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lunes, 12 de mayo de 2025

HUÉRFANOS de BROOKLYN - de J. Lethem



Podríamos considerar este libro como una versión moderna de la novela negra más clásica. Al fin y al cabo tenemos una trama de corrupción, sicarios, una femme fatale y un detective pequeño investigando un asunto que se va haciendo cada vez más grande hasta conducirle a la cúspide del crimen organizado y corporativo de una ciudad. También es una pesquisa que no busca más rentabilidad que el deber; ya que el  detective se considera obligado a indagar sobre la muerte de un amigo recién asesinado. El círculo se estrecha si digo que Lethem cita en su novela a El halcón maltés de Dashiell Hammett y a El sueño eterno de Raymond Chandler.

Aunque hay que decir que el detective narrador no es el clásico. No tiene el glamour de un tipo duro que suelta frases cínicas y arrasa con las mujeres. Tampoco lleva gabardina, ni es un empedernido borracho. Lionel Essrog es uno de los detectives privados más insólitos de la novela negra porque padece el síndrome de Tourette; lo que le hace soltar "palabros", insultos e inconveniencias en los momentos más inoportunos. También besa a la gente o les toca el hombro compulsivamente y se obsesiona con el número seis. Todo un bicho raro al que su jefe no dudaba en llamar "engendro". Él mismo tiene claro en qué lo convierte su trastorno, "un charlatán de feria, un subastador, un artista de performance del centro, un hablante ambiguo, un senador ebrio de filibusterismo». Pero que nadie se llame a engaño, Essrog tiene una mente despierta, una memoria de elefante y su enfermedad le regala una ventaja para interpretar el lenguaje verbal y corporal de la gente. Su necesidad obsesiva de encontrar patrones se convierte en un activo para desentrañar la muerte de su amigo y jefe Frank Minna. 
 


Como muchos libros del género, este comienza con la muerte de un detective por meter las narices donde no le llaman. El cadáver de Frank Minna aparece entre la basura y la agencia de detectives que dirige queda paralizada. Allí trabaja Essrog y otros tres compañeros. Ellos son los Hombres Minna, cuatro huérfanos adolescentes a quienes Minna rescató del hospicio St. Vincent para trabajar en principio en su empresa de mudanzas (presuntamente de objetos robados). Pero los chanchullos de Minna le llevan a tener que salir por piernas cuando un día le destrozaron la furgoneta. Cuando reaparece un par de años más tarde es para reconvertir su empresa en una agencia de detectives en la que los cuatro huérfanos hacen de todo sin preguntar nada.
"Los hombres Minna conducen coches. Los hombres Minna escuchan las líneas grabadas. Los hombres Minna se quedan detrás de Minna, con las manos en los bolsillos, con aspecto amenazador. Los hombres Minna llevan dinero. Los hombres Minna recogen paquetes. Los hombres Minna siguen instrucciones...".
Essrog se lo debe todo a Minna y está dispuesto a tirar del hilo para saber en qué estaba metido y quién le mató. Pero la compleja red de turbios negocios que tejió su jefe no se lo va a poner fácil.

Lionel no es el único personaje que delata una visión moderna de la trama detectivesca; también hay una malvada corporación japonesa, unos monjes budistas que actúan como matones de la mafia y un omnipresente gigantón polaco devorador de kumquats. Todo ello sin contar con un personaje que lo permea todo, el propio barrio de Brooklyn.
"La calle Court de Minna era el viejo Brooklyn, una superficie plácida e intemporal, llena de conversaciones, tratos e insultos casuales, una maquinaria política de barrio con dueños de pizzerías y carnicerías y reglas no escritas por doquier. Todo era palabrería excepto lo que más importaba: los acuerdos tácitos."


Las primeras indagaciones de Lionel pronto le revelarán que Frank no era un gánster de poca monta como parecía, sino un verdadero tiburón que se movía en lo más profundo de los bajos fondos de Brooklyn. La lista de sospechosos es larga y empieza por lo más cercano, la mujer de Frank, llena de indiferencia ante la muerte de su esposo; y su hermano Gerald, con quien mantenía una relación muy turbulenta. Todo eso sin olvidarse de un par de ancianos italianos llamados Matricardi y Rockaforte que parecen los verdaderos capos tras la fachada de Minna.

A medida que Lionel se adentra en los secretos de Minna tanto las preguntas como los peligros se multiplican. ¿Por qué Frank se construyó una habitación secreta y qué significan esos archivos con proyectos de construcción y transacciones bancarias crípticas? ¿Por qué, al enfrentarse a Matricardi y Rockaforte, esos mafiosos vejestorios aprueban su búsqueda pero sugieren que lo primero es encontrar a la esposa fugitiva, Julia Minna? ¿Quién es el misterioso Roshi, un maestro zen estadounidense con quien Minna pasó su última noche? ¿Por qué insistió Minna en que le telegrafiaran para esa reunión? ¿Y qué papel desempeña en este asunto un grupo de monjes japoneses de la Corporación Fujisaki?

Lionel acabará percatándose de que cuanto más profundiza, la conspiración se muestra más amplia, hasta que una enigmática llamada de pronto le coloca en el camino correcto; el que le conduce a una conspiración al más alto nivel del crimen organizado, la corrupción política y la lucha por el poder.



Sin abandonar los esquemas clásicos de la novela policíaca, Lethem logra sumergirnos más allá de los antros y callejones de Brooklyn, hasta hacernos navegar por los vericuetos de una mente paradójica donde los pensamientos se mezclan y enredan sin cesar.

El libro es sumamente ingenioso y muy disfrutable, pero también encierra un gran poso. Por lo menos en dos sentidos. Uno es que el camino hacia la revelación que emprende Lionel se convierte también en un camino de aprendizaje para él. La investigación no sólo le acercará a resolver el asesinato de Frank, sino también a conocer más sobre sí mismo y las fortalezas que pueden acompañar a su singularidad. Los desafíos que afronta pondrán a prueba sus habilidades como detective, pero también afilarán su mente desde esa atalaya tan particular que es su modo de percibir el mundo.

El otro bagaje que porta el libro es el lenguaje en que está escrito, condicionado por la enfermedad de su protagonista y narrador. Él es quien nos cuenta la historia en primera persona y a veces la narración parece caótica; pero no nos equivoquemos, la singularidad que introduce el autor no es una simple boutade, sino un mecanismo de enorme potencia literaria. El propio Lethem lo ha subrayado: «Siempre he tenido un elemento de juego de palabras joyceano en mis libros, algunos personajes que controlaban el balbuceo o la espuma por la boca. Empecé a preguntarme adónde quería llegar y qué estaba evitando al mantenerlo tan controlado. El síndrome de Tourette me dio la oportunidad de poner el juego de palabras y la asociación libre en primer plano».



