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domingo, 9 de marzo de 2025

THE ORDER: La Hermandad Silenciosa - de Justin Kurzel


Esta película se basa en el libro de no ficción "La Hermandad Silenciosa" de Kevin Glynn y Gary Gerhardt y retrata hechos verídicos sucedidos entre 1983 y 1984 en una región de Ohio, cuando el extremista estadounidense Bob Mathews (interpretado aquí por Nicolas Hoult) creó una organización terrorista para la supremacía blanca -La Orden- con el objetivo de derrocar al Gobierno Federal y provocar una guerra racial que culminase con el exterminio de los no blancos y los judíos. Para empezar, esta grupo cometió numerosos robos para financiar su lucha y asesinó a tres personas.

Estrenada en estos tiempos oscuros que vivimos la película tiene una lectura muy actual y llega a espeluznar. Bob Mathews es un tipo amable y carismático que encarna el caldo de cultivo presente en muchas comunidades rurales estadounidenses, una tierra prometida para el supremacismo y el nacionalismo cristiano. "Estamos en plena guerra" dice Mathews en la iglesia de su congregación, harto de la palabrería que su predicador del odio, el reverendo Richard Butler, suelta desde el púlpito. Su intención es forjar una milicia que pase a la acción aunque muera en el intento. Porque él lo tiene claro: "Una cosa que nunca muere es la fama de las hazañas de un muerto".

Sus robos a bancos, atracos a furgones blindados y atentados con bomba pronto llaman la atención de un agente del FBI experto en mafias y Ku Klux Klan, el agente Terry Husk (Jude Law). Sospecha que detrás de todo esto algo grande se está fraguando. 






La película es un thriller muy efectivo aunque no llega a brillar con todo el esplendor que destila, por ejemplo, el clásico Arde Mississippi (Alan Parker, 1988). Aún así las potentes interpretaciones de sus dos protagonistas logran elevar su perfil y convertirla en un inquietante cuento cuya moraleja se derrama sobre nuestra actualidad. En una arenga Mathews llega a decir: “En 10 años tendremos miembros en el Congreso y el Senado. Así se hacen los cambios, pero lleva tiempo”.
¡Ostras! No se equivocaba.

Estamos en 2025 y los supremacistas, xenófobos, racistas y negacionistas seguidores del Emperador Pollo tienen mayoría en el Congreso y en el Senado. En 1984 el agente Terry Husk logró desmantelar la banda... pero hoy en día sería despedido por el presidente delincuente Trump que, además, excarcelaría a los terroristas como ya ha hecho con los que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021. 
Los que hace poco eran minorías clandestinas, hoy dictan leyes y decretos.
La vida al revés.

Me llama la atención el hecho de que estos grupos extremistas racistas tengan su propia biblia, 'Los diarios de Turner', de William Luther Pierce; libro que aparece en la cabecera de toda casa respetable de la congregación del reverendo Butler. De hecho este libro ha sido vinculado a eventos reales como el atentado de Oklahoma City, que ocasionó 168 muertos el 19 de abril de 1995, y otros ataques de la extrema derecha. Recordemos que el saludo nazi y la bandera con la esvástica están avalados por la Corte Suprema en EEUU desde 1978, cuando un grupo neonazi quiso organizar una marcha por Skokie, un barrio de Chicago habitado en su mayoría por supervivientes del Holocausto. La sentencia considera constitucionales esas acciones en base a la libertad de expresión consagrada en la Primera Enmienda; lo cual abrió las calles norteamericanas a todo tipo de grupos neonazis.



"Los diarios de Turner" son en realidad una novela de anticipación que describe cómo un grupo supremacista logra derrocar al gobierno de EEUU que según ellos está controlado por negros y judíos. Esos diarios registran detalladamente las etapas de lucha que se sucedieron durante años hasta la culminación de la Revolución aria. De ahí que esas etapas sean comentadas y memorizadas por todo buen supremacista, tal como ilustra la película. 

Bob Mathews por supuesto sigue a rajatabla el plan de seis pasos delineados en la novela anhelando llegar al último, "El Día de la Soga", cuando se ahorcará a todos los traidores a la raza blanca; cuestión que se confirma en la película con el asesinato de Alan Berg (Marc Maron), un locutor de radio judío que se enfrentaba desde las ondas a los extremistas. Esta expectativa de justiciero supremacista me trajo a la memoria al siniestro personaje que Jesse Plemons interpreta en la reciente Civil War (Alex Garland) cuando, pertrechado con un fusil y unas gafas de sol de plástico rojo, pregunta a un grupo de detenidos "¿qué clase de estadounidense eres?"; convirtiéndose en juez y verdugo en cuanto a la pureza de raza.


El personaje de Mathews está sutilmente perfilado. Es un tipo común e insidiosamente espeluznante. Amante de la naturaleza y padre de familia que educa con amor a su hijo de cinco años... incluso enseñándole a disparar armas reales. En las escenas familiares cotidianas, en reuniones con vecinos y en las barbacoas de fin de semana es donde se revela lo aterrador de esta mentalidad enfermiza. La gama cromática de su moralidad va desde entrañable padre a intransigente, pasando por racista hasta llegar a supremacista blanco cristiano. Toda una gama obsesivo-extremista de sentimientos irracionales de superioridad sobre otras personas sea por motivos de raza, color de piel o religión. 

En cambio el personaje del agente Husk lamentablemente resulta plano y no llega a desarrollar aspectos que se sugieren. Se nos deja entrever que está divorciado y entregado a su trabajo. Porta la cicatriz de una operación de corazón pero eso no le impide acelerar y meterse en la boca del lobo cuando surge la ocasión. Llega a mencionar un caso anterior en el que una informante fue asesinada brutalmente, como señalando a sus compañeros, la agente Carney (Jurnee Smollett) y el policía local Jamie Bowen (Ty Sheridan), que sus decisiones suelen ser viscerales y van acompañadas de tragedia.

