martes, 28 de enero de 2020

CADA HOMBRE es UNA RAZA - de Mia Couto















Cuando leo en alguna reseña o crítica aquello de que es inevitable que un libro de relatos sea irregular, por cuanto alberga una variedad de cuentos entre los que hay unos más conseguidos que otros, detecto a un lector de novelas que afronta un encargo. 

Comenzar con esta reticencia nos traslada una indisimulada opinión de que los libros de relatos siempre serán inferiores a las novelas porque éstas son de una pieza. Sin embargo yo creo que se olvidan de las páginas de transición, descripción o simplemente olvidables que existen en cualquier novela por notable que sea. Por otro lado al reparo de que hay novelas a las que no le sobra ni le falta una coma, siempre se podrá aducir que, del mismo modo, hay volúmenes de cuentos que resultan perfectos en su integridad.
Odio las comparaciones. Me gustan de igual modo las novelas y los cuentos. El que estime que los relatos son una literatura menor debería abstenerse de leerlos sin más. Y sobretodo de comentarlos. Los prejuicios son veneno para todo tipo de expresión artística. Me ha salido esta introducción porque iban a comenzar la entrada diciendo que el libro incluye un conjunto de relatos de calidad irregular. ¡Vade retro!

Mia Couto nació en 1955 en Mozambique después de que sus padres portugueses se trasladasen a la colonia cinco años antes huyendo de la dictadura de Salazar. De modo que en él confluye toda la historia reciente de este territorio africano, la exuberancia de la naturaleza, la miseria, el sometimiento de la colonización, la guerra civil, las tensiones entre tradición y modernidad, el politeísmo y la magia. Todo ello está presente en este volumen de relatos, cada uno de los cuales se centra en un personaje a través del cual descubrirnos las aristas de este Mozambique remoto y legendario.



Un mundo fascinante donde magia y realidad se confunden e igual podemos encontrar a un pescador desesperado que se arranca los ojos para colocarlos como cebo, que a un vendedor de pájaros y su baobab mágico, cuya libertad ofende a los colonos blancos; o a una mujer despechada que entierra a su marido adúltero con los ojos abiertos para que por fin sea suyo, o a un criado que se convierte en confidente de una princesa rusa, arrastrada a aquellas soledades por el ansia de riqueza. También a una pobre mujer, jorobada y medio loca, que todos los días limpia y habla a una estatua del parque por lo que sufre detención política.
"Un día nos llegó la noticia: Rosa Caramela estaba presa. Su único delito: venerar a un colonialista. El jefe de las milicias dictó sentencia: añoranza del pasado. La locura de la jorobada escondía otras razones políticas. Así habló el comandante."...
Couto es un escritor fresco y original que nos recuerda a los narradores orales que recorrían los pueblos. Sus historias tienen la aparente inocencia de un mundo que todavía se está nombrando, pero siempre resultan quebradas por un realidad agresiva y despiadada. Las 11 historias del volumen están atravesadas por la guerra civil, el colonialismo y el contexto de un Mozambique posterior a la independencia.
"Había en el barrio otros sucesos sanguinarios. Otros alborotadores aumentaban, soldados de nadie. En todos lados se propagaban los asaltos, conspirateos, animaldades. La muerte se había vuelto tan frecuente que sólo la vida causaba asombro. Para no ser notados, los sobrevivos imitaban a los difuntos. Al carecer de víctimas, los bandoleros retiraban los cuerpos de las sepulturas para volverlos a matar."

Pero lo más interesante está en ese cruce donde confluyen la cultura africana, -panteísta y mágica- y el racionalismo colonialista. Para los protagonistas el mundo es demasiado grande y está lleno de misterios apabullantes.
"El mundo está lleno de países, la mayor parte de ellos extranjeros. Ya llenaron los cielos de banderas, ni yo me explico cómo pueden circular los ángeles sin chocar con los lienzos."
En muchos cuentos hay sueños, fantasmas y leyendas. Se aprecia un mundo bullicioso lleno de seres de todas las categorías, algunos vivos, otros muertos, otros ciegos que viven sueños, otros nasciturus pendientes de vivir y que tientan a los vivos, otros que se transforman en árboles...

En algunos la cruda realidad de pobreza y colonización se impone. Entre éstos destaca "Los mástiles del Más Allá", donde se dan cita la ignorancia de los aborígenes y el abuso de los colonos blancos.

Obra del artista mozambiqueño Malangatana


El estilo de Mia Couto reproduce con gran poder de evocación ese panteísmo que puebla el mundo de seres que parecen escapar de la realidad. El estilo recuerda al de la oralidad en los cuentos. En muchos casos aparece la imaginación y la fábula: "la aldea se hacía fábula, al margen de los siglos, más allá del último camino".

Esa irrealidad está muy bien reflejada por el narrador al describirla con neologismos muy elocuentes: el humo de la chimenea mientras se espera es "azulento", el suelo de una habitación iluminado por la luna, "lunaminoso", los soldados realizan "animaldades", un niño se entrega a "infantasías" y puede que no acepte "argumentiras".

Mia Couto transforma en literatura el habla y las creencias populares de los habitantes de Mozambique. Unos habitantes que siempre muestran un profundo vínculo telúrico. 
"Y sabe cómo me salvé, padre?: metiendo los brazos en la tierra caliente, como hacían los mineros moribundos. Fueron mis raíces las que me ataron a la vida, fue eso lo que me salvó."
Siendo irregular, el volumen contiene al menos dos cuentos extraordinarios y otros cinco muy notables: Los dos primeros son El Baobad que soñaba pájaros y La leyenda de la novia y el forastero. Los segundos son La princesa rusa, Rosalinda, la ninguna y Rosa Caramela, a los que hay que añadir los dos más realistas y revolucionarios: El apocalipsis privado del tío Gueguê y Los mástiles del Más Allá.



