jueves, 31 de marzo de 2022

El LIMPIAPARABRISAS - de Alberto Mielgo



El Limpiaparabrisas (The Windshield Wiper) es el cortometraje de animación con el que Alberto Mielgo ha ganado el Oscar 2022 y hay que decir que es fascinante.
Es un poema visual que pulsa la fibra de las emociones. No hay narrativa, sus imágenes son como trazos o ecos de escenas y conversaciones que se han ido depositando en el alma del director durante sus viajes. A través de esta multiplicidad de historias y escenas el director logra trasladarnos la magia y la tragedia del amor, el cielo y el infierno de las relaciones de pareja, ese duende tan particular y enigmático que es capaz de crear sus propias reglas y tiempos. "El amor es una sociedad secreta" susurra finalmente el protagonista del corto.

Como bien ha dicho Mielgo en alguna entrevista ¿Quién no ha estado en una playa echando un cigarro el día antes de romper una relación? ¿Quién no se ha arrepentido de haber dejado a una persona o quién no ha tenido depresiones?. Pasión, tristeza, dolor, vacío y ternura atraviesan el corto como si fuesen descargas eléctricas. 





Creo que tanto el tema como el desarrollo del corto retratan esta época de pandemia y obligado retiro que nos ha conducido a mirar en nuestro interior. Se trata de un corto muy personal y es fácil imaginar a Mielgo encerrado en su estudio con el ordenador y los pinceles mientras abría la puerta de su imaginación a recuerdos y evocaciones relacionados con el amor. Recordemos que tanto el guión como la dirección, el sonido, el montaje y el arte pictórico son suyos; por lo que estamos ante una obra profundamente personal que reflexiona sobre el amor hoy en día.

Ese comienzo con un hombre fumando ensoñadoramente en el rincón de un bar mientras se pregunta "¿Qué es el amor?" es como el encendido de la memoria, y así es como se desarrolla el corto, como una serie de retazos y situaciones sin diálogos que evocan respuestas antagónicas. Este conjunto de secuencias tienen una banda sonora muy evocadora y retrata a personas en distintos lugares del mundo sumidos en la fiebre o la pérdida del amor. Las localizaciones nos hablan de la universalidad de este sentimiento (las escenas tienen lugar en Berlín, Londres, Madrid, San Lorenzo del Escorial o Tokio) y de cómo, esta sociedad hipertecnológica de las redes sociales no solamente no ha acercado a las personas sino que las ha aislado: la escena de una pareja ante la misma estantería del supermercado, ignorándose mutuamente mientras buscan contactos en Tinder es de una ironía bien amarga.


Alberto Mielgo es ilustrador y director artístico en el campo de la animación; pero también pintor con un estilo muy reconocible que plasma en todos sus trabajos. De hecho cada fotograma, con su iluminación y sus fondos, parece delineado como si de un lienzo se tratase. 

La bellísima canción que acompaña los últimos minutos del corto (Podríamos estar muertos mañana, de Soko) resume perfectamente los sentimientos que nos provocan estas historias: la oportunidad de sumergirnos en el milagro del amor ante las miserias en  las que nos enfangamos. "Ama...", susurra entre el humo de su cigarrillo el hombre de la cafetería, antes de que llegue la muerte y solo te queden los recuerdos.

La mezcla de estas secuencias y su ritmo de amor, desamor, pérdida y hasta suicidio, la plasticidad de los dibujos y una canción maravillosamente evocadora hace que esta pequeña joya nos llegue al corazón.








He aquí algunos cuadros de Alberto Mielgo, donde se puede apreciar su característico estilo:














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Nacido en Madrid en 1979, Alberto Mielgo es un autodidacta ya que, aunque comenzó los estudios de Bellas Artes, tuvo que abandonarlos antes de acabar el primer año para ganarse la vida. Del mismo modo se embarcó en este cortometraje sin saber producir animación, ya que su experiencia era como director de arte. Al tratarse de un trabajo autofinanciado lo ha venido realizando, entre trabajo y trabajo, durante los últimos ocho años.
Mielgo lleva más de dos décadas dedicado al mundo de la animación, participando en proyectos cinematográficos tan relevantes como 'La novia cadáver' de Tim Burton, 'Harry Potter y las reliquias de la Muerte' de David Yates o ´Spider-Man: Un nuevo universo´ (Oscar al mejor largo de animación en 2019); a los que hay que sumar colaboraciones con el grupo Gorillaz, el diseño de las introducciones del videojuego 'The Beatles: Rock Band' y la dirección de arte de la serie de televisión 'Tron: La resistencia', gracias a la cual obtuvo un premio Emmy. También consiguió otro Emy por el proyecto de Netflix 'Amor, Muerte y Robots' (‘Love, Death & Robots’), en el que participó con su episodio ‘The Wittness’.


jueves, 17 de marzo de 2022

La LUZ PRODIGIOSA - de Fernando Marías



La luz prodigiosa es una novela corta con un enorme poso de nostalgia y emoción. La historia versa sobre el hallazgo que hace un periodista cuando acude a Granada para cubrir los actos del cincuentenario del asesinato de Federico García Lorca. A punto de irse tras reseñar la pompa y el halago institucional, el periodista encuentra en la estación de tren a un viejo pordiosero al que invita a una copa, devolviéndole éste el favor con una sorprendente exclusiva: Federico García Lorca no murió en agosto de 1936, él lo rescató con una herida de bala en la cabeza. 

