En el libro Su cuerpo y otras fiestas, Carmen María Machado nos ofrece un inquietante y provocador debut. Como señalo en la reseña de más arriba, una de las características que más me llama la atención es el modo en que la autora va desgranando historias al hilo de cualquier asunto por nimio que parezca.
Será una reminiscencia de su estirpe cubana.
Entre las docenas de pequeñas y grandes historias, ninguna de ellas inocente, recupero ésta por muy sintomática.
Será una reminiscencia de su estirpe cubana.
Entre las docenas de pequeñas y grandes historias, ninguna de ellas inocente, recupero ésta por muy sintomática.
"Una de mis historias favoritas trata de una anciana y su esposo -un hombre más malo que un dolor-, que la tenía asustada con la violencia de su temperamento y sus prontos imprevisibles. Solo contaba con una manera de aplacarlo: su cocina, de la cual era un completo esclavo. Un día él compró un grueso hígado para que se lo guisase, y así lo hizo ella, usando hierbas y caldo. Pero la fragancia de su propia obra la pilló desprevenida: primero le dio unos mordisquitos, después unos bocados, y pronto no quedó nada de hígado. No tenía dinero para comprar otro, pero le aterrorizaba la posible reacción de su marido cuando descubriera que su comida se había esfumado. Así pues, se acercó a la iglesia de al lado, donde acababan de despedir los restos de una mujer. Se acercó a la figura amortajada, le metió un corte con las tijeras de cocina y le robó el hígado al cadáver.
Aquella noche, el esposo de la señora se enjugó los labios con la servilleta y declaró que nunca había dado cuenta de una comida tan exquisita. Cuando se fueron a dormir, la anciana oyó que se abría la puerta de la calle y un leve quejido flotaba por las habitaciones ¿Quién tiene mi hígado? ¿quiéeeen tiene mi hígado?
La anciana oía que la voz se acercaba cada vez más al dormitorio. Se oyó un rumor al abrirse la puerta. La muerta volvió a formular su pregunta.
La anciana destapó de golpe a su marido.
-¡Él! ¡Él lo tiene! -declaró triunfante.
Entonces contempló la cara de la muerta y reconoció su propia boca, sus propios ojos. Bajó la vista hacia su abdomen, mientras la asaltaba el instantáneo recuerdo de haberse trinchado la barriga. Se desangró allí mismo, en la cama, susurrando algo una y otra vez hasta que murió, algo que tú y yo nunca sabremos. A su lado, mientras la sangre empapaba el colchón por completo, su marido dormía como un tronco."
En las páginas 35-36 de Su cuerpo y otras fiestas
de Carmen María Machado
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