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martes, 28 de enero de 2020

CADA HOMBRE es UNA RAZA - de Mia Couto















Cuando leo en alguna reseña o crítica aquello de que es inevitable que un libro de relatos sea irregular, por cuanto alberga una variedad de cuentos entre los que hay unos más conseguidos que otros, detecto a un lector de novelas que afronta un encargo. 

Comenzar con esta reticencia nos traslada una indisimulada opinión de que los libros de relatos siempre serán inferiores a las novelas porque éstas son de una pieza. Sin embargo yo creo que se olvidan de las páginas de transición, descripción o simplemente olvidables que existen en cualquier novela por notable que sea. Por otro lado al reparo de que hay novelas a las que no le sobra ni le falta una coma, siempre se podrá aducir que, del mismo modo, hay volúmenes de cuentos que resultan perfectos en su integridad.
Odio las comparaciones. Me gustan de igual modo las novelas y los cuentos. El que estime que los relatos son una literatura menor debería abstenerse de leerlos sin más. Y sobretodo de comentarlos. Los prejuicios son veneno para todo tipo de expresión artística. Me ha salido esta introducción porque iban a comenzar la entrada diciendo que el libro incluye un conjunto de relatos de calidad irregular. ¡Vade retro!

Mia Couto nació en 1955 en Mozambique después de que sus padres portugueses se trasladasen a la colonia cinco años antes huyendo de la dictadura de Salazar. De modo que en él confluye toda la historia reciente de este territorio africano, la exuberancia de la naturaleza, la miseria, el sometimiento de la colonización, la guerra civil, las tensiones entre tradición y modernidad, el politeísmo y la magia. Todo ello está presente en este volumen de relatos, cada uno de los cuales se centra en un personaje a través del cual descubrirnos las aristas de este Mozambique remoto y legendario.



Un mundo fascinante donde magia y realidad se confunden e igual podemos encontrar a un pescador desesperado que se arranca los ojos para colocarlos como cebo, que a un vendedor de pájaros y su baobab mágico, cuya libertad ofende a los colonos blancos; o a una mujer despechada que entierra a su marido adúltero con los ojos abiertos para que por fin sea suyo, o a un criado que se convierte en confidente de una princesa rusa, arrastrada a aquellas soledades por el ansia de riqueza. También a una pobre mujer, jorobada y medio loca, que todos los días limpia y habla a una estatua del parque por lo que sufre detención política.
"Un día nos llegó la noticia: Rosa Caramela estaba presa. Su único delito: venerar a un colonialista. El jefe de las milicias dictó sentencia: añoranza del pasado. La locura de la jorobada escondía otras razones políticas. Así habló el comandante."...
Couto es un escritor fresco y original que nos recuerda a los narradores orales que recorrían los pueblos. Sus historias tienen la aparente inocencia de un mundo que todavía se está nombrando, pero siempre resultan quebradas por un realidad agresiva y despiadada. Las 11 historias del volumen están atravesadas por la guerra civil, el colonialismo y el contexto de un Mozambique posterior a la independencia.
"Había en el barrio otros sucesos sanguinarios. Otros alborotadores aumentaban, soldados de nadie. En todos lados se propagaban los asaltos, conspirateos, animaldades. La muerte se había vuelto tan frecuente que sólo la vida causaba asombro. Para no ser notados, los sobrevivos imitaban a los difuntos. Al carecer de víctimas, los bandoleros retiraban los cuerpos de las sepulturas para volverlos a matar."

Pero lo más interesante está en ese cruce donde confluyen la cultura africana, -panteísta y mágica- y el racionalismo colonialista. Para los protagonistas el mundo es demasiado grande y está lleno de misterios apabullantes.
"El mundo está lleno de países, la mayor parte de ellos extranjeros. Ya llenaron los cielos de banderas, ni yo me explico cómo pueden circular los ángeles sin chocar con los lienzos."
En muchos cuentos hay sueños, fantasmas y leyendas. Se aprecia un mundo bullicioso lleno de seres de todas las categorías, algunos vivos, otros muertos, otros ciegos que viven sueños, otros nasciturus pendientes de vivir y que tientan a los vivos, otros que se transforman en árboles...

En algunos la cruda realidad de pobreza y colonización se impone. Entre éstos destaca "Los mástiles del Más Allá", donde se dan cita la ignorancia de los aborígenes y el abuso de los colonos blancos.