Los chispazos verbales que atraviesan el relato son reveladores del proceso mental del protagonista, de ahí que los galimatías, anagramas y juegos de palabras acaban teniendo un ritmo propio que asume el lector como parte de la trama. Es verdad que una lectura así exige una mayor implicación (aunque no pocas veces te provocan carcajadas), ya que el lector ha de sintonizarse con esa jerigonza tan particular; pero el que lo haga percibirá el meollo del asunto, ya que el síndrome de Tourette se revelará como una metáfora de la condición humana. Lionel siempre lo describe como algo ajeno a él, un mecanismo autónomo de su cabeza; lo que nos recuerda la dualidad en que vivimos, la lucha que mantenemos con nuestro interior. Asunto del que también Lethem era consciente.
"Las conspiraciones son una versión del síndrome de Tourette: la creación y el rastreo de conexiones inesperadas son una especie de susceptibilidad, una expresión del anhelo de tocar el mundo, de impregnarlo de teorías, de acercarlo. Al igual que el síndrome de Tourette, todas las conspiraciones son, en última instancia, solipsistas: el paciente, el conspirador o el teórico sobreestiman su centralidad y ensayan constantemente un deleite traumático en la narración, el apego y la causalidad, en caminos de escape de la Roma del yo."



Así empieza esta apasionante historia.
                 




           ENTRA UN TIPO 


El contexto lo es todo. Disfrázame y verás. Soy un voceador de feria, un subastador, un artista de performances del centro de la ciudad, un experto en lenguas ignotas, un senador borracho de maniobras dilatorias. Tengo el síndrome de Tourette. Mis labios no paran, aunque sobre todo susurro y murmuro como si leyera en voz alta mientras mi nuez sube y baja y el músculo de la mandíbula late como un corazoncito escondido bajo la mejilla pero sin emitir ningún sonido; las palabras se me escapan en silencio, meros fantasmas de sí mismas, cáscaras vacías de aliento y tono. (De ser un villano de Dick Tracy, tendría que ser Mumbles.) Las palabras se precipitan fuera de la cornucopia de mi cerebro en esta forma limitada para pasearse sobre la superficie del mundo, haciéndole cosquillas a la realidad como los dedos a las teclas de un piano. Acariciando, toqueteando. Son un ejército invisible en misión de paz, una horda pacífica. No tienen malas intenciones. Apaciguan, interpretan, masajean. Por todos lados suavizan imperfecciones, devuelven pelos despeinados a su lugar, forman filas de patos y reponen terrones gastados. Cuentan y sacan brillo a la plata. Dan amables palmaditas a la espalda de las ancianas y les arrancan sonrisas. Solo — ahí está el problema— cuando se encuentran con una perfección excesiva, cuando la superficie ya ha sido pulida, los patos ordenados y las viejas damas complacidas, mi pequeño ejército se rebela y entra por la fuerza. La realidad necesita algún que otro error, la alfombra ha de tener algún defecto. Mis palabras empiezan a tirar nerviosamente de las hebras buscando asidero, un punto débil, una oreja vulnerable. Entonces llega la urgencia de gritar en la iglesia, en la guardería, en el cine abarrotado. Empieza con una comezón. Sin importancia. Pero pronto la comezón es un torrente atrapado tras un dique a punto de reventar. El diluvio universal. Mi vida entera. Ya vuelve. Anegándote las orejas. Construye un arca. —¡A la mierda! —grito.





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Buscando información sobre el libro llegué al comentario de un afectado por el síndrome de Tourette. Su opinión es descorazonadora, pero recomienda el libro por su autenticidad.


"No puedo imaginarme el libro escrito ahora. Los críticos se rebelarían. Aun así, basándome en las historias contadas por la gente de mi grupo de Facebook —esas personas con tics más disruptivos que los míos: maldiciendo, agitando los brazos, golpeando, gritando— ese desprecio por el trastorno sigue siendo rampante. Lo oigo en mi cabeza aunque nunca lo oiga en voz alta."Huérfanos de Brooklyn" es un libro sincero, y lo odié muchísimo. No necesito tanta fealdad en mi vida. No necesito que Jonathan Lethem, que no tiene síndrome de Tourette, me diga que soy un bicho raro. Me siento así todos los días.
Agradezco que hayas leído esto hasta el final. Si más personas comprenden el síndrome de Tourette, aumentará la aceptación (o la menor tolerancia). Escribir una historia como esta es la única manera que conozco de ayudar. Por favor, compártela con quienes creas que la puedan necesitar."

sábado, 8 de junio de 2024

NADIE ME MATA - de Javier Azpeitia


¿Novela negra y metempsicosis?
¡Que audacia!
Pero Javier Azpeitia ya ha demostrado que no es un autor que transite por caminos trillados como ya demostró en la brillante Hipnos. Ahora vuelve a romper moldes y nos entrega una novela tan existencial como policíaca con una ambientación sórdida y fantasmagórica. 

Lo más directo sería resumir este libro como un thriller con tintes filosóficos protagonizado por un hombre que un día se despierta amnésico y que a partir de ahí cada vez que se queda dormido despierta en otro cuerpo; iniciando un variado periplo en busca de su identidad.

La novela es una apuesta de riesgo y tiene un sesgo fantástico tan acentuado como poco habitual por estos lares. Por su textura onírica y atmósfera opresiva me recuerda al maestro Leo Perutz y su extraordinaria novela Mientras dan las nueve. La diferencia es que allí el protagonista era un hombre huyendo, acosado por la policía, en una Viena fantasmagórica; mientras que aquí el protagonista no huye sino que transita de cuerpo en cuerpo como un ratón en un laberinto. En todo caso ambos protagonistas se sienten enjaulados y temen por su libertad.


El narrador de Nadie me mata despierta en una habitación para descubrir que tiene amnesia. No sabe quién es y deberá aprender de las circunstancias que lo rodean para determinar su identidad; pero el hecho es que cada vez que se queda dormido despertará en otro cuerpo, de nuevo sin memoria. Así visita los días de un perista tramposo, una actriz bellísima, un policía corrupto, una yonqui reenganchada o un psiquiatra sobrepasado. Todos ellos relacionados con el asesinato de su hermano gemelo del que ha sido testigo tras su primer despertar.

Al estar todos los personajes relacionados con el crimen, la mente en tránsito vivirá los mismos hechos desde la óptica particular de cada uno de ellos. A través de estas vivencias deberá reunir las pistas que le ayuden a evitar el fatal destino al que parece abocado; siendo así que conocerá al asesino y su promotor como el lugar, día y hora en que sucederá el asesinato. Si juega bien sus cartas hasta quizás pueda reescribir el pasado. Mientras tanto intentará no enamorarse de una mujer hacia la que le conducen todos los itinerarios... y también ver una enigmática película en la que se recrea y anticipa la misma trama y personajes de lo que está viviendo (¡!).

