martes, 27 de abril de 2021

SIETE MENTIRAS - de James Lasdun




La historia se centra en un doble impostor, ya que como tal actúa tanto en su vida personal como en su rol social. Y si el territorio en que se mueve es la extinta República Democrática de Alemania, ahíta de escuchas y delaciones, el juego de imposturas se multiplica exponencialmente. Otra cuestión es que el autor no ha profundizado en este corrupto caldo de cultivo social, expuesto sólo en el último cuarto del libro, provocando en el lector una cierta decepción.

Stefan Vogel y su esposa Inge lograron huir de Alemania Oriental pocos años antes de la caída del Muro de Berlín. Ahora, en 2003, viven en el norte del estado de Nueva York con el reconocimiento de quienes pertenecieron a la intelligentsia disidente; pero en el cóctel de una galería de arte una mujer arroja a Stefan un vaso de vino en la cara. Conmocionado por un gesto tan repentino, percibe que el agravio proviene de su pasado, lo que le incita a rememorar sus años de juventud tras el telón de acero. 

En los siguientes capítulos Stefan nos narrará sus años de formación en el Berlín Oriental de los 70 y sus anhelos de amor y libertad unidos a la fantasía de vivir en Estados Unidos. El hecho de que su padre fuera un diplomático que realizaba frecuentes viajes a Nueva York, proporcionaba reconocimiento social a la familia y fomentaba la idea de un traslado permanente. Pero la caída en desgracia del progenitor frustró toda expectativa.
 
Fotograma de "La vida de los otros"












Este infortunio no arredra a su madre que, acostumbrada al éxito social, reinventa a su familia como un centro de arte e intelectualidad invitando a artistas y centrando el foco en los pinitos que Stefan hace en poesía. Con la ayuda del tío Heinrich, oficial de la Policía estatal, reflotan el prestigio social de la familia lo que permite a Stefan subirse a una nueva ola de mentiras. Comienza a frecuentar los círculos bohemios en cafés y teatros destartalados donde abundan artistas disidentes y farsantes varios.
     "-No hay por qué susurrar. Esto es una zona libre, ya te lo he dicho. Todo el mundo está invitado, incluyendo a la bofia. Somos artistas, no activistas. No queremos reformar el sistema. Nos aburre a morir, pero somos demasiado cínicos para intentar cambiarlo.
     Puede que lo que acaba de decir no fuera tan absurdo como parecía, pero la manera de expresarlo lo hacía parecer una declaración oficial de intenciones.
     Pese a todo, esas palabras me tocaron la fibra sensible. Aburrimiento, cinismo.. Me podía identificar con eso..."
pág 124
Sinn und Form es la revista oficial donde por fin publica Stefan, no sin antes entregar su alma al diablo. 
"Vuelta a empezar: otra vez a empujar la rueda, de regreso a mi pequeño infierno hecho de vanagloria, engaño y desesperación. Y si antes el precio había consistido únicamente en unos pocos años de mi madurez, ahora todo parecía indicar que se trataba de vender mi alma." pág. 141
Otra mentira más que le permitirá acercarse a la bella actriz Inge y recogerla en su regazo cuando es abandonada por su amante. Posteriormente Stefan e Inge lograrán acogerse al sistema Freikauf, mediante el que el gobierno de Alemania Occidental compraba visas de salida para los disidentes. "Fui adquirido, según me informó mi tío Heinrich, a cambio de dos camiones de naranjas sevillanas. Mi esposa, que en esos tiempos era una celebridad, salió más cara...". Mentira tras mentira Stefan logrará construirse una cómoda vida y además con la mujer soñada. 

Sibylle Bergemann -"Katharina Thalbach, Ostberlin", 1973

La novela se construye pues como una vuelta hacia atrás que nos invita a recorrer una época bastarda, la misma que retrata la película "La vida de los otros" (Florian Henckel, 2006). Pero el narrador es poco fiable y antes de revelarnos su verdadero papel en aquella sociedad opresiva y deleznable, gasta dos tercios de la novela en sus años de formación. 
No es lo que el lector espera. 
Después de un inicio tan fulgurante, con esa copa de vino haciendo resurgir un sentimiento de culpa, esperamos una confesión en toda regla, no una nueva impostura. Porque aunque el bildungsroman que se marca Lasdun está maravillosamente escrito y no carece de interés, la organización de los materiales narrativos está desequilibrada y resulta un tanto frustrante. Parece como que el narrador hubiese querido poner la tirita (sepan que mi carácter es débil y mi actitud pasiva, que tanto mis padres como la sociedad me empujaron a la impostura) antes de declarar su verdadero papel en aquella época atroz.

