miércoles, 25 de noviembre de 2020

CONTAMINACIÓN entre LITERATURA y PINTURA - por Malva Filer



Julio Cortázar escribió un cuento titulado "Reunión con un círculo rojo" en el un hombre llamado Jacobo entra en un restaurante vacío y poco iluminado. Nada más acomodarse en la mesa aparece el camarero y a los pocos instantes de realizar el pedido ya tiene servida su comida. Todo ocurre de forma rápida e inquietante. 
Al restaurante entra una mujer y hace su pedido. El ambiente se enrarece. Los camareros se alinean tras el mostrador y miran intensamente a la mujer. Le retiran rápidamente los platos como deseando expulsarla. La mujer paga rápidamente y sale. Jacobo siente que debe seguirla y protegerla, paga y se va caminando tras ella. 
Lo mejor de la historia es que él cree que la está salvando; pero era ella, un espectro, quien había acudido para auxiliarlo. Jacobo no podrá eludir su funesto final y acompañará para siempre a esta extraña mujer. 

Malva Filer escribió un artículo relacionando el texto de Cortázar con ciertas obras del pintor venezolano Jacobo Borges. Me interesa mucho esta contaminación entre literatura y pintura por lo que reproduzco a continuación unos extractos.




"El texto de « Reunión con un círculo rojo », originalmente publicado en la colección Alguien que anda por ahí (1977), esta dedicado escuetamente «A Borges». Ciertamente, no sería difícil señalar afinidades entre este cuento de Cortázar y las obras de Jorge Luis Borges : el uso paródico del relato policial y de pistas a veces engañosas, como la propia dedicatoria citada; la ironía que implica la total incomprensión del protagonista, aquí narratorio, quien cumple ciegamente su inevitable destino de víctima; el espejo que refleja y proyecta, a la vez, a personajes fantasmas atrapados en un espacio laberintico, y otras más. Por esta razón, el lector común, y mas de un crítico, no prestó mayor atención al nombre del narratorio, Jacobo, a quien se dirige la narradora del cuento; o aceptó sin ninguna duda esa plausible dedicatoria al escritor Borges. Subrayaron, naturalmente, aspectos característicos del relato cortazariano, entre ellos la ubicación de los «hechos» en un restaurante definido como «enclave transilvano», caracterización que necesariamente evoca el terror del vampirismo, y su descripción del lugar, en la que pone en juego los recursos típicos de la imaginería gótica : un comedor en penumbra, casi vacío, atendido por camareros de conducta extraña; súbitas apariciones y desapariciones, figuras que se desdoblan, rostros pálidos, una mano «cubierta de pelos», el golpear de la lluvia. Por otra parte, «Reunión con un círculo rojo» encajaba perfectamente en Alguien que anda por ahí, una colección de once cuentos donde la muerte esta en todo momento junto a los personajes, como una presencia agazapada, al acecho.

Cuando en 1978 Cortázar volvió a publicar el cuento, esta vez incluido en su libro collage Territorios, el mismo apareció, sin embargo, precedido de una nota que aclaraba la equívoca dedicatoria anterior, haciendo explícito el vínculo entre este texto narrativo y su contemplación de los cuadros del pintor venezolano Jacobo Borges. Uno de ellos tiene, en efecto, el título que el autor adoptó para su cuento. Cortázar insertó, además, cinco fotografías de pinturas de Borges, con las que el texto verbal establece una relación mutuamente transformadora. Me propongo analizar aquí de qué modo la presencia de estas imágenes pictóricas, así como la inclusión del cuento en Territorios, recontextualizan el relato e introducen en el mismo distintos niveles de significación.
Jacobo Borges -Puertas de cristal y rituales antiguos, 1983-

Cortázar, hablando de sí en tercera persona, afirma que «las razones motoras de muchos de sus textos le vienen de la música y de la pintura antes que de la palabra en un nivel literario», y que «ha sentido el deseo de caminar paralelamente a amigos pintores, imagineros y fotógrafos» (Territorios 107).

