lunes, 29 de junio de 2020

ORFEO con PIES DE BARRO - de Philip K. Dick

 Serie Narraciones Extraordinarias

En las oficinas de Asesores Concord para el Servicio Militar, Jesse Slade miraba por la ventana hacia abajo en la calle, observando todo lo que negaba su camino hacia la libertad, flores y hierba, la oportunidad de un camino largo y desconocido hacia nuevos lugares. Suspiró. 
—Perdón, señor —murmuró disculpándose el cliente que estaba al otro lado de su escritorio—. Creo que lo estoy aburriendo. 
—En absoluto —dijo Slade, tomando conciencia una vez más de sus imperiosos deberes—. Veamos...—. Examinó los papeles con los que su cliente, un tal Walter Grossbein, se presentaba ante él. —Cree usted, señor Grossbein, que su oportunidad más favorable para evitar el servicio militar tiene que ver con un problema crónico de audición disminuida diagnosticada con anterioridad por médicos civiles como una laberintitis aguda. Hmmm—. Slade estudió los documentos pertinentes. 
Sus deberes, los cuales no disfrutaba, consistían en identificar formas de evitar a sus clientes presentarse ante el servicio militar. La guerra contra las Cosas no había sido llevada a cabo de la manera más adecuada en los últimos tiempos; se habían reportado demasiados accidentes desde la región de Próxima... y con estos reportes se habían disparado los negocios para los Asesores Concord para el Servicio Militar. 
—Señor Grossbein —dijo Slade, pensativamente—, he notado que cuando usted entró en mi oficina tendía a desviarse hacia un lado al caminar. 
—¿Lo hice? —preguntó el señor Grossbein, sorprendido. 
—Sí, y me he dicho, este hombre tiene un severo daño en su sentido del equilibrio. 
Pues sabrá, señor Grossbein, que eso se relaciona con el oído. La audición, desde una perspectiva evolutiva, es un desarrollo del sentido del equilibrio. Algunas criaturas acuáticas de orden inferior incorporan un grano de arena y lo emplean como punto de referencia dentro de sus fluidos corporales, y gracias a este método pueden decir si suben o bajan. 
—Creo que entiendo —dijo el señor Grossbein. 
—Dígalo, entonces —dijo Jesse Slade. 
—Yo... frecuentemente me voy hacia un lado u otro mientras camino. 
—¿Y por las noches? 
El señor Grossbein frunció el ceño, y entonces dijo lleno de felicidad: 
—Yo, eh, encuentro casi imposible orientarme en la noche, en la oscuridad, cuando no puedo ver. 
—Bien —dijo Jesé Slade, y comenzó a escribir sobre el formulario B-30 del servicio militar de su cliente—. Creo que esto hará que lo eximan —dijo. 
Felizmente, el cliente dijo: 
—No puedo agradecerle lo suficiente. 
Oh, claro que puede, pensó Jesse Slade para sí mismo. Nos puede agradecer con la cantidad de cincuenta dólares. Después de todo, sin nuestra ayuda sería un pálido cuerpo sin vida en algún barrancón de algún distante planeta, no muy lejos de ahora. 
Y, pensando en planetas distantes, Jesse Slade sintió una vez más el anhelo. La necesidad de escapar de su pequeña oficina y del proceso de tratar con clientes adinerados a los que tenía que atender, día tras día. 
Debe haber otra vida aparte de esta, se dijo Slade. ¿Acaso esto es todo lo que hay en mi existencia? 
A través de su ventana un anuncio de neón brillaba allá abajo, en la calle, día y noche. 
Proyecto Musa, se leía en el anuncio, y Jesse Slade sabía lo que significaba. Voy a ir allí, se dijo. Hoy. A la hora del café de las diez y media; ni siquiera voy a esperar la hora del almuerzo. 
Mientras se ponía su abrigo, el señor Hnatt, su supervisor, entró en la oficina y dijo: 
—Slade, ¿qué hay de nuevo? ¿Por qué esa mirada de fiera atrapada? 
—Verá, voy a salir, señor Hnatt —le dijo Slade—. A escapar. Le he dicho a quince mil hombres cómo escapar del servicio militar; ahora es mi turno. 
El señor Hnatt le palmeó su espalda. 
—Buena idea, Slade; ha trabajado demasiado. Tómese unas vacaciones. Tome un viaje por el tiempo y viva una aventura en alguna civilización distante... le hará bien. 
—Gracias, señor Hnatt —dijo Slade—. Haré exactamente eso. —Y dejó su oficina tan pronto como sus pies pudieron llevárselo fuera del edificio y abajo, a la calle, hacia el brillante anuncio de neón de Proyecto Musa.




La chica detrás de la caja, de pelo rubio, con ojos grandes y verdes y una figura que lo impresionó por su ingeniería, su suspensión, por así decirlo, le sonrió y dijo: 
—El señor Manville lo verá en un momento, señor Slade. Por favor, permanezca sentado. Encontrará auténticos Harper’s Weekly del siglo diecinueve sobre la mesa, ahí. 
—Y agregó—: Y algunos Mad del siglo veinte, esos grandes clásicos satíricos de la calidad de Hogarth. 
De manera tensa, el señor Slade se sentó y trató de leer; encontró un artículo en el Harper’s Weekly diciendo que la construcción del Canal de Panamá era imposible y que ya casi había sido abandonada por los diseñadores franceses... esto retuvo su atención 
por un momento (el razonamiento era tan lógico, tan convincente) pero después de unos breves momentos, su antiguo tedio y su inquietud, como una niebla crónica, retornaron. 
Levantándose, una vez más se aproximó al escritorio. 
—¿No ha llegado el señor Manville todavía? —preguntó con esperanza. 
Detrás de él una voz masculina dijo: 
—Usted, ahí en la caja. 
Slade dio la vuelta. Y se encontró frente a un hombre alto y de cabello oscuro, con una intensa expresión, los ojos ardiendo. 
—Usted —dijo el hombre—, está en el siglo equivocado. 
Slade tragó saliva. 
Acercándose hacia él, el hombre de cabello oscuro dijo: 
—Soy Manville, señor. —Extendió su mano y estrecharon ambas. —Debe irse —dijo Manville—, ¿Lo entiende, señor? Tan pronto como sea posible. 
—Pero yo quiero emplear sus servicios —murmuró Slade. 
Los ojos de Manville brillaron. 
—Quiero decir que debe irse al pasado. ¿Cuál es su nombre? —Hizo un gesto con gran énfasis—. Espere, me está llegando. Jesse Slade, de Concord, allá, calle arriba. 
—Correcto —dijo Slade impresionado.