La novela se convierte pues en un estudio de personajes centrado, sobre todo, en el carácter de Stefan que es bien particular. El protagonista y narrador tiene ese aire aturdido de quien vive la vida como un préstamo extraño que nunca logra comprender. Tiendo a verlo como una personificación genuina del "síndrome del impostor". Su vida no es algo que él elija, siempre le es sobrevenida. Fue declarado poeta-intelectual por su madre para forjar el nuevo esplendor de la familia, lo que le obligó a expurgar versos de viejos tomos escondidos en el desván. Conoció inopinadamente a Inge pero nunca la conquistó, cayó en sus brazos casi por despecho, al ser abandonada por Menzer, el líder de los disidentes. Cuando llega a EEUU la pátina de "poeta disidente" le bastó para ser contratado por la revista que editaba una ricachona snob.
"Recuerdo esa extrañeza onírica que me embargó al ser tratado como si la posibilidad de que fuera un distinguido Hombre de Letras y un genuino disidente político se considerase un hecho establecido e incontrovertible." pág 167









Resulta paradójico, y quizás ahí radique el interés de la novela, ver cómo las mentiras se acumulan, mientras Stefan va medrando impunemente, cuando se trata de un tipo parado y despreciable.
"Yo era quien había creado esta existencia extraña y convulsa, del mismo modo que una criatura marina fabrica el caparazón que le conviene. El rasgo definitorio de este particular caparazón -sigamos con la analogía- resultó ser el progresivo estrangulamiento de su inquilino. Cuando conseguí quitármelo de encima, ya estaba más muerto que vivo." pág .69
Stefan tiene un carácter eminentemente sumiso y conformista. Siempre tiende a "esperar lo peor", pero cuando le ocurre un agravio (desde el bullying que sufrió en el colegio hasta la copa que le derraman en Nueva York, pasando por los abusos que sufrió por el conserje-vigilante del edificio) lo siente como un déjà vu, una sensación de que el daño infligido ya estaba hecho con anterioridad. Como que ya estaba amortizado.
"Lo que conservo más vívidamente que los detalles concretos, que ya me resultaban familiares a esa edad, es la sensación de que el daño que se me estaba haciendo ya había sido infligido, de forma misteriosa, con anterioridad. Ya había sucedido. Puede que no de manera literal, pero sí de un modo que hacía de esa manifestación suya poco más que una especie de documento jeroglífico de un acontecimiento anterior y más relevante; de la misma manera, pongamos por caso, que una formación rocosa en concreto, hecha visible por un corrimiento de tierras, documenta un seísmo que tuvo lugar hace milenios en las placas tectónicas de la tierra." pág. 68.
Sólo al final tendrá que tomar una terrible decisión para que su expediente de delator no vea la luz. La caída del muro de Berlín y la reunificación de las dos Alemanias abrió los archivos de la temida Stasi y muchos alemanes quedaron estupefactos al comprobar la cantidad de amigos y familiares que en realidad eran informantes del Organismo de Seguridad; el cual se estima que llegó a tener más de doscientos mil confidentes en nómina, lo que facilitó el éxito de la represión.

Archivos de la Stasi


Lamentablemente todo esto sólo ocupa unas pocas líneas en una novela que tiene sus mejores páginas en la llegada a EEUU ("Las dos caras de la moneda me fascinaban: la ruina y el glamour..." pags. 156 y ss.); aunque yo prefiero las de introspección de este personaje tan despreciable como alérgico a la acción.
"Por eso la gente había empezado a apartarse de mí, cosa que se me antojaba de lo más natural. Recuerdo que cada vez que me atacaban, ya fuera de manera física o verbal, una parte de mí se situaba con firmeza junto a mis agresores. Si me hubiera sido posible dividirme en dos, probablemente habría participado en los ataques contra mi persona.
Ya había experimentado los efectos paralizantes de esa antagonismo durante la semifinal de los doscientos metros. Lo que me sucedió durante los siguientes años, mientras el curso de mi impopularidad seguía avanzando, fue esencialmente una versión corregida y aumentada de esa experiencia.
Un profundo letargo se adueñó de mi espíritu. Mi mente se fue nublando y mi cuerpo experimentaba un sopor permanente. Empecé a ver las exigencia de mi vida como distancias insalvables que había que recorrer, cosa que no lograría jamás dado que me había convertido en un ser extraordinariamente lento, con lo que más valía ni intentarlo. En casa, pasaba las horas tumbado en la cama. Me gustaría decir que me convertí en un tipo sesudo y autoexigente, que leía sin parar, que lo leía "todo", pero lo verdad es que me pasaba la mayor parte del tiempo mirando al techo. Si desarrollé algún tipo de conocimiento, fue el que incumbe a la vagancia. Conservo de ese período la sensación de una misteriosa relación entre las habitaciones y el tiempo. Llegado a cierto nivel de inmovilidad, uno olvida la ostensible función de una habitación -servir de refugio o de área sellada para llevar a cabo en ella una determinada actividad- y empieza a experimentarla en su más pura naturaleza, la de un barco que te transporta a través del océano del tiempo. Cuanto menos me movía, más evidente me resultaba esa función. A veces me parecía que casi notaba debajo de mí la oscilación y el balanceo de ese invisible elemento, lo cual constituía una sensación extrañamente placentera: la sensación del contacto al desnudo con un poder superior capaz de aniquilarlo todo y dispuesto a ello. Me dije que sólo necesitaba yacer ahí y dejarme llevar por cualquier vejación que me acechara para desmoronarme y convertirme en polvo. Que el hecho de que yo mismo formara parte de este Apocalipsis a cámara lenta no era más que un pequeño valor añadido. "
págs. 79-80


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