Intemperie es una película realista e inclemente que retrata la vida miserable y oprimida en los años del hambre en España, 1946, siete años después de la guerra civil. El escenario es un cortijo en medio de la nada del altiplano granadino. Los que mandan son los amos y señores de las tierras y las vidas de quienes las trabajan. Impacta el trato vejatorio a los jornaleros. La humillación y el abuso están a la orden del día. Pero de pronto un día, un niño de 11 años huye de uno de estos cortijos perdidos en medio de un secarral, para intentar llegar a la ciudad.
El empeño parece condenado al fracaso. Las llanuras y quebradas parecen infinitas, como una gigantesca cárcel. Demasiados kilómetros sin un pozo de agua, sin un árbol y el capataz no está dispuesto a perder a su presa.... el único capricho que le alegra la vida.
La película se plantea como una verdadera road movie áspera y polvorienta, bajo un sol de justicia. Mientras el capataz envía patrullas a recorrer caminos y cortijos, el niño encuentra a un solitario pastor que lo acoge y ayuda. Caballos y motocicletas contra un pequeño rebaño de cabras y un burro. La tensión nos atenaza durante todo el metraje mientras la confianza y la amistad surgen entre niño (Jaime López) y adulto (Luis Tosar). Alrededor de ellos pivota toda nuestra atención.
Poco a poco mentor y aprendiz establecen una relación muy natural y emotiva que les llevará a compartir experiencias. El niño, que sólo conoce la pobreza y el abuso habla de planes, el cabrero de pesares. Estuvo como soldado en la guerra de África, luego en la Guerra Civil. Conoce el valor de las cosas. El niño tiene la cabeza llena de odio. A dónde quiere ir le pregunta. A la ciudad, responde. Quiero hacerme rico.
"-Cuando me haga rico, volveré casa... mataré al que manda y luego le compraré las tierras. Echaré a todo el mundo del pueblo y luego lo prenderé fuego.
- ¿Le vas a comprar las tierras a un muerto?
- ...primero se las compro y luego lo mato.
- ¿al que te está siguiendo? Para quemar un pueblo no hace falta comprarlo. Solo necesitas fuego y un par de cojones.
- Yo tengo de las dos cosas.
- No lo dudo. Pero mucho fuego en el corazón... llena de humo la cabeza.
- Eso ¿qué quiere decir?
- Eres muy crío para hablar así. No me extraña que tengas pesadillas.
-Tú tienes pesadillas. ?
-Todo el mundo las tiene."
El camino, los descansos alrededor del fuego y algún encuentro con los sicarios por medio ayudarán al niño a comprender la filosofía moral del cabrero. Sobre todo cuando se empeña en enterrar a uno de sus enemigos, demostrando que aun en los peores momentos son posibles la compasión y el perdón. El niño reniega de hacerlo.
- ¿Por qué lo entierra?
- Si yo te hubiera dejado a ti donde te encontré no quedaría de ti ni los huesos.
- Pero...ese hombre lo iba a matar.
- Hay vivos que no merecen ningún respeto... pero los muertos sí.
La conmovedora historia de amistad contrasta enormemente con el paisaje calcinado por el sol, un inmenso secarral donde cada cortijo es como una cárcel aislada del mundo, cuyo capataz actúa como un cruel soberano. Este brutal entorno, físico y moral, amenaza con asfixiar cualquier signo de humanidad. Pero el Moro, como se conoce al cabrero, podrá demostrarle al niño otros valores. Que toda la autoridad y el oro del mundo no sirven de nada en el desierto, cuando el hombre está solo con su conciencia. O que después de haber vivido mucho tiempo entre moros, puede decir que no existen moros o cristianos, sino solo personas.
La película tiene los trazos de un western con un gran peso del paisaje baldío y de los silencios que impone el taciturno cabrero. Además de la constante tensión con que se desarrolla, la película destaca por su gran ambientación y unas excelentes interpretaciones. Luis Tosar dota al cabrero del necesario poso amargo, Jaime López encarna con convicción una rebeldía feroz y tanto Luis Callejo, en el papel del capataz, como Vicente Romero son capaces de provocarnos miedo con su iniquidad.
Benito Zambrano consigue transportarnos a una España de miseria, conmoviéndonos con la veracidad de una historia que busca un resquicio de esperanza cercada por la humillación y el miedo. No podría tener mejor banda sonora que la estremecedora voz de Silvia Pérez Cruz poniendo voz a una canción de Javier Ruibal, por la que ganó un merecido Goya. Aquí la puedes escuchar.
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