—Muy bien, ahora a los negocios —dijo el señor Manville—. A mi oficina. —Dirigiéndose a la chica excepcionalmente bien construida de la caja, dijo:
—Que nadie nos moleste, señorita Frib. 
—Sí, señor Manville —dijo la señorita Frib—. Me encargaré de ello, no tema, señor. 
—Lo sé, señorita Frib. —El señor Manville condujo a Slade al interior de una oficina bien amueblada. Viejos mapas e impresiones decoraban las paredes; los muebles... Slade miró atónito. De la etapa Americana Temprana, con clavijas de madera en lugar de clavos. Arce de Nueva Inglaterra, toda una fortuna. 
—Todo está bien... —comenzó a decir. 
—Sí, puede sentarse en esa silla de Director —le dijo el señor Manville—. Pero tenga cuidado; lo puede tumbar si se inclina hacia delante. Tratamos de mantenerla en buen estado aplicándole aceite de castor o cosas por el estilo. —Ahora parecía irritado, al tener que discutir semejantes nimiedades—. Señor Slade —dijo bruscamente—, le hablaré directamente, obviamente es usted un hombre con un elevado intelecto, así que podemos saltarnos los protocolos. 
—Sí —dijo Slade—, por favor hágalo. 
—Nuestros convenios de viajes en el tiempo son de una naturaleza específica; de ahí el nombre «Musa» ¿Capta el significado? 
—Eh —dijo Slade desconcertado pero intentándolo—. Veamos. Una musa es un organismo cuya función es... 
—Inspiración —cortó bruscamente el señor Manville—. Slade, usted no es..., afrontémoslo... precisamente un hombre creativo. Por eso se siente aburrido y sin plenitud. ¿Pinta? ¿Compone? ¿Hace esculturas de hierro fundido con restos de naves espaciales o con deshechas sillas de jardín? No. No hace nada de eso; es absolutamente pasivo. ¿Correcto? 
Slade asintió: 
—Ha acertado, señor Manville. 
—No he acertado en nada —dijo el señor Manville irritado—. No me sigue, Slade. Nada lo hará creativo porque usted no posee la creatividad en su interior. Es demasiado ordinario. No voy a hacer que comience a pintar con los dedos o a tejer canastas. No soy un analista Jungiano de los que creen que el arte es la respuesta. —Estirándose hacia atrás apuntó su dedo hacia Slade—. Mire, Slade. No podemos ayudarlo si no tiene la voluntad de ayudarse a sí mismo primero. Ya que no es creativo, lo más que puede esperar, y aquí sí podemos ayudarlo, es inspirar a otros que sí son creativos. ¿Lo ve? 
Después de un momento Slade dijo: 
—Lo entiendo, señor Manville. Sí. 
—Correcto —dijo Manville asintiendo—. Así, puede usted inspirar a un músico famoso, como Mozart o Beethoven, o a un científico como Albert Einstein, o a algún escultor como Sir Jacop Epstein... cualquiera de los innumerables escritores, músicos o poetas. Puede, por ejemplo, conocer a Sir Edward Gibbon durante sus viajes al Mediterráneo y conversar con él casualmente para decirle algo así como... «Hmmm, vea todas estas ruinas antiguas a nuestro alrededor. Me pregunto cómo un imperio tan poderoso como el de Roma vino a caer en este estado de deterioro... ¿cómo cayó en la ruina?... semejante caída...» 
—Buen Dios —dijo Slade fervientemente—, ya veo, Manville; lo he captado. Le repito a Gibbon la palabra caída una y otra vez, y con esto tiene la idea de su gran historia de Roma, «Declive y caída del Imperio Romano». Y... —Estaba temblando—. Yo habría ayudado. 
—¿Ayudó? —dijo Manville—. Slade, esa no es la palabra adecuada. Sin usted no habría existido tal obra. Usted, Slade, podría ser la musa de Sir Edward. —Se inclinó hacia delante y tomó un puro Upmann, de alrededor de 1915, y lo encendió. 
—Creo —dijo Slade—, que me gustaría reflexionar sobre esto. Quiero estar seguro de inspirar a la persona adecuada, quiero decir, todos ellos merecen ser inspirados, pero... 
—Pero quiere encontrar a la persona adecuada a sus propias necesidades psíquicas —convino Manville, soplando una fragante nube azul—. Llévese nuestro catálogo. —Le pasó un gran folleto publicitario, brillante, a todo color y en tercera dimensión—. Llévelo a casa, léalo y vuelva con nosotros cuando esté listo. 
—Dios lo bendiga, señor Manville —dijo Slade. 
—Y cálmese —dijo Manville—. El mundo no se va a terminar... lo sabemos aquí en Proyecto Musa porque lo hemos visto. —Sonrió y Slade se las arregló para devolverle la sonrisa. 




Dos días después Jesse Slade regresó a Proyecto Musa. 
—Señor Manville —dijo—, sé a quien quiero inspirar. —Inspiró profundamente—. He estado pensando y pensando, y lo más significativo para mí sería si pudiera viajar al pasado a Viena e inspirar a Ludwing van Beethoven con la idea de su Sinfonía Coral, sabe usted, ese tema del cuarto movimiento que canta el barítono, que va bum-bum de-da de-da bum-bum, hijas de Elsysium; lo conoce. —Se sonrojó—. No soy músico, pero toda mi vida he admirado la novena de Beethoven y especialmente... 
—Ya está hecho —dijo Manville. 
—¿Eh? —Slade no comprendió. 
—Ya se ha llevado a cabo, señor Slade. —Manville se veía impaciente mientras se sentaba en su gran escritorio con tapa corrediza de roble, de alrededor de 1910. Sacando una gruesa carpeta negra forrada con duela de metal empezó a hojear las páginas—. Hace dos años una señora Ruby Welch de Montpelier, Idaho, retornó a Viena para inspirar a Beethoven con el tema para el movimiento coral de su Novena. —Manville cerró de golpe la carpeta y se dirigió a Slade—: Bueno, ¿cuál es su segunda opción? 
Tartamudeando, Slade dijo: 
—Yo... tendría que pensar. Deme tiempo. 
Examinando su reloj, Manville dijo de manera abrupta: 
—Le doy dos horas. Hasta las tres de la tarde. Buen día, Slade. —Se levantó y Slade automáticamente hizo lo mismo. 




Una hora más tarde, en su atestada oficina de Asesores Concord para el Servicio Militar, Jesse Slade se dio cuenta en un luminoso y preciso instante, a quién quería inspirar y con qué. Enseguida se puso su abrigo, se disculpó ante un comprensivo señor Hnatt, y corrió de prisa calle abajo hacia el edificio de Proyecto Musa. 
—Bien, señor Slade —dijo Manville al verlo entrar—. Regresó muy pronto. Vamos a mi oficina. —Avanzó a grandes zancadas, marcando el camino—. Correcto. Hagámoslo. —Cerró la puerta una vez que ambos entraron. 
Jesse Slade humedeció sus labios resecos y entonces dijo, tosiendo: 
—Señor Manville, quiero ir al pasado e inspirar a... bien, permítame explicarle. ¿Conoce usted la edad de oro de la ciencia ficción, entre 1930 y 1970? 
—Sí, sí —dijo Manville con impaciencia, frunciendo el ceño mientras escuchaba. 
—Cuando estaba en la Universidad —dijo Slade—, haciendo mi licenciatura en literatura Inglesa, tuve, desde luego, que leer una buena cantidad de obras de ciencia ficción del siglo veinte. De todos los escritores notables de ciencia ficción había tres que se destacaban por encima de los demás. El primero era Robert Heinlein con su Historia del Futuro. El segundo, Isaac Asimov con sus épicas series sobre la Fundación. Y... —Inspiró profundamente mientras se estremecía—. El hombre sobre el que hice mi tesis. Jack Dowland. De los tres, Dowland era considerado el más grande. Sus historias sobre el Mundo Futuro comenzaron a aparecer en 1957, tanto en revistas en forma de cuentos, como en libros, como novelas completas. Para 1963, Dowland era considerado como... 
—Hmmm —dijo el señor Manville, abriendo su carpeta negra y comenzando a hojearla—. Escritores de ciencia ficción del siglo veinte, un tema más bien especializado... afortunadamente para usted. Veamos. 
—Espero —dijo Slade en voz baja—, que no lo hayan tomado. 
—Aquí hay un cliente —dijo el señor Manville—, Leo Parks de Vacaville, California. 
Regresó e inspiró a A.E. van Vogt para evitar que escribiera historias de amor y westerns y lo intentara en cambio con la ciencia ficción. —Dando vueltas a más páginas, dijo el señor Manville—: Y el año pasado, Julie Oxen, una señorita de la ciudad de Kansas, y cliente nuestra, pidió que se le permitiera inspirar a Robert Heinlein para su Historia del Futuro... ¿fue a Heinlein al que mencionó, señor Slade? 
—No —dijo Slade—, fue Jack Dowland, el más grande de los tres. Heinlein fue notable, pero investigué lo suficiente sobre esto, señor Manville, y Dowland fue el más grande. 
—No, no se ha hecho —decidió Manville cerrando su carpeta negra. Del cajón de su escritorio extrajo una forma—. Rellene esto, señor Slade —dijo—, y este asunto comenzará a moverse. ¿Conoce el año y el lugar en el cual Jack Dowland comenzó a trabajar en su Historia del Mundo Futuro
—Sí, lo conozco —dijo Slade—. Estaba viviendo en un pequeño pueblo sobre la Ruta 40 en Nevada, un poblado llamado Purpleblossom, que apenas consistía en tres gasolineras, un café, un bar y una almacén general. Dowland se había trasladado ahí para conseguir la atmósfera; quería escribir historias del Viejo Oeste en forma de guiones para televisión. Tenía la esperanza de hacer un buen negocio. 
—Veo que conoce su tema —dijo Manville, impresionado. 
Slade continuó: 
—Mientras vivía en Purpleblossom escribió un buen número de guiones del oeste pero de alguna manera los encontró insatisfactorios. De cualquier modo, permaneció ahí, tratando de escribir tanto en otros géneros como libros para niños y artículos sobre sexo premarital en adolescentes para las revistas de lujo de aquellos tiempos... y entonces, repentinamente y en un solo momento, en el año de 1956, cambió a la ciencia ficción e inmediatamente produjo la novela corta más notable vista hasta esa fecha en el género. 
Ese fue el consenso de toda la gente en ese entonces, señor Manville, he leído la historia y estoy de acuerdo. Se llamaba «El padre sobre la pared» y aún aparece en antologías de vez en cuando; es la clase de cuento que nunca morirá. Y la revista en la que apareció, Fantasy & Science Fiction, será recordada siempre por haber publicado el primer relato de Dowland en su edición de agosto de 1957. 
Asintiendo, el señor Manville dijo: 
—Y esta es la opus magna que quiere inspirar. Ésta, y todo lo que siguió. 
—Tiene toda la razón, señor —dijo el señor Slade. 
—Rellene su formulario —dijo Manville—, y nosotros haremos el resto. —Le sonrió a Slade y Slade, confiado, le devolvió la sonrisa. 





