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lunes, 12 de mayo de 2025

HUÉRFANOS de BROOKLYN - de Edward Norton



Cine negro de estilo clásico aunque con falta de ritmo, amargura y acción. Es una adaptación respetable del libro homónimo —cuya acción traslada a los años 50— que contiene además una magnífica interpretación del protagonista y director; pero el resultado es un tanto plano, con multitud de diálogos y subtramas que hacen caer la tensión.

Desde que leyó el libro de Jonathan Lethem, Norton quedó prendado. Se hizo con los derechos de adaptación y empezó a levantar lo que prometía ser una obra grandiosa que aunaba una trama de corrupción institucional y un protagonista muy singular con los radicales cambios que dieron forma a la ciudad de Nueva York a mediados del siglo XX. Pero se ha quedado a mitad de camino, lo cual no la descalifica. Sin ser magistral he disfrutado mucho viéndola. Tiene una trama atractiva y consistente, una soberbia ambientación que recrea la Nueva York de los años 50 y una banda sonora envidiable ya que fue una de las obsesiones de Norton. Se la debemos al músico Daniel Pemberton, recompensado con una nominación a los Globos de Oro, y cuenta con el tema "Daily Battles", compuesto por el músico y amigo de Norton, Thom Yorke.

Y no es lo único. La voz en off del detective guiándonos por los vericuetos de la investigación subraya la textura clásica de la cinta que, sin abandonar el esquema del cine negro nos acaba hablando de algo tan actual como el racismo, la discriminación y la gentrificación de nuestras ciudades.






Por la maravillosa ambientación de esa Nueva York gélida en los años 50 y por la trama que acaba aterrizando en uno de los magnates que forjó su urbanismo me recuerda a un clásico de envergadura como es la propia Chinatown de Roman Polanski. Allí la política y la historia local de Los Angeles servía de fondo corrupto a un drama familiar no menos turbio. Aquí el entorno es la corrupción urbanística que acabó forjando la actual Nueva York. 

Lionel Essrog es un detective privado que padece el síndrome de Tourette. Trabaja en la agencia que dirige su amigo y mentor Frank Minna (Bruce Willis) el cual, inesperadamente, es asesinado durante un trabajo. Lionel y los otros tres compañeros de la agencia fueron rescatados por Minna de un orfanato católico de Brooklyn, de modo que se siente obligado a investigar su asesinato. Los indicios le llevan hasta una abogada activista, Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw) y su padre, dueño de un club de jazz en Harlem. Ellos encabezan la resistencia ciudadana a un proyecto municipal que empuja a los pobres (preferiblemente negros y judíos) fuera de sus barrios para favorecer ambiciosas operaciones urbanísticas. Detrás de todo ello está el poderoso funcionario público Moses Randolph (Alec Baldwin) —basado en el controvertido constructor Robert Moses, promotor histórico de muchos de los puentes y parques de Nueva York—. 





Essrog es un detective de lo más peculiar y él mismo nos avisa nada más empezar. "Tengo el síndrome de Tourette", nos dice, para prepararnos ante sus diálogos atropellados. Su cabeza va a mil por hora y mientras escucha puede saltar con un ¡"A la mierda!" o una asociación de ideas de lo más extravagante. Tampoco sus manos pueden quedarse quietas y no puede evitar tocar compulsivamente el hombro de su interlocutor. Es una lástima que Norton no haya logrado trasladar a la pantalla la profundidad simbólica del síndrome de Tourette y los procesos mentales de Essrog, que son una parte esencial del libro. 

Aunque sí hay que agradecerle que no haya aprovechado los tics y la explosividad verbal del personaje para convertirlo en una caricatura. Su interpretación está muy medida y resulta de lo más brillante. Al fin y al cabo acompañamos a Lionel en todas sus pesquisas y lo vemos crecer como detective. Al principio sus ocurrencias nos provocan la risa, pero poco a poco llegaremos a apreciar su destreza para gestionar situaciones comprometidas a pesar de las cargas que impone su condición.
 


El asesinato de Frank obligará a Lionel a sumergirse en una compleja trama, sembrada de trampas, amenazas y favores. Los despachos y antros que tendrá que visitar le brindarán una idea de Brooklyn muy distinta de la que él creía conocer. El guión del propio Norton nos marea un poco con un desfile interminable de personajes, pero logra arribar a puerto para presentarnos en todo su esplendor al gran Moses Randolph. Él será el encargado de soltarnos un discurso de lo más descarnado sobre cómo los poderosos y visionarios deben ejercer el auténtico poder.

Alec Baldwin interpreta al constructor Moses Randolph, muy evidentemente inspirado en Robert Moses (1888-1981), un funcionario federal no electo que derribó barrios enteros de Nueva York para favorecer las vías automovilísticas construyendo autopistas y puentes. Es verdad que también construyó docenas de parques, centros cívicos y salas de exposiciones; pero "casualmente" los barrios que arrasaba estaban habitados por gente trabajadora y pobre, mayoritariamente no blanca. Después de desplazar a cientos de miles de ellos encontró su waterloo en la cancelación de la autopista Lower Manhattan, que habría atravesado Greenwich Village y el SoHo, expulsando a 2.000 familias de sus hogares, obligando a cerrar más de 800 negocios y a dividir el querido Washington Square Park. 



En ese discurso ante Essrog y en la reunión previa de afectados por la planificación urbanística, donde varios ciudadanos confrontan con los funcionarios por representar más al dinero que a la democracia, está el corazón palpitante de esta película. 

viernes, 17 de diciembre de 2021

AÑOS de SEQUÍA - de Robert Connolly




La película tiene un poso clásico muy de agradecer en estos tiempos de películas hipervitaminadas y thrillers ruidosos y huecos. También se muestra agradecida a una gran novela (la primera de Jane Harper) que adapta con enorme consistencia, tanto en el desarrollo de la trama como en la evolución de los personajes.

