viernes, 22 de diciembre de 2023

UN VERDOR TERRIBLE - de Benjamín Labatut


Podría aplicársele a este libro la misma cita -de H. Christian von Baeyer en "Controlando el átomo"- con que se abre el estupendo Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson. En ella un físico se propone "registrar los hechos de su vida para que Dios se informe". A lo que le responde un colega "¿Tú crees que Dios no conoce los hechos?" y el físico, Leo Szilard, responde: "Sí. Él conoce los hechos, pero no conoce esta versión de los hechos"... elaborada con drama y ciencia, podríamos añadir en este caso.

Labatut es un malabarista de la narración que ha escrito un libro tan inclasificable como seductor. Más que un demiurgo se ha convertido en una perspicaz araña que tras bucear en los abrevaderos de la historia de la ciencia ha tejido una telaraña brillantísima donde se engarzan las vidas de un puñado de científicos y sus descubrimientos de una forma embriagadora.

Dos circunstancias definen los relatos de este libro. Una, la capacidad del autor para vincular hechos históricos y científicos aparentemente inconexos. Las conexiones que logra -en El azul de Prusia aparecen van Gogh, Frankenstein, Hitler, Napoleón, Rasputín o Alan Touring- logran electrocutarnos. Y otra, su penetrante vis dramática para narrar la atormentada experiencia de unos científicos en trance de sufrir una epifanía que los dejará aislados en un mundo hiperbóreo. 
Karl Schwarzschild, 1873-1916


La mayor parte de los relatos persiguen iluminar el momento en que un científico accede a un conocimiento casi revelado. Así ocurre en La singularidad de Schwarzschild donde asistimos al "último chispazo de un genio, Karl Schwarzschild, astrónomo, físico, matemático, y teniente del ejército alemán" que, desde el barro de las trincheras y comandando una unidad  de artillería en el frente ruso en 1915, fue capaz de elevarse hasta el mundo de las ideas y remitir por carta al mismísimo Einstein la primera solución exacta a las ecuaciones de la teoría de la relatividad general. Sus razonamientos le llevarían hasta una idea que él mismo empezó rechazando, la de los agujeros negros. El patetismo de verlo postrado por las heridas mientras su mirada echaba chispas al intercambiar ideas con el joven matemático Courant estremece.
"En su diario de vida, Courant describió cómo los ojos del teniente Schwarzschild, nublados por el campo de batalla, se encendieron de golpe apenas él le contó las ideas que Hibert estaba desarrollando. Conversaron toda la noche. Cerca del amanecer, Schwarzschild le habló de la ruptura que creía haber descubierto.
Según Karl, lo peor de la masa concentrada a ese nivel no era la forma en que alteraba el espacio, ni los extraños efectos que tenía sobre el tiempo: el verdadero horror -le dijo- es que la singularidad era un punto ciego, fundamentalmente incognoscible. Como la luz no podía salir de allí, no podríamos nunca verla con los ojos del cuerpo. Pero tampoco podríamos entenderla con la mente, ya que las matemáticas de la relatividad general perdían su validez en la singularidad. La física simplemente dejaba de tener sentido."
Por su parte las historias de los físicos Werner Heisenberg -autor del principio de indeterminación- y Erwin Schrödinger nos acercan hasta ese momento de suprema inspiración donde el conocimiento se les presenta casi como un arrebato místico. Heisenberg lo tuvo mientras vivía retirado en la isla de Heligoland dando largos paseos hasta descubrir las matrices que regulan el interior de los átomos. Labatut logra unir en una modélica escena al físico y a su descubrimiento, el principio de indeterminación: en uno de sus paseos por el monte el físico se pierde en la niebla con el peligro de un precipicio acechando. Entonces piensa, sé donde estoy pero no lo veo. Mientras que Schrödinger, también retirado en un sanatorio suizo, pero viviendo un romance dado que era un mujeriego, consigue acceder a la revelación de una ecuación única que “su mente había arrancado de la nada”. 
"Cuando lograba dormir, Heisenberg soñaba con derviches que giraban en el centro de su habitación. Hafez los perseguía a cuatro patas, borracho y desnudo, ladrándoles como un perro. les tiraba su turbante, su vaso de vino y después la jarra vacía para tratar de sacarlos de sus órbitas. Al no poder romper su trance, los iba meando uno a uno, dejando un patrón de manchas amarillas en la tela de sus túnicas, patrón en el cual Heisenberg creía reconocer el secreto de sus matrices. Werner estiraba las manos para atraparlo, pero las manchas se convertían en una larga hilera de números que danzaba a su alrededor, envolviendo su cuello en un círculo más y más estrecho, hasta que apenas era capaz de respirar. Esas pesadillas eran un descenso bienvenido a sus sueños eróticos, que solo se volvían más intensos a medida que iba perdiendo fuerza y lo hacían manchar sus sábanas como un adolescente. (...)
En medio de la noche, su mente agotada por la fiebre establecía extrañas conexiones que le permitían alcanzar resultados de forma directa, sin pasos intermedios. Durante el delirio del insomnio, sentía su cerebro escindido en dos; cada hemisferio trabajaba por su cuenta, sin la necesidad de comunicarse con el otro. Sus matrices violaban todas las reglas del álgebra común. Obedecían a la lógica de los sueños, donde una cosa puede ser muchas: era capaz de sumar dos cantidades y obtener una respuesta diferente dependiendo el orden en que lo hiciera; tras más dos eran cinco, pero dos más tres podían sumar diez. Demasiado exhausto para cuestionar sus resultados, siguió trabajando hasta llegar a la última matriz."
Todos los científicos que nos presenta Labatut son personajes apasionados y apasionantes, con una mente tan incandescente que casi los convierte en visionarios; y el autor logra que nos apasionen con un estilo ágil y diáfano. No se trata de relatos divulgativos, aunque sí están presentes los conceptos generales de sus trabajos. Pero lo que interesa es el drama, la vivencia íntima de estos seres de inteligencia tan pura y osada que hace que leamos el libro con voracidad.

Alexander Grothendieck en diversos momentos de su vida





Entre ellos hay uno que se nos quedará grabado en la memoria, el matemático Alexander Grothendieck, quien tras explorar los mundos abstractos de las matemáticas se sintió tan aterrorizado por el poder de la ciencia que abjuró de la misma, cayendo en una especie de delirio místico que le llevó a convertirse en un ermitaño. Antes pidió a sus alumnos que abandonasen el estudio de las matemáticas para siempre, avisándoles de que no serían los políticos los destructores del planeta sino científicos como ellos que “caminaban como sonámbulos hacia el Apocalipsis”.

Entre 1958 y 1973, Grothendieck reinó en el mundo de las matemáticas como un príncipe ilustrado. Aunque resolvió los mayores enigmas matemáticos de su época lo que le interesaba de verdad era "alcanzar una comprensión absoluta de los fundamentos" de las matemáticas. Lo suyo fue la generalización. Cualquier dilema se volvía sencillo si uno lo miraba desde la distancia suficiente. No le interesaban los números, las curvas, las rectas ni ningún otro objeto matemático en particular: "lo único que le importaba era la relación entre ellos".
"Su obsesión fue el espacio y una de sus mayores genialidades fue expandir la noción del punto. Ante la mirada de Grothendieck, el humilde punto dejó de ser una posición sin dimensiones para bullir con complejas estructuras internas. Donde otros veían algo sin profundidad, tamaño, anchura ni largura, Alexander vio un universo entero. Desde Euclides no se había propuesto algo tan audaz."
Grothendieck era muy radical tanto en su trabajo como en su vida. También muy ascético. Rechazaba todo lo que no fuese estrictamente necesario así como todo lo que oliera a falta de sinceridad. Admiraba a los budistas HuaYen por la atención que prestaban a las relaciones entre las cosas más que a las cosas mismas, en la creencia de que cualquier noción de identidad e individualidad que tengamos emerge de esas relaciones.

A sus colegas les molestaba el giro hacia la abstracción pura que exigían sus matemáticas. Pero él buscaba la comprensión total, "la raíz secreta capaz de unir innumerables teorías sin ninguna relación aparente". Incluso sus colaboradores más cercanos consideraron que había ido demasiado lejos y que por eso su mente se había precipitado al abismo.

Shinichi Mochizuki dibujado por Paddy Mills

En el relato "El corazón del corazón" se nos cuentan dos historias y un encuentro, cuyos protagonistas son Shinichi Mochizuki y Alexander Grothendieck. El primero fue capaz en 2012 de probar una de las conjeturas más importantes de la teoría de números, conocida como a + b = c , prueba que ha día de hoy nadie ha sido capaz de comprender.
"La conjetura a + b = c  toca los fundamentos de las matemáticas. Postula una profunda e inesperada relación entre las propiedades aditivas y multiplicativas de los números. De ser cierta, se convertiría en una herramienta poderosísima, capaz de resolver de manera casi automática una inmensa variedad de enigmas. Pero, la ambición de Mochizuki había sido aún mayor, no se limitó a probar la conjetura, sino que creó una nueva geometría que obligaba a pensar en los números de una forma radicalmente diferente. Según Yuichiro Yamashita, uno de los pocos que dice haber comprendido el alcance real de la teoría Inter-Universal, Mochizuki ha creado un universo completo del cual él es, por el momento, el único habitante."
Mochizuki visitó a un moribundo Grothendieck en el Hospital de Saint-Girons en noviembre de 2014. Pasó muchas horas escuchándole durante sus últimos cinco días. Cuando regreso a Japón renunció a su puesto en la Universidad de Kioto y cerró el blog en el que comunicaba sus avances matemáticos, no sin antes escribir que "incluso en las matemáticas ciertas cosas debían permanecer ocultas para siempre, por el bien de todos nosotros". Todo el mundo pensó que había sucumbido a la maldición de Grothendieck.



Aparte de esos momentos gloriosos de suprema abstracción, encuentro fascinantes los encuentros entre dos científicos. Así ocurre con los matemáticos Mochizuki y Grothendieck y también con Heinsenberg y Schrodinger, en la Universidad de Munich, donde el primero llegó a ser abucheado. Pero si he de resaltar un relato me quedaría con Azul de Prusia, una portentosa sucesión de acontecimientos históricos, aparentemente sin relación, que acaban hermanados perturbadoramente. 

Azul de Prusia es el nombre del primer pigmento sintético moderno, creado en el siglo XVIII por el alquimista Conrad Dippel, cuando buscaba el Elixir de la Vida. Sus crueles experimentos con animales vivos sirvieron de inspiración para la historia del doctor Frankenstein. 

Labatut sigue la sinuosa crónica de este pigmento y sus derivados (como el cianuro) conectando a Frankenstein con el van Gogh de Una noche de estrellada o los suicidios de la plana mayor del partido nazi, pasando por el envenenamiento de Napoleón, la adicción a las drogas de Hermann Göering o el primer ataque con gas de la Historia que arrasó a las tropas francesas atrincheras cerca de Ypres, en Bélgica, en 1915. Este ataque fue pensado y ejecutado por el genial químico Fritz Haber, judío y creador del pesticida Zyklon que en manos de los nazis acabó sirviendo para el exterminio masivo de judíos, entre los que estaban sus propios parientes. En Haber conviven la maravilla y el horror. Es cierto que fue el padre de la guerra química; pero también le debe la Humanidad un descubrimiento fundamental, ser el primero en extraer nitrógeno directamente del aire, lo que salvó a millones de personas haciéndole acreedor del Premio Nobel de Química en 1918.
"Con ello (el nitrógeno), solucionó, del día a la mañana, la escasez de fertilizantes que a principios del siglo XX amenazaba con desencadenar una hambruna global como no se había visto nunca antes. De no haber sido por Haber, cientos de millones de personas que hasta entonces dependían de sustancias naturales como el guano y el salitre para abonar sus cultivos podrían haber muerto por falta de alimentos. "
Esta es la técnica que sigue Labatut, documentar hechos científicos e históricos contrastados para llegar a la persona que los descubrió y dar cuenta de su peripecia más íntima con las herramientas de la ficción. Porque ¿realmente alucinó Schrödinger con la diosa Kali manifestada como un escarabajo en el pubis de la lolita tuberculosa que ansiaba? O ¿Hasta dónde es real la intimidad que se cuenta de estos personajes históricos? El propio Benjamín Labatut nos da las claves en esta entrevista:
"Yo siempre parto de la realidad. Escribo en base a la investigación, así que mis primeros borradores son 100% no-ficción. Luego voy introduciendo ficción, poco a poco, según la historia que quiero contar, para tratar de alcanzar una verdad más profunda que la que muestran los hechos desnudos. En ese sentido, creo que mis libros son más fieles a la realidad que los que son pura ficción, o pura no-ficción, porque así es la realidad cotidiana que habitamos: una mezcla confusa e indistinguible de ambas."
En esa misma entrevista identifica la obsesión que une estos relatos:
"-Todos los relatos están conectados por una obsesión singular que recorre el libro completo: aquellas ideas, experiencias, métodos y fórmulas que no podemos comprender, por más que lo intentemos. Me interesa todo aquello que excede el modelo actual del mundo, o que lo amplía hasta volverlo inimaginable: las dos versiones enfrentadas de la mecánica cuántica, la singularidad al interior de los agujeros negros, la abstracción matemática llevada al paroxismo, y el horror que pulsa al fondo del alma humana, y que desplegó sus alas, como nunca antes, durante las guerras mundiales, gracias al avance de la ciencia moderna. "





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*  Un verdor terrible fue elegida como una de las cinco mejores novelas del año por el New York Times, y fue finalista del premio Booker en 2021.
Benjamín Labatut nació en 1980 en Róterdam, Países Bajos. Se crio en distintas ciudades del mundo, pasando por Buenos Aires y Lima, entre otras. A los 14 años se instaló en Santiago de Chile donde estudió periodismo.

**  Después de disfrutar mucho con este libro no me queda más remedio que continuar con el más reciente publicado por Labatut, MANIAC, en el que según la editorial "explora los límites de la razón trazando el camino que va desde los fundamentos de las matemáticas hasta los delirios de la inteligencia artificial. Guiado por la enigmática figura de John von Neumann, un moderno Prometeo que hizo más que nadie por crear el mundo que habitamos y adelantar el futuro que se avecina, en este libro Benjamín Labatut se sumerge en las tormentas de fuego de las bombas atómicas, en las mortíferas estrategias de la Guerra Fría y en el nacimiento del universo digital."

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