Obra del artista mozambiqueño Malangatana


El estilo de Mia Couto reproduce con gran poder de evocación ese panteísmo que puebla el mundo de seres que parecen escapar de la realidad. El estilo recuerda al de la oralidad en los cuentos. En muchos casos aparece la imaginación y la fábula: "la aldea se hacía fábula, al margen de los siglos, más allá del último camino".

Esa irrealidad está muy bien reflejada por el narrador al describirla con neologismos muy elocuentes: el humo de la chimenea mientras se espera es "azulento", el suelo de una habitación iluminado por la luna, "lunaminoso", los soldados realizan "animaldades", un niño se entrega a "infantasías" y puede que no acepte "argumentiras".

Mia Couto transforma en literatura el habla y las creencias populares de los habitantes de Mozambique. Unos habitantes que siempre muestran un profundo vínculo telúrico. 
"Y sabe cómo me salvé, padre?: metiendo los brazos en la tierra caliente, como hacían los mineros moribundos. Fueron mis raíces las que me ataron a la vida, fue eso lo que me salvó."
Siendo irregular, el volumen contiene al menos dos cuentos extraordinarios y otros cinco muy notables: Los dos primeros son El Baobad que soñaba pájaros y La leyenda de la novia y el forastero. Los segundos son La princesa rusa, Rosalinda, la ninguna y Rosa Caramela, a los que hay que añadir los dos más realistas y revolucionarios: El apocalipsis privado del tío Gueguê y Los mástiles del Más Allá.



"El baobab que soñaba pájaros" es mi favorito y en él se junta el desprecio del colono hacia el lugareño por sus costumbres y ritos, y la conexión que éstos tienen con lo mítico.
"Mamá ¡mira al hombre de los pájaros!
Y los niños inundaban las calles. Las alegrías se entremezclaban: el griterío de las aves y el trino de las criaturas. El hombre sacaba una armónica e interpretaba sonámbulas melodías. El mundo entero se volvía fábula."
Los pájaros simplemente con sus trinos eran capaces de expulsar al opresor.
"Conforme le compraban, las casas estaban más repletas de dulces cantos. La música causaba extrañeza a los moradores, mostrando que aquel barrio no pertenecía a esta tierra. Entonces, ¿los pájaros les quitaban lo auténtico a los residentes, haciéndolos extranjeros? ¿O el culpable sería ese negro, ese canalla, que se apropiaba de la existencia, ignorante de sus deberes de raza?"
En "La leyenda de la novia y el forastero", un forastero llega a la aldea con un perro, al poco desaparece y posteriormente empiezan a desaparecer otras personas. Un cazador se ofrece a matarlo pero a los pocos días lo encuentran convertido en un menudo bebé. Entonces el anciano de la tribu cree encontrar la solución y señala a la joven Jauharia: "Tú vas a encontrar a ese extranjero, le ofrecerás todo el amor del que seas capaz."
El cuento es un debate entre el sueño mítico y seguro de la aldea y la apertura al mundo corroído por el tiempo. Cuando el novio de Jauharia regresa al pueblo sin ella, "la aldea se hacía fábula, al margen de los siglos, más allá del último camino".

"Rosa Caramela" es una inocente mujer donde confluyen todos los males de una sociedad desestructurada.
"Rosalinda, la ninguna", es la viuda del mujeriego Jacinto y al enterrarlo se da cuenta de que ha encontrado algo precioso: "El triste consuelo se confirmaba en ella: la muerte de Jacinto no era más que el matrimonio que siempre había soñado. Las otras, las rivales, se esfumaron, tipejas y momentáneas."

Obra de Malangatana


"Los mástiles del Más Allá" versa sobre el despertar revolucionario de un viejo guardés de los campos de un colono rico. A su concienciación le empujan los anhelos de sus hijos por una vida mejor. Todo empieza a cambiar cuando se atreven a subir a las montañas y mirar al Más Allá (al futuro, a la modernidad).

Este cuento se inicia con una cita maravillosa: "Sólo queremos un mundo nuevo: que tenga todo de nuevo y nada de mundo", que además no es la única, puesto que cada cuento está introducido por una, como el mismo libro: 
"Al ser interrogado sobre su raza, respondió:
-Mi raza soy yo, Juan Pajarero.
Al pedírsele que explicara eso, añadió:
-Mi raza soy yo mismo. La persona es una humanidad individual. Cada hombre es una raza señor policía."
El estilo de Couto es poético sin ser hueco y posee un color y una expresividad muy particular que ilumina las páginas con expresiones tan evocadoras como éstas:

"Pasaron días llenos de tiempo"

“Encendió la pipa y, por la ventana, fumó el paisaje entero”,

"Así daría seguimiento a su existencia, en el ajuste del tiempo con el sueño".