El operador de la nave temporal, un joven robusto y bajo, con corte de pelo al rape y con fuertes rasgos, le dijo brevemente a Slade: 
—Bien, compañero, ¿estás listo o no? Hazte la idea. 
Slade inspeccionó por última vez su traje del siglo veinte que Proyecto Musa le había dado... uno de los servicios por la cuota más bien alta que había tenido que pagar. 
Corbata angosta, pantalones sin dobladillo, y una camisa a rayas Ivy League... sí, decidió Slade, por lo que conocía de la época era auténtico, al igual que los zapatos italianos puntiagudos y los calcetines firmes y coloridos. Pasaría sin ninguna dificultad por un ciudadano de los Estados Unidos de 1956, incluso en Purpleblossom, Nevada. 
—Ahora escucha —dijo el operador, mientras aseguraba el cinturón de seguridad alrededor de la cintura de Slade—, tienes que recordar un par de cosas. Primero, la única manera de regresar al 2040 es conmigo; no puedes volver caminando. Y segundo, tienes que ser muy cuidadoso para no cambiar el pasado... quiero decir, limítate a tu simple tarea de inspirar a este individuo, este Jack Dowland, y déjalo así. 
—Desde luego —dijo Slade perplejo por la amonestación. 
—Muchos clientes —dijo el operador, —y te sorprendería saber cuántos, enloquecen cuando llegan al pasado; desarrollan ilusiones de poder y quieren hacer toda clase de cambios, eliminar las guerras, el hambre y la pobreza, sabes. Cambiar la historia. 
—No haré eso —dijo Slade—. No tengo el menor interés en abstractas empresas cósmicas de tal magnitud. 
Para él, inspirar a Jack Dowland era lo suficientemente cósmico. Y podía sentir la suficiente empatía hacia la idea para entender la tentación. En su propio trabajo había visto toda clase de gente. 
El operador cerró con un portazo el casco de la nave temporal, se aseguró que Slade estuviera bien atado con las correas, y entonces tomó asiento frente a los controles. 
Chasqueó un interruptor y un momento más tarde Slade estaba en camino rumbo a sus vacaciones, lejos del monótono trabajo de la oficina... hacia 1956 y lo más cerca que iba a estar jamás de un acto creativo en su vida. 




El cálido sol del mediodía de Nevada caía a plomo, cegándolo; Slade echó un vistazo, buscando nerviosamente con la vista dónde estaba el pueblo de Purpleblossom. Todo lo que podía ver eran rocas y arena sin interés, el desierto interminable con un camino único y angosto que transitaba entre secos arbustos. 
—Hacia la derecha —dijo el operador, y volvió a introducirse en la nave temporal, apuntado—. Camina por ahí, te llevará como diez minutos. Espero que entiendas tu contrato. Será mejor que lo saques y lo leas. 
Del bolsillo interior de su traje estilo 1950, Slade sacó el contrato grande y amarillo que había hecho con Proyecto Musa. 
—Dice que tengo treinta y seis horas. Que me recogerás aquí en este lugar y que es mi responsabilidad estar aquí; si no lo hago, y no puede regresar a mi propio tiempo, la compañía no se hace responsable. 
—Correcto —dijo el operador y volvió a entrar en la nave temporal—. Buena suerte, Slade. O, debería llamarte, musa de Jack Dowlands. —Sonrió abiertamente, un poco en son de burla y otro poco con amigable simpatía, y entonces el casco se cerró tras de él. 
Jesse Slade se hallaba solo en el desierto de Nevada, a un cuarto de milla del pequeño pueblo de Purpleblossom. 
Comenzó a caminar, sudando, secándose el cuello con su pañuelo. 













