un miembro más. 

Pusieron precio a su cabeza y finalmente Barry Seal fue asesinado en Florida el 19 de Febrero de 1986. Estaba en su Cadillac frente de la sede del Ejército de Salvación. No había tomado ninguna precaución.
Pensó que nunca se atreverían a matarlo en suelo americano. 

domingo, 10 de febrero de 2019

La FAVORITA - de Yorgos Lanthimos


U.K., 2018
En una época donde el empoderamiento de la mujer está de plena actualidad (hace poco vimos la audaz Viudas y pronto veremos Mary, Reina de Escocia), esta película nos cuenta la historia de 3 mujeres en guerra por el poder. Pero siendo una de ellas reina, otra su favorita que gobierna con guante de acero y la tercera una prima arribista que quiere salir del arroyo, podemos concluir que esta guerra se produce en un campo muy particular, en la alcoba del poder. 

De hecho las escenas más significativas transcurren en el dormitorio real; un campo de batalla estrictamente íntimo y personal donde la reina Anna, achacosa, voluble y hastiada, se desespera por encontrar alguien que le ofrezca consuelo y amor; mientras las otras dos batallan por gozar de su favor para conseguir sus ambiciones. El poder político, económico y militar en este caso es del todo secundario. 

El contraste con esta habitación llena de mujeres, soledades y manipulaciones está en un parlamento lleno de hombres secundarios, gritones e inoperantes que ventilan una guerra incierta contra Francia a más de mil quinientos kilómetros. 




















La reina Anna de Inglaterra (Olivia Colman) tiene como favorita a Sarah Churchill (Rachel Weisz), esposa de lord Malborough, comandante de los ejércitos en plena guerra contra Francia. Los hechos comienzan cuando una prima de Lady Malborough venida a menos, Abigail Masham (Emma Stone), llega a la corte buscando su protección. La joven no tardará en percatarse de los sutiles juegos de alianzas e influencias con que se chalanea alrededor de la reina y comenzará a jugar sus cartas (corredora de chismes, traidora de alcoba) por volver a ser una dama y resolver su vida definitivamente.

La reina sufre gota, aburrimiento, desinterés por la política y, sobre todo, falta de amor. Se siente gorda, infeliz y llena de achaques. Todo ello le hace especialmente vulnerable a la maledicencia y al falso halago. Lady Malborough y su prima, mirándose de reojo, establecerán su acoso y conquista para ganar la plaza de favorita. 

A la postre y como en casi toda la obra de Lanthimos, no se trata tanto del juego político o incluso amoroso; sino de apreciar la mezquindad del ser humano y de sus más bajos instintos. Un asunto eterno. Por eso el director ha dicho: "No soy preciso, solo cuento una historia muy real sobre comportamiento humano".

























Unos pocos temas se citan obsesivamente en la filmografía de Yorgos Lanthimos, siempre relacionados con la esencial soledad del ser humano y, paradójicamente, con su carácter social. La soledad en compañía, los conflictos con el sexo y el inevitable sometimiento a la autoridad atraviesan su cine. Sus personajes tienen un punto de mecánicos. Con frecuencia se muestran calculadores, o bien estupefactos ante una realidad incomprensible. En todo caso carentes de una verdadera emoción.

Lanthimos siempre habla del ser humano en una coyuntura de control social. En Canino el ámbito era la familia dibujada como un entorno totalitario. En Langosta era una sociedad que obligaba a encontrar pareja y en La Favorita es una sociedad clasista "¿Se quiere casar con el caballero de...? ¡No puede! No es más que una criada."

Con La Favorita Lanthimos rompe los estrechos círculos del cine de autor y salta al gran público con su película más amable, aunque nunca complaciente. Aquí volvemos a encontrar una atmósfera malsana, un humor fiero y una visión mordaz de las mezquindades humanas.


Hay que subrayar varios aspectos.
Uno es el alma de la película, tres actrices maravillosas en la ejecución plena de su arte. No puedes quedarte con una. Esa reina deprimida e insegura, esa primera ministra in pectore que ordena y manda o esa joven que juega sus armas de dulzura y fiereza para lograr su ambición despliegan un talento inmenso. Sutileza, humor negro y feroz determinación las define; pero lo que vemos son tres mujeres vacías y sin amor. Sin duda el personaje de la reina es el más dolorosamente patético (y ahí Olivia Colman triunfa expresando un alma torturada y compleja). Con todo su poder (el vocerío del parlamento se calla y acata cuando ella habla), nada le interesa más que el calor de una amiga. 

Otro aspecto son los diálogos. Afilados y exactos. En una escena un joven irrumpe en el dormitorio de una Abigail todavía sirvienta:
“¿Viene a seducirme o a violarme?”, le pregunta.
“¡Soy un caballero!”, responde el joven ofendido. 
“Ah, entonces a violarme", replica una Abigail entre cómica y burlesca. 
En otra escena la reina le describe a Lady Malborough los atractivos de su joven prima en un intento de provocar sus celos: “Me gusta cuando me pone la lengua dentro.”