Última y perturbadora reflexión: 
* Hace 85 años los nazis alemanes aterrorizaron al mundo y exterminaron a más de 6 millones de judíos.
* Hoy, en 2025, aquella Norteamérica que resultó crucial para derrotar el III Reich está cavando con ahínco un foso aislacionista mientras los grupos supremacistas y neonazis pasean la esvástica por sus calles. 
* También hoy y desde 2023 cuando Hamás llevó a cabo sus viles atentados terroristas el 7 de octubre, el estado de Israel está empeñado en llevar a cabo un segundo holocausto; pero no como víctima, sino como victimario: acometiendo el genocidio del pueblo palestino por el más ruin de los motivos, expulsarlos de sus tierras para apropiarse de ellas.  









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Justin Kurzel es un cineasta australiano que se presentó con Los asesinos de Snowtown (2011), el espeluznante retrato de un asesino en serie de Australia y posteriormente dirigió entre otras, una sombría y brutal adaptación de Macbeth (2015) y La verdadera historia de la banda de Kelly (2019), un sugerente y violento western con un envidiable concepto visual.

viernes, 28 de febrero de 2025

EMILIA PÉREZ - de Jacques Audiard


Por fin he podido ver Emilia Pérez en el cine: muy buena. Una película sobre violencia, redención y muerte.

Cuando te dicen que vas a ver una película que es como un narco-corrido en el que el temido jefe de un cártel de México quiere empezar una nueva vida convirtiéndose en la mujer que siempre ha soñado ser y que encima tiene números musicales... se te puede ir la olla. Pero la verdad es que la película es coherente y audaz. No es la primera película sobre un capo que quiere cambiar de vida alejándose del crimen y la violencia. Que en este caso el cambio afecte hasta el género y el sexo, ¿Por qué no?.

Rita (Zoe Saldaña) es una abogada a la que contrata el capo Manitas del Monte para ayudarlo a salir de México y someterse en secreto a una cirugía de reasignación de sexo. Siempre se ha sentido mujer pero la ciénaga donde se ha criado le ha obligado a ser más cabrón que nadie para sobrevivir. Ahora ya está en la cima del crimen pero esta vida que lleva le es tan insatisfactoria que ha llegado a pensar en el suicidio. Aunque piensa que no puede quitarse de en medio sin haber intentado siquiera alcanzar la vida que anhela. Ya como Emilia Pérez (Karla Sofía Gascón) regresará a México años después para estar cerca de sus hijos y su esposa (Selena Gómez).

Yo creo que más que en el narcotráfico la película se centra en quién quiere ser Emilia Pérez, una persona que quiere vivir como siempre se ha sentido, y en eso me resulta notablemente sincera. Desde el primer número musical la película emite un oscuro magnetismo; aunque me sorprende el cambio moral que se produce con el cambio de sexo. Ya como mujer y lejos de su horda de sicarios, Emilia se muestra cariñosa y empática; llegando a crear una fundación para rescatar a las víctimas de los cárteles. ¿Será por el hecho ser/sentirse mujer? La violencia suele ser cosa de hombres.😒


La película tiene tiros, muertes y amputaciones y está contada con mucho brío. México tiene una realidad muy cruda y la cinta se sumerge allí con sólo un par de trazos porque lo que interesa son los personajes. Sus dudas y urgencias. Ahí es donde entran los números musicales que en modo alguno son un pegote, al contrario; están encajados de un modo coherente pues recogen de forma lírica los lamentos y temores de los personajes. Además no son canciones cantadas a pleno pulmón como en un musical al uso; sino que muchas veces son susurradas, con voz rasgada, como cantadas para uno mismo. Por eso las canciones no solo no menoscaban la acción, sino que elevan el nivel dramático del relato gracias a unas interpretaciones -sobre todo de Zoe Saldaña y de Karla Sofía Gascón- sentidas y espectaculares. 

La cinta tiene tres números excepcionales, con canciones debidas a la estrella pop francesa Camille con partitura de Clément Docul. El primero, con el que se abre la película, nos muestra a Rita en un mercado cuyas gentes le hace los coros, mientras expone sus dudas redactando el alegato de un caso imposible.

La segunda es con el tema "Aquí estoy yo" y nos muestra a los familiares de las víctimas de violencia que quieren dar cuenta y testimoniar. Un alegato profundo y dramático.




El tercero nos habla de la corrupción de todo el sistema social mexicano. Cuando ya Manitas del Monte se ha convertido en Emilia Pérez y vuelve a su México natal monta una Fundación para recuperar los cadáveres de las víctimas y que sus familiares puedan enterrarlos y guardar luto. Para conseguir fondos organiza una gala benéfica con ministros, gobernadores, empresarios, jueces y capos indistintamente. Ahí es donde Rita se lanza a bailar y cantar "El Mal", una pieza poderosa y acusatoria cuya letra desgrana la complicidad entre el crimen y las instituciones gubernamentales. La canción tiene un estribillo que repite "hablan, hablan, hablan"; refiriéndose a todos estos tipos que discursean y hablan sin parar pero no hacen nada para resolver la situación.

Emilia acaba enamorándose de Epifanía (Adriana Paz), una mujer maltratada y violada que entona la última y estremecedora canción de la película en nombre de los "condenados". Así vemos a la propia Emilia Pérez cuando vuelve a México ya convertida en mujer. Sospechamos que está condenada.



Chapeau para Audiard, el cineasta francés autor de las estupendas “Un prophète” (“Un profeta”) y “De rouille et d’os” (“De óxido y hueso”). Ha escrito y dirigido         1. un musical 
                                     2. en español
                                     3. en el territorio del narco
                                     4. con una protagonista trans.
Genial extravagancia que el director ha sabido llevar a puerto solventemente. Aunque Emilia Pérez no está basada en hechos reales, sí se inspira en un personaje del libro Écoute (2018) de Boris Razon, un amigo del director francés. Según ha explicado él mismo en el libro hay un personaje secundario que desea hacer la transición para convertirse en mujer. Le atrajo la idea y pidió permiso para desarrollarla.