"Esta vez todo aquello me huía de los ojos, la realidad no me daba hospedaje."

"Nunca se había visto agua tan copiosa: el paisaje llevaba diecisiete días goteando. El agua lastimaba la tierra, que apenas sabía nadar. Sobre el tejado de zinc, se estrellaban gruesas gotas, embarazadas de cielo."

"Nací para estar en silencio. Mi única vocación es el silencio. Fue mi padre quien me explicó: tengo una tendencia a no hablar, un talento para despejar los silencios. Escribo bien, silencios, en plural. Sí, porque no hay un solo silencio. Y todo el silencio es música en estado de embarazo.

lunes, 27 de enero de 2020

Mia COUTO

















Mia Couto es un autor especial. Posee una prosa marcadamente poética que reproduce con gran poder de evocación las creencias y leyendas de Mozambique. Él mismo se define como "un creador de historias"; a lo que cabría añadir que también es creador de palabras, ya que multitud de neologismos salpican sus páginas como un fulgor repentino ("argumentiras", "animaldades").


En sus cuentos y novelas siempre aparece la tensión entre tradición y modernidad, así como el reflejo de una época histórica convulsa en la que Mozambique se liberó del colonialismo para caer en una guerra civil que duró desde 1977 hasta 1992. 

Su literatura bebe de la tradición oral de Mozambique y está atravesada por un sentido de la fantasía que la emparenta con el realismo mágico. Su lenguaje es luminoso y sus imágenes evocan mundos fantásticos relacionados con los mitos y las leyendas. No en vano se emparenta a su obra con la de Gabriel García Márquez o Guimarães Rosa.

António Emílio Leite Couto, conocido como Mia Couto, (Beira, Mozambique, 5 de julio de 1955) es uno de los más conocidos escritores mozambiqueños actuales.
En 1972 se mudó a la capital Lurenço Marques (hoy Maputo) y comenzó a estudiar Medicina a la vez que se iniciaba en el periodismo. Durante ese periodo la guerrilla anti-colonialista y el movimiento FRELIMO estuvieron luchando para derrocar el gobierno colonial en Mozambique. Él mismo nos relata su papel en esos tiempos:

"Mi padre fue un exiliado portugués de la dictadura de Salazar en Portugal. Desde pequeño siempre nos enseñó a mis hermanos y a mí a identificar la segregación racial. Cuando crecí, yo ya sabía que en la universidad me iba a dedicar a la política. Con 17 años decidí unirme a una sección de militantes del FRELIMO y cuando llegué era el único joven, blanco y poeta. Cuando empezó la sesión, cada uno tenía que contar su vida, lo que se llamaba “La narración del sufrimiento”. Cuando escuché las narraciones de los demás hombres me di cuenta de que yo no tenia sufrimientos y me sentí muy mal. Entonces uno de los organizadores del partido se acercó a mí y me dijo: “Nosotros necesitamos poesía. La poesía ayuda a formar una nación”.
En abril de 1974, después de la Revolución de los Claveles en Lisboa y el derrocamiento del régimen del Estado Novo, Mozambique pasó a ser una república independiente. Couto participó directamente en la lucha por la independencia de su país. De hecho es uno de los autores del himno nacional de Mozambique. En 1974, FRELIMO le pidió a Couto que trabajara como periodista para Tribuna y después como director de la recién creada Agencia de Información de Mozambique (AIM). Más tarde, dirigió la revista Tempo hasta 1981.

Couto regresó a la Universidad y finalmente se graduó en Biología, especialidad de Ecología. Como biólogo, ha llevado a cabo investigaciones en varias áreas, pero sobretodo en las zonas costeras estudiando los usos tradicionales del aprovechamiento de los recursos naturales. Es director de la empresa Impacto, Lda. - Evaluaciones de impacto ambiental.
Obra de Malangatana Ngwenya, artista mozambiqueño



Su carrera literaria se inicia en 1983, con el libro de poemas Raiz de Orvalho, al que siguió, en 1986, su primer libro de cuentos, Vozes Anoitecidas. Ha publicado crónicas, relatos breves y varias novelas. En 1999 recibió el Premio Virgílio Ferreira, por el conjunto de su obra. En 2013 recibió el Premio Camões de Literatura. En 2015 estuvo entre los seis finalistas del Premio Internacional Man Booker por La Confesión de la Leona.