La hipótesis no es descabellada pues es cierto que nadie vio nunca el cadáver del poeta y por eso el paraje de Víznar ha sido explorado cientos de veces y se han multiplicado los libros de investigación.

Fernando Marías tira de ese hilo hipotético para relatar una posible vida anónima de García Lorca como una persona amnésica. El anciano, antiguo repartidor de pan, referirá los trances que le llevaron a rescatar, hasta en dos ocasiones, a un Lorca desconocido y errático, condenado a una muerte en vida. El relato es un monólogo amargo y tiene ese inevitable tono melancólico de las confidencias peroradas en una estación de tren de provincias. Más que la historia del anónimo poeta, el anciano relatará la suya como una especie de memoria histórica de los escabrosos años de postguerra. 

Tras recogerlo malherido, logra llevarlo a su casa y curarlo, pero dado su estado catatónico, acabó dejándolo en un asilo al cuidado de una monja. Posteriormente y tras muchos años de perderle la pista se volvió a encontrar con el poeta, convertido en un mendigo y de nuevo agredido, en este caso por unos niños (arropados por sus padres, entre ellos un guardia civil). Lo vuelve a recoger y cuando están camino del Hospital Psiquiátrico donde quiere asentarlo, insospechadamente vuelven a pasar por el mismo lugar donde ocurrió el fusilamiento. Es ahí donde el poeta sufre el fogonazo de una revelación, da un grito de dolor inhumano y huye; desapareciendo para siempre.  

Paraje de Víznar donde ocurrió el fusilamiento de Lorca














Resulta increíble que una novela de poco más de 120 páginas  posea una intensidad dramática tan profunda. Las idas y venidas de la vida vuelven a colocar al mendigo y al poeta en el mismo paraje de Víznar después de muchos años y Fernando Marías logra captar el momento único y mágico del terremoto de la memoria. Un golpe de luz semejante a una supernova. 
"Se volvió y me miró. Enmudecí: el hombre que estaba frente a mí no era el mismo que un minuto antes se había parado a mirar el horizonte junto a la cuneta. Su expresión había cambiado de tal modo que la cara parecía otra. Ahora, una mirada intensa y lúcida salía con fuerza desde el fondo de sus ojos negros, una mirada que yo no conocía porque la había visto en una ocasión, cuando por primera y única vez, al poco de haber sido herido, el hombre despertó en medio de un grito espantoso. En aquel momento me aterrorizó porque entendí que estaba viendo el rostro de la Muerte. Pero ahora era peor: el ser invisible que acababa de sacudirlo era su memoria, que durante un segundo había resucitado". pág. 65
Este aluvión de la memoria no solo asalta al poeta, sino también a su salvador, precipitando sobre él la realidad macabra de una vida echada al garete. 
Me sentí completamente solo, y aunque era algo que siempre había buscado, tuve miedo, porque la imagen que me devolvía la pared de espejo del mesón, mientras tomaba una copa tras otra para serenar los nervios, era la de un hombre que no disponía ya de tiempo para echar marcha atrás y romper esa soledad que él mismo se había labrado: una soledad irreversible que le acompañaría ya para siempre. Vi con nitidez la triste verdad: tenía cincuenta y tres años y había desperdiciado mi vida.
Pero por encima de la anécdota personal de estos dos personajes, quisiera hablar de lo que logra Fernando Marías en estas páginas tan lúcidas y hermosas: captar el pálpito más secreto y doloroso de la vida. Eso que él llama La Luz Prodigiosa, ese momento cumbre donde sintonizas con el universo para acabar sintiendo que eres parte de una de sus leyes básicas; esa que dice que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.


Ese momento de transformación es la Luz prodigiosa, donde se entrecruzan la muerte, la memoria y la vida: toda la ebullición y la fragilidad en un solo instante. 
"... durante ese instante especial, preciso, en que comienza a amanecer y las partículas de luz sustituyen a las de oscuridad con una cadencia que es a la vez velocidad vertiginosa y extraordinaria lentitud, nos encontramos ante ella: la luz prodigiosa, dispuesta a obsequiarnos con su maravillosa virtud de permitir que nuestra imaginación se abra en libertad, viendo y sintiendo cosas para las que normalmente no está entrenada".
Posteriormente el anciano verá un documental en el que identifica finalmente al poeta granadino. Tratará entonces de encontrarlo para rehabilitarlo pero ha desaparecido. Intentará dar a conocer su historia, pero sin la prueba más palpable no encontrará ningún eco. De nuevo la amargura le impide redimir su vida: «lo único de alguna importancia que había hecho, lo único que justificaba mi vida, era haberlo salvado al comienzo de la guerra».
Incluso acude a un Congreso sobre Lorca donde se encuentra con que los expertos están más preocupados por vender sus libros sobre la muerte de Lorca que por descubrir la verdad (se puede adivinar a Ian Gibson en la figura de un afamado profesor extranjero). 

