miércoles, 27 de enero de 2021

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE: El novelista en la Biblioteca de Babel - por Orlando Mejía Rivera













En su libro "La generación mutante" sobre los nuevos narradores colombianos, el escritor y profesor Orlando Mejía Rivera nos propone una idea del escritor contemporáneo como lector-escritor.







“Ahora estoy convencido de que la literatura, la de hoy
por lo menos, es una mierda, una vanidad inútil, un ruido
que se añade a la música de los siglos, cuando escribir
era todavía algo valioso. Ya no sabemos escribir historias,y Medellín jamás tendrá su Balzac”
                                                      Héctor Abad Faciolince. Basura.



Héctor Abad Faciolince: El novelista en la Biblioteca de Babel 


1

Héctor Abad Faciolince, novelista, cuentista, periodista y traductor del italiano al español (de autores como Umberto Eco, Bufalino y Lampedusa), nació en Medellín en el año de 1958. Fue el director de la revista de la universidad de Antioquia y ha sido columnista en el periódico El Espectador y en la revista Cromos. En la actualidad es colaborador de la revista literaria El Malpensante y de Cambio, donde se ha caracterizado por la irreverencia y el decir las cosas por su nombre, en una nación que todavía le rinde culto a la mentira y a las hipócritas “buenas maneras”.

Su vida ha transcurrido más tiempo fuera del país que en su ciudad natal, pues durante unos diez años, y a raíz del asesinato de su padre (médico salubrista, ensayista, profesor universitario e intelectual de izquierda), vivió en Italia. Luego retornó a Colombia, pero en los últimos años reside entre Medellín y cualquier ciudad del mundo dando conferencias, seminarios de literatura o escribiendo de ciudades extrañas como, por ejemplo, El Cairo. Estudió periodismo en la Universidad de Antioquia y Literaturas y lenguas modernas en la universidad de Turín.

Autor del libro de cuentos Malos pensamientos (1991), de las novelas Asuntos de un hidalgo disoluto (1994), Fragmentos de amor furtivo (1998), Basura (2000), y del inclasificable texto Tratado de culinaria para mujeres tristes (1997). Con su novela Basura ganó, en marzo de 2000, el I premio de narrativa americana innovadora organizado por Casa de América de Madrid y la editorial española Lengua de trapo.

(Posteriormente ha publicado El olvido que seremos, Angosta y La Oculta)


2

Imagino a Héctor Abad como el novelista en la biblioteca de Babel de Borges: recorre los estantes de los libros arquetipicos y eternos, los abre, los lee, y luego los olvida. Después se sienta y escribe sus versiones de las mismas historias que siempre han sido la literatura, pero renovadas con el lenguaje y la mirada de un lector-escritor contemporáneo que juega a parodiar los clásicos y los autores que fundaron los géneros narrativos.

Por eso es lógico y obvio encontrar en los libros de Abad Faciolince los ecos intertextuales de obras, escritores y temas literarios. En Asuntos de un Hidalgo disoluto donde las memorias de Gaspar Medina están recorridas por la parodia a Don Quijote de Cervantes, a Gargantua y Pantagruel de Rabelais, al Candido o el optimismo de Voltaire, a Jacques el fatalista de Diderot, a la novela picaresca española y al tema medieval del amor cortes (como lo analiza bien el crítico Mauricio Vélez Upegui)[1].

Los consejos del Tratado de culinaria para mujeres tristes son la síntesis paródica de la obra "ligera" del poeta romano Ovidio: desde su Arte de amar, Remedios de amor, hasta De los Medicamentos de la cara, manual de maquillaje. Pero también es la recreación de un género literario que nació en la Edad Media, cuando debido a que los hombres europeos se alistaron de forma masiva en las guerras de las cruzadas religiosas, las mujeres quedaron en sus casas y se convirtieron en las principales lectoras de la época. Como ahora, cuando empieza a predominar las escritoras y las lectoras de ficción, pues los hombres están muy ocupados con las nuevas "guerras" de las tecnologías del mercado y las transnacionales de la globalización.

En Fragmentos de amor furtivo la historia de amor y sexo entre Rodrigo y Susana, en medio de la "peste de plomo" de Medellín, está presente la atmósfera del Decamerón de Bocaccio y la Sherezada de las Mil y una noches cuando Susana relata a Rodrigo las historias de su pasado erótico, para curarlo del mal de la impotencia, y así evitar que otra cabeza, la más importante la del segundo piso, ruede por el suelo para siempre.

En Basura Héctor Abad parodia no un libro ni un tema literario, sino una idea de la teoría crítica, "el grado cero de la escritura" que el francés Barthes pronosticaba para los narradores de la modernidad: Si ya todo está escrito y la idea de la literatura como sublime camino de la búsqueda de la verdad y la transformación social del mundo, sólo produce hoy una risa sarcástica o un suspiro de nostalgia, entonces... ¿Qué queda? quizá el silencio, o la levedad (a lo Italo Calvino) de parodiar y reescribir, de reemplazar con humor negro la antigua trascendencia de la literatura, pero, sin esperar ya nada, pues el escritor moderno es consciente de la inutilidad de su obra y de la ficción misma.

Basura es la novela trágica de ese lúcido narrador en la biblioteca de Babel, atragantado de palabras de otros, que vuelve a recordar todo lo que leyó y al compararse con los libros arquetipicos de los estantes, sabe qué o se vuelve humilde y asume su papel de "re-creador" de la literatura, o se llena de ira y angustia y se bloquea como escribidor al pretender crear "una obra maestra". Abad Faciolince al contrario de su personaje Bernardo Davanzati (un escritor amargado, -- nunca escribió nada que le gustara -- y fracasado -- los críticos destrozaron su primera novela publicada --, que sólo sigue escribiendo para botar a la basura) escogió la primera vía: escribir y divertirse, jugar con él mismo y el lector, pensar con el cuerpo (como enseñaban los chinos) y, de forma paradójica, mostrar realidades y honduras "míticas" del "Ser colombiano" mediante los vehículos narrativos de la tradición cultural y la re-escritura de los textos de la literatura universal. Además la parodia es la fuente originaria de la novela moderna. A veces se olvida, sobre todo a los petulantes que se creen originales o que exigen originalidad de otros, que Cervantes escribió el Quijote como parodia de las novelas de caballería.

El mundo literario de Héctor Abad, que poco a poco se hace más sólido y gratificante para el lector, me recuerda esa otra genial idea de Borges: la mejor literatura se ha hecho por aquellos que nunca han pretendido escribir "grandes obras maestras", sólo escribir, así no más, como un acto fisiológico, como lo más auténtico del Davanzati de Héctor Abad: "Escribo y sé que nunca nadie va a leer lo que escribo, escribo porque tengo el vicio incurable de escribir, escribir como quien orina, ni por gusto ni y a pesar suyo, sino porque es lo más natural, algo con lo que nació, algo que debe hacer diariamente para no morirse y aunque se esté muriendo"[2].


[1] Vèase Mauricio Vèlez Upegui. “De Asuntos de un hidalgo disoluto”. En: Revista Estudios de literatura colombiana. N4, Enero-Junio 1999. pag: 47-74.
[2] Hèctor Abad Faciolince. Basura. Madrid. lengua de trapo. 2000. pag: 21.

jueves, 14 de enero de 2021

The FADE OUT - de Ed Brubaker y Sean Phillips

Este ha sido el regalo de mis Reyes Magos, Cristina y Jesús

Obras como ésta reflejan la potencia del noveno arte y no sólo porque reúna en sus páginas bazas muy importantes del sexto (literatura) y del séptimo (cine); sino porque la historia, el estilo narrativo y gráfico, el desarrollo de personajes o la fantástica ambientación histórica en el Hollywood clásico del cine negro, en los años 40, convierten a esta novela gráfica en una indudable obra de referencia. Además el cine negro de esos años de postguerra coincidió con una época no menos negra, la de la caza de brujas propiciada por el senador McCarthy, cuya psicosis anticomunista derivó en una persecución implacable contra cualquier artista que apuntara una ideología progresista. Prevalecía la defensa a ultranza del capitalismo y el statu quo de los poderosos, lo que llevó al mundo del cine a una era oscura trufada de delaciones y listas negras. Ése es el trasfondo de una historia que no deja de sumar capas y capas para mostrarnos las cloacas ocultas del Hollywood clásico que encubría sus abusos y crímenes mientras vendía la magia y el glamour del star system: "El mundo no quería saber la verdad de nadie. Siempre preferían un cuento".