Lamentablemente en la carrera de la película se han cruzado todo tipo de polémicas. Primero por unos tuits ofensivos que Gascón publicó hace tiempo. Y también en México se la ha criticado por la imagen distorsionada que da del país, por presentar a un narcotraficante como una heroína y por la ausencia de actores mexicanos. Estoy de acuerdo en que la dicción española de Selena Gómez es desafortunada, pero en lo demás no.
Esto es ficción. 
Si además tiene música, la estilización de la realidad se agudiza, como en una ópera. Emilia viene de ser un narcotraficante en México, pero igual podría haber sido un pirata en las costas del Índico. Audiard ha explicado así el germen de su película: "Algo me impacta profundamente de México: todos estos problemas de personas desaparecidas. Hay regiones enteras a las que no se puede ir porque no son seguras. Quería hacer un musical, entonces ¿por qué no en el contexto de una tragedia?"



viernes, 31 de enero de 2025

THE BRUTALIST - de Brady Corbet

EEUU - 2025


Parece que sólo se habla de las tres horas y veinte minutos que dura esta película; pero que nadie se asuste, tiene un gran ritmo y lo que cuenta mantiene alto el interés durante todo el metraje. A mí no se me hizo pesada en ningún momento. Otra cosa es que la considere extraordinaria.

La cinta narra la historia del arquitecto judío László Tóth (Adrien Brody), célebre en Europa por sus edificios estilo Bauhaus, pero que tuvo que huir a EE UU tras pasar por un campo de concentración nazi. En Norteamérica debe empezar de cero sufriendo el racismo y la desconfianza que los estadounidenses destilan hacia los inmigrantes. Vive con su primo al que ayuda en su tienda de muebles, pero acaban enemistados y él viviendo en un albergue. Por suerte le dio tiempo a realizar una biblioteca para el ricachón Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), cuyo diseño llama la atención de una revista, lo que le otorga un incipiente prestigio. El propio Van Buren quiere rentabilizar el éxito y le encomienda el diseño y ejecución de un complejo religioso-cultural en homenaje a su madre muerta. Esta construcción y la relación tumultuosa con su mecenas serán el hilo conductor de esta película que aparece dividida en dos actos y un Epílogo.
 



El protagonista absoluto de la cinta es este arquitecto de talento único que revolucionó la forma de construir edificios y creó el estilo brutalista que da título a la película. Es en este sentido que la película me ha decepcionado. Seguimos la peripecia vital del hombre -su angustia por traer a su mujer retenida en Austria, su vivencia tormentosa con su familia, sus enfrentamientos con el ricachón y su entorno, su drogadicción- pero de sus ideas revolucionarias como arquitecto casi nada se dice.

Si enfocamos la película sobre el modo en que los emigrantes judíos fueron recibidos en EEUU el asunto es amargo. El propio primo se ha cambiado el apellido para tener su empresa y su mujer norteamericana no acepta a su primo judío. Finalmente logra enfrentarlos y acaba echando a László. Tampoco el hijo del ricachón deja de vigilarlo y un día le advierte "no te olvides, sólo os toleramos". En otro momento escuchamos por la tele la resolución de la ONU creando el estado de Israel, así como la proclamación por parte de Ben Gurión. 
Pero no está ahí el centro de la película.



Si, en cambio, enfocamos la película sobre las turbulentas relaciones entre el poder económico y el arte, ahí sí que hay tela que cortar (y pantalones que bajar). Mr. Van Buren es un tipo que quiere jugar el papel de mecenas del arte y la arquitectura, pero sobre todo quiere ganar dinero y que la gente le rinda pleitesía. Ninguna de estas dos cosas le ofrece László. Hay dos momentos brutales en que Mr. Van Buren le deja muy claro quién manda allí y quién debe obedecer. Uno es cuando decide cerrar la obra y despedir a todo el mundo y otro es más íntimo y descarnado. Por ese motivo el duelo interpretativo entre Pearce y Brody es colosal. Tóth será sucesivamente bendecido y admirado para decaer después a ser tolerado, posteriormente despreciado y finalmente abusado mientras lucha por hacer realidad su obra. László Tóth comprobará con amargura que huyó del fascismo para caer en el capitalismo más depravado.

No hay duda de que el director y guionista sitúa aquí el centro de su película tal y como ha referido en alguna entrevista: «Me interesa tratar aquello que alimenta ideologías tiránicas. El brutalismo como metáfora. Y, como en el caso de The Brutalist, los personajes que luchan y buscan mostrar su mundo interior aún en circunstancias claramente adversas». Este desequilibrio coercitivo, plenamente capitalista, se lo recuerda su mujer al pobre Laszlo con una cita de Goethe  «No hay mayor esclavo que aquel que se considera libre sin serlo».


Tengo que reconocer que esperaba mucho más de la película en cuanto a los tormentos y destellos creativos de un artista tan dotado. No hay nada de esto en El Brutalista. Se nos cuenta el detalle de sus desventuras como hombre, pero nada aparece sobre su inspiración o audacia como arquitecto. Sólo un par de frases me he podido llevar al gaznate. Una, que el hormigón es más barato que el mármol. Otra cuando le reconoce a su mujer que donará su sueldo para poder acabar la obra y ésta le pregunta "¿qué parte del edificio es la que pagamos?"; a lo que él responde, "la altura de los techos. La gente tendrá que mirar hacia arriba para ver la luz en este edificio".
Demasiado poco.

Aunque nos regala unas imponentes imágenes de las canteras a cielo abierto de donde se extrae el mármol de Carrara. Tenemos que esperar a un escueto Epílogo, con formato de reportaje televisivo, en el que vemos a un László ya anciano recibir un homenaje en Venecia. Allí su sobrina explica el sentido de su obra y la motivación de su estilo.

Después de reflexionar sobre la película me quedo con el potente carácter de biopic que ha conseguido. En este sentido me recuerda al film Tar (Todd Field). László Tóth no existió, pero como personaje es fascinante; el tejido que conforma su experiencia personal y el momento histórico que vive logra trasladarnos una intensa sensación de realismo y autenticidad. 







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M. Breuer - Iglesia de la Abadía de St. John´s - Minnesota















   El director ha reconocido que para escribir el guión se inspiró en dos libros, el del historiador de la arquitectura Jean-Louis Cohen, "Architecture in Uniform: designing and building for the Second World War" (2011); y otro donde se relatan los trabajos del arquitecto Marcel Breuer para diseñar los planos de la abadía de San Juan en Minnesota. Fue “una de las mayores fuentes de inspiración para The Brutalist” ha reconocido. Como Tóth, Breuer era húngaro de origen judío y se trasladó a los Estados Unidos antes de que estallase la guerra. 

