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domingo, 14 de septiembre de 2025

SIRĀT - de Oliver Laxe


SIRĀT es un viaje a ninguna parte. Una exploración del purgatorio donde están ubicados sus personajes. O de los límites adonde se acerca el ser humano para comprobar la aleatoriedad y futilidad de la vida. Una película radical, sin ningún género de dudas.

Luis viaja con su hijo hasta el desierto de Marruecos para buscar a su otra hija, una joven ofuscada con la vida que se fue de casa meses atrás. Las pocas noticias que tienen de ella les indican que podría haber acudido a una rave en pleno desierto marroquí. Integrados en el delirio fiestero, con furgoneta camperizada y todo, van mostrando la fotografía de la joven a todo el mundo, pero sin resultado alguno.

Cuando llega el ejército para desmontar el jolgorio Luis logra unirse a un pequeño grupo que huye, adentrándose en el desierto. Según le dicen van a otra rave que se va a celebrar en un lugar más remoto y secreto. Puede que su hija acuda allí.

La película entonces se convierte en una road movie hacia la nada que nos recuerda a "El salario del miedo" (Clouzot, 1953), a 'Easy Rider' (D. Hopper, 1969) o incluso a la primigenia "Mad Max" (G. Miller, 1979), saga renacida para alumbrar estos tiempos oscuros. A ello contribuye el carácter desesperado del viaje, el territorio inhóspito que cruzan y las confusas noticias que llegan a este grupo errante sobre el aparente inicio de una guerra del alcance mundial.  

A Luis no le queda más remedio que encomendarse a estos cuatro exploradores extremos y enredarse en un viaje que -como ya intuimos- lo transformará. El viaje poco a poco se convierte en algo atroz. Ya no será iniciático, sino un descenso a los infiernos de la desesperación. 



La película logra algo casi imposible, convertirse en un trance, como reza su subtítulo. Algo que logra con la ayuda de un paisaje abrumador y una música lisérgica. La búsqueda de Luis se desarrolla en un entorno frenético, con la música de ritmo repetitivo a tope, algo que en la sala de cine se te incrusta en el pecho. Las primeras imágenes ya nos sumergen en esa especie de liturgia. Son unos prolongados minutos donde vemos instalar una larga hilera de altavoces que enseguida escupen sus potentes ritmos electrónicos mientras los cuerpos empiezan a vibrar y a retorcerse. Todo un ritual.

La película no creo que se proponga darnos a entender el por qué de las raves o su sentido pero, por un momento -sometidos como estamos a un ritmo repetitivo que se vuelve hipnótico-, nos parece intuir la poesía que hay detrás. También el desasosiego vital de unas gentes que sólo buscan aplacar la desesperación de una vida sin sentido. Ellos parecen conocer el fondo más oscuro de la vida y se entregan a un ritmo que lo ocupa todo y que parece absorber su consciencia. Aquí puedes escuchar su BSO.

La última esperanza de Luis está unida a esta tribu nómada en su viaje a ninguna parte. Todos ellos tienen sus vidas mutiladas, tal y como subraya el hecho de que a uno de ellos le falta una pierna y a otro una mano. Pero ninguno se rinde. Su viaje por momentos parece una temeridad. Como afrontar la vida. La película en ningún momento resulta moralizante. Sólo nos obliga a estar presentes en esta atormentada travesía. Poco a poco el ejército, las noticias o la civilización quedan atrás. Todo se desnuda. El paisaje, las expectativas, el mundo.



Ver esta película es una experiencia perturbadora. No te regala nada, ni te da tregua. Su periplo serpentea entre lo físico y lo espiritual. Como al propio Luis, este itinerario salvaje te va despojando de todos los engaños e insensateces con los que crees vivir hasta dejarte solo, con tu vulnerabilidad, en medio de la nada. 

Lo dicho. Toda una experiencia que se define desde el mismo título. Sirât, nos dice en su presentación la película, significa para el Islam la vía que conduce a la verdad. También da nombre al delgadísimo puente que une el infierno y el paraíso.

En una entrevista, el director sentenciaba: Con esta película expreso mi visión de la vida. El significado literal de sirât es "el camino". La vida es un camino con curvas; tiene callejones a ambos lados. La vida te sacude; no llama a la puerta. Aparece, te sacude de repente y te pregunta: "¿Quién eres?".






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O. Laxe en el rodaje de Sirât
Oliver Laxe es una figura singular en el cine español. Nacido en París, hijo de padres gallegos emigrantes, regresó con ellos a la tierra de origen. Estudió cine en Barcelona, emigró a Londres y después vivió muchos años en Marruecos, donde se interesó por el sufismo y lo estudió. Allí impartió un taller de cine para niños en riesgo de exclusión, que fue el origen de su primer largometraje, el documental Todos vosotros sois capitanes (2010). Con él ganó el Premio FIPRESCI del Festival de Cannes con el que el director ha establecido un idilio ya que también ganó allí el Gran Premio de la Semana de la Crítica en 2016 por 'Mimosas' y el Premio del Jurado en la sección Un certain regard en 2019 por 'O que arde'.
"Mimosas" es una suerte de western contemporáneo de autor en el que se combinan como monturas los caballos y los destartalados taxis. Rodada en la región montañosa del Atlas marroquí, arranca con un anciano que desea morir y ser enterrado en el lugar en el que nació. Así se desarrollaba un viaje iniciático con dilema moral que termina en redención mediante el sacrificio. Esto último es relevante, porque está vinculado con el nuevo viaje iniciático que se emprende en Sirât.
Entre Mimosas y Sirât, rodó en un valle de la Galicia interior Lo que arde, sobre un pirómano que, tras cumplir condena, regresa a la casa de su anciana madre en el lugar en el que incendió el bosque. Puede sonar a crudo drama rural, pero el cine de Laxe tira siempre hacia la dimensión poética y espiritual. Los hipnóticos cinco minutos iniciales de esta película bastan para evidenciar que estamos ante un cineasta notable. Parte del mérito de la fuerza de sus imágenes hay que atribuírselo al director de fotografía Mauro Herce, con el que ha rodado todas sus obras desde Mimosas. En Sirât el trabajo de Herce es portentoso. 
Perfil extraído de la web Letra Global

jueves, 1 de mayo de 2025

LOS PECADORES - de Ryan Coogler



Esta es una película de vampiros en territorio del gótico sureño atravesada por un potente retrato del racismo en EEUU y una apasionante oda a la espiritualidad de la música y al poder evocador del blues. ¿Qué tipo de audacia se necesita para integrar tan distintos asuntos y conseguir una gran película? Pues la que tiene Ryan Coogler sin duda, porque aquí lo ha logrado y a nosotros sólo nos queda disfrutarlo.  