"El baobab que soñaba pájaros" es mi favorito y en él se junta el desprecio del colono hacia el lugareño por sus costumbres y ritos, y la conexión que éstos tienen con lo mítico.
"Mamá ¡mira al hombre de los pájaros!
Y los niños inundaban las calles. Las alegrías se entremezclaban: el griterío de las aves y el trino de las criaturas. El hombre sacaba una armónica e interpretaba sonámbulas melodías. El mundo entero se volvía fábula."
Los pájaros simplemente con sus trinos eran capaces de expulsar al opresor.
"Conforme le compraban, las casas estaban más repletas de dulces cantos. La música causaba extrañeza a los moradores, mostrando que aquel barrio no pertenecía a esta tierra. Entonces, ¿los pájaros les quitaban lo auténtico a los residentes, haciéndolos extranjeros? ¿O el culpable sería ese negro, ese canalla, que se apropiaba de la existencia, ignorante de sus deberes de raza?"
En "La leyenda de la novia y el forastero", un forastero llega a la aldea con un perro, al poco desaparece y posteriormente empiezan a desaparecer otras personas. Un cazador se ofrece a matarlo pero a los pocos días lo encuentran convertido en un menudo bebé. Entonces el anciano de la tribu cree encontrar la solución y señala a la joven Jauharia: "Tú vas a encontrar a ese extranjero, le ofrecerás todo el amor del que seas capaz."
El cuento es un debate entre el sueño mítico y seguro de la aldea y la apertura al mundo corroído por el tiempo. Cuando el novio de Jauharia regresa al pueblo sin ella, "la aldea se hacía fábula, al margen de los siglos, más allá del último camino".

"Rosa Caramela" es una inocente mujer donde confluyen todos los males de una sociedad desestructurada.
"Rosalinda, la ninguna", es la viuda del mujeriego Jacinto y al enterrarlo se da cuenta de que ha encontrado algo precioso: "El triste consuelo se confirmaba en ella: la muerte de Jacinto no era más que el matrimonio que siempre había soñado. Las otras, las rivales, se esfumaron, tipejas y momentáneas."

Obra de Malangatana


"Los mástiles del Más Allá" versa sobre el despertar revolucionario de un viejo guardés de los campos de un colono rico. A su concienciación le empujan los anhelos de sus hijos por una vida mejor. Todo empieza a cambiar cuando se atreven a subir a las montañas y mirar al Más Allá (al futuro, a la modernidad).

Este cuento se inicia con una cita maravillosa: "Sólo queremos un mundo nuevo: que tenga todo de nuevo y nada de mundo", que además no es la única, puesto que cada cuento está introducido por una, como el mismo libro: 
"Al ser interrogado sobre su raza, respondió:
-Mi raza soy yo, Juan Pajarero.
Al pedírsele que explicara eso, añadió:
-Mi raza soy yo mismo. La persona es una humanidad individual. Cada hombre es una raza señor policía."
El estilo de Couto es poético sin ser hueco y posee un color y una expresividad muy particular que ilumina las páginas con expresiones tan evocadoras como éstas:

"Pasaron días llenos de tiempo"

“Encendió la pipa y, por la ventana, fumó el paisaje entero”,

"Así daría seguimiento a su existencia, en el ajuste del tiempo con el sueño".

"Esta vez todo aquello me huía de los ojos, la realidad no me daba hospedaje."

"Nunca se había visto agua tan copiosa: el paisaje llevaba diecisiete días goteando. El agua lastimaba la tierra, que apenas sabía nadar. Sobre el tejado de zinc, se estrellaban gruesas gotas, embarazadas de cielo."

"Nací para estar en silencio. Mi única vocación es el silencio. Fue mi padre quien me explicó: tengo una tendencia a no hablar, un talento para despejar los silencios. Escribo bien, silencios, en plural. Sí, porque no hay un solo silencio. Y todo el silencio es música en estado de embarazo.

lunes, 27 de enero de 2020

Mia COUTO

















Mia Couto es un autor especial. Posee una prosa marcadamente poética que reproduce con gran poder de evocación las creencias y leyendas de Mozambique. Él mismo se define como "un creador de historias"; a lo que cabría añadir que también es creador de palabras, ya que multitud de neologismos salpican sus páginas como un fulgor repentino ("argumentiras", "animaldades").


En sus cuentos y novelas siempre aparece la tensión entre tradición y modernidad, así como el reflejo de una época histórica convulsa en la que Mozambique se liberó del colonialismo para caer en una guerra civil que duró desde 1977 hasta 1992. 

Su literatura bebe de la tradición oral de Mozambique y está atravesada por un sentido de la fantasía que la emparenta con el realismo mágico. Su lenguaje es luminoso y sus imágenes evocan mundos fantásticos relacionados con los mitos y las leyendas. No en vano se emparenta a su obra con la de Gabriel García Márquez o Guimarães Rosa.

António Emílio Leite Couto, conocido como Mia Couto, (Beira, Mozambique, 5 de julio de 1955) es uno de los más conocidos escritores mozambiqueños actuales.
En 1972 se mudó a la capital Lurenço Marques (hoy Maputo) y comenzó a estudiar Medicina a la vez que se iniciaba en el periodismo. Durante ese periodo la guerrilla anti-colonialista y el movimiento FRELIMO estuvieron luchando para derrocar el gobierno colonial en Mozambique. Él mismo nos relata su papel en esos tiempos:

"Mi padre fue un exiliado portugués de la dictadura de Salazar en Portugal. Desde pequeño siempre nos enseñó a mis hermanos y a mí a identificar la segregación racial. Cuando crecí, yo ya sabía que en la universidad me iba a dedicar a la política. Con 17 años decidí unirme a una sección de militantes del FRELIMO y cuando llegué era el único joven, blanco y poeta. Cuando empezó la sesión, cada uno tenía que contar su vida, lo que se llamaba “La narración del sufrimiento”. Cuando escuché las narraciones de los demás hombres me di cuenta de que yo no tenia sufrimientos y me sentí muy mal. Entonces uno de los organizadores del partido se acercó a mí y me dijo: “Nosotros necesitamos poesía. La poesía ayuda a formar una nación”.
En abril de 1974, después de la Revolución de los Claveles en Lisboa y el derrocamiento del régimen del Estado Novo, Mozambique pasó a ser una república independiente. Couto participó directamente en la lucha por la independencia de su país. De hecho es uno de los autores del himno nacional de Mozambique. En 1974, FRELIMO le pidió a Couto que trabajara como periodista para Tribuna y después como director de la recién creada Agencia de Información de Mozambique (AIM). Más tarde, dirigió la revista Tempo hasta 1981.

Couto regresó a la Universidad y finalmente se graduó en Biología, especialidad de Ecología. Como biólogo, ha llevado a cabo investigaciones en varias áreas, pero sobretodo en las zonas costeras estudiando los usos tradicionales del aprovechamiento de los recursos naturales. Es director de la empresa Impacto, Lda. - Evaluaciones de impacto ambiental.
Obra de Malangatana Ngwenya, artista mozambiqueño



Su carrera literaria se inicia en 1983, con el libro de poemas Raiz de Orvalho, al que siguió, en 1986, su primer libro de cuentos, Vozes Anoitecidas. Ha publicado crónicas, relatos breves y varias novelas. En 1999 recibió el Premio Virgílio Ferreira, por el conjunto de su obra. En 2013 recibió el Premio Camões de Literatura. En 2015 estuvo entre los seis finalistas del Premio Internacional Man Booker por La Confesión de la Leona.

