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sábado, 15 de julio de 2023

HIELO - de Anna Kavan




Encuentro en el blog de Lorena (Gijón, Bióloga, cosecha del 77) ElPaxaruVerde, esta estupenda entrada sobre una autora que no conocía. Creo que es un artículo perfecto para el epígrafe InCitaciones.



"Anna Kavan nació en Cannes en 1901 con el nombre de Helen Emily Woods. Sus primeros libros, mucho más convencionales que el que nos ocupa en esta entrada, los firmó con el nombre de Helen Ferguson, adoptando así el apellido de su primer marido. Posteriormente eligió como seudónimo el nombre del personaje de una de esas novelas, Let me alone, en la que había dejado plasmada la infelicidad de su primer matrimonio. Este cambio de nombre coincide con un cambio drástico de su estilo narrativo, se dice que influenciada por la obra de Franz Kafka. El primer libro que firma como Anna Kavan es el apetecible El descenso, publicado en España por Navona Editorial, colección de relatos interrelacionados inspirados en el ingreso en un centro psiquiátrico de la autora británica y en sus episodios paranoicos. En 1967, tan solo un año antes de su muerte, publica Hielo, considerada su obra maestra. Su vida estuvo marcada por el temprano suicidio de su padre, sus dos matrimonios fallidos, la pérdida de su hijo durante la Segunda Guerra Mundial, varios intentos de suicidio y su adicción a las drogas. Murió en Londres en 1968 de un infarto.
(...)

Parece ser que la interpretación que se hizo de Hielo cambió tras la muerte de su autora al saberse de su drogadicción. Es fácil de hacer la analogía entre el manto blanco que se va expandiendo por doquier en esta novela y ese otro blanco de la heroína que también termina por invadirlo todo. «Su horrible paz blanca», escribe Anna Kavan en esta novela refiriéndose al hielo. Qué duda cabe que la heroína fue para ella como para tantos otros su horrible paz blanca, pero no necesariamente, cuando escribió esas palabras en su novela, tenía por qué estar refiriéndose a ella. O sí. O también sí.

Cuenta el editor de esta novela, Jan Arimany, en una nota, que ante la respuesta escéptica de su editor a la recepción de Hielo Anna Kavan le responde «diciendo que no había querido escribir una novela realista, sino "una especie de fábula actual" con una atmósfera onírica». Sinceramente, no se me ocurre mejor descripción de esta novela.



Hielo está considerada una novela de ciencia ficción. En mi opinión, se trata en concreto de una distopía. Y las distopías pueden ser un recurso estupendo para criticar la realidad y hacer reflexionar sobre ella. Como bien dice Rodrigo Breto en su prólogo, «toda obra es producto de su tiempo y hielo no es ajena a la máxima: escrita en plena Guerra Fría, con el regusto de la crisis de los misiles cubanos de 1961 que puso al mundo de rodillas ante una más que posible debacle nuclear». Ahora bien, si os describo un poco el escenario en el que se desarrolla esta novela tal vez sintáis esta obra como producto no solo del tiempo de su autora sino también del nuestro: consecuencias devastadoras del cambio climático, conflictos bélicos entre países, un mundo cada vez más militarizado, escasez de recursos, control de la información por parte de los gobiernos para no desatar el pánico entre la población, rumores descabellados que desatan el pánico entre la población, éxodo de poblaciones, refugiados,...

Hielo es claramente una novela sobre la autodestrucción. Podemos ver en ella la propia destrucción de Anna Kavan o podemos ver la destrucción del planeta Tierra. 
(...)

Supongo que ha llegado el momento de hablaros de ese narrador, del resto de personajes, de la trama de esta novela. Supongo que a eso hemos venido, tanto vosotros como yo. Qué puedo deciros más allá de que Hielo es una novela rara, rara, rara. Y no me quejo, pues presumía que podía ser así. Pero de verdad que al principio me ha costado, me he tenido que pelear con ella, consideré incluso la posibilidad de abandonar su lectura. No lo hice. Seguí no sé si porque es un libro corto, si por intuición, si porque me va la marcha o qué sé yo. Conseguí ubicarme entre su confusión y sus contradicciones, entre sus salpicaduras de onirismo, y la terminé. Me alegro de haberlo hecho, pues Hielo es de esos libros que crecen tras su lectura, a los que quizás nunca se logra alcanzar o entender en su totalidad pero cuyo significado se va redimensionando con el tiempo.

El narrador es un hombre que emprende la búsqueda de una mujer. Se trata de una chica con la que tuvo relación en el pasado. Siente una necesidad imperiosa de protegerla hasta el punto de que su búsqueda se vuelve obsesiva. Cree vislumbrarla en ocasiones pero nunca llega a alcanzarla. Cuando por fin la encuentra, ella lo rechaza o huye y así comienza nuevamente la búsqueda.
«Ambos la perseguían, pero la chica no entendía por qué. Sin embargo, lo aceptó, igual que asumió todo lo que le ocurría. Esperaba que la tratasen mal, que la convirtieran en una víctima, que la destruyesen, y que lo hicieran, o bien poderes desconocidos, o bien seres humanos. Parecía que ese era su destino desde el principio de los tiempos. Solo el amor, quizás, hubiese podido salvarla. Pero nunca había buscado el amor. Su destino era sufrir: lo sabía y lo aceptaba. La fatalidad trajo consigo la resignación. Era inútil luchar contra ello. Sabía que la habían derrotado antes de empezar».


Ambos perseguidores son el hombre y el custodio, personaje que ostenta una alta cuota de poder en el nuevo orden del mundo. El hombre quiere rescatar a la chica del custodio. Ambos personajes son antagonistas y a la vez se parecen mucho, como si fueran las dos caras de una misma moneda, como si fueran «dos tipos que estaban en el mismo bando, o que quizás fueran la misma persona», llegando incluso el narrador a desorientarse y a dudar de su propia identidad.
«Nuestras miradas chocaron de un modo indescriptible. Parecía que estuviera viendo mi propio reflejo. De repente, me vi enredado en una confusión absoluta: no sabía quién era quién. Éramos como la mitad del otro, unidos en una especie de simbiosis misteriosa. Luché por mantener mi identidad, pero todos mis esfuerzos fallaron a la hora de mantenernos separados. En todo momento, sentí que no era yo mismo, sino él. Incluso por un instante me pareció que llevaba su ropa. Me marché de allí confundido; más tarde no supe qué había ocurrido, o si había sucedido algo en realidad».
Los tres personajes principales forman un triángulo nocivo. Se detecta en sus relaciones una violencia soterrada. La chica es como el planeta Tierra al que todos quieren expoliar. El custodio es el hombre al que no le importan los medios para conseguir sus fines. El hombre es pura contradicción (la chica a veces también lo es). Busca a la chica para protegerla de un daño que él mismo es capaz de causarle. «Con un brazo le daba calor y apoyo; el otro era el brazo ejecutor».

Ninguno de los personajes tiene nombre. La narración contiene varios detalles simbólicos como, por ejemplo, la uniformidad en el vestuario. La prosa de Kavan en ocasiones es seca; en otras, crea bellas descripciones del paisaje helado. Todo en esta novela es frío. Es frío el hielo que se extiende amenazador sobre la superficie de la Tierra. Son fríos los personajes. Son fríos sus comportamientos. Es fría esa continua constatación de que de un modo u otro, y probablemente no a mucho tardar, todos vamos a morir."
(...)

jueves, 24 de febrero de 2022

UN CASO de CONCIENCIA - de James Blish



Frecuentemente, como se puede comprobar en este blog, echo mano de un libro pretérito de mi estantería porque no quiero ser prisionero de las novedades y porque me gusta leer obras significativas sean de la época que sean. Pues bien, el verano pasado leí «Un caso de conciencia», de James Blish, novela con la que consiguió el Premio Hugo en 1959. Me pareció notable pero no conseguí dar forma a un comentario satisfactorio. Había mucha tela que cortar, de modo que ahí se quedaron mis notas. 
Sin embargo, navegando por internet, que es otro modo de recorrer el tiempo y la historia, encontré este artículo de Manuel Rodríguez Yagüe sobre la novela que es muy satisfactorio. Manuel Rodríguez sí ha sabido comentar y expandir las ideas contenidas en la novela.  
Reproduzco aquí unos extractos del artículo. 