Territorios es la obra que mejor encarna la dialéctica de la palabra y la imagen en la escritura de Cortázar . El común denominador de esta selección de diecisiete textos, de los cuales ocho ya habían aparecido en La vuelta al día en ochenta mundos, Ultimo round, Humanario, Alguien que anda por ahí y la revista El Urogallo, reside en su carácter de prosas paralelas, esto es, textos escritos para convivir con la imagen visual, pero que constituyen, al mismo tiempo, unidades autónomas. El acercamiento a la pintura, y a las artes plásticas en general, tiene raíces profundas en la obra de Cortázar. Sin duda, la herencia surrealista que asimiló desde sus años formativos le proporcionó el estímulo y los modelos. (...)

Como él mismo lo explica, escribió bajo el impacto del cuadro de Jacobo Borges: «Esa serie de personajes mirando hacia quien los mira me lanzaron a algo que nada tenía que ver concretamente con el cuadro pero que era imposible desechar». Si bien la palabra es la que se ha acercado a la imagen pictórica, en relación inversa a la que, tradicionalmente, se da en el libro ilustrado, la escritura trasciende esa imagen visual, siguiendo el libre proceso evocativo que ella ha suscitado. (...)


Jacobo Borges, por su parte, ha estado siempre cerca de la literatura. En su juventud perteneció a un circulo de pintores y estudiantes fuertemente influidos por Alejo Carpentier, exiliado entonces en Venezuela, e intentó emular al protagonista de Los pasos perdidos (Ashton 31). Años mas tarde, la lectura de El recurso del método (1974) le produjo « una impresión indeleble » (Ashton 88). La novela, con su descripción de escenas palaciegas, y en la que el Primer Magistrado se reúne con sus secuaces en un conciliábulo que es simulacro de un «consejo de guerra», coincidía con el mundo de imágenes que él estaba plasmando desde «Esperando a ... (1972) »
Jacobo Borges -Esperando a...-


Este cuadro inicia una serie de representaciones sobre las relaciones del poder, de la que «Reunión con un circulo rojo» es su obra maestra. En el teatro, el pintor descubrió el poder de los gestos; asimilando y transformando la tradición expresionista, sus cuadros asumen un carácter definidamente teatral, con figuras cada vez mas siniestras que representan papeles socialmente determinados: el general, el aristócrata, el prelado, el magistrado, la prostituta. Jacobo Borges, también autor de cuentos5, relaciona la escritura y la pintura en un imaginativo texto de carácter onírico, incluido en Jacobo Borges. De la Pesca al Espejo de aguas. El acto de escribir tiene para él, lógicamente, una función distinta de la que tiene en Cortázar. Así lo expresa en un párrafo colocado a modo de prólogo del citado libro :
« En ese instante en que estoy atrapado por los limites del oficio de la pintura... necesito escribir o dibujar otra vez. En verdad no escribo para construir un lenguaje paralelo, es solamente un clima que creo con la rapidez del dibujo, que es también una escritura y la palabra que es una manera de dibujar, que me mete de nuevo en la pintura, y entonces esta retoma su carácter de espacio imaginario, trato de encontrar las imágenes primarias, donde el espacio es la materia, es el momento en que yo puedo tocar el espacio, y agarrar el tiempo por la cola, doblarlo y entonces se lo pego al espacio ».
Jacobo Borges, La Vitrina -1975-






















Estas afinidades artísticas, la concordancia de una visión latinoamericana que desenmascara los abusos del poder, la hipocresía y la injusticia, así como el mutuo conocimiento de sus respectivas obras, todo ello hace que los cuadros de Jacobo Borges se integren al texto de Cortázar con particular naturalidad. En el primer cuadro, «La vitrina» (1975), aparecen seis hombres de mirada siniestra y actitud amenazadora. Uno de ellos muestra, por debajo de la pierna, dos garras en vez de dedos, mientras el resto de las manos y los brazos permanecen ocultos. Casi todos estos hombres tienen los brazos cruzados, con las manos cubiertas por distintos ropajes. Las figuras se presentan, en diferentes planos, a ambos lados de un espejo, y también atravesándolo, con lo que queda desdibujado el limite entre el interior y el exterior, y se sugiere la capacidad fantasmal de pasar de un lado al otro. El predominio del color amarillo y el anaranjado rojizo, las tonalidades violáceas en una de las figuras al frente, así como en el fondo, donde se insinúa un túnel, contribuyen a crear una atmósfera insólita y amenazadora. 