En Tierra sonámbula (Suma de letras, 2002), un niño y un anciano sobreviven entre los hierros quemados de un autobús, escondidos de la guerra que les rodea, de la muerte instalada en los pasajeros asesinados en el camino. Entre el equipaje encuentran unos cuadernos en los que se relatan historias de Mozambique, historias de tribus, de fantasmas, de santos, de ritos…
En Venenos de Dios, remedios del Diablo (Txalaparta, 2010) nos entrega una novela cautivadora sobre la búsqueda de un amor perdido, la pretensión de encontrar una razón para vivir y el modo en que la ilusión y la mentira pueden ayudar a controlar los fantasmas del pasado. El médico portugués Sidonio Rosa llega al pequeño pueblo africano de Villa Cacimba en busca de la mujer que lo abandonó sin dejar rastro. Antes de instalarse en su enfermería, verdadera residencia de malos espíritus, comprende que la respuesta la tiene una pareja de ancianos taimados y recelosos, que necesitan de su ayuda: ella hechicera, él un viejo lobo de mar ahora agonizante. Ambos viven no lejos del cementerio, al final de una calle que pocos se atreven a transitar. Entre bromas, mentiras, desafíos y engaños siniestros, el lector asistirá a un interrogatorio inusual entre médico y paciente, en el cual se insinúan secretos poderosos, historias de amor y pasión, y enemistades que duran más allá de la vida. Averiguar la verdad será una tarea verdaderamente difícil pues el lector advierte desde el principio que todos mienten en esta villa nebulosa, una pariente selvática de Comala, donde tras cada frase acecha una traición.

En La confesión de la leona (2012) el autor renueva la confrontación entre las tradiciones y el mundo moderno. La novela da a conocer el misterioso mundo de Kulumani, una aldea aislada en Mozambique cuyas creencias y tradiciones se ven amenazadas cuando unas leonas empiezan a cazar a las lugareñas. Mariamar, hermana de la víctima del último de esos ataques, ve cómo su vida se tambalea ante la llegada de Arcángel Baleiro, «el último cazador», contratado por los ancianos de la aldea para matar a las leonas. Encerrada en casa por su padre, Mariamar revive dolorosos recuerdos de abusos pasados y reza para que Arcángel la rescate. Mientras tanto los hombres de Kulumani se sienten cada vez más amenazados por la presencia del forastero y por las fuerzas de la modernidad que ponen en riesgo su cultura ancestral, llegando a sospechar que las leonas no son sino espíritus conjurados por la brujería de sus propias mujeres.

Trilogía de Mozambique (Alfaguara, 2018) es un épico relato histórico ambientado a finales del siglo XIX que narra la guerra del Mozambique colonial portugués contra el Emperador  Ngungunyane, soberano del Reino de Gaza. 
Inicialmente se editaron tres novelas independientes Mujeres de ceniza, La espada y la azagaya y El bebedor de horizontes; pero últimamente ha aparecido como un solo volumen.
En la narración el escritor mezcla voces europeas y africanas para demostrar que existen muchos pasados más allá del oficial y que no hay una división clara entre culpables y víctimas. Couto logra plasmar su idea de que la historia y su percepción, así como las identidades nacionales son un asunto ambiguo que tiende a cambiar con el tiempo llegando a contradecirse.
A través de la relación entre la joven negra Imani y el sargento republicano Germano de Melo, exiliado a Mozambique por apoyar un levantamiento contra el Rey de Portugal, Mia Couto construye una novela conmovedora. Imani apenas alcanza los 15 años de edad, pero en ella llegamos a percibir el dolor más profundo y la injusticia y violencia más extrema. Pertenece a la tribu vachopi (una tribu del litoral de Mozambique que se opuso a la invasión de los vanguni) y es mujer; de modo que reúne todas las características para que los demás se vean con el derecho de someterla, humillarla y exterminarla. Además ha sido educada por los portugueses, por lo que se expresa y se comporta como los blancos. Al estar entre los dos mundos, es doblemente odiada: los negros la repudian porque se parece a los blancos; los blancos la desprecian porque nunca dejará de ser una negra.

Entonces conoce al sargento portugués Germano de Melo, a quien los lectores descubriremos a través de las cartas que envía a su consejero José d’Almeida. De Melo no es un militar al uso, se cuestiona la legitimidad de la guerra en la que participa y valora las lecciones que aprende de los negros. Como Imani se encuentra entre dos mundos y tanto blancos como negros recelan de él. Quizá por eso se enamoran. Un amor que nace en medio de la guerra y cuyo enemigo insalvable será «el ejército invisible del prejuicio».

“Porque no nací para ser persona. Soy una raza, soy una tribu, soy un sexo, soy todo lo que me impide ser yo misma” - llega a decir Imani.

viernes, 24 de enero de 2020

El BAOBAB que SOÑABA PÁJAROS - de Mia Couto




Pájaros, todos los que en el suelo no conocen su morada.


     










se hombre será siempre sombra: no habrá memoria suficiente para salvarlo de la oscuridad. En verdad, su astro no era el Sol. Ni su país era la vida. Tal vez por ello vivía con las prevenciones de un extraño. El vendedor de pájaros no tenía siquiera el amparo de un nombre. Lo llamaban el pajarero.

    Todas las mañanas pasaba por los barrios de los blancos cargando sus enormes jaulas. El mismo fabricaba aquellas jaulas, de material tan ligero que no parecían servir de prisión. Parecían jaulas aladas, volátiles. Dentro de ellas, los pájaros aleteaban sus colores repentinos. En torno al vendedor, había una nube de píos, tantos que hacían mover las ventanas.