Ayuntamiento de Boston




    Fue el mismísimo Le Corbursier quien acuñara en la década de 1950 el término béton brut (hormigón a la vista o en bruto), que más tarde se transformaría en “brutalismo” de la mano del crítico de arquitectura Reyner Banham. El ´brutalismo´ surgió durante la posguerra en el Reino Unido. Heredero en parte del racionalismo de Le Corbusier, plantea exponer al edificio de una forma honesta, con materiales a la vista, sin adornos.  De ahí que se construyese con hormigón desnudo (u otros materiales, siempre que quedasen a la vista), en edificios de grandes dimensiones y con paneles de hormigón enormes.

El brutalismo nació de la mano de las utopías sociales propias de aquélla época, aunque tuvo acogida y desarrollo a ambos lados del Telón de Acero durante las dos décadas siguientes. Posteriormente, en tiempos más cercanos a la actualidad, numerosos diseñadores trabajaron para que este estilo arquitectónico perviviera, aunque muchos de los edificios insignia del movimiento cayeron en el olvido o incluso fueron abandonados y finalmente derribados.

En España también hay edificios brutalistas.
Iglesia Nuestra Sra. del Rosario de Filipinas, de Cecilio Sánchez-Robles (1970) -Madrid-

Torres Blancas -Saenz de Oiza (1969) -Madrid-


Iglesia Sta. María de Sales, Viladecans (1967) de R. Kramreiter

martes, 5 de noviembre de 2024

EL 47 - de Marcel Barrena

España,2024

En serio, tenéis que ver esta maravillosa película.  Un monumento a la autenticidad. Un tipo de cine donde la pantalla se convierte en una ventana al mundo de la gente común y los héroes anónimos que luchan contra la miseria y la injusticia buscando una vida mejor.

La película relata la epopeya de un grupo de inmigrantes -extremeños y andaluces- que llegan a Barcelona en los años cuarenta huyendo del hambre y la represión franquista. Las chabolas que empiezan a construir detrás de la montaña se acabarán convirtiendo en casas de ladrillo hasta conformar todo un barrio construido con sus propias manos y un esfuerzo ímprobo, el de Torre Baró. Uno de tantos barrios que se formaron en la periferia de la ciudad condal para absorber el flujo migratorio que llegaba de otras partes del país. Pero estos barrios eran inexistentes para las autoridades, vivían excluidos del tejido urbano de la ciudad, sin acceso a servicios básicos como el agua corriente, la electricidad o el transporte público.  

Esta es la historia que cuenta la película, la del barrio y la de Manuel Vital que desde su Valencia de Alcántara natal, en Cáceres, llegó a Torre Baró en 1947, con 24 años. Aquello era un terreno despoblado y baldío en medio del monte y allí fue donde los inmigrantes comenzaron a construir sus chabolas aprovechando un resquicio legal: Si el chamizo que se empezaba a construir un día conseguía tener techo antes del amanecer del día siguiente, la policía no podía echarlo abajo. Esa primera batalla con la Guardia Civil destruyendo sus chabolas es el comienzo de la película y del aprendizaje de aquellas pobres gentes: si no es todos a una nunca saldrían de la ruina. De modo que en medio del monte, en la sierra de Collcerola, se fue forjando un fuerte movimiento asociativo que no cejó de luchar para que el Ayuntamiento de Barcelona atendiera a los barrios y los dotara de servicios.

Barrio de Torre Baró y al fondo Barcelona




Con el tiempo fueron consiguiendo que llegara la electricidad y el agua, aunque no sin constantes cortes; pero los trabajadores y amas de casa tenían que andar varios kilómetros para ir al trabajo o a hacer la compra. Para ellos el autobús también era un servicio básico. Manuel Vital visitó todos los despachos del Ayuntamiento. Él mismo trabajaba como conductor de autobús urbano y sabía que sólo había que extender un tramo su misma línea, la del 47, para llegar a Torre Baró. Pero la respuesta fue siempre la misma, era imposible que un autobús subiera esas cuestas infames. Además "quién va a querer coger un autobús para subir allá arriba" le cuestiona a Manolo un concejal. A lo que él responde cargado con todo el sentido común del mundo: "los mismos que han bajado por la mañana a trabajar y a comprar". Ni con la llegada de la democracia lo consiguió.

Así que después de muchos años de esfuerzos baldíos, en 1978 Manuel Vital pasó a la acción, decidió demostrar que el autobús podía subir la montaña, retorcerse por aquellas estrechas calles llenas de boquetes y llegar hasta el barrio que había construido con sus manos y sus vecinos. El 7 de Mayo secuestró su propio autobús de la línea 47 y lo condujo colina arriba hasta Torre Baró. Así consta en la prensa de la época. 
“El 7 de mayo de 1978, Manuel Vital, un conductor de Transportes de Barcelona y líder sindicalista, en su doble condición de vecino de una zona olvidada, secuestró un autobús articulado de la línea 47 para demostrar que el transporte público que reclamaba Torre Baró podía llegar a través del único acceso que tenía el barrio."
Foto histórica del secuestro del autobús 47

Manolo Vital (interpretado magistralmente por Eduard Fernández) fue militante en la clandestinidad del PSUC y de CCOO. Como líder vecinal encabezó muchas protestas respondidas con contundencia por las fuerzas de orden público; pero siempre tuvo claros sus derechos como ciudadano de Barcelona. La película no lo muestra, pero en 1969, con el sello de CCOO, repartió una octavilla en el barrio por lo que también fue llevado a juicio ante el tenebroso Tribunal de Orden Público. La octavilla solo era una reflexión.
“¿Por qué se preocupan de nosotros para vigilarnos y no se preocupan de que tengamos alcantarillado, agua en las fuentes, dispensario, farmacia, pavimento, etc., etc.?”.
Uno de los momentos más dramáticos de la película es cuando se produce un incendio en una casa del barrio y los bomberos se quedan a mitad de camino aduciendo que no pueden continuar por aquel camino de cabras. Sin embargo poco tiempo después pudieron constatar con amargura que los bomberos de la época no subían a Torre Baró en caso de incendio, pero sí podían hacerlo si la autoridad les ordenaba descolgar una bandera roja con la hoz y el martillo que ondeaba en un poste eléctrico.