A pesar de contar con los elementos más clásicos de la novela negra un muerto, un policía corrupto con gabardina mugrienta, drogas, prostitución y un ambiente sórdido la novela te obliga a leerla con los ojos de la alucinación. A ello contribuye la constante transmigración de la mente y los saltos en el tiempo; porque según quien sea el cuerpo de turno, el protagonista se encontrará antes o después del crimen. Una cuestión que abunda en la paradoja del tiempo y el dilema del determinismo.



Este cariz alucinatorio es reforzado por el microuniverso hostil y extraño donde se desarrolla la acción: el barrio de La Latina de un Madrid actual pero a la vez "desplazado" a una dimensión distorsionada donde las calles aparecen reventadas por zanjas y la población es presa del pánico por constantes atentados terroristas y una pandemia de gripe aviar que obliga a llevar mascarilla (¡!). Por si la gripe le parece a alguien un recurso facilón, le recuerdo que la novela se publicó en 2007, mucho antes de que brotase nuestro ilustre coronavirus. De todos modos el escenario aparece neblinoso, dejando el foco a la tragedia que enreda a los personajes.

El autor apuesta fuerte en su juego con la transmigración, el tiempo y las difusas barreras entre realidad y ficción. Así se aprecia cuando el protagonista aterriza en una niña que está viendo la película que reproduce los mismos hechos que están viviendo. Me hizo acordarme de Alicia, pero en un país de las maravillas más oscuro y perturbador. Asimismo al encontrarse la niña ante Delfine, una especie de mujer/oráculo, expresa su deseo de vivir estáticamente, sin azar ni dolor: "-Deseo que se pare el tiempo. Deseo que mamá no muera. Deseo quedarme aquí y no salir a la noche otra vez". Pero se encuentra con que Delfine le responde como si fuera el gato de Cheshire, con una galerada de enigmas que culminan ¡en la casilla del laberinto!
"-¡Ah, querida amiguita! Puedes jugar a que cambias todo excepto lo que decidas que ya ha ocurrido. Es un juego muy divertido. Primero tienes que elegir qué cosas están en el pasado y qué cosas en el futuro, como si el tiempo no fuera un único fluido imparable. El tiempo eres tú, ¿lo entiendes? Claro que sí, ¡chica lista! O también puedes jugar a otro juego más común, igual de divertido: es como si todo hubiera sucedido ya, y tú te dedicas a buscar a los culpables, las causas incausadas. Como si unas cosas sucedieran porque otras han sucedido. Es el gran juego de la ética, geometría pura, y te otorga la libertad, la alucinación del libre albedrío, al precio de la estupidez, ¡ja!.
     Lanzó los dados sobre el tablero: salieron el 5 y el 4. Moví yo misma la única ficha que había. Estaba en la casilla 33, y después de contar la dejé en la 42. Había allí un laberinto, un camino que se bifurcaba aquí y allá y ascendía trabajosamente una colina"

El elemento fantástico articula la narración pero no es el objeto de la obra. Ésta habla de la construcción de la identidad; del viaje hacia el propio conocimiento pero a través del cuerpo y en un entorno azaroso que lo permea todo. Así comienza el libro:
"Por más que nos repugne, por más deforme que sea, por más que detestemos sus necesidades sucias y los vicios a los que acaba arrastrándonos, por más que lo adornemos o lo tatuemos o lo tapemos, o lo horademos o lo mutilemos o lo ahorquemos, por más que envidiemos o deseemos uno ajeno; el cuerpo, el propio cuerpo, es la clave de todas las cosas, el principio del mundo, lo único verdaderamente nuestro".
Azpeitia insiste en esta reflexión cuando en cada despertar sitúa a su protagonista sin recuerdos. A falta de ellos quien ejerce el Yo del sujeto es su cuerpo. En cada tránsito la mente y el cuerpo han de asimilarse. "Es como si fuera el cuerpo de otra: yo le pido que se esté quieto, pero él va a lo suyo", llegamos a leer. De ahí que aflore una especie de existencialismo paradójico que pone en cuestión tanto lo que somos como nuestro libre albedrío. 

De hecho algunos personajes se sienten como interpretando un papel en una simulación de la vida cuyo guion se va conformando en la interacción con el público. Así lo aprecia la mente en tránsito cuando está en el cuerpo de Mari Meruane y le asalta la sensación de estar "interpretando un papel en un ensayo general, un espectáculo cargado de emoción y belleza, más intenso que la vida y paralelo a ella". (pág. 90)



A pesar de este sesgo existencialista, o quizás por ello, es imposible no realzar los asombrosos engranajes fantásticos del relato. Lo resumiré en dos ideas: el Juego de la Oca y sus arcanos como sustrato del libro por un lado, y el personaje de Delfine Le Rumeur por otro; una especie de demiurgo que planea sobre la trama añadiendo unas cuantas capas de metaficción muy juguetonas.  

Delfine aparece en un momento de la obra en que la magia de la permuta entre cuerpos se está agotando y su sola aparición eleva la narración a otro nivel. La escena de su presentación es soberbia. Fran y el policía Belmonte acuden a ella mientras planean el asesinato. La casa está apuntalada y la escalera carcomida es "a tal punto empinada y oscura que en vez de subir parecía que bajara al mismísimo infierno". En su puerta hay una tosca placa que dice: "LO SABIO - NO ES SABIDURÍA". Delfine parece un personaje quimérico, está muy gorda y siempre permanece sentada en su butaca, en un piso atestado de libros. Cuando se sientan Fran y Belmonte, Delfine le suelta al policía, "así que tú eres ahora el que está en tránsito, ¿eh?".

Delfine ha dirigido una película titulada "Metempsicosis" cuyos personajes, escenas y diálogos reproducen punto por punto lo que está sucediendo. Los personajes -como ocurre en las pesadillas autoconscientes- pueden ver la película en los posters de publicidad, en el cine y en DVD... y su visión afecta a la trama. Todo ello no hace sino acrecentar una sensación de extrañamiento y desasosiego que profundiza en la idea de la vida como teatro.
"Tadorna la miró hundido en la desesperación. Entonces se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón con un último esfuerzo. Desdobló un cartel de la película, recortado del periódico.
-"Metempsicosis" -leyó-. "Dirigida por Delfine Le Rumeur". y luego estamos todos en el elenco, no sólo Angela o la Meruane. También Belmonte, Laura, yo mismo. Figuramos como actores, pero somos más que los actores, somos también los personajes. Entonces, ¿qué diablos debo entender que significa todo esto? ¿Está diciéndome que no somos más que un puñado de farsantes? Dígamelo claramente porque yo no lo entiendo. No me va a confundir con su retórica. Ya he visto esta escena, recuerdo hasta esta misma pregunta.
-Y dale.- A Delfine se le escapó un silbido desde los pulmones, se estaba enfureciendo-. ¡Siempre te acuerdas de la pregunta, pero nunca te acuerdas de la respuesta! ¿No ves que te estás enredando en los aledaños del laberinto, distrayéndote de lo que más te interesa? -Alzaba cada vez más la voz, parecía que fuera a arrojarse sobre el atónito psiquiatra-. Hay que buscar el centro, ¡el centro!" Pág. 206 
Grabado El Juego de La Oca - Patricia Rodriguez Muñoz