El texto de Cortázar refleja verbalmente la escena del cuadro, en su descripción de la sala en penumbra donde hay un mostrador con espejos y guirnaldas de flores secas. «Los camareros se habían situado detrás del mostrador... con los brazos cruzados, tan parecidos entre ellos que el reflejo de sus espaldas en el azogue envejecido tenía algo de falso, como una cuadruplicación difícil o engañosa ». El texto incorpora, con ligeros retoques, los elementos del cuadro: la mano «cubierta de pelo» en vez de las garras; el pronto regreso de los camareros a sus puestos detrás del mostrador, donde están otra vez cruzados de brazos, lo cual reproduce lo esencial de la escena pintada, al mismo tiempo que sirve al propósito del relato de comunicar la tensión del protagonista: «Uno de los camareros le llevó el plato (parecía gulash) y volvió inmediatamente a su puesto de centinela; la doble manía de cruzarse de brazos apenas terminaban su trabajo hubiera sido divertida pero de alguna manera no lo era». La violencia apenas reprimida que sugiere el cuadro esta latente desde el comienzo del relato y, del mismo modo que el cuadro, el texto deja a la imaginación del lector la realización del crimen.

La voz narradora que interpela al protagonista y aparenta ser, a casi todo lo largo del cuento, la de un narrador extradiegético, sin presencia ni participación en los hechos que narra, se revela al final del relato como un personaje atrapado en las mismas redes que envuelven al protagonista, solo que ella ya está muerta, del otro lado del espejo. Esta voz descarnada ha intentado advertirle a Jacobo del peligro, pero este confunde los signos y eso lo pierde. La turista inglesa resulta ser una aparición espectral en la que se corporiza la voz que intenta salvarlo, pero él cree que es ella quien esta en peligro; esto lo lleva a dar los pasos previstos por sus victimarios, quienes lo esperan, ya listos para el ritual sangriento, vampírico, que el texto nos hace esperar desde las primeras líneas. Cortázar ha agregado esta presencia femenina a la escena fantástica creada por Borges, introduciendo con ella un elemento de solidaridad, y al mismo tiempo de impotencia, que no estaba en el cuadro. (...)
Jacobo Borges- Estudio de Mategna


Si, por una parte, es evidente la estrecha relación que tienen el cuento de Cortázar y «La vitrina», los otros cuadros que lo ilustran, incluido «Reunión con un círculo rojo» del que tomó su título, amplían la significación del texto, enmarcando este relato fantástico dentro de un contexto político social. «No mires» (1975) muestra una habitación, en la cual se observa, sobre un caballete, una imagen que contiene la figura de un nombre muerto dentro de una habitación que reproduce en todos sus detalles a la primera, y esta imagen con el hombre muerto contiene, a su vez, una pintura más pequeña que la reproduce en un tercer piano. Este cuadro puede ser considerado como una versión contemporánea del Cristo muerto pintado por Andrea Mantegna (1431-1506), ya que Borges pintó como preparación a su obra, un Estudio de Mantegna. Al mismo tiempo, como sugiere Ashton, el espectador políticamente informado reconocería en esta imagen «la famosa foto que publicó la prensa del cada ver del Che Guevara»(...)

Alguien que anda por ahí incluye, en efecto, cuentos que reflejan, de distintas maneras, la realidad de la violencia política en que vivían muchos países latinoamericanos : «Segunda vez», «Apocalipsis de Solentiname», «Alguien que anda por ahí» y «La noche de Mantequilla». El caso de «Reunión con un círculo rojo» es distinto, porque el texto original no alude, de modo reconocible al menos, a un determinado contexto político social. Éste, en cambio, está subrayado en las «Explicaciones mas bien confusas» que sirven de prólogo a Territorios, donde el autor alude al «horror cotidiano de abrir el periódico y encontrarlo salpicado de sangre y de vergüenza». (...)