Manolo Vital fue el padre fundador y presidente durante muchos años de la Asociación de Vecinos de Torre Baró, Vallbona y Trinitat, origen del potente movimiento vecinal de Nou Barris. Con el tiempo, en 1977, pasó de agitador y villano para las instituciones a héroe reformista, recibiendo la Medalla de Honor del Ayuntamiento de Barcelona. Incluso Pascual Maragall, siendo ya alcalde, llegó a vivir unos días en la casa de Manolo, "el rojo que se casó con un monja". Porque no hay que olvidar a su mujer Carme Vila, también extraordinariamente interpretada por Clara Segura. Una monja y catalana que no hacía remilgos con aquellos "charnegos" y siempre estuvo a su servicio como educadora y asistente social. 




Clara Segura y Eduard Fernández aportan veracidad y dramatismo a sus personajes; lo mismo que un buen grupo de secundarios encabezados por Salva Reina como el insolente colega de Manolo y David Verdaguer como el concejal bien queda.

La película captura de manera vívida la situación social del barrio, centrándose en las precarias condiciones de vida de sus personajes; pero no afronta las tensiones sociopolíticas de esa Barcelona que emergía ignorando a los trabajadores que la estaban levantando. Así lo explicaba el director en su presentación: “la película es un homenaje a la clase obrera y a los hombres y mujeres que construyeron nuestras ciudades no solo físicamente sino también culturalmente”.

En la pantalla se reproducen los hechos históricos pero desde un punto de vista íntimo, de las personas. La Guardia Civil aparece amenazante y llega a tirar alguna chabola, pero poco más. En el Ayuntamiento por su parte, ya se sabe, a dar largas. No hay mucha mas crítica. Esto es quizás lo más decepcionante, que se hurta la militancia del protagonista y el retrato político-social de la época. Aunque no por ello la película desmerece. La subida de Manolo con su autobús articulado se convierte en una epopeya y la película en un viaje sentimental a una época en la que había que atarse los machos. Así se explica que al concluir la proyección todos en la sala nos pusiésemos a aplaudir. Para celebrar el éxito de la solidaridad y la resiliencia de los nadie. 

viernes, 11 de octubre de 2024

JOKER: FOLIE à Deux - de Todd Phillips

EEUU, 2024


Hemos ido un buen grupo al cine y a la salida ha habido opiniones para todos los gustos. Uno no ha entendido nada, otro se ha llevado un fiasco porque dice que esto no tiene nada que ver con Batman, otro ha creído ver una comedia musical en la que un hombre soñaba con triunfar. A mí la película me ha interesado enormemente porque refleja el sufrimiento y las contradicciones de un ser humano además del espíritu de estos tiempos. Una película sólida y arriesgada.

Incluso se puede decir que el fracaso comercial de la cinta también es un reflejo de este tiempo. Vivimos una época de vocerío y trincheras ideológicas, donde el pensamiento no tiene más profundidad que un tweet y cada vez más millones de personas abandonan la empatía y la reflexión para abrazar simples y burdas consignas como las que lanza la extrema derecha. Así le ocurre a este Arthur Fleck, todos quieren empujarle a un papel -el del Joker- que satisface a los manipuladores -público y prensa sobre todo- pero que se olvidan de quien es de verdad Arthur y cuáles son sus problemas.

La primera película de Todd Phillips se planteaba bucear en los orígenes y la psicología del Joker como archienemigo de Batman. Incluso volvía a presentarnos de nuevo el asesinato del padre de Bruce Wayne por parte de un payaso enmascarado. Pero ya ese primer libreto desviaba el foco desde la aventura superheroica hacia a la salud mental del personaje y su invisibilidad para una sociedad corrupta y feroz. Esta segunda película avanza definitivamente por ese derrotero y ya nada tiene que ver con el Joker de Batman. Es una película sobre Arthur Fleck, un ser devastado psicológicamente en esta Gothan inhóspita y asilvestrada en que se está convirtiendo el mundo. De ahí que muchos forofos de Batman hayan acabado odiando la película. 



Esta secuela podría haber retomado el clímax con que concluyó la anterior, cuando Gothan se hundía en el caos y hubiera aclamado fácilmente a un líder furioso y enajenado. Pero el director y guionista ha preferido sumergirse en el caos mental de Arthur Fleck y en la tóxica sociedad que lo rodea. 
Por eso califico la apuesta de arriesgada y valiente. 
Su guión se mete en un glorioso berenjenal lleno de paradojas, sutilezas y contradicciones como las que pululan por el mismísimo coco de Fleck.

Me atrevo a decir que toda la película es el reverso de una de las mejores escenas de la película precedente, cuando Arthur huye del metro después de asesinar a tres brokers chulescos y se esconde en unos váteres públicos. Allí se para, la cabeza le da vueltas, pero poco a poco coge aire y sus pies empiezan a trazar unos pasos de baile que le ayudan a reafirmarse. Finalmente se yergue ante el sórdido espejo abriendo los brazos y presentándose al mundo: aquí estoy. Arthur se siente liberado de sus miedos y opresiones gracias a un acto de violencia. Lo acepta. Será el Joker. Explorará la creación de un nuevo orden a través del caos. Rasgará las costuras del sistema; pero si Bruce Wayne siempre vive atormentado por su rol como superhéroe, Arthur Fleck no va a ser menos. Aquella imagen con los brazos abiertos, como presentándose ante un auditórium, da paso en esta secuela a un ser con los brazos caídos y una duda que lo corroe, ¿podría ser el Joker?



Creo que todos los números musicales son en realidad ensoñaciones, donde se ve feliz y triunfante caracterizado como el Joker. En esa burbuja luminosa es libre y famoso y lo demuestra cantando y bailando junto a su inesperada pareja Harley Quinn (Lady Gaga). Pero cuando se apagan los focos allí sólo queda el anodino Arthur Fleck. Esa es la cruda realidad que muestra la película, la de un ser enfermo y atormentado al que la sociedad y sus servicios sociales han abandonado a su suerte... aunque encontró el éxito social gracias a su burlesca máscara... que no es más apariencia. Ahí es donde está el corazón de esta película. Y es un corazón neta y amargamente dramático. 