En cuanto al Juego de la Oca, puntúa cada aspecto de la novela. Justo en la cita anterior Delfine incita a uno a buscar el centro, como en el juego (y en la vida). No es casual que el libro se estructure sobre ocho capítulos que se titulan como ocho casillas del juego: "El Puente", "La Posada", "Los Dados", "El pozo", "El laberinto", "La cárcel", "La muerte". Tampoco que el protagonista sueñe con un jardín en cuyo centro hay un estanque con una fuente en la que flota una oca mientras en un rincón una mujer escribe frenéticamente en su ordenador, "una mujer a la que aún no puedo reconocer. Luego sabré que se llama Delfine Le Rumeur". 

Tampoco es casual que uno de los personajes experimente con ratones. O que el anillo que servirá de excusa para el crimen represente un Uróboros, "la serpiente que se fecunda a sí misma eyaculando en su propia boca". O que un enfermero le agarre del brazo a Mari cuando huye del hospital, para incitarle a donar sangre advirtiéndole que "cualquiera puede ser víctima. Dios juega a los dados". Y es que la novela está tirando todo el rato dos dados, el del azar y el del determinismo. De hecho las distintas encarnaciones están pautadas por El Juego de la Oca, un juego regido por el más absoluto azar.
"-¿Has jugado alguna vez al juego de la oca? Pues deberías hacerlo más a menudo. El azar, he ahí la respuesta. El Juego de la Oca representa la vida, pero no hay que interpretarlo, sino jugar. La vida hay que vivirla: ¡atrápala y no la sueltes! No importa lo que dure. ¿me entiendes de una vez? ¡Ja!". pag. 207

La obra ataca con brillantez muchos frentes. Juega con la arquitectura de la novela criminal para explorar la construcción de la identidad y también para indagar sobre los vericuetos del hecho narrativo. Es una novela tan quimérica como adictiva. A veces pienso que es el protagonista el que está construyendo un mundo a su medida. Este juego de apariencias entre realidad y ficción provoca multitud de situaciones desconcertantes, al estilo del gran Philip K. Dick.

Durante su lectura llegas a compartir la obsesión del protagonista por ir más allá, descubrir nuevos túneles y realidades...o espejos; porque en muchos momentos se me ocurre que esta novela es una pesadilla construida con espejos, como el protagonista y su gemelo. O la película y los hechos. O Delfine Le Rumeur escribiendo en el Jardín de las Ocas la misma novela que nosotros estamos leyendo. O lo capítulos del libro, que se inician con un sueño y que reflejan los itinerarios de El Juego de La Oca con sus dados, pozos, prisiones y laberintos.
Un itinerario "en el que hay que buscar el centro".








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Javier Azpeitia (Madrid, 1962) es un escritor, editor y filólogo español. Autor de las novelas Mesalina (1989), Quevedo (1990), Hipnos (1996; premio Hammett de Novela Negra y llevada al cine por el director David Carreras), Ariadna en Naxos (2002) y Nadie me mata (Tusquets Editores, 2007). Algunas de sus obras han sido traducidas al griego, francés y ruso. 
Como editor literario ha publicado, entre otras, las antologías Poesía barroca (1996), Libro de amor (2007) y Libro de libros (2008). Ha sido director literario de las  editoriales Lengua de Trapo y 451 Editores. También ha ejercido como profesor del máster en Escritura Creativa de Hotel Kafka y de los másteres en Edición de la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de Salamanca. En 2015 fue comisario de la exposición 500 años sin Aldo Manuzio, realizada por la Biblioteca Nacional de España, y participó en la muestra La fortuna de los libros, del Museo Lázaro Galdiano, donde uno de los incunables de Manuzio tuvo gran protagonismo.
Como escritor pertenece a la misma generación que Rafael Reig y Antonio Orejudo, los cuales han llevado a cabo una actualización del panorama narrativo español basándose en la imaginación y el ingenio. 

miércoles, 3 de enero de 2024

LA RUEDA CELESTE - de Ursula K. Le Guin



Esta novela pasa por ser la mejor de Philip K. Dick... de entre las que no escribió él mismo. Se centra en ese punto tan dickiano y nebuloso donde el protagonista traspasa la realidad aparente para verla desde atrás y trastocarla. También se erige como una revisión crítica del concepto de utopía y como una reflexión sobre el síndrome de Dios.

La rueda celeste fue escrita por Ursula K. Le Guin entre dos de sus obras maestras, La mano izquierda de la oscuridad y Los desposeídos; pero tiene poco que ver con sus temas habituales, más de tipo antropológico. La diferencia con Dick está en la relación con el poder. Los protagonistas de Dick son seres agobiados por un sistema político angustiante y dictatorial; mientras que aquí Le Guin plantea algo más ontológico. ¿podemos cambiar drásticamente la realidad? ¿Qué papel jugamos en ella? La lectura es filosófica y hasta metafísica, pero no por ello es menos intrigante, puesto que el protagonista es perseguido por sus habilidades mientras tiene que navegar entre realidades alternativas cada vez más aberrantes.

George Orr es un hombre vulgar y corriente en una Portland futura y sobrepoblada. Inopinadamente esconde un extraño poder: sus sueños alteran la realidad. Lo que Orr sueña es lo que se encuentra al despertar, una nueva realidad plena y coherente en la que sólo él recuerda tanto la anterior línea temporal como la presente. 

Para George no se trata de un poder, sino de una condena que le provoca un sentimiento de culpa; así que se pasa el día trapicheando para conseguir drogas que le impidan soñar. Descubierto finalmente por el distópico Estado es enviado a Terapia Voluntaria con el doctor Haber. La incredulidad inicial de éste pronto se transformará en un afán de control. Una vez comprobado que los sueños son "efectivos" para cambiar la realidad, cree disponer de la herramienta definitiva para librar al mundo de todos sus males. 




Haber es un utopista que ansía un mundo sin guerra, contaminación ni racismo, de modo que comienza a hipnotizar a George y a incitarle a soñar un mundo mejor... con resultados siempre imprevistos y perturbadores. Por ejemplo para resolver la hiperpoblación y la escasez de alimentos, George sueña con una sociedad aún más distópica que practica la eugenesia o para poner fin a la persistente guerra, sueña con una invasión alienígena.