Los pecadores” cuenta la historia de los gemelos Smoke y Stack (ambos interpretados por Michael B. Jordan) que, tras sobrevivir a las trincheras de la Primera Guerra mundial y al mundo del hampa en Chicago, regresan al Delta del Mississippi, en 1932, para montar un tugurio de blues y alcohol destinado a la comunidad negra. Pronto descubrirán que algo peor que la guerra, el racismo o la violencia los está acechando. 



La película comienza con un retrato evocador de la vida en el Sur segregado. Los dos hermanos gemelos vuelven a la tierra de su juventud, donde incluso encontrarán los rescoldos de amores pasados. Sus elegantes trajes de ciudad contrastan con la pobreza circundante; pero creen que el club de blues será un buen negocio y una vía de escape para sus sufridos hermanos. Para la inauguración cuentan con Sammie, el hijo del predicador, un muchacho especialmente dotado para la música. 

La película se articula con esta primera parte más sociológica y una segunda que desarrolla el asedio de los vampiros al galpón donde los braceros beben y bailan. Las dos partes están rodadas con una gran madurez y tersura por parte del director y guionista. En el molde de una película de género vampírico, Coogler habla de miseria y de racismo sin que chirríen; pero también de creencias y tradiciones y, sobre todo, del vínculo esencial que los personajes tienen con la música. Más que perseguir sustos, el director nos acerca a sus personajes con una gran intensidad emocional y, a través de ellos, a la historia de su comunidad. 



Pero la cumbre de la película está en la secuencia que hace de bisagra entre ambas partes. 
Pura magia. 
La película se inicia con una voz en off evocando la leyenda de una música tan auténtica y verdadera que es capaz de sanar comunidades y convocar a espíritus más allá de la barrera del tiempo... pero también de atraer al mal. Una música con la fuerza mística de los ancestros que se remonta al África Occidental y a la Irlanda precolonial. 

Y esto es lo que es capaz de plasmar en imágenes el director. Cuando el gemelo Stack invita al joven Sammie a mostrar sus talentos al ritmo de la canción "I Lied to You" (original de Göransson y Raphael Saadiq), lo que ocurre es un auténtico hechizo. Mientras la cámara recorre los cuerpos cimbreantes del presente se cruza con bailarines ceremoniales del África inmemorial y figuras del hip-hop de un futuro inexplorado, fusionándose en un momento tan deslumbrante como embriagador. A medida que la música va ocupando todo el espacio del viejo molino logra traspasar todo tipo de fronteras metafísicas y temporales. La guitarra de Sammie y su voz conmovedora se erigen en el faro de ese poder trascendental que el pastor ya fue capaz de intuir, cuando le advertía a su hijo, "Si sigues bailando con el diablo, un día te seguirá a casa"















Ryan Coogler causó sensación en 2013 con su debut, Fruitvale Station, un relato desgarrador sobre un tiroteo que presagió el auge del movimiento Black Lives Matter. A continuación visitó el universo de Rocky de forma inteligente y emotiva con la historia de Creed, el hijo de uno de sus antiguos rivales. Posteriormente dirigió la película con más conciencia social del universo Marvel, Black Panther, así como su secuela, un sentido homenaje al fallecido Chadwick Boseman

Esa vena social y comunitaria que está presente en sus películas aquí se hace más que evidente al retratar el racismo. Uno de los gemelos le dice a su antigua novia convertida ahora en hechicera: "he estado en guerras, he estado en Chicago, he visto muchas muertes y de más maneras de las que podría imaginar; pero en ningún caso he visto magia, siempre se trataba del poder." Esto lo ratificará el vampiro que va infectando a toda la comunidad. Él también proviene de una tierra expoliada, Irlanda, y su ansia es poseer las capacidades míticas del joven Sammie para insertarse en el cálido flujo de sus ancestros. 



Lo que me lleva a pensar que la película podría verse como un relato sobre la vampirización de la música negra por los blancos. Justo antes de su debut, el viejo pianista que acompañará a Sammie le dice al joven talento, "al hombre blanco le gusta el blues, lo que no le gusta es quien lo toca". 
Muy buena.



lunes, 4 de diciembre de 2023

LA VIDA DE LOS DEMÁS - Mohammad Rasoulof

Irán, 2020


El mal no existe (There Is No Evil), es el título original de una película decidida a demostrar que lo creamos nosotros.

La cinta está compuesta por cuatro historias que son variaciones sobre un mismo tema: el protagonista es obligado a ejercer de verdugo mientras está haciendo el servicio militar, que es obligatorio en Irán. A través de este tema común se nos muestra un Irán actual y cotidiano donde hasta en los pequeños detalles aflora el clima de represión, falta de libertad y control social que deshumaniza todo lo que toca. 

A pesar de constar de cuatro episodios independientes, la película no adolece de la desconexión narrativa que suele afectar a este tipo de cintas. El hilo argumental que las une es suficientemente poderoso para mantenernos centrados en el camino que comparten, cómo afrontan la orden de matar y qué consecuencias tiene para ellos. 