El comienzo es brutal y marcará el resto de la película. La mujer y la hija de Luke Hadler aparecen asesinadas en su granja, mientras que él mismo es encontrado muerto en el campo. Los indicios hacen pensar que los problemas financieros de Luke con su explotación, tras una década de sequía, le han asfixiado. Pero muy pocos en el pueblo creen esto de verdad, ahora bien, todos están perplejos. Por su parte Aaron Falk (Eric Bana) es un agente federal de Melbourne, experto en delitos financieros, que en su juventud fue el mejor amigo de Luke. Dado que tuvo que salir del pueblo de mala manera no piensa volver ni para el entierro; pero una nota del padre de Luke le obliga a ello:
"Luke mintió. Tú mentiste. Ven al funeral."
El regreso al pueblo provoca en Aaron toda una ebullición de recuerdos de su último verano allí. Luke y él tenían toda la vida por delante y disfrutaban de cada instante con sus amigas, Ellie y Gretchen; pero todo acabó abruptamente cuando Ellie Deacon (Bebe Bettencourt) apareció ahogada en el río. El padre de la chica  siempre acusó a Aaron de la desgracia y le hizo la vida imposible, por eso su padre se lo llevó fuera de allí. Al regresar ahora todo el mundo le mira con recelo, pero los padres de Luke le ruegan que se quede unos días y estudie las cuentas de la granja, para comprobar si había motivo para la desesperación de su hijo. 





El regreso a Kiewarra supone una prueba emocional durísima para Falk, ya que reabre en él viejas heridas. No deja de pensar que las muertes de Luke ahora y de Ellie en el pasado no pueden explicarse como simples suicidios. El agente deberá enfrentarse a los prejuicios en su contra y a la ira reprimida de una comunidad que agoniza por una persistente sequía. La violencia soterrada está a punto de aflorar y en medio de todo esto Falk deberá investigar. Para ello se aliará con el sargento Raco, de la policía local. Ambos quieren rasgar la superficie de esta comunidad hostil y cerrada para descubrir sus secretos y mentiras.

Kiewarra lleva años castigado por la sequía. La economía se ha hundido y la población se ha amargado. El río en el que jugaban de pequeños ahora no es más que una cicatriz de terreno llena de polvo. Este ambiente aislado e inhóspito se convierte en un personaje más de la película, cuya estructura se basa en alternar la investigación actual de Aaron con los recuerdos de aquel infortunado verano de juventud. Las dos épocas acabaron en tragedia y ahora Falk tiene la oportunidad de revelar la turbia verdad que esconde cada muerte.

















Unos personajes heridos y broncos, unido a un escenario inclemente que condiciona sus vidas son los fuertes de la película. El clima extremo y la naturaleza indomable conducen a estas personas a la frustración y la violencia. El padre de Luke resume muy bien el sentirse desplazado:
“Pronto las granjas se automatizarán con máquinas con GPS. Tendremos granjas sin personas”
Richard Connolly conduce la historia con buen pulso, dando tiempo a Falk para empaparse de los miedos y problemas que aquejan a cada personaje. La película se beneficia de una novela muy bien trazada y logra reproducir con precisión el desarrollo de las dos líneas temporales. La realización y las interpretaciones son sobrias y los saltos en el tiempo están perfectamente acompasados. 

Eric Bana cultiva una pose melancólica en su personaje que dota a la cinta de un poso amargo. 



Antes de salir el libro a la venta la productora Bruna Papandrea ya se hizo con los derechos. Es australiana y en 2012 se unió con Reese Witherspoon para fundar Pacific Standard, una productora orientada a la creación de películas y series donde el papel de la mujer sea relevante. Sus dos primeros proyectos fueron Gone Girl y Wild. Aunque en 2016 anunciaron el fin de esta asociación les dio tiempo a concluir la punzante serie Big Little Lies , adaptación de la novela de Liane Moriarty, sobre las turbulentas vidas de cuatro mujeres de clase media, en apariencia apacibles.
En 2017 Papandrea lanzó su actual compañía de producción, Made Up Stories, para dar continuidad a su interés por promocionar el trabajo de las mujeres en el mundo del cine en cualquiera de sus estamentos.

domingo, 1 de marzo de 2020

The GENTLEMEN - de Guy Ritchie

U.K. 2020

Guy Ritichie está de vuelta.
De vuelta a su mundo más querido, ese Londres donde se cruzan mil historias de negocios sucios y personajes estrafalarios. 
Y de vuelta en esto de hacer cine. Ahí está el formato que ha elegido: contarnos la historia de Mickey Pearson a través del relato que hace el investigador de un periódico amarillista como si fuera el guión de una película. Durante todo el metraje se lo está contando a Raymond (Charlie Hunnam), mano derecha de Pearson, con todo lo que esto tiene de juego temporal y de puntos de vista.

El hecho es que Mickey Pearson (Matthew McConaughey) es el rey de la maría en Londres, pero quiere retirarse y disfrutar de sus ganancias. Está negociando la venta de su sistema de producción y distribución con otro capo de la city, Matthew Berger (Jeremy Strong) y el precio del negocio son 400 millones de nada. Este simple movimiento provocará todo un terremoto en los bajos fondos de la ciudad, agitando mafias y bandas.

Por un lado el joven Dry Eye (Henry Golding) ve la oportunidad de dar un golpe en la mesa, hacerse con el negocio y sustituir a la vieja guardia de la mafia china. Por otro lado un mafioso ruso ha perdido a su hijo en un asunto de Pearson y clama venganza; y finalmente un grupo de maleantes youtubers, autodenominados Los Criajos, se cruzan por en medio robando una de las granjas de producción de Pearson. Todo un cúmulo de personajes y situaciones que Ritchie maneja con solvencia, giros sorprendentes y mucho humor negro.