Los “sueños efectivos” de Orr revisan la historia, reescriben la realidad, reasignan las conciencias; pero se muestran incapaces de llevar a cabo la ingente tarea que Haber les asigna, lo cual amenaza su cordura:
—Me estoy volviendo loco —dijo Orr—. Usted debe notarlo; es un psiquiatra. ¿No ve que me estoy desmoronando? ¡Extraños del espacio exterior que atacan la Tierra! ¿Si me pide que vuelva a soñar, qué va a conseguir? Tal vez un mundo totalmente insano, el producto de una mente insana. Monstruos, fantasmas, brujas, dragones, transformaciones… todo el material que llevamos en nosotros, todos los horrores de la infancia, los temores nocturnos, las pesadillas. ¿Cómo podrá impedir que todo eso se libere? ¡Yo no puedo detenerlo, no lo puedo controlar!.
—¡No se preocupe por el control! Usted se está esforzando por llegar a la libertad —dijo Haber, exaltado—. ¡Libertad! Su inconsciente no es un pozo de horror y depravación. Esa es una noción victoriana, y muy destructiva. Destruyó las mejores mentes del siglo XIX, y perturbó a la psicología en la primera mitad del siglo XX. ¡No tenga miedo de su inconsciente! No es un negro pozo de pesadillas. ¡Nada de eso! Es el manantial de la salud, la imaginación, la creatividad. Lo que consideramos «perverso» es el producto de la civilización, de sus restricciones y represiones, que deforman la expresión espontánea y libre de la personalidad. El objetivo de la psicoterapia es justamente ése, eliminar esos temores y pesadillas infundados, traer lo inconsciente a la luz de la conciencia racional, examinarlo objetivamente y descubrir que no hay nada que temer.
Se establece entonces un combate entre la resistencia de George a seguir creando realidades cada vez más perversas y los intentos de Haber por alumbrar realidades cada vez más asépticas. Orr intentará zafarse del abuso del psiquiatra con la ayuda de una abogada mestiza, Heather Lelache, de la que acabará enamorándose y cuyo amor le servirá de ancla en el continuo temporal. 











La novela es muy entretenida de leer y aporta elementos más que interesantes en sus poco más de doscientas páginas. En primer lugar, Le Guin fue capaz de anticipar hace cincuenta años un mundo que nos es descorazonadamente cercano; afectado por la superpoblación y la destrucción ambiental, agitado por el racismo y una guerra en Oriente Medio; y donde la soledad se ha enquistado en las personas hasta ser generalizadas las terapias de salud mental.

La parte central resulta muy ingeniosa ya que se dedica a explorar una serie de realidades alternativas que tozudamente se las ingenian para salir mal. Una especie de ineludible corruptibilidad que afecta a toda acción humana. 
La crisis, la plaga carcinómica que había reducido la población humana en cinco mil millones en cinco años, y otros mil millones en los diez años siguientes, había sacudido hasta sus raíces a las civilizaciones del mundo, y sin embargo, al final las había dejado intactas. No había cambiado nada radicalmente; sólo cuantitativamente.
El aire estaba aún profunda e irremediablemente contaminado; la contaminación precedió a la Crisis en décadas; en realidad, fue su causa directa. No perjudicaba mucho a nadie en la actualidad, salvo a los recién nacidos. La Plaga, en su variedad leucemoide, parecía elegir selectiva, pensativamente, a uno de cada cuatro niños que nacían, y lo mataba en sus seis primeros meses de vida. Los que sobrevivían eran prácticamente inmunes al cáncer. Pero había otros males.
Ninguna fábrica despedía humo, junto al río. No había coches que contaminaran el aire con sus gases; los pocos que había eran de vapor o a batería.
Tampoco había aves canoras.
Los efectos de la Plaga eran visibles en todo; era endémica, y sin embargo no había impedido el estallido de la guerra. En realidad, las luchas en el Cercano Oriente eran más feroces que lo que habían sido en el mundo más poblado. Los Estados Unidos estaban muy comprometidos con la parte israelí-egipcia en armas, municiones, aviones y «consejeros militares». China tenia una participación igual en el lado iranio-iraqués, aunque aún no había enviado soldados chinos, sino solamente tibetanos, norcoreanos, vietnamitas y mongoles. 
Está claro que Le Guin no suscribe la fantasía de un poder omnímodo y personal que sirva para imponer un tipo de sociedad; ni aunque se trate de un tipo tan benévolo como el doctor Haber, a quien los derroteros de la realidad se le escapan siempre como agua entre las manos. 
De algún modo, Haber y Orr personifican la lucha entre la Acción y el Equilibrio.
¿No es ese el verdadero objetivo del hombre en la Tierra, hacer cosas, cambiar cosas, dirigir cosas, hacer un mundo mejor?
—¡No!
—¿Cuál es el objetivo, entonces?
—No sé. Las cosas no tienen objetivos, como si el Universo fuera una máquina, en la que cada parte cumple una función útil. ¿Cuál es la función de una galaxia? No sé si nuestra vida tiene un objetivo y no veo que eso importe. Lo que sí importa es que somos una parte. Como una hebra en una tela o una hoja de pasto en el campo. Lo es, y nosotros somos. Lo que nosotros hacemos es como un viento que sopla contra el pasto.



Así llegamos a una de las reflexiones más profundas que afronta el relato, la naturaleza de la propia realidad y nuestro papel en su flujo general. Orr lo empieza a ver cuando piensa en que puede haber otras personas que estén soñando otros mundos.
—¿Alguna vez ha pensado usted, doctor Haber —dijo en tono bastante calmo pero un poco vacilante— que… que puede haber otras personas que sueñan como yo? ¿Que la realidad cambia, se reemplaza, se renueva todo tiempo a nuestro alrededor, sólo que nosotros no lo sabemos? Sólo el que sueña lo sabe, y aquellos que conocen su sueño. Si eso es cierto, creo que tenemos la suerte de no saberlo. El asunto es muy conflictivo.
Le Guin reconoció que el taoísmo le proporcionó una manera de contemplar la vida durante su adolescencia y esta novela parece explicitar ese ideal taoísta de la "no acción", tal y como aparece en la cita que abre el capítulo 3.
Al que el cielo ayuda se le llama hijo del Cielo. Los que se aplican a aprender quieren aprender lo que no se puede aprender. Los que se empeñan en hacer cosas, pretenden hacer lo que no es factible. Los que se ponen a inquirir o distinguir quieren inquirir o distinguir lo que no es posible inquirir o distinguir. Lo más alto y perfecto es detenerse allí donde ya no es posible saber más. Al que no se conduce así, la rueda del Cielo le desbaratará.