No tuvo problema en localizar dónde vivía Jack Dowland ya que sólo existían siete casas en el poblado. Slade subió los peldaños sobre el desvencijado porche, viendo de reojo el jardín lleno de latas vacías, ropas tendidas, accesorios de plomería abandonados.... estacionado junto al camino vio un arcaico automóvil abandonado, arcaico incluso para el año de 1956. 
Tocó el timbre, se ajustó la corbata con nerviosismo, y una vez más repasó en su mente lo que pensaba decir. En este momento de su vida, Jack Dowland no había escrito ciencia ficción; era importante recordar eso... de hecho era el punto clave. Ésta era la encrucijada crítica de su vida, de su historia, esta fatídica llamada a la puerta. Desde luego que Dowland no sabía eso. ¿Qué estaba haciendo en su casa? ¿Escribiendo? 
¿Leyendo los chistes de algún diario de Reno? ¿Durmiendo? 
Ruidos de pasos. Con tirantez, Slade se preparó. 
La puerta se abrió. Una joven mujer con ligeros pantalones de algodón, su cabello atado hacia atrás con un listón, lo inspeccionó con calma. Slade se dio cuenta que tenía unos pies pequeños y hermosos. Usaba zapatillas; su piel era suave y brillante, y él se encontró mirándola fijamente, desacostumbrado a ver tanto en una mujer. Sus tobillos estaban completamente desnudos. 
—¿Sí? —preguntó la mujer de manera agradable pero con un toque de fatiga. Slade se dio cuenta en ese momento de que estaba aspirando; ahí en la sala estaba una aspiradora con tanque General Electric... su sola existencia probaba que los historiadores estaban equivocados; la aspiradora con tanque no había desaparecido en 1950 como pensaban. 
Slade, minuciosamente preparado, dijo con suavidad: 
—¿Señora Dowland? —La mujer asintió. En ese momento un niño pequeño pareció asomarse atrás de su madre—. Soy un admirador de la monumental obra de su marido... 
—Oh, pensó, eso no está bien—. Ejem —se corrigió, utilizando una expresión típica de ese período del siglo veinte según los libros—: Tsk, Tsk —dijo—. Lo que quiero decir es esto, señora. Conozco muy bien la obra de su marido, Jack. He cruzado los páramos del desierto, viniendo desde muy lejos para llegar aquí y observarlo en su hábitat. —Sonrió lleno de esperanza. 
—¿Conoce la obra de Jack? —Parecía sorprendida, pero completamente complacida. 
—En la televisión —dijo Slade—. Buenos guiones los suyos. —Y asintió. 
—Usted es inglés, ¿verdad? —dijo la señora Dowland—. Bien, ¿quiere pasar? —Mantuvo la puerta abierta—. Jack está trabajando ahora arriba en el ático... el ruido de los niños lo molesta. Pero sé que le gustaría detenerse y hablar con usted, especialmente si condujo desde tan lejos. Usted es el señor... 
—Slade —dijo—. Muy agradable el domicilio que tienen. 
—Gracias —Lo condujo hacia una cocina fresca y oscura en el centro de la cual se veía una mesa de plástico con cartones encerados de leche, platos de plástico, azucarero, tazas cafeteras y otros objetos sorprendentes. 
—Jack —llamó ella desde el primer tramo de las escaleras—. Aquí está un admirador tuyo. ¡Quiere verte! 
Arriba, a lo lejos, una puerta se abrió. Se oyó el sonido de los pasos de una persona y, mientras Slade permanecía rígido, Jack Dowland apareció, joven y con buen aspecto, con su cabello castaño ligeramente delgado, con un suéter y unos pantalones flojos, su cara delgada y con aspecto inteligente se veía sombría y con el ceño fruncido. 
—Estoy trabajando —dijo de manera cortante—. Aunque lo hago en casa es como cualquier otro empleo. —Miró de un vistazo a Slade—: ¿Qué desea? ¿Qué quiere decir con eso de que es un «admirador» de mi obra? ¿Cuál obra? Dios mío, hace meses que no vendo nada, estaba a punto de cambiar de idea sobre a qué dedicarme. 
—Jack Dowland —dijo Slade—, eso es porque no ha encontrado todavía el género adecuado. —Oyó su propia voz temblorosa, este era el momento. 
—¿Desearía una cerveza, señor Slade? —preguntó la señora Dowland. 
—Gracias —dijo—. Jack Dowland —dijo Slade—, estoy aquí para inspirarlo. 
—¿De dónde viene usted? —preguntó Dowland con desconfianza—. ¿Y por qué trae esa corbata tan rara? 
—¿Rara en qué sentido? —preguntó Slade, sintiéndose nervioso. 
—Con el nudo abajo y no alrededor de su nuez de Adán. —Dowland caminó alrededor de él, ahora, estudiándolo críticamente—. ¿Y por qué trae la cabeza rapada? Es demasiado joven para estar calvo. 
—Es la moda de esta época —dijo Slade débilmente—. Es preciso traer la cabeza rapada, al menos en Nueva York. 
—¡La cabeza rapada y un cuerno! —dijo Dowland—. Sé qué es usted. Una especie de maniático. ¿Qué quiere? 
—Yo quería elogiarlo —dijo Slade. 
Ahora se sentía enojado; una nueva emoción, la indignación, lo llenaba... no estaba siendo tratado adecuadamente y lo sabía. 
—Jack Dowland —dijo, tartamudeando un poco—, sé más sobre su obra que usted mismo; sé que su género adecuado no son los guiones sobre el oeste sino la ciencia ficción. Será mejor que me escuche, soy su musa. —Se quedó en silencio, entonces, respirando ruidosamente y con dificultad. 
Dowland se le quedó mirando fijamente, y luego levantó la cabeza y estalló en carcajadas. 
Sonriendo también, la señora Dowland dijo: 
—Bien, yo sabía que Jack tenía una musa pero pensé que era mujer. ¿No son todas las musas del sexo femenino? 
—No —dijo Slade colérico—, Leon Parks de Vacaville, California, inspiró a A.E. van Vogt, y era de sexo masculino. —Se sentó junto a la mesa de plástico, sintiendo sus piernas demasiado tambaleantes para sostenerlo—. Escúcheme, Jack Dowland… 
—Por el amor de Dios —llámame Jack o Dowland—, pero no de ambos modos; no es natural la forma en que hablas. Traes el «té cruzado», ¿o qué? —Hizo la seña como si inspirará algo. 
—¿Té? —repitió Slade, sin entender—. No, sólo una cerveza, por favor. 
Dowland dijo: 
—Pongamos esto en claro. Estoy ansioso por regresar a trabajar. Aunque lo haga en casa, es trabajo. 
No había tiempo ahora para que Slade enunciara todos sus elogios. Lo había preparado cuidadosamente; aclarando su garganta, comenzó: 
—Jack, si puedo llamarlo así, me pregunto por qué diablos no ha intentado escribir ciencia ficción. Creo que... 
—Te diré por qué —interrumpió Jack Dowland. Empezó a moverse hacia delante y hacia atrás, con sus manos en los bolsillos de sus pantalones—. Porque va a haber una guerra con bombas de hidrógeno. El futuro es sombrío. ¿Quién quiere escribir acerca de eso? ¡Cristo! —Sacudió la cabeza—. Y de cualquier modo, ¿quién lee esa cosa? Adolescentes con problemas en la piel. Inadaptados. Y es basura. Nómbrame una buena historia de ciencia ficción, solo una. Compré una revista en un autobús una vez que fui a Utah. ¡Basura! No voy a escribir esa basura aunque me paguen bien, y he visto que no pagan bien... como un centavo por palabra. ¿Quién puede vivir con eso? —Indignado, comenzó a subir las escaleras—. Voy a volver a trabajar. 
—Espere —dijo Slade, sintiéndose desesperado. Todo estaba yendo mal—. Escúcheme, Jack Dowland. 
—Vaya insistencia en hablar de esa manera tan rara —dijo Dowland. Pero se detuvo a esperar—. ¿Y bien? —demandó. 
Slade dijo: 
—Señor Dowland, vengo del futuro. —Se suponía que no debía decir eso, el señor Manville se lo había advertido con severidad, pero en ese momento parecía la única manera, lo único que detendría a Jack Dowland. 
—¿Qué? —dijo Dowland alzando la voz—. ¿De dónde? 
—Soy un viajero del tiempo —dijo Slade débilmente, y se quedó en silencio. 
Dowland regresó hacia él. 




Cuando llegó al punto dónde estaba la nave temporal, Slade encontró al robusto y bajo operador en el suelo junto a ésta, leyendo el diario. 
—De vuelta sano y salvo, Slade. Vamos, marchémonos. —Abrió el casco y guió a Slade a su interior. 
—Lléveme de vuelta —dijo Slade—. Sólo lléveme de vuelta. 
—¿Cuál es el problema? ¿No disfrutaste de tu labor inspiradora? 
—Sólo quiero regresar a mi propio tiempo —dijo Slade. 
—Muy bien —dijo el operador, levantando una ceja. Aseguró a Slade a su asiento y tomaron el camino de regreso. 
Cuando llegaron a Proyecto Musa, el señor Manville lo estaba aguardando. 
—Slade —dijo—, venga conmigo. —Su expresión era oscura—. Tenemos que hablar. 
Cuando estuvieron solos en la oficina de Manville, Slade comenzó: 
—Estaba de mal humor, señor Manville. No me culpe. —Se sostenía la cabeza, sintiéndose vacío e inútil. 
—Usted... —Manville se quedó mirándolo fijamente lleno de incredulidad—. ¡Falló a la hora de inspirarlo! ¡Esto nunca había sucedido antes! 
—Quizá pueda regresar una vez más —dijo Slade. 
—Dios mío —dijo Manville—, no sólo falló en inspirarlo... lo volvió en contra de la ciencia ficción. 
—¿Cómo lo supo? —preguntó Slade. Tenía la esperanza de mantener el asunto en silencio, sería un secreto que se llevaría a la tumba con él. 
Manville dijo, con mordacidad: 
—Todo lo que tuve que hacer fue mantenerme viendo las referencias relacionadas con la literatura del siglo veinte. Media hora después de su partida, todos los textos de Jack Dowland, incluyendo la media página dedicada a él en la Enciclopedia Británica... se desvanecieron. 
Slade no dijo nada; se quedó mirando fijamente hacia el suelo.

