El mal no existe (There Is No Evil), es el título original de una película decidida a demostrar que lo creamos nosotros.
La cinta está compuesta por cuatro historias que son variaciones sobre un mismo tema: el protagonista es obligado a ejercer de verdugo mientras está haciendo el servicio militar, que es obligatorio en Irán. A través de este tema común se nos muestra un Irán actual y cotidiano donde hasta en los pequeños detalles aflora el clima de represión, falta de libertad y control social que deshumaniza todo lo que toca.
A pesar de constar de cuatro episodios independientes, la película no adolece de la desconexión narrativa que suele afectar a este tipo de cintas. El hilo argumental que las une es suficientemente poderoso para mantenernos centrados en el camino que comparten, cómo afrontan la orden de matar y qué consecuencias tiene para ellos.
Hay una imagen que resume para mí toda la película y transcurre en el segundo episodio. Los pobres soldados que han sido designados para llevar a cabo las ejecuciones sumarias esperan su turno hacinados en una habitación con literas. Al que le toca esa noche está vomitando y no logra dormir. Cuando llega la hora le conducen hasta la celda del reo y los guardias le indican que debe esposarse a él, para llevarlo hasta la sala donde está preparada la horca.
Ese plano, con el verdugo y el reo unidos por las esposas camino del cadalso, resulta definitorio del asunto de la película. Los dos, realmente, son prisioneros de un sistema cruel y dictatorial.
Cada episodio tiene una alcance y una narrativa diferente, pero hay que decir que están magníficamente planteados y rodados. El primero es un modelo de planteamiento narrativo que culmina en un desenlace atroz; mientras que el segundo, después de un debate meridianamente claro entre los personajes apunta a thriller; huir de la cárcel y de la ignominia. El tercero es menos directo que los dos primeros, pero más dramático y sutil. Mientras que en el cuarto se abre el foco del conflicto perdiendo el mensaje contundencia.
El primero exhibe una capacidad de impacto tan brutal que nos hará recordarlo durante días. Plantea la paradoja de la banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt exponiendo con toda su crudeza el debate moral de fondo: ¿es posible matar a otras personas y llevar un vida normal con familia e hijos? Sin duda es el que más fuerza atesora, quizás por tener su origen en una experiencia propia del director y guionista:
“El año pasado, vi a uno de mis interrogadores saliendo del banco mientras cruzaba una calle de Teherán. De repente, experimenté una sensación indescriptible. Sin que se diera cuenta, lo seguí durante un rato. Después de diez años, había envejecido un poco. Quería tomar una foto de él con mi móvil, quería correr hacia él, revelarme contra él y, enojado gritarle todas mis preguntas. Pero cuando lo miré de cerca y observé sus gestos con mis propios ojos, no pude ver un monstruo malvado”, explica el director. Y añade: “Impulsado por experiencias tan personales, quise contar historias que preguntaran: como ciudadanos responsables, ¿tenemos otra opción para hacer cumplir las órdenes inhumanas de los déspotas?”.
En el segundo episodio la prisión moral de quienes matan legitimados por la ley y el estado se convierte en una prisión física de la que el condenado a verdugo ansía huir. La conversación entre ellos revela la trampa urdida por el estado.
-Alguien ha cometido un delito y lo han condenado a muerte. Quitarle la vida no es decisión tuya. A ver si lo entiendes de una vez.
-¿Por qué tengo que ejecutarlo yo?
-Sigue sin poder entenderlo.
...
-Y ¿por qué te has alistado en el ejército entonces?
-Tendrías que haberte ido del país.
-A dónde quieres que vaya sin pasaporte. ¿Qué puedes hacer sin pasar por la mili? No tienes derecho a pedir el pasaporte si no te han dado el certificado. ¿Puedes sacarte el carnet de conducir sin haber hecho el servicio? ¿Apuntarte a la bolsa de trabajo? ¿Sacarte una simple licencia de comercio? ¿Contratar un seguro de familia?.
El tercero es el que tiene un desarrollo más dramático. Es la caída del caballo de un joven dispuesto a matar con tal de seguir su vida, pero las vueltas que da la vida y su novia le enseñarán que no se trata de un peaje cualquiera. Este episodio es el que más me gusta. Es el más reflexivo y sutil, aunque tenga un sesgo melodramático. El soldado no es consciente (o no quiere serlo) de las consecuencias de sus actos hasta que las circunstancias lo sitúan frente a ellas.
㆒Sirim este sitio es maravilloso, ¿por qué decidiste renunciar a todo, a tu vida, a tu carrera profesional, para volver aquí?
㆒Alguna vez alguien te ha obligado a hacer algo que no deberías hacer?
㆒Sí, en el servicio militar. Desde lavar los platos a lavar los baños hasta marchar y hacer guardias a cualquier hora. Allí todo es forzado. Todo.
㆒Y por qué lo haces?
㆒Si no lo hago el servicio militar será más largo. No puedes hacer nada hasta acabarlo. No puedes trabajar, ganar dinero o salir del país. Después de todo es obligatorio por ley.
㆒¿Quién decide lo que es ley?
㆒No sé qué decir. Alguien con más poder que nosotros.
㆒Si alguna de estas leyes son forzosas ¿Por qué no puedes negarte?
Podría negarme si quisiera. Son 2 años; lo aguantaré como pueda y dejaré de estar en deuda. Incluso si quisiera no tendría el poder.
-Tu poder está en decir NO.
-Si decidimos decir no destrozarán nuestras vidas.
La película ciertamente es amarga. En un sistema represivo elegir claudicar o disentir siempre tiene un coste que se acaba pagando.
A pesar de los 150 minutos de metraje la película se sigue con interés debido al ingenio del guionista y director, así como a una narración muy sólida y fluida en la que no abundan los tiempos muertos.
Hacer cine en el Irán de los ayatolás es una heroicidad y más cuando el director tenía prohibido hacer películas y estaba pendiente de entrar en la cárcel. Burló la prohibición pidiendo permisos para rodar cortos en distintos sitios y con distintos nombres, lo que le llevó a componer este cuadro compuesto de partes. A pesar de estas precarias condiciones la película luce espléndida. La puesta en escena está muy cuidada e incluso cuenta con una magnífica fotografía, debida a Ashkan Ashkani.
Me interesa mucho la conjunción que se da entre crítica social al sistema y crítica al individuo. Ante el poder injusto ¿te pliegas, te escondes, te revelas o convives? ¿Puedes mirar para otro lado mientras "retiras el taburete" a algún reo?
El cineasta iraní Mohammad Rasoulof fue arrestado por primera vez en 2010 —al mismo tiempo que Jafar Panahi— acusado de rodar sin permiso y, tras ser hallado culpable de “diseminar propaganda contra el Estado” a través de sus películas. Fue condenado a seis años de cárcel y la prohibición de hacer cine durante dos décadas. La pena fue posteriormente reducida a un solo año de prisión, y actualmente sigue pendiente de hacerse efectiva. En 2019, la Justicia iraní volvió a declararlo culpable de cargos similares y lo sentenció a un año más entre rejas, y lo mismo sucedió otra vez en 2020.
En el momento de presentar su película en 2020, Rasoulof tenía pendientes de ejecución dos sentencias de prisión y prohibida la salida del país.
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