Chuang-tzu, XXIII


Con la ayuda de los benévolos alienígenas, Orr acabará comprendiendo mejor su poder, al que ellos denominan iahklu, una fuente de perturbación del yo que cesará cuando encuentre su sitio en el Universo.   
Orr apretó los dientes y enfrentó el Caos y la Noche Antigua. Pero ellos estaban allí. Tampoco estaba él hablando en el centro con una tortuga de más de dos metros. Permaneció sentado en el cómodo diván mirando el brumoso cono gris azulado de St. Helen por la ventana. Y lentamente, como un ladrón nocturno, llegó a él una sensación de bienestar, la certeza de que las cosas estaban bien, que él estaba en el centro de todas las cosas. El yo es el Universo. No se le permitiría sentirse aislado, desamparado. Volvía a estar donde debía. Tuvo la perfecta certeza de cuál era su lugar y el lugar de todo lo demás. Esta sensación no le llegaba como algo celestial o místico, sino simplemente normal. Era el modo en que generalmente se había sentido, salvo en tiempos de crisis, de angustia; era el modo de su niñez y de todas las horas mejores y más profundas de la adolescencia y la madurez; era su natural modo de ser.
Detenerse para no perturbar el Ser. Aceptar el Mundo tal como es, no como podría ser. En definitiva, toda la peripecia de George Orr se revelará como el proceso a través del cual acaba aceptando la mutabilidad de la existencia; mientras que el doctor Haber se quedó colgado en el "sueño malo".
Hay un pájaro en un poema de T. S. Eliot que dice que la humanidad no puede soportar demasiada realidad; pero el pájaro está equivocado. Un hombre puede soportar todo el peso del Universo por ochenta años. Es la irrealidad lo que no puede soportar.







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El hecho de haber leído recientemente la historia de Fritz Haber, en El verdor terrible, de Benjamín Labatut, me lleva a pensar si Le Guin ha querido representar en el Haber de su novela las paradojas de la ciencia, capaz de la maravilla y del terror.
Recordemos que Fritz Haber fue un químico alemán de origen judío que ganó el Premio Nobel en 1918 por inventar el proceso Haber-Bosch para extraer el nitrógeno del aire y conseguir los fertilizantes que salvaron al mundo de una hambruna inapelable. Pero también fue el culpable de inventar la guerra química que aplicó en las trincheras de Ypres, durante la Primera Guerra Mundial. Más tarde, los nazis modificarían el gas de su invención, el pesticida Zyklon A, para usarlo en los campos de exterminio de judíos entre los que se encontraban los parientes de Haber. 

martes, 28 de noviembre de 2023

EL PESCADOR - de John Langan


Esta historia de pescadores de montaña chorrea un agua oscura y mefítica por los cuatro costados. Muertos que se ponen en pie con la textura de los peces, casas que esconden océanos de pesadilla en sus entrañas, magia negra y un Leviatán colosal capaz de distorsionar tiempo y espacio. La historia gira alrededor de pactos malignos en busca de redención, leyendas que perviven desde tiempos remotos y una figura misteriosa y temible conocida como El Pescador.

Abe y Dan son dos amigos que están pasando el duelo de haber perdido a sus esposas, el primero por cáncer y el segundo en un accidente automovilístico. La tragedia les ha convertido en pescadores aficionados en busca del lugar más recóndito donde perderse y pescar. Pero cuando llegan al "arroyo del Holandés", en las lejanas montañas Catskill, se topan con la leyenda de El Pescador, una figura legendaria que proviene de la época de los antiguos colonos procedentes de Hungría y Alemania. 

Desde su mismo comienzo la novela nos remite a Moby Dick: "No me llaméis Abraham: llamadme Abe". Con ese espíritu el autor nos lanza a la aventura ౼no de la caza del monstruo blanco౼ sino de un ominoso mundo escondido en las entrañas de las montañas Catskill donde habitan monstruos marinos y océanos tenebrosos que nos recuerdan a las pesadillas de Lovecraft. 

Los dos compañeros acuden a aquellos parajes empujados por la desesperación ౼Abe jura que a diario escucha la voz de su difunta esposa౼ y agarrados al atisbo de un endemoniado consuelo, la posibilidad de recuperar a sus esposas muertas.

Traugott Schiess, Paisaje de montaña


La novela se articula en tres partes.
La primera se centra en la tragedia que asalta a Abe y Dan y cómo su duelo los empuja a lugares cada vez más remotos donde pescar. Ocupa el primer cuarto de la novela y resulta un poco lenta al estar centrada en el drama emocional de estos dos hombres; pero finalmente se aprecia como necesaria para entender su posterior resolución ciega. 
La segunda constituye la almendra de la narración y tiene la forma de un cuento de terror incrustado dentro de la novela: La leyenda de El Pescador es referida a los dos protagonistas por el dueño del último restaurante que encuentran por aquellos aquellos lares. Una leyenda que acompañó a los antiguos colonos desde Hamburgo, a donde llegó un joven también desesperado por la pérdida injusta de su esposa. Decidido a traspasar cualquier frontera con tal de recuperarla encontró la clave en un libro esotérico que le proporcionó un experto en alquimia: Las palabras secretas de Osiris.
A finales del siglo quince, los húngaros libraron una guerra con los turcos para expulsarlos del país. El joven y su familia quedaron retenidos dentro de las fronteras. Su esposa era turca, la hija de un mercader que había seguido al ejército otomano hasta Buda. El joven pensó que, si no llamaban la atención de nadie, los dejarían en paz a él y a su familia. Estaba equivocado. Khunrath desconocía las circunstancias exactas, solo sabía que la mujer y los hijos de este hombre fueron pasados a cuchillo por los soldados húngaros. Los húsares apuñalaron asimismo al joven, pero él sobrevivió. Después de enterrar a los suyos, huyó al oeste, a Viena. De Viena pasó al norte, primero a Praga, luego siguió Elba arriba atravesando Dresde, Magdeburgo y Wittenberg, hasta alcanzar Hamburgo. En cada ciudad que iba jalonando en su ruta, y en algunas otras que dejaba atrás, no dejaba de buscar a hombres como Khunrath.
—Magos —dice Italo.
—Eruditos —corrige Rainer— con intereses comunes.
—¿Por qué se hacía llamar el Pescador? —pregunta Jacob.
—Sí, ¿por qué? —intervienen Angelo y Andrea al unísono.
Rainer arruga el entrecejo. No le gusta adelantar acontecimientos. Al cabo, dice:
—Porque el hombre quiere pescar uno de los Grandes Poderes.
—¿Qué Gran Poder? —tercia Italo—. ¿Te refieres a un demonio?
—No —aclara Rainer—. Es algo más. Los antiguos egipcios lo definían como una gran serpiente con cabeza de pedernal, una hija de las tinieblas y el caos. —Al percatarse de las miradas que le sueltan los demás, Rainer suspira y añade—: Es lo que en la Biblia se conoce como el Leviatán.
Este relato oral será la inspiración definitiva que buscaban Abe y Dan para lanzarse de cabeza, en la tercera parte, a un viaje más allá de los límites de la realidad. Allí vivirán en sus propias carnes la obsesión de ese nuevo capitán Ahab que, en las entrañas de las montañas Castskill, se enfrenta eternamente a un gigantesco monstruo marino en un océano negro y devastador. Ver adentrarse a los dos viudos en un territorio donde presente y pasado colisionan resulta de lo más siniestro.