—Así que me puse a investigar —dijo Manville—. Utilicé las computadoras de la Universidad de California para buscar todas las citas existentes sobre Jack Dowland. 
—¿Encontró alguna? —murmuró Slade. 
—Sí —dijo Manville—, había un par. Minúsculas, en artículos técnicos especializados que trataban de manera minuciosa y exhaustiva ese período. Porque, gracias a usted, Jack Dowland es ahora completamente desconocido para la gente... y lo fue incluso durante su propia época. —Levantó un dedo hacia Slade, señalándolo con ira—. Gracias a usted, Jack Dowland jamás escribió su historia épica del Mundo Futuro. Gracias a su «inspiración» continuó escribiendo guiones del oeste para la televisión, y murió a los cuarenta y seis años como un escritorzuelo completamente desconocido. 
—¿No escribió nada de ciencia ficción? —preguntó Slade, incrédulo. ¿Lo había hecho tan mal? No podía creerlo; es cierto que Dowland había rechazado con amargura cada sugerencia que Slade le había hecho... cierto que había regresado a su ático con una actitud mental bastante peculiar después de discutir con Slade. Pero... 
—Bien —dijo Manville—, existe un relato de ciencia ficción de Jack Dowland. Muy corto, mediocre y totalmente desconocido. —Abriendo el cajón de su escritorio extrajo una revista amarillenta y antigua que le arrojó a Slade—. Una cuento corto llamado ORFEO CON PIES DE BARRO, escrito con el seudónimo de Philip K. Dick. Nadie lo leyó, nadie lo lee ahora... es la descripción de la visita a un tal Jack Dowland por... —Miró con furia a Slade—, por un bienintencionado idiota del futuro con la idea trastornada de inspirarlo para escribir la historia mitológica del mundo por venir. Y bien, Slade. ¿Qué tiene que decir? 
—Utilizó mi visita como base para el cuento. Obviamente —dijo Slade con dificultad. 
—Y con eso consiguió el único dinero que habría de obtener escribiendo ciencia ficción... muy poco, desgraciadamente, pero lo suficiente para justificar el intento y el tiempo empleado. Usted está en el relato, yo estoy en el relato, Dios Santo, Slade, debe haberle contado absolutamente todo. 
—Lo hice —dijo Slade—. Para convencerlo. 
—Pues bien, no quedó convencido. Pensó que era una clase de loco. Escribió la historia con una disposición mental amarga. Permítame preguntarle: ¿Estaba trabajando cuando usted llegó? 
—Sí —dijo Slade—, pero la señora Dowland dijo... 
—¡No hay, no hubo, ninguna señora Dowland! Dowland nunca se casó. Debió haber sido la esposa de algún vecino con la que Dowland tenía alguna aventura. No hay duda que estaba furioso; impidió la cita que tenía con esa chica quienquiera que haya sido. Ella aparece en el relato, también; lo escribió todo y luego abandonó su casa de Purpleblossom y se mudó a Dodge City en Kansas. 
Ambos permanecieron en silencio. 
—Eh —dijo por fin Slade—, bien, ¿podría intentarlo de nuevo? ¿Con alguien más? 
Estaba pensando en Paul Ehrlich y su bala mágica, su descubrimiento de la cura del... 
—Escuche —dijo Manville—. También he estado pensando. Va a volver pero no para inspirar al doctor Ehrlich ni a Beethoven ni a Dowland ni a nadie como ellos, a nadie útil a la sociedad. 
Con temor, Slade volteó a mirarlo. 
—Va a volver —dijo Manville entre dientes— para cortar la inspiración de gente como Adolf Hitler, Karl Marx y Sanrome Clinger... 
—¿Cree usted que soy tan ineficaz que...? —murmuró Slade. 
—Exactamente. Comenzaremos con Hitler en su periodo de encarcelamiento después del primer fallido intento de hacerse del poder en Bavaria. La época en la que le dictó «Mi Lucha» a Rudolf Hess. He discutido esto con mis superiores y todo está planeado; estará usted ahí como compañero de celda, ¿lo entiende? Y le recomendará a Hitler, así como le recomendó a Jack Dowland, que escriba. En este caso, una detallada autobiografía que exponga en detalle su programa político para el mundo. Y si todo va bien... 
—Entiendo —murmuró Slade, mirando fijamente el piso de nuevo—. Es una idea... iba a decir que era una idea inspirada pero no sé si darle ya valor a esa palabra. 
—No me dé el crédito de la idea —dijo Manville—. La obtuve de ese pobre cuento olvidado, ORFEO CON PIES DE BARRO; así es cómo finaliza. —Le dio vuelta a las páginas hasta que llegó a la parte que quería—. Lea esto, Slade. Encontrará que el relato lo trae aquí hasta encontrarse conmigo, y luego se marcha a investigar todo lo posible sobre el Partido Nazi para así poder instar a Adolf Hitler a no escribir su autobiografía y, de ahí, posiblemente, prevenir la Segunda Guerra Mundial. Y si falla con Hitler, lo intentaremos con Stalin, y si falla con Stalin, entonces... 
—Correcto —farfulló Slade—, lo entiendo; no tiene que explicármelo con tantos detalles. 
—Y usted lo hará —dijo Manville—, porque en ORFEO CON PIES DE BARRO dice estar de acuerdo. 
Slade asintió. 
—Cualquier cosa. Para tratar de compensar. 
—Es un tonto. ¿Cómo pudo hacerlo tan mal? —le dijo Manville. 
—Fue un mal día —replicó Slade—. Estoy seguro que podré hacerlo mejor la próxima vez. —Quizá con Hitler, pensó. Quizá pueda hacer un trabajo excelente para cortarle la inspiración, mejor que el que cualquiera haya hecho en la historia. 
—Le llamaremos la antimusa —dijo Manville. 
—Una buena idea —dijo Slade. 
Con cansancio, dijo Manville: 
—No me felicite; felicite a Jack Dowland. Está también en su relato. Ya al final. 
—¿Y así es cómo termina? —preguntó Slade. 
—No —dijo Manville—, finaliza conmigo presentándole una factura.... el costo de mandarlo al pasado para acabar con la inspiración de Adolfo Hitler. Quinientos dólares, por adelantado. —Dijo extendiéndole su mano—. Sólo por si no vuelve. 
Resignadamente, sintiéndose miserable, Jesse Slade, de la manera más lenta posible, sacó su cartera del bolsillo de su traje del siglo veinte. 





FIN



P.D.
Según comienzas a leer el cuento te habrá pasado como a mí, de pronto veo a Douglas Quaid con el rostro de Schwarzenegger camino de las oficinas de Memory Call, en Desafío Total, de Paul Verhoeven. Aquel Quaid lo mismo que este Slade se preguntan "¿Acaso esto es todo lo que hay en mi existencia?" e inician la búsqueda de otra realidad. Por cierto que Desafío Total también está basado en un cuento de Philip K. Dick, "Podemos recordarlo todo por usted".
Del mismo modo cuando el protagonista va camino del pasado estoy seguro que todos habéis recordado el relato de Ray Bradbury "El ruido de un trueno", incluido en el volumen "Las doradas manzanas del sol" y que refiere los viajes en el tiempo organizados por una empresa con el objetivo de cazar dinosaurios. Peter Hyams lo convirtió en una película muy floja titulada "El sonido del trueno".

Tanto el relato de Bradbury como este de Dick resultan esquemáticos. Tienen la inocencia de los tiempos pasados. Pero lo que más me llama la atención de este "Orfeo con pies de barro" son las sucesivas vueltas de tuerca que se producen al final. El bueno de Dick no sólo introduce a su admirado músico John Dowland, que ya aparecía con sus discos y todo en su novela "Fluyan mis lágrimas, dijo el policía"; sino que aquí aparece como personaje principal convertido en un famoso autor de ciencia ficción, dejando al propio Dick como un apócrifo autor...  del que estamos leyendo un relato titulado "Orfeo con los pies de barro." Brillante y juguetón el maestro.

domingo, 21 de junio de 2020

BONSÁI - de Alejandro Zambra




"Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura." 
Este es el comienzo de una novela muy corta donde la sencillez, casi coloquial, de la exposición esconde una reflexión ontológica sobre el amor y la muerte; pero también en torno a la evocación y la literatura.

La Muerte y la Doncella de Egon Schiele

Julio no ha logrado arrancar la muerte de Emilia de su corazón; pero cuando se propone evocarla se sabe condenado a la impostura. No recuperaré aquellos momentos. Sólo serán palabras. Por eso toda la narración tiene un regusto a decepción. También porque el amor se sabía condenado al fracaso. Un amor alargado más allá de lo necesario gracias a la literatura; porque Julio y Emilia se acostumbraron a que la lectura fuese su incitación; aunque no siempre les resultara fácil "encontrar en los textos algún motivo, por mínimo que sea, para follar": 

"Ambos sabían que, como se dice, el final ya estaba escrito, el final de ellos, de los jóvenes tristes que leen novelas juntos, que despiertan con libros perdidos entre las frazadas, que fuman mucha marihuana y escuchan canciones que no son las mismas que prefieren por separado (de Ella Fitzgerald, por ejemplo: son conscientes de que a esa edad aún es lícito haber descubierto recién a Ella Fitzgerald). La fantasía de ambos era al menos terminar a Proust, estirar la cuerda por siete tomos y que la última palabra (la palabra Tiempo) fuera también la última palabra prevista entre ellos. Duraron leyendo, lamentablemente, poco más de un mes, a razón de diez páginas por día. Quedaron en la página 373, y el libro permaneció, desde entonces, abierto."
Efectivamente, un libro abierto, pendiente de continuación o pendiente de escritura. El novelista Gazmuri le pregunta a Julio en un momento dado: "¿Tú escribes novelas, esas novelas de capítulos cortos, de cuarenta páginas, que están de moda?" Describiendo irónicamente esta misma novela que tenemos entre las manos. 


Este es uno de los aspectos más felices de la nouvelle, la abolición de las fronteras entre realidad y ficción: "Emilia y Julio -que no son exactamente personajes, aunque tal vez conviene pensarlos como personajes-..." Y es que la historia de ambos dialoga con fruición con un cuento de Macedonio Fernández, "Tantalia", hasta volverse plenamente autoreferencial.

