sábado, 8 de junio de 2024

NADIE ME MATA - de Javier Azpeitia


¿Novela negra y metempsicosis?
¡Que audacia!
Pero Javier Azpeitia ya ha demostrado que no es un autor que transite por caminos trillados como ya demostró en la brillante Hipnos. Ahora vuelve a romper moldes y nos entrega una novela tan existencial como policíaca con una ambientación sórdida y fantasmagórica. 

Lo más directo sería resumir este libro como un thriller con tintes filosóficos protagonizado por un hombre que un día se despierta amnésico y que a partir de ahí cada vez que se queda dormido despierta en otro cuerpo; iniciando un variado periplo en busca de su identidad.

La novela es una apuesta de riesgo y tiene un sesgo fantástico tan acentuado como poco habitual por estos lares. Por su textura onírica y atmósfera opresiva me recuerda al maestro Leo Perutz y su extraordinaria novela Mientras dan las nueve. La diferencia es que allí el protagonista era un hombre huyendo, acosado por la policía, en una Viena fantasmagórica; mientras que aquí el protagonista no huye sino que transita de cuerpo en cuerpo como un ratón en un laberinto. En todo caso ambos protagonistas se sienten enjaulados y temen por su libertad.


El narrador de Nadie me mata despierta en una habitación para descubrir que tiene amnesia. No sabe quién es y deberá aprender de las circunstancias que lo rodean para determinar su identidad; pero el hecho es que cada vez que se queda dormido despertará en otro cuerpo, de nuevo sin memoria. Así visita los días de un perista tramposo, una actriz bellísima, un policía corrupto, una yonqui reenganchada o un psiquiatra sobrepasado. Todos ellos relacionados con el asesinato de su hermano gemelo del que ha sido testigo tras su primer despertar.

Al estar todos los personajes relacionados con el crimen, la mente en tránsito vivirá los mismos hechos desde la óptica particular de cada uno de ellos. A través de estas vivencias deberá reunir las pistas que le ayuden a evitar el fatal destino al que parece abocado; siendo así que conocerá al asesino y su promotor como el lugar, día y hora en que sucederá el asesinato. Si juega bien sus cartas hasta quizás pueda reescribir el pasado. Mientras tanto intentará no enamorarse de una mujer hacia la que le conducen todos los itinerarios... y también ver una enigmática película en la que se recrea y anticipa la misma trama y personajes de lo que está viviendo (¡!).

A pesar de contar con los elementos más clásicos de la novela negra un muerto, un policía corrupto con gabardina mugrienta, drogas, prostitución y un ambiente sórdido la novela te obliga a leerla con los ojos de la alucinación. A ello contribuye la constante transmigración de la mente y los saltos en el tiempo; porque según quien sea el cuerpo de turno, el protagonista se encontrará antes o después del crimen. Una cuestión que abunda en la paradoja del tiempo y el dilema del determinismo.



Este cariz alucinatorio es reforzado por el microuniverso hostil y extraño donde se desarrolla la acción: el barrio de La Latina de un Madrid actual pero a la vez "desplazado" a una dimensión distorsionada donde las calles aparecen reventadas por zanjas y la población es presa del pánico por constantes atentados terroristas y una pandemia de gripe aviar que obliga a llevar mascarilla (¡!). Por si la gripe le parece a alguien un recurso facilón, le recuerdo que la novela se publicó en 2007, mucho antes de que brotase nuestro ilustre coronavirus. De todos modos el escenario aparece neblinoso, dejando el foco a la tragedia que enreda a los personajes.

El autor apuesta fuerte en su juego con la transmigración, el tiempo y las difusas barreras entre realidad y ficción. Así se aprecia cuando el protagonista aterriza en una niña que está viendo la película que reproduce los mismos hechos que están viviendo. Me hizo acordarme de Alicia, pero en un país de las maravillas más oscuro y perturbador. Asimismo al encontrarse la niña ante Delfine, una especie de mujer/oráculo, expresa su deseo de vivir estáticamente, sin azar ni dolor: "-Deseo que se pare el tiempo. Deseo que mamá no muera. Deseo quedarme aquí y no salir a la noche otra vez". Pero se encuentra con que Delfine le responde como si fuera el gato de Cheshire, con una galerada de enigmas que culminan ¡en la casilla del laberinto!
"-¡Ah, querida amiguita! Puedes jugar a que cambias todo excepto lo que decidas que ya ha ocurrido. Es un juego muy divertido. Primero tienes que elegir qué cosas están en el pasado y qué cosas en el futuro, como si el tiempo no fuera un único fluido imparable. El tiempo eres tú, ¿lo entiendes? Claro que sí, ¡chica lista! O también puedes jugar a otro juego más común, igual de divertido: es como si todo hubiera sucedido ya, y tú te dedicas a buscar a los culpables, las causas incausadas. Como si unas cosas sucedieran porque otras han sucedido. Es el gran juego de la ética, geometría pura, y te otorga la libertad, la alucinación del libre albedrío, al precio de la estupidez, ¡ja!.
     Lanzó los dados sobre el tablero: salieron el 5 y el 4. Moví yo misma la única ficha que había. Estaba en la casilla 33, y después de contar la dejé en la 42. Había allí un laberinto, un camino que se bifurcaba aquí y allá y ascendía trabajosamente una colina"