«Espacio» (1975), el tercero de los cuadros que ilustran el cuento, muestra la imagen gris, neblinosa, del interior de un palacio iluminado por candelabros, que se duplica en un espejo sombrío donde se refleja la misma escena. Este cuadro, en el que nada ocurre, produce, sin embargo un vago desasosiego. Borges había pintado un año antes otro interior de palacio, el «Nymphenburg», donde unos hombres con uniformes militares cometen un asesinato oficialmente sancionado. Esta imagen de represión uniformada produce la evocación de horrores cercanos y lejanos de una historia de persecuciones políticas. De algún modo, esa historia también se insinúa en el espacio de espejos e imágenes dobles del cuadro posterior.
A pesar de que los otros cuadros, particularmente «La vitrina», podrían percibirse como más cercanos al texto de Cortázar, éste ha identificado a «Reunión con un circulo rojo» (1973) como la obra que le inspiró su cuento. 



El cuadro presenta a un grupo de militares de alto rango, y entre dos de ellos, incongruentemente, una mujer que se exhibe en actitud voluptuosa. El conjunto de estas figuras, sentadas frente a un espacio circular, anónimo, de color rojo, tiene una calidad estática de escena teatral inmovilizada en el tiempo. Las siluetas se ven desdibujadas, sin que se perciban rasgos individuales . Como en otros de sus cuadros, nos encontramos con rostros apenas esbozados, de mirada vacía. Borges, dice Ashton, «logra presentar la fotografía de prensa habitual de una reunión oficial bajo un tono fantasmagórico y portentoso que encierra en su mensaje el pasado y el presente». La citada crítica, quien señala un sorprendente parecido del cuadro con una pintura de Goya, «La sesión de la Compañía Real de las Filipinas», subraya que en ambos casos, «el carácter "espectral", que siempre evoca un pasado, esta dado con los mismos detalles borrosos». (...) Si la escena sugiere, en efecto, la presencia del poder despersonalizado, esto es, deshumanizado, se comprendería que Cortázar viera desprenderse de la tela imágenes del horror, del mismo modo que las caras siniestra de las figuras atrapadas en el laberinto espacio-temporal de «La vitrina» preanuncian al lector el horror del crimen que va a perpetrarse.

La ultima ilustración del cuento es un cuadro titulado «No mires hacia atrás» (1977). En él aparecen figuras fantasmales en distintos planos, que surgen como desde detrás de las paredes, esbozándose en el espacio de la habitación. Una de ellas se encuentra en un espacio que sugiere la duplicación del primer plano, el cual se continúa repitiendo más allá de nuestra percepción. Las figuras están desdibujadas y solo aparecen parcialmente tras la niebla que hace desaparecer mucho de sus cuerpos. Hay, sin embargo, una figura casi completa, que parece colgar del techo. El torso, pintado con coloración amarillenta y manchas rojizas, sugiere que esta muerto, que tal vez haya sido torturado o sacrificado ritualmente. De las cinco ilustraciones, esta es la que más puede producir en el lector una visualización completa del relato, porque no solo evoca plásticamente la atmósfera fantasmal y gótica, sino que da una imagen corpórea de la presunta victima. Posiblemente eso haya determinado el que esté colocada hacia el final del texto.

Al volver a considerar las transformaciones que, a mi juicio, se producen en esta relectura del cuento promovida por su propio autor, habría que explicar de qué modo un cuento que evoca los horrores del vampirismo puede ser asimilado al contexto de preocupaciones político sociales de Cortázar en los años setenta. Creo plausible leer estas imágenes de Borges, con sus víctimas y victimarios, con sus figuras y espacios que simbolizan el poder, como otra visión del vampirismo, de un vampirismo más real y cercano a nosotros que el gótico. (...) En los cuadros de Borges podría haber visto Cortázar no solo el «mundo de oscuras amenazas» y de «realidades secretas» que menciona en Territorios (56), en el que se mueven tantos de sus personajes en cuentos como «Lejana» o «Las armas secretas». Tal vez haya visto, también, en ellos el horror desencadenado por los más recientes y poderosos chupadores de sangre.

Creo, en conclusión, que cada una de estas pinturas establece su propia relación con el texto, al mismo tiempo que se relacionan entre sí. De esta relación entre texto verbal y texto icónico ha surgido un nuevo texto en el que ambos textos originales, y la percepción del lector, han sido transformados. Difícil será volver a leer el cuento sin que las imágenes de Borges afloren en la página escrita, así como mirar los cuadros sin que éstos sean contaminados por el cuento de Cortázar."




citado de:
Filer Malva. « "Reunión con un círculo rojo" : el relato fantástico y la pintura de Jacobo Borges ». In: América : Cahiers