"«Tantalia» es la historia de una pareja que decide comprar una plantita para conservarla como símbolo del amor que los une. Tardíamente se dan cuenta de que si la plantita se muere, con ella también morirá el amor que los une. Y que como el amor que los une es inmenso y por ningún motivo están dispuestos a sacrificarlo, deciden perder la plantita entre una multitud de plantitas idénticas. Luego viene el desconsuelo, la desgracia de saber que ya nunca podrán encontrarla."
Este relato sirve de inspiración y guía a Julio cuando pierde a Emilia porque ella se ha ido a Madrid. En esos momentos Julio conoce al novelista, Gazmuri, que le pide transcribir su última novela manuscrita, aunque luego zanja el asunto. A pesar de ello Julio decide continuar con esa ilusión: escribirá la novela en los mismos 4 cuadernos Colón que le ocupaba a Gazmuri y se la regalará a María, su vecina, que está preparando también su viaje a Madrid ("Todas las minas se te van a Madrid, hubiera sido la broma de los amigos vulgares de Julio; pero Julio no tiene amigos vulgares"). La novela se titulará Bonsái y va sobre
"un hombre que se entera por la radio de que un amor de juventud ha muerto. Ahí empieza todo, absolutamente todo.
¿Y cómo sigue?
Él nunca la olvidó, fue su gran amor. Cuando jóvenes cuidaban una plantita.
¿Una plantitua? ¿Un bonsái?
Eso, un bonsai. Decidieron comprar un bonsái para simbolizar en él el amor inmenso que los unía. Después todo se va la mierda, pero él nunca la olvida."
De hecho cuando ella muere, él piensa que la mejor manera de recordarla es hacerse de nuevo con un bonsái; pero no comprándolo, sino cuidándolo, haciéndolo crecer. Como la propia escritura de esta novela, un espejo más entre realidad y ficción. "Cuidar un bonsái es como escribir, piensa Julio. Escribir es como cuidar un bonsái, piensa Julio."

Montaje sobre un autorretrato de Egon Schiele

Julio y su recuerdo de Emilia (al final muerta en Madrid), frente al relato "Tantalia" y la novela Bonsái, que reinventa una novela del novelista Gamuri a la vez que remeda la propia historia de Julio y Emilia, nos colocan en una sala/novela llena de espejos donde constantemente reverberan símbolos y estructuras narrativas. 

"La primera reunión imaginaria con Gazmuri tiene lugar ese mismo domingo. Julio compra cuatro cuadernos Colón y se pasa la tarde escribiendo en un banco del Parque Forestal. Escribe frenéticamente, con una caligrafía fingida. Por la noche sigue trabajando en Bonsái y el lunes en la mañana ya ha terminado el primer cuaderno de la novela. Borronea algunos párrafos, derrama café e incluso esparce huellas de cenizas en el manuscrito."
"Durante los meses siguientes Julio dedica las mañanas a fingir la letra de Gazmuri y pasa las tardes frente al computador transcribiendo una novela que ya no sabe si es ajena o propia, pero que se ha propuesto terminar, terminar de imaginar, al menos. Piensa que el texto definitivo es el regalo de despedida perfecto o el único regalo posible para María."
Después de acabar en un suspiro esta novela corta donde se da cuenta de la vida de Emilia y Julio, creo que el autor utiliza al bonsái como símbolo y metáfora. Como símbolo de un amor vivo y concentrado. Como metáfora de una forma de narrar, llena de elipsis y recortes, hasta dejar lo esencial. 

Aunque en la sencillez de esta miniatura también se da una paradoja: siendo el bonsái una copia en miniatura no es menos que el árbol que reproduce, sino una réplica fractal, completa y minuciosa: con tronco y raíces, ramas principales y secundarias, copas y nervaduras, chupones y hojas. Del mismo modo esta breve novela está completa y plena.





P.D.
Me gusta mucho el comentario de la solapa que cita a Borges, el cual "aconsejaba escribir como si se estuviera redactando el resumen de una obra ya escrita. Y eso es, precisamente, lo que ha hecho Alejandro Zambra en este libro que -del mismo modo que un bonsái no es un árbol- más que una novela corta o una relato largo es una novela-resumen o, justamente, una novela -bonsái."
Como podréis comprender estoy de acuerdo con la primera parte "escribir como si se estuviera redactando un resumen": prima el estilo indirecto y la referencia, se rompe la línea temporal y se difumina la frontera entre realidad y ficción. Gana la literatura. Pero no con la segunda: no se trata de una novela-resumen y el bonsái sí es un árbol.

jueves, 18 de junio de 2020

SHANGRI-LA - de Mathieu Bablet




La ciencia ficción ha demostrado su capacidad para explorar profundidades siderales, sociedades futuras y paradojas temporales. El carácter aventurero que aporta es innegable, pero también, y en no pocos casos, ha rastreado cuestiones antropológicas y filosóficas de calado. ¿Qué es el ser humano? ¿Cuál es su destino? Shangri-la pertenece a este grupo de obras de ciencia ficción reflexiva y la apuesta de Bablet resulta brillante y muy ambiciosa. No en vano su arco temporal ocupa más de un millón de años y llega hasta los albores de una nueva humanidad....aunque los males sociales que critica los tenemos bien cercanos.

En un futuro donde la Tierra es inhabitable por una catástrofe medioambiental, los restos de la Humanidad viven refugiados en una estación espacial gigantesca, gobernada por la empresa Tianzhu Enterprise. Los supervivientes llevan 200 años de exilio medioambiental y se han acomodado a una existencia placentera pero de miras muy cortas. La droga de este adormecimiento es un consumismo galopante. Tianzhu Enterprise se preocupa de alimentar con generosidad al monstruo con todo tipo de productos y servicios: Tianzhu TV, Tianzhu Phones, Tianzhu Fitness, Thianzu Burgers…pero soterradamente se están produciendo cambios.






El protagonista es Scott, un experto piloto espacial que Tianzhu contrata para misiones secretas. En este caso le han encargado que investigue ciertos experimentos que se están llevando a cabo con resultados catastróficos en varias estaciones. Por su parte un equipo de científicos rebeldes se han lanzado a terraformar Titán, la luna de Saturno, para instalar allí una nueva raza creada ex novo, el homo stelaris. Un salto definitivo en la evolución de la Humanidad, la creación.

De este modo Bablet pone ante nuestras narices no una sino dos Shangri-las, dos sociedades aparentemente ideales y perfectas. En Tianzhu todo el mundo puede tener lo que quiera. Los paneles repiten machaconamente los mensajes publicitarios hasta la saciedad: "Comprar, usar, comprar de nuevo", "Trabajar, dormir, trabajar", "Lo deseo...". Incluso el malestar social lo afrontan los gobernantes de Tianzhu con estrategias puramente comerciales: "Adelantemos la salida al mercado de la Tianzhu-Tab7 y ¡al 50%!. Todos olvidarán sus quejas."

Pero en cada regreso a la base, Scott se percata de que algunos miembros de su tripulación se están decantando por un movimiento revolucionario que está cogiendo auge.

De modo que las líneas maestras de la historia se dividen en tres derroteros: las investigaciones de Scott sobre las explosiones en las naves, los científicos rebeldes decididos a formar el homo estelaris y las revueltas dirigidas por el misterioso Mr. Sunshine. Por el camino iremos conociendo más detalles de esta sociedad: Los animoides (animales humanizados) a los que han creado para trabajar y relacionarse con ellos; pero a los que desprecian y golpean con verdadero racismo. Los habitáculos donde viven que son una especie de nicho mínimo. El aborregamiento de la población. La indiferencia de los dirigentes de Tianzhu ante las manifestaciones rebeldes.

El cómic cumple perfectamente lo que se propone. Lanzar hipótesis y hacer reflexionar al lector en cuanto a nuestro futuro como especie o sobre nuestra propia función en el universo. Las viñetas delatan temas tan diversos como el consumo extremo, el medioambiente, el racismo, el control social o los límites de la ciencia. La sociedad de la estación Tianzhu es hiperconsumista y está controlada por la publicidad, dejando de lado cualquier reflexión sobre su condición. Precisamente sería un compañero de Scott, Virgilio (como el poeta que acompañó a Dante en su descenso a los infiernos) el que le abrirá los ojos a la realidad, haciéndole ver que por simple comodidad ha renunciado a sus libertades individuales. 

En una historia que cuenta el camino hacia la destrucción de una sociedad supuestamente perfecta se cruzan múltiples referencias, desde el 1984 de Orwell o El Mundo Feliz de Huxley, hasta La Noche de los Tiempos de Barjavel o La Isla del Dr. Moreau, de H.G. Wells, hablando de manipulación genética. Por supuesto el cómic nos remite al best-seller de 1933, Horizontes Lejanos, del británico James Hilton, donde aparece por primera vez Shangri-La, un espacio edénico y secreto, aislado entre montañas, donde la sabiduría te acompaña durante una vida que parece eterna. No es la única referencia oriental del cómic, el nombre de la Corporación, Thianzu, es la palabra china que utilizaron los jesuitas para designar a Dios durante la evangelización en China. Finalmente el homo estelaris nos lleva directamente al último plano del maravilloso poema visual de Kubrik, 2001: una odisea espacial.