     —Mamá, ¡mira al hombre de los pájaros!
    Y los niños inundaban las calles. Las alegrías se entremezclaban: el griterío de las aves y el trino de las criaturas. El hombre sacaba una armónica e interpretaba sonámbulas melodías. El mundo entero se volvía fábula.
     Por detrás de las cortinas, los colonos reprobaban esos abusos. Les infundían sospechas a sus pequeños hijos: ¿quién era ese negro? ¿Alguien tenía referencia de él? ¿Quién había autorizado a esos pies descalzos a ensuciar el barrio? No, no y no. Que volviera el negro a su debido lugar. Pero los pájaros son tan encantadores, insistían los niños. Los padres se oponían: estaba dicho.
   Pero pocos cumplirían aquella orden. Sobre todo desobedecía uno de los niños, dedicándose al misterioso pajarero. Era Tiago, un chico soñador, sin otra habilidad que la de perseguir fantasías. Despertaba temprano, se pegaba a los cristales, aguardando la llegada del vendedor. El hombre aparecía y Tiago bajaba la escalera, treinta escalones en cinco saltos. Descalzo, atravesaba el barrio, desapareciendo junto con la nube del pajarerío. El sol se ponía y el niño sin regresar. En casa de Tiago se desgranaban reproches: 
     —Descalzo, como ellos.
    El padre deseaba el castigo. Sólo la suavidad materna aliviaba la llegada del chaval, en plena noche. El padre reclamaba aunque fuera una mínima explicación:
     —¿Fuiste a casa de él? Pero ¿ese vagabundo tiene casa?
   Su residencia era una baobab, el desocupado agujero del tronco. Tiago contaba: aquel era un árbol muy sagrado, Dios lo había plantado cabeza abajo.
     —Vean lo que el negro le anda metiendo en la cabeza al niño.
   El padre se dirigía a su esposa, echándole la culpa. El niño proseguía: es verdad, mamá. Ese árbol es capaz de grandes tristezas. Los más viejos dicen que el baobab, en su desesperación, se suicida presa de las llamas, sin que nadie le prenda fuego. Es verdad, mamá.
     —Qué disparate —atenuaba la señora.
     Y ponía a su hijo fuera del alcance paterno. El hombre, entonces, se decidía a salir, para juntar su rabia con la de otros colonos. En el club, todos ellos aclamaban: era necesario acabar con las visitas del pajarero. Que la medida no podía ser de muerte violenta, ni cosa que ofendiera a la vista de las señoras ni de sus hijos. Habría que decidir cuál sería el remedio mejor.
     Al día siguiente, el vendedor repitió su alegre invasión. A pesar de todo, los colonos vacilaron: aquel negro traía aves de una belleza nunca vista. Nadie podía resistirse a sus colores, a sus trinos. Aquello no parecía ser cosa de este verídico mundo. El vendedor se mantenía anónimo, en una humilde ausencia de sí:
     —Estos son pájaros excelentes, de esos con las alas todas de fuera.
  Los portugueses se interrogaban: ¿de dónde traía él tan maravillosas criaturas? ¿Dónde, si ellos ya habían desbrozado los matorrales más extensos? El vendedor guardaba el secreto, respondiendo con una sonrisa. Los señores ponían en duda sus propias sospechas —¿tendría aquel negro derecho a ingresar en un mundo al que ellos carecían de acceso?—. Pero pronto se disponían a disminuirle los méritos: el tipo dormía en los árboles, en medio de los pájaros. Ellos se igualan a los animales salvajes, concluían.
    Fuera por desdén de los grandes o por gloria de los pequeños, la verdad es que, poco a poco, el pajarero se convirtió en el tema dominante en el barrio de cemento. Su presencia fue llenando lapsos, insospechados vacíos. Conforme le compraban, las casas estaban más repletas de dulces cantos. La música causaba extrañeza a los moradores, mostrando que aquel barrio no pertenecía a esta tierra. Entonces, ¿los pájaros les quitaban lo auténtico a los residentes, haciéndolos extranjeros? ¿O el culpable sería ese negro, ese canalla, que se apropiaba de la existencia, ignorante de sus deberes de raza? El comerciante debería saber que sus pasos descalzos no cabían en aquellas calles. Los blancos se inquietaban con esa desobediencia, acusando al tiempo. Sentían celos del pasado, de la buena disposición de las personas por su apariencia. El vendedor, así sobremiso, anticipaba al mundo otras percepciones. Hasta los niños, gracias a su seducción, se olvidaban de las reglas de conducta. Ellos se volvían más hijos de la calle que de la casa. El pajarero se adentraba incluso en sus devaneos:
     —Haz cuenta de que soy tu tío.
   Los niños emigraban de su condición, desdoblándose en otras felices existencias. Y todos se familiarizaban, parientes aparentes.
     —¿Tío? ¿Dónde se ha visto que se le diga tío a un negro?

    Los padres querían tapiarles el sueño, su pequeña e infinita alma. Surgió la orden: tenéis prohibida la calle, no volveréis a salir. Se corrieron las cortinas, las casas cerraron sus párpados.
     Parecía que ya imperaba el orden. Fue cuando surgieron las sorpresas. Las puertas y las ventanas se abrían solas, los muebles aparecían volcados, los cajones fuera de lugar.
     En casa de los Silva.
     —¿Quién abrió este armario?
    Nadie, nadie había sido. El mayor de los Silva se indignaba: todos, en la casa, sabían que en aquel mueble se guardaban las armas. Sin vestigios de fuerza,
¿quién podía ser el asaltante? Duda del indignatario.
     En casa de los Peixoto:
     —¿Quién echó alpiste en el cajón de los documentos?
   ¿Quién?: nadie, ninguno, nada. El jefe máximo de los Peixoto advertía: ustedes saben muy bien qué tipos de documentos tengo ahí guardados. Invocaba sus secretas funciones, sus sigilosos asuntos. Que se denunciara al vendedor de alpiste. Mierda de pajarracos, rezongaba.
     En el hogar del presidente del municipio:
     —¿Quién abrió la puerta de los pájaros?
  Nadie la había abierto. El gobernante, víctima del desgobierno, había sorprendido a un ave dentro del armario. Las serias instancias municipales estaban llenas de cagarrutas.
     —Vean ésta: cagada incluso en el sello.
    En la suma de los acontecimientos, un alboroto general se apoderó del barrio. Los colonos se reunieron para tomar una decisión. Se juntaron en casa del papá de Tiago. El niño eludió la cama. Permaneció en la puerta escuchando las graves amenazas. No esperó a escuchar la sentencia. Se lanzó hacia el bosque, rumbo al baobab. El viejo estaba allí acomodándose al calor de una hoguera.
     —Allí vienen, te vienen a buscar.
     Tiago jadeaba. El vendedor no se alteró: que ya sabía, estaba a la espera. El niño se esforzaba, nunca aquel hombre le había demostrado tanto valor.
     —Huye, todavía hay tiempo.
     Pero el vendedor se confortaba, soñolento. Sereno, entró en el tronco y allí se demoró. Cuando salió ya tenía una corbata y traje de hombre blanco. De nuevo se sentó, apartando la arena del suelo. Después, permaneció balconeando, retocando el horizonte. 
     -Vete, niño. Ya es de noche.
     Tiago se quedó. Observaba al pajarero, aguardando su gesto. Si al menos el viejo fuese como el río: fijo pero en movimiento. Pero no. El vendedor se mantenía más en la leyenda que en la realidad.
     —¿Y por qué te pusiste el traje?
     Explicó: es que él era nativo, retoño de aquella tierra. Debía saber recibir a los visitantes. Le correspondía el respeto, los deberes de anfitrión.
     —Ahora vete, vuelve a tu casa.
    Tiago se levantó, era difícil partir. Miró al enorme árbol, como pidiéndole protección.
     —¿Estás viendo la flor? —preguntó el viejo.
     Y recordó la leyenda. Aquella flor era la morada de los espíritus. Quien hiciese daño al baobab sería perseguido hasta el final de su vida.