Otro aspecto es la producción de época. Impecable. Pelucones, trajes y salones lucen con una vistosidad formidable.

Y finalmente cómo no hablar de ese gran angular con que el director de fotografía Robbie Ryan ha enfatizado unos interiores en los que se doblan las esquinas y viéndose a la vez techos, suelos y paredes se acentúa el hermetismo de los espacios. Es curioso que aunque todo parece más grande, la sensación que da es de un espacio cerrado y claustrofóbico. Será así como se ve la reina: inflada con un gran poder pero encerrada y prisionera de sus achaques. Del mismo modo que a los 17 conejitos que tiene sueltos por su dormitorio (recuerdo de sus 17 hijos muertos prematuramente), creemos ver a esas tres mujeres alborotar en un laberinto cerrado y desconectado de la realidad.






domingo, 20 de enero de 2019

El VICIO del PODER - de Adam McKay

El Halcón podría haberse titulado esta película.
O La Hiena, 

fiera que también aparece en pantalla como metáfora de lo que se cuenta. 
Me viene a la mente tanta fauna porque, en muchos momentos, la película parece un documental que expusiera los hábitos de uno de los más grandes depredadores de los últimos tiempos, Dick Cheney, todopoderoso vicepresidente del pazguato George W. Bush en una época donde se inventaron guerras, armas de destrucción masiva y mentiras de alcance universal.

El montaje es un alarde de ritmo dando saltos en el tiempo e intercalando imágenes metafóricas como la de la hiena, una leona lanzándose al cuello de un antílope o ese Dick Cheney pescando en el río que se intercala en varias reuniones para simbolizar su carácter: paciente, silencioso y letal.

La película es un biopic de Dick Cheney, pero irónico y punzante desde el mismo título original -Vice- (en inglés "vice" hace alusión al vicepresidente, pero también significa vicio y corrupción). El caso es que el director y guionista no ha tenido que inventarse nada para mostrar la ignominia y criminalidad de este tipo. Los hechos estaban ahí, en los periódicos y las TV de todo el mundo. De joven, un patán y borracho que fue expulsado de la universidad; de adulto, un burócrata gris y silencioso que fue forjando su estilo en la administración Nixon junto a otro halcón ya experiementado, Donald Rumsfeld, al que en un momento dado le pregunta, "¿Cuáles son nuestros principios?" (los de los republicanos). La respuesta de Rumsfeld simplemente es reírse a carcajadas mientras se va al despacho. 

Así de militante es esta historia basada en hechos reales; aunque el director no le escamotea a Cheney ese otro lado humano, cariñoso y comprensivo que practicaba en su entorno familiar. Un tipo, en definitiva, a la vieja usanza. Implacable en los negocios y todo un padrazo en casa (tuvo un hija lesbiana a la que dio comprensión y amor a pesar de practicar una ideología furibunda contra todo lo que sea LGTBI).

Su carrera siguió como Secretario de Defensa con Bush padre y durante la Guerra del Golfo. Cuando llegaron los demócratas de Bill Clinton se pasó al sector privado como máximo mandatario de Halliburton, la empresa petrolífera que sacó beneficios millonarios de la invasión estadounidense de Kuwait. Cuando volvió a la política requerido por Bush hijo ya había triunfado y no necesitaba nada. Además conocía mejor que nadie los entresijos de la Administración de modo que, como un vesánico demiurgo, se dedicó a convertir en hechos su ideología depredadora.

A pesar de contar con pesos pesados de la interpretación, Amy Adams como la esposa, Steve Carell como Donald Rumsfeld o Sam Rockwell como W. Bush, sólo el matrimonio ofrece alguna profundidad. Ella decidida y fuerte. Él enamorado sinceramente de su mujer y padre protector a la vez que implacable, oportunista y sin más convicciones políticas que su ambición de poder. Luces y sombras.

Narrativamente la película es brillante. Diálogos chispeantes y cómicos (si no fuera porque nos dejan con la boca abierta por el modo tan descarnado en que se ejerce el poder), créditos a mitad de película y hasta una escena postcréditos para acabar de reírse del signo de los tiempos. También elige una voz narradora que se convierte en un recurso irónico magistral en su resolución y una serie de picos dramáticos muy bien dibujados que te llevan en volandas por las más de dos horas de metraje. Repasemos algunos.

La película comienza con el ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas y el vicepresidente junto a los miembros del gobierno presentes en la Casa Blanca son encerrados en el bunker presidencial. La voz en off detiene la imagen y nos señala cómo el rostro de todos es de máxima preocupación cuando no de terror... excepto el de Dick Cheney, que está tranquilo y cavilando.