El elemento fantástico articula la narración pero no es el objeto de la obra. Ésta habla de la construcción de la identidad; del viaje hacia el propio conocimiento pero a través del cuerpo y en un entorno azaroso que lo permea todo. Así comienza el libro:
"Por más que nos repugne, por más deforme que sea, por más que detestemos sus necesidades sucias y los vicios a los que acaba arrastrándonos, por más que lo adornemos o lo tatuemos o lo tapemos, o lo horademos o lo mutilemos o lo ahorquemos, por más que envidiemos o deseemos uno ajeno; el cuerpo, el propio cuerpo, es la clave de todas las cosas, el principio del mundo, lo único verdaderamente nuestro".
Azpeitia insiste en esta reflexión cuando en cada despertar sitúa a su protagonista sin recuerdos. A falta de ellos quien ejerce el Yo del sujeto es su cuerpo. En cada tránsito la mente y el cuerpo han de asimilarse. "Es como si fuera el cuerpo de otra: yo le pido que se esté quieto, pero él va a lo suyo", llegamos a leer. De ahí que aflore una especie de existencialismo paradójico que pone en cuestión tanto lo que somos como nuestro libre albedrío. 

De hecho algunos personajes se sienten como interpretando un papel en una simulación de la vida cuyo guion se va conformando en la interacción con el público. Así lo aprecia la mente en tránsito cuando está en el cuerpo de Mari Meruane y le asalta la sensación de estar "interpretando un papel en un ensayo general, un espectáculo cargado de emoción y belleza, más intenso que la vida y paralelo a ella". (pág. 90)



A pesar de este sesgo existencialista, o quizás por ello, es imposible no realzar los asombrosos engranajes fantásticos del relato. Lo resumiré en dos ideas: el Juego de la Oca y sus arcanos como sustrato del libro por un lado, y el personaje de Delfine Le Rumeur por otro; una especie de demiurgo que planea sobre la trama añadiendo unas cuantas capas de metaficción muy juguetonas.  

Delfine aparece en un momento de la obra en que la magia de la permuta entre cuerpos se está agotando y su sola aparición eleva la narración a otro nivel. La escena de su presentación es soberbia. Fran y el policía Belmonte acuden a ella mientras planean el asesinato. La casa está apuntalada y la escalera carcomida es "a tal punto empinada y oscura que en vez de subir parecía que bajara al mismísimo infierno". En su puerta hay una tosca placa que dice: "LO SABIO - NO ES SABIDURÍA". Delfine parece un personaje quimérico, está muy gorda y siempre permanece sentada en su butaca, en un piso atestado de libros. Cuando se sientan Fran y Belmonte, Delfine le suelta al policía, "así que tú eres ahora el que está en tránsito, ¿eh?".

Delfine ha dirigido una película titulada "Metempsicosis" cuyos personajes, escenas y diálogos reproducen punto por punto lo que está sucediendo. Los personajes -como ocurre en las pesadillas autoconscientes- pueden ver la película en los posters de publicidad, en el cine y en DVD... y su visión afecta a la trama. Todo ello no hace sino acrecentar una sensación de extrañamiento y desasosiego que profundiza en la idea de la vida como teatro.
"Tadorna la miró hundido en la desesperación. Entonces se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón con un último esfuerzo. Desdobló un cartel de la película, recortado del periódico.
-"Metempsicosis" -leyó-. "Dirigida por Delfine Le Rumeur". y luego estamos todos en el elenco, no sólo Angela o la Meruane. También Belmonte, Laura, yo mismo. Figuramos como actores, pero somos más que los actores, somos también los personajes. Entonces, ¿qué diablos debo entender que significa todo esto? ¿Está diciéndome que no somos más que un puñado de farsantes? Dígamelo claramente porque yo no lo entiendo. No me va a confundir con su retórica. Ya he visto esta escena, recuerdo hasta esta misma pregunta.
-Y dale.- A Delfine se le escapó un silbido desde los pulmones, se estaba enfureciendo-. ¡Siempre te acuerdas de la pregunta, pero nunca te acuerdas de la respuesta! ¿No ves que te estás enredando en los aledaños del laberinto, distrayéndote de lo que más te interesa? -Alzaba cada vez más la voz, parecía que fuera a arrojarse sobre el atónito psiquiatra-. Hay que buscar el centro, ¡el centro!" Pág. 206 
Grabado El Juego de La Oca - Patricia Rodriguez Muñoz