Pero el cómic se titula precisamente The Fade Out (fundido a negro) porque se centra en contar lo que hay tras el brillo de la pantalla. Y el mundo que retrata Ed Brubaker es sórdido a más no poder. Los productores gobiernan vidas y trituran sueños, el sexo se convierte en moneda de pago y los secretos y escándalos en cadenas; mientras el alcoholismo es la gasolina que mantiene el ritmo de la maquinaria y las personas de carne y hueso acaban siendo suplantadas por estrellas rutilantes pero de celuloide.

El personaje principal es un guionista, Charlie Parish, bloqueado desde que volvió de la guerra y que sobrevive a su estrés postraumático regando sus horas con alcohol. 
La primera viñeta nos lo presenta tirado en la bañera de un bungalow tras una fiesta salvaje. A continuación descubre en la habitación de al lado el cadáver de Valery Sommers, la hermosa actriz que el estudio Victory Street Picture acaba de lanzar al estrellato. Las señales en su cuello delatan un asesinato; pero el estudio lo encubre todo, lo presenta como un suicidio y echa mano de una sustituta no menos rubia ni angelical. El espectáculo debe continuar y no cabe el escándalo. 

Pero Charlie no se conforma, quiere saber qué pasó, aunque la borrachera ha sumido toda esa noche en una neblina densa y oscura. Además alberga un secreto que lo maniata. En pleno bloqueo creativo, sólo le queda hacer de "tapadera" y presentar como propios los guiones que escribe su mejor amigo, Gil Mason, condenado al ostracismo por encontrarse en la lista negra de filocomunistas. Ambos son "gente rota" (como reza el título de uno de los capítulos), comparten una vida tortuosa pero están dispuestos a esclarecer el caso: Charlie por la actriz asesinada con la que estaba iniciando una sincera relación y Gil porque está harto del sistema que lo condena. Por el camino se encontrarán tipos aviesos, más cadáveres y secretos inconfesables que están bien enterrados porque amenazan el negocio.

Un guión elaboradísimo centrado en estos dos guionistas, cada uno con sus demonios, nos permitirá conocer las miserias de algunos actores, las humillaciones de muchas actrices y sobre todo cómo se las gastan los departamentos de Seguridad y Marketing de los estudios. No importa si eres gay, asiduo a orgías, corrupto o pedófilo. Todo lo tapará el estudio para que sólo refulja el brillo del neón.
No por arquetípicos son menos interesantes los personajes. Charlie es un guionista bloqueado que se consuela con whisky, Gil solo encuentra una inspiración destructiva en el fondo del vaso.  También es un imán para los problemas; el tipo que siempre está en el lugar equivocado y en el peor momento. Al Kamp y Victor Thursby son los cofundadores de Victory Streeet Pictures, con un pasado a cual más perverso. 

Brodski es el brutal jefe de seguridad del estudio que silencia los escándalos. Dottie Quin es la Jefa de Marketing que recompone el brillo de las estrellas y guarda sus secretos. Todo un ecosistema que refleja convincentemente la época del studio system (monopolio que integraba la producción, distribución y exhibición de las películas) y que una ley antitrust enterraría precisamente en 1948, momento en que transcurre la acción.

El equilibrio logrado entre el desarrollo de la historia y el de los personajes es fabuloso. La narración utiliza frecuentes y cortos flashbacks para dar mayor espesor a los personajes (conocer su pasado y sus errores). Asimismo la investigación obliga a los guionistas a rastrear los orígenes del estudio y sus prebostes para encontrar allí las miasmas de donde surge esta historia de crimen y perversión que discurre por debajo de todo el glamour y los flash.

El cínico expolicía Phil Brodski odia a los mequetrefes a los que tiene que proteger de sus propios instintos. Si hay un actor gay que no es muy discreto, una paliza a su novio lo enderezará; porque eso sí, a la estrella no se la toca ni un pelo, sólo se la asusta. Pero más que en sus sus puños americanos, sus mejores bazas se encuentran en sus archivos. Allí esconde todo tipo de fotos, cartas y pagos comprometedores para asegurarse de que todo el mundo se comporte "adecuadamente". En una secuencia muestra su desfachatez a Gil Mason.
-¿Sabes lo que me gusta de los tíos como tú?
Que no sabéis cuándo dejarlo. Es como si todos hubierais leído Don Quijote demasiado jóvenes para daros cuenta de que era un puto chiste.
-¿Me vas a sermonear con Don Quijote?
-¿Qué?¿Crees que yo no sé leer? El caso es que el Quijote es el gilipollas en esa historia. Sus "nobles ideales" ya era un chiste hace trescientos años. Pero estamos en la puñetera década de 1940... y tío como tú todavía sois incapaces de ver cómo es el mundo.
Lo peor es que creéis que eso es una virtud. Hazme caso. Tú eres el gilipollas de tu historia, Gil."
Sin embargo su archivo no es el único que hay en los estudios Victory Street. El rancho donde se rodaron los primeros cortos de la productora guarda una montaña de secretos y abusos infantiles que son una bomba retardada; siendo el propio Dashiell Hammett (tal cual), quien indica a Gil Mason cómo actuar para destaparlos.
-En la Pinkerton, a veces provocábamos a la gente. Intentábamos que hicieran alguna estupidez. La gente hace muchas estupideces cuando cree que sabes algo.
-Ajá, sí..
-Los ricos son avariciosos Gil... pero su verdadera riqueza son los secretos. Cuando tienes todo el dinero del mundo, es lo único con lo que puedes negociar."

La ambientación por sí misma se alza como uno de los personajes principales. Los estudios, los coches, las fiestas, los clubs..., cada viñeta rezuma el fascinante ambiente de esa época y no es extraño, porque el propio Ed Brubaker nos confiesa en un epilogo su concienzuda documentación. Llegó hasta el punto de contratar a Amy Condit, una experta en la época del Cine Negro en Hollywood que había comisariado una exposición sobre la Dalia Negra: "Así que cuando veas un coche, (una escena urbana) o el interior de Clifton´s, o a Desi Arnz tocando en Ciro´s, así es como era de verdad, o lo más que nos hemos podido acercar." 

También es muy interesante la introducción del volumen, donde el guionista nos explica cómo encontró una hilera de encuadernaciones en casa de unos parientes y que estos libros eran guiones cinematográficos en los que había trabajado su tío John Paxton, un guionista de la Edad de Oro de Hollywood que había escrito para Edward Dimitryk (director de Historia de un detective, 1944) uno de los 10 de Hollywood que acabaron en la cárcel en los primeros días de la Amenaza Roja.  

Esta ambientación favorece una seductora mezcla entre realidad y ficción, entre la verdadera historia del cine y la historia de Charlie Parish. Atravesando esa fina línea nos encontramos con numerosos cameos de verdaderas estrellas de la época. Clark Gable, Ronald Reagan, Humphrey Bogart, Carole Lombard o Dashiell Hammett tienen apariciones puntuales y hasta jugosas. Por ejemplo Ronald Reagan aparece como un actorucho entregado al FBI para delatar a compañeros con ideas progresistas. 

Mientras otros actores aparecen figuradamente, como el director de la película que están rodando mientras ocurren los hechos, un remedo de Fritz Lang; o el guaperas Earl Rath que tiene la sonrisa y hasta el bigotito de Errol Flyn. Pero el que ocupa unas páginas memorables  y dramáticas es Tyler Graves, un trasunto nada disimulado de Montgomery Clift, cuyo accidente de coche aparece plenamente integrado en la trama tras una actuación "muy convincente" del matón Brodski.





La historia de un guionista atrapado en el mundo aparente y salvaje de Hollywood nos lleva inexorablemente al clásico de Billy Wilder, Sunset Boulevard (La caída de los dioses, 1950), pero también a la novela La Dalia Negra, de James Elroy e incluso a la obsesiva Barton Fink de los hermanos Cohen. 

El apartado gráfico por su parte es de los que transmite: tanto el sabor de la época, como ya se ha indicado, como la emoción del momento que relata. Éste es un objetivo declarado por ambos artistas; transmitir sensaciones y sentimientos en cada viñeta: "Tuve mucha suerte al principio de encontrar a Sean, porque no hay muchos artistas en los cómics que puedan dibujar cosas del mundo real —coches, ropa, gente que solo habla— y darle un estado de ánimo y estilo como lo hace". 
Esto es más notorio con la incorporación de la excelente colorista Elizabeth Breitweiser que aporta una gran densidad dramática a las situaciones. El color de las viñetas con el protagonista solitario y atormentado tiende al negro, mientras que las secuencias de fiestas, estrenos y algún momento de felicidad es brillante y dorado. Las viñetas con puñetazos estallan con un violento fondo rojo, la iluminación a través de las persianas crean la atmósfera más típicamente noir, donde no faltan los flashes de los reporteros y las luces de la ciudad... 


