viernes, 9 de abril de 2021

AMSTERDAM - de Ian McEwan



Después de leer dos grandes obras del mismo autor como Expiación y Niños en el tiempo, me quedo un poco confuso al leer Amsterdam, obra con la que McEwan ganó el Premio Booker de 1998. A pesar del premio me parece una obra menor. Por mucha ironía que destile, que la destila, la encuentro demasiado simple y ligera. El mismo Ian McEwan reconoció en una entrevista que el libro tiene una "trama cómica bastante improbable" y que surgió como una "broma de larga duración". 

Eso sí la novela no aburre en ningún momento y se lee de un tirón. Se apuntan aspectos sobre la eutanasia, el cinismo y soberbia de los poderosos, los problemas de creación del artista y su mercadeo, la ética periodística o la amistad.
Pero son solo apuntes.
McEwan escribe acerado y claro, sin duda; de hecho la obra contiene algún que otro pasaje memorable; pero se puede decir que las partes son superiores al conjunto, el cual queda deslavazado y falto de profundidad. Su truculenta y brusca resolución tampoco ayuda, por más que sea un cierre perfecto para esa "broma".

La narración comienza con el funeral de Molly Lane, una mujer seductora e independiente que ha fallecido a los 46 años tras una larga enfermedad que fue anulando su cuerpo y su mente. La ceremonia reúne a cuatro hombres con los que compartió su vida en algún momento: su último marido, George Lane, un editor millonario y marido celoso que ante la enfermedad de su mujer se convirtió en su implacable cuidador y carcelero. También Julian Garmony, el actual ministro de Asuntos Exteriores y candidato a primer ministro. Frente a ellos se sitúan dos amigos que fueron amantes de Molly cuando todos ellos eran jóvenes e idealistas, el músico Clive Linley y Vernon Halliday, actual director de un importante periódico.

Enseguida la acción se centra en Clive y Vernon, amigos desde los años 60 y amantes de Molly en diferentes periodos de su juventud. Sus puntos de vista se van alternando en el libro y así podemos acercarnos a un retrato que interesa mucho a McEwan, lo que ansiaban ser los jóvenes y utopistas de los 60 y lo que han acabado siendo. Un retrato generacional que no puede sacarte más que una mueca amarga.
"Nadie más la echaba en falta. Miró a su alrededor: muchos de los asistentes tenían más o menos su edad (la de él, la de Molly). Cuán prósperos, cuán influyentes, cómo habían medrado con aquel gobierno que antes habían despreciado durante casi diecisiete años. he ahí a tu generación. Tanta energía, tanta suerte... Alimentados en la posguerra a los pechos del Estado, y luego sostenidos por la inocua, vacilante prosperidad de sus progenitores, se habían hecho hombres y mujeres en el pleno empleo, en las nuevas universidades, en los luminosos libros de bolsillo, en la era augusta del rock and roll, de los ideales realizables. Cuando la escalera se había hundido a su espalda, ellos ya estaban a salvo." pág. 22

Los cuatro implicados con Molly han triunfado en la vida; pero tras un somero análisis de su forma de ser y proceder podemos concluir que son personas ridículas y miserables. El acto que decanta la acción son unas fotos que, tiempo atrás, Molly le hizo al actual ministro vistiendo ropa femenina. El viudo de Molly las encuentra y de forma ladina y cobarde se las vende a Vernon cuyo periódico está teniendo problemas para mantenerse a flote. El escándalo le servirá para aumentar la tirada y las ventas. Mientras tanto Clive permanece aislado en su torre de marfil, componiendo una sinfonía que el gobierno le ha encargado para festejar el cambio de milenio en el 2000. Su abstracción de la realidad llega a tal punto que siendo testigo de un intento de violación no interviene porque le urge ir a escribir unas notas cuya inspiración se le escapaba. El mercadeo del arte y de los principios, la política más ruin y ramplona, las ínfulas elitistas del artista, el egoísmo y endiosamiento más burdo queda retratado de forma inmisericorde a través de los personajes. Como dijo A.S. Byatt en su reseña, "una fábula moral extremadamente inmoral, contada con irónica distancia". 
"-Usted dijo en un discurso que Nelson Mandela merecía ser colgado.
Garmony, que debía visitar Sudáfrica el mes siguiente, sonrió con calma. El discurso en cuestión había sido sacado a la luz recientemente -y de forma bastante insidiosa- por el diario de Vernon.
-No creo que sea razonable ligar a las personas a cosas que dijeron cuando eran unos universitarios exaltados. -Hizo una pausa para reír entre dientes-. Hace casi treinta años. Apuesto a que usted también dijo o pensó cosas horribles en el pasado.
-Sí, por supuesto -dijo Clive-. y me refiero a eso, precisamente. Si se hubiera hecho entonces lo que usted postulaba, hoy no habría muchas posibilidades de cambiar las cosas."
pág. 26
Leo muchas revistas y blogs donde se repiten hasta la saciedad los lugares comunes en torno a McEwan, "análisis mordaz de la naturaleza humana", "su prosa luminosa y precisa es capaz de revelar la cínica moral que sustenta nuestra sociedad". Es cierto, pero también lo es que son lugares comunes cuando se habla del autor. En cambio yo creo que en Amsterdam predomina la ironía. Así se aprecia en el triunfo final e insospechado del celoso viudo, en el auge y ridícula caída del genial Clive o en que el trágico enfrentamiento entre los dos amigos surja de un ridículo malentendido provocado por un acento fonético y un sello barato (pág. 167). También lo vemos en el retrato esperpéntico que se hace de Vernon, un tipo tan anodino que es asaltado por pensamientos de inexistencia.
"Este sentido de "inexistencia" se había ido acrecentando desde la incineración de Molly. Se estaba convirtiendo en algo inherente a él. La noche anterior se había despertado junto a su mujer dormida y había tenido que tocarse la cara para asegurarse de que seguía siendo un ente físico.
Si Vernon hubiera llevado aparte en la cantina a algunos de sus redactores y les hubiera confiado lo que le pasaba, se habría llevado un buen susto ante su falta de sorpresa. Era notorio que era un hombre sin rasgos muy marcados, sin defectos ni virtudes, un hombre que no existía totalmente. Dentro de la profesión Vernon era considerado -y respetado- como un ser esencialmente anodino." pág. 40