Las obra es una luminosa evocación de la memoria -asunto central en la obra de Fernando Marías- y con la reedición que el propio autor afrontó en 2016 (Ediciones Turpial) redondeó un libro maravilloso que ahora podemos leer en FCE. A la novela de 1992 le añadió un Epílogo sobre su propia germinación basado en recuerdos personales bajo el título de "La Memoria es una Novela". Leídos uno tras otro, novela y Epílogo, la obra adquiere una extraña plenitud que te hace sentir la punzante emoción de la vida y el seco dolor del espectro en que nos convertimos.

Marías cuenta es este Epílogo que la novela nació tres veces. La primera, el día en que Federico García Lorca fue asesinado; la segunda sólo unos meses más tarde, el 2 de diciembre de 1936, cuando Luis,  tío del autor y soldado republicano, murió a causa de un disparo en la batalla de Villarreal. La tercera y principal ocurrió un día entre 1976 o 1977 en el que un joven Fernando Marías, recién llegado a Madrid para estudiar Ciencias de la Información, vislumbra en la calle de la Montera a un mendigo de asombroso parecido con su tío. A pesar de regresar para interrogarlo, y de esperarlo en el mismo lugar durante muchos días posteriores, el mendigo jamás regresó.

Este hecho dispara la imaginación del joven escritor, quien llega a la conclusión de que el mendigo sería su tío Luis, quien pudo no haber muerto en la Guerra Civil. Quizá la herida le provocara una amnesia o demencia, que explicaría que nunca se hubiese vuelto a poner en contacto con los suyos y vagase por diferentes puntos hasta que la casualidad lo coloca frente a su propio sobrino en Madrid, cuarenta años más tarde.

Efectivamente La luz prodigiosa inicia la indagación del autor sobre las relaciones entre memoria y novela que culminaría veinticinco años después con los textos La isla del padre, Premio Biblioteca Breve 2015, y Arde este libro, editado hace pocos meses por Alrevés. Dos libros que afrontan con profundidad y desgarro la muerte de su padre, el primero; y la de su mujer el segundo, con la que compartió el amor y el abismo del alcohol.








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Fernando Marías Amondo era un director de cine frustrado que finalmente se dedicó a escribir novelas. Nació en Bilbao en 1958 y ha muerto recientemente en 2022. Se fue a Madrid a cumplir su sueño de estudiar Cinematografía. De entre sus guiones destacó precisamente el que escribió en 2002 sobre esta novela, La Luz Luminosa, con el que fue nominado a un Premio Goya. También firmó el guión de Invasor, un thriller de intriga política en medio de una acción bélica, filmado con su habitual ritmo y energía por Daniel Calparsoro, en 2012.
Marías ha ganado algunos de los premios literarios españoles más importantes con obras audaces e ingeniosas, destacando por encima de todos el Premio Nadal de 2001 por "El niño de los coroneles". También resultó ganador, en 2010, del Premio Primavera por su novela "Todo el amor y casi toda la muerte". Su novela de 2005 "El mundo se acaba todos los días" es una inmersión honesta y escandalosa en las pulsiones suicidas de la adicción y también se lee como una revisión de la historia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde en un Madrid postcontemporáneo. Además, también fue capaz de escribir para el público Infantil y Juvenil, cuyo Premio Nacional de 2006 ganó con la novela "Cielo abajo".

En este mismo blog he reseñado la muy notable novela Esta noche moriré, en la que un muerto nos arrastra a una feroz venganza.

jueves, 10 de marzo de 2022

GIVE PEACE A CHANCE


John Lenon escribió la canción "Give peace a Chance" (Dale una oportunidad a la paz) y la interpretó junto a Yoko Ono y unos amigos en su habitación del Elizabeht Hotel de Montreal, en 1969. Con la guerra de Vietnam al fondo, la canción pronto se convirtió en un himno contra la guerra.

Por su parte la Unión Europea de Radiodifusión (UER) tuvo la elogiable iniciativa de que todas las emisoras públicas del continente, incluida la radio ucraniana, la emitiesen a la vez el pasado viernes, 4 de marzo. Debería haber cinco millones de drones tronando este himno, con potentes altavoces incorporados, frente a las tropas rusas....o metidos a la vez en el búnker del dictador Putin para que deje de matar. ¡¡NO A LA GUERRA!!











Este mural de John Lenon con el título de su canción «Give Peace a Chance», se encuentra en la ciudad ucraniana de Izum y lo realizó el artista Andrey Palval en 2017. 