«Existen innumerables soles; innumerables tierras giran alrededor de esos soles de forma similar a la de nuestros planetas moviéndose alrededor de nuestro Sol. Seres vivos habitan esos mundos». Estas palabras las escribió el místico italiano Giordano Bruno en su obra Del universo infinito y los mundos, (1584). Bruno, un seguidor del nuevo modelo del Cosmos descrito por Copérnico fue arrestado por la Inquisición en Venecia en 1591 y quemado en la hoguera en 1600 por creer en alienígenas y otras supuestas herejías.

Bruno era un pluralista apasionado y visionario. Su crimen fue pensar y exponer que el universo era infinito y que en su interior albergaba incontables mundos. Poblaba de seres los planetas y las estrellas, les atribuía almas individuales e incluso dotaba de conciencia al Universo entero ¿Qué había de escandaloso en las ideas de Bruno? ¿Por qué se consideraba herético proclamar la existencia de mundos habitados diferentes de la Tierra? (...)

El problema teológico se puede resumir de esta forma: si hay muchos mundos y cada uno de ellos alberga seres inteligentes, implícitamente se niega el carácter extraordinario de la crucifixión de Jesucristo y, por lo tanto, el propio cristianismo se devalúa. La Iglesia predica que Dios envió a Cristo a la Tierra para redimir a la Humanidad, una raza creada a Su Imagen y Semejanza. Aquel sacrificio fue un hecho singular y milagroso, que establecía un lazo sagrado entre el Hombre y Dios. Pero si la Humanidad no es sino una más entre muchas especies inteligentes en el Cosmos, ¿qué hay de los otros? ¿Han sido también redimidos por sus propios Cristos –una posibilidad que erosionaría la excepcionalidad del sacrificio de Jesús en nuestro mundo–? ¿O han quedado excluidos de la posibilidad de salvación –lo que ofrece una imagen ciertamente cruel e injusta de Dios–?
(...)


Ya en el siglo XX, los escritores de ciencia-ficción tendieron a anclar sus historias en el racionalismo y decidieron, o bien ignorar el elemento religioso inherente en el hombre o bien tratarlo (como se puede ver en algunos relatos de Heinlein o Asimov) con simplista suspicacia, cuando no clara animadversión.

Otros autores, en cambio, optaron por el camino opuesto, como C. S. Lewis, cuya Trilogía de Ransom (1938-1947) contemplaba el universo como el marco de actuación de fuerzas místicas donde Marte, la Tierra o Venus ejercían de campo de batalla entre el Bien y el Mal. El trabajo de Lewis llevó a otros escritores como Ray Bradbury («El hombre», «Los globos de fuego») o Harry Harrison (Las calles de Ashkelon) a considerar la cuestión de cómo entenderían los alienígenas la idea de Dios, y si en sus culturas podría existir la figura del Mesías. La novela que ahora comentamos, Un caso de conciencia explora esas mismas ideas.

Un equipo de cuatro científicos, (el biólogo y jesuita Ruiz-Sánchez, el físico Michelis, el geólogo Agronski y el químico Carver) han sido enviados al planeta Litia en misión exploratoria, y para decidir si es apto para el establecimiento de asentamientos de algún tipo, o por el contrario, someterlo a cuarentena. La particularidad de ese mundo es que es el único que se ha encontrado habitado por seres inteligentes. Aún más, su ecosistema se asemeja al de la Tierra jurásica, con espesos bosques y unos seres mezcla de canguros y dinosaurios, que han construido lo que parece ser una utopía en la que reina la paz social: no existen guerras ni crimen y además gozan de desarrollo científico, al tiempo que de una perfecta adaptación al medio ambiente.


El veredicto se halla dividido: Michelis cree que el planeta debería ser abierto al contacto con la Tierra para que así la Humanidad pueda beneficiarse del conocimiento de unos seres tan pacíficos como los litianos. Carver, por su parte, cree que la riqueza mineral en litio y tritio hace a ese mundo ideal como fábrica de armamento nuclear. Agronski vacila entre los puntos de vista de sus dos compañeros.

Pero la conclusión más chocante es la que aporta el jesuita Ruiz-Sánchez, profundamente afectado por descubrir la total ausencia de sentido divino en los litianos. No carecen de moralidad, pero ésta viene regida por la más fría lógica y no inspirada por creencias transmitidas, de una forma u otra, directa o indirectamente, por un ser superior. En lugar de plantearse que quizá sus propias creencias estén equivocadas, Ruiz-Sánchez llega a la conclusión de que esa disociación entre la perfección biológica y social y la ausencia de creencias en lo trascendente, unido a la imposibilidad estadística de encontrar en la inmensidad del universo un planeta con esas características (adaptado a la vida humana, poblado por seres inteligentes y con un ecosistema reminiscente al terrestre), obedece a un plan del Maligno.

Como la decisión final ante un empate ha de ser tomada por las autoridades de la Tierra, el equipo científico regresa a la Tierra… con un regalo. Chtexa, uno de los litianos, les ha entregado una de sus crías en estado embrionario para que crezca y sea educado en la cultura humana. De vuelta a la Tierra, Ruiz-Sánchez desconfía y se desvincula del pequeño litiano, Egtverchi, mientras se debate en sus propias dudas religiosas. Por su parte, privado del proceso socializador de su cultura nativa, pacífica y pragmática, Egtverchi no consigue entender la lógica –o falta de ella– del mundo humano. Al crecer, se convierte primero en una celebridad televisiva gracias a sus poco ortodoxas opiniones, y luego en un peligroso agitador que amenaza con destruir el sistema económico y social vigente en la Tierra. El jesuita, entonces, recibe instrucciones directas del Papa: exorcizar todo el planeta Litia, borrándolo de la existencia.
(...)



























El jesuita Ruiz-Sánchez es capaz de combinar de forma retorcida y al mismo tiempo lógica y coherentemente, sus conocimientos en biología con sus creencias religiosas para llegar a la inquietante –para los católicos– conclusión de que los litianos son creación del Diablo, aunque ignorantes de su auténtico propósito: ser encontradas por el hombre y mostrarle que es posible crear una sociedad pacífica y desarrollada careciendo no sólo de sentimientos genuinos, sino de alma, sentido del pecado y un sustrato ético emanado de Dios.

Este descubrimiento podría dinamitar las bases de las creencias religiosas, pero al mismo tiempo, convierten al padre Ramón en un hereje y un enemigo de la Iglesia, puesto que afirmar que el Maligno es capaz de crear vida en iguales términos que Dios, es doctrina propia del maniqueísmo y opuesta a los dogmas católicos. Para colmo, esas criaturas no parecen tener malicia alguna, lo que equivale a negar la existencia en ellas del pecado original, y por tanto, del alma. Por supuesto, hay ciertos defectos en esa sociedad ideal, como el total desapego de los padres por las crías o la renuncia a la individualidad, pero aun así y en resumen, los litianos, sin creer en Dios, han conseguido la paz social sin renunciar al desarrollo científico y una perfecta integración con el medio ambiente.