La colección de personajes bizarros es amplia. Fletcher (Hugh Grant), el investigador de un periódico sensacionalista, es un tipo listo, dicharachero y buscavidas que antes de entregar el expediente a su periódico quiere sacar tajada. Lo sé todo, he documentado todos vuestros trapicheos, pero si me soltáis 20 millones del ala doy carpetazo al asunto y punto. Él será el narrador que irá poniendo sobre la mesa las escenas que compondrán el puzzle. Y nada mejor que un puzzle de situaciones cruzadas y personajes estrambóticos para que el estilo de Ritchie brille con todo su fulgor. Aquí una charla entre dos capos sonrientes que esconde un volcán en erupción; allí el asalto de los Criajos con la música y el ritmo de un videoclip recién subido a Youtube, o aquí una escena de máxima tensión con la mujer de Pearson empuñando una Derringer de 2 balas para enfrentarse a 3 mafiosos. Hummm.

Todo ello sin que falten diálogos ácidos con amenazas soterradas o intercambios gamberros que ironizan sobre lo políticamente correcto; como el que tienen dos pupilos de Coach en su gimnasio:
-¿Quieres subir al ring de una puta vez, negro cabrón?
-Me ha llamado negro cabrón, Coach.
-Pues yo creo que no se equivoca, eres negro y eres un cabrón.
-Ya. Pero yo no le llamo calorro hijodeputa, por muy gitano que sea.

Por su parte Mickey Pearson es un elegante pero muy duro contrincante. De origen norteamericano y modales barnizados por sus años de Universidad en Oxford, tiene muy bien calados a los niños pijos y a sus papás con título de relumbrón pero cuenta corriente escuálida. El tío tiene muy claro eso de que para ser el rey de la selva no sólo debes actuar como si fueses el rey, sino tienes que serlo. Lo cual significa ejercer el poder y estar siempre un paso por delante de todos.

También Charlie Hunnam hace de consiliere estupendamente; y Henry Golding representa con brío a ese joven Dry Eye con demasiadas prisas; pero mi trío favorito lo componen, aparte del locuaz Fletcher, el Coach con figura de Colin Farrell, gerente del gimansio que frecuentan Los Criajos. Un tío duro y seco como el pedernal, pero de una moralidad intachable. A pesar de tener un papel secundario en la trama, resulta trascendental para la misma  y, además, es el más ritchiano de todos los personajes.

El tercer vértice es Rosalind (Michelle Dockery), la sofisticada mujer de Pearson, toda una domintrix en ciernes. Ella es la mejor cómplice de su marido y un personaje que hubiera pedido un mayor desarrollo. Inteligente, hermosa e implacable, no sé qué da más vértigo, si sus rugientes coches deportivos (tiene un taller de altísima gama llevado por mujeres) o sus altísimos y afilados tacones.

Hay mucho de cine dentro del cine en la película aprovechando que todo está contado por Fletcher. Claqueta por favor, pide para ponernos en situación. Película de celuloide, también pide, "que se vea el grano". Os he seguido a todos, os he fotografiado, os he grabado como en La Conversación de Coppola... El tío le planta a Raymond, encima de la mesa, los folios de un guión titulado "Hierba", e incluso llega a presentárselo a uno de los jefazos de Miramax, que coincide que es la productora del film.¡⟳!

Tras unos años hollywoodienses con Sherlock Holmes, Operación U.N.C.L.E. o Aladdin; con este nuevo trabajo Ritchie vuelve a la estela de sus brillantes inicios, Lock, stock and two smoking barrels (1998), Snactch, Cerdos y diamantes (2000) y RockNRolla (2008); películas trufadas de gánsteres de todo pelaje, buscavidas varios e historias cruzadas que repercuten unas en otras como una pequeña teoría del caos. Todo ello sin que falte un corrosivo humor negro y una violencia muy de videoclip.

En este volvemos a encontrar un gran ritmo, giros sorprendentes y diálogos irónicos cuando no cínicos, para una historia enrevesada que mantiene el interés en todo lo alto. 

lunes, 10 de julio de 2017

EL GUARDIÁN INVISIBLE - de Fernando González Molina

España, 2016


El guardián de la pureza.-
Este nuevo thriller viene a dar continuidad a un género que últimamente ha ofrecido buenos réditos al cine español, y no desmerece de otras felices apuestas como Toro, Plan de Fuga, Tarde para la ira, El desconocido, o los ya clásicos Grupo 7, La Isla Mínima o Celda 211.

La historia aúna crimen, mitología navarra, buenas dosis de misterio, y un territorio cargado de mitos y leyendas que se alza como el verdadero protagonista, el Valle del Baztán en Navarra.

En los márgenes del río Baztán aparece el cuerpo desnudo de una adolescente en unas circunstancias que lo relacionan con un asesinato ocurrido meses antes. Se trata de un asesino en serie y la inspectora Amaia Salazar (Marta Etura) será la encargada de dirigir una investigación que la llevará de vuelta a Elizondo, el pueblo de su infancia y del que ha tratado de huir toda su vida.




La presentación es perfecta. La cámara recorre el valle del Baztán, con sus carreteras sinuosas, su persistente lluvia y los bosques y brumas donde habita el Basajaun, el mitológico guardián del bosque. En medio de este paisaje tan fascinante como misterioso, la cámara encuentra el cadáver de una niña: céreo entre el verdín, muerto entre una explosión de vida boscosa y con un txantxigorri, una mantecada tradicional navarra, colocada sobre el pubis rasurado. El dulce se convertirá en la metáfora de los crímenes y en el centro de la trama.