Hay una imagen que resume para mí toda la película y transcurre en el segundo episodio. Los pobres soldados que han sido designados para llevar a cabo las ejecuciones sumarias esperan su turno hacinados en una habitación con literas. Al que le toca esa noche está vomitando y no logra dormir. Cuando llega la hora le conducen hasta la celda del reo y los guardias le indican que debe esposarse a él, para llevarlo hasta la sala donde está preparada la horca. 
Ese plano, con el verdugo y el reo unidos por las esposas camino del cadalso, resulta definitorio del asunto de la película. Los dos, realmente, son prisioneros de un sistema cruel y dictatorial.

















Cada episodio tiene una alcance y una narrativa diferente, pero hay que decir que están magníficamente planteados y rodados. El primero es un modelo de planteamiento narrativo que culmina en un desenlace atroz; mientras que el segundo, después de un debate meridianamente claro entre los personajes apunta a thriller; huir de la cárcel y de la ignominia. El tercero es menos directo que los dos primeros, pero más dramático y sutil. Mientras que en el cuarto se abre el foco del conflicto perdiendo el mensaje contundencia. 

El primero exhibe una capacidad de impacto tan brutal que nos hará recordarlo durante días. Plantea la paradoja de la banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt exponiendo con toda su crudeza el debate moral de fondo: ¿es posible matar a otras personas y llevar un vida normal con familia e hijos? Sin duda es el que más fuerza atesora, quizás por tener su origen en una experiencia propia del director y guionista:
“El año pasado, vi a uno de mis interrogadores saliendo del banco mientras cruzaba una calle de Teherán. De repente, experimenté una sensación indescriptible. Sin que se diera cuenta, lo seguí durante un rato. Después de diez años, había envejecido un poco. Quería tomar una foto de él con mi móvil, quería correr hacia él, revelarme contra él y, enojado gritarle todas mis preguntas. Pero cuando lo miré de cerca y observé sus gestos con mis propios ojos, no pude ver un monstruo malvado”, explica el director. Y añade: “Impulsado por experiencias tan personales, quise contar historias que preguntaran: como ciudadanos responsables, ¿tenemos otra opción para hacer cumplir las órdenes inhumanas de los déspotas?”.
En el segundo episodio la prisión moral de quienes matan legitimados por la ley y el estado se convierte en una prisión física de la que el condenado a verdugo ansía huir. La conversación entre ellos revela la trampa urdida por el estado.
-Alguien ha cometido un delito y lo han condenado a muerte. Quitarle la vida no es decisión tuya. A ver si lo entiendes de una vez.
-¿Por qué tengo que ejecutarlo yo?
-Sigue sin poder entenderlo.
...
-Y ¿por qué te has alistado en el ejército entonces?
-Tendrías que haberte ido del país.
-A dónde quieres que vaya sin pasaporte. ¿Qué puedes hacer sin pasar por la mili? No tienes derecho a pedir el pasaporte si no te han dado el certificado. ¿Puedes sacarte el carnet de conducir sin haber hecho el servicio? ¿Apuntarte a la bolsa de trabajo? ¿Sacarte una simple licencia de comercio? ¿Contratar un seguro de familia?.





El tercero es el que tiene un desarrollo más dramático. Es la caída del caballo de un joven dispuesto a matar con tal de seguir su vida, pero las vueltas que da la vida y su novia le enseñarán que no se trata de un peaje cualquiera. Este episodio es el que más me gusta. Es el más reflexivo y sutil, aunque tenga un sesgo melodramático. El soldado no es consciente (o no quiere serlo) de las consecuencias de sus actos hasta que las circunstancias lo sitúan frente a ellas. 
㆒Sirim este sitio es maravilloso, ¿por qué decidiste renunciar a todo, a tu vida, a tu carrera profesional, para volver aquí?
Alguna vez alguien te ha obligado a hacer algo que no deberías hacer?
Sí, en el servicio militar. Desde lavar los platos a lavar los baños hasta marchar y hacer guardias a cualquier hora. Allí todo es forzado. Todo.
㆒Y por qué lo haces?
㆒Si no lo hago el servicio militar será más largo. No puedes hacer nada hasta acabarlo. No puedes trabajar, ganar dinero o salir del país. Después de todo es obligatorio por ley.
㆒¿Quién decide lo que es ley?
㆒No sé qué decir. Alguien con más poder que nosotros.
㆒Si alguna de estas leyes son forzosas ¿Por qué no puedes negarte?
Podría negarme si quisiera. Son 2 años; lo aguantaré como pueda y dejaré de estar en deuda. Incluso si quisiera no tendría el poder.
-Tu poder está en decir NO.
-Si decidimos decir no destrozarán nuestras vidas.
La película ciertamente es amarga. En un sistema represivo elegir claudicar o disentir siempre tiene un coste que se acaba pagando. 


A pesar de los 150 minutos de metraje la película se sigue con interés debido al ingenio del guionista y director, así como a una narración muy sólida y fluida en la que no abundan los tiempos muertos. 

Hacer cine en el Irán de los ayatolás es una heroicidad y más cuando el director tenía prohibido hacer películas y estaba pendiente de entrar en la cárcel. Burló la prohibición pidiendo permisos para rodar cortos en distintos sitios y con distintos nombres, lo que le llevó a componer  este cuadro compuesto de partes. A pesar de estas precarias condiciones la película luce espléndida. La puesta en escena está muy cuidada e incluso cuenta con una magnífica fotografía, debida a Ashkan Ashkani.

Me interesa mucho la conjunción que se da entre crítica social al sistema y crítica al individuo. Ante el poder injusto ¿te pliegas, te escondes, te revelas o convives? ¿Puedes mirar para otro lado mientras "retiras el taburete" a algún reo?