Por tanto, de acuerdo con una perspectiva propia del pensamiento católico, la novela es una interesante exploración de una cuestión netamente teológica: ¿son posibles la ética y la moral sin un sustrato religioso básico?
Sin embargo, para los agnósticos o ateos, el relato es una descorazonadora historia de cómo la arrogancia y cortedad de miras de los humanos les hace ver en una raza bondadosa y pacífica a unos seres terribles a los que hay que aislar o incluso destruir.

Al final de la novela, en un pasaje que para un no creyente es difícil no interpretarlo como una monstruosa celebración del genocidio, Ruiz-Sánchez exorciza todo el planeta, coincidiendo con una letal reacción en cadena desatada por imprudentes investigadores humanos desplazados allí para explotar los recursos naturales litianos. Tal destrucción, ¿ha sido obra de Dios o fruto de la irresponsabilidad humana? Blish deja la cuestión en el aire, pero da igual, porque la enorme violencia de esa conclusión pone de manifiesto esa vena hostil que anida en el ser humano hacia todo lo que es diferente, y ello incluye, por supuesto, la idea de una pluralidad de mundos habitados.(...)



Más allá de su contenido religioso, la novela constituye un interesante ejemplo de creación de especies extraterrestres, un aspecto éste que en la ciencia-ficción ha seguido las pautas más variadas.
En un extremo, tenemos a los autores que se conforman con breves pinceladas descriptivas de una cultura alienígena, meros apuntes que sirvan para apoyar el argumento y la interacción entre aquélla y los humanos. En el otro, están los escritores que se molestan en imaginar un complejo marco biológico, social o cultural para esos seres no humanos, especialmente si ello va a jugar un papel relevante en la historia.
(...)
Un caso de conciencia es claramente una alegoría, pero no por ello su autor descuidó la descripción meticulosa del sustrato científico que, por otra parte, juega un papel sustancial en la narración. James Blish no solo se graduó en Biología, sino que trabajó como editor científico para la multinacional farmacéutica Pfizer hasta que su talento como escritor le permitió dedicarse exclusivamente a la literatura. Y aunque la formación científica no es ni mucho menos una rareza entre los escritores de ciencia-ficción, no deja de ser notable la forma en que aquí consiguió concentrar de forma armónica aspectos tan dispares a priori como la ciencia dura y la meditación teológica.

Así, Un caso de conciencia está bien fundamentado en lo que de biología se sabía en su momento. Integrado en la primera parte de la novela y desarrollado en profundidad en el apéndice incluido al final, se detalla con minuciosidad el ciclo evolutivo y la estructura ecológica del planeta Litia, su geología y estructura química. Se describe asimismo la ciencia que los litianos conocen, diferente a la nuestra pero a su modo igualmente avanzada: dado que en Litia no hay hierro, sus conocimientos de electromagnetismo son muy reducidos, pero a cambio se han hecho grandes especialistas en astronomía descriptiva, química y óptica.



En cuanto a su estructura narrativa, resulta evidente que Un caso de conciencia es una novela algo desequilibrada a causa de su origen como fix-up: la primera parte fue publicada como novela corta en 1953, ampliándose años más tarde con un segundo bloque para su edición en forma de libro. Ello hace que ambas partes, siendo diferentes su tono y tratamiento de los personajes, no terminen de encajar del todo bien.

El principal fallo de la primera parte, centrada en la exploración, descubrimientos y conclusiones de los científicos en Litia, es precisamente la caracterización de dos de ellos, Agronski y Carver. Este último se nos presenta tan estúpido, xenófobo y venal que su propuesta para el planeta ya resulta absurdo aun antes de que lo detalle. Agronski, por su parte, es una página en blanco, un invitado de piedra que no juega papel alguno de relevancia ni en el desarrollo de la acción ni en la exposición de contenido intelectual. Con todo, es esta primera parte la mejor de las dos gracias a su descripción del mundo litiano y la ingeniosa argumentación que el padre Ruiz-Sánchez utiliza para racionalizar su punto de vista, especialmente teniendo en cuenta que el propio Blish era agnóstico.

La segunda y más problemática mitad de la novela transcurre ya en la Tierra y narra el desarrollo del espécimen litiano desde su estado de embrión hasta alcanzar la celebridad como estrella mediática. El estilo e ideas de Blish demuestran estar por delante de su tiempo, pudiendo perfectamente medirse con novelas más complejas y ambiciosas de los setenta. Su descripción de la Tierra del futuro, lastrada por la paranoia de la Guerra Fría y acosada por serios desequilibrios económicos y sociales, recuerda a la que luego imaginará John Brunner para Todos sobre Zanzíbar o Thomas M. Disch para 334, aunque sin la experimentación estilística que marcó a los escritores de la New Wave.


En marcado contraste con la primera mitad de la novela y no para mejor, el tono mordaz domina esta segunda parte. En menos de cien páginas se pasa del debate teológico-científico a una sátira algo tosca del poder de la televisión, la irresponsabilidad de sus gestores y la doble moral y decadencia de la clase dirigente.

En la primera parte el foco de la narración se centraba en Ruiz-Sánchez y su dilema personal y moral; en la segunda, ese tema se halla también presente, pero Blish desplaza al jesuita del papel protagonista para incluir a otros personajes, especialmente Michelis y Liu, los «padres» adoptivos de Egtverchi en la Tierra. El desarrollo psicológico antisocial de éste último y su tránsito de criatura inocente a líder apocalíptico carece del suficiente dramatismo y no resulta convincente. Al tratar de cubrir demasiado terreno, el libro y sus personajes pierden impulso conforme avanza la acción. Uno tiene la impresión de que si la novela se hubiera concebido y escrito de una sola vez, los resultados habrían sido más armónicos y sólidos.

Con todo, Un caso de conciencia ha envejecido razonablemente bien, y su primera parte sigue contándose entre la mejor ciencia-ficción publicada en los últimos cincuenta años, una muestra de lo que James Blish hubiera podido llegar a ser: su carrera pasó de las space operas grandilocuentes y solo relativamente interesantes de los años cuarenta a un temprano declive, atrapado por mediocres novelizaciones del universo Star Trek antes de fallecer a los 59 años.

miércoles, 1 de abril de 2020

El CABALLERO SUECO - de Leo Perutz



"El caballero sueco comienza con un prólogo en el que una anciana, en mitad del siglo XVIII, evoca sus recuerdos de infancia. Habla de su padre, oficial del ejército de Carlos XII de Suecia. De un saquito de sal y de tierra que le cosió en el dobladillo de su redingote antes de que él partiera a la guerra, porque un palafrenero le había dicho que era un medio infalible de unir para siempre a dos personas. De las visitas clandestinas que este padre misterioso le hacía todas las noches a pesar de que se encontraba, como atestigua todo el ejército, a quinientos kilómetros de su castillo y su hija. Del anuncio de su muerte, que ella se negó a creer, y de la oración que por este motivo dedicó en su fuero interno a un pordiosero al que iban a enterrar al pie de sus ventanas.

Bombardeado, al igual que lo está al leer este artículo, por informaciones cuya relevancia se le escapa, el lector registra sin comprender gran cosa. Se dice que todo esto acabará aclarándose. Ahí empieza el relato. Transcurre en Silesia durante la Guerra de los Treinta Años. La idea que nos hacemos de Silesia durante esta guerra es tan vaga que nos vemos obligados a confiar en el autor, lo que él aprovecha para arrastrarnos a un universo extraño, sin puntos de referencia, más cercano a la ciencia ficción que a la novela histórica: quizá no a una cuarta dimensión pero, digamos, a una tercera y media.