La trama se enreda entre las ramas del bosque, las leyendas y las tradiciones, pero también entre los fantasmas familiares de la inspectora. No sólo esos valles son fértiles en supersticiones y brujería, también la infancia de Amaia esconde sus propios demonios que volverán a visitarla: sufrió una infancia traumática por los maltratos que le infligía su desquiciada madre.

Amaia se vuelve a enfrentar a su hermana Flora (Elvira Mínguez) que regenta el obrador familiar, Mantecadas Salazar. Los análisis indican que allí se producen exactamente los mismos txantxigorri que aparecen en las adolescentes asesinadas. Los crímenes remiten a un territorio con una fuerte presencia de lo mágico. Las tensiones entre tradición y modernidad aflorarán de forma virulenta armando una historia densa y perturbadora.


Es una película de contrastes, contiene una investigación policial pero también un gran drama femenino y familiar. Otro de los contrastes que atesora la película lo encontramos entre el Basajaun, el Guardián invisible del bosque, que cuida de sus moradores y de la armonía de la vida, y el asesino. Llamar Basajaun al asesino "es contra natura" concluye la tía Engracia.

La batalla definitiva enfrentará a la modernidad con la tradición. La inspectora Salazar ha realizado prácticas en el FBI, pero tiene que aplicar sus métodos de investigación en un paisaje rural donde la mitología y las leyendas transgreden el raciocinio. Amaia igual consulta por teléfono a su mentor en la academia de Quantico; como acude a su tía Engracia, experta en echar la cartas e interpretar los signos del bosque: ¿por qué los bolsillos de las niñas están llenos de nueces?.

Si en la investigación y el asesino en serie apreciamos fácilmente el reflejo de otros thrillers memorables (la inspectora deambulando por los vericuetos de un caserío fantasmal persiguiendo al asesino, nos recuerda inevitablemente a la Clarice Starling, de El silencio de los corderos); el film logra su cuota de originalidad viajando al corazón de un valle mágico y al de un drama familiar lleno de amargura y reproches.  

El director logra un ritmo sostenido e intrigante mientras nos entrega un puñado de secuencias verdaderamente inquietantes: cuando la tía Engracia echa las cartas del tarot a Amaia y ésta descubre que tiene al asesino muy cerca. O la visita que hace a su madre en el psiquiátrico. O la cena familiar donde Flora exuda toda la amargura que viene asfixiándole. O las escenas de maltrato infantil que casi le cuestan la vida. Todo hace que el regreso de Amaia a Elizondo se convierta en un camino hacia la redención.

Al protagonismo omnímodo del Valle del Baztán, se une el de una Marta Etura que resuelve con eficacia su papel, pero sin brillo. Mención especial requiere Elvira Mínguez que dota al personaje de Flora de una severidad y un poso de frustración apabullante. Está resentida contra una vida que evoluciona al margen de las tradiciones; y amargada por los sacrificios de arrostrar los cuidados de la madre y del negocio familiar.


Con el protagonismo de la inspectora Amaia Salazar y el Valle del Baztán, la escritora Dolores Redondo ha publicado la Trilogía del Baztán, compuesta por las novelas El guardián invisible, Legado en los huesos y Ofrenda a la tormenta.

miércoles, 25 de enero de 2017

CONTRATIEMPO - de Oriol Paulo

Después de la estimable El Cuerpo, Oriol Paulo reincide en la intriga turbia y retorcida jugando a los vericuetos y sorpresas. A las dos se las puede acusar de artificiosas, pero también de muy efectivas y deleitables.


Adrián (Mario Casas) es un joven empresario de éxito que despierta un día en la habitación de un hotel, junto al cadáver de su amante (Bárbara Lennie). Acusado de asesinato, decide contratar los servicios de Virginia Goodman (Ana Wagener), la mejor preparadora de testigos del país. En el transcurso de una sola noche, asesora y cliente trabajarán para encontrar una duda razonable que le libre de la cárcel. Adrián no suelta prenda y junto a la preparadora jugarán al ratón y al gato.  Este duelo claustrofóbico y tenaz es una de las mejores bazas de la película. Entre mentiras y revelaciones irán construyendo el relato.


Los hechos comienzan el día en que los dos amantes regresan de una escapada secreta al Pirineo. En una solitaria carretera tienen un accidente de tráfico y un joven resulta muerto. El escándalo puede ser mayúsculo. Las carreras de ambos se truncarían, de modo que hay que taparlo. ¿Qué ocurrió a partir de aquí y cómo se explica la escena del hotel, con ella asesinada, él malherido y el suelo plagado de billetes?

El guionista y director ha sabido montar un gozoso puzzle y nos invita a jugar, mostrando poco a poco pistas y detalles para que podamos armarlo. La película se articula en constantes flashback en los que se nos presenta la historia de estos dos amantes desde distintos puntos de vista. En uno Adrián es un hombre agobiado por la culpa y sometido por su hermosa amante. En otro es un calculador ejecutivo que ejecuta un plan brillante. Entremedias, el padre (Jose Coronado) del joven desaparecido inicia su propia cruzada. 

La factura visual es impecable y resultan muy atractivos tanto los ambientes urbanos, de esa Barcelona de rascacielos y negocios, como los de montaña. El director demuestra una gran habilidad en la construcción de atmósferas: El duelo entre la preparadora y su cliente, los furtivos encuentros de los amantes, su viaje de vuelta al hotel de montaña, citados por un presunto testigo; la amenaza de chantaje. Todas las piezas y escenarios suponen una grata intriga.  






