La película comienza con un corto de dibujos animados donde el Joker pelea con su sombra. Ésta quiere triunfar y ser reconocida a toda costa, incluso deshaciéndose de Arthur. Pero tras provocar el caos y sentirse acorralada por la policía vuelve a convertirse en simple sombra, dejando que sea Arthur el que pague el pato. 
Esa metáfora se extiende a la película. 
En la cinta original Arthur se convirtió en un icono involuntario. Una sombra enmascarada lo cubrió con su carisma y ahora -en esta secuela- la gente no hace más que empujarlo para que se convierta en el Joker. Hasta los policías de la cárcel quieren escuchar sus absurdos chistes y asistir a sus locuras. También el público y la prensa están ávidos por presenciar algunas de sus furiosas actuaciones. Quieren verle romper las reglas y provocar desórdenes hasta reventar el sistema. La propia Harley Quinn, una rica licenciada en psicología, no es ajena a esta postura, empujándolo hacia la enajenación y la anarquía. "Eres el Joker -le dice- puedes hacer lo que te dé la gana".

Me he acordado entonces de esas chicas que se enamoran de asesinos encarcelados y les escriben cartas apasionadas. También de las redes sociales y ese postureo enfermizo que ha llegado a provocar muertes.  




Aquí no hay fantasía. No hay héroes ni, por supuesto, un archivillano. Solo un tipo disfuncional en un mundo todavía mucho más disfuncional donde prima la algarada, el espectáculo y la prensa (otro espectáculo más). Así que todo el mundo (policías, periodistas, público...y nosotros los espectadores) espera al Joker, pero el pobre Arthur Fleck no sabe dónde está. La película recorre perfectamente esta paradoja. Hay muchos primeros planos con el rostro de Fleck arrugado como una interrogación. El Joker no existe llega a decir. También, el Joker soy yo. La película bucea con soltura en esa contradicción. 


Nota.- Al igual que en la anterior, Joaquin Phoenix está realmente im-presionante.

lunes, 4 de diciembre de 2023

LA VIDA DE LOS DEMÁS - Mohammad Rasoulof

Irán, 2020


El mal no existe (There Is No Evil), es el título original de una película decidida a demostrar que lo creamos nosotros.

La cinta está compuesta por cuatro historias que son variaciones sobre un mismo tema: el protagonista es obligado a ejercer de verdugo mientras está haciendo el servicio militar, que es obligatorio en Irán. A través de este tema común se nos muestra un Irán actual y cotidiano donde hasta en los pequeños detalles aflora el clima de represión, falta de libertad y control social que deshumaniza todo lo que toca. 

A pesar de constar de cuatro episodios independientes, la película no adolece de la desconexión narrativa que suele afectar a este tipo de cintas. El hilo argumental que las une es suficientemente poderoso para mantenernos centrados en el camino que comparten, cómo afrontan la orden de matar y qué consecuencias tiene para ellos. 

Hay una imagen que resume para mí toda la película y transcurre en el segundo episodio. Los pobres soldados que han sido designados para llevar a cabo las ejecuciones sumarias esperan su turno hacinados en una habitación con literas. Al que le toca esa noche está vomitando y no logra dormir. Cuando llega la hora le conducen hasta la celda del reo y los guardias le indican que debe esposarse a él, para llevarlo hasta la sala donde está preparada la horca. 
Ese plano, con el verdugo y el reo unidos por las esposas camino del cadalso, resulta definitorio del asunto de la película. Los dos, realmente, son prisioneros de un sistema cruel y dictatorial.

















Cada episodio tiene una alcance y una narrativa diferente, pero hay que decir que están magníficamente planteados y rodados. El primero es un modelo de planteamiento narrativo que culmina en un desenlace atroz; mientras que el segundo, después de un debate meridianamente claro entre los personajes apunta a thriller; huir de la cárcel y de la ignominia. El tercero es menos directo que los dos primeros, pero más dramático y sutil. Mientras que en el cuarto se abre el foco del conflicto perdiendo el mensaje contundencia. 

El primero exhibe una capacidad de impacto tan brutal que nos hará recordarlo durante días. Plantea la paradoja de la banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt exponiendo con toda su crudeza el debate moral de fondo: ¿es posible matar a otras personas y llevar un vida normal con familia e hijos? Sin duda es el que más fuerza atesora, quizás por tener su origen en una experiencia propia del director y guionista:
“El año pasado, vi a uno de mis interrogadores saliendo del banco mientras cruzaba una calle de Teherán. De repente, experimenté una sensación indescriptible. Sin que se diera cuenta, lo seguí durante un rato. Después de diez años, había envejecido un poco. Quería tomar una foto de él con mi móvil, quería correr hacia él, revelarme contra él y, enojado gritarle todas mis preguntas. Pero cuando lo miré de cerca y observé sus gestos con mis propios ojos, no pude ver un monstruo malvado”, explica el director. Y añade: “Impulsado por experiencias tan personales, quise contar historias que preguntaran: como ciudadanos responsables, ¿tenemos otra opción para hacer cumplir las órdenes inhumanas de los déspotas?”.
En el segundo episodio la prisión moral de quienes matan legitimados por la ley y el estado se convierte en una prisión física de la que el condenado a verdugo ansía huir. La conversación entre ellos revela la trampa urdida por el estado.
-Alguien ha cometido un delito y lo han condenado a muerte. Quitarle la vida no es decisión tuya. A ver si lo entiendes de una vez.
-¿Por qué tengo que ejecutarlo yo?
-Sigue sin poder entenderlo.
...
-Y ¿por qué te has alistado en el ejército entonces?
-Tendrías que haberte ido del país.
-A dónde quieres que vaya sin pasaporte. ¿Qué puedes hacer sin pasar por la mili? No tienes derecho a pedir el pasaporte si no te han dado el certificado. ¿Puedes sacarte el carnet de conducir sin haber hecho el servicio? ¿Apuntarte a la bolsa de trabajo? ¿Sacarte una simple licencia de comercio? ¿Contratar un seguro de familia?.