Guerra de los Treinta Años - Wallestein

En este mundo crepuscular se desarrolla, en el curso de veinte años largos, una historia de trueque, de dobles y de usurpación de identidad. Tras un encuentro casual, un hombre ocupa el lugar de otro. El vagabundo se convierte en el señor de un castillo, mientras que el castellano se ha precipitado en el Infierno del Obispo (no se entiende muy bien qué es este infierno, lo esencial es que da miedo). En suma, una historia trágica, extremadamente bien llevada, en un marco espacio-temporal que desorienta muchísimo, y que se lee con un intenso placer, pero bueno, igual que se leen montones de libros.

Llegamos a las últimas páginas. El autor conoce su oficio, todo parece preparado para un fin armonioso. Llegamos al último párrafo. Llegamos a la última frase. Y aquí sucede algo. La copio solo para que vean hasta qué punto parece anodina: «La carreta que transportaba al hombre anónimo a su última morada pasó lentamente por debajo de las ventanas de su casa.» Parece anodina, pero si has leído todo lo que la precede es imposible que no te recorra el espinazo un fuerte escalofrío. Las migajas de información inutilizables del prólogo te vuelven a la memoria en un relámpago. Siempre han estado ahí, a tu disposición, el autor no ha hecho trampas, se ha limitado a aplazar hasta la última frase el momento de reactivarlas.

Y de repente comprendes lo que acabas de leer, lo que te han contado desde el principio sin que te dieras cuenta claramente. El autor se ha contentado con empujar a un peón en el tablero, uno de esos pobres peoncitos que al final de la partida parecen no servir para nada y que dicen con voz débil: «Jaque mate.» Entonces todo se reorganiza a una luz distinta que transforma esta hábil historia en una tragedia del destino.

La literatura puede proporcionar todo género de gozos muy diferentes. Yo no sé si este es uno de los más elevados, pero sí es uno de los más intensos para un determinado tipo de lectores entre los que me cuento. Por otro lado, cuando el lector es asimismo autor, es uno de esos placeres que le despiertan una mayor envidia: sueña, o al menos yo lo hago, con ser capaz de eso. De dar jaque al lector. Las ficciones que tienden hacia ese objetivo instauran un suspense de doble filo. A la inquietud trivial, ¿qué va a pasarle al héroe?, ¿cómo va a salir del atolladero?, se superpone esta otra: ¿cómo va a salir de este lío el autor?, ¿cómo va a apañárselas? No solo me ha dado jaque mate, sino que lo ha hecho de un modo totalmente inesperado que me ha dejado boquiabierto, estupefacto, sin que haya visto venir el mate.


Hay maestros de esta disciplina. Adolfo Bioy Casares, a quien su amigo Borges felicitaba por haber concebido, en La invención de Morel, una de las muy raras intrigas que sin exagerar se pueden considerar perfectas. En Francia, La máquina, de René Belletto. Japrisot en la mayoría de sus novelas, donde te preocupas por él diciéndote que tal como ha empezado no va a encontrar otra puerta de salida que la solución desoladora del despertador que suena y el héroe que suspira: «Gracias a Dios, solo ha sido una pesadilla.» Ahora bien, Japrisot no solo logra explicar racionalmente los prodigios que ha expuesto, sino que su explicación es todavía más prodigiosa que lo que explica.

Leo Perutz pertenecía a esta familia. Judío de Praga, es un riguroso contemporáneo de Kafka, pero murió mucho más viejo en Israel, después de la guerra. Cuando has leído una novela suya las has leído todas, pero hay que confesar que no todas alcanzan la misma perfección narrativa, por lo que más vale empezar por una de sus obras maestras. El caballero sueco era su preferida y también es la mía, y la última paradoja de este libro que de principio a fin parece mantener la intriga es que no solo soporta la relectura, sino que incita a ella. Acabo de hacer la prueba: la segunda vez es todavía mejor."






Reseña escrita por Emmanuel Carrère y publicada en 
Le Journal du dimanche en agosto de 2000.
Está recogida en el volumen "Conviene tener un sitio a donde ir",
Editorial ANAGRAMA, 2017

domingo, 27 de octubre de 2019

V. - de Thomas Pynchon

Serie InCitaciones

El Blog de Guillermo Belcore, La Biblioteca de Asterión, fue el primero del que me convertí en asiduo hace ya un par de lustros. Belcore tiene un criterio claro y exigente. Enseguida detecta las imposturas. De él copié el gusto por las negritas de colores para los nombres propios y la inclinación a las Post-Datas. Como a él me seduce el policial en sus diversas variantes. No comparto, en cambio (aun reconociendo su valor), su fascinación por la literatura estadounidense y Vargas Llosa.
Más de la mitad de los blogs sobre libros y literatura dejan al autor y al libro de lado. Se centran en el bloguero y sus andanzas, en señalar si le gusta o no el libro y como mucho en comentar las tapas. Nada de esto hace Belcore, cuyo blog está muy lejos de simples comentarios y opiniones. Sus reseñas siempre tienen fundamento, atienden al valor de la obra, al estilo y al contexto. Son como la antesala de una sesuda crítica cuyo lugar sería otro. Nunca he encontrado ningún prejuicio. 
Hace poco el maestro Belcore publicó una brújula para navegar por el océano Pynchon. He aquí un extracto. 







Publicado en 1963, cuando el autor tenía 26 años, V. "no es un libro fácil, aunque es un libro fundamental. Después de otras siete novelas del eremita más famoso de la Alta Literatura, hoy se considera a V. como el mojón que marcó el advenimiento de la literatura posmoderna. En tren de enunciar alguna idea original, este artículo afirma que fue -en forma y contenido- el primer gran campanazo en las bellas letras de la modernidad líquida, tal como Zygmunt Bauman la describe en sus ensayos. Un diletante de 26 años -ex estudiante de Ingeniería, ex marinero, ex alumno de Vladimir Nabokov, ex redactor de folletos en la Boeing- desplegó una sorprendente panoplia de nuevos procedimientos para representar una era física y espiritualmente fragmentada, pesimista e individualista por demás.
...
Hay que advertir de entrada que las historias de Pynchon carecen de esas conclusiones dogmáticas que provienen de las ideologías del siglo XX. No hay teorías nítidas, pero sí relámpagos de lucidez que deslumbran. Verbigracia: "La gente lee las noticias que prefiere y cada cual lo hace obedeciendo a sus intereses, construyendo su propio nido de ratas en base a periodicuchos y bagatelas históricas", establece en la página 240. Pudo haberlo escrito esta mañana en Buenos Aires.

No resulta sencillo resumir la trama de V, porque la trama para la novela líquida es lo menos importante. Como el capitán Ahab con su ballena blanca, el aventurero inglés Herbert Stencil se empeña en encontrar a V, que puede ser una mujer, un concepto o un lugar:

"Como los muslos separados para el libertino, el vuelo de las aves migratorias para el ornitólogo, el filo cortante de su herramienta para el mecánico de serie, así era la letra V para el joven Stencil".

La búsqueda frenética lo obliga a reconstruir el pasado y conectarse con su padre Sydney, el diplomático y agente secreto del Foreign Office, muerto en 1919 cuando trataba de aplacar disturbios en Malta. La obsesión por V lleva a Stencil -además de La Valetta- a Nueva York, donde traba ligazón con La Dotación Enferma, una basca de jóvenes descontentos, inconformistas e inútiles. Conoce a Benny Profane, apenas retirado de la Armada, un pobre diablo sin oficio ni futuro, en busca de una identidad (todos nosotros personificamos una identidad, escribió Sartre y repite Pynchon).