No es un cómic de acción, más allá de las peleas a puñetazo limpio; de modo que las conversaciones, deducciones y recuerdos es lo que prima y las viñetas lo recogen con un gran dinamismo gracias a un modelo que ya es clásico en Brubaker y Phillips, una página dividida en una rejilla de tres franjas, donde nada desvía la atención del lector, y que Phillips desdobla puntualmente con fondos de viñetas donde se acopla un segundo plano con recuerdos del personaje o fotogramas de películas. 

The Fade Out fue publicado originalmente en EEUU en 12 números, (de agosto 2014 a enero 2016) que permanecían inéditos en España. Panini Cómics los ha editado directamente en un integral de 400 páginas que es una gozada. Incluye la galería de las 12 portadas originales, un par de ensayos sobre el Hollywood clásico a cargo de Devin Faraci (la triste historia de la actriz Peg Entwistle y el alistamiento de Jimmy Stewart para ir a la guerra) o el detalle del trabajo y documentación que han seguido cada uno de los tres artistas que han elaborado esta espléndida obra.













Ed Brubaker y Sean Phillips son autores de obras tan principales como Sleeper, Criminal, Fatale o Incógnito. 

domingo, 10 de enero de 2021

HIJA de SANGRE (Bloodchild) - de Octavia Butler


Serie Narraciones Extraordinarias























 a última noche de mi infancia empezó con una visita a casa. Las hermanas de T'Gatoi nos habían regalado dos huevos estériles. T'Gatoi le ofreció uno a mi madre, mi hermano y mis hermanas. Insistió en que yo me comiera el otro sólo. No importaba. Seguía habiendo bastante para que todo el mundo se sintiera bien. Casi todo el mundo. Mi madre no quiso tomar nada. Se sentó, observando como todos flotaban y soñaban sin ella. La mayor parte del tiempo me observaba a mí. Yo estaba apoyado en el largo y aterciopelado envés de T'Gatoi, sorbiendo de mi huevo de cuando en cuando, preguntándome por qué se negaría mi madre un placer tan inofensivo. Tendría menos gris en el pelo si alguna vez se lo permitiera. Los huevos prolongaban la vida, prolongaban el vigor. Mi padre, que en su vida rechazó uno, vivió más del doble de lo que tendría que haber vivido. Y se casó con mi madre y engendró cuatro hijos hacia el final de su vida, cuando debería haber aflojado la marcha. Pero mi madre parecía conforme con envejecer antes de tiempo. Miré como se alejaba cuando varias patas de T'Gatoi me atrajeron más cerca de ella. A T'Gatoi le gustaba el calor de nuestros cuerpos, y disfrutaba de él siempre que podía. Cuando era pequeño y pasaba más tiempo en casa, mi madre solía intentar enseñarme la manera de comportarme correctamente con T'Gatoi; de qué manera debía mostrar siempre respeto y ser siempre obediente, porque T'Gatoi era el oficial del gobierno Tlic que estaba al cargo de la Preserva y, por tanto, el más importante de todos los de su especie que tenían contacto directo con los terrestres. Mi madre decía que era un honor que un personaje semejante hubiera decidido integrarse en nuestra familia. Mi madre era de lo más formal y tajante cuando mentía. No tenía ni idea de por qué mentía, ni siquiera de en qué mentía. Era un honor tener a T'Gatoi en la familia, pero eso no era ninguna novedad. T'Gatoi no estaba interesada en que la honraran en una casa que consideraba su segundo hogar. Se limitaba a llegar, subirse en uno de sus divanes especiales y llamarme para que la mantuviera caliente. Resultaba imposible comportarse con formalidad mientras me apoyaba en ella y la oía quejarse como acostumbraba, diciendo que estaba demasiado delgado.
   - Estás mejor -dijo esta vez, tanteándome con seis o siete de sus patas-. Por fin estás ganando peso. La delgadez es peligrosa.
   El tanteo varió delicadamente, convirtiéndose en una serie de caricias.
   - Todavía está demasiado delgado - dijo mi madre con sequedad.
   T'Gatoi levantó la cabeza, y puede que un metro de su cuerpo, del diván como si fuera a levantarse. Miró a mi madre, y mi madre, con el rostro arrugado y aire avejentado, apartó la mirada.
   - Lien, me gustaría que tomaras lo que queda del huevo de Gan.
   - Los huevos son para los niños - dijo mi madre. - Son para la familia.
   - Tómatelo, por favor.
   Mi madre me lo quitó, obedeciendo de mala gana, y se lo llevó a la boca. Sólo quedaban unas gotas en el elástico cascarón, ahora hundido, pero las exprimió, las tragó y, al poco, empezaron a suavizarse algunas líneas de tensión en su cara.
   - Es bueno - susurró - A veces olvido lo bueno que es.
  - Deberías tomar más - dijo T'Gatoi -. ¿Por qué tienes tanta prisa en envejecer?
   Mi madre no dijo nada.
   - Me gusta poder venir aquí - dijo T'Gatoi - Es gracias a ti que este lugar es un refugio, y, sin embargo, te niegas a cuidarte.
   T'Gatoi era acosada en el exterior. Su gente quería tener disponibles a más de nosotros. Entre nosotros y las hordas que no comprendían la existencia de la Preserva sólo se interponía ella y su facción política; no comprendían por qué no podía pedirse, pagarse, reclutarse, o disponerse de cualquier humano. O puede que sí lo comprendiesen, pero no les importaba en su desesperación. T'Gatoi nos repartía entre los desesperados y nos vendía a los ricos y poderosos a cambio de su apoyo político.
   Éramos artículos de primera necesidad, símbolos de estatus y un pueblo independiente. Supervisó la unión de las familias, acabando con los últimos vestigios del sistema anterior, en que disgregaban a las familias terrestres para complacer a los Tlics impacientes. Había vivido con ella en el exterior. Había visto el ansia desesperada con que me miraba alguna gente. Me asustaba un poco saber que sólo ella se interponía entre nosotros y esa desesperación que podría tragarnos tan fácilmente. Había veces en que mi madre la miraba y luego me decía «Cuídala». Y yo recordaba que también ella había estado en el exterior, también había visto. T'Gatoi usó cuatro de sus patas para apartarme y echarme al suelo.
   - Vamos, Gan - dijo -. Siéntate allí, con tus hermanas, y disfruta de tu embriaguez. Te has tomado la mayor parte del huevo. Ven a darme calor, Lien.
   Mi madre dudó sin razón aparente. Uno de mis recuerdos más tempranos es el de mi madre tumbada junto a T'Gatoi, hablando de cosas que yo no podía entender y levantándome del suelo y riéndose mientras me sentaba sobre uno de los segmentos de T'Gatoi. Por aquel entonces tomaba su ración de huevo. Me pregunté cuándo lo habría dejado, y por qué.
   Se apoyó sobre T'Gatoi, y toda la hilera izquierda de las patas de T'Gatoi se cerró rodeándola con holgura, pero con firmeza. Yo siempre había encontrado incómodo el estar así, y a nadie de la familia le gustaba, exceptuando a mi hermana mayor. Decían sentirse enjaulados.
   T'Gatoi quería enjaular a mi madre. Cuando lo hizo, movió ligeramente la cola y habló.
  - No es bastante huevo, Lien. Debiste tomarlo cuando se te ofreció. Ahora lo necesitas demasiado.
   La cola de T'Gatoi se movió una vez más, con un latigazo tan rápido que no habría visto de no haberlo esperado. El aguijón hizo brotar solamente una única gota de sangre de la pierna desnuda de mi madre.
   Mi madre chilló, probablemente por la sorpresa. La picadura no duele. Después suspiró y pude ver que su cuerpo se relajaba. Se movió lánguidamente a una posición más cómoda dentro de la jaula de patas.
   - ¿Por qué hiciste eso? - preguntó medio dormida.
   - No podía seguir viendo como sufrías.
   Mi madre se las arregló para encoger ligeramente los hombros.
   - Mañana - dijo.
   - Sí. Mañana reanudarás tu sufrimiento, si es que debes hacerlo. Pero ahora, sólo por ahora, quédate aquí echada, dame calor y deja que te haga más fáciles las cosas.
   - Él es todavía mío, ¿sabes? -dijo bruscamente mi madre-. Nadie puede comprármelo.
   De estar sobria no se habría permitido referirse a semejantes cosas.
   - Nadie -asintió T'Gatoi, siguiéndole la corriente.
   - ¿Creíste que lo vendería a cambio de huevos? ¿A cambio de una larga vida? ¿A mi hijo?
   - Por nada -dijo T’Gatoi, acariciando los hombros de mi madre, jugando con su pelo largo y gris.
   Me hubiera gustado tocar a mi madre, compartir con ella ese momento. Me habría cogido la mano de haberla tocado en ese instante, sonreído liberada por el huevo y la picadura, y quizá hubiera dicho cosas que llevaba largamente guardadas en su interior.
   Pero mañana recordaría todo esto como una humillación. No quería ser parte del recuerdo de una humillación. Lo mejor era permanecer quieto, y saber que me quería debajo de todo ese deber y ese orgullo y ese dolor.
   - Quítale los zapatos, Xuac Hoa. Dentro de poco volveré a picarla y podrá dormir.
   Mi hermana mayor obedeció, tambaleándose como una borracha al levantarse. Se sentó junto a mí cuando acabó y me cogió la mano. Ella y yo siempre habíamos estado muy unidos.
   Mi madre apoyó la nuca en el envés de T'Gatoi e intentó, desde aquel ángulo imposible, mirar su rostro amplio y redondo.
   - ¿Vas a picarme otra vez?
   - Sí, Lien.
   - Dormiré hasta mañana al mediodía.
   - Bien. Lo necesitas. ¿Cuánto hace que no duermes?
   Mi madre emitió un sonido enojado.
   - Debí haberte pisado cuando eras lo bastante pequeña - farfulló.
   Era un viejo chiste entre ellas. Habían crecido más o menos juntas, aunque T'Gatoi nunca fue, en toda la vida de mi madre, lo bastante pequeña como para ser pisada por cualquier terrestre. Tenía casi tres veces la edad de mi madre, pero aún sería joven cuando ésta muriera de vieja. T'Gatoi y mi madre se conocieron cuando la primera entraba en un período de desarrollo rápido, una especie de adolescencia. Mi madre sólo era una niña, pero, durante un tiempo, se desarrollaron al mismo ritmo y no tuvieron mejor amiga que la una para la otra.