Otro valor de la película son sus personajes femeninos. Si en El Cuerpo, Paulo regaló a Belén Rueda un papel turbio y deslumbrante; en Contratiempo nos obsequia con una Bárbara Lennie extraordinaria. Su personaje es una joven decidida y moderna, con fuerte personalidad. En los distintos flashbacks tiene oportunidad de lucir multitud de pliegues, entre los que se encuentra una acerada femme fatale. Sus cuidados trajes, gafas y peinados le aportan a la película un innegable punto de sofisticación.


Coronado y Wagener bordan, sin estridencias, su papel. Quien sale perdiendo es Mario Casas. No logra imprimir un carácter a su personaje. A este muy competente actor, en esta cinta le falla la voz. Es demasiado monocorde. Esa voz que en Toro reflejaba ira y contención; aquí está huérfana de matices. 

En definitiva, la película no elude algunos lugares comunes e incluso algún retorcimiento rebuscado, pero tiene firmeza, mantiene el suspense y el director sale airoso de este ejercicio de género hitchcockiano.

sábado, 30 de abril de 2016

TORO - de Kike Maíllo

Secuencia de introducción. Una echadora de cartas entreve una amenaza, le sigue un asalto, una persecución de coches. Perfecta. 
A continuación títulos de crédito, un hechizo visual mezcla de True Detective y James Bond, mientras suena "Le di a la caza alcance" interpretada por  Estrella Morente. Maravillosos. 
Después de estos diez minutos intensos y precisos ya no espero que la película falle. Y no falla. Un thriller criminal amargo y contundente. Rodado milimétricamente por un director dotado de oficio, firmeza y un gran conocimiento cinematográfico. Todo ello corroborado en los 25 últimos minutos de la película  (el asalto de Toro a la fortaleza de su jefe) que te dejan sin aliento.


Toro quiere salirse del mundo delincuente en el que lleva metido toda su vida. Pero en su último golpe es detenido. Años después se mantiene alejado de todo. Lleva un taxi, tiene novia y planes. Pero su hermano Jose (Luis Tosar) ha vuelto a cagarla y el capo Rafael Romano (Jose Sacristán) se lo va a cargar. Toro acude a la llamada de la sangre. Intuye que su destino no le va a dejar escapar. Es fácil acordarse de Robert Mitchun en Retorno al pasado, de Jacques Tourneur. En la más reciente y magnética Una historia de violencia con Viggo Mortensen; o incluso en el Carlitos Brigante de Carlito´s way, de Brian de Palma.

Toro comparte con La isla mínima al guionista Rafael Cobos y bien que se nota. En ambas cultiva su gusto por las tramas criminales y por su territorio, Andalucía. El dibujo de la trama es perfecto, con la echadora de cartas abriendo y cerrando la función, estableciendo el fatum que perseguirá al protagonista. Aunque en el medio hay algunas soluciones facilonas que debieran haberse pulido (¿por qué Romano no cae sobre López y su hija, en el hotel, sino que simplemente lo llama?. O el encuentro entre Romano y Tita en el molino, que está resuelto con prisa y ligereza).

Pese a ello, el guión le ofrece a Maíllo estupendos mimbres para componer una película intensa y llena de detalles. Por ejemplo las sentencias que suelta Romano ("España es un país de malos hermanos"), el significado que adquiere la presencia del coche color de rosa o la carta del caballo de espadas, cuyo vuelo sobre el tapete abre y cierra la película conformándola como una profecía autocumplida. O la relación de Toro con su reloj. Cuando lo abandona en el hospital todos sabemos lo que significa.

Podemos decir que como thriller es inferior a La isla mínima, otro guión de Rafael Cobos. O que como película es inferior a Eva, la anterior y maravillosa película de Kike Maíllo. Pero este Toro tiene un trazo seco y nada complaciente que alberga sabiduría en cada plano. 

El territorio mítico que dibujaba La isla mínima no aparece tan logrado en esta cinta: los hoteles costeros, ya un poco antiguos, o la imaginería de la Semana Santa, por la que tanto fervor demuestra el capo, no acaban de convertirse en un referente tan perturbador como aquellas marismas y canales. Pero este mapa andaluz un tanto insólito es consistente gracias a la fotografía de Arnau Valls que, con esas montañas de apartamentos en la costa y esos colores tan peculiares, lo hace reconocible.

Creo que los dos valores que sostienen la película son las imágenes que ha rodado Maíllo y montado de forma eléctrica Elena Ruiz y las interpretaciones magnéticas del trío protagonista.

En el capítulo visual no sólo están el prólogo y el desenlace, extraordinarios; también las persecuciones de coches (la que transcurre por el cauce del rio Guadalmedina es espectacular; sin olvidar la escena que precipita todo, cuando Toro vuelve al apartamento para encontrarse con su novia. O en la que los dos hermanos van a ver a Don Rafael Romano para rescatar a la niña: El montaje establece un juego de tensión y miradas cruzadas casi de western.


En el capítulo de interpretaciones Sacristán tiene una presencia y una voz imponentes. Todo un lujo de malvado. Adornado además con ese tufillo a velas y rosarios que a algunos mafiosos les gustan tanto. El nombramiento de Hermano Mayor de la cofradía del Santo Silencio define perfectamente su poder.
Por su parte Tosar nos demuestra lo versátil que es.  Mucha gente lo ve simplemente como un tipo duro, un sempiterno Malamadre; pero eso significaría olvidar personajes tan vulnerables y desvalidos como el Crisanto de Operación E o este Jose gafado y pusilánime al que el actor presta todo su carácter.