McEwan plasma la conducta de los cuatro hombres protagonistas en un momento crítico de sus vidas, lo que hace aflorar la soberbia, el cinismo, la hipocresía y el egocentrismo que los mueve. Mientras George Lane maniobra en la sombra una cruel y sibilina venganza contra los tres examantes de su mujer, Garmony despliega todo el encanto y la hipocresía de un político de derechas. Por su parte Vernon demuestra ser un hombre sin escrúpulos que siente una oscura envidia por Clive, heredero de una enorme casa en Kensington en la que recibe a lo más exquisito de la sociedad (John Lennon y Yoko Ono se alojaron allí una semana y Jimi Hendrix se quedó una noche). A pesar de ser un tipo anodino siente el mordisco de la injusticia que finalmente lo connduce a una venganza camuflada oportunamente por el sentimiento del deber. Sin embargo Clive, muy oportunamente, le enfoca con precisión el debate moral de las fotos del ministro.
"- ¿Cuál es exactamente el crimen de Garmony para que haya que sacarlo a la luz pública?
- Su hipocresía, Clive. Estamos hablando del flagelador, del linchador, del apóstol de los valores familiares, del azote de emigrantes, de quienes piden asilo político, de quienes van vagando de un país a otro, de los marginados...
-Eso no viene a cuento ahora- dijo Clive.
-Por supuesto que viene a cuento. No digas gilipolleces.
-Si está bien ser un travesti, también está bien que un racista sea travesti. Lo que no está bien es ser racista."
pág 87
A pesar de la ligereza y de un final tan chusco, he disfrutado del libro. Los capítulos donde Vernon se enfrenta a la "vieja guardia" de la plantilla por publicar el escándalo es un debate bien actual, donde los medios de comunicación "serios" afrontan el arduo reto de conjugar calidad y rentabilidad, sin caer en el amarillismo.


Me han gustado especialmente los epígrafes donde se relata la huida de Clive desde la ciudad al campo; esas caminatas buscando el sosiego y la inspiración por el Distrito de los Lagos están escritos con un pulso magistral. 
"Sintió, pese a su optimismo, que se apoderaba de él la desazón de la soledad de los espacios abiertos. Se vio arrastrado con impotencia hacia una suerte de ensoñación, una rebuscada historia de alguien que se escondía tras un roca y se quedaba al acecho para matarle. De cuando en cuando, Clive volvía la cabeza para mirar por encima del hombro. Conocía bien esa sensación; estaba acostumbrado a aquellas caminatas en solitario. Siempre se resistía a dejarse vencer: caminar, alejarse de la gente más cercana, de cualquier refugio, del calor y la posibilidad de obtener ayuda, era un acto de voluntad, una lucha contra el instinto. El sentido de la proporción, habituado a las perspectivas cotidianas de habitaciones y calles, se veía violentado de pronto por un vacío inmenso. Aquella masa de roca que se alzaba en lo alto del valle era como un largo y ceñudo entrecejo hecho de piedra. El sibilante ruido del arroyo era el lenguaje de la amenaza. Su ánimo cada vez más encogido y todas sus inclinaciones básicas le gritaban que era necio e innecesario seguir adelante, que estaba cometiendo un tremendo error.
Pero Clive siguió caminando, porque el amilanamiento y la aprensión eran precisamente el estado -la enfermedad- del que pretendía liberarse, y la prueba manifiesta de que su diario quehacer -el encorvarse al piano durante horas- lo había sumido en un progresivo encogimiento anímico. Recuperaría su dimensión, superaría el miedo. No se hallaba ante una amenaza, sólo ante una elemental indiferencia. Había peligros, por supuesto, pero tan sólo los normales, los de siempre, que en ningún caso eran terribles. Herirse en una caída, perderse, arrostrar un brusco y violento cambio de tiempo, verse sorprendido por la oscuridad de la noche... Si lograba orillar todo esto podría recuperar la sensación de control perdida. Pronto aquel medio rocoso se despojaría de todo sentido humano, y el paisaje asumiría toda su belleza y lo acogería en su seno; la inmemorial edad de las montañas y la fina urdimbre de las cosas vivientes que las poblaban le recordarían que era parte de aquel orden -una parte insignificante- , y esa vivencia lo haría libre."
pág 92.

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