sábado, 4 de abril de 2020

LA CHICA del TAMBOR - de Park Chan-wook

BBC One y AMC - 2018

"La chica del Tambor" es una suntuosa serie de espionaje e intriga donde las finas líneas entre verdad y ficción y el bien y el mal se confunden peligrosamente. "El terror es como un teatro" dice uno de los terroristas palestinos. Y este mantra tan aparentemente contradictorio es el que anima los 6 episodios de esta miniserie.

En los años posteriores a los atentados en las Olimpiadas de Munich, el misterioso líder palestino Khalil y sus células terroristas están sembrando el terror por toda Europa. Los israelíes montan un equipo liderado por Marty (Michael Shannon) para intentar descubrirlo y darle caza. Dado que los terroristas palestinos han venido utilizando jóvenes europeas, radicales y apasionadas, para entregar bombas; Marty decide replicarles. El primer eslabón será Salim, hermano de Khalil, a quien interceptan preparando un atentado. El segundo será captar a una joven que responda a los gustos del joven palestino -rubia, caucásica, ojos claros...- para presentarla como su amante e introducirla en las opacas células terroristas de su hermano.


El objetivo será Charlie Ross (Florence Pugh), una joven actriz aficionada, de carácter apasionado y simpatizante de la izquierda radical que ha acudido a algunas charlas propalestinas en la Universidad. Pero Charlie no parece cegada por ideología alguna, de modo que la forma de captarla es muy elaborada y de eso se encarga Gady, un apuesto agente del Mossad, misterioso e introspectivo. 

Así comienza la función. 
Charlie está de viaje por Grecia y Gady (Alexander Skarsgård) se hace el encontradizo. Intiman y poco a poco el agente le hace saber lo que esperan de ella. Una vez captada, Gady pasa a convertirse en una especie de sosias de Salim para ayudarle a confeccionar recuerdos y experiencias que conviertan una relación ficticia en algo verosímil. Siendo Charlie actriz el lazo está perfectamente atado. 
Toda la historia girará en torno a la representación.





La serie (igual que el libro) apuesta por "el teatro de la realidad" y en un contexto como el del espionaje no es moco de pavo. Todo se vuelve confuso y ambiguo para Charlie. Por su parte Gady lo tiene claro: una espía debe ser creíble y convincente. Los tres primeros capítulos son el entrenamiento. Siempre hay un guión. Todo debe ser significativo. Los lugares, las frases, los trajes, los regalos, la primera vez que Salim la entrenó para disparar.... Gady (convirtiéndose en Salim) hace que Charlie sienta la realidad de su ficticia relación con Salim. La tapadera es de lo más minucioso. Le hace reproducir vivencias y diálogos con frases clave, consignas y hasta la historia familiar de los hermanos en toda su extensión. Le hace escribir las cartas de amor que (ficticiamente intercambiaron), viajan y tienen encuentros que construyen la quimera. El registro de los hoteles, el rastro de los vestidos y las bebidas e incluso las fotografías falsificadas completarán el atrezzo. 

Llega un momento en que Charlie está leyendo un poema de amor del poeta palestino Mahmud Darwish y no sabe si se lo está leyendo a Gady o a Salim.  El juego es perturbador. Pero Gady lo tiene claro y Charlie se lo confirma más adelante: "sólo sé actuar si lo vivo y lo convierto en mi verdad."




En el capítulo 4 empieza la realidad. Salim muere y entre sus objetos personales sus compatriotas encontrarán todas las pruebas de su relación con Charlie. Ella sólo tendrá que esperar a que vayan a buscarla. Se inicia el camino por la madriguera...

John Le Carré escribió La chica del tambor en 1983, en pleno recrudecimiento del conflicto árabe-israelí que desembocaría en la Primera Intifada palestina en 1987. Pero para ilustrar el conflicto, el novelista se trasladó una década atrás, a los meses posteriores al atentado de los Juegos Olímpicos del 72, en Munich. De este modo abandonaba sus habituales escenarios entre los bloques de la guerra fría, para centrarse en otro conflicto más desgarrador y actual. No fue el único cambio. El mundo de espías, documentos y hombres que había prevalecido en sus libros anteriores, de pronto se abrió a una protagonista femenina que entraba en acción. Del mismo modo, las tramas que antes se centraban en descubrir a un topo ahora se voltean para relatarnos, precisamente, todo el proceso de creación de un infiltrado.