El cineasta iraní Mohammad Rasoulof  fue arrestado por primera vez en 2010 —al mismo tiempo que Jafar Panahi— acusado de rodar sin permiso y, tras ser hallado culpable de “diseminar propaganda contra el Estado” a través de sus películas. Fue condenado a seis años de cárcel y la prohibición de hacer cine durante dos décadas. La pena fue posteriormente reducida a un solo año de prisión, y actualmente sigue pendiente de hacerse efectiva. En 2019, la Justicia iraní volvió a declararlo culpable de cargos similares y lo sentenció a un año más entre rejas, y lo mismo sucedió otra vez en 2020.
En el momento de presentar su película en 2020, Rasoulof tenía pendientes de ejecución dos sentencias de prisión y prohibida la salida del país.

miércoles, 22 de febrero de 2023

RTVE Play - plataforma de streaming




Lo gratuito se suele despreciar y si además sumamos que el ente Radio Televisión Española siempre está en el disparadero de los partidos políticos que ansían su manipulación; todo parece jugar en contra del prestigio de este servicio. Pero hay que poner en valor a los grandes profesionales con que cuenta y que, a pesar del torpedeo a que es sometida habitualmente por parte de politicuchos de todo pelaje, ha logrado poner en pie una plataforma de contenidos audiovisuales que no tiene nada que envidiar a las poderosas Netflix, HBO o Amazon.

RTVE Play es una plataforma activa desde hace más de un año donde se pueden ver todos los canales del grupo en directo, pero que además cuenta con un amplio catálogo de series, películas y documentales de contrastada calidad....y todo de forma gratuita.

Para acceder a la plataforma sólo hay que descargarse la app gratuita  de RTVE Play, existente tanto para TV como para móviles y tablets. A partir de ahí la navegación es semejante a cualquier plataforma de contenidos. Puedes ver los canales en directo, lo último añadido o buscar por secciones el tema que más te guste: cine, series, documentales, entretenimiento, deportes, informativos, cocina, divulgativos o archivo.

Si además te registras (gratuitamente por supuesto) en RTVE Play, podrás disfrutar de todas las ventajas que ofrece una experiencia personalizada, como seguir viendo tus contenidos donde los dejaste o crear una lista de favoritos para acceder fácilmente a lo que más te gusta. 

Entre sus funcionalidades está la de ver los directos desde el principio, hacer retroceder o avanzar los vídeos y reducir tu pantalla para seguir viendo tu programa preferido mientras sigues navegando por Internet. Por supuesto también te da la opción de elegir idioma y subtítulos. 

Toda una completa plataforma puesta a nuestro alcance de forma gratuita y que lejos de ofrecer productos viejunos o sin interés nos ofrece series tan maravillosas como The Split (de la que hablaré próximamente), Call my agent o Malaka, una serie criminal compleja y adulta, de 8 episodios, que se desarrolla en un corrupto universo malagueño que le da sopas con onda al reciente éxito de Netflix, La chica de nieve; también ambientada en Málaga.

En películas no faltan clásicos como Psicosis de Hitchcock o thrillers tan actuales como Salt, en el que Angelina Jolie forma parte de una sociedad secreta de asesinos capaces de disparar balas curvas. También podemos ver al justiciero The Equalizer 2 con Denzel Washington en plan quijotesco contra todo tipo de mafias,  o Solo las bestias (2019) un estupendo thriller francés dirigido por Dominik Moll que juega con cinco personajes muy distantes entre sí pero que acaban reunidos en uno de los parajes más inhóspitos de Francia. 
Todo ello sin olvidar películas recientes tan exitosas como El mundo perdido: Jurassic Park, de Steven Spielberg; la amarga y maravillosa Million Dollar Baby de Clint Eastwood, o el boom que arrasó en los Oscars de 2019, Parásitos, de Bong Joon-ho: una historia entre cómica y política sobre una familia pobre que se instala en los sótanos de una mansión de ricos para sacar a la luz todas las contradicciones de nuestro tiempo. 

Por supuesto uno de los fuertes de la plataforma es la oferta de cine español en la que no puede faltar un clásico como Amanece que no es poco, del maestro Jose Luis Cuerda o Volver y Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar. Del recientemente fallecido Carlos Saura podemos ver Cría cuervos... y Elisa, vida mía  o el documental Jota, sobre la música de su tierra, Aragón. Hasta podemos encontrar rarezas tan intrigantes como La torre de los siete jorobados (1944) de Edgar Neville, adaptación de la extraordinaria novela homónima de Emilio Carrere.

La lista de películas disfrutables es bastante larga e incluye esa historia totalmente inglesa (por su ambiente y sus personajes) titulada La librería (2017), pero que dirigió con pulso clásico mi admirada Isabel Coixet, adaptando la muy notable novela de Penelope Fitzgerald. De Coixet también tenemos a nuestro alcance otra película de incuestionable belleza, Nadie quiere la noche (2015), en la que una gran Juliette Binoche tendrá que sobrevivir en el Ártico.  Y para no abandonar a Isabel Coixet, la plataforma también nos ofrece el documental El techo amarillo (2022) que se acerca de frente al escándalo de los abusos sexuales a través del testimonio de las víctimas. Kike Maíllo por su parte también eligió una novela extranjera (en este caso de la francesa Amelie Nothomb) para dirigir Cosmética del enemigo (2020), un sofisticado thriller psicológico que deriva hacia lo siniestro y criminal.
 
También podemos ver Intemperie (2019), el estupendo western de Benito Zambrano trasladado al campo andaluz en plena postguerra española; o una película del triunfador de los últimos premios Goya, Rodrigo Sorogoyen (As bestas), de quien podemos ver Madre (2019) una perturbadora historia en la que Marta Nieto está magistral mostrándonos un inquietante viaje emocional. 

Los cineastas europeos más reconocibles también están presentes en la plataforma. Como el autor de Gomorra, el italiano Matteo Garrone, de quien podemos ver Dogman (2018), película inspirada en el crimen del Canaro della Magliana, un asesinato ocurrido en Italia en 1988 y que plantea algunos dilemas morales. También Thomas Vinterberg plantea un experimento contra la mediocridad en Otra ronda (2020), donde Mads Mikkelsen y unos profesores compañeros quieren probar si manteniendo una cierta tasa de alcohol en sangre pueden mejorar en ciertos aspectos de su vida. 