Sí, muchachos, aquello tan repetido por el marketing más superficial, de que la palabra crisis en chino significa peligro+oportunidad; lo vio en ese momento Mr. Cheney con absoluta claridad. Al Qaeda le acaba de dar las llaves de la guerra indiscriminada, la tortura legalizada y la confabulación con la grandes empresas de energía estadounidenses para campar a sus anchas.
























Cuando acaba esta introducción tan reveladora, la película se embarca en una serie de flashbacks para mostrarnos de dónde viene este personaje. Y aquí llega otro momento dramático relevante. La vida del joven Cheney era disoluta y fracasada. Expulsado de la Universidad, con una trabajo vulgar y una vida de bronca y borrachera, lo coge su mujer y le canta las cuarenta. Aquí se demuestra que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, aunque en este caso se trate de una verdadera lady Macbeth que, retadora, le espeta:
"No puedo ir a una universidad elitista, ni dirigir una empresa o ser alcaldesa; ese mundo no está hecho para mujeres.¡Te necesito! Y ahora mismo tú eres un cero a la izquierda bien gordo y empapado de pis." 

¿No os recuerda a House of Cards? Una pareja unida por sus desmedidas ambiciones de poder y dispuesta a todo para conseguirlo y ejercerlo. En una conversación, la madre les advierte a sus hijas: Cuando alguien tiene poder, los demás sólo quieren quitárselo. Igualmente cuando el joven Cheney le pregunta a Rumsfeld por sus principios, nos evidencia su vacío ideológico e incluso filosófico. Un vacío que se llenará con el ansia de un poder que se justifica a sí mismo ejerciéndolo además, en base a sus turbios prejuicios.


Vayamos con una delicia táctica.
Con Cheney de CEO en Halliburton y W. Bush preparando las primarias, éste le llama para proponerle que sea su vicepresidente. Cheney calla. Se intercala una imagen suya pescando en el río. El candidato insiste pero Cheney duda, encaja la mandíbula y baja la cabeza. Está soltando el sedal, deja que la mosca y el anzuelo floten. El incauto joven Bush (magnífico como siempre Sam Rockwell) está perplejo, ¡le está ofreciendo un chollo y se resiste!

" - Qué me dices? Quiero que seas mi vicepresidente. Tienes que ser tú. Eres mi vice.
- Bueno...George, yo.....soy presidente de una gran empresa. He sido Secretario de Defensa y también he sido Jefe de Gabinete de la Casa Blanca. La Vicepresidencia es un puesto principalmente simbólico... pero si llegáramos a un acuerdo.... digamos diferente.....aceptaría.
Podría encargarme de tareas mundanas. supervisar las administraciones, el Ejército, la energía y la política exterior. ¿...?
- Sí, vale, eso me gusta. Entonces qué ¿lo hacemos o qué pasa?
- Me parece que....nos puede salir bien.
- ¡Cojonudo!"

Picó. 
Cheney acabó teniendo despacho y mando en la Casa Blanca, en el Congreso, en el Pentágono y hasta en la CÍA. Manejó con mano de hierro las riendas más importantes del poder con un solo objetivo, ejercerlo para beneficio suyo y de los suyos.
Otro momento en el que una sola imagen lo dice todo lo encontramos cuando ganan (quizás fraudulentamente) las elecciones presidenciales. Cheney llega a la Casa Blanca, abre la puerta el despacho oval pero se queda en el umbral, recortado como una sombra. El plano es perfectamente explícito: el despacho oval en ese momento está vacío y lo seguirá estando aún cuando llegue el incompetente Bush. El poder lo ejercerá esa sombra que está fuera del despacho presidencial. 

Uno de los asuntos más espeluznantes de lo que retrata McKay tiene que ver con la utilización de grupos de ensayo y opinión (focus group), abogados y lobbys que llevó a cabo Cheney. Hay que convencer a la gente de que quiere justo lo que tú quieres aunque vaya en contra de sus propios intereses. Wow. 
Un ejercicio del poder sin complejos ni cortapisas. 

Así se pueden elaborar informes falsos pero perfectamente creíbles sobre armas de destrucción masiva, se puede articular una teoría como la del Poder Ejecutivo Individual*, o se puede producir un vuelco en la opinión pública para que le parezca genial recortar impuestos a los más ricos. También EEUU puede seguir siendo un país que no tortura porque lo que practican son "técnicas de interrogación mejoradas".
Estos tipos dejan en pañales las payasadas de Donald Trump.

Quizás sea esta parte de insidias contra los intereses generales de la sociedad, confabulaciones petroleras y de contratistas militares la que aparece más desvaída en la película. Así como dejar a W. Bush como un simple florero en las decisiones de guerra y tortura. Hay mucha munición, más negra y malévola, que McKay ha dejado de lado y es una lástima. 