Durante agosto de 2017 se celebró en esta ciudad ucraniana el Festival Literario y Musical “El Camino al Este”. En el centro de la ciudad se encuentra la Plaza Sovetskaya, aunque mucha gente pensaba que se llamaba Vladimir Lenin. Después del Maidan en Kiev, una ola de descomunización se extendió por todo el país, durante la cual todos los nombres comunistas se cambiaron por otros nuevos o antiguos. Entonces la plaza se convirtió en la Plaza John Lennon.

El mural se presentó al público el 19 de agosto de 2017 y fue el primer mural pintado en la ciudad.

"Dale una oportunidad a la paz", suena y se escribe igual en ucraniano y en ruso. Todos deberían entenderlo.

martes, 8 de marzo de 2022

CUADERNOS UCRANIANOS - de Igort



Periodismo, Historia, Poesía y Novela Gráfica. Todos estos elementos conjuga Igort (pseudónimo de Igor Tuveri), polifacético artista italiano de origen ruso, para contar las distintas tragedias que ha sufrido Ucrania en los últimos cien años. 

Igort es periodista, escritor e historietista y cuenta con cuatro cuadernos muy famosos, a modo de reportaje gráfico, sobre Ucrania, Rusia y dos de Japón. En todos ellos la técnica que utiliza es semejante a un cuaderno de campo. Primero viaja al país repetidamente, posteriormente recoge testimonios (en el caso de Japón los suyos propios) y luego articula un relato que, en el caso que nos ocupa, logra narrar las múltiples desgracias que han asolado Ucrania bajo el yugo de la URSS. Según cuenta el autor su viaje a Ucrania duró casi dos años: "Yo me encontraba allí durante los días del 20 aniversario de la caída del muro de Berlín (o sea 2009). Agucé el oído para escuchar sus historias y decidí dibujarlas".

CUADERNOS UCRANIANOS (Memorias de los tiempos de la URSS) se configura como un reportaje gráfico compuesto de varios testimonios de ancianos que se prestaron a contarle sus vidas. 
Los relatos de estos supervivientes son estremecedores. 
Las vidas que testimonian María Ivanóvna, Serafina Andréyevna, Nicolái Vasilievich y Nicolai Ivánovich poseen el desgarro de la tragedia y nos hablan de un verdadero genocidio. Por ejemplo durante el confinamiento y la hambruna deliberada a la que sometió Stalin a Ucrania se calcula que cuatro millones de ucranianos murieron por inanición.


La edad de los entrevistados, nacidos en los años 20 del siglo pasado, le permite a Igort obtener testimonios de primera mano de cada una de las tragedias que han jalonado la historia reciente de Ucrania: la hambruna de los años 30, la invasión nazi en los 40, el genocidio cultural y la contaminación nuclear, hasta llegar al desencanto de los primeros años del siglo XXI:  
"Ahora ya nadie tiene certezas sobre su salario, que puede verse reducido sin previo aviso. Quien tiene un trabajo se considera afortunado y trata de que no se le escape de las manos. Me veo con Vania, un niño grande de 26 años que vive en Moscú. Trabaja en en una fábrica de fuegos artificiales, Piroff. Está borracho y se ríe todo el rato." 
Entre cervezas y carcajadas dice, "Putin invadirá pronto Ucrania". 
Igort recogió este testimonio en 2009...hoy, en 2021, asistimos por televisión a esta invasión injustificada de un país soberano. 
Las desgracias en Ucrania siguen sucediéndose.










El Cuaderno, como dice el subtítulo, se centra en la época de la URSS (que Putin ansía restaurar) y está dedicado "a Serafina Andréyevna, que vio y vivió". Efectivamente Serafina es una de las personas que ofrece un testimonio de su vida realmente escalofriante al centrarse en los días del Holodomor, la hambruna que asoló Ucrania durante 1932 y 1933. Según cuenta Serafina hubo otras hambrunas como la de 1922, pero el Holodomor fue provocado por mandato del "padre de la patria", Iósif Stalin: "se cerraron las fronteras ucranianas, se prohibió la circulación de región a región y se les confiscaron las reservas de trigo a millones de campesinos."

El Holodomor (muerte por inanición) fue un genocidio en toda regla por parte de una fuerza imperialista que, aun a día de hoy, Rusia se niega a reconocer. Fue consecuencia de un programa de colectivizaciones forzosas que tuvo una doble finalidad: por una parte eliminar físicamente a los campesinos que se resistían a las colectivización de sus tierras y, por otra, reprimir cualquier síntoma de rebrote del nacionalismo ucraniano que se definía como proeuropeo. Vemos que el aplastamiento actual de Ucrania por Rusia no es nada nuevo.

"Cuando Stalin, tras la muerte de Lenin, sube al poder, hereda un imperio inmenso y retrasado. El primer plan quinquenal, puesto en marcha en el 29, es un ambicioso proyecto de industrialización. La Unión Soviética necesita la maquinaria y el saber hacer de Occidente. Para financiar todo eso cuenta con exportar, entre otras cosas, el trigo ucraniano."