   T'Gatoi hasta le había presentado a mi madre al hombre que se convertiría en mi padre. Mis padres, complacidos el uno con el otro, se casaron pese a la diferencia de edad, mientras que T'Gatoi y ella empezaron a verse menos. Pero mi madre le prometió a T'Gatoi uno de sus hijos antes de que naciera mi hermana mayor. Tendría que entregarle uno de nosotros a alguien, y prefería que fuera a T'Gatoi antes que a algún extraño.
   Los años pasaron. T'Gatoi viajó y aumentó su influencia. La Preserva era suya cuando volvió a recoger lo que debía considerar como justa recompensa a su duro trabajo. A mi hermana mayor sólo le llevó un momento cogerle cariño y quiso ser elegida, pero mi madre estaba a punto de salir de cuentas conmigo, y a T'Gatoi le gustó la idea de elegir un bebé y ser testigo y partícipe de todas las fases de su desarrollo.
   Me han contado que me enjaularon por primera vez entre sus muchas patas a los tres minutos de nacer. Pocos días después probé mi primer huevo. Suelo contarles esto a los terrestres que me preguntan si alguna vez le tuve miedo. Y se lo cuento a los Tlic cuando T'Gatoi les sugiere llevarse a un joven terrestre, y ellos, ansiosos e ignorantes, piden un adolescente.
   Hasta mi hermano, que, por alguna razón, había crecido en el miedo y la desconfianza a los Tlic, podría haberse integrado cómodamente en una de las familias de haber sido adoptado lo bastante pronto. A veces pienso que, por su propio bien, debió haberlo sido. Le miré, tirado ahí, en el suelo, en medio de la habitación, con ojos abiertos y vidriosos mientras soñaba su sueño de huevo.
   - ¿Podrías levantarte, Lien? -preguntó súbitamente T'Gatoi.
   - ¿Levantarme? -dijo mi madre-. Creí que iba a dormirme.
   - Luego. Algo va mal fuera.
   La jaula desapareció bruscamente.
   - ¿Qué?
   - ¡Levántate, Lien!
   Mi madre reconoció el tono y se levantó justo a tiempo de evitar que la arrojara al suelo. T'Gatoi restalló sus tres metros fuera del diván, en dirección a la puerta y salió a toda velocidad. Tenía huesos, costillas, una larga columna vertebral, un cráneo y cuatro pares de patas por segmento. Pero cuando se movía de aquel modo, retorciéndose, lanzándose en caídas controladas, corriendo al caer, no sólo no parecía tener huesos, sino ser acuática, algo que nadaba a través del aire como si fuera agua. Me encanta verla moverse.
   Dejé a mi hermana y seguí a T'Gatoi a través de la puerta, aunque no me sostenía muy firme sobre mis pies. Habría sido mejor sentarse y soñar, y mucho mejor encontrar una chica y compartir con ella la ensoñación. Antes, cuando los Tlic nos veían como poco más que grandes y útiles animales de sangre caliente, solían encerrar juntos a varios de los nuestros, machos y hembras, alimentándolos sólo con huevos. De ese modo podían asegurarse de obtener otra generación sin que importase cuánto quisiéramos contenernos. Tuvimos suerte de que aquello no durara mucho. Unas cuantas generaciones así y habríamos sido poco más que grandes y útiles animales. 
   - Mantén la puerta abierta, Gan -dijo T'Gatoi-, y dile a la familia que no salga.
   - ¿Qué pasa? -pregunté.
   - N’Tlic.
   Retrocedí hasta la puerta.
   - ¿Aquí? ¿Solo?
   - Supongo que estaría intentando llegar a una cabina de comunicación.
   Pasó ante mí cargando al hombre, inconsciente, doblado como una manta sobre algunas de sus patas. Parecía joven, puede que de la edad de mi hermano, y más delgado de lo que debiera. Lo que T'Gatoi habría calificado como peligrosamente delgado.
   - Gan, ve a la cabina de comunicación.
   Depositó al hombre en el suelo y empezó a quitarle la ropa.
   No me moví.
  Me miró un momento después, su repentina calma era señal de profunda impaciencia.
   - Manda a Qui -dije-. Yo me quedaré aquí. A lo mejor puedo ayudar.
   Volvió a mover las patas, levantando al hombre y sacándole la camisa por la cabeza.
   - No querrás ver esto -dijo-. Será duro. No puedo ayudar a este hombre como podría hacerlo su Tlic.
   - Lo sé, pero manda a Qui. No querrá servir de ayuda en esto. Yo, al menos, estoy dispuesto a intentarlo.
   Miró a mi hermano mayor, más grande, más fuerte, sin duda más capacitado para ayudarla. Se había incorporado, estaba encogido contra la pared, y miraba al hombre del suelo con un miedo y una repulsión que no disimulaba. Hasta ella pudo darse cuenta de que sería inútil.
   - ¡Ve tú, Qui!
   No discutió. Se levantó, se tambaleó un poco, y recuperó el equilibrio, espabilado por el miedo.
   - Este hombre se llama Bran Lomas -le dijo, leyendo el brazalete del hombre. Me toqué distraídamente, por simpatía, mi propio brazalete-. Necesita a T'Khotgif Teh. ¿Me oyes?
   - Bran Lomas. T'Khotgif Teh -repitió mi hermano-. Ya voy.
   Pasó rodeando a Lomas y salió corriendo por la puerta. Lomas comenzó a recobrar el sentido. Al principio sólo se quejaba y se aferraba espasmódicamente a un par de patas de T'Gatoi. Mi hermana pequeña, al despertar de su sueño de huevo, se acercó a mirarlo hasta que mi madre la apartó.