El estrecho de Puget en el Pacífico (detalle), Albert Bierstadt, 1870.




A través de una antigua mansión nuestros dos protagonistas accederán a un mundo de pesadilla impulsados por una obsesión alimentada por la culpa, recuperar a sus mujeres. ¿No estarías dispuesto a cualquier cosa para conseguirlo? El relato de El Pescador es el clavo ardiendo al que ambos se agarran y que ejerce de catalizador.

Efectivamente después de morir su mujer, Abe se levantó un día pensando "necesito ir a pescar"... Y eso le salvó del alcohol y la depresión. Ese pensamiento le ayudó a perfilar su destino e incluso le hizo pensar en una especie de predestinación; como si su mujer, desde el más allá, le hubiese empujado a la pesca. 
"Con cada año que pasaba, no dejaba de pensar si no sería que Marie no había abandonado este mundo, sino que más bien se había adentrado más en él. Al estar rodeada de tierra, acaso había penetrado en ella, en el suelo, en el agua, hasta haber acabado formando parte de estos elementos. Tal vez había encontrado la manera de llevarme otra vez a su lado."
También Dan logró rescatar de su memoria la referencia al arroyo de El Holandés que descubrió en el diario de pesca de su abuelo. Allí había una nota que decía, "Vi a Eva", su mujer muerta ocho años atrás... Remontar el arroyo corriente arriba hasta traspasar las fronteras de la realidad se convierte entonces para ambos en una imperiosa necesidad. 

El autor consigue una novela de poderosa evocación a través de dos métodos. Por un lado inocula al relato la vieja sangre de lo legendario colocando en su mismo centro una leyenda cuyos ecos vienen rebotando desde siglos remotos. A Dan y Abe se lo cuenta Howard, el tabernero, que había conocido la historia por el reverendo Mapple, al que le habían llegado noticias entrecortadas que logró aclarar con la confesión de la anciana Lottie Schmidt. Ella es quien le refiere la llegada, a La Estación de tramperos y comerciantes en que vivía, de un misterioso hombre de negro en un tílbury cuyas ruedas lucían "unos símbolos a modo de jeroglíficos".



Por otro lado el relato se ancla en una realidad muy física. Las montañas, los riachuelos y los bosques despliegan una poderosa presencia, lo que no evita que en lo más profundo de ellos se desdibuje la frontera entre realidad y pesadilla. Langan ha logrado crear una ambientación ominosa contando con la naturaleza como fuerza malévola.

El libro cuenta con un buen puñado de escenas terroríficas. Por ejemplo la primera vez que quedan los dos amigos y el narrador tiene un sueño en el que "pesca" a su mujer, en un río muy profundo. Es una escena onírica realmente espeluznante. O el asalto de Hellen, regresada de entre los muertos, a la joven Lottie. O la entrada de los tres colonos en la mansión Dort cuando sospechan que se ha convertido en otra cosa: el camino de acceso se defiende de los intrusos con árboles fantasmagóricos y muros de agua negra que los hace sentirse como en un túnel amenazante o "como Moisés atravesando al Mar Rojo", tal como dice uno de ellos. Por supuesto la visión de El Pescador batallando implacablemente contra el Leviatán para forzar el tiempo y el espacio resulta sobrecogedora. Por cierto, lo mismo que la última imagen con la que el narrador cierra el libro.



La narración está impregnada de una sensación de peligro inminente. Desde un determinado momento los pescadores se encuentran en un territorio donde el mal campa a sus anchas. El estilo del narrador denota constantemente que todavía le aterroriza rememorar los hechos que vivió; a veces se adelanta y luego se arrepiente, generando expectativas sobre la maldad que se avecina. Es habitual que se dirija al lector: "Os podríais estar preguntando por qué miraba tanto esa pintura si no entendía nada, y haríais bien". 

Finalmente señalar que la obra tiene un gran poso emocional. A Dan y Abe les guía el dolor. La tragedia sufrida les empuja a creer que hay algo más en esta vida y el oscuro océano del Leviatán está acechando debajo de todo. Dan incluso se plantea que la realidad no es más que una máscara que nos interroga sobre lo que esconde detrás. 
Últimamente tengo unos pensamientos de lo más extraños. Te lo juro. Cuando miro las cosas, cuando miro a las personas, me digo para mis adentros: «Nada de esto es real. Todo no es más que una máscara». Como esas máscaras de papel maché que hicimos para una de las obras de teatro del colegio cuando era niño. ¿Qué obra era? Debió de ser Alicia en el país de las maravillas, pero no me acuerdo. Ojalá pudiera acordarme de esa obra. Ojalá pudiera. Todo es una máscara, Abe, y la pregunta del millón es: «¿Qué hay debajo de la máscara?». Si pudiera romperla, si pudiera cerrar el puño y hacerle un agujero —Dan soltó un puñetazo en la mesa, haciendo tembletear los platos—, ¿qué me encontraría? ¿Solo carne? ¿O hallaría algo más?
(...)
Tal vez quien sea, o lo que sea, que esté dirigiendo la obra no es tan bueno. Puede que sea un malvado, o un loco, o que esté aburrido, o que no ponga ningún interés en el asunto. Acaso todos seamos un completo error, un error absoluto, y si miráramos lo que hay detrás de la máscara, aquello que veríamos nos destruiría. ¿Te has sentido así alguna vez?








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John Langan es autor de dos novelas, The Fisherman y House of Windows, y de tres colecciones de cuentos, Sefira and Other Betrayals, The Wide, Carnivorous Sky and Other Monstrous Geographies, y Mr. Gaunt and Other Uneasy Encounters.
Con El Pescador (The Fisherman) ganó los premios Bram Stoker (en 2016) y This Is Horror. Con Paul Tremblay, Langan coeditó Creatures: Thirty Years of Monsters. También es uno de los fundadores de los Premios Shirley Jackson, para los cuales se desempeñó como jurado durante sus primeros tres años. Actualmente, hace reseñas de terror y fantasía oscura para la revista Locus. En 2020, Word Horde Press publicó su cuarta colección, Children of the Fang and Other Genealogies.
John Langan vive en Hudson Valley en Nueva York con su esposa, su hijo menor y muchos animales. Tiene un cinturón negro de primer grado en el arte marcial coreano de Tang Soo Do.
Las inquietas editrices de La Biblioteca de Carfax prometen más John Langan para 2024, su antología de relatos «Corpsemouth and other autobiographies»

jueves, 3 de febrero de 2022

BELFAST - de Kenneth Branagh




Kenneth Branagh nos invita a visitar su infancia con esta película en blanco y negro, y lo hace con un ejercicio narrativo plenamente nostálgico.