Serafina Andréyevna murió a las dos semanas de ser entrevistada por el autor, víctima finalmente de la radiación de Chernóbil.

La historia de Nicolái Vasílievich pone el foco en sus vivencias durante la ocupación nazi, una vida de trabajos forzados que continuó después de 1945 con más trabajo en los koljós. 
"Durante la época de Stalin, la gente tenía que darle cada año al koljós 300 litros de leche, 50 kilos de carne y 300 huevos.
Cada casa debía producir esa cantidad, independientemente de cuántos viviesen en ella. yo vivía con mi mujer, y podía tener esperanzas de lograrlo. Pero mi madre estaba sola. Jamás iba a llegar a producir lo bastante. Ni aunque trabajase durísimo. Era una pesadilla. La gran preocupación que sentía por ella no me dejaba dormir."
Los lustros de trabajo en condiciones infrahumanas quebrantaron la salud de Nicolái Vasílievich hasta dejarle postrado durante seis años: "fui como un perro, día y noche a cuatro patas". Las viñetas de estos años de postración tienen un desgarro terrible.



Nicolái Ivánovich es el más joven, nacido en 1939 nos habla sobre todo de la época de Breznev, alrededor de 1964, en positivo: no había hambre y aunque se empezaba a trabajar en la adolescencia el coste de la vida era asequible. "Nos sentíamos personas" dice; "Nos ayudábamos entre los koljoses" para cumplir los cupos.  Ahora que vivimos en la época del capitalismo, la gente sólo piensa en sí misma y los campos tan feraces están abandonados.
"Los campos están abandonados". Esa frase sigue resonando en mi mente durante días y semanas. Una nación rica, boyante e independiente que en otra época era considerada como el granero de Europa se encuentra hoy en día reducida a la miseria. Una vez caído el comunismo, la mística soviética de la producción industrial ha muerto. los planes quinquenales y los Koljoses no son más que recuerdos. Hoy se vive por inercia. El homo sovieticus ucraniano es un ser extraviado, carente de un papel determiado.
Aquí se considera que el responsable de esta descomunal desgracia es Mijaíl Gorbachov, el político ruso más amado en Occidente."
Igort hace un retrato detallado y brutal de esa época soviética y para ello no sólo se apoya en los testimonios personales, sino que también reproduce documentos e informes oficiales que dejan constancia de la barbarie.

El formato de los testimonios recogidos los plasma Igort en viñetas pero sin dinamismo entre ellas. Son como momentos fijos, muy expresionistas, donde se muestra cada tragedia insoportable. Mientras que entre los testimonios el autor introduce informes históricos, donde mezcla dibujo y texto. Esos informes de los jefes del OGPU (Policía Secreta) delatan la terrible indiferencia de los invasores ante el dolor extremo de los represaliados. 
"Distrito de Bolshoi Lepetichinsky
A causa de una absoluta falta de pan, la gente utiliza sucedáneos. Hemos contabilizado 354 casos de envenenamiento (provocado por la ingestión de diversas hierbas) en cuestión de pocas horas. La defunción sobrevenía en el curso de 2 horas para lo niños y en un lapso de 3 a 5 días para los adultos.
También se observa la ingestión de carne procedente de cadáveres de animales como caballos, perros y gatos."
Uno de estos capítulos se titula "Letanía bolchevique" y reproduce informes desalmados sobre la superación de objetivos en el número de detenidos, así como una macabra contabilidad de muertos por hambre o de casos de canibalismo. 



Estos apuntes históricos también nos ayudan a conocer a ciertos personajes criminales. Como el Secretario nacional del comité central del partido comunista Lázar Kaganóvich, de origen judío y nacido cerca de Kiev. Kaganóvich ascendió a Secretario Nacional del Comité Central del Partido Comunista y destacó por ayudar a Stalin en la organización, planificación y supervisión del Holodomor. Llegó a gritar "¡La cultura ucraniana no existe!" antes de emprender un genocidio cultural y físico que pretendía doblegar a Ucrania y destruir su identidad. 

También el periodista del New York Times y Premio Pulitzer, Walter Duranty, un personaje arribista y adulador que a través de una entrevista a Stalin y otros reportajes "contribuyó al florecimiento de un culto a la personalidad del dictador incluso en Occidente". Las prerrogativas que conseguía de Stalin y su connivencia con el poder ayudó a propagar "fake news" como la siguiente: 
"Gran cosecha ucraniana pone a prueba a las cosechadoras. Se considera ridículo hablar ahora de hambruna tras un viaje en coche por el corazón de la región. Gente muy bien alimentada..."
La revelación de la verdad y la denuncia de las mentiras se refleja en la película de Agnieszka Holland, Mr. Jones (2019). En ella se cuenta la historia del periodista de investigación británico Gareth Jones y su peligroso viaje hasta Ucrania, saltándose todas las prohibiciones, para conseguir destapar este holocausto. 

