En una época donde el empoderamiento de la mujer está de plena actualidad (hace poco vimos la audaz Viudas y pronto veremos Mary, Reina de Escocia), esta película nos cuenta la historia de 3 mujeres en guerra por el poder. Pero siendo una de ellas reina, otra su favorita que gobierna con guante de acero y la tercera una prima arribista que quiere salir del arroyo, podemos concluir que esta guerra se produce en un campo muy particular, en la alcoba del poder.
De hecho las escenas más significativas transcurren en el dormitorio real; un campo de batalla estrictamente íntimo y personal donde la reina Anna, achacosa, voluble y hastiada, se desespera por encontrar alguien que le ofrezca consuelo y amor; mientras las otras dos batallan por gozar de su favor para conseguir sus ambiciones. El poder político, económico y militar en este caso es del todo secundario.
El contraste con esta habitación llena de mujeres, soledades y manipulaciones está en un parlamento lleno de hombres secundarios, gritones e inoperantes que ventilan una guerra incierta contra Francia a más de mil quinientos kilómetros.
La reina Anna de Inglaterra (Olivia Colman) tiene como favorita a Sarah Churchill (Rachel Weisz), esposa de lord Malborough, comandante de los ejércitos en plena guerra contra Francia. Los hechos comienzan cuando una prima de Lady Malborough venida a menos, Abigail Masham (Emma Stone), llega a la corte buscando su protección. La joven no tardará en percatarse de los sutiles juegos de alianzas e influencias con que se chalanea alrededor de la reina y comenzará a jugar sus cartas (corredora de chismes, traidora de alcoba) por volver a ser una dama y resolver su vida definitivamente.
La reina sufre gota, aburrimiento, desinterés por la política y, sobre todo, falta de amor. Se siente gorda, infeliz y llena de achaques. Todo ello le hace especialmente vulnerable a la maledicencia y al falso halago. Lady Malborough y su prima, mirándose de reojo, establecerán su acoso y conquista para ganar la plaza de favorita.
A la postre y como en casi toda la obra de Lanthimos, no se trata tanto del juego político o incluso amoroso; sino de apreciar la mezquindad del ser humano y de sus más bajos instintos. Un asunto eterno. Por eso el director ha dicho: "No soy preciso, solo cuento una historia muy real sobre comportamiento humano".
Unos pocos temas se citan obsesivamente en la filmografía de Yorgos Lanthimos, siempre relacionados con la esencial soledad del ser humano y, paradójicamente, con su carácter social. La soledad en compañía, los conflictos con el sexo y el inevitable sometimiento a la autoridad atraviesan su cine. Sus personajes tienen un punto de mecánicos. Con frecuencia se muestran calculadores, o bien estupefactos ante una realidad incomprensible. En todo caso carentes de una verdadera emoción.
Lanthimos siempre habla del ser humano en una coyuntura de control social. En Canino el ámbito era la familia dibujada como un entorno totalitario. En Langosta era una sociedad que obligaba a encontrar pareja y en La Favorita es una sociedad clasista "¿Se quiere casar con el caballero de...? ¡No puede! No es más que una criada."
Con La Favorita Lanthimos rompe los estrechos círculos del cine de autor y salta al gran público con su película más amable, aunque nunca complaciente. Aquí volvemos a encontrar una atmósfera malsana, un humor fiero y una visión mordaz de las mezquindades humanas.
Hay que subrayar varios aspectos.
Uno es el alma de la película, tres actrices maravillosas en la ejecución plena de su arte. No puedes quedarte con una. Esa reina deprimida e insegura, esa primera ministra in pectore que ordena y manda o esa joven que juega sus armas de dulzura y fiereza para lograr su ambición despliegan un talento inmenso. Sutileza, humor negro y feroz determinación las define; pero lo que vemos son tres mujeres vacías y sin amor. Sin duda el personaje de la reina es el más dolorosamente patético (y ahí Olivia Colman triunfa expresando un alma torturada y compleja). Con todo su poder (el vocerío del parlamento se calla y acata cuando ella habla), nada le interesa más que el calor de una amiga.
Uno es el alma de la película, tres actrices maravillosas en la ejecución plena de su arte. No puedes quedarte con una. Esa reina deprimida e insegura, esa primera ministra in pectore que ordena y manda o esa joven que juega sus armas de dulzura y fiereza para lograr su ambición despliegan un talento inmenso. Sutileza, humor negro y feroz determinación las define; pero lo que vemos son tres mujeres vacías y sin amor. Sin duda el personaje de la reina es el más dolorosamente patético (y ahí Olivia Colman triunfa expresando un alma torturada y compleja). Con todo su poder (el vocerío del parlamento se calla y acata cuando ella habla), nada le interesa más que el calor de una amiga.
Otro aspecto son los diálogos. Afilados y exactos. En una escena un joven irrumpe en el dormitorio de una Abigail todavía sirvienta:
“¿Viene a seducirme o a violarme?”, le pregunta.
“¿Viene a seducirme o a violarme?”, le pregunta.
“¡Soy un caballero!”, responde el joven ofendido.
“Ah, entonces a violarme", replica una Abigail entre cómica y burlesca.
En otra escena la reina le describe a Lady Malborough los atractivos de su joven prima en un intento de provocar sus celos: “Me gusta cuando me pone la lengua dentro.”
Otro aspecto es la producción de época. Impecable. Pelucones, trajes y salones lucen con una vistosidad formidable.
Y finalmente cómo no hablar de ese gran angular con que el director de fotografía Robbie Ryan ha enfatizado unos interiores en los que se doblan las esquinas y viéndose a la vez techos, suelos y paredes se acentúa el hermetismo de los espacios. Es curioso que aunque todo parece más grande, la sensación que da es de un espacio cerrado y claustrofóbico. Será así como se ve la reina: inflada con un gran poder pero encerrada y prisionera de sus achaques. Del mismo modo que a los 17 conejitos que tiene sueltos por su dormitorio (recuerdo de sus 17 hijos muertos prematuramente), creemos ver a esas tres mujeres alborotar en un laberinto cerrado y desconectado de la realidad.
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