También está accesible en la plataforma una delicada película de época que plantea una pasión amorosa con una veracidad inusitada y gran ambición estética, Retrato de una mujer en llamas (2019) de Céline Sciamma y La (des)educación de Cameron Post (2018), película independiente de Desirée Akhavan que ganó el festival de Sundance y que, con el protagonismo de Chloë Grace Moretz, nos cuenta la historia de una joven que es obligada por su familia a asistir a un centro de terapia para reorientar su sexualidad "desviada". 

Sin ánimo de agotar un menú que tiene profundidad no podemos perdernos la película de David P. Sañudo titulada Ane (2020), que cuenta con una madre coraje memorable como Patricia López Arnaiz a través de la que reflexionamos sobre la escasa comunicación que hay entre padres e hijos en el contexto de la sociedad vasca y el terrorismo de ETA. 

Por fin, y en cuanto a series, aparte de las señaladas The Split o Malaka, podemos encontrar una aguda comedia en Call my agent, centrada en el día a día de una prestigiosa agencia artística tras la repentina muerte de su fundador. Este retrato del salvaje mundo de las celebrities tiene la curiosidad añadida de que, en cada uno de los episodios, una estrella del cine francés se interpreta a sí misma. Y eso sin olvidar la nueva versión de Los miserables producida por la BBC en 6 episodios o Top of the Lake con la conocida Elizabeth Moss (El cuento de la criada) haciendo de detective en un salvaje territorio de Nueva Zelanda....y Los Durrell, una joya de serie inglesa creada por Simon Nye, con un guión irreverente e ingenioso para retratar a la familia del naturalista y zoólogo Gerald Durrell en la isla de Corfú... 

...y La infamia (Three Girls en el original), un drama sobre violación con una carga emocional difícil de soportar...y El ministerio del tiempo, la juguetona serie de los hermanos Pablo y Javier Olivares... y la sorprendente Yrreal (2021), la webserie de Alberto Utrera que cuenta una venganza saltando de la realidad al cómic... y etc, etc.
¡A disfrutar!

martes, 1 de marzo de 2022

DRIVE my CAR - de Ryusuke Hamaguchi



Este drama japonés está cosechando elogios y premios por todo el mundo a pesar de su duración, tres horas, su ritmo pausado y tratar asuntos tan complejos como la incomunicación, el duelo y ese misterio interminable que es la vida.

El escritor y director Ryusuke Hamaguchi adapta un cuento de Haruki Murakami y no creo que sea éste un autor fácil de adaptar a la gran pantalla, demandante siempre de un cierto dinamismo. Sus personajes viven en un mundo de profunda introspección, suelen ser estáticos, mientras se maceran en su propia soledad y alienación, a veces producto de su incomprensión del mundo y de la vida, a veces producto de una dolorosa pérdida, mientras buscan un refugio emocional y su lugar en el mundo. En Drive my car, Hamaguchi lo afronta exitosamente con un estilo lleno de sutilezas, silencios y hondura emocional.

La película trenza un mosaico de historias y personajes alrededor del director de teatro Yûsuke Kafuku (un soberbio Hidetoshi Nishijima) y de su automóvil, un Saab 900 de color rojo ya cargado de años, al que vemos ir y venir constantemente por carreteras, autopistas y hasta caminos de montaña. Kafuku está casado con Oto (Reika Kirishima), productora de TV, en una relación que se retroalimenta. Ella tiene la costumbre de inventarse historias en voz alta mientras hacen el amor, como si el coito le provocase un trance. Al día siguiente las olvida, pero él las escribe y ella las lleva a TV, donde triunfan. Así comienza la película, con una escena donde la penumbra compone un aura mágica, mientras ambos yacen todavía desnudos y ella está relatando una extraña y cautivadora historia sobre una adolescente que esconde en secreto objetos suyos en la casa del joven del que se ha enamorado. Hay algo de ritual en la escena y un innegable poso de tristeza que confirmamos posteriormente al descubrir que el matrimonio ha perdido a una hija. 


Posteriormente Oto fallece por un ictus y aunque ya llevamos cuarenta minutos de película aparecen los créditos. Lo que hasta ese momento era una historia de pareja, abre su espectro para dar cobijo a otras tragedias. Han pasado dos años y a Kafuku le ofrecen dirigir El tío Vania, de Chejov, para el Festival de Teatro de Hiroshima. Cuando acude allí las normas le obligan a disponer de una chófer para sus desplazamientos. Así es como el coche, con su constante ir y venir, y la sala de ensayos se convierten en los sorprendentes escenarios de este relato sobre el dolor, la pérdida y la dificultad para expresar las emociones. 

Entre lecturas del texto y ensayos se va componiendo un mosaico de historias, con personajes atrapados en su propia burbuja que la convivencia irá resquebrajando. La actriz muda que abandonó su carrera de bailarina por un drama personal, el Coordinador del montaje y Takatsuki, un joven actor de éxito que fue amante de Oto y que se ha presentado a las pruebas porque admira el trabajo de Kafuku. Éste no considera que sea un buen actor, pero el joven insiste en mantener una charla con él hasta que un día le comenta algo que impacta a Kafuku: "Si esperamos ver verdaderamente a otra persona, tenemos que empezar por mirar dentro de nosotros mismos". Efectivamente Kafuku descubre que todavía no ha asumido la pérdida de Oto y que se mantiene aislado de los demás recreándose en su culpa. 














Y por supuesto está la chófer Misaki Watari (Tôko Miura) con quien, después de tantos trayectos desde casa a los ensayos y vuelta, acaba estableciendo un vínculo. Misaki sufrió una madre esquizofrénica y maltratadora que murió enterrada en su casa por un deslizamiento de tierras. De aquellos hechos guarda una cicatriz en la mejilla que no quiso eliminar para recordarlo.

Según se van sumando historias no puedo dejar de acordarme de Crash (de Paul Haggis, 2004); aunque en este caso sin prejuicios ni violencia. Un relato sin más centro de gravedad que la propia vida golpeando a diversos personajes. Como en los libros de Murakami, Hamaguchi elige dejar fluir la vida, libre y sin estereotipos. Nada de lo que ocurre en la película es previsible. Su cámara se dedica a captar la belleza de lo cotidiano y ese tiempo roto que se alarga como un extraño sueño para los que sufren dolor o pérdida.  No en vano Hamaguchi es admirador de Víctor Erice y concibe sus películas como "documentales que siguen a los actores".