   T'Gatoi le quitó los zapatos al hombre, luego los pantalones, dejando todo el rato libres a dos de sus patas para que se agarrara a ellas. Todas sus patas eran igualmente diestras, a excepción de las dos últimas.
   - No quiero protestas esta vez, Gan -dijo.
   Me enderecé.
   - ¿Qué tengo que hacer?
   - Sal y mata un animal que al menos tenga la mitad de tu tamaño.
   - ¿Que lo mate? Pero si yo nunca...
   Me empujó a través de la habitación. Su cola era un arma eficaz, tanto con el aguijón expuesto como sin él.
   Me levanté, sintiéndome estúpido por haber ignorado su advertencia, y fui a la cocina. Quizá pudiera matar algo con un cuchillo o un hacha. Mi madre criaba unos cuantos animales terrestres para la mesa y varios miles de los locales por su piel. 
   Probablemente, T'Gatoi preferiría algo local. Tal vez un achti. Algunos eran del tamaño adecuado, aunque tenían unas tres veces más dientes que yo y un auténtico interés por usarlos. Mi madre, Hoa y Qui podían matarlos con cuchillos. Yo nunca maté ninguno de ninguna forma, nunca había matado a un animal. Mientras mi hermano y hermanas aprendían el negocio de la familia, yo pasaba la mayor parte de mi vida con T'Gatoi.
   Ella tenía razón. Debí ser yo quien fuera a la cabina de comunicación. Al menos eso sí podía hacerlo.
   Fui al armario del rincón, donde mi madre guardaba las herramientas grandes para el jardín y la casa. En el fondo del armario había una tubería que llevaba el agua de desecho a la cocina; pero ya no la llevaba. Mi padre había desviado el agua de desecho antes de que naciera yo. Ahora la tubería podía desenroscarse hasta que una mitad giraba sobre la otra y se podía guardar un rifle dentro. No era nuestra única arma de fuego, pero sí la de más fácil acceso. Tendría que usarla para disparar sobre uno de los achti más grandes. Probablemente, T'Gatoi la confiscaría después. Las armas de fuego eran ilegales en la Preserva. Hubo algunos incidentes nada más establecerse la Preserva; terrestres disparando a Tlics, disparando a N'Tlics. Eso fue antes de que empezase la unión de familias, antes de que todos tuvieran un interés personal en mantener la paz. Nadie le había disparado a un Tlic en toda mi vida o la de mi madre, pero la ley seguía vigente. Para nuestra protección, decían. Se contaban historias sobre familias terrestres enteras exterminadas como represalia por los asesinatos de entonces.
   Fui a los corrales y disparé al achti más grande que pude encontrar. Era un semental robusto, y a mi madre no le haría ninguna gracia verme entrar con él. Pero era del tamaño adecuado y tenía prisa. Me eché al hombro el largo y cálido cuerpo del achti, contento porque algo del peso ganado fuera músculo, y entré en la cocina. Una vez allí, devolví la escopeta a su escondite. Si T'Gatoi se fijaba en las heridas del achti y me pedía el rifle, se lo entregaría. Si no, lo dejaría donde mi padre quiso que estuviera.
   Me volví para llevarle el achti, y dudé. Me quedé durante varios segundos frente a la cerrada puerta, preguntándome por qué tenía miedo de repente. Sabía lo que iba a ocurrir. No lo había visto antes, pero T'Gatoi me había enseñado diagramas y dibujos. Se había asegurado de que supiera la verdad en cuanto tuve la edad suficiente para entenderla.
   Aun así no quería entrar en la habitación. Perdí algo de tiempo eligiendo un cuchillo de la caja de madera tallada donde los guardaba mi madre. Puede que T'Gatoi necesite uno, me dije, para la piel dura y peluda del achti.
   - ¡Gan! -gritó T'Gatoi, con voz áspera por la urgencia.
Tragué. No había imaginado que un sencillo movimiento de los pies pudiera resultar tan difícil. Me di cuenta de que temblaba y eso me avergonzó. La vergüenza me empujó a través de la puerta. Deposité el achti junto a T'Gatoi y vi que Lomas volvía a estar inconsciente. Lomas, ella y yo estábamos solos en la habitación. Mi madre y hermanas debieron ser enviadas fuera para que no tuvieran que verlo. Las envidiaba. Pero mi madre volvió a la habitación cuando T'Gatoi cogió el achti. Sacó las garras de varas de sus patas, ignorando el cuchillo que le ofrecí, y abrió al achti desde la garganta al ano. Me miró con resueltos ojos amarillos.
   - Sujeta los hombros de este hombre, Gan.
   Miré a Lomas con pánico, dándome cuenta de que no quería tocarlo, y mucho menos sujetarlo. Esto no sería como dispararle a un animal. No tan rápido, no tan misericordioso, y esperaba que no tan definitivo, pero no había nada que deseara menos que ser partícipe de ello.
   Mi madre se adelantó.
   - Tú sujétale por la derecha, Gan. Yo lo haré por la izquierda.
   Si el hombre despertaba, la arrojaría al suelo sin darse cuenta de lo que hacía. Era una mujer diminuta. A menudo se preguntaba en voz alta cómo había podido engendrar unos niños tan -como decía ella- «descomunales».
   - No te preocupes -le dije, agarrando los hombros de Lomas-. Lo haré yo.
   Se quedó remoloneando por allí.
   - No te preocupes -repetí-. No te avergonzaré. No tienes por qué quedarte a verlo.
   Me miró indecisa, y luego me tocó la cara con una extraña caricia. Al fin, volvió a su dormitorio.
   T'Gatoi bajó la cabeza con alivio.
   - Gracias, Gan -dijo, con cortesía más terrestre que Tlic-. Ésa... siempre encuentra nuevas formas de que la haga sufrir.
   Lomas empezó a gemir y a emitir sonidos apagados. Había esperado que permaneciera inconsciente. T'Gatoi puso su cara junto a la de él para que le prestara atención.
   - Ya te he picado todo lo que me atrevo -le dijo-. Cuando esto termine, volveré a hacerlo hasta que te duermas y dejará de dolerte.
   - Por favor -suplicó el hombre-. Espera...
   - No hay tiempo, Bram. Te picaré cuando termine. Cuando llegue T'Khotgif te dará huevos para ayudar a recuperarte. Terminaré en seguida.
   - ¡T'Khotgif! -gritó el hombre, censándose contra mis manos.
   - Pronto, Bram, pronto.
   T'Gatoi me lanzó una mirada, y después colocó una garra en su abdomen, ligeramente a la derecha del medio, justo debajo de la última costilla. En el lado derecho hubo un ligero movimiento; pulsaciones pequeñas y aparentemente casuales, agitando su piel oscura, creando una concavidad aquí, una concavidad allá, una y otra vez, hasta que pude advertir su ritmo y averiguar dónde se produciría la siguiente pulsación.
   Todo el cuerpo de Lomas se endureció bajo la garra, aunque sólo la apoyaba en él. T'Gatoi enroscó la parte trasera de su cuerpo alrededor de las piernas del hombre. Podría romper mi presa, pero no rompería la de ella. Lloró desesperadamente cuando ella usó sus pantalones para atarle las manos y después las pasó por encima de su cabeza, para que yo pudiera arrodillarme encima de la ropa y sujetarle las manos. Enrolló la camiseta y se la dio para que mordiera. 
   Y lo abrió.
   Su cuerpo se convulsionó con el primer corte. Casi se me soltó. Los sonidos que emitía... Jamás oí sonidos semejantes viniendo de algo humano. T'Gatoi parecía no prestar atención mientras prolongaba y profundizaba el corte, haciendo ocasionales pausas para lamer la sangre. Los vasos sanguíneos se contraían, reaccionando a la química de la saliva, y la hemorragia disminuyó.
   Me sentía como si estuviera ayudándola a torturarle, ayudándola a consumirlo. Pronto vomitaría, lo sabía; no sabía por qué no lo había hecho ya. No creí poder aguantar hasta que ella terminara.
   Encontró la primera larva. Era gorda y de un rojo intenso por la sangre, tanto por fuera como por dentro. Ya había devorado su cascarón, pero no parecía haber empezado a devorar al huésped. En ese estadio, devoraría cualquier clase de carne, a excepción de la de su madre. Si la hubiéramos dejado habría continuado segregando los venenos que habían enfermado a Lomas al tiempo que le alertaron. Eventualmente, habría empezado a comer. Lomas estaría muerto o agonizante para cuando se hubiera abierto paso en su carne, e incapaz de vengarse de lo que estaba matándole. Siempre había un plazo de tiempo entre el momento en que enfermaba el huésped y cuando las larvas empezaban a devorarlo.
   T'Gatoi recogió cuidadosamente la larva que se retorcía, y la miró, ignorando de algún modo los terribles gemidos del hombre.
   El hombre perdió el sentido bruscamente.
   - Bien. -Ella le miró-. Me gustaría que los terrestres pudierais hacer esto a voluntad.
   T'Gatoi no sentía nada. Y la cosa que sostenía...
   En ese estadio carecía de patas y huesos, tendría unos quince centímetros de largo y dos de ancho, estaba ciega y embadurnada de sangre. Era como un gusano grande. T'Gatoi la depositó en la panza del achti, y empezó a horadar inmediatamente, a abrirse paso en la panza del animal. Se quedaría ahí y comería mientras hubiera algo que comer.