En el libro Le Carré sale airoso al exponer en profundidad los hechos del conflicto sin decantarse por unos u otros. Así lo reproduce el guión, a cargo de Claire Wilson y Michael Lesslie, que dejan el contexto histórico como un fondo un tanto difuso, para centrarse en el drama personal de Charlie y el juego meticuloso que articulan Marty y Gady.

La serie conjuga con habilidad los picos de suspense (cuando Salim es torturado psicológicamente para que les diga el lugar de la próxima entrega. Cuando interceptan los mensajes de Khalil para preparar el atentado en Gran Bretaña, pero no saben interpretar esas simples postales que se intercambian. O cuando los palestinos someten al tercer grado a Charlie antes de aceptarla como viuda de Salim) con el drama humano que viven Charlie y Gady. No en vano, en plena espera, Marty le reconoce a Gady: "¿Sabes por qué te hice entrar en acción de nuevo, Gady? Porque tienes un don especial, un talento único, La Duda". De hecho Gady siempre aparece como un ser torturado, al que no le gusta verse rodeado de muerte. En una ocasión en que Marty le pregunta por qué vive desde hace años en Berlín y no en Israel, le responde: "Viviendo en el exilio no tienes que preguntarte si eres el malo".



























Los conflictos morales los encontramos en cada esquina. A Charlie deben convencerla del derecho de Israel a matar al enemigo, para luego lanzarla a revertir sus creencias para poder interpretar con convicción a la viuda de Salim. Estando ya en Líbano, la llevan a vivir a un campo de refugiados palestinos y allí una de las líderes le dice: "Te he hecho venir aquí porque quiero que seas honesta". 
Empieza el juego en el otro lado.

El guión y la realización son excelentes, pero se perderían por el desagüe si no estuviesen acompañados por un trío de protagonistas soberbio. Florence Pugh compone un personaje tridimensional y vive con convicción un verdadero tobogán emocional. Está escribiendo cartas de amor a Salim, pero se las lee a Gady. Cuando está en el campo de refugiados le preguntan por los recuerdos de Salim. Ella relata cuando de muy jóvenes atraparon a los dos hermanos y los azotaron; pero mientras lo está recordando esta viendo a Gady contarle la historia.




Alexander Skarsgård  también nos traslada una duplicidad. Es un tipo enigmático que parece a disgusto en su trabajo. Muchas veces se enfrenta a su jefe. Pero en cambio es un recurso muy valioso porque es capaz de empatizar. Así lo hace con Salim, en quien llega a prácticamente a convertirse. También se aprecia cuando están totalmente desorientados con los mensajes cifrados que interceptan en Londres y Marty le envía a realizar el mismo recorrido que ha hecho uno de los terroristas. Gady es capaz de ponerse en su lugar, pensar como ellos, fijarse en lo que se fijan ellos para, finalmente, identificar el objeto del atentado.

Michael Shannon es de esos actores al que no se le recuerda un trabajo malo. Es el comandante del equipo, decidido e implacable. El cansancio, el autocontrol y su capacidad de liderazgo son patentes y nunca ceja en su empeño. Me llamó la atención que estando Charlie rodeada de todo el equipo israelí le insistiera, "sigue el guión", di tus frases. Sabía que la impostura ha de llevarse hasta el final y que esas frases, por dichas, se convierten en un recuerdo real. 

Park Chan-wook ha impregnado su sello en cada plano. La realización es pausada y elegante. Sofisticada y con una pizca de morbo. La cámara siempre está fija, como si asistiésemos a una representación teatral. El director utiliza la puesta en escena para trasladarnos una sensación tan perturbadora como asfixiante. 





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Park Chan-wook es autor de la Trilogía de la Venganza (Sympathy for Mr. Vengeance, Oldboy y Lady Vengeance), La Doncella y la brillantísima Stoker. 

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