El cómic tiene una estructura en tres bloques. En el primero vemos a Scott, náufrago en una dimensión espacio-temporal remota. El segundo es el más prolongado y desarrolla los eventos ocurridos en la estación Tianzhu. En el tercero se lanzan dos líneas de futuro como salida al caos en el que las revueltas han sumido a la estación espacial. Una que aterriza en Titán y otra que aterriza en la Tierra.

La verdad es que toda la crítica social sobre el consumismo se plasma de una forma excesivamente evidente y poco sutil. Resulta más contundente su exposición sobre el racismo y el maltrato animal. Esas viñetas descubren el lado oscuro de la estación Tianzhu y me provocaron una sincera emoción. También hay amargura en la lucha por el poder entre los regidores de Tianzhu y los revolucionarios de Mr. Sunshine. Una línea argumental muy bien desarrollada que habla de cómo los poderosos siempre repiten esquemas y utilizan al personal. También interesa el debate que surge entre la tripulación de Scott sobre la legitimación del terrorismo, cuestión que nos remite directamente a V, de Vendetta, del gran Alan Moore.

Y sobrevolando todo ello llama la atención la envergadura visual del cómic, que es apabullante. Las imágenes exteriores nos trasladan la sensación de inmensidad del espacio de un modo asombroso, resaltando la vulnerabilidad del ser humano en un entorno tan gigantesco. También las viñetas interiores de la estación evidencian la enormidad de la colmena donde se hacina la Humanidad que, además nos es mostrada con gran detalle, sin ahorrarse el nivel de suciedad y residuos que los años han ido acumulando.

En la composición de las páginas los escenarios adquieren gran relevancia, dotando al cómic de una variedad de ambientes muy estimulante, que se acrecienta con su excepcional uso del color que completa la atmósfera del relato y refuerza la intensidad de algunas escenas. 
















Ciencia ficción dura para reflexionar sobre el destino de la Humanidad. 

viernes, 12 de junio de 2020

FUGA - de Juan Antonio Espigares


Fuga narra la historia de Sara, una recién llegada al Conservatorio de Santa Cecilia (patrona de la música), donde "descubrirá dramáticamente que existen más formas de interpretar cada lado del prisma desde el que percibe su realidad y su talento". La banda sonora de la película corre a cargo del compositor y director de orquesta malagueño Arturo Díez Boscovich y está interpretada por la Orquesta Filarmónica de Málaga. El proyecto se gestó en 2009 a raíz de una conversación entre el director y el compositor, con la intención de crear una obra con un marcado sentido operístico, carente de diálogos y con la música sinfónica como principal hilo conductor para arrastrarnos mejor a través de los vaivenes emocionales de esta joven violinista.
Esta perfecta conjunción entre música e imágenes es lo más potente del corto. Sus violines y contrapuntos mezclados con una animación muy expresionista, que mezcla modernas técnicas 3D con imagen real,
nos introducen muy poéticamente en el tormentoso mundo interior de Sara.  
Es interesante apreciar la contraposición del término musical "fuga" (reiteración del tema principal por cada una de las voces o instrumentos) con el desarrollo de la historia.

El corto ha recorrido los Festivales de todo el mundo ganando más de 17 premios nacionales e internacionales.
2012: Festival de Sitges: Mejor cortometraje de animación
2012: Festival de Málaga de Cine Español: Mejor corto de animación
2012: Festival Internacional de Animación Mundos Digitales: Mejor corto nacional
2012: Premio Jerry Goldsmith a la Mejor banda sonora



miércoles, 10 de junio de 2020

VIVIR ABAJO - de Gustavo Faverón Patriau





Digámoslo cuanto antes: esta novela es portentosa.
Acabo de concluir su lectura y todavía estoy alucinando con su arquitectura abrumadora y la intensidad vital y lacerante de unos personajes marcados a hierro por las torturas y el espanto.

La novela se configura como un laberinto de historias que ferozmente se van trenzando entre sí como si un diablo enajenado estuviese jugando a mezclar víctimas y torturadores en un paisaje de locura y horror.

Toda la narración es un gigantesco y laberíntico flashback alrededor de la figura de George W. Bennett, hijo homónimo de George Bennett, secreto torturador y diseñador de cárceles a sueldo de la CIA para los dictadores de Latinoamérica en los años 70. Su apacible vida familiar en Maine revienta finalmente cuando asesina al mejor amigo de su hijo, Chuck Attanasio, y se descubre su perversa inclinación a la tortura. Encerrado en una cárcel-manicomio da oportunidad a su hijo para rebuscar entre sus papeles y profundizar hasta un doble sótano secreto donde su padre escondía las pruebas de los horrores en que participaba. 

Perturbado por todo ello, George huye hacia Paraguay, Chile, Argentina y Perú para encontrar el rastro de su padre e intentar resarcir sus delitos; pero también para encontrarse a sí mismo y saber cuánto de su progenitor perdura en él. Con el tiempo llega a obsesionarse con el cuadro "La extracción de la piedra de la locura" de Hieronymus Bosch.
"Le pregunté a qué le tenía miedo. Dijo que se tenía miedo a sí mismo. Miedo de ser como su padre, de ser su padre. Le dije que él no era como su padre. Me dijo que eso tendría que descubrirlo y que descubrirlo lo iba a tomar, probablemente, el resto de su vida. Se quedó un rato mirando el piso y cuando alzó los ojos dijo que eso no era lo peor. Dijo que había divisado un plan para demostarse a sí mismo que él era todo lo contrario de su padre, pero que, para cumplir ese plan, iba a tener que hacer cosas muy parecidas a las que su padre había hecho." pág. 267
Su desequilibrio comienza cuando el único recuerdo que se lleva de casa es una máscara de oso que su padre usaba en situaciones especiales. Ahora él la necesita para conciliar el sueño, mientras se despeña por pesadillas no peores que su realidad: en su periplo por Latinoamérica se encuentra con víctimas de torturas y torturadores adiestrados por su padre, con una red secreta de nazis, con sangrientos guerrilleros de Sendero Luminoso e incluso llega a visitar una cárcel diseñada por su padre en la que fatalmente acaba prisionero durante ocho años. 
Esta es la novela contada en línea recta, lo cual la empobrece sin remedio.
Fotografía de Brandon Kidwell


En cambio Gustavo Faverón monta un mecanismo narrativo de primera magnitud, a base de tejer una tupida red de historias que se solapan y cruzan en distintos espacios y líneas temporales hasta provocar un auténtico torrente narrador, enfebrecido y laberíntico.

El libro se divide en cuatro partes que lo son de una investigación sobre George Bennett hijo persiguiendo los rastros de su padre. En la primera parte, "La piedra de la locura", el narrador nos presenta una serie de notas de cuando coincidió con el joven Bennett en Lima, en 1992, mezcladas con un diario de 2015 en el que todavía sigue su rastro. La segunda parte, "La salud de Mrs. Richards", es un largo monólogo de Laura, casada con Clay Richards, profesor de Biología en la universidad, que la rescató de una vida doliente en el Perú, para acabar viviendo cerca de Boston y convertirse en mentora de un George Bennett de once años que empieza a obsesionarse con el cine. A
 través de los capítulos que son los días de una semana, Laura cuenta su vida en Maine entre 1970 y 1980. Una larga entrevista en la que al final te das cuenta que no es más que otra carpeta de esa pesquisa continua en la que está empeñado el narrador. Esta parte llega hasta el crimen de George Bennett padre y su encierro en la cárcel-manicomio. 


En la tercera parte, "Puentes frágilmente construidos", George Bennett hijo inicia su periplo por Sudamérica, entre 1980 y 1992, siguiendo el rastro criminal de su padre. Identidades tergiversadas y líneas temporales solapadas conforman un relato alucinatorio. Finalmente en la cuarta parte, "Las reapariciones", regresa la voz narrativa inicial para reconstruir definitivamente el puzzle. Este aspecto añade a la novela dramática e histórica una intriga de novela negra que no se revela sino hasta la frase final.

