domingo, 10 de febrero de 2019

YORGOS LANTHIMOS, Cineasta


Lanthimos es un autor realista y distópico.¿?

Las personas, las casas, la tecnología que retrata son perfectamente contemporáneas; pero sus mundos son inquietantes y claustrofóbicos. Su cine recoge los postulados del teatro griego clásico, donde figuras mitológicas buscaban generar un efecto de catarsis en el público, para abordar así los temas candentes que afectaban a la sociedad.

Sus películas hurgan en las entrañas del ser humano y lo hacen a través de seres alienados, muchas veces mezquinos, aquejados de incomunicación en unos casos y sumisión en otros. La forma que tiene de acercarse a la intimidad de sus personajes es encerrarlos en un microcosmos extraño y aparentemente incongruente, donde parecen marionetas entablando diálogos deforma mecánica, sin una verdadera interacción. Así, los solemos ver sometidos a normas absurdas, extraños en un mundo donde es palpable el control social. 

El director griego, de 46 años, confeso admirador de Robert Bresson, John Cassavetes y Luis Buñuel, ha ido construyendo una obra obsesiva junto a su guionista Efthymis Filippou. Su retrato del comportamiento humano nos descubre mezquindades varias y miserias cotidianas.



Películas como Kinétta, Canino, Alps o Langosta, giran en torno a obsesiones como la alienación, la incomunicación, la repetición robótica de convenciones sociales o la catarsis como vía de escape.

En su filmografía, el realizador heleno juega a provocar extrañeza en el espectador. Las realidades alternativas y distopías que nos presenta son a la vez extrañamente artificiales y de una lucidez brutal. Llama la atención cómo utiliza simbólicamente el lenguaje, el juego o el baile. En Canino los personajes juegan a ver quién aguanta más minutos sin respirar debajo del agua; en Alps, juegan a la mímica, interpretando a cantantes y héroes de acción; en Langosta los hospedados tienen que cazar con escopetas a los individuos solteros que se esconden en el bosque; en La Favorita practican tiro al pichón como deporte recreativo y lanzamiento de tomates al gordo bufón. 

El baile es otro catalizador que Lanthimos utiliza. Un baile casi siempre forzado, que entraña una soterrada violencia y que resulta incómodo para el espectador. Así en Canino la hija mayor recrea de manera convulsa la coreografía de Flash Dance, en Alps la señora baila obligada salsa y en Langosta obligan ridículamente a bailar entre sí a los solteros, lo que no hace sino acentuar su soledad.

Los personajes de Lanthimos suelen presentarse aislados y reprimidos por un entorno -social o familiar- al que solo se vinculan a través de relaciones de poder. El vínculo entre ellos suele ser vertical.


En su primera película, Kinétta (2005), Lanthimos nos traslada a un lugar paradójico, una población turística de costa en plena época invernal, donde el vacío de las playas mimetiza el vacío existencial. Tres personajes principales, un policía de paisano, un dependiente de una tienda de fotografía y una empleada de hotel, tienen su reflejo en tres elementos: un coche, una cámara de fotos, un walkman. Unos y otros inertes, dibujan un panorama de inmensa desolación. Lanthimos nos habla de la muerte, el absurdo, la violencia y la estupidez humana con toda crudeza.



Su segunda película, Canino (Kynodontas, 2009), es una parábola brutal sobre la alienación del individuo. Una revisión posmoderna del mito de la caverna en la que los hijos adolescentes de una familia permanecen confinados en la vivienda familiar. Un padre somete a sus hijos a vivir encerrados, educándolos a través de mentiras y métodos manipuladores para que jamás abandonen el hogar, ni el respeto a la autoridad. Se reproduce la trampa autoritaria de perder la libertad en aras de la seguridad. 

Dentro de ese microcosmos cerrado han de seguirse unas normas insólitas donde se reproducen los esquemas de un régimen totalitario. Esta desconexión con la realidad a menudo da lugar a una manera de expresarse automatizada, casi teatral, como cuando sus protagonistas repiten diálogos de películas sin saber qué significan. 

Esta es una de las características más particulares de su cine. Conversaciones mecánicas, sin emociones. Normas y convenciones sociales que se repiten pero carecen ya de sentido. Igual de impostadas resultan las conversaciones que mantienen los suplantadores de Alps con las familias de los fallecidos a los intentan reemplazar. En el fondo todo es una farsa a la que acceden estos familiares para mitigar el dolor por la pérdida del ser querido. También en Kinétta se da una escenificación mecánica de la violencia cuando uno de los protagonistas narra un asalto y graba a dos personajes que lo interpretan siguiendo sus instrucciones.

Lanthimos también construye sus microcosmos claustrofóbicos a través de la manipulación del lenguaje. En Canino, los gatos son terribles depredadores, el mar es una silla, una vagina es una lámpara grande, la autopista es un viento muy fuerte y una excursión es un material con el que se cubren los suelos. 