Es realmente sorprendente cómo la composición de V es un reflejo certero de la sociedad baumaniana: se urdió en forma de red, con varios nodos dispersos y brillantes, en contraposición a la estructura firme, pesada, unidireccional de la novela decimonónica (hija de la modernidad sólida). 
Stencil y el desgraciado Profane son pues los dos caracteres principales; interactúan con una copiosa galería de personajes estrafalarios en las situaciones más grotescas (¿Qué esperanzas podemos tener hoy en día de entender una situación en un mundo siempre cambiante?). ¡Bienvenidos, entonces, a la protorrealidad pynchoneana! Una sátira inteligentísima de los desvaríos de la humanidad, una crítica no convencional a la cultura de Occidente.
La Valetta (Malta) ¿hay una V en el cielo?


REFLEJO DEL MUNDO
La tesis de este artículo, como se dijo, es que el joven Pynchon ha logrado redondear en V una forma de expresión literaria que corresponde a la ausencia de certezas (solidez) del mundo contemporáneo. Sobre ese arquetipo construyó toda su magnifica producción novelesca con una magnitud y complejidad que pocos literatos han igualado. Veamos algunas procedimientos:

1 - Progression de'effet: 
El catedrático de Berkeley Frederick Karl ha teorizado sobre la extraordinaria destreza de Pynchon para armar el sentido y los personajes de a poco, por acumulación de detalles, hasta que las piezas encajan. La obra toma forma en la mente del lector. El lector, por así decirlo, hace la novela. Es un desafío formidable para nuestra pasión por comprender; vagamos desesperados y hambrientos por las páginas tratando de encontrar una clave que resignifique lo leído. ¿Acaso no estamos haciendo lo mismo en la vida?

2 - Pasión aristotélica por la pluralidad del Universo: 
Ese entusiasmo, que Borges y Whitman también experimentaban, es otro rasgo diferencial de Pynchon. Al igual que el autor de El Aleph, cree que lo extraño es el sabor primordial de la existencia. Desde el peculiar grito de la hiena manchada en la costas malditas de Namibia hasta el choque de la existencia humana con los objetos inanimados (las cosas son malas, decía Sartre) sus textos están sobrecargados de conocimientos enciclopédicos, con especial preponderancia de las leyendas, las sociedades secretas, los múltiples escondrijos y resquicios de la Historia (se ha dicho que Pynchon es el campeón de la paranoia contemporánea). El profesor Thomas H. Schaubha percibido una irónica contradicción en la técnica: "la meticulosa ternura hacia los objetos que llaman su atención se contrapone con el fragmentado mundo que los rodea".

3 - La novela como museo: 
Pynchon tiene una especial preocupación por la Historia y por el papel que desempeña el hombre en ella. Es, a su modo, un filósofo del fenómeno del tiempo. "No combatas a la Historia, trata de coexistir con ella", nos alecciona. Es decir, los acontecimientos no ocurren, simplemente ya están ahí y nosotros tropezamos con ellos; o no, si logramos imponer nuestra voluntad a lo inanimado. Cabe destacar que en V los capítulos están ordenados en forma discontinua; pasado y presente se yuxtaponen, fluyen como en la vida real. Saltamos de Norfolk en 1956, a El Cairo en 1898. V, la inicial mágica, es el signo de la continuidad temporal. Bajo el rutilante manto de una deliciosa artificiosidad, el autor neoyorquino siente la necesidad de reprobar pretéritas aberraciones como el colonialismo genocida en la Deutsch-Südwestafrika. Le dedica cincuenta páginas al exterminio del pueblo herero; en una granja corrupta escenifica la colisión de ideas de la República de Weimar. Si Alemania encarna en el ideario pynchoniano la depravación política, Inglaterra es la perfidia y Francia la decadencia fetichista. 

4 - Parodias basadas en lo que los otros han inventado anteriormente: 
Si hay algo que caracteriza a la prosa de Pynchon es que evita la seriedad (¡otro signo de nuestro tiempo!), lo cual no implica que no desarrolle temáticas serias. En su paleta de hipercolores, están presentes las bufonadas, la sátira, el teatro del absurdo, la ironía, el sainete, las escenas de vaudeville, los materiales literarios de distinta procedencia como las canciones, el diario personal o las anécdotas de los marineros. Todo se recicla, como acostumbra a infligirnos el arte de masas posmoderno. El acumulado de incidentes es impresionante. ¿De dónde saca tantas subhistorias?, uno no puede sino preguntarse asombrado. V tiene -las palabras son de George Steiner- esa vitalidad acrecentada que distingue a las obras de arte.
...

Se ha dicho que, básicamente, existen dos clases de escritores. Algunos, como Paul Auster, son para todos. Otros novelistas, más complejos y ambiciosos, forman su propio grupo de lectores. Es el caso de Pynchon. Cabe preguntarse a esta altura del partido, por qué no se lo ha reconocido como el sublime cartógrafo de nuestros tiempos tumultuosos. ¿Porque es agotador?


Guillermo Belcore
Calificación: Excelente


PD: En este blog elogiamos otras obras de Pynchon:
1 - http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2010/09/contraluz.html
2 - http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2014/12/al-limite.html
3 - http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2015/04/mason-y-dixon.html
4 - http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2012/04/un-lento-aprendizaje.html








Con Pynchon no caben medias tintas. O lo odias o eres un fanático. Sus libros son exigentes, pero de alto valor. Sumergirte en su lectura consciente, puede proporcionarte un extraño momento de éxtasis. Se ha llegado a decir que Pynchon era J.D. Salinger. También que era un programa informático e incluso una camarilla de autores acumulando capas en un mismo libro.
La ficción de Pynchon es como una droga. El mundo que maneja, trufado de paranoia, conspiraciones y sombrías agencias gubernamentales es tan persuasivo que el fanático comienza a ver signos por todas partes.

V. relata la búsqueda que emprenden por separado Herbert Stencil y Benny Profane, encarnaciones respectivas de lo racional y lo mundano, con el fin de aprehender la naturaleza de V, uno de los mayores whodunits de la literatura universal.
La búsqueda abierta, ontológica y hermética permite al autor desplegar una summa enciclopédica, articular una hipernovela compuesta por siete grandes relatos ambientados en escenarios históricos diversos y regidos por normas compositivas autónomas, que glosan y resignifican el pasado, el presente y el futuro de todo un aparato civilizatorio y cultural.

Stencil descubre la consonante V en cualquier parte, Profane se tropieza con ella a cada paso. Pynchon la convierte en un santo grial que reverbera en la ortografía, el arte, la política, el urbanismo o la tipografía con que presenta cada capítulo.

C a p í t u l o  u n o
En el que Benny Profane,
un desgraciado y un
yoyó humano,
alcanza su
apoqui-
ro
V

No olvidemos que la letra V representa una intersección de dos líneas en un punto. 
Sus capítulos son como un tortuoso laberinto. De pronto en uno se narra el descenso a las alcantarillas de Manhattan para cazar cocodrilos y en otro una terrible masacre bantú en la actual Namibia. En uno se produce una profunda reflexión sobre la horizontalidad y la verticalidad en la arquitectura y en otro se nos insinúan los secretos mecanismos que existen para controlar el mundo.
Los dos protagonistas de caracteres tan dispares, también convergen en un punto. 
E incluso cuando levantas la cabeza del libro abierto, te das cuenta de que tiene la forma de una V....
V. es difícil, sí, pero nunca aburrido y el placer literario que te proporciona es único. 

jueves, 18 de mayo de 2017

NEBIROS - de Juan Eduardo Cirlot

InCitación que nos trae a un autor y una novela escondidos en el barro de los años 50 en España.