   Encontró dos más tanteando en la carne de Lomas, una de ellas más pequeña y vigorosa.
   - ¡Un macho! -dijo con felicidad.
   Moriría antes que yo. Pasaría por su metamorfosis y jodería todo lo que se le pusiera por delante antes de que sus hermanas llegaran a desarrollar patas. Fue el único que hizo un esfuerzo serio por morder a T'Gatoi mientras lo colocaba en el achti. Gusanos más pálidos salían a la luz en la carne de Lomas. Era peor que encontrar algo muerto, putrefacto y lleno de diminutas larvas. Y era mucho peor que cualquier dibujo o diagrama.
   - Ah, ahí hay más -dijo, extrayendo dos larvas gruesas y largas-. Puede que tengas que matar otro animal, Gan. Todo vive dentro de vosotros, los terrestres.
   Me habían dicho toda la vida que esto era algo bueno y necesario, algo que hacían juntos Tlics y terrestres, una especie de parto. Sabía que el nacimiento era doloroso y sangriento, no importaba cuál. Pero esto era algo diferente, algo peor. No estaba preparado para verlo. Quizá no lo estuviese nunca. Y, sin embargo, no podía dejar de verlo. Cerrar los ojos no servía de nada.
   T'Gatoi encontró una larva que todavía estaba devorando el cascarón. Los restos de la cáscara seguían conectados a un vaso sanguíneo por su tubito, o gancho, o lo que fuera. Así era como las larvas se anclaban y alimentaban. Sólo tomaban sangre hasta que estaban listas para salir. En ese momento devoraban los distendidos y elásticos caparazones. Luego lo hacían con sus huéspedes.
   T'Gatoi mordió el cascarón para retirarlo y lamió la sangre. ¿Le gustaría el sabor? ¿Cuesta perder las costumbres infantiles, o acaso no se pierden nunca?
   Todo el proceso estaba mal, era ajeno. Jamás supuse que algo de T'Gatoi pudiera llegar a resultarme ajeno.
   - Uno más, creo -dijo-. Tal vez dos. Una buena familia. Estos días nos contentaríamos con encontrar uno o dos vivos en un huésped animal. -Me echó un vistazo-. Sal fuera, Gan, y vacía tu estómago. Ve ahora, mientras el hombre continúa inconsciente.
   Salí tambaleándome y apenas lo conseguí. Vomité tras el árbol que había justo pasada la puerta principal, hasta que no quedó nada por echar. Cuando terminé, me quedé en pie, temblando, con las lágrimas corriéndome por las mejillas. No sabía por qué lloraba, pero no podía dejar de hacerlo. Me alejé algo más de la casa para no ser visto. Cada vez que cerraba los ojos veía gusanos arrastrándose por una carne humana más roja aún.
   Un coche venía hacia la casa. Ya que los terrestres tenían prohibidos los vehículos motorizados, excepto para cierto equipo agrícola, supe que debía ser el Tlic de Lomas, acompañado por Qui y puede que un médico terrestre. Me sequé la cara con la camiseta, y me esforcé por controlarme.
   - Gan -gritó Qui, cuando se detuvo el coche-. ¿Qué ha ocurrido?
   Descendió del coche bajo y redondo, adaptado a los Tlic. Por el otro lado bajó otro terrestre y entró en la casa sin dirigirme la palabra. El médico. Lomas podría conseguirlo con su ayuda y unos cuantos huevos.
   - ¿T'Khotgif Teh? -dije.
   El conductor Tlic salió del coche, irguiendo la mitad de su altura ante mí. Era más pálida y pequeña que T'Gatoi, probablemente nacida del cuerpo de un animal. Los Tlic nacidos de cuerpos terrestres siempre eran más grandes y más numerosos.
   - Seis jóvenes -le dije-, puede que siete. Todos vivos. Un macho por lo menos.
   - ¿Lomas? -preguntó con severidad.
   Me agradó que preguntara, y la preocupación que había en su voz cuando lo hizo. La última cosa coherente que había dicho él fue su nombre.
   - Está vivo -dije.
   Se lanzó hacia la casa sin decir más.
   - Ha estado enfermo -dijo mi hermano, mirando como se alejaba-. Cuando llamé oí a gente diciéndole que no estaba lo bastante bien para salir, ni siquiera para esto.
   No dije nada. Había sido cortés con el Tlic. Ahora no quería hablar con nadie. Esperaba que él entrase, aunque sólo fuera por curiosidad.
   -Acabaste descubriendo más de lo que querías saber, ¿eh?
   Le miré.
   - No me mires como ella -dijo-. No eres ella. Sólo eres su propiedad.
   Como ella. ¿Habría desarrollado hasta la capacidad de imitar sus expresiones?
   - ¿Qué has hecho? ¿Vomitar? -Olisqueó el aire-. Así que ya sabes lo que te espera.
   Me alejé de él. De niños estuvimos muy unidos. Me dejaba andar junto a él cuando estaba en casa, y T'Gatoi a veces permitía que nos acompañara cuando íbamos a la ciudad. Pero, al llegar a la adolescencia, le pasó algo. Nunca supe el qué. Empezó a distanciarse de T'Gatoi. Después empezó a huir... hasta que se dio cuenta de que no había «huida». No en la Preserva. Y, desde luego, no en el exterior. Después de eso se concentró en conseguir su ración de cada huevo que llegaba a casa, y en mirarme de una forma que sólo conseguía hacer que le odiara, de una forma que decía claramente que estaba a salvo de los Tlic mientras yo siguiera bien.
   - ¿Cómo fue de verdad? -preguntó, yendo detrás de mí.
   - Maté un achti. Los jóvenes se lo comieron.
   - No saliste corriendo de casa para vomitar porque se comieran un achti.
   - Nunca antes había... visto abierta a una persona.
   Era cierto, y bastante para él. No podía hablar de lo otro.
   Con él, no.
   - Oh -dijo.
   Me miró como si quisiera decir algo más, pero siguió callado.
   Caminamos sin dirigirnos a ningún sitio en especial. Hacia la parte de atrás, hacia los
corrales, hacia los campos.
   - ¿Dijo algo? -preguntó Qui-. Me refiero a Lomas. ¿A quién más se podría referir?
   - Dijo «T'Khotgif».
   Qui se estremeció.
   - Si me hubiera hecho eso a mí, sería la última persona a la que llamaría.
   - La llamarías. Su picadura te calmaría el dolor sin matar a las larvas que tienes dentro.
   - ¿Crees que me importaría si muriesen?
   No. Claro que no te importaría. ¿Me importaría a mí?
   - ¡Mierda! -Aspiró profundamente-. He visto lo que hacen. ¿Te crees que esto de Lomas ha sido malo? Esto no ha sido nada.
   No discutí. No sabía de qué hablaba.
   - Vi como devoraban a un hombre -dijo.
   Me volví para mirarle.
   - ¡Estás mintiendo!
   - Vi como devoraban a un hombre. -Hizo una pausa-. Fue cuando era pequeño. Había estado en el hogar de los Hartmund y volvía a casa. A mitad de camino, vi un hombre y un Tlic, y el hombre era un N'Tlic. El terreno era accidentado. Pude esconderme y verlo todo. El Tlic no quería abrir al hombre porque no tenía nada con que alimentar a las larvas. El hombre no podía continuar y no había casa cerca. Sufría tanto que le pidió que le matara. Le suplicó que le matara. Al final lo hizo. Le cortó el cuello. Un golpe de garra. Vi como las larvas se abrían paso comiendo, para después volver a meterse, todavía comiendo.
   Sus palabras me hicieron ver de nuevo la carne de Lomas, llena de parásitos arrastrándose.
   - ¿Porqué no me lo contaste? -susurré.
   Pareció sorprendido, como si hubiera olvidado que le escuchaba.
   - No lo sé.
   - Poco después de eso fue cuando empezaste a huir, ¿verdad?
   - Sí. Fue estúpido. Huir dentro de la Preserva. Huir dentro de una jaula.
   Negué con la cabeza y le dije lo que debí decirle hacía mucho tiempo.
   - No te cogerá a ti. No tienes por qué preocuparse.
   - Lo haría... si te pasase algo.
   - No. Cogería a Xuan Hoa. Hoa... lo desea.
   No lo desearía de haberse quedado a observar a Lomas.
   - No cogen a las mujeres -dijo con desprecio.
  - A veces las cogen. -Le miré-. En realidad, prefieren a las mujeres. Deberías estar cuando hablan entre ellas. Dicen que las mujeres tienen más carne para proteger a las larvas. Pero acostumbran a elegir a los hombres para que las mujeres puedan engendrar sus propios jóvenes.
   - Para proporcionar la siguiente generación de animales huéspedes -dijo, pasando del desprecio a la amargura.
   - ¡Es más que eso! - contrarresté. ¿Lo era?
   - Yo también querría creerlo si me fuera a pasar a mí.
   - ¡Es más! -Me sentí como un niño.
   Era un argumento estúpido.
   - ¿Pensabas eso mientras T'Gatoi sacaba gusanos de las tripas de ese tipo?
   - ¿Se supone que no debería pasar así?
   - Naturalmente que sí. No se suponía que tú lo vieras, eso es todo.    Y se supone que su Tlic debería hacerlo. Ella podría picarle y dormirlo, y la operación no habría sido tan dolorosa. Pero también le habría abierto, habría sacado las larvas, y si se hubiese escapado una sola, ésta le envenenaría y le devoraría de dentro afuera.
   Hubo un tiempo en que mi madre me decía que respetara a Qui porque era mi hermano mayor. Me alejé odiándole. Estaba disfrutando a su manera. Él estaba seguro y yo no. Podía haberle pegado, pero no creí poder soportar que se negara a devolverme el golpe y me mirara con desprecio y lástima. No pensaba dejar que me marchara. Se deslizó delante de mí con sus piernas más largas, y me hizo sentir como si estuviera siguiéndole.
   - Lo siento -dijo.
   Continué con paso firme, furioso y harto.
   - Mira, probablemente no sea tan malo para ti. T'Gatoi te aprecia. Tendrá cuidado.
   Me volví hacia la casa, casi huyendo de él.
   - ¿Te lo ha hecho ya? -preguntó, siguiéndome con facilidad-. Quiero decir que tienes la edad adecuada para la implantación. Te ha...
   Le pegué. No sabía que iba a hacerlo, pero creo que quería matarle. Creo que lo habría hecho de no ser más grande y más fuerte. Intentó sujetarme, pero al final tuvo que defenderse. Sólo me pegó un par de veces. Con eso bastó. No recuerdo haberme caído, pero se había ido cuando me recuperé. El dolor valió la pena, a cambio de deshacerme de él.
   Me levanté y caminé lentamente hacia la casa. La parte de atrás estaba a oscuras. En la cocina no había nadie. Mi madre y mis hermanas debían estar durmiendo en sus cuartos, o fingiéndolo. Oí voces cuando entré en la cocina, terrestres y Tlics, provenientes de la habitación de al lado. No conseguí entender lo que decían, no quería entenderlo.
   Me senté ante la mesa de mi madre, esperando a que se hiciera el silencio. La mesa era vieja y lisa, pesada y construida a conciencia. Mi padre la había hecho para mi madre justo antes de morir. Recordaba haber andado debajo de ella mientras la construía. No le importó. Ahora me senté recostándome en ella, echándole de menos.