En Tierra sonámbula (Suma de letras, 2002), un niño y un anciano sobreviven entre los hierros quemados de un autobús, escondidos de la guerra que les rodea, de la muerte instalada en los pasajeros asesinados en el camino. Entre el equipaje encuentran unos cuadernos en los que se relatan historias de Mozambique, historias de tribus, de fantasmas, de santos, de ritos…
En Venenos de Dios, remedios del Diablo (Txalaparta, 2010) nos entrega una novela cautivadora sobre la búsqueda de un amor perdido, la pretensión de encontrar una razón para vivir y el modo en que la ilusión y la mentira pueden ayudar a controlar los fantasmas del pasado. El médico portugués Sidonio Rosa llega al pequeño pueblo africano de Villa Cacimba en busca de la mujer que lo abandonó sin dejar rastro. Antes de instalarse en su enfermería, verdadera residencia de malos espíritus, comprende que la respuesta la tiene una pareja de ancianos taimados y recelosos, que necesitan de su ayuda: ella hechicera, él un viejo lobo de mar ahora agonizante. Ambos viven no lejos del cementerio, al final de una calle que pocos se atreven a transitar. Entre bromas, mentiras, desafíos y engaños siniestros, el lector asistirá a un interrogatorio inusual entre médico y paciente, en el cual se insinúan secretos poderosos, historias de amor y pasión, y enemistades que duran más allá de la vida. Averiguar la verdad será una tarea verdaderamente difícil pues el lector advierte desde el principio que todos mienten en esta villa nebulosa, una pariente selvática de Comala, donde tras cada frase acecha una traición.

En La confesión de la leona (2012) el autor renueva la confrontación entre las tradiciones y el mundo moderno. La novela da a conocer el misterioso mundo de Kulumani, una aldea aislada en Mozambique cuyas creencias y tradiciones se ven amenazadas cuando unas leonas empiezan a cazar a las lugareñas. Mariamar, hermana de la víctima del último de esos ataques, ve cómo su vida se tambalea ante la llegada de Arcángel Baleiro, «el último cazador», contratado por los ancianos de la aldea para matar a las leonas. Encerrada en casa por su padre, Mariamar revive dolorosos recuerdos de abusos pasados y reza para que Arcángel la rescate. Mientras tanto los hombres de Kulumani se sienten cada vez más amenazados por la presencia del forastero y por las fuerzas de la modernidad que ponen en riesgo su cultura ancestral, llegando a sospechar que las leonas no son sino espíritus conjurados por la brujería de sus propias mujeres.

Trilogía de Mozambique (Alfaguara, 2018) es un épico relato histórico ambientado a finales del siglo XIX que narra la guerra del Mozambique colonial portugués contra el Emperador  Ngungunyane, soberano del Reino de Gaza. 
Inicialmente se editaron tres novelas independientes Mujeres de ceniza, La espada y la azagaya y El bebedor de horizontes; pero últimamente ha aparecido como un solo volumen.
En la narración el escritor mezcla voces europeas y africanas para demostrar que existen muchos pasados más allá del oficial y que no hay una división clara entre culpables y víctimas. Couto logra plasmar su idea de que la historia y su percepción, así como las identidades nacionales son un asunto ambiguo que tiende a cambiar con el tiempo llegando a contradecirse.
A través de la relación entre la joven negra Imani y el sargento republicano Germano de Melo, exiliado a Mozambique por apoyar un levantamiento contra el Rey de Portugal, Mia Couto construye una novela conmovedora. Imani apenas alcanza los 15 años de edad, pero en ella llegamos a percibir el dolor más profundo y la injusticia y violencia más extrema. Pertenece a la tribu vachopi (una tribu del litoral de Mozambique que se opuso a la invasión de los vanguni) y es mujer; de modo que reúne todas las características para que los demás se vean con el derecho de someterla, humillarla y exterminarla. Además ha sido educada por los portugueses, por lo que se expresa y se comporta como los blancos. Al estar entre los dos mundos, es doblemente odiada: los negros la repudian porque se parece a los blancos; los blancos la desprecian porque nunca dejará de ser una negra.