El autor de la novela que nos ocupa es uno de los intelectuales más peculiares del siglo XX en España y en el mundo hispanohablante, y solo razones históricas y propiamente textuales explican que el conocimiento de su obra poética no se haya extendido más allá de las fronteras de nuestra lengua en la medida en que lo merece. Su Diccionario de los símbolos, sin embargo, ha conocido varias traducciones y sigue usándose como fuente de referencia, a pesar de que hayan aparecido otros del mismo tipo más enjundiosos y anotados, como el de Gheerbrant y Chevalier, quizá por la limpidez de la prosa y la acertada vinculación metafísica y cultural de las explicaciones. Su poesía es de las mejores que se han escrito en castellano en las últimas generaciones, pero no es de fácil lectura y demanda un esfuerzo interpretativo al que nos vamos desacostumbrando en esta era de información rápida y significados explícitos.

El manuscrito de Nebiros ha atravesado una trayectoria que, en cierto modo simbólico, remeda la de la historia de España: censurada cuando el editor José Janés la quiso publicar, por expresar una "moral repugnante" y ostentar un "espíritu derrotista", acabó arrumada en algún armario de la casa del autor, hasta que fue redescubierta no hace mucho por su hija, Victoria Cirlot, perdido en los entresijos de la casa familiar. También ha aparecido en los Archivos Generales de la Administración, en Alcalá de Henares, el ejemplar utilizado por la censura parar su evaluación, marcados con rojo varios pasajes que, presumiblemente, ofendían el gusto del censor.

La novela, la única que escribió Cirlot (en los meses de agosto y septiembre de 1950), es en realidad un largo monólogo interior, al que los hechos externos, que no son muchos, solo sirven de acicate o de apoyo narrativo. Cuenta la historia de un hombre en edad madura, al que no se nombra, como indicando que representa a cualquiera de nosotros, que trabaja en la vieja empresa familiar de contabilidad que ha heredado de su padre. La empresa decae ante la indiferencia del personaje, que detesta dicho trabajo, pero que no ha tenido jamás el valor de labrarse otra profesión o de abandonar la vida rutinaria que ha llevado hasta entonces. La historia cubre una noche, al menos en el manuscrito que se ha rescatado, pues la hija indica en el epílogo que quizá se han perdido algunas páginas que la continúan hasta igualar las 24 horas del Ulises de Joyce, obra que conocía y admiraba Cirlot. El personaje sale del trabajo y decide caminar por la ciudad innombrada que es el escenario de la novela; una ciudad portuaria, como la Barcelona del autor, pero le atraen los barrios bajos, donde se encuentran los prostíbulos y los bares de prostitutas, donde vagan la gente pobre y los descastados de la sociedad. Como ha hecho tantas veces, retrasa el retorno a su casa, donde vive en soledad, temeroso de oír las voces de su padre en su habitación, de hundirse en la serena desesperación que cimenta sus días.
Sala Ba Ta Clan, Barcelona 1920

Durante el paseo, el personaje reflexiona. Todo lo que encuentra le lleva a la indagación espiritual, su mente, que él mismo tipifica como ondulante y ambivalente, pendula entre el nihilismo existencialista que deniega todo sentido a la vida y la esperanza de una revelación que otorgue sentido a todo aquello que ha vivido. Siente, de forma imprecisa, que aquella noche le espera alguna experiencia de orden trascendente y se afana para obtenerla, pero, de acuerdo con su carácter contradictorio, toda vez que parece encontrarla, le asalta la convicción en la futilidad de todo esfuerzo. Durante su largo peregrinaje nocturno a ninguna parte, se entrega a alucinaciones que distorsionan la realidad en la dirección de algún contenido simbólico o recuerda episodios de su infancia, de su juventud, en los que sufrió o en los que no supo qué hacer y le llenaron de culpa. 

Recala en un bar que tiene el nombre que da título a la novela, Nebiros, el nombre de un demonio que preside sobre un pecado que no se puede nombrar, en concordancia con el tono de ambigüedad opresiva de la novela. En aquel bar observa a un borracho hablar a solas y piensa que su trabajo es más arduo que el de cualquiera, el de hundirse en el abismo del alcohol con disciplina casi mística. Entran personas que parecen empleados del puerto y de pronto aparece una mujer semidesnuda, con los pechos al aire, que termina por identificar con la mítica Lilith. Va a un prostíbulo y ejerce el acto sexual con desapego, lo que le incita la culpa que ha marrado buena parte de su vida. Se queda dormido por un rato, sentado en unos sacos del puerto, y la ciudad se convierte en jaula, en una prisión. Se encuentra con una niña mendicante, a la que asume de no más de dos, tres años, y se le ocurre la idea de adoptarla, de redimir con aquel acto y el amor que le daría, toda una vida de irrelevancia e intrascendencia vital. Pero los pensamientos, como en toda la novela, se interponen entre él y la realidad y la niña desaparece, para no verla jamás.

Todo este periplo viene acompañado de reflexiones filosóficas que, como dijimos, oscilan entre la desesperación y la revelación. Tan pronto como piensa que recoger a aquella niña le salvaría moralmente, por ejemplo, como que se arrepiente y decide que la soledad no puede ser quebrada con actos que a la larga son ilusorios. Al punto que ve en las prostitutas a símbolos de la magia sexual que ha leído en algún libro o encarnaciones de divinidad femenina, le perturban pensamientos sobre la naturaleza cruel de tal profesión, que las obliga a acostarse con 20 o 30 hombres cada noche y sobre su debilidad de carácter al hacer uso de sus servicios. Poco más sucede en esta novela, que tiene antes la cualidad de un largo poema en prosa que de un texto narrativo en el que hechos y personajes estructuren una realidad reconocible. Nada es reconocible de modo fácil en la novela de Cirlot, que hace referencias a sus propios poemas y a lecturas de gran rango, desde Dante hasta la literatura del mal de Bataille y el surrealismo, por lo que es de suponerse que incluso su publicación no le hubiera traído un público lector demasiado amplio. Me pregunto si se lo traerá incluso ahora, cuando las reflexiones de orden metafísico atraen menos la atención del lector, a menos que vayan ornamentadas de acción dramática, de impulso de thriller americano o de sexualidad patente.
Randall Nyhoff, "Dreams So Real A Surreal"

Si Cirlot hubiera merecido la atención de alguien como Rubén Darío, no me cabe duda de que le hubiera incluido en su famoso libro Los raros, por la extrañeza y misterio de su producción literaria. En estos tiempos, se me ocurre que la mejor aproximación a su obra la proveería el marco interpretativo de la escuela tradicionalista (también llamada perennialista) de interpretación de la religión y la mística, la que representan figuras como Mircea Eliade o Frithjof Schuon, por el énfasis que ponen en el simbolismo y la experiencia de lo trascendental de modo directo, intuitivo. Su propio diccionario se inscribe en este movimiento de indagación de las universalidades subyacentes a la variedad de expresiones filosóficas o religiosas. Nebiros patentiza una visión gnóstica de la existencia, en la que el mundo de la materia y de la carne se encuentra en perpetua lucha con el mundo del espíritu y de la trascendencia, un mundo creado tal vez por un dios subalterno, desprovisto de la perfección del principio absoluto, pero emanado del mismo y aún provisto de sombras de la divinidad, algunas de las cuales se encarnan en símbolos. El paseo nocturno del personaje es, de algún modo, una expresión más de la discontinuidad existencial de lo mundano con lo Absoluto, y, a la vez, de su continuidad esencial con el mismo, hasta en los aspectos más abyectos y degradantes.