    Ruidosos, los colonos fueron llegando. Rodearon el lugar. El chico huyó, se escondió, se quedó al acecho. Vio levantarse al pajarero, saludando a los visitantes. Enseguida llegaron los golpes, los empujones, los puntapiés. El viejo parecía no sufrir, semejante a un vegetal, sino fuera por la sangre. Le amarraron las muñecas, lo empujaron por el camino oscuro. Los colonos iban detrás, dejando al niño sólo con la noche. La criatura titubeaba, daba un paso atrás, otro adelante. Entonces, fue entonces: las flores del baobab cayeron, parecían astros de fieltro. En el suelo, sus blancos pétalos, uno a uno, se enrojecieron.
   El niño, de pronto, se decidió. Se arrojó a los matorrales, en pos de la comitiva. Seguía las voces, entendiendo que llevaban al pajarero al calabozo.
Cuando se cubrió de sombra tras el muro, en la proximidad de la prisión, Tiago estaba sofocado. ¿Valía la pena rezar? Alrededor, el mundo se había despojado de sus bellezas. Y, en el cielo, igual que el baobab, ninguna estrella se envanecía.
     La voz del pajarero le llegaba, venida de más allá de las rejas. Ahora, podía ver el rostro de su amigo y cuanta sangre lo cubría. Interroguen al tipo, exprímanlo bien. Era la orden de los colonos, antes de retirarse. El guardia hizo el saludo militar, obediente. Pero no sabía siquiera qué secretos debía arrancarle al viejo. ¿Qué rabias se comprobaban en contra del vendedor ambulante? Ahora, sólo, el retrato del detenido le parecía libre de sospechas.
    —Le pido permiso para tocar. Es una melodía de su tierra, patrón.
     El pajarero preparó la armónica, intentó soplar, pero desistió de la intención con un gesto.
     —Me pegaron mucho en la boca. Me duele demasiado; si no, la tocaría.
     El policía se irritó con él. Arrojó por la ventana la armónica, que cayó junto al escondrijo de Tiago. El chico agarró el instrumento, juntó sus pedazos.
    Aquellos pedazos se asemejaban a su alma, necesitada de una mano que la hiciese entera. El niño se acurrucó, calentándose en su propia redondez. Mientras se embarcaba en el sueño, se llevó la armónica a la boca y tocó como arrullándose a sí mismo. ¿Oiría el pajarero, encerrado en su celda, aquel consuelo?
     Despertó en medio de gorjeos. ¡Los pájaros! Tantos eran que inundaban la comisaría. Ni el mundo, en su universal tamaño, era suficiente aseladero. Tiago se acercó a la celda, vigiló el calabozo. Las puertas estaban abiertas, la prisión desierta. El vendedor no había dejado ni rastro, el lugar quedaba amnésico.
     Le gritó al viejo, respondieron los pájaros.
     Decidió volver al árbol. Otro paradero para él ya no existía. Ni calle ni casa: sólo el vientre del baobab. Mientras caminaba, las aves lo seguían, en un cortejo de gorjeos, por encima del cielo. Llegó a la residencia del pajarero, miró el suelo cubierto de pétalos. Ya no estaban rojos, habían vuelto a su blanco original. Entró en el tronco, se mantuvo en la distancia de un rato. ¿Valía la pena esperar al viejo? Seguramente se habría esfumado, huyendo de los blancos. Mientras tanto, él volvió a tocar la armónica. Se fue arrullando en el ritmo, dejando de oír el mundo de fuera. Si hubiera puesto la atención debida, habría notado la llegada de muchas voces.
     —El canalla del negro está dentro del árbol.
     Los pasos de la venganza rodeaban al baobab, pisando las flores.  
     —Es el tipo con su flauta. ¡Toca, cabrón, que vas danzar!
    Las antorchas se aproximaron al tronco, el fuego sedujo a las viejas cortezas. Dentro, el niño había empezado un sueño: sus cabellos figuraban como hojas pequeñitas, las piernas y los brazos se volvían madera. Los dedos, leñosos, buscaban lombrices en la tierra. El niño transitaba de reino: arborecido, en un estado de consentida imposibilidad. Y desde el sonámbulo baobab subían las manos del pajarero. Tocaban las flores, las corolas se encapsulaban: nacían asombrosos pájaros y se soltaban, como pétalos, sobre la cresta de las llamas. ¿Las llamas? ¿De dónde llegaban estas, excediendo la lejanía del sueño? Fue cuando Tiago sintió la herida de las llamaradas, la seducción de la ceniza. Entonces el niño, aprendiz de la savia, emigró entero hacia sus recientes raíces.
























El Baobab que soñaba pájaros 
en el libro "Cada Hombre es una Raza"
de Mia Couto 




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El baobab es conocido como "el árbol mágico", "el árbol medicina" o "el árbol plantado al revés". Su altura oscila entre los 5 y los 30 metros y su diámetro supera los 11 metros. Hay más de ocho especies que se reparten entre África, Australia o la Península Arábiga. Se estima que pueden vivir entre 1.100 a 2.500 años.

Cuenta una leyenda que los baobabs eran unos árboles tan presumidos que un Dios les dio la vuelta, por eso tiene esas formas extrañas que parece que las ramas estén enterradas y las raíces crezcan hacia arriba.