Siendo así que el asalto de Toro a las Torres de apartamentos Romano me recuerda al de Lee Marvin en Point Blank; constato el nuevo giro que presenta el cine español. Se desperezó hace unos años con una buena ración de películas de terror y últimamente pulsa con nitidez las cuerdas de un thriller perfectamente nacional; donde hay malvados, asesinos y corruptelas mezclados con patria, religión y lazos de sangre. A las pruebas me remito, con la reciente El Desconocido de Dani de la Torre o el ya consagrado Alberto Rodríguez (Grupo 7 y La Isla Mínima). Sin olvidar a Enrique Urbizu que ya en 2002 nos sorprendió con La caja 507, con la que este Toro comparte territorio, la Costa del Sol.

sábado, 2 de enero de 2016

La ENTREGA - de Michael Roskam

Me gusta mucho este tipo de cine negro donde la historia y los personajes se maceran a ritmo lento. En muchas ocasiones llegan aureolados por el fatum, pero aquí no es el caso. La película se basa en un relato de Dennis Lehane y eso se nota en un guión que se desarrolla tan pausado como milimétrico: vemos cómo van cayendo los granos de pólvora en el cartucho hasta el estallido final. 

También se nota en la elección del espacio. Lehane, nacido en Boston, suele retratar el lado más perverso de esa aristocrática ciudad. Allí transcurren tanto este relato como las novelas Adiós, pequeña, adiós, Mystic River y Cualquier otro día (que se desarrolla durante los conflictos desencadenados a raíz de la huelga de la Policía en Boston en 1919). Más que a la propia ciudad, Lehane suele acotar sus historias a un barrio, cuyas aceras, bares y supermercados nos hace visitar en su (aparente) beatífica cotidianidad. La adaptación al cine que Ben Affleck hizo de Adiós, pequeña, adiós, incluía un amargo prólogo con personas comunes fumando en sus porches, charlando despreocupadas o volviendo de hacer la compra, mientras una voz en off nos avisaba sobre los lobos escondidos: "cómo se puede ir al cielo viviendo en este barrio sin morir en el intento (...): sois ovejas entre lobos, sed sagaces como serpientes e ingenuos como palomas".

En el barrio de Boston que se retrata aquí el fracaso se ha instalado en cada esquina. Sólo cuenta sobrevivir. En la cinta que nos ocupa Roskam plantea un estudio de personajes (del mismo modo que hizo en su estupendo debut, Bullhead)  que se desenvuelven en un thriller sordo y violento. Bob (Tom Hardy) es camarero en el bar de su primo Mark (James Gandolfini). En tiempos dirigieron sus propios chanchullos, pero ahora son asalariados de un grupo checheno que se ha hecho con el territorio. El bar es un centro de recaudación de dinero negro, un bar-caja, y, aunque Bob es un tipo muy tranquilo, sin darse cuenta se verá inmerso en un asunto violento. 


Bob acude todos los días a misa, pero nunca comulga. Es callado, solitario y huye de los problemas.  Un día encuentra un cachorro en la basura y a través de él entra en contacto con una chica magullada por la vida (Naomi Rapace). Su primo Mark no se conforma y busca un golpe con que resarcirse. "No estarás llevando a cabo otra acción desesperada, ¿verdad?"), le espeta Bob. Más adelante éste le responderá: "Te diré una cosa. Ya estamos muertos, sólo que podemos andar."

El ritmo lento hurga en unas vidas vacías y laceradas. Todo es sordo, soterrado; como las amenazas, como el pasado, como el dinero que fluye encubierto por la barra del bar.

Sobre toda la historia se cierne el asesinato de Ritchie Wiland, un perdedor que debía dinero a Mark. El exnovio de la chica es otro prenda que acaba de salir del psiquiátrico y se vanagloria de ser quién se cargó a Ritchie: todas las vidas están marcadas por la abyección.

Se trata de un cine negro amargo y gélido, al estilo de Fargo (Coen Bros.) o la más reciente Drive (Nicholas Winding Refn). No hay mafiosos con talante de emprendedores, ni rebeldes jovenzuelos. Son gente común y corriente que chapotea en un cenagal. La policía se queja de los recortes en el presupuesto para no hacer nada respecto a los trapicheos. La iglesia a la que acude diariamente Bob va a ser vendida a una inmobiliaria para construir en su lugar apartamentos. Todo es mezquino.


Un perro (pitbull) abandonado en la basura une a un antihéroe y a una antifemme fatale; dos seres arrasados  por una vida envilecida. Personajes derrotados que ya solo esperan ver pasar la vida: "yo simplemente atiendo la barra y espero". Le comenta Bob a la chica. 

Tom Hardy interpreta, con una contención exquisita, a este "pasmado" (como le llama Mark), aunque firme y letal cuando decide estallar. Con Gandolfini forman una pareja capaces de transmitir todo con un simple par de gestos y una mirada. Naomi Rapace brilla interpretando a un personaje magullado, muy semejante al que interpretó en otro thriller también seco pero más estruendoso, La venganza del hombre muerto

Finalmente, el retrato es de la soledad, tal y como concluye este barman ensimismado: "Yo creo que parece que el diablo no exista. Dios te dice, no. No puedes entrar. Tienes que irte lejos de aquí y tienes que estar sólo. Estar sólo para siempre."

sábado, 14 de noviembre de 2015

SICARIO - de Denis Villeneuve

Operación Juárez.-
Guerra sin cuartel contra los cárteles de la droga en la frontera entre México y Estados Unidos. Denis Villeneuve, después de la apasionante Incendies y la perturbadora Prisioneros,  pone el foco en esta frontera tan problemática. Para ello asistimos a la creación de un equipo multidisciplinar entre el ejército, el FBI y el contraespionaje, con el objeto de descabezar al poderoso cártel de Juárez.

Lo mejor de la película es un guión modélico, en cuanto que dibuja con escasos pero vigorosos trazos toda la acción; y una realización tan áspera y potente como la de Michael Mann en Heat

Las  secuencias son poderosas y tienen un brío inusitado. Como la inicial, un asalto a una finca con rehenes que nos muestra el temple de la heroína, una agente del FBI (Emily Blunt), a la vez que la execrable crueldad del cártel. O la de la caravana de vehículos oficiales que cruzan la frontera para traer extraditado a un cabecilla del narcotráfico. Todo es tensión y acción galopante.  