Entonces conoce al sargento portugués Germano de Melo, a quien los lectores descubriremos a través de las cartas que envía a su consejero José d’Almeida. De Melo no es un militar al uso, se cuestiona la legitimidad de la guerra en la que participa y valora las lecciones que aprende de los negros. Como Imani se encuentra entre dos mundos y tanto blancos como negros recelan de él. Quizá por eso se enamoran. Un amor que nace en medio de la guerra y cuyo enemigo insalvable será «el ejército invisible del prejuicio».

“Porque no nací para ser persona. Soy una raza, soy una tribu, soy un sexo, soy todo lo que me impide ser yo misma” - llega a decir Imani.

jueves, 18 de julio de 2019

El PELIGRO de una HISTORIA ÚNICA - por Chimananda Ngozi Adichie

En esta época de fake news, de brutos simples, mendaces y trileros como Trump, Salvini u Orban; pero también de millones de personas que en su desesperación o frustración aceptan soluciones simples para problemas complejos; es importante apostar por la complejidad ante la simpleza, por la tolerancia abierta ante el odio cerrado, e intentar descubrir otras historias que iluminen los problemas y los pueblos, sin conformarse con una única historia "que roba la dignidad de los pueblos" y pervierte el corazón de las personas decentes. 
Este es la transcripción de una charla TED a cargo de la escritora Chimananda Ngozi Adichie, autora de "La flor púrpura" (Ramdon House. Trad. Laura Rins), una novela de formación que se inicia con una mención a "Todo se desmorona" de Chinua Achebe. La obra fue elogiada por J. M. Coetzee que la definió como: "la conmovedora historia de una niña expuesta demasiado pronto a la intolerancia y a la cara más horrible del Estado de Nigeria". También ha publicado las novelas "Medio sol amarillo" y "Americanah", que fue galardonada con el National Book Critics Circle Award en 2014. Es autora asimismo del libro de relatos "Algo alrededor de tu cuello". Su charla TED "Todos deberíamos ser feministas" tiene más de cinco millones y medio de visitas en youtube. 




"Cuento historias. Y me gustaría contarles algunas historias personales sobre lo que llamo “el peligro de una única historia”. Crecí en un campus universitario al este de Nigeria. Mi madre dice que comencé a leer a los dos años, creo que más bien fue a los cuatro años, a decir verdad. Fui una lectora precoz y lo que leía era literatura infantil inglesa y estadounidense.

También fui una escritora precoz. Cuando comencé a escribir, a los siete años, cuentos a lápiz con ilustraciones de crayón, que mi pobre madre tenía que leer, escribí el mismo tipo de historias que leía. Todos mis personajes eran blancos y de ojos azules, que jugaban en la nieve, comían manzanas y hablaban seguido sobre el clima: “qué bueno que el sol ha salido.” Esto a pesar de que vivía en Nigeria y nunca había salido de Nigeria, no teníamos nieve, comíamos mangos y nunca hablábamos sobre el clima porque no era necesario.

Mis personajes bebían cerveza de jengibre porque los personajes de los libros que leía, bebían cerveza de jengibre. No importaba que yo no supiera qué era. Muchos años después, sentí un gran deseo de probar la cerveza de jengibre; pero esa es otra historia.

Creo que esto demuestra cuán vulnerables e influenciables somos ante una historia, especialmente en nuestra infancia. Porque yo sólo leía libros en que los personajes eran extranjeros, estaba convencida de que los libros, por naturaleza, debían tener extranjeros, y narrar cosas con las que yo no podía identificarme. Todo cambió cuando descubrí los libros africanos. No había muchos disponibles y no eran fáciles de encontrar como los libros extranjeros.

Gracias a autores como Chinua Achebe y Camara Laye mi percepción mental de la literatura cambió. Me dí cuenta que personas como yo, niñas con piel color chocolate, cuyo cabello rizado no se podía atar en colas de caballo, también podían existir en la literatura. Comencé a escribir sobre cosas que reconocía.

Yo amaba los libros ingleses y estadounidenses que leí, avivaron mi imaginación y me abrieron nuevos mundos; pero la consecuencia involuntaria fue que no sabía que personas como yo podían existir en la literatura. Mi descubrimiento de los escritores africanos me salvaron de conocer una única historia sobre qué son los libros.