Su característico tronco tiene forma de botella y es ahí, en su interior, donde almacena grandes cantidades de agua, hasta más de seis mil litros. Del baobab se aprovecha todo, las hojas, la corteza, las raíces, las semillas y hasta los frutos que tienen un alto contenido en vitamina C. También el aceite contenido en las semillas de sus largas vainas es comestible y sus hojas tienen fines medicinales (con propiedades anti-inflamatorias y cicatrizantes).

Sus hojas se hierven y comen como un acompañamiento similar a la espinaca, o se usan para hacer medicinas tradicionales, mientras que la corteza se golpea y se teje en cuerdas, cestas, telas y sombreros impermeables.

jueves, 23 de enero de 2020

FLEABAG T2 - de Pheobe Waller-Bridge






















¡Qué tía!
Me he tenido que obligar a ver sólo dos capítulos por día para que me durase más el chute. Sólo son 6 capítulos de 25 minutos.

¿Cómo puede ser tan puñetera, libre e iconoclasta? 
¡Le da igual todo! Está empeñada en ser feliz, follar y no pasar por las gilipolleces que nos asfixian a todos cada día.
Fleabag es una liberación. Cada vez que rompe la cuarta pared y mira a cámara nos está diciendo ¿estás a gusto tras tu máscara? ¿No quieres ser tú mismo y buscar tu felicidad? Yo lo hago constantemente... y estoy llena de magulladuras... 
En un momento de sinceridad su padre le suelta: 

-Creo que sabes cómo amar más que cualquiera de nosotros, por eso lo encuentras todo tan doloroso..
-...No lo encuentro doloroso....
Fleabag es una apuesta vitalísima que apuesta por la agonía y el éxtasis de estar vivo. Con todas las consecuencias.

Por otra parte en una sesión con terapeuta que su padre ¡ha tenido la gentileza de regalarle!, tiene que acabar reconociendo que no tiene amigos y que como cualquiera de nosotros se engaña a sí misma. Ah.

Pero es que uno de los mayores valores de este "saco de pulgas" (Fleabag) feroz e inquieto es precisamente delatar las contradicciones propias y ajenas. Otro valor es su elevada velocidad de crucero, su ritmo trepidante, sus réplicas mordaces, sus miradas a cámara para revelar la verdad: "¡esta noche follamos!" "Está mintiendo".

La primera temporada era como una huida hacia adelante intentando dejar atrás la culpa y el dolor. Una temporada que giraba alrededor de ella (su pareja, un novio trastornado y la mala relación con su hermana y su padre), y qué mejor que el sexo y el humor para escapar... aunque al final de la escapada acabara cayendo en el mismo centro de la pérdida y el dolor.

En cambio en esta segunda la vemos salir de sí misma y explorar su ecosistema más cercano: su hermana y el capullo de su marido, la boda de su padre con doña artistaza (qué cáustica y condescendiente Olivia Colman) y su propia historia de amor....¡con el cura que oficiará la boda de su padre! Todo un implacable estudio de personajes para desnudar la hipocresía cotidiana.



La temporada también podría explicarse como un combate contra tres hombres: el cura con el que quiere enrollarse (Andrew Scott), un abogado buenorro y el cuñado gilipollas que está amargando a su hermana. Precisamente es con su hermana con la que acaba superando diferencias y entablando una relación profunda (aunque sin poder evitar alguna metedura de pata, léase premio de cristal).

Pero lo que es más evidente es que esta temporada es "una historia de amor", tal y como nos lo declara la protagonista mientras mira a cámara y se limpia la sangre que resbala por su cara. 
El amor de ella por un cura.
El sexo de ella con un tipo bien dotado.
El amor de su hermana por alguien que no es su marido.
El amor de su padre por la pintora pedorra.
El amor del cura por Dios.
El amor.....¡Es horrible! como dice el cura cuando ha probado sus mieles y tiene que decidir a quién se entrega en cuerpo y alma: la agonía y el éxtasis de estar vivo. Éste es el santo y seña de Fleabag y su forma descarnada de enfrentarse a la realidad, algo que quizás proviene de la desesperación....o de la soledad.

El pobre cura sometido al fuego de la vida y el amor lo tiene claro:
-¡El amor es horrible! ¡Horrible! Es doloroso, es aterrador, ta hace dudar de tí mismo, te autojuzgas, te distancias de la gente que hay en tu vida, te hace egoísta, un ser asqueroso. Te obsesionas con el pelo, te hace cruel, te hace decir y hacer cosas que jamás pensaste que harías. Es lo que todos queremos y es un infierno cuando lo encontramos, o sea que ¡es normal que sea algo que no queramos hacer solos!

Hay tantas cosas que me gustan en esta serie que podría estar viendo tres capítulos diarios durante los próximos seis meses. La intensidad vital, espontánea e ingeniosa; la vulnerabilidad, las meteduras de pata, la ausencia de filtros emocionales, el narcisismo mezclado con empatía, el ritmo endiablado de los capítulos, la rotura de la cuarta pared que me convierte en cómplice de algo muy íntimo y personal...

Este temporada gira alrededor de la boda de su padre con esa novia pintora que tan mal cae a Fleabag. La cena familiar donde se presenta el proyecto de boda se convierte en toda una "fiesta pasivo-agresiva" como lo denomina ella. Allí le presentan al cura que va a oficiar la boda y ella se encoña con él; luego vuelve a pelearse con el estúpido marido de su hermana, éste amenaza con demandarla y su hermana le presenta a un abogado cañón que Fleabag sueña con tirarse. 
























Si el primer capítulo es antológico, un perverso docudrama sobre la disfuncionalidd de la familia, el tercero es una deliciosa bofetada sobre la imagen de las mujeres maduras y el éxito profesional o la menopausia. El hecho de que la conferenciante sea nada menos que Kristin Scott-Thomas no hace más que profundizar su sabor en boca. 

Respecto a los premios a mujeres empresarias: "Es como la puta mesa de los niños en las bodas: una segregación."

Respecto a la biología femenina: Belinda (K. Scott-Thomas) le cuenta a Fleabag una revelación: 
"-Escucha, el otro día iba en un avión y me dí cuenta...¡hace tiempo que quiero gritarlo a los cuatro vientos! Las mujeres llevamos el dolor congénito. Es nuestro destino físico. Dolores menstruales, de tetas, los partos...ya sabes, lo llevamos dentro de nosotras durante toda la vida. Los hombres no. Tienen que buscarlo. Se inventan todos esos dioses y demonios para sentirse culpables de no sé que. Algo que nosotras sabemos hacer muy bien solitas y luego se inventan guerras poder sentir cosas, tocarse entre ellos. Y cuando no hay guerras juegan al rugby. En cambio nosotras lo llevamos todo aquííí (se señala el vientre), en nuestro interior. Sufrimos dolor en ciclos, durante años, años y años; y luego, justo cuando crees que estás en paz con todo ¿qué pasa? ¡La menopausia! La maldita menopausia llega y es....la cosa más maravillosa ¡joder! del mundo. Y sí, todo el suelo pélvico se desmorona. Te dan sofocos y a nadie le importa; pero tú ya eres libre. No eres esclava, no eres una máquina con partes. Solo eres una persona en marcha."