El equipo está dirigido por un experto agente (Josh Brolin) y un asesor muy especial (Benicio del Toro) que fue un sicario y conoce a la perfección el funcionamiento de los cárteles. 

Prima la acción. Pura y dura. Tiendo a verlo como un capítulo de la enorme El Poder del Perro; pero echo en falta un mayor desarrollo de los personajes y del contexto sociopolítico, del que apenas rescatamos una frase: "si os cruzáis en México con un tipo de uniforme, sospechad de él".

Finalmente asoma una reflexión moral, pero muy exigua. La agente le cuestiona al sicario si el fin justifica los medios. Él no tiene duda de que sí: "Esto es territorio de lobos. Si no te gusta, vete a un pueblecito escondido donde todavía impere la ley".

Sin embargo el objetivo parece disperso. En un principio parece una historia de aprendizaje, con una novata  en operaciones de altos vuelos. Luego se centra en la lucha antidroga ("no podemos hacer nada mientras el 20 % de la población se pirre por esnifar y chutarse esa mierda"), para finalmente convertirse en una venganza.


En su dinamismo, la película resulta absorbente. Cada escena se plantea como un fulgurante asalto. Gran ritmo, escaso diálogo. Una de las mejores es la incursión en el túnel de los narcos, que une Arizona con el estado de Sonora. En ella el director de fotografía Roger Deakins (doce veces nominado al Oscar) saca todo el partido a las imágenes con visor nocturno. Del mismo modo que antes nos había acercado al desierto con espléndidas tomas cenitales o con una excitada cámara, a la populosa Ciudad de Juárez.
Película con un desarrollo de enorme potencia e intensidad. 

martes, 27 de enero de 2015

CAMINANDO entre las TUMBAS - de Scott Frank


A Walk Among the Tombstones
-EEUU, 2013-

No deberíamos confundir esta notable película con "una más de Liam Neeson". Es verdad que Mr. Neeson se prodiga últimamente en exceso, en burdas películas de acción; pero Caminando entre las Tumbas es un proyecto sólido,  con todo el regusto del más clásico cine negro: expoli con problemas, amigos poco recomendables y crímenes horribles fuera del foco policial.

La película tiene como protagonista a Matt Scudder, un tipo casi marginal, expolicía, exalcohólico y detective privado sin licencia que husmea en las cloacas de la ciudad sólo por encargo de amigos o conocidos. Así es como un compañero de las reuniones de Alcohólicos Anónimos le pide que ayude a su hermano. Unos tipos secuestraron a su mujer y exigieron rescate. A pesar de pagarlo se la devolvieron descuartizada y envuelta en bolsitas de plástico.

El guión es potente y la narración tersa. Cine negro seco y con nervio. Me gusta el plan del director y guionista. Como en un juego de viñetas va desdoblando los planos para añadir información a la trama. En los créditos la cámara nos muestra a una mujer tumbada, suda, crispa los dedos...hasta que un pequeño movimiento nos revela la cinta que le tapa la boca. Del mismo modo al sentarse Matt en el bar, un primerísimo plano nos ofrece las dos copas simultáneas que le sirven. Un simple desenfoque nos muestra la placa de policía en su cinturón. Por otro lado, escuchamos varias veces la historia de cuando dejó de ser poli; pero no es hasta que se sincera en el hospital con su joven socio T.J., que ese relato se completa significativamente. Parece querer decirnos, siempre que hay una cara, existe una cruz.

Matt Scudder es un tipo bastante arrastrado que se mueve en ambientes sórdidos. Putas, drogatas, proxenetas y alcohólicos conforman su ecosistema. Después de abandonar el Cuerpo de Policía y a su familia, malvive en un hotelucho de mala muerte. En esta investigación se agencia como ayudante a T.J., un joven negro que vive en la calle. En otro de sus casos, Ocho millones de maneras de morir, el colega de turno era un proxeneta. Matt es honesto, a su manera (sin los sobres de corruptelas "no habría podido mantener a mi familia", reconoce) y está hecho polvo. Su tormento se acrecienta por la lucha que mantiene contra el alcohol. 

En este sentido quizás la elección de Liam Neeson no haya sido la más adecuada. Jeff Bridges lo bordó en 8 millones de maneras de morir (Hal Ashby), aunque la película se quedase corta en todo lo demás.

8 millones de maneras de morir
De todos modos logramos entrever el rostro del verdadero Scudder en la magistral secuencia del desenlace. A través de un montaje en paralelo se nos presenta el semblante del atormentado Scudder mientras escucha los doce pasos de Alcohólicos Anónimos. Según van desgranándose uno a uno, asistimos al enfrentamiento (primero en un cementerio y luego en su guarida) entre el detective y los criminales. 
1.-Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables.
....
4.- Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos.
...
9.- Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaría perjuicio para ellos o para otros.
...
No es el único acierto de la cinta. Hay un plano verdaderamente turbador donde aparece una celestial caperucita roja.  

Los malvados son una de las mejores bazas del film. Unos escuetos trazos nos los sitúan en el círculo de los asesinos consumados y exquisitos. También los clientes de Matt son peculiares. Todos están relacionados con el narcotráfico.

Caminando entre las tumbas se basa en una de las diecisiete novelas que Lawrence Block escribió siguiendo los pasos de Matt Scudder, un exalcohólico que reparte su tiempo entre los casos y las reuniones que AA suele tener por toda la ciudad. Matt siempre está en la calle. Sus amigos suelen tener tantas cicatrices como él mismo. Los criminales con los que se cruza alternan lo sórdido con lo enfermizo. Quien haya leído algunas de las novelas de Block encontrará al gigante Liam Neeson poco machacado y aún menos vulnerable.