El tercero es el que tiene un desarrollo más dramático. Es la caída del caballo de un joven dispuesto a matar con tal de seguir su vida, pero las vueltas que da la vida y su novia le enseñarán que no se trata de un peaje cualquiera. Este episodio es el que más me gusta. Es el más reflexivo y sutil, aunque tenga un sesgo melodramático. El soldado no es consciente (o no quiere serlo) de las consecuencias de sus actos hasta que las circunstancias lo sitúan frente a ellas. 
㆒Sirim este sitio es maravilloso, ¿por qué decidiste renunciar a todo, a tu vida, a tu carrera profesional, para volver aquí?
Alguna vez alguien te ha obligado a hacer algo que no deberías hacer?
Sí, en el servicio militar. Desde lavar los platos a lavar los baños hasta marchar y hacer guardias a cualquier hora. Allí todo es forzado. Todo.
㆒Y por qué lo haces?
㆒Si no lo hago el servicio militar será más largo. No puedes hacer nada hasta acabarlo. No puedes trabajar, ganar dinero o salir del país. Después de todo es obligatorio por ley.
㆒¿Quién decide lo que es ley?
㆒No sé qué decir. Alguien con más poder que nosotros.
㆒Si alguna de estas leyes son forzosas ¿Por qué no puedes negarte?
Podría negarme si quisiera. Son 2 años; lo aguantaré como pueda y dejaré de estar en deuda. Incluso si quisiera no tendría el poder.
-Tu poder está en decir NO.
-Si decidimos decir no destrozarán nuestras vidas.
La película ciertamente es amarga. En un sistema represivo elegir claudicar o disentir siempre tiene un coste que se acaba pagando. 


A pesar de los 150 minutos de metraje la película se sigue con interés debido al ingenio del guionista y director, así como a una narración muy sólida y fluida en la que no abundan los tiempos muertos. 

Hacer cine en el Irán de los ayatolás es una heroicidad y más cuando el director tenía prohibido hacer películas y estaba pendiente de entrar en la cárcel. Burló la prohibición pidiendo permisos para rodar cortos en distintos sitios y con distintos nombres, lo que le llevó a componer  este cuadro compuesto de partes. A pesar de estas precarias condiciones la película luce espléndida. La puesta en escena está muy cuidada e incluso cuenta con una magnífica fotografía, debida a Ashkan Ashkani.

Me interesa mucho la conjunción que se da entre crítica social al sistema y crítica al individuo. Ante el poder injusto ¿te pliegas, te escondes, te revelas o convives? ¿Puedes mirar para otro lado mientras "retiras el taburete" a algún reo?




El cineasta iraní Mohammad Rasoulof  fue arrestado por primera vez en 2010 —al mismo tiempo que Jafar Panahi— acusado de rodar sin permiso y, tras ser hallado culpable de “diseminar propaganda contra el Estado” a través de sus películas. Fue condenado a seis años de cárcel y la prohibición de hacer cine durante dos décadas. La pena fue posteriormente reducida a un solo año de prisión, y actualmente sigue pendiente de hacerse efectiva. En 2019, la Justicia iraní volvió a declararlo culpable de cargos similares y lo sentenció a un año más entre rejas, y lo mismo sucedió otra vez en 2020.
En el momento de presentar su película en 2020, Rasoulof tenía pendientes de ejecución dos sentencias de prisión y prohibida la salida del país.

jueves, 10 de agosto de 2023

OPPENHEIMER - de Christopher Nolan




Me llama poderosamente la atención cómo Christopher Nolan salta en su filmografía desde la fantasía y la ciencia ficción a la Historia más erudita. La trilogía Batman, Interstellar, Memento, Incepción o Tenet son thrillers con un alto grado de imaginación que se sitúan en las antípodas de otros dos filmes suyos, Dunquerque y esta Oppenheimer, verdaderas recreaciones dramáticas de dos de los momentos más trascendentales de la Historia reciente. Algo parecido ha venido haciendo Clint Eastwood en sus últimos trabajos, en los que se ha centrado en retratar a los más recientes “héroes” americanos con desigual fortuna, tal y como se puede ver en Sully, Richard Jewell, J. Edgar o El Francotirador (American Sniper). Será porque el vuelo de la imaginación necesita reposar de vez en cuando en la más desnuda realidad.

Viene esto a cuento de que yo particularmente no soy muy proclive a las películas estrictamente históricas; me parece que los hechos históricos son un corsé demasiado rígido como para lograr trascenderlo y armar un drama o una intriga. Dicho esto, tengo que reconocer que este recorrido por la figura de Robert J. Oppenheimer, conocido como el “padre de la bomba atómica” reúne las calidades de un gran drama centrado en la personalidad contradictoria de este genial físico.

Leo en muchas críticas que se trata de una película grandilocuente –muy del estilo de Nolan- y no sé en qué se basan para decirlo. Parece tratarse de una muletilla que siempre hay decir cuando se habla de Nolan. En cambio, lo que yo veo es que dos de los asuntos más épicos en los que se vio implicado Oppenheimer, casi se nos escaquean del metraje. Uno es el montaje de una ciudad entera desde cero, en el paraje desierto de Los Álamos, para llevar a cabo contra reloj las investigaciones y pruebas de la bomba atómica. Tras el intercambio de un par de frases entre Oppenheimer y el general Leslie Groves (Matt Damon), a continuación ya se nos muestra funcionando. Entremedias no ha habido ni un solo plano épico de construcción, traslado de masas o tropas o música rimbombante. 


Lo mismo ocurre con la prueba definitiva de la explosión de la bomba y el traslado posterior de las dos que caerán sobre Hiroshima y Nagasaki. Sí que es verdad que la primera explosión atómica tiene el suspense de si funcionará o no y hasta qué punto (si la explosión incendiará la atmósfera y destruirá el mundo); pero la secuencia es muy corta y no se recrea con esos planos habituales de la onda expansiva y la volatilización de objetos que suelen regalarnos. Se trata de una explosión real (ya sabemos que Nolan prefiere el rodaje físico al CGI) pero se puede decir que es escueta e instrumental, ya que sólo sirve para señalar el éxito de “Oppie”. En cuanto al traslado de las dos bombas, simplemente las vemos salir de Los Álamos en sendos camiones y a continuación ya se nos muestran sus efectos pero a través de los noticiarios.