El último capítulo se titula "Radiatsia" y repasa los problemas de radiación de la población ucrania a causa de las centrales nucleares. Mientras que el Epílogo, lamentablemente, no es sino un prólogo de esta nueva desgracia que está viviendo Ucrania con la invasión criminal de Putin. La última viñeta recoge una efigie de Stalin con el siguiente texto: "Una noticia reciente: van a colocarse numerosos retratos gigantes de Stalin en las principales plazas de Moscú a partir del 1 de abril de 2010. ´Que salga sonriendo´, aconsejan los dirigentes del revivido partido comunista. Y esto no es, por desgracia, una inocentada." 




























Aunque estos Cuadernos acaban cuando se desintegró la Unión Soviética, Ucrania no lo ha tenido fácil desde su independencia en 1991. La ex república soviética busca su propia identidad desgarrándose entre el sueño europeo y la pesadilla neoimperialista del vecino ruso que se apoya en algunas regiones separatistas como Donetsk y Lugansk; situadas en la cuenca minera rusófona del Donbás (este de Ucrania). El dictador Putin ha estado alimentando con armamento a las guerrillas prorrusas en un conflicto que desde 2014 se ha venido enquistando.
Los presidentes que ha tenido Ucrania desde su independencia han venido mostrando este desgarro. Aunque el primer presidente fue Leonid Kravchuk, hasta 2005 el hombre fuerte en Kiev fue Leonid Kuchma, un político ligado a Moscú. Pero en 2005 llegó al poder Víktor Yúshchenko, el primer presidente alejado del Kremlin. En 2010 cambiaron las tornas y  ganó la presidencia Viktor Yanukovich, oriundo de Donestk, que volvió a colocar a Ucrania en la esfera de Moscú. Sin embargo no pudo terminar su mandato porque en los primeros meses de 2014 fue derrocado por miles de ucranianos que tomaron las calles en lo que se conoce como el Euromaidán. Estas protestas se iniciaron por la suspensión de los acuerdos comerciales con la Unión Europea.
Ucrania lleva muchas décadas sometida a múltiples tensiones que los líderes políticos nunca han sabido resolver, como nos recuerda Javier C. Escalera en ElConfidencial: "Casi nadie recuerda que hubo un primer Maidan en 1990, cuando estudiantes descontentos con la mayoría comunista en el parlamento tomaron la plaza central, que desde entonces da nombre a cada nueva revuelta. Ese intentó cayó en el olvido porque, aunque precipitó la caída del régimen soviético, transportó al país de una tiranía a otra: de los jerarcas de la hoz y el martillo a los del capitalismo de rapiña y pillaje. 
Los ucranianos lo siguieron intentando y repitieron la gesta en 2004, esta vez con mayor resonancia mundial: lo llamaron la Revolución Naranja, y ahí fue la clase media naciente en las ciudades la que se interpuso ante el fraude electoral, posibilitando que la oposición ganase las elecciones."
Equivocadamente se enfocó el conflicto del Donbás por la vía armada y el país parece dividido por la mitad: Los habitantes del norte y del oeste se declaran proeuropeos y antirusos, mientras que el este y el sur se consideran rusos y el ruso es su lengua principal.
Pero ahora hay una invasión en marcha y una guerra que ha declarado el dictador Putin y lo prioritario es pararla. ¡¡NO A LA GUERRA!!.









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En 2011 la editorial Sins Entido publicó los Cuadernos Ucranianos y en 2014 Salamandra Graphic publicó Cuadernos Rusos (la guerra olvidada del Cáucaso), centrados en el asesinato de la periodista Anna Politkovskaya y la guerra de Chechenia. En 2020 Salamandra los editó juntos bajo el título Cuadernos ucranianos y rusos, vida y muerte bajo el régimen soviético. Ya en 2016 Salamandra había abundado con el autor publicando los dos volúmenes de sus Cuadernos japoneses, donde Igort da cuenta de sus múltiples viajes al país del sol naciente con su característico estilo de collage de historias y sensaciones. En estos volúmenes se aleja de la denuncia social y política para hacer un homenaje a la belleza y a la cultura japonesas, muchas veces de forma onírica y metafórica.
Igort fundó en el 2000 su propia editorial, Coconino Press y en 1994 llegó a exponer su obra en la Bienal de Venecia.
Otros dos maravillosos trabajos de Igot son 5 es el número perfecto (Salamandra Graphic, Libro del Año en la Feria de Fráncfort de 2003) y Fats Waller,(Ed. Sins Entido), junto al maestro argentino Carlos Sampayo.

miércoles, 2 de marzo de 2022

NO a la GUERRA

 




Jamás penséis que una guerra, por necesaria o justificada que parezca, deja de ser un crimen.