Los pecados de nuestros padres
Pero en cambio disfrutará con el trabajo de Scott Frank. Ha forjado un guión claro y conciso para una trama compleja. La incipiente Red, los polvos de heroína, la presencia de las Torres Gemelas nos sitúan a las puertas del efecto dos mil.

Scott Frank es el guionista de películas tan reputadas como Minority Report, Un romance muy peligroso o Cómo conquistar Hollywood. Su primera experiencia escribiendo y dirigiendo un largo fue con el nada despreciable thriller The Lookout, que gira en torno a un muchacho con problemas de memoria (Joseph Gordon-Levitt) y el atraco de un banco. 

domingo, 12 de octubre de 2014

La ISLA MÍNIMA - de Alberto Rodríguez

España - 2014 -












Después de la poderosa Grupo 7, el director eleva el listón y nos ofrece un thriller de envergadura.

Estamos en 1980 y dos policías son enviados desde Madrid para investigar la desaparición de dos adolescentes. El entorno de la investigación es un lugar remoto y cerrado sobre sí mismo, las marismas y arrozales cercanos a Sevilla. El ambiente es opresivo, los silencios atronadores.

El primer hallazgo de la película es un territorio magnífico. Un espacio ensimismado, con sus propios mecanismos y secretos. Los créditos se nos presentan sobre unos planos cenitales majestuosos, obra de Héctor Garrido, investigador del CSIC. Las marismas adquieren los ecos de un espacio mítico que poco a poco iremos desbrozando: el Puntal, el cortijo, la casa abandonada, la Isla Mayor, la barcaza que trasiega por el río. 

Y en estos parajes se retrata un tiempo, el de los primeros años de la democracia en España. Porque se trata de un thriller con tintes sociales: las vidas están asfixiadas por la pobreza, los trabajadores del campo comienzan a reivindicar mejoras laborales, las mujeres permanecen apartadas y silentes. Las jóvenes anhelan huir hacia una vida mejor y esto es lo que acciona el mecanismo de la trampa.
























El segundo hallazgo son los dos policías protagonistas. Uno joven (Raúl Arévalo) desterrado de Madrid por una carta publicada con ansias democráticas. Otro, un colmillo retorcido, Pedro (Javier Gutiérrez), policía curtido en las sombras del tardofranquismo, socavado por sus propios demonios y una escondida enfermedad. Lástima que la interpretación del primero se ciña a un simple rictus hierático. Su amargura no trasciende. Otra cosa es Javier Gutiérrez, que lo clava. Dota a su personaje de una hondura inusitada. Es el personaje central y su fuerza nos arrastra. Un tanto febril ahoga sus insomnios a base de ginebra. 

El tercer hallazgo es el guión: denso, medido, explorando audazmente los meandros de personajes y tramas. La película es cine negro con todas las consecuencias. Hurgando en la parte de atrás de la sociedad y en las plomizas entrañas de los personajes. No falta la banda contrabandista, ni la esclavitud encubierta de las peonadas, el proxenetismo o el poder omnímodo de la oligarquía rural.

Alberto Rodríguez es un director con riendas firmes. La película te atrapa, su atmósfera llega a ser opresiva. El tempo corre lento y sórdido como esas aguas empantanadas que amenazan con ahogarlos.

El guión articula elementos muy atractivos: el crimen de unas chicas, el traficante de la zona, el terrateniente sospechoso de otros crímenes que el abuso en las peonadas, el anhelo de libertad y oportunidades. Hasta se atreve a incluir ciertos toques enigmáticos, como el de la vieja visionaria cuando le suelta a Pedro "lo tuyo sí lo vi. Los tuyos te están esperando. Ya falta poco", o la ensoñación que éste suele tener con los pájaros. 

Sin duda Alberto Rodríguez  y Rafael Cobos,  coguionista desde 7 vírgenes, forman un tándem muy valioso y preciso. Una exposición del fotógrafo Atín Aya sobre Las Marismas del Guadalquivir fue el germen de la idea. En una entrevista ambos califican su tarea como de antiliteratura. "Los guiones que escribimos suelen ser muy esquemáticos, muy concretos y están escritos con mucha rigurosidad" dice el director. Mientras que el guionista concluye "partimos del hecho de que esto no es literatura, más bien sería antiliteratura porque su vocación es otra. Pero yo creo que damos muchas vueltas a los guiones hasta hacerlos certeros."

Efectivamente la planificación de las escenas es milimétrica, sin tiempos muertos: las conversaciones con el barquero mientras su mujer se esconde al fondo, el seguimiento del guapo embaucador por los campos y sobre todo la persecución nocturna del Dyane 6 por caminos rodeados de canales.











Al desarrollarse en un territorio tan característico que sirve a la vez como metáfora de la perversión que allí campa, la película nos remite a la admirable serie True Detective, pero también a tantas películas y series que han encontrado en los pantanos su fuente de inspiración.

La fotografía de Alex Catalán es primorosa (premio del Jurado en el festival de San Sebastián) y la ambientación setentera muy lograda, como se puede apreciar en los coches, la vestimenta (esos pantalones de pata de elefante), los aparatosos teléfonos góndola o el hotel en La Costa del Sol.

Es para congratularse que el cine negro de calidad se esté asentando en el cine español. Debemos estar agradecidos tanto a Alberto Rodríguez como a Enrique Urbizu.


P.D. 
Me pregunto si el final es cerrado. Porque en el negativo de la foto que manejan los policías, hay una tercera persona sin identificar y cuando Pedro ve al terrateniente, lo saluda y dice que viene a presentarse; como queriendo decir, yo me encargo de que a usted no le salpique.