En ciertos tipo de gnosticismo existe la noción de que una forma de acceder a la trascendencia, al mundo superior que subyace a las apariencias, consiste en abandonarse a lo infernal, al mal, a lo de abajo. O como lo expresa el título del magnífico estudio de lo oculto en el simbolismo literario de John Senior, The way down and out, el camino hacia abajo y hacia afuera. El peregrinaje de Nebiros ejemplifica dicha expresión, y el personaje acaba en la novela comiendo la cena que le han dejado la noche anterior, de madrugada, como si de la última cena se tratara, atrapado en las redes del universo material, pero aspirando a ir abajo y arriba, hacia lo trascendente. Una novela, por tanto, que debe leerse más como un poema surrealista que como un constructo narrativo de literatura realista.






Artículo de Frans van den Broek, crítico literario, aparecido en InfoLibre.es

jueves, 8 de septiembre de 2016

El MIROFAJO o Las Reglas del Juego - de Manuel García Rubio

El escritor y editor Miguel Munárriz tiene una columna en la revista digital Zendalibros.com, bajo el título Ayer fue miércoles toda la mañana  (citando un verso de Ángel González). Desde allí nos lanza esta InCitación inexcusable.









"Estamos ante una novela excepcional escrita por un novelista y ensayista excepcional. Con 59 años y diez libros en su haber, al uruguayo-asturiano Manuel García Rubio la sociedad lectora, cada vez más adelgazada intelectualmente, aún no le conoce lo suficiente. “El mirofajo”, ha dicho el autor, “es una novela, pero también camina por los senderos del ensayo, y del relato breve, y hasta del cuento infantil. Se trata de un artefacto híbrido, lleno de referencias a muchos autores que me han influido y con los que dialogo permanentemente”.

Imagino que a muchos lectores les habrá pasado lo que a mí, que este título ayuda poco a la novela en su tránsito entre la librería y el hipotético comprador. ¡Qué diablos será eso de un mirofajo!, y la única respuesta posible es esta: “Hay que leer la novela para saberlo”. Sin embargo el subtítulo, Las reglas del juego no solo me parece más “redondo”, sino que nos explica mejor el meollo en el que se mete Manuel García Rubio, que no es otro que el de explicarnos los mecanismos del Poder. El autor elige una estructura que funciona a las mil maravillas, la de la novela epistolar. Las cartas que durante unos meses de 1834, le escribe un padre atribulado desde la cárcel a su hijo adolescente, encerrado en un reformatorio. Ambos sufren las arbitrariedades de un rey que no puede soportar ser el hazmerreír de la Corte cuando el hijo del protagonista descubre que lleva un monigote colgado en su espalda y lo grita ante el estupor del monarca. 

Es decir, que Manuel García Rubio parte del cuento de AndersenEl traje nuevo del emperador” para contarle a su hijo en cada carta su pensamiento sobre el funcionamiento del mundo y los descubrimientos que irá haciendo, gracias a su compañero de celda, un tal Karl, a quien el lector jugará a poner enseguida un apellido, y con el que mantendrá unas jugosas charlas sobre las diferencias sociales, sobre el dinero, sobre el Poder; y un carcelero llamado Friedrich, que servirá para hacerles a ambos la vida más agradable aportándoles comida y bebida y haciendo de mensajero entre padre e hijo. Un padre que no desfallece nunca y que pretende en todo momento ser un espejo para su hijo, a través de las misivas con las que, a distancia, intenta educarlo en todo lo que para él son modelos de conducta. Con estos mimbres Manuel García Rubio ha construido una novela en toda regla que es al mismo tiempo todo un tratado filosófico y moral del sistema social y económico implantado por el capitalismo.
Ilustración del libro por LPO


























El autor pone enseguida al lector en situación mediante un prólogo en el que está todo perfectamente planteado. Unas páginas iniciales llenas de inteligentísimo humor, en el que no falta el detalle de traer a colación Los eruditos de la violeta (1772), irónica obra con vocación instructiva contra los pesudoeruditos, de José Cadalso (1741-1782). Un prólogo a semejanza de los grandes relatos clásicos en los que se hallan documentos, cartas o libros que sirven después para enhebrar la historia, tipo Manuscrito encontrado en Zaragoza (versión de 1810), de Jan Potocki (Acantilado, 2009). 

En alguna ocasión el autor mencionó otros libros que pudieron estar presente en este Mirofajo, como Ética para Amador, de Savater, o El inmoralista, de Gide. El primero se lo regalé a una de mis hijas al cumplir 16 años y el segundo fue uno de los textos que en mi segunda juventud más me impactaron. En la mezcla de ambos libros puede rastrearse mucho de lo que está en el fondo del relato de esta obra de Rubio: la educación en los principios y la necesidad de formular la verdad -la verdad de quien la está contando-; el acercamiento y el ofrecimiento al otro autoinmolándose intelectualmente, es decir, sirviéndose de su ética personal como ejemplo, en este caso ante su hijo bienamado y falto de otros recursos para crecer interiormente.

Luis Pérez Ortiz (www.luisperezortiz.com), ilustrador que firma como LPO, es una pieza importante en este libro. Él representa al Karl dibujante, al que el protagonista le pide de vez en cuando que ilustre alguna de sus cartas. Artista infinito, LPO es una feliz recuperación, 20 años después de haber trabajado juntos en “La Esfera” de El Mundo."






En la misma columna, Munárriz invita al escritor Javier Lasheras a hablar de este libro, del que dice:

"La honradez intelectual que Manuel García Rubio demuestra en esta obra es prudente, generosa y cabal, pero sobre todo valiente, ambiciosa y necesaria. Entretiene sin pretensiones, da golpes de léxico cuando se necesitan, cuadra la estructura de la obra con un cierre inesperado, cuestiona el sistema desde sus orígenes y no comete la bisoña temeridad de aportar soluciones."

domingo, 15 de mayo de 2016

Las CRÓNICAS del SOCHANTRE - de Álvaro Cunqueiro





Compruebo que llevo meses visitándolo con sumo agrado, de modo que añado a mi lista de blogs éste de fabulantes.com, cuyos temas y enfoques tanto comparto. Entre otras cosas por artículos como este que a continuación reproduzco, Las Crónicas del Sochantre: Un viaje maravilloso con muertos y fantasmas por Francisco Martínez Hidalgo


"Al hablar de literatura fantástica del siglo XX en España, no se puede obviar la contribución, inmensa y excelsa, de las letras gallegas. Por los innumerables rastros sobrenaturales que allí dejaron culturas tan ricas como la celta o la árabe; por su relación antropológica con la muerte y los fantasmas recogida tanto oralmente como en cuentos o leyendas, o por las costumbres y hábitos sociales especialmente relacionados con la delgada línea separadora de la vida y la muerte, bien parece que en Galicia campan a sus anchas meigas y brujos, monstruos y fantasmas, gritos y espanto. De allí proceden figuras tan extraordinarias como la Santa Compaña, asociada con la muerte y los fantasmas, o el lobishome, otra forma de vida animal donde se reúnen en un mismo ser el hombre y el lobo.

Tal es el patrimonio cultural gallego de orígenes fantásticos que, durante su resurgir cultural y lingüístico, lógico era de esperar autores capaces de transformar todo este caudal en obras de relevancia. Los breves relatos o noticias de corte truculento, aparecidas anecdóticamente en periódicos o gacetillas de periodicidad irregular a finales del siglo XIX, dieron paso en la centuria siguiente a un resurgir más intenso durante el cual, en distintos períodos (marcados por la Guerra Civil y las décadas oscuras del franquismo), algunas de las mayores plumas de la literatura gallega produjeron textos inolvidables de corte fantástico. Aunque predominantemente en formato breve, con presencia abrumadora del relato respecto a la novelilla o la novela, se sumaron a publicar textos del género autores como Vicente Risco, Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, Rafael Dieste, Ánxel Fole o el más que sobresaliente Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911 – Vigo, 1981).