Ernest Hemingway (1899-1961) Escritor 







NADIE ESTÁ SOLO



En este mismo instante
hay un hombre que sufre,
un hombre torturado
tan sólo por amar
la libertad. 
       Ignoro
dónde vive, qué lengua
habla, de qué color
tiene la piel, cómo
se llama, pero
en este mismo instante,
cuando tus ojos leen
mi pequeño poema,
ese hombre existe, grita,
se puede oír su llanto
de animal acosado,
mientras muerde sus labios
para no denunciar
a los amigos. ¿Oyes?
Un hombre solo
grita maniatado, existe
en algún sitio.   
         ¿He dicho solo?
¿No sientes, como yo,
el dolor de su cuerpo
repetido en el tuyo?
¿No te mana la sangre
bajo los golpes ciegos? 

Nadie está solo. Ahora,
en este mismo instante,
también a ti y a mí
nos tienen maniatados.



José Agustín Goytisolo
 – Obra completa – 
Editorial Lumen – 2011


Ayudemos al
pueblo ucraniano

martes, 1 de marzo de 2022

DRIVE my CAR - de Ryusuke Hamaguchi



Este drama japonés está cosechando elogios y premios por todo el mundo a pesar de su duración, tres horas, su ritmo pausado y tratar asuntos tan complejos como la incomunicación, el duelo y ese misterio interminable que es la vida.

El escritor y director Ryusuke Hamaguchi adapta un cuento de Haruki Murakami y no creo que sea éste un autor fácil de adaptar a la gran pantalla, demandante siempre de un cierto dinamismo. Sus personajes viven en un mundo de profunda introspección, suelen ser estáticos, mientras se maceran en su propia soledad y alienación, a veces producto de su incomprensión del mundo y de la vida, a veces producto de una dolorosa pérdida, mientras buscan un refugio emocional y su lugar en el mundo. En Drive my car, Hamaguchi lo afronta exitosamente con un estilo lleno de sutilezas, silencios y hondura emocional.

La película trenza un mosaico de historias y personajes alrededor del director de teatro Yûsuke Kafuku (un soberbio Hidetoshi Nishijima) y de su automóvil, un Saab 900 de color rojo ya cargado de años, al que vemos ir y venir constantemente por carreteras, autopistas y hasta caminos de montaña. Kafuku está casado con Oto (Reika Kirishima), productora de TV, en una relación que se retroalimenta. Ella tiene la costumbre de inventarse historias en voz alta mientras hacen el amor, como si el coito le provocase un trance. Al día siguiente las olvida, pero él las escribe y ella las lleva a TV, donde triunfan. Así comienza la película, con una escena donde la penumbra compone un aura mágica, mientras ambos yacen todavía desnudos y ella está relatando una extraña y cautivadora historia sobre una adolescente que esconde en secreto objetos suyos en la casa del joven del que se ha enamorado. Hay algo de ritual en la escena y un innegable poso de tristeza que confirmamos posteriormente al descubrir que el matrimonio ha perdido a una hija. 


Posteriormente Oto fallece por un ictus y aunque ya llevamos cuarenta minutos de película aparecen los créditos. Lo que hasta ese momento era una historia de pareja, abre su espectro para dar cobijo a otras tragedias. Han pasado dos años y a Kafuku le ofrecen dirigir El tío Vania, de Chejov, para el Festival de Teatro de Hiroshima. Cuando acude allí las normas le obligan a disponer de una chófer para sus desplazamientos. Así es como el coche, con su constante ir y venir, y la sala de ensayos se convierten en los sorprendentes escenarios de este relato sobre el dolor, la pérdida y la dificultad para expresar las emociones. 

Entre lecturas del texto y ensayos se va componiendo un mosaico de historias, con personajes atrapados en su propia burbuja que la convivencia irá resquebrajando. La actriz muda que abandonó su carrera de bailarina por un drama personal, el Coordinador del montaje y Takatsuki, un joven actor de éxito que fue amante de Oto y que se ha presentado a las pruebas porque admira el trabajo de Kafuku. Éste no considera que sea un buen actor, pero el joven insiste en mantener una charla con él hasta que un día le comenta algo que impacta a Kafuku: "Si esperamos ver verdaderamente a otra persona, tenemos que empezar por mirar dentro de nosotros mismos". Efectivamente Kafuku descubre que todavía no ha asumido la pérdida de Oto y que se mantiene aislado de los demás recreándose en su culpa. 














Y por supuesto está la chófer Misaki Watari (Tôko Miura) con quien, después de tantos trayectos desde casa a los ensayos y vuelta, acaba estableciendo un vínculo. Misaki sufrió una madre esquizofrénica y maltratadora que murió enterrada en su casa por un deslizamiento de tierras. De aquellos hechos guarda una cicatriz en la mejilla que no quiso eliminar para recordarlo.