Como innovación Kafuku se plantea estrenar la obra con multilenguaje y para ello escoge actores que sólo hablan inglés, chino, coreano o japonés e incluso el lenguaje de signos con el que se expresa una actriz muda. Es aquí donde encontramos una de las claves de la película. En los ensayos Kafuku insiste en repetir y repetir la lectura del texto, sin apasionamiento, "como una letanía", según llega a quejarse una de las actrices. Quiere romper las barreras del idioma, hacer que el texto les cale hasta los huesos, comprendan a los personajes y respiren con ellos hasta poder comunicarse más allá del lenguaje. Esto mismo es lo que hace Hamaguchi con la película. Escuchamos las frases de El tío Vania repetidamente, tanto en los ensayos como en los numerosos trayectos en coche, ya que Kafuku pone siempre una cinta de casete en la que Oto recita el texto. De este modo se establece un paralelismo entre la obra de teatro y la película que permite a Hamaguchi comunicarnos con hondura el sustrato emocional de los personajes.


La incomunicación no proviene solo de la incapacidad para verbalizar las emociones, sino también del miedo a la exposición emocional. De ahí que las palabras no basten y Kafuku busque una comunicación más genuina. Hay una escena clave en los ensayos cuando dos actrices, hablando distintos idiomas, logran transmitirse las emociones de sus personajes. Kafuku (y Hamaguchi) demuestran que, a pesar de las diferencias culturales e idiomáticas, hay otros niveles de conexión humana y una elocuencia que trasciende las palabras.

Hamaguchi consigue así crear escenas de una profunda emoción partiendo de una sencillez totalmente transparente. Así ocurre en la escena en que la chófer le está contando su historia a Kafuku ante los restos de la tragedia que vivió o cuando el propio Kafuku conversa sobre la pérdida de Oto con el actor que fue su amante. La sencillez de la puesta en escena y el eco del dolor que reverbera nos regala una película conmovedora.


Esta poética de la vida, del duelo y de la incomunicación la refleja el director a través de tres mecanismos. Por un lado los diálogos entre personajes, que son muy numerosos, son los que hacen avanzar la narración, no la acción. Por otro los silencios y miradas expresivas (sobre todo de Misaki, que se convierte inopinadamente en el público de la vida de Kafuku y de los ensayos). Y finalmente unos planos atmosféricos, también numerosos, de ese viejo Saab rojo rodando por todo tipo de carreteras y autopistas como si fuesen un laberinto en el que los personajes están perdidos. 

Para Ryūsuke Hamaguchi el coche es algo sagrado. El cineasta lo describe como un lugar en el que se dan "conversaciones íntimas que solo nacen en ese espacio cerrado y en movimiento". Y es en ese cubículo donde se pueden descubrir "aspectos de nosotros mismos que nunca hemos mostrado a nadie o pensamientos a los que no podíamos poner palabras".


En Drive My Car no existe conclusión ni catarsis para el espectador. El viaje continúa indefinidamente, con curvas y paradas, como la vida misma, hacia una siempre compleja revelación. 

Quiero acabar señalando la poderosa presencia del texto de Chejov como trasunto de la película. Hamaguchi establece un paralelismo entre el duelo personal de Kafuku y el tío Vania, así como entre la atmósfera de tristeza y desamparo existencial en que se mueven los personajes: "Encontré muchas similitudes entre lo que vive el tío Vania y lo que está sufriendo Kafuku. Escogí ciertos diálogos para enlazar a ambos personajes, creando así una conversación entre la obra de Chéjov y el relato de Murakami. No solo con el caso del tío Vania, sino también con Sonia, al haber una especie de paralelismo similar con Misaki", detallaba en una entrevista el director. De hecho Kafuku se niega en principio a interpretar al tío Vania porque el texto le amplifica el dolor por la pérdida de Oto. En una conversación llega a reconocer que "Chejov es aterrador. De sus líneas sale tu verdadero yo."















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La película adapta un cuento del mismo título que está integrado en el volumen "Hombres sin mujeres" (2014), siete relatos en torno al aislamiento y la soledad que preceden o siguen a la relación amorosa. Hombres que han contado o cuentan con mujeres que de pronto salen de sus vidas dejándolos sin esperanza ni redención. 
Dado que el relato consta de 40 páginas, el guionista y director añadió personajes de otros cuentos del libro, Kino y Sherezade.
La anterior película estrenada por Ryusuke Hamguchi fue "La ruleta de la fortuna y la fantasía" y también cuenta con una escena de más de diez minutos en el asiento trasero de un taxi; con dos amigas buscando ese momento de revelación emocional. 

jueves, 3 de febrero de 2022

BELFAST - de Kenneth Branagh




Kenneth Branagh nos invita a visitar su infancia con esta película en blanco y negro, y lo hace con un ejercicio narrativo plenamente nostálgico.

La acción transcurre en Belfast durante los violentos hechos de 1969, cuando se rompió la convivencia entre protestantes y católicos, produciéndose disturbios e incendios de casas. Branagh elige el punto de vista de un niño de 9 años, Buddy (Jude Hill), para mostrar el surgimiento del sectarismo y la violencia que obligó a muchos irlandeses de norte a emigrar.

La película tiene un comienzo hermosamente cinematográfico con dos secuencias que resumen todo lo que sir Kenneth Branagh quiere exponer en el film. La secuencia de los créditos se abre con unas radiantes vistas del Belfast contemporáneo con el color dorado del atardecer acariciando sus edificios más emblemáticos, como el museo del Titanic, y tomas aéreas de la ciudad rodeada por el verde sedoso de Cave Hill. Todo ello mientras suena el clásico de Van Morrison "Coming Down to Joy".