Aunque Cunqueiro empezó siendo un poeta social y políticamente comprometido, la aparición en su vida del Proxecto Galaxia, o sea, de la posibilidad de participar en un proyecto de resurgimiento sociopolítico a partir de la cultura impulsado gracias a los autores reunidos alrededor de la Editorial Galaxia (fundada en 1950) -alternativo al partidista, en aquel entonces separado a su vez entre la resistencia clandestina en Galicia y la oposición desde el exilio-, lo introdujo en la narrativa por la puerta grande. A este período pertenecen novelas fantásticas magistrales como Merlín e familia (1955), As crónicas do sochantre (1956) y Si o vello Simbad volvese ás illas (1961). Las tres son merecedoras de un comentario aparte, pero hoy hemos querido dedicarle uno especial a la que es, de las tres, no sólo la mejor, sino la que más ha marcado a los lectores que se han acercado a sus páginas.

As crónicas do Sochantre (Galaxia, 1956, Las crónicas del Sochantre en castellano) tiene algo especial. Uno se da cuenta nada más observar su estructura narrativa. Al ser una obra elaborada con conciencia de recuperación y compromiso cultural, en sus páginas se imprime también un sentido de sincretismo bastante acusado.

La estructura se entiende casi como un trébede sobre el que tiene que crepitar una novela conformada con ingredientes pertenecientes a los distintos tipos de texto que la cultura gallega había generado y estaba generando entonces que, una vez adobada con la maravilla y la fantasía de aquellas tierras, darían como un resultado una historia representativa de la idiosincrasia de todo un país. Por eso, mientras leemos, reconocemos el estilo narrativo oral de quien cuenta una historia alrededor del fuego, vemos cómo las atmósferas tenebrosas -aunque inspiradas en la Bretaña francesa- guardan más de un paralelismo con el noroeste peninsular e, incluso, encontramos fragmentos de otros tipos: teatrales (“Romeo e Xulieta. Famosos namorados”, representada por la troupe de difuntos al ser confundidos con una compañía teatral); cuentos (“As historias”, permite conocer la vida y obra de cada uno de los difuntos); epístolas (en varios subtextos introducidos, muy coherentemente, dentro de la pieza teatral); biografías (“Apéndice I. Dramatis personae”, con la semblanza de cada personaje aparecido en la novela), e, incluso, textos registrales, como son las aventuras del sochantre de Pontivy (de nombre, Charles Anne Guenole Mathieu de Crozon) y, especialmente, la “Noticia de Ismael Florito” que cierra el libro.

Otro aspecto extraordinario de Las crónicas del Sochantre está en su tono narrativo y en el uso especialísimo del lenguaje. De hecho, ha sido esta característica la que más viene cautivando a la comunidad lectora. Al albergar esta novela tantos textos y subtextos, al dar cobijo a una variedad sociodialectal casi selvática -por su variado número y heterogeneidad-, el reto de no parecer una voz narradora sumida en la esquizofrenia es durante todo el libro una realidad. Sin embargo, la habilísima pluma de Álvaro Cunqueiro, que construye una voz testimonial indirecta pero al mismo tiempo cómplice de la historia y sus personajes, nos regala unas dulcísimas transiciones, haciendo gala de un humorismo risueño e inocente capaz de naturalizar lo increíble y normalizar lo fantástico. Sólo así nos podría dejar de sorprender que, siendo tan extraordinaria la situación y tan extravagantes los personajes, se mantenga en todo momento el tono testimonial del libro.

El hilo narrativo que une todo es la historia de cómo el sochantre de Pontivy, antiguo hidalgo que por problemas físicos tuvo que renunciar al ejército para acabar en el coro eclesial tocando el bombardino, emprende un viaje en carroza cuando lo contratan para tocar en el entierro de un destacado hidalgo de Quelven. Durante la travesía conocerá a sus compañeros de viaje y descubrirá de todos ellos, además de sus historias personales, otra característica extraordinaria: todos están muertos y durante unas horas, por la noche, su cuerpo abandona la forma humana para tomar la de un esqueleto o, en su defecto, la de una débil aunque brillante luz azul. Todo esto y algo más acontece, además, entre 1793 y 1797, período de la Revolución Francesa, situándonos pues en plena lucha política entre monárquicos y republicanos, contexto que, además, dará pie también a alguna que otra peripecia.

Aunque liviana en apariencia, esta trama oculta dentro de sí más complejidad de la imaginable. En Galicia, como en otras partes de la península, la omnipresente censura obligaba a buscar soluciones imaginativas para la crítica social. ¿Y qué puede haber mejor que escoger un esquema fantástico, un tiempo lejano y un país distinto, con personajes extravagantes además, para esconder todos esos mensajes críticos con el poder establecido y la clase dominante? Que (casi) todos los personajes de la carroza sean hidalgos menores venidos a menos no es casualidad. Que sus historias estén todas teñidas de actos deplorables de envidia, lujuria, vanidad, pereza o soberbia (entre otros) no es casualidad. Que el espacio sea la Bretaña francesa, físicamente similar a Galicia, no es casualidad. Como tampoco parece casualidad el tiempo revolucionario y el tratamiento específico que aquí se da a la dicotomía política entre monárquicos y republicanos. Más mensajes ocultos quedan por desentrañar, pero dejamos que sea el lector quien goce con el desvelo del misterio.

Tema aparte es la liviandad y la ligereza de las historias. Cada personaje está marcado por un drama que ha sellado su destino, condenándolo a vagar durante varios años en forma de esqueleto noctámbulo, hasta que de una forma u otra expíe sus pecados. A pesar de su gravedad de fondo, el tono narrativo tiene la virtud de aligerar el peso de los acontecimientos de forma que, sin tomárnoslo a choteo, se pueda seguir manteniendo el tono tragicómico-burlesco. De esta forma, envenenamientos accidentales por celos (Madame Saint-Vaast) o por vanidad (el médico Sabat), actos deplorables de violación a menores (Coulaincourt de Bayeux), intentos de estafa mayor (el escribano de Dorne) o menor (Monsieur de Nancy), así como el pícaro criado de un verdadero demonio (Guy Parbleu), parecen poca cosa presentados a la luz de su destino. Máxime, cuando se presume que los intentos de casi todos ellos acabaron finalmente en fracaso.

La inteligencia y aparente sencillez con que Las crónicas del Sochantre se aparece ante nuestros ojos supone su mayor mérito. De esta forma, podemos hablar de un texto poliédrico donde, dependiendo de los ojos del lector, se pueden disfrutar de varias lecturas, pudiendo ser o bien una liviana novela fantástica o bien una potente crítica social o bien ambas cosas de vez. El que ambas novelas encajen de forma tan perfecta, además de mantener el tono y la coherencia, o la fuerza de la voz narradora, o la riqueza textual interior, suponen síntomas de habilidad literaria sólo a la altura de las más exigentes plumas. No en vano, Álvaro Cunqueiro ha sido de los pocos autores gallegos de su generación que, a pesar del paso del tiempo, se mantiene en la memoria colectiva de los lectores. Si bien ahora se destacan más otras facetas suyas como la poética o la periodística (en su tiempo, fue un afamado periodista gastronómico), no conviene olvidar su destaque como uno de los mejores escritores fantásticos de su tiempo tanto de la literatura gallega como peninsular. Por eso esta novela es ya un clásico."