   Podría haber hablado con él. Lo había hecho tres veces en su larga vida. Tres camadas de huevos, tres veces abierto y cosido. ¿Cómo lo había hecho? ¿Cómo podría hacerlo nadie?
Me levanté, cogí el rifle de su escondite y me senté con él. Necesitaba una limpieza, un engrasado.
   Todo lo que hice fue cargarlo.
   - ¿Gan?
   Hizo un montón de ruiditos al caminar sobre el suelo descubierto, cada pata chasqueaba en sucesión al tocarlo. Oleadas de pequeños Tlics. Vino a la mesa, alzó la mitad superior de su cuerpo sobre ella y se subió. A veces se movía tan grácilmente que parecía fluir como si fuera agua. Se enrolló formando un pequeño mantoncito en medio de la mesa y me miró.
  - No ha estado bien -dijo suavemente-. No deberías haberlo visto. No había necesidad de que fuera así.
   - Lo sé.
   - T'Khotgif, ahora Ch'Khotgif, morirá a causa de su enfermedad. No vivirá para criar a sus hijos. Pero su hermana los mantendrá a ellos y a Bran Lomas.
   Una hermana estéril. Una hermana fértil en cada camada. Una para preservar a la familia. Esa hermana le debía a Lomas más de lo que jamás podría pagarle.
   - Entonces, ¿él vivirá?
   - Sí.
   - Me pregunto si lo volvería a hacer.
   - Nadie le pedirá que lo vuelva a hacer.
 Miré los ojos amarillos, preguntándome cuánto había visto y comprendido, y cuánto había sólo imaginado.
   - Nadie nos pregunta nunca. Tú nunca me preguntaste.
   Movió ligeramente la cabeza.
   - ¿Qué te pasa en la cara?
   - Nada. Nada importante.
 Unos ojos humanos probablemente no habrían notado la hinchazón en la oscuridad. La única luz provenía de una de las lunas, brillando por la ventana situada al otro lado de la habitación.
   - ¿Usaste el rifle para abatir al achti?
   - Sí.
   - ¿Y tienes intención de usarlo contra mí?
   La miré. La luz de la luna iluminaba su cuerpo enrollado y grácil.
   - ¿A qué te sabe la sangre terrestre?
   No dijo nada.
   - ¿Qué eres? -susurré-. ¿Qué somos nosotros para ti?
   Se quedó inmóvil, la cabeza recostada en el anillo superior.
   - Me conoces como ningún otro me conoce -dijo suavemente-. Tú debes decidir.
   - Eso es lo que le pasó a mi cara.
   - ¿Qué?
   - Que me estimuló para que decidiera algo. No salió muy bien. -Moví ligeramente el arma, colocando diagonalmente el cañón bajo mi barbilla-. Al menos fue una decisión tomada por mí.
   - Como lo será ésta.
   - Pregunta, T’Gatoi.
   - ¿Por la vida de mis hijos?
Tenía que decir algo así. Sabía cómo manipular a la gente, terrestres y Tlics. Pero esta vez no.
   - No quiero ser un animal huésped -dije-. Ni siquiera el tuyo.
   Le llevó un tiempo contestar.
   - Casi no usamos animales huéspedes en estos días. Lo sabes.
   - Nos usáis a nosotros.
   - Lo hacemos. Esperamos largos años y os instruimos y unimos vuestras familias a las nuestras. -Se movía inquieta-. Sabes que para nosotros no sois animales.
   Me quedé mirándola sin decir nada.
   - Mucho después de que llegaran tus antepasados, los animales que usábamos antaño empezaron a matar a la mayoría de los huevos una vez que eran implantados -dijo suavemente-. Sabes estas cosas, Gan. Estamos aprendiendo de nuevo lo que significa ser sanos y prósperos gracias a la llegada de tu pueblo. Y tus antepasados, que huían de su mundo natal, de su propia especie que los habría matado o esclavizado, sobrevivieron gracias a nosotros. Nosotros les aceptamos como pueblo y les dimos la Preserva cuando aún intentaban matarnos como gusanos.
   Al oír la palabra «gusanos» di un brinco. No pude evitarlo, y ella no pudo evitar darse cuenta.
   - Ya veo -dijo tranquilamente-. ¿Preferirías morir antes que llevar a mis jóvenes, Gan?
   No respondí.
   - ¿Debo acercarme a Xuan Hoa?
   - ¡Sí!
   Hoa lo deseaba. Que lo tuviera. Ella no había tenido que ver a Lomas. Estaría orgullosa... no aterrorizada.
   T'Gatoi fluyó de la mesa al suelo, sorprendiéndose casi demasiado.
   - Esta noche dormiré en la habitación de Hoa -dijo-. Se lo diré en algún momento de esta noche, o mañana.
   Todo iba demasiado rápido. Mi hermana Hoa había tenido casi tanto que ver en mi educación como mi madre. Aún seguía unido a ella, no como a Qui. Ella podía desear a T'Gatoi y seguir queriéndome.
   - ¡Espera, T'Gatoi!
   Miró hacia atrás, levantó del suelo casi la mitad de su longitud y se volvió hacia mí.
   - Éstas son cuestiones adultas, Gan. ¡Es mi vida, mi familia!
   - Pero es... mi hermana.
   - He hecho lo que me pediste. ¡Te lo he preguntado!
   - Pero...
  - Será más fácil para Hoa. Siempre ha deseado llevar otras vidas dentro de ella. Vidas humanas. Jóvenes humanos que algún día beberían de sus pechos, no de sus venas.
   Negué con la cabeza.
   - No se lo hagas a ella, T'Gatoi. -Yo no era Qui.
  Pero, sin embargo, creí poder convertirme en él sin ningún esfuerzo. Podía escudarme en Xuan Hoa. ¿Sería más fácil saber que los gusanos rojos crecían en su carne en vez de en la mía?
   - No se lo hagas a Hoa - repetí.
   Me miró, totalmente inmóvil.
   Miré a otro lado, luego a ella.
   - Házmelo a mí.
   Bajé el rifle de mi garganta y ella se inclinó hacia adelante para cogerlo.
   - No -dije.
   - Es la ley.
  - Déjaselo a la familia. Puede que alguno de ellos tenga que usarla para salvar algún día mi vida.
   Agarró el cañón del rifle, pero yo no pensaba soltarlo. Me arrastró hasta ponerme en pie, junto a ella.
   - ¡Déjalo aquí! -repetí-. Acepta el riesgo si no somos tus animales, si éstas son cuestiones adultas. Hay un riesgo, T´Gatoi, en tratar con un compañero.
   Evidentemente le era difícil soltar el rifle. Un escalofrío le recorrió y emitió un siseo de disgusto. Pensé que estaba asustada. Era lo bastante mayor como para haber visto lo que podían hacerle los rifles a la gente. Ahora sus jóvenes y este arma estarían en la misma casa. No conocía la existencia de nuestras otras armas. No importaban en esta discusión. 
   - Implantaré el primer huevo esta noche -dijo, mientras yo apartaba el rifle-. ¿Me oyes, Gan?
   ¿Por qué si no me había dado a comer un huevo completo. mientras el resto de la familia tenía que compartir uno? ¿Por qué si no mi madre me miró como si estuviera alejándome de ella, yendo hacia donde no podía seguirme? ¿Imaginaría T'Gatoi que no me había dado cuenta?
   - Te oigo.
   - ¡Ahora!
   Dejé que me empujara fuera de la cocina, y después caminé delante de ella hacia mi dormitorio. La repentina urgencia de su voz parecía real.
   - ¡Se lo habrías hecho a Hoa esta noche! -recriminé.
   - Debo hacérselo a alguien esta noche.
   Me detuve a pesar de su urgencia y me planté en su camino.
   - ¿No te importa a quién?
   Se deslizó rodeándome y entró en mi dormitorio. La encontré esperando en el diván que compartíamos. En la habitación de Hoa no había nada que hubiera podido usar. Se lo habría hecho en el suelo. La imagen de T'Gatoi haciéndoselo a Hoa fuera como fuese me molestó ahora de un modo diferente, y me enfadé.
   Me desvestí, a pesar de ello, y me tendí a su lado. Sabía qué hacer, qué esperar. Me lo habían contado toda mi vida. Sentí la picadura familiar, narcótica, dulcemente agradable. Después, el ciego tanteo de su ovipositor. El pinchazo fue indoloro, fácil. Entraba tan fácilmente... Se onduló lentamente contra mí, sus músculos empujaban el huevo de su cuerpo al mío. Me agarré a un par de sus patas hasta que recordé a Lomas agarrándose así. Me solté entonces, moviéndome sin darme cuenta, y le hice daño. Profirió un suave grito de dolor y pensé que iba a ser enjaulado de inmediato por sus patas. Me volví a agarrar al no serlo, sintiéndome extrañamente avergonzado.
   - Lo siento -susurré.
   Acarició mis hombros con cuatro de sus patas.
   - ¿Entonces te importa? -pregunté-. ¿Te importa que sea yo?
   No respondió durante unos segundos. Finalmente...
   - Tú eras el que tomaba decisiones esta noche, Gan. Yo tomé la mía hace mucho.
   - ¿Te habrías acercado a Hoa?
   - Sí. ¿Cómo podría dejar a mis hijos al cuidado de alguien que los odiara?
   - No era... odio.
   - Sé lo que era.
   - Estaba asustado.
   Silencio.
   - Todavía lo estoy.
   Podía admitirlo delante de ella, aquí, ahora.
   - Pero tú viniste a mí... para salvar a Hoa.
  - Sí. -Apoyé la frente en ella. Era fría, aterciopelada, engañosamente blanda-. Y para conservarte para mí -dije.
   Así era. No lo entendía, pero así era.
   Emitió un suave canturreo de contento.
   - No podía creer que hubiera cometido semejante error contigo. Yo te elegí. Pensé que tú habías llegado a elegirme.
   - Lo había hecho, pero...
   - Lomas.
   - Sí.
  - Nunca he conocido a un terrestre que lo viera y lo asumiera bien. Qui ha visto uno, ¿no es así?
   - Sí.
   - Debería evitarse que los terrestres lo vieran.
   No me gustó cómo sonaba aquello, y dudaba que fuera posible.
  - Evitarlo, no. Mostrádnoslo. Mostrádnoslo cuando somos niños pequeños, y mostrádnoslo más de una vez. Ningún terrestre contempla un parto que vaya bien, T´Gatoi. Todo lo que vemos es N'Tlic, dolor y terror, y puede que muerte.
   Me miró.
   - Es un asunto privado. Siempre ha sido un asunto privado.
   Su tono me impidió insistir; eso y el conocimiento de que, si ella cambiaba de parecer, yo podría ser el primer ejemplo público. Había sembrado la idea en su mente. Había posibilidades de que germinara, y que, eventualmente, la probara.
  - No lo volverás a ver -dijo-. No quiero que vuelvas a pensar en dispararme.
  La pequeña cantidad de fluido que entró en mí con el huevo me relajó tan completamente como lo habría hecho un huevo estéril, y recordé el rifle en mis manos, y mis sensaciones de miedo y repulsión, de rabia y desesperación. Podía recordar las sensaciones sin revivirlas, hasta podía hablar de ellas.
   - No te habría disparado -dije-. A ti no.
   Había sido extraída de la carne de mi padre cuando éste tenía mi edad.
   - Podrías haberío hecho -insistió.
   - A ti no.
 Se interponía entre nosotros y su propio pueblo, protectora, entrelazándonos.
   - ¿Te habrías destruido a ti mismo?
   Me moví con cuidado, incómodo.
   - Puede que lo hubiera hecho. Casi lo hice. Ésa es la «huida» de Qui. Me pregunto si lo sabe.
   - ¿Qué?
   No respondí.
   - Ahora vivirás.
   - Sí.
   Cuídala, solía decir mi madre. Sí.
   - Soy joven y sana -dijo-. No te dejaré como dejaron a Lomas. No te dejaré solo, N'Tlic. Cuidaré de ti.