Según se van sumando historias no puedo dejar de acordarme de Crash (de Paul Haggis, 2004); aunque en este caso sin prejuicios ni violencia. Un relato sin más centro de gravedad que la propia vida golpeando a diversos personajes. Como en los libros de Murakami, Hamaguchi elige dejar fluir la vida, libre y sin estereotipos. Nada de lo que ocurre en la película es previsible. Su cámara se dedica a captar la belleza de lo cotidiano y ese tiempo roto que se alarga como un extraño sueño para los que sufren dolor o pérdida.  No en vano Hamaguchi es admirador de Víctor Erice y concibe sus películas como "documentales que siguen a los actores".

Como innovación Kafuku se plantea estrenar la obra con multilenguaje y para ello escoge actores que sólo hablan inglés, chino, coreano o japonés e incluso el lenguaje de signos con el que se expresa una actriz muda. Es aquí donde encontramos una de las claves de la película. En los ensayos Kafuku insiste en repetir y repetir la lectura del texto, sin apasionamiento, "como una letanía", según llega a quejarse una de las actrices. Quiere romper las barreras del idioma, hacer que el texto les cale hasta los huesos, comprendan a los personajes y respiren con ellos hasta poder comunicarse más allá del lenguaje. Esto mismo es lo que hace Hamaguchi con la película. Escuchamos las frases de El tío Vania repetidamente, tanto en los ensayos como en los numerosos trayectos en coche, ya que Kafuku pone siempre una cinta de casete en la que Oto recita el texto. De este modo se establece un paralelismo entre la obra de teatro y la película que permite a Hamaguchi comunicarnos con hondura el sustrato emocional de los personajes.


La incomunicación no proviene solo de la incapacidad para verbalizar las emociones, sino también del miedo a la exposición emocional. De ahí que las palabras no basten y Kafuku busque una comunicación más genuina. Hay una escena clave en los ensayos cuando dos actrices, hablando distintos idiomas, logran transmitirse las emociones de sus personajes. Kafuku (y Hamaguchi) demuestran que, a pesar de las diferencias culturales e idiomáticas, hay otros niveles de conexión humana y una elocuencia que trasciende las palabras.

Hamaguchi consigue así crear escenas de una profunda emoción partiendo de una sencillez totalmente transparente. Así ocurre en la escena en que la chófer le está contando su historia a Kafuku ante los restos de la tragedia que vivió o cuando el propio Kafuku conversa sobre la pérdida de Oto con el actor que fue su amante. La sencillez de la puesta en escena y el eco del dolor que reverbera nos regala una película conmovedora.


Esta poética de la vida, del duelo y de la incomunicación la refleja el director a través de tres mecanismos. Por un lado los diálogos entre personajes, que son muy numerosos, son los que hacen avanzar la narración, no la acción. Por otro los silencios y miradas expresivas (sobre todo de Misaki, que se convierte inopinadamente en el público de la vida de Kafuku y de los ensayos). Y finalmente unos planos atmosféricos, también numerosos, de ese viejo Saab rojo rodando por todo tipo de carreteras y autopistas como si fuesen un laberinto en el que los personajes están perdidos. 

Para Ryūsuke Hamaguchi el coche es algo sagrado. El cineasta lo describe como un lugar en el que se dan "conversaciones íntimas que solo nacen en ese espacio cerrado y en movimiento". Y es en ese cubículo donde se pueden descubrir "aspectos de nosotros mismos que nunca hemos mostrado a nadie o pensamientos a los que no podíamos poner palabras".


En Drive My Car no existe conclusión ni catarsis para el espectador. El viaje continúa indefinidamente, con curvas y paradas, como la vida misma, hacia una siempre compleja revelación. 

Quiero acabar señalando la poderosa presencia del texto de Chejov como trasunto de la película. Hamaguchi establece un paralelismo entre el duelo personal de Kafuku y el tío Vania, así como entre la atmósfera de tristeza y desamparo existencial en que se mueven los personajes: "Encontré muchas similitudes entre lo que vive el tío Vania y lo que está sufriendo Kafuku. Escogí ciertos diálogos para enlazar a ambos personajes, creando así una conversación entre la obra de Chéjov y el relato de Murakami. No solo con el caso del tío Vania, sino también con Sonia, al haber una especie de paralelismo similar con Misaki", detallaba en una entrevista el director. De hecho Kafuku se niega en principio a interpretar al tío Vania porque el texto le amplifica el dolor por la pérdida de Oto. En una conversación llega a reconocer que "Chejov es aterrador. De sus líneas sale tu verdadero yo."















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La película adapta un cuento del mismo título que está integrado en el volumen "Hombres sin mujeres" (2014), siete relatos en torno al aislamiento y la soledad que preceden o siguen a la relación amorosa. Hombres que han contado o cuentan con mujeres que de pronto salen de sus vidas dejándolos sin esperanza ni redención. 
Dado que el relato consta de 40 páginas, el guionista y director añadió personajes de otros cuentos del libro, Kino y Sherezade.
La anterior película estrenada por Ryusuke Hamguchi fue "La ruleta de la fortuna y la fantasía" y también cuenta con una escena de más de diez minutos en el asiento trasero de un taxi; con dos amigas buscando ese momento de revelación emocional.