Mi familia es nigeriana, convencional de clase media. Mi padre fue profesor, mi madre fue administradora y teníamos, como era costumbre, personal doméstico de pueblos cercanos. Cuando cumplí ocho años, un nuevo criado vino a casa, su nombre era Fide. Lo único que mi madre nos contaba sobre él era que su familia era muy pobre. Mi madre enviaba batatas y arroz, y nuestra ropa vieja, a su familia. Cuando no me acababa mi cena, mi madre decía “¡Come! ¿No sabes que la familia de Fide no tiene nada?” Yo sentía gran lástima por la familia de Fide.

Un sábado, fuimos a visitarlo a su pueblo, su madre nos mostró una bella cesta de rafia teñida hecha por su hermano. Estaba sorprendida, pues no creía que alguien de su familia pudiera hacer algo. Lo único que sabía es que eran muy pobres y era imposible verlos como algo más que pobres. Su pobreza era mi única historia sobre ellos.
Lagos, Nigeria

Años después, pensé sobre esto cuando dejé Nigeria para ir a la universidad en EE.UU. Tenía 19 años. Había impactado a mi compañera de cuarto estadounidense. Preguntó dónde había aprendido a hablar inglés tan bien y estaba confundida cuando le dije que en Nigeria el idioma oficial resultaba ser el inglés. Me preguntó si podría escuchar mi “música tribal” y se mostró por tanto muy decepcionada cuando le mostré mi cinta de Mariah Carey. Ella pensaba que yo no sabía usar una estufa.

Me impresionó que sintiera lástima por mí incluso antes de conocerme. Su posición por omisión ante mí, como africana, se reducía a una lástima condescendiente. Mi compañera conocía una sola historia de África, una única historia de catástrofe; en esta única historia, no era posible que los africanos se parecieran a ella de ninguna forma, no había posibilidad de sentimientos más complejos que lástima, no había posibilidad de una conexión como iguales.

Debo decir que antes de ir a EE.UU., yo no me identificaba como africana. Pero allá, cuando mencionaban a África, me hacían preguntas, no importaba que yo no supiera nada sobre países como Namibia; sin embargo llegué a abrazar esta nueva identidad y ahora pienso en mí misma como africana. Aunque aún me molesta cuando se refieren a África como un país. Un ejemplo reciente fue mi, por otro lado, maravilloso vuelo desde Lagos, hace dos días, donde hicieron un anuncio durante el vuelo de Virgin sobre trabajos de caridad en “India, África y otros países”.

Así que después de vivir unos años en EE.UU. como africana, comencé a entender la reacción de mi compañera. Si yo no hubiera crecido en Nigeria y si mi impresión de África procediera de las imágenes populares, también creería que África es un lugar de hermosos paisajes y animales, y gente incomprensible, que libran guerras sin sentido y mueren de pobreza y SIDA, incapaces de hablar por sí mismos, esperando ser salvados por un extranjero blanco y gentil. Yo veía a los africanos de la misma forma en que, como niña, vi la familia de Fide.

Creo que esta historia única de África procede de la literatura occidental. Ésta es una cita tomada de los escritos de un comerciante londinense, John Locke, que zarpó hacia África Occidental en 1561 y escribió un fascinante relato sobre su viaje. Después de referirse a los africanos negros como “bestias sin casas”, escribió: “Tampoco tienen cabezas, tienen la boca y los ojos en sus pechos.”
Les Trois Amis, Aboudia

Me río cada vez que leo esto y hay que admirar la imaginación de John Locke. Pero lo importante es que representa el comienzo de una tradición de historias sobre africanos en Occidente, donde el África Subsahariana es lugar de negativos, de diferencia, de oscuridad. de personas que, como dijo el gran poeta Rudyard Kipling, son “mitad demonios, mitad niños.”

Comencé a entender a mi compañera estadounidense, que durante su vida debió ver y escuchar diferentes versiones de esta única historia, al igual que un profesor, quien dijo que mi novela no era “auténticamente africana”. Yo reconocía que había varios defectos en la novela, que había fallado en algunas partes, pero no imaginaba que había fracasado en lograr algo llamado autenticidad africana. De hecho, yo no sabía qué era la autenticidad africana. El profesor dijo que mis personajes se parecían demasiado a él, un hombre educado, de clase media. Mis personajes conducían vehículos, no morían de hambre; entonces, no eran auténticamente africanos.

