Tensión asfixiante.-
Rodrigo Sorogoyen y la guionista Isabel Peña forman un tándem muy compenetrado cuya filmografía (Stockholm, 2013, Que dios nos perdone, 2016, El reino, 2018, Madre, 2019 o la serie Antidisturbios, 2020) nos revela dos líneas de fuerza: el retrato de una España muy actual y pegada a la calle (los desahucios y los antidisturbios, la policía y la tercera edad, la política y la corrupción) junto con una pasión por ahondar en lo más dramático del comportamiento humano.
Ahora con As bestas ponen el foco en la España profunda y vaciada con un thriller rural donde vemos desatarse la violencia como respuesta a la frustración de los olvidados.
La historia transcurre en un remoto concello de Galicia, con menos de una docena de habitantes, que acaban enfrentados ante la propuesta de una empresa para implantar un parque eólico. La gente de la aldea vive allí desde hace generaciones, trabajando duramente de sol a sol, sometidos a una vida de supervivencia. La empresa energética pretende comprar todas sus tierras, lo que se convierte de pronto en una oportunidad única para huir del campo y la miseria.
Pero hay un escollo.
Un par de años antes se afincó en la aldea un matrimonio francés para desarrollar allí su proyecto vital: disfrutar de un entorno natural incontaminado y vivir de la tierra produciendo alimentos ecológicos. De ahí que ellos no quieran vender su finca, bloqueando así la inversión de la empresa energética que amenaza con irse a otra zona.
El conflicto está servido.
La animosidad entre los vecinos y el matrimonio francés irá creciendo hasta adquirir tintes trágicos.
La cinta mantiene durante todo su metraje una tensión atroz. Es muy áspera y violenta, pero sin sangre, ni disparos. Toda la historia se desarrolla en un ambiente de acoso asfixiante cuya tensión te agarra del cuello desde el primer minuto y ya no te deja respirar. Esa es su mejor cualidad y Sorogoyen lo consigue gracias a un guión y un reparto de precisión milimétrica. Logra escenas secas y amenazantes que al no tener música de fondo incrementan su desazón. El enfrentamiento se focaliza en los dos hermanos Anta, cincuentones y solteros, que exudan una sensación muy chunga de amenaza. La mirada torva y el verbo avieso de Xan (un magnífico Luis Zahera) acompañado de la figura hosca y callada de su hermano Loren (Diego Anido) logran infundirnos el miedo de que son capaces de cualquier cosa.
La película no es nada complaciente y retrata sin miramientos la tensión constante a la que se ve sometido el matrimonio francés (invadiendo su intimidad, destrozando sus cultivos, hostigándolos en el coche). El contraste entre el proyecto de vida bucólico que pretenden y la violencia rayana en locura que los acosa es enorme. La historia se inspira en hechos ocurridos en los años noventa en Galicia y nos da cuenta de que la miseria y la frustración están ahí mismo, a nuestro lado, en este mismo primer mundo tan luminoso, tecnológico y bien alimentado.
El director narra los hechos de un modo tan seco y realista que nos atrapa. Nunca toma partido, sino que muestra fríamente las posiciones y para atenazarnos aún más nada mejor que un plano secuencia (¡de 10 minutos!) donde asistimos a la pugna entre los dos antagonistas en la taberna del pueblo. Allí Antoine (Denis Méchonet, al que vimos también de granjero en Solo las bestias) le expone a Xan la necesidad de cambiar de vida, las mentiras de las grandes empresas y la posibilidad de revertir las injusticias. Pero ninguna consideración cabe cuando la necesidad acucia. El conflicto que los enfrenta trata de oportunidades y formas de vida. Antoine puede elegir y apreciar las posibilidades de lo rural, mientras que Xan nunca ha podido elegir. Su vida es pura necesidad y anhela huir de la miseria.
La historia nos presenta dos formas opuestas de ver el mundo rural: la de los forasteros ecologistas que creen en el futuro de ese terruño y la de los nativos que reniegan de él por cargar con un duro pasado. Esta paradoja cierra la conversación en el bar, cuando Xan le pregunta: “Dímelo, con el corazón en la mano ¿por qué no firmas?”. A lo que Antoine responde, "Porque esta es mi casa". El extranjero defendiendo sus raíces en el mismo lugar que aborrece el autóctono.
En la cinta no tienen hueco los discursos sobre ecologismo o xenofobia, sólo las acciones que se suceden apretando el nudo. En realidad, yo no veo una película sobre el odio al extranjero. La porfía con el francés no es por ser gabacho. Daría igual que el profesor fuese de Zamora o Alicante.
La película nos sumerge de golpe en la situación mediante un prólogo tan artístico como brutal sobre la tradición de A rapa das bestas. Tres hombres sujetan a un caballo, dos la cabeza, otro la cola, hasta inmovilizarlo. La cámara se va acercando hasta un primerísimo plano que nos muestra una maraña de brazos entre los que apenas entrevemos el hocico jadeante del caballo y un ojo aterrorizado. El plano transpira brutalidad y se repetirá más adelante cuando los dos hermanos atrapen a Antoine. Aunque siendo una imagen icónica puede llevar a confusión. En la rapa hay sometimiento para limpiar, curar y luego liberar; mientras que entre los vecinos el motivo es criminal. Yo creo que la metáfora de esa imagen tiene más que ver con definir dónde está lo salvaje, si en la naturaleza o en el ser humano.
El acecho y la amenaza es el tono de toda la película pero en su mitad, una vez desaparecido Antoine, cambia el punto de vista adoptando el de su mujer Olga (Marina Foïs). Ella elige quedarse a pesar de todo y enfrentarse al acoso de los hermanos y a la inoperancia de la Guardia Civil. Ambas partes, la primera dominada por los hombres y la segunda por esta mujer resistente, funcionan como dos caras del mismo conflicto pero con distinta perspectiva.
El punto de vista femenino aporta otras razones y, sobre todo, una resiliencia que fascinó a Sorogoyen. Recordemos que sus películas se nutren de personajes con fuertes convicciones, como el policía interpretado por Antonio de la Torre en Que Dios nos perdone o la policía interpretada por Vicky Luengo en Antidisturbios. Hacia el final Olga va a ver a la madre de los Anta para decirle que sus hijos irán a la cárcel: "quedaremos solas y somos vecinas. Si necesitas algo ya sabes donde vivo."
Finalmente es una mujer, el signo de los tiempos, la que deshace el nudo de la avaricia y la desesperación.
Antes de estrenar la película, el director quiso mostrársela a Margo Pool, la mujer holandesa que sufrió el crimen de Santoalla en 1996. Tardaron cinco años en encontrar el cadáver de su marido Martin Verfondern. Actualmente vive sola en la aldea y un periodista le preguntó por qué seguía allí. Ella respondió: "Aquí soy feliz".
No hay nada como encontrar tu sitio en el mundo.
- El paisaje y el idioma son dos aspectos que potencian la película y resultan
inmersivos. Está hablada en español, gallego y francés.
- Resulta curioso que As bestas se haya estrenado casi a continuación de Alcarrás,
de Carla Simón. Una parece el reverso de la otra ya que en Alcarrás los vecinos
luchan por permanecer en su tierra frente a la industria de las placas solares; al
contrario que las gentes de As Bestas cuyos vecinos acosan a quienes no quieren
vender sus tierras.
- Existe un documental titulado Santoalla en Amazon Prime, donde se cuenta
con pelos y señales la historia de los holandeses Martin Verfondern y Margo Pool
cuando vinieron a instalarse en Galicia.
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