Su tercera película es Alps (2011), nombre de una organización clandestina que se dedicar a reemplazar a las personas muertas para llenar el vacío que dejan en los seres queridos. Suplantan al desaparecido vistiendo su ropa y sus gestos, recitando sus palabras y recreando momentos concretos de su vida. El pozo de incertidumbre que en el ser humano generan la mortalidad y el tiempo, se encuentra en el centro de esta película; cuyos planos tienen la peculiaridad de que muchas veces vemos a los personajes de espaldas o con la cabeza fuera de plano. Esto más la lectura apática de los diálogos ensayados nos ofrece una solución entre cómica y espeluznante.

Una nueva distopía que está pegada a nuestra realidad donde impera el tabú de la muerte. Alps es una alegoría sobre la manipulación, la paranoia y el control. Un particular teatro del absurdo sobre la identidad, protagonizado por personajes-marioneta en busca de una salida para su autismo emocional.


De nuevo las relaciones sociales vuelven a reproducir el juego de poder entre dominantes y dominados. La figura tiránica y despiadada es representada esta vez por el líder de la compañía, cuyo despotismo es sufrido por el resto de integrantes del grupo, quienes se ven sometidos al yugo de ése no sin poca violencia de por medio.

Las insólitas relaciones que refleja la película producen un juego perverso de grotescas dependencias y alienación absoluta al convertirse las personas en simples objetos de una bizarra sociedad de consumo. 



En Langosta (The Lobster, 2015), el autor nos presenta una nueva distopía totalitaria, de nuevo basada en reglas absurdas y estrictas. Está prohibido vivir solo. Es obligatorio vivir en pareja y si no lo consigues serás invitado a un retiro en grupo para ayudarte a conseguirlo. Si aun así persistes en la soledad te convertirás en un animal; eso sí, el que tú elijas.

La película se divide en dos partes. En la primera se presenta el régimen asfixiante del emparejamiento, en la segunda su antítesis revolucionaria; seres solitarios que deambulan huraños por los bosques y que sólo se juntan por verdadera y puntual necesidad. Está prohibido todo contacto.

En ambas sociedades las reglas, el absurdo y la violencia sobre la intimidad y el libre albedrío se muestran inmisericordes. La película constituye un canto a la libertad y a la necesidad de replantear nuestras relaciones sociales.
Si en Langosta ya contó con Colin Farrel y Rachel Weisz, en El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017) volvió a contar con Colin Farrell sumando en este caso a Nicole Kidman. Lanthimos vuelve a sus raíces griegas y trae a nuestros días el mito del sacrificio de Ifigenia, hija del rey Agamenón, que fue entregada a los dioses como compensación tras arrebatarle su padre la vida a uno de los ciervos sagrados de Artemisa. En la película, el cirujano cardíaco Steven Murphy (Colin Farrell) es nuestro Agamenón contemporáneo y su mujer Anne (Nicole Kidman), Clytemnestra. Una iracunda historia que llega desde la antigua Grecia hasta el siglo XXI.

El cirujano es rico, está un poco cansado del mundo y tiende a la bebida. Vive con su mujer y sus dos hijos en una mansión que acentúa el vacío de sus vidas. Tal vez eso es lo que impulsa a encontrarse con Martin, un joven muy amable, cuya relación con el cirujano es sospechosamente poco clara. La evolución de todo ello nos provocará una enorme inquietud y desasosiego.

En la película no hay una sociedad totalitaria, pero sí una voluntad todopoderosa, cuyos designios se muestran insalvables. De nuevo la mutilación del libre albedrío. Una sucesión de acontecimientos inauditos y trágicos demolerá los cimientos de esta familia acomodada.


En cierto modo la cinta nos recuerda los planteamientos de ‘Teorema’ (1968) de Pasolini, en la que la llegada de un joven huérfano y misterioso a una familia de clase alta, empuja a sus miembros al caos y la desgracia. Así se incorpora Martin a la vida familiar, donde poco a poco va impresionando a la hija adolescente. Imperceptiblemente, lo que antes parecía divertido comienza a volverse extrañamente aterrador.

En la película lo que se hace y cómo se hace es lo que resulta realmente revelador. Las conversaciones vuelven a ser mecánicas, sin emociones. Tanto éstas como la mayoría de las relaciones que aparecen son de naturaleza transaccional. La primera conversación es un intercambio de datos sobre las especificaciones de los relojes. Y el reloj sólo será uno más de los variados regalos con que Steven desea aplacar a Martín, a cuyo padre mató en la mesa de operaciones.

El director de fotografía, Thimios Bakatakis, acentúa la se
nsación de terror cuando arrastra su cámara a través de los pasillos del hospital, del mismo modo que hizo Kubrick en El Resplador (The Shining). Todo ello, unido a una música chirriante, consigue crear una atmósfera verdaderamente siniestra e incómoda.  

La tragedia como fatalidad se ilustra en la película. En cambio siempre resulta ambiguo si el joven Martin, interpretado brillantemente por Barry Keoghan, es el arquitecto o sólo el mensajero de unas fuerzas que se sitúan más allá de nuestro conocimiento.

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