Debo añadir que yo también soy cómplice de esta cuestión de la historia única. Hace unos años, viajé desde EE.UU. a México. El clima político en EE.UU. entonces era tenso, había debates sobre la inmigración. Y como suele ocurrir en EE.UU., la inmigración se convirtió en sinónimo de mexicanos. Había historias infinitas donde los mexicanos se mostraban como gente que saqueaba el sistema de salud, escabulléndose por la frontera, que eran arrestados en la frontera, cosas así.

Recuerdo una caminata en mi primer día en Guadalajara mirando a la gente ir al trabajo, amasando tortillas en el mercado, fumando, riendo. Recuerdo que primero me sentí un poco sorprendida y luego me embargó la vergüenza. Me dí cuenta que había estado tan inmersa en la cobertura mediática sobre los mexicanos que se habían convertido en una sola cosa, el inmigrante abyecto. Había creído en la historia única sobre los mexicanos y no podía estar más avergonzada de mí. Es así como creamos la historia única, mostramos a un pueblo como una cosa, una sola cosa, una y otra vez, hasta que se convierte en eso.

Es imposible hablar sobre la historia única sin hablar del poder. Hay una palabra del idioma Igbo, que recuerdo cada vez que pienso sobre las estructuras de poder en el mundo y es “nkali”, es un sustantivo cuya traducción es “ser más grande que el otro”. Al igual que nuestros mundos económicos y políticos, las historias también se definen por el principio de nkali. Cómo se cuentan, quién las cuenta cuándo se cuentan, cuántas historias son contadas en verdad depende del poder.

El poder es la capacidad no sólo de contar la historia del otro, sino de hacer que esa sea la historia definitiva. El poeta palestino Mourid Barghouti escribió que si se pretende despojar a un pueblo, la forma más simple es contar su historia y comenzar con “en segundo lugar”. Si comenzamos la historia con las flechas de los pueblos nativos de EE.UU. y no con la llegada de los ingleses, tendremos una historia totalmente diferente. Si comenzamos la historia con el fracaso del estado africano, y no con la creación colonial del estado africano, tendremos una historia completamente diferente.

Hace poco di una conferencia en una universidad donde un estudiante me dijo que era una lástima que los hombres de Nigeria fueran abusadores como el personaje del padre en mi novela. Le dije que acababa de leer una novela llamada “American Psycho” y era una verdadera lástima que los jóvenes de EE.UU. fueran asesinos en serie. Obviamente, estaba algo molesta cuando dije eso.

Jamás se me habría ocurrido que sólo por haber leído una novela donde un personaje es un asesino en serie de alguna forma él era una representación de todos los estadounidenses. Ahora, no es porque yo sea mejor persona que ese estudiante, sino que, debido al poder económico y cultural de EE.UU., yo había escuchado muchas historias sobre EE.UU. Leí a Tyler y Updike, Steinbeck y Gaitskill, no tenía una única historia de EE.UU.

Hace años, cuando supe que se esperaba que los escritores tuvieran infancias infelices para ser exitosos, comencé a pensar sobre cómo podría inventar cosas horribles que mis padres me habían hecho. (Risas) Pero la verdad es que tuve una infancia muy feliz, llena de risas y amor, en una familia muy unida.
Campo de refugiados en Nigeria















Pero también tuve abuelos que murieron en campos de refugiados, mi prima Polle murió por falta de atención médica, mi amiga Okoloma murió en un accidente de avión porque los camiones de bomberos no tenían agua. Crecí bajo regímenes militares represivos que daban poco valor a la educación, por lo que mis padres a veces no recibían sus salarios. En mi infancia, vi la jalea desaparecer del desayuno, luego la margarina, después el pan se hizo muy costoso, luego se racionó la leche; pero sobre todo un miedo político generalizado invadió nuestras vidas.

Todas estas historias me hacen ser quien soy, pero si insistimos sólo en lo negativo sería simplificar mi experiencia, y omitir muchas otras historias que me formaron. La historia única crea estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos sino que son incompletos. Hacen de una sola historia la única historia.

Es cierto que África es un continente lleno de catástrofes, hay catástrofes inmensas como las violaciones en el Congo y las hay deprimentes, como el hecho de que hay 5.000 candidatos por cada vacante laboral en Nigeria. Pero hay otras historias que no son sobre catástrofes y es igualmente importante hablar sobre ellas.