La acción transcurre en Belfast durante los violentos hechos de 1969, cuando se rompió la convivencia entre protestantes y católicos, produciéndose disturbios e incendios de casas. Branagh elige el punto de vista de un niño de 9 años, Buddy (Jude Hill), para mostrar el surgimiento del sectarismo y la violencia que obligó a muchos irlandeses de norte a emigrar.

La película tiene un comienzo hermosamente cinematográfico con dos secuencias que resumen todo lo que sir Kenneth Branagh quiere exponer en el film. La secuencia de los créditos se abre con unas radiantes vistas del Belfast contemporáneo con el color dorado del atardecer acariciando sus edificios más emblemáticos, como el museo del Titanic, y tomas aéreas de la ciudad rodeada por el verde sedoso de Cave Hill. Todo ello mientras suena el clásico de Van Morrison "Coming Down to Joy".



Pero un ligero movimiento de cámara nos hace transitar del color al blanco y negro, mientras nos acerca a una calle donde una madre llama a su hijo: ¡Buddy!. El mensaje va transmitiéndose de vecino en vecino y de calle en calle hasta que llega al niño que está jugando a guerrear con espadas de madera. Entonces Buddy regresa a casa cruzando saludos y bromas con los vecinos, pero cuando llega a su calle se encuentra metido de lleno en una de las primeras escaramuzas de los violentos sectarios que agredían y rompían ventanas al grito de "¡católicos fuera!". Buddy se queda clavado, con los ojos muy abiertos, mientras la cámara gira a su alrededor y nos transmite esa sensación amarga de la inocencia asaltada por la incomprensible furia e intransigencia.

Ahí está todo el sentido de la película. Primero el homenaje a su ciudad y luego el recuerdo imborrable y nostálgico de una infancia feliz en el paraíso del que fue expulsado por la violencia. De ahí que la película concluya con unas emotivas dedicatorias:
"A los que se fueron",
"A los que se quedaron"
"A los que se fueron para siempre"

En esta entrevista, Kenneth Branagh repasa sus sentimientos mientras escribía la película: 

"El viaje de escribir 'Belfast' fue regresar a ese sentimiento claro de entender quién soy; no un individuo, sino a la idea de un pueblo que educa a un hijo. En este caso una calle en Belfast. La película es un acto de gratitud a esos guardianes que dieron sentido a mi vida."





Además de las barricadas en las calles, los cortes que aparecen de televisión y noticias de radio nos ofrecen un contexto histórico completo de esos años de enfrentamientos viscerales fomentados por las diferencias políticas y religiosas; pero el director lo deja como telón de fondo centrándose en la experiencia vital del niño. Esto hace que, como espectadores, sintamos que algo se nos ha hurtado.

Branagh no elige profundizar sobre el virulento conflicto de Irlanda de Norte, que tiene sus raíces en la violenta partición de Irlanda en 1921 y que enfrenta a la comunidad nacionalista o republicana, generalmente católica, y a la comunidad unionista que se identifica como británica, mayoritariamente protestante. Se queda con la mirada expectante del niño, con sus problemas amorosos con una compañera, con sus primeros escarceos con los problemas adultos y, sobre todo, con la educación sentimental que le proporciona su abuelo (Ciarán Hinds). Efectivamente debemos conformarnos con eso, y no es poco. Es notable el carácter elegíaco y la calidez con que Branagh retrata su infancia en Belfast.
Buddy con su padre y su abuelo


Diluido el conflicto político, la película centra su pugna en la decisión de quedarse en Belfast o emigrar a una nueva vida en Inglaterra. El enorme paro que asolaba la región y la virulencia de los disturbios los empujan fuera de su hogar. Recordemos que decenas de casas fueron incendiadas y que miles de personas abandonaron sus hogares.

En la misma entrevista, Branagh repasa sus intenciones a la hora de escribir la película: 

"Supongo que una de las razones para hacer la película fue algo que yo mismo descubrí en la sala de montaje y que nunca había mencionado. El día que la mafia subió por las calles exigiendo que se fueran los católicos y todos los protestantes que los apoyaban, mis padres se vieron obligados a marcharse, a hacer un sacrificio por mi hermano y por mí. El egoísmo de unos pocos demostró la generosidad de otros, que nunca dejaron de amar a su ciudad y se vieron obligados a emigrar."

 

Aunque no se cargan las tintas políticas, sí que hay un par de bofetones a los intransigentes: Un primerísimo plano de la abuela del niño (una estupenda Judi Dench) susurrando con amargura y firmeza, "Vete, hijo". También cuando un compañero presiona al padre de Buddy para que se implique en la lucha como protestante. Le exige que se defina quién es con esa frase tan odiosa de "es muy fácil o estás con nosotros o contra nosotros", a lo que él responde: "yo por lo menos sé quien eres tú, un pandillero".

Belfast, 1969







La película contiene  todo un puñado de citas que subrayan el amor por el cine que desde niño tuvo Branagh. Buddy sueña con un futuro que le aleje de los problemas pero, mientras tanto, tiene el escape del cine. Le vemos ir al cine con su familia, y la pantalla la vemos a todo color, para ver contemplar a la imponente Raquel Welch en Hace un millón de años o al divertido Dick Van Dyke en Chitty, Chitty Bang, Bang.

Brannagh también utiliza las películas clásicas que aparecen en el aparato de TV para subrayar el valor de su padre, que es protestante, pero no quiere implicarse con los grupos violentos. Así aparecen en los momentos más dramáticos escenas de El hombre que mató a Liberty Valance y Solo ante el peligro.

El homenaje que el director hace a su tierra permea todos los estratos de la película. El elenco de actores (a excepción precisamente del niño, Jude Hill) es plenamente irlandés: Jamie Dornan (el padre)  Caitriona Balfe (la madre) y Ciarán Hinds (el abuelo) son irlandeses, lo mismo que el gran Van Morrison que aporta ocho canciones a la banda sonora. También nos arranca una sonrisa cuando la tía de Buddy, ante su inminente marcha, le dice: "los irlandeses nacemos para emigrar. Sólo necesitamos un poco de nostalgia, una Guiness y Dany Boy"



No sé si la época que estamos viviendo invita a la nostalgia o es la edad de sus creadores que, después de triunfar, vuelven su mirada hacia la infancia. En poco tiempo nos hemos juntado con Roma de Alfonso Cuarón; Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino y Dolor y Gloria, de Pedro Almodóvar. Ésta de Branagh abunda en el tema y de hecho ha reconocido que el clic para lanzarse a escribir y realizar Belfast, se lo produjo la película de Almodóvar. Viéndola encontró el tono correcto para un proyecto que llevaba varias décadas en su cabeza. 
Si comparamos ambas no cabe duda de que a Belfast le sobra un poco de azúcar y le falta alguna complejidad y desgarro.