No significa esto que ambos asuntos sean secundarios en la trama, sino más bien que están alrededor de quien ocupa de verdad el punto central, el propio Oppenheimer. Y es que la película trata de la vida, el carácter y las preocupaciones de este hombre menudo, inteligentísimo, culto y mujeriego más que de la bomba que logró fabricar. En este sentido la cinta podría haberse titulado “Oppie”, su apelativo íntimo, dado que la película se centra en explorar su infinita curiosidad intelectual, sus devaneos con la política y las mujeres o su evolución intelectual, que le llevó desde EEUU a Europa para subirse al carro de los vanguardistas estudios sobre la física cuántica para volver con este background a Norteamérica e implicarse en la gestión y desarrollo  del Proyecto Manhattan. Todo ello sin olvidar el amargo trago al que fue sometido tras la guerra, con una humillante audiencia de seguridad al más burdo estilo "caza de brujas" del senador McCarthy, que trató de hundirlo y desprestigiarlo.

Es en esta experiencia vital donde encontramos material del bueno....o al menos el que más me interesa a mí.


Christopher Nolan se ha basado en la biografía escrita por Kai Bird y Martin Wherwin, El Prometeo americano, para poder mostrar a un hombre tan complejo y contradictorio como J. Robert Oppenheimer: un tipo solitario, meditabundo y esteta; versado en poesía, textos espirituales y filosóficos. Estudió literatura e idiomas (llegó a aprender italiano en un mes) y leía los diálogos de Platón en griego.

Lo que más me atrae de la película es su capacidad para inocular tensión dramática en los puros hechos históricos, sobre todo en los dos últimos tercios de la película puesto que el primero es más descriptivo e histórico: cuando Oppenheimer se traslada a Europa para incorporarse a la pujante corriente de estudios centrada en la novedosa mecánica cuántica. Allí se codeó con científicos de primerísima magnitud, como Max Born, Wolfgang Pauli, Otto Hahn, Paul Dirac o Enrico Fermi. E incluso acudió a Alemania para estudiar junto a Werner Heisenberg, el físico teórico que posteriormente, en plena 2ª Guerra Mundial, lideró el intento nazi de fabricar la bomba atómica. También tendría relación con Pascual Jordan, John Von Neumann y Edward Teller. Algunos de estos científicos se integrarían posteriormente en el Proyecto Manhattan y en concreto este último, Teller, mantendría una amarga disputa con Oppenheimer por ansiar continuar los experimentos para conseguir una bomba más potente, la de hidrógeno.

En los dos siguientes tercios de la película, centrados en la prueba de la bomba y la audiencia de seguridad, es donde Nolan logra introducir una gran tensión dramática, muy bien respaldada por la banda sonora de Ludwig Göransson, capaz de potenciar las imágenes y convertir los silencios en algo muy elocuente.



La parte central de la película se ocupa de la puesta en marcha del Proyecto Manhattan y ahí es donde podemos apreciar esa personalidad brillante y práctica del físico, capaz de poner en pie desde cero tanto una ciudad secreta habitada por docenas de científicos como desarrollar una I+D absolutamente vanguardista que le llevó a detonar la primera bomba atómica de la historia. Esta prueba se denominó Trinity y tuvo lugar el 16 de julio de 1945 ante 425 personas que fueron testigos de ese primer resplandor atómico.

En entrevistas realizadas en la década de 1960, Oppenheimer afirmó que, después de ver el terrorífico hongo nuclear, le vino a su mente una línea del texto sagrado hindú Bhagavad Gita: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».​

Oppenheimer fue consciente desde el primer momento de la enorme capacidad destructiva de las bombas atómicas y enseguida se posicionó en contra de su uso por países individuales, proponiendo un estricto control internacional. Terminada la guerra, Oppenheimer presentó su renuncia como director del Laboratorio de Los Álamos, retornando a la Universidad CalTech. Se convirtió en asesor de la Comisión de Energía Atómica estadounidense, puesto desde el que abogó por el control del armamento atómico y presionó en contra del desarrollo de armas más potentes, como la bomba de hidrógeno. 

Este nuevo posicionamiento de Oppenheimer tuvo como resultado que, en 1954, el gobierno de EEUU le abriera una investigación para determinar su fiabilidad y lealtad como asesor de seguridad nuclear. 

Aunque el relato de la fabricación de la bomba es el punto culminante en cuanto a la Historia, en la película hay dos asuntos más íntimamente dramáticos que ejercen de suculento contrapunto. Uno es el posible espionaje con el que algún miembro del Proyecto estaba beneficiando a Rusia y el otro, la relación que durante años mantuvo Oppie con su amante Jean Tatlock (Florence Pough). Ambos se amaban y tenían encuentros periódicos pero se trataba de una extraña relación de amor/odio que acabó llevando a la vulnerable Tatlock hasta el suicidio.
 


Por su parte la investigación a la que se somete a Oppenheimer por sus contactos izquierdistas nos deja con la boca abierta. Un héroe nacional, capaz de abrir una nueva era en la humanidad (aunque fuese para colocarla al borde del abismo) fue humillado sin contemplaciones por los estamentos políticos más reaccionarios que actuaron en defensa de su statu quo. Esta persecución política lo alejó de la vida pública hasta que en 1963, el presidente Lyndon B. Johnson le hizo entrega del Premio Enrico Fermi rehabilitándolo.

Estos dos asuntos son los que tienen mayor enjundia en la película y de ello se benefician sus dos protagonistas. Florence Pough vuelve a lucir su inmenso talento interpretando a la perturbada Jean Tatlock y Robert Downey Jr. nos demuestra su categoría dramática interpretando a Lewis Strauss, alto cargo de la Comisión de Energía y urdidor en la sombra de la audiencia del desprestigio sobre Oppenheimer. Ambos exprimen sus papeles, cosa que no tienen oportunidad el resto del lujoso elenco que desfila por la pantalla: Emily Hunt, Rami Malek, Josh Harnett, Matthew Modine e incluso Kenneth Branagh y Gary Oldman; este último interpretando al presidente de EEUU Harry S. Truman en una escena memorable, cuando Oppenheimer le confiesa que "siente que tiene sangre en las venas" y el presidente le contesta que no se preocupe y que le deje a él mancharse con ella. Cillian Murphy está genial a nivel fotogénico. Su sombrero, su cigarrillo sempiterno y su mirada inquisitiva  imitan perfectamente a la imagen que tenemos de Oppenheimer, pero su recorrido interpretativo es escaso. Peca de hieratismo, como si viviese permanentemente bajo el peso de su creación, sin poder ofrecer otra variedad de emociones. Aunque es verdad que el peso debió ser terrible dadas las consecuencias de su trabajo.