Pero un ligero movimiento de cámara nos hace transitar del color al blanco y negro, mientras nos acerca a una calle donde una madre llama a su hijo: ¡Buddy!. El mensaje va transmitiéndose de vecino en vecino y de calle en calle hasta que llega al niño que está jugando a guerrear con espadas de madera. Entonces Buddy regresa a casa cruzando saludos y bromas con los vecinos, pero cuando llega a su calle se encuentra metido de lleno en una de las primeras escaramuzas de los violentos sectarios que agredían y rompían ventanas al grito de "¡católicos fuera!". Buddy se queda clavado, con los ojos muy abiertos, mientras la cámara gira a su alrededor y nos transmite esa sensación amarga de la inocencia asaltada por la incomprensible furia e intransigencia.

Ahí está todo el sentido de la película. Primero el homenaje a su ciudad y luego el recuerdo imborrable y nostálgico de una infancia feliz en el paraíso del que fue expulsado por la violencia. De ahí que la película concluya con unas emotivas dedicatorias:
"A los que se fueron",
"A los que se quedaron"
"A los que se fueron para siempre"

En esta entrevista, Kenneth Branagh repasa sus sentimientos mientras escribía la película: 

"El viaje de escribir 'Belfast' fue regresar a ese sentimiento claro de entender quién soy; no un individuo, sino a la idea de un pueblo que educa a un hijo. En este caso una calle en Belfast. La película es un acto de gratitud a esos guardianes que dieron sentido a mi vida."





Además de las barricadas en las calles, los cortes que aparecen de televisión y noticias de radio nos ofrecen un contexto histórico completo de esos años de enfrentamientos viscerales fomentados por las diferencias políticas y religiosas; pero el director lo deja como telón de fondo centrándose en la experiencia vital del niño. Esto hace que, como espectadores, sintamos que algo se nos ha hurtado.

Branagh no elige profundizar sobre el virulento conflicto de Irlanda de Norte, que tiene sus raíces en la violenta partición de Irlanda en 1921 y que enfrenta a la comunidad nacionalista o republicana, generalmente católica, y a la comunidad unionista que se identifica como británica, mayoritariamente protestante. Se queda con la mirada expectante del niño, con sus problemas amorosos con una compañera, con sus primeros escarceos con los problemas adultos y, sobre todo, con la educación sentimental que le proporciona su abuelo (Ciarán Hinds). Efectivamente debemos conformarnos con eso, y no es poco. Es notable el carácter elegíaco y la calidez con que Branagh retrata su infancia en Belfast.
Buddy con su padre y su abuelo


Diluido el conflicto político, la película centra su pugna en la decisión de quedarse en Belfast o emigrar a una nueva vida en Inglaterra. El enorme paro que asolaba la región y la virulencia de los disturbios los empujan fuera de su hogar. Recordemos que decenas de casas fueron incendiadas y que miles de personas abandonaron sus hogares.

En la misma entrevista, Branagh repasa sus intenciones a la hora de escribir la película: 

"Supongo que una de las razones para hacer la película fue algo que yo mismo descubrí en la sala de montaje y que nunca había mencionado. El día que la mafia subió por las calles exigiendo que se fueran los católicos y todos los protestantes que los apoyaban, mis padres se vieron obligados a marcharse, a hacer un sacrificio por mi hermano y por mí. El egoísmo de unos pocos demostró la generosidad de otros, que nunca dejaron de amar a su ciudad y se vieron obligados a emigrar."

 

Aunque no se cargan las tintas políticas, sí que hay un par de bofetones a los intransigentes: Un primerísimo plano de la abuela del niño (una estupenda Judi Dench) susurrando con amargura y firmeza, "Vete, hijo". También cuando un compañero presiona al padre de Buddy para que se implique en la lucha como protestante. Le exige que se defina quién es con esa frase tan odiosa de "es muy fácil o estás con nosotros o contra nosotros", a lo que él responde: "yo por lo menos sé quien eres tú, un pandillero".

Belfast, 1969







La película contiene  todo un puñado de citas que subrayan el amor por el cine que desde niño tuvo Branagh. Buddy sueña con un futuro que le aleje de los problemas pero, mientras tanto, tiene el escape del cine. Le vemos ir al cine con su familia, y la pantalla la vemos a todo color, para ver contemplar a la imponente Raquel Welch en Hace un millón de años o al divertido Dick Van Dyke en Chitty, Chitty Bang, Bang.

Brannagh también utiliza las películas clásicas que aparecen en el aparato de TV para subrayar el valor de su padre, que es protestante, pero no quiere implicarse con los grupos violentos. Así aparecen en los momentos más dramáticos escenas de El hombre que mató a Liberty Valance y Solo ante el peligro.

El homenaje que el director hace a su tierra permea todos los estratos de la película. El elenco de actores (a excepción precisamente del niño, Jude Hill) es plenamente irlandés: Jamie Dornan (el padre)  Caitriona Balfe (la madre) y Ciarán Hinds (el abuelo) son irlandeses, lo mismo que el gran Van Morrison que aporta ocho canciones a la banda sonora. También nos arranca una sonrisa cuando la tía de Buddy, ante su inminente marcha, le dice: "los irlandeses nacemos para emigrar. Sólo necesitamos un poco de nostalgia, una Guiness y Dany Boy"



No sé si la época que estamos viviendo invita a la nostalgia o es la edad de sus creadores que, después de triunfar, vuelven su mirada hacia la infancia. En poco tiempo nos hemos juntado con Roma de Alfonso Cuarón; Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino y Dolor y Gloria, de Pedro Almodóvar. Ésta de Branagh abunda en el tema y de hecho ha reconocido que el clic para lanzarse a escribir y realizar Belfast, se lo produjo la película de Almodóvar. Viéndola encontró el tono correcto para un proyecto que llevaba varias décadas en su cabeza. 
Si comparamos ambas no cabe duda de que a Belfast le sobra un poco de azúcar y le falta alguna complejidad y desgarro. 

jueves, 9 de abril de 2020

A Ghost STORY - de David Lowery


La persistencia de la memoria, podría haberse titulado esta película con fantasma que deja el terror de lado para depurar un delicado drama y, sobretodo, una reflexión sobre el tiempo.