Se cita a Bolaño y se cita a Borges como referencias, por el manejo de recursos metaliterarios y por convertir el relato en la investigación de un profesor de Literatura sobre un cineasta de oscuro pasado.
 Pero ese protagonista que deambula por un territorio fantasmagórico en busca de sí mismo, esa relación enfermiza con el padre, más el manejo de un tiempo que se vuelve onírico donde resuenan relatos alucinados me recuerda sobretodo a Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato

La novela es memorable por la arquitectura de vidas, espacios y tiempos que se cruzan y entretejen de forma asombrosa. También por el solapamiento casi infinito de historias surgiendo unas de otras; pero resaltaré algún otro aspecto que me fascinado, como el de la DUPLICIDAD Y SUPLANTACIÓN. En una novela donde las historias se multiplican por doquier, hablar de duplicidades parecería una forma de saturación; pero creo que es coherente con el carácter obsesivo del relato y el juego de referencias cruzadas que lo sustenta. Empieza por la duplicidad de los dos Bennett y se disemina por toda la novela hasta llegar a la duplicidad de la cárcel-reloj diseñada por su padre, un zulo subterráneo con una plazoleta central de la que parten doce túneles llenos de celdas, dispuestos como las horas de un reloj. Un lugar donde no existe el tiempo, pero que tiene forma de reloj, reflexiona George, quien la reproducirá al final, cuando se retire enloquecido a la Sierra de Bolivia.


























Por en medio tenemos a los dos Chuck Attanasio, el amigo de la infancia al que mató su padre y el perucho que presenció escondido la masacre de toda su aldea por una brigada de Sendero Luminoso. No sólo comparten nombre, ambos tocan a la guitarra larguísimos temas alucinados y ambos tienen el sobrenombre de El Murciélago. Duplicidad se da también en los dos hermanos alemanes Schiller que se suplantan, uno torturador nazi y otro profesor de Arte que acaba cuidando de Ariadna, la joven fruto de una violación.

Encuentro una imagen especular (otro reflejo más) del propio libro en sus mismas páginas, cuando Laura Richards (que es Laura Trujillo) se refiere a una de las múltiples novelas que le llegan anónimamente mecanografiadas: 
"A mediodía del viernes había comenzado la sexta (seiscientas cuarentaiún páginas, fechada el 23 de febrero de 1971), la más confusa pero sin duda la mejor hasta ese punto, una novela que cuenta centenares de historias, en todas las cuales, en algún momento, interviene de manera más o menos inopinada cierto personaje secundario. Este es un hombre de unos ciencuenta años, de ojeras hundidas, manos velludas y mirada tenebrosa, que lleva una máscara en la mano y habla muy poco, casi nada. Pero, cuando lo hace, tiene la voz grave y rencorosa, y al pronunciar las palabras va moviéndole los labios a su máscara."
El reflejo persiste entre los campos de exterminio nazi, las cárceles de los torturadores y los zoológicos humanos que estuvieron en boga en cierta época y que refiere al narrador, el poeta Jaime Saenz. En muchas otras historias pululan los reflejos, como en la de Clay Richards que participó en la 2ª Guerra Mundial y en Serbia mató (accidentalmente) a una mujer y a sus tres hijas. 20 años después sufrirá él mismo una ignominia semejante, como cuenta su segunda esposa Laura. 
"Pensé en Clay. ¿Era posible que Clay hubiera matado a una mujer y a sus tres hijas (y además al teniente Atticus Johnson) en Yugoslavia? Y si era cierto: ¿qué habrá pasado por su cabeza, muchos años después, cuando un hombre entró a su casa (a esta casa) y mató a su esposa y a sus tres hijos?" pág. 162
En este punto recordé el horror que sentía Borges ante los espejos. Para él duplicaban infinitamente el mundo hasta convertirlo en un monstruoso laberinto.

Otro de los aspectos más intrigantes del libro es LA TRAMA DEL TIEMPO que desarrolla la novela. Raymunda Walsh habla de una película de 1982 en 1981, el poeta (o su impostor) visita a George Bennett mientras está preso y le relata proféticamente sus próximos años, relato que suplanta a la novela y que se da por cierto. Entonces ¿cuándo está ocurriendo todo? ¿mientras lo cuenta el poeta o mientras lo está viviendo Bennett? (quizás resulta indiferente). Al propio Bennett le ocurre que cuando conoce al poeta, éste le dice que está escribiendo su libro de poemas La Noche, que él ya ha leído en la biblioteca prohibida de su padre.
"Sé perfectamente quien es el maestro Jaime Saenz: he leído todos sus libros, por lo menos los libros de poesía, incluso el magnífico La Noche. Eso es curioso, dice Jaime Saenz, porque así se llama el libro que estoy escribiendo, libro que no creo haber publicado, pues de otro modo no lo estaría escribiendo, a menos de que me haya vuelto loco." pág 277
Este aspecto mágico o profético resulta escalofriante en algunos casos, como cuando en el sótano de su padre recién encarcelado encuentra unos trozos de película que al unirlos y reproducirlos salmodian un "No mates al niño ciego". Circunstancia ante la que, efectivamente, se encuentra George años después.

Laura Richards, que antes fue Laura Trujillo, también fue torturada y violada en el sótano de su casa en Lima. Ella explica muy bien la percepción del tiempo durante la tortura.
"Estuve lúcida siempre. Eso es lo peor. Ese es, de cierta forma, el corazón de la tragedia. Recuerdo cada detalle y puedo poner en orden cada hecho y cada sentimiento y cada repulsión empecinada y asociarlo con el vuelo de cada insecto y el olor de cada lata abierta y el retintineo de esa lata al caer y el crujido de cada paso en la escalera. Contarte esos nueves meses de mi vida me tomaría nueves meses de mi vida, lo sé porque una vez lo hice, mentalmente, y porque también recuerdo que lo hice mientras ocurría: todo el tiempo escuché mi voz que describía el presente desde un tiempo equivalente pero distinto. Ese tiempo es el infierno, es real, yo estuve ahí." pág. 260


SOLAPAMIENTO DE HISTORIAS. Si tengo que ordenarlas por importancia, la primera esencia del libro es el mal, esos túneles de horror y tortura que aparecen allí donde habita el hombre. La segunda esencia sería el carácter cervantino de esta aventura donde se van depositando cientos de historias que se cruzan y entreveran formando un todo laberíntico y enajenado. Se puede decir que quien lee Vivir abajo lee muchas novelas a la vez. ¡Sólo el autor anónimo que remite sus novelas mecanografiadas desde Valparaíso a Maine envía más de 130! y muchas de ellas aparecen reseñadas. 

En las 665 páginas del libro hay novelas metafísicas y de amor, novelas policíacas y urbanas, novelas políticas y de guerra, historias del nazismo en Chile antes de Hitler, crónicas de literatura y de cine (Ay el loco de Fitzcarraldo del no menos sádico Werner Herzog) y relatos fantásticos que suelen ocurrir en sótanos. Cada personaje que se acerca al proscenio viene a cuestas con su propia encrucijada. Una suma de itinerarios que informan de un colosal descenso a los infiernos.
"Lo curioso de esa semana sin Clay es que en ella, es decir, durante su ausencia, comenzaron las dos historias que llenaron mis días de espanto y también de misterio, en el sentido religioso, digamos, más que en el sentido literario, o quizás al revés, al menos por un tiempo, y también de esperanza, por un tiempo más corto, y también de desesperación, por un tiempo mucho más largo, dos historias que parecieron terminar hace mucho, a principios de los años ochenta, casi a la vez, pero que ahora veo que no habían terminado: la historia de los Atanasio y la historia de las novelas anónimas. Las dos tiene que ver con esa otra, la que te ha hecho venir a verme, la historia de George. Por eso es que me detengo a contártelas, para que todo te quede claro." pág 78
El autor pone en pie esta epopeya de dolor y destrucción reuniendo los vestigios de más de dos docenas de personajes, cuyas vidas laceradas se cruzan inexorablemente en un laberinto subterráneo de cárceles y sótanos que atraviesa la Segunda Guerra Mundial, la de Corea, las torturas en las dictaduras latinoamericanas de los 70, la influencia de la CIA en esa repúblicas, la muerte del Che Guevara y toda la interminable locura de fuego y sangre que enfanga el siglo XX. Cuenta el autor que el título Vivir abajo es un robo de un novela de Fogwill, Vivir afuera; y que con él quiere aludir "a la oscuridad y casi a la clandestinidad en la que transcurre la mayor parte de la historia mundial."

Monumental, alucinante y devastadora.