La última imagen que destacaré está justo al final. Cheney está en una entrevista y cuando le preguntan sobre su legado, se vuelve hacia la cámara y, rompiendo la cuarta pared, nos amonesta iracundo: no se arrepiente de nada, lo que hizo fue por deber a la patria, hay que ser muy valiente para hacer lo que debes aunque luego quedes como un monstruo, etc. "Me elegiste a mí y ha sido un privilegio servirte", llega a decir. 
¡Qué cabrón! Estos salvapatrias son todos iguales.


El contraste de esta imagen la coloca McKay después de los créditos: vemos a uno de los grupos de opinión debatiendo acaloradamente sobre la película que acabamos de ver. Un partidario de Trump la define como propaganda liberal y luego tiene una pelea con un demócrata. Mientras tanto una joven se vuelve hacia su amiga y le dice que está emocionada por la próxima película de Fast and Furious. Así está el mundo.












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Aunque sus temas y enfoques sobre lo más reciente y vergonzante de la historia de EEUU recuerdan al cineasta Oliver Stone, Adam McKay elige una forma propia, entre didáctica y guiñolesca para presentar los hechos. Didáctica fue La Gran Apuesta para meternos en los entresijos de la crisis/estafa de 2008 y guiñolesco me resulta este Vice. Pero a pesar de ello (o quizás por ello), la película toca asuntos de profundo calado político y moral como el uso torticero que la ultraderecha siempre hace de la seguridad o la Teoría del Poder Ejecutivo Personal que se invoca en la película. 
Cuando Cheney mira a cámara y nos suelta: si no apruebas mis métodos ¿qué ataque terrorista permitirías? Nos está diciendo que el fin justifica los medios y sobretodo que "sus" fines justifican "sus" medios.

En cuanto al Poder Individual y Ejecutivo que ostenta el Presidente, los asesores de Cheney lo definieron para liberar las decisiones presidenciales de cualquier traba de tipo legal, relativa al contrapeso del Congreso u otros. Él ostenta el poder ejecutivo y nadie puede parar su acción. Esta teoría sigue viva e incluso provoca el debate de constitucionalistas estadounidenses. 
Yo creo que una acción estrictamente personal, sin rendir cuentas a nadie, respecto a la vida y muerte de miles de personas, se acerca más a la tiranía que a cualquier figura democrática. En España Aznar también aprendió la coletilla. Solía decir "el gobierno tiene la obligación de gobernar" o "como presidente haré lo que tenga que hacer". Por supuesto quería subrayar que él tenía la responsabilidad moral de acometer acciones que quizás otros no tuviesen el coraje de tomar. Lo que escondía es que los intereses generales que aducía sólo estaban en el mensaje, no en la realidad: Él sólo servía a sus intereses particulares, presentarse al mundo junto a los más poderosos para parecer un gran estadista. 
Por cierto que en la película echo en falta la famosa foto de las Azores. Blair y hasta un joven Trump sí que salen; pero parece que allí no hacen cuenta de los mamporreros. 


ACTUALIZACIÓN. 
Justo esta semana acaba de tomar posesión en Andalucía el nuevo Gobierno del PP y Cs. Una de sus primeras medidas será suprimir el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales. Es un asunto que también sale en la película. Literalmente el responsable del focus group nos explica: Si queremos eliminar impuestos para los que tienen más de 2 millones no recibimos mucho apoyo; pero en cambio si lo denominamos un "impuesto a la muerte" el apoyo sube como la espuma. Como bien explica en este artículo Jesús Mota, esta decisión busca el aplauso fácil basándose en una falacia. ¿Cuántos andaluces van a recibir o transmitir una herencia de más de un millón de euros?:
"Hoy, en Andalucía solo pagan sucesiones las herencias superiores al millón de euros recibidos por heredero. Así que la supresión del impuesto (bonificación del 99% de la base liquidable) solo beneficiará a las herencias más altas. El argumento de que el ahorro fiscal aumentará el consumo no deja de ser una patraña. Para que esa filfa tuviera algún valor habría que explicar cuál es la propensión marginal al consumo; porque antes de las rebajas anunciadas los andaluces con más patrimonio ya disfrutaban de rentas más que suficientes para consumir y ahorrar."

Conseguir que la mayoría más pobre pague las obligaciones de la minoría más rica es un éxito inaudito pero no raro, gracias a políticos mediocres en inteligencia y honestidad moral. La deuda bancaria de esta última crisis la convirtieron en deuda soberana para que la paguemos entre todos. La gente común ha perdido sus casas, sus trabajos o han visto reducido su sueldo, mientras los prebostes mantuvieron sus mansiones, sus sueldazos y sus pensiones millonarias.
¡Y les he llamado mediocres!  ¡Es una jugada maestra! ¡Qué mundo!