Un músico y su mujer viven en una pequeña casa de campo. Al poco él muere en un accidente de tráfico. Estando en la morgue, ella se despide de él y lo deja cubierto por una sábana.
Ella se va, pero el plano sigue fijo mostrándonos la mesa y el cadáver cubiertos por la sábana. 
La duración del plano parece anunciar que la vida se ha ido.
Estamos pasando al otro lado.
Finalmente el fantasma se levanta de la mesa y, cubierto con la sábana, vuelve a casa. Lo que sigue es el devenir, durante décadas incontables, de este melancólico y solitario fantasma que se ha quedado anclado en esa casa y sus recuerdos. 















Estoy seguro de que Lowery no conoce los versos de Bécquer, pero yo me acordé de aquel poema suyo que clama por la soledad de los muertos.  

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron. 
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo. 
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
Porque la película es una ilustración precisamente de esto, de la soledad y el desamparo en que se hunden los muertos. Una película sencilla, de bajo presupuesto, casi con un único decorado en esa casa desvencijada; sin diálogos y que, como una música leve, va abriendo puertas e iluminando aspectos de la historia hasta componer un poema sobre el paso del tiempo, la memoria y el amor. Plácida en su desarrollo, enigmática en su objetivo.



La cinta tal y como está rodada y montada rompe moldes. El formato de la pantalla es casi cuadrada, de 4:3, con bordes redondeados, a lo que se suma una serie de planos fijos tan largos, lentos y silenciosos que, si no te expulsan de la película, exigen de ti una nueva percepción. Parecen querer demostrar que el tiempo es algo más que acción. De hecho el director ha vaciado la película de hechos y se ha quedado sólo con el tiempo. Sus secuencias iniciales contienen planos larguísimos y fijos. En uno, antes del título, vemos a la protagonista (Rooney Mara) sacar un baúl a la basura. 100 segundos completos, con la cámara fija mientras ella viene arrastrando el baúl paso a paso y luego el regreso a la casa. En otro ya está viuda, vuelve a casa y se encuentra un pastel que le ha dejado una vecina. Otro plano fijo larguísimo y silente nos la muestra comiéndose el pastel cucharada tras cucharada, durante más de tres minutos, subrayando que está sola. Su mundo se ha vaciado y el tiempo para ella es una tremenda oquedad.


Luego ella se va de la casa y durante la mayor parte de la película nos quedamos solos con este fantasma afligido que se ha quedado colgado de una expectativa que no conocemos. Aquí percibo uno de los puntos clave de la película. El tiempo del fantasma es muy distinto. Con la cámara fija sobre él, el fantasma gira un poco la cabeza y ve que la casa está habitada por otra familia. Vuelve a girar la cabeza y ahora está ocupada por un horda de artistas. Vuelve a girarla y la casa aparece destartalada y medio hundida. El tiempo se comprime. Lo que parecen segundos realmente son años y décadas... Sin moverse del sitio, el fantasma nos va guiando por un curso del tiempo que se desliza hasta la distopía y el western antes de cerrar el círculo en el comienzo de todo, dando un sentido completo y elevado a la narración. 

Ese contrataste entre el tiempo minucioso de una vida humana y el tiempo inmutable de la Historia es uno de los dos aciertos que sustentan la película y queda resumido en el plano de sacar la basura. Ese plano comienza enfocando la imperturbable profundidad del cielo estrellado para continuar, en un violento giro de la cámara, con la minucia de esa actividad tan cotidiana. El otro acierto es netamente dramático, una pequeña nota que la protagonista esconde en una jamba antes de irse. Su sentido se declara en la escena inicial, con la pareja abrazada en el sofá.

-Cuando era pequeña no parábamos de mudarnos. Escribía notas y las doblaba para que fueran muy pequeñas y las escondía en diferentes sitios porque así, si un día volvía, habría un pedacito de mí, esperándome.
-Y alguna vez volviste?
-No.
-A eso me refería. No me hizo falta.
-¿Qué decían?
-No eran más que viejas rimas y poemas, cosas que me gustaba recordar.
-¿Por qué te fuiste de todas esas casas?
-Porque no tuve elección.


No es la única nota que se esconde en la película. En su viaje por los eones, el fantasma se encuentra en la misma pradera pero en el tiempo de los pioneros en la conquista del Oeste. Allí otra niña que juega esconde una nota bajo una piedra. Las dos niñas quieren imaginar el viaje de estos mensajes por los océanos del tiempo y eso es lo que nos ofrece esta película fascinante. 

El estilo lírico y contenido apartan al film de cualquier pretenciosidad y lo dotan de un halo melancólico y romántico. Lo interesante de A Ghost Story es que percibimos la realidad desde el punto de vista del fantasma. En un momento dado este desolado espectro mira a través de la ventana y ve a otro congénere, también en la ventana de la casa de al lado. "¿Qué haces?", le pregunta. "Espero". "¿A Quién?" "Lo he olvidado".

¿Son nuestros recuerdos, los fantasmas? La reflexión acerca de lo que dejamos atrás, la pérdida, la memoria y el amor (y su fecha de caducidad) te agujerea el corazón. Como dice uno de los artistas presente en la casa, "Todo aquello que os haya hecho sentir importantes o exclusivos, todo desaparecerá", "de modo que escribe un libro, pero sus páginas arderán" en la fogata del tiempo.
Nada permanecerá. 
Aunque lo contradiga la propia película con un final que eleva su sentido y una canción tan maravillosa como "I get overwhelmed", compuesta por Daniel Hart e interpretada por su banda Dark Rooms. Como la película, habla de la soledad; pero su existencia la conculca.




A Ghost Story es de 2017, pero antes el director y guionista David Lowery ya había juntado a sus dos protagonistas Rooney Mara y Casey Affleck en otra intensa y romántica pieza Ain’t them Bodies Saints (2013).