Siempre he pensado que es imposible compenetrarse con un lugar o una persona sin entender todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia de la historia única es ésta: roba la dignidad de los pueblos, dificulta el reconocimiento de nuestra igualdad humana, enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes.

¿Qué hubiera sido si antes de mi viaje a México yo hubiese seguido los dos polos del debate sobre inmigración, el de EE.UU. y el de México? ¿Y si mi madre nos hubiera contado que la familia de Fide era pobre y trabajadora? ¿Y si tuviéramos una cadena de TV africana que transmitiera diversas historias africanas en todo el mundo? Es lo que el escritor nigeriano Chinua Achebe llama “un equilibrio de historias”.

¿Y si mi compañera de cuarto conociera a mi editor nigeriano, Mukta Bakaray, un hombre extraordinario, que dejó su trabajo en un banco para ir tras sus sueños y fundar una editorial? Se decía comúnmente que los nigerianos no leen literatura, él no estaba de acuerdo, pensaba que las personas que podían leer, leerían si la literatura estaba disponible y era asequible.
Nigerianos viendo la TV

Después de que publicó mi primera novela fui a una estación de TV en Lagos para una entrevista. Una mujer que trabajaba allí como mensajera me dijo: “Realmente me gustó tu novela, no me gustó el final; ahora debes escribir una secuela y esto es lo que pasará…” Siguió contándome sobre qué escribiría en la secuela. Yo no sólo estaba encantada sino conmovida, estaba ante una mujer de las masas de nigerianos comunes, que se suponía que no eran lectores. No sólo había leído el libro, se había adueñado de él y sentía que era justo contarme qué debería escribir en la secuela.

¿Y si mi compañera de cuarto conociera a mi amiga Fumi Onda, la valiente conductora de un programa de TV en Lagos, determinada a contarnos las historias que quisiéramos olvidar? ¿Si mi compañera de cuarto conociera la cirugía cardíaca hecha en un hospital de Lagos la semana pasada? ¿Si conociera la música nigeriana contemporánea? Gente talentosa cantando en inglés y pidgin, en igbo, yoruba y ljo, mezclando influencias desde Jay-Z a Fela a Bob Marley hasta sus abuelos. ¿Y si conociera a la abogada que recientemente fue a la corte en Nigeria para cuestionar una ridícula ley que requería que las mujeres tuvieran la aprobación de sus esposos para renovar sus pasaportes? ¿Y si conociera Nollywood, lleno de gente creativa haciendo películas con grandes limitaciones técnicas? Estas películas son tan populares que son el mejor ejemplo de que los nigerianos consumen lo que producen. ¿Y si mi compañera de cuarto conociera a mi ambiciosa trenzadora de cabello, quien acaba de iniciar su negocio de extensiones? O sobre el millón de nigerianos que comienzan negocios y a veces fracasan, pero siguen teniendo ambiciones?

Cada vez que regreso a casa debo confrontar las causas de irritación usuales para los nigerianos: nuestra fallida infraestructura, nuestro fallido gobierno. Pero me encuentro con la increíble resistencia de un pueblo que prospera a pesar de su gobierno y no por causa de su gobierno. Dirijo talleres de escritura en Lagos cada verano y es impresionante ver cuánta gente se inscribe, cuántos quieren escribir, contar historias.

Mi editor nigeriano y yo creamos un fondo sin fines de lucro llamado Fondo Farafina. Tenemos grandes sueños de construir bibliotecas, reformar las bibliotecas existentes y proveer de libros a las escuelas estatales que tiene sus bibliotecas vacías, y de organizar muchos talleres de lectura y escritura, para todos los que quieran contar nuestras muchas historias. Las historias importan. Muchas historias importan. Las historias se han usado para despojar y calumniar, pero las historias también pueden dar poder y humanizar. Las historias pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden reparar esa dignidad rota.

La escritora estadounidense Alice Walker escribió esto sobre su familia sureña que se había mudado al norte. Les dio un libro sobre la vida sureña que dejaron atrás: “Estaban sentados, leyendo el libro, escuchándome leer y recuperamos una suerte de paraíso.” Me gustaría terminar con este pensamiento: cuando rechazamos la historia única, cuando nos damos cuenta de que nunca hay una sola historia sobre ningún lugar, recuperamos una suerte de paraíso."