FIN




















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Sin duda el relato es tan estremecedor como insólito. No es habitual encontrar obras de ciencia ficción donde se aborde con este grado de detalle y franqueza asuntos como la sexualidad femenina, las relaciones interespecies, los embarazos masculinos o las instituciones de control y colonización entre distintas razas y especies.
Como es habitual en Octavia Butler esas creaciones son parábolas sobre el mundo contemporáneo para reflexionar sobre la raza, la sexualidad o el determinismo biológico pero también sobre la violencia, el poder, el sometimiento y la lucha de clases.

El alienígena terrorífico y grotesco es uno de los tropos más perdurables de la ciencia ficción. Suele encarnar el mal y la destrucción; pero Octavia Butler se niega a representarlo como un ser unidimensional. Mientras dibuja las ambigüedades que entrañan las relaciones interespecies, es capaz de crear a xenoformos insectoides dotados de humanidad cuya convivencia con humanos es capaz de provocar sentimientos contradictorios respecto al poder, el consentimiento, la repulsión o el deseo.

En su blog, Fantástikas, Lola Robles escribe:
❝“Hijo de sangre” es un relato revulsivo, estremecedor de principio a fin. Lleva casi al extremo los temas planteados en Xenogénesis: la libertad, el derecho a decidir, el poder, la sumisión, la violencia, la simbiosis… Yo he puesto como lectura este texto en mi taller Fantástikas y siempre ha suscitado polémica. Algunas lectoras veían la historia como un alegato, desde luego de gran crudeza, contra las relaciones de sometimiento; otras, sin embargo, pensaban que la autora quiere superar esas relaciones mediante la simbiosis o incluso el amor.
La polémica, que no se cerró, es muy interesante. El problema de la primera postura es que no justifica el final, pues cómo una mujer feminista y negra, sin duda rebelde, da ese fin a una historia de denuncia que debía conllevar la lucha contra la injusticia?
Y en cuanto a la segunda postura, la apuesta por la simbiosis, a mí me convence más, pero el relato es tan duro que resulta difícil de digerir. He encontrado enWikipedia una cita de la autora según la cual explica que su relato “no trata sobre la esclavitud, sino sobre el amor y la madurez y la reacción masculina al embarazo”.

En junio de 2020 la bilbaína editorial Consonni publicó la única colección de relatos que esta autora afroamericana reunió en 2005, titulada precisamente Hija de sangre y otros relatos (Bloodchild and other stories). El volumen incluye dos de sus más aclamados relatos cortos: «Hija de sangre», relato ganador del Premio Nebula en 1984 y del Hugo y el  Locus en 1985. «Sonidos de habla» también ganó el Hugo en 1984. 
El libro tiene la particularidad de que cada texto viene acompañado de un epílogo de la misma autora. Además contiene dos ensayos sobre su experiencia como escritora. En ellos, Butler relata sus vicisitudes como mujer negra y escritora en una época en la que el género fantástico estaba dominado por hombres blancos. 


Bonus track.