¡Marchons!
...aunque de vez en cuando nos demos una morrada.


jueves, 16 de enero de 2020

El MAR, el MAR - de Iris Murdoch










Hace unos meses leí un artículo donde se reflexionaba sobre el escaso éxito que Iris Murdoch ha tenido siempre en España. Su prestigio es innegable, pero las diversas editoriales que han querido publicar sus obras en sendas colecciones siempre tuvieron que abandonar. Es una lástima que la última intentona de Lumen, tampoco lo consiguiera; porque parece que sus libracos blancos y en tapa dura se inventaron para envolver clásicos: en mi biblioteca constan, en este formato, las maravillosas novelas de Dorothy L. Sayers o los cuentos de Flannery O´Connor. Aunque podemos felicitarnos de que últimamente la Editorial Impedimenta está rescatando varias de sus novelas.

Creo que hay dos asuntos que determinan que Iris Murdoch no tenga éxito en España. Por un lado es demasiado literaria en sus tramas y tratamientos, por otro sus personajes suelen ser artistas o literatos centrados en el buceo de sus almas y los problemas derivados de dar cuenta de ello. Sus obras están enraizadas en la filosofía, la representación, la moral y la poesía; asuntos que parecen lejanos a los intereses del lector medio español, más centrado, parece ser, en la acción y el suspense; aspectos ajenos a esta excelente obra de pulsión interior.
"He pensado en escribir un diario, no de sucesos, porque no los habrá, sino como un registro de ocurrencias mezcladas y observaciones cotidianas: «mi filosofía», mis pensées contra un fondo de simples descripciones del tiempo y de otros fenómenos naturales.
...
Por cierto que no hay necesidad de separar «memoria» de «diario» ni de «diario filosófico». Puedo contarte, lector, mi vida pasada y hablarte también de mi «visión del mundo» mientras voy divagando. ¿Por qué no? Todo puede brotar naturalmente mientras reflexiono. Así, sin ansiedad (¿pues no estoy ahora dejando atrás la ansiedad?), descubriré mi «forma literaria». En cualquier caso, no es necesario decidirlo ahora. Más adelante, si me place, podré considerar estas divagaciones como notas preliminares para un relato más coherente. Quién sabe lo interesante que puede parecerme mi vida pasada cuando empiece a contarla. Quizá vaya actualizando gradualmente el relato y, por así decirlo, haciendo que el presente flote sobre el pasado.
¿Es la autobiografía el mejor método para arrepentirse del egoísmo? Como no soy filósofo, solo puedo reflexionar sobre el mundo reflexionando sobre mis propias aventuras en él."
Quien afronte la lectura de El mar, el mar obtendrá el complejo placer literario que destila un profundo estudio de personajes espoleados por conflictos familiares y sexuales, donde no faltan envidias, celos, culpa y remordimientos hasta lograr un intenso retrato de la condición humana. La novela gira totalmente alrededor del exitoso director de teatro Charles Arrowby, sesentón que se retira desde el glamour y el tumulto de Londres a una casa junto a los acantilados en el mar. 
Ilustración de Tatsuro Kiuchi

Una lectura directa y poco avisada se encontrará con un tirano encantador acostumbrado al triunfo de su voluntad, la manipulación de las personas y el reconocimiento que, en la primera parte, nos da cuenta de su sencilla vida (arreglos en la casa, compras en el pueblo) mientras nos va desgranando sus recuerdos, fastos y pasiones. Sin embargo, la insospechada aparición de Hartley, su primer y verdadero amor, ahora casada con un recio militar, inundará de una renovada pasión la segunda parte de la obra, en la que Arrowby se comportará como un adolescente ardiente y caprichoso. 

El presente sustituye a los recuerdos y la memorialística se convierte en un agitado diario. Las páginas recogen los hechos con inmediatez, casi mientras transcurren, y todo adopta un aire de urgencia. En esos impetuosos momentos Arrowby se ve a sí mismo como un caballero al rescate de su antigua novia a la que incluso, en su obsesión enfermiza, llega a raptar.
Perseo y Andrómeda, de Tiziano; obra que inspira a Arrowby
La llegada de su primo James y de otros actores y amigos le harán despertar de su egoísta ilusión. "James me dijo que yo estaba enamorado de mi propia juventud, no de Hartley." Efectivamente lo que late en el fondo de todo el asunto no es más que el miedo al envejecimiento y la muerte.

Esta lectura directa será ya suficientemente satisfactoria dado que la personalidad de Arrowby resulta arrebatadora. Un ser fascinante y tiránico a partes iguales que poco a poco transformará su incipiente soledad en una galería de personajes/satélites que volverán a caer bajo el influjo de su poderosa órbita. Tanto como director de teatro como en su vida personal actúa como un demiurgo de poder fascinador.

Arrowby, lo iremos descubriendo, es el mismo farsante tanto en la vida como en el teatro: para él todo es una representación sometida a su poder de manipulación. El renacido amor por Hartley lo concibe como una oportunidad de vivir algo genuino después de tanta impostura; aunque a la postre, lo volverá a convertir en un vodevil. Todo ello nos revela uno de los asuntos principales de la novela: la vida como un gran teatro o representación. 

"Las emociones existen realmente, en el fondo de la personalidad o en su cima. En la zona intermedia se fingen. Por eso el mundo entero es un escenario, por eso el teatro es siempre popular y por eso existe; por eso es como la vida, y lo es aunque sea también la más vulgar y escandalosamente artificiosa de todas las artes. "

Pero un lector más avisado deberá tener en cuenta que Mrs. Murdoch estudió Filosofía y escribió unos ensayos muy edificantes y platónicos sobre La soberanía del bien en un mundo sin dioses. No hay que olvidar que, según él mismo nos confiesa, Arrowby se retira de la sociedad para aprender a ser bueno después de toda una vida de egoísmo y poder tiránico. Puesto que para Platón el amor era la fuerza mediadora entre los hombres y los dioses; amar se convertiría en una aspiración a la belleza y al bien.
Es en este sentido en el que Murdoch concibe a Arrowby: dejando atrás su egoísmo, aspira a llegar al bien a través del amor. Para ello tiene que despojarse de sus ilusiones, de sus deseos y manipulaciones. Salir de la caverna cuyas sombras y engaños él mismo ha contribuido a poner en pie. 
"Desde que empecé a escribir este libro, o lo que sea, me he sentido como si anduviera por una caverna oscura donde hubiese varias luces, tal vez procedentes de pozos o aberturas que comunican con el mundo exterior. (Qué imagen tan sombría se me ha ocurrido, pero no la uso en un sentido sombrío.) Entre esas luces hay una gran luz, hacia la cual he ido encaminándome de un modo semiconsciente. Es probable que sea una gran "boca" que se abre hacia la luz del día, o quizás un agujero a través del cual emerge el fuego del centro de la tierra." pág. 85
Este asunto, el equívoco entre la realidad y su representación, es uno de los más sutiles e interesantes de la novela y nos lleva a un ingenio literario de primera magnitud, la fiabilidad del narrador. Cuando Arrowby le explica a su primo James que está escribiendo una autobiografía, éste le hace la siguiente reflexión
"En lo espiritual, somos unas criaturas muy sigilosas, y esa espiritualidad es lo más sorprendente que hay en nosotros, más sorprendente incluso que nuestra razón. Pero no podemos limitarnos a entrar en la caverna y mirar. La mayor parte de lo que creemos saber de nuestra propia mente es seudoconocimiento. Nuestra afectación es escandalosa, exageramos la importancia de lo que creemos valer. Según Estesícoro, los héroes de Troya lucharon por una Helena fantasma. Guerras vanas por objetivos fantasmas. Espero que te concedas mucho tiempo para reflexionar sobre la vanidad humana. La gente miente demasiado, incluso nosotros, los viejos. Aunque, en cierto modo, si se hace con suficiente arte no importa, porque en el arte hay otra clase de verdad." pág. 182


La novela está escrita en primera persona y en ningún momento se esconde su egocentrismo, ni su discurso autorreferencial. El relato siempre es subjetivo, interesado, a veces paranoico y en ocasiones juega a sembrar la duda entre apariencia y realidad: 
"Se me acaba de ocurrir que en estas memorias podrían caber toda clase de delirios fantásticos sobre mi vida, ¡y la gente se los creería! Así es la credulidad humana, el poder de la palabra impresa y de cualquier "nombre" conocido, o cualquier "personalidad" del mundo del espectáculo" pág. 85
Incluso de vez en cuando alguno de sus compañeros intentan "despertar" a Arrowby. 
"¿Qué vas a hacer con esa mujer? No puedes hacerte con una mujer medio chiflada a estas alturas de tu vida, y mantenerla encadenada como una loca. ¿O es que lo he entendido todo mal?
—Hartley no está prisionera, y me ama. Lo que pasa es que le han hecho un lavado de cerebro.
—El matrimonio es un lavado de cerebro, lo cual no siempre está tan mal. A tu cerebro le vendría bien un lavado. Oh, Dios, me siento tan cansada… Ese maldito viaje, tan largo… Creo que se te está yendo la cabeza, te estás volviendo senil, viviendo en un mundo de sueños, y bastante infame. ¿Quieres que te diga algo para despertarte?
—No, gracias.
—Tú dices que «siempre quisiste un hijo». Eso no es más que una mentira sentimental: no querías complicaciones, no quisiste saberlo. Jamás te pusiste en una situación en que pudieras haber tenido un hijo de verdad. Tus hijos son fantasías, que son más fáciles de manipular. ¿Te imaginas que realmente podrías «cargar» con ese tonto adolescente sin educación que está ahí dentro? Titus desaparecerá de tuvida como ha desaparecido todo lo demás, porque tú no puedes asir la materia de que está hecha la realidad. Él también terminará siendo un hijo soñado… Cuando lo toques se evaporará, desaparecerá… ya lo verás." pág. 322

Hacia el final de la novela Arrowby tiene que reconocer que el diario no es más que una fachada con carita sonriente para esconder sus miedos, remordimientos y fracasos.
"Naturalmente, este diario de chismes es una fachada, el equivalente literario del cotidiano rostro sonriente tras el cual se ocultan los íntimos estragos de los celos, el remordimiento, el miedo y la conciencia de un irredimible fracaso moral. Y sin embargo, tales ficciones no sólo consuelan, sino que incluso pueden llegar a producir un cierto sustituto del coraje." pág. 489
Por otra parte la novela está plagada de innumerables referencias literarias que empiezan por el título y llegan hasta la traslación de la arquitectura y personajes de La Tempestad, de William Shakespeare. La autora misma reconoció que el bardo siempre fue su gran modelo:
«Las obras de Shakespeare son extraordinarias porque presentan un mundo moral muy sólido. Es algo que ha sido negado por autores del XVIII que no vieron a Shakespeare bajo esa luz. Pero se equivocaban. Había una gran carga moral en esas obras. Es una moralidad de lo más refinada, pero al mismo tiempo no es dogmática y contiene una dimensión extraordinariamente abierta. Shakespeare crea una increíble atmósfera tanto de juicio moral como de libertad poética».
Representación de "La Tempestad"
Arrowby mantiene numerosas concomitancias con Próspero y en general toda la historia tiene un innegable trazo shakesperiano, con pasiones eternas y un juego de personajes muy canónico: Arrowby es el mago y Hartley la princesa cautiva. Titus es el hijo perdido, el adolescente que cree encontrar a su guía hacia la vida adulta. James es el caballero de nobleza intachable. La envidia de Charles hacia su primo proviene de que nunca lo ha podido manipular y de que lo sabe moralmente superior. Gilbert Opian es el bufón adorador de Charles, mientras que Rosina es Morgana, la bruja malvada.

La personalidad y la moral de los personajes es el asunto principal de la novela. Murdoch es una brillantísima creadora de personajes consistentes y portentosos que nos trasladan una intensidad vital impresionante atravesada por la vanidad, el autoengaño, los remordimientos y la culpa.


En cuanto al título, la referencia más directa es el verso de Paul Valèry en "El Cementerio Marino" “El mar, el mar, siempre recomenzando”. Un mar profundo, de esencia cambiante y poderosa, que se erige como una proteica metáfora de la permanencia y la muerte, del cambio y de una realidad insondable.