En cuanto al Juego de la Oca, puntúa cada aspecto de la novela. Justo en la cita anterior Delfine incita a uno a buscar el centro, como en el juego (y en la vida). No es casual que el libro se estructure sobre ocho capítulos que se titulan como ocho casillas del juego: "El Puente", "La Posada", "Los Dados", "El pozo", "El laberinto", "La cárcel", "La muerte". Tampoco que el protagonista sueñe con un jardín en cuyo centro hay un estanque con una fuente en la que flota una oca mientras en un rincón una mujer escribe frenéticamente en su ordenador, "una mujer a la que aún no puedo reconocer. Luego sabré que se llama Delfine Le Rumeur". 

Tampoco es casual que uno de los personajes experimente con ratones. O que el anillo que servirá de excusa para el crimen represente un Uróboros, "la serpiente que se fecunda a sí misma eyaculando en su propia boca". O que un enfermero le agarre del brazo a Mari cuando huye del hospital, para incitarle a donar sangre advirtiéndole que "cualquiera puede ser víctima. Dios juega a los dados". Y es que la novela está tirando todo el rato dos dados, el del azar y el del determinismo. De hecho las distintas encarnaciones están pautadas por El Juego de la Oca, un juego regido por el más absoluto azar.
"-¿Has jugado alguna vez al juego de la oca? Pues deberías hacerlo más a menudo. El azar, he ahí la respuesta. El Juego de la Oca representa la vida, pero no hay que interpretarlo, sino jugar. La vida hay que vivirla: ¡atrápala y no la sueltes! No importa lo que dure. ¿me entiendes de una vez? ¡Ja!". pag. 207

La obra ataca con brillantez muchos frentes. Juega con la arquitectura de la novela criminal para explorar la construcción de la identidad y también para indagar sobre los vericuetos del hecho narrativo. Es una novela tan quimérica como adictiva. A veces pienso que es el protagonista el que está construyendo un mundo a su medida. Este juego de apariencias entre realidad y ficción provoca multitud de situaciones desconcertantes, al estilo del gran Philip K. Dick.

Durante su lectura llegas a compartir la obsesión del protagonista por ir más allá, descubrir nuevos túneles y realidades...o espejos; porque en muchos momentos se me ocurre que esta novela es una pesadilla construida con espejos, como el protagonista y su gemelo. O la película y los hechos. O Delfine Le Rumeur escribiendo en el Jardín de las Ocas la misma novela que nosotros estamos leyendo. O lo capítulos del libro, que se inician con un sueño y que reflejan los itinerarios de El Juego de La Oca con sus dados, pozos, prisiones y laberintos.
Un itinerario "en el que hay que buscar el centro".








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Javier Azpeitia (Madrid, 1962) es un escritor, editor y filólogo español. Autor de las novelas Mesalina (1989), Quevedo (1990), Hipnos (1996; premio Hammett de Novela Negra y llevada al cine por el director David Carreras), Ariadna en Naxos (2002) y Nadie me mata (Tusquets Editores, 2007). Algunas de sus obras han sido traducidas al griego, francés y ruso. 
Como editor literario ha publicado, entre otras, las antologías Poesía barroca (1996), Libro de amor (2007) y Libro de libros (2008). Ha sido director literario de las  editoriales Lengua de Trapo y 451 Editores. También ha ejercido como profesor del máster en Escritura Creativa de Hotel Kafka y de los másteres en Edición de la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de Salamanca. En 2015 fue comisario de la exposición 500 años sin Aldo Manuzio, realizada por la Biblioteca Nacional de España, y participó en la muestra La fortuna de los libros, del Museo Lázaro Galdiano, donde uno de los incunables de Manuzio tuvo gran protagonismo.
Como escritor pertenece a la misma generación que Rafael Reig y Antonio Orejudo, los cuales han llevado a cabo una actualización del panorama narrativo español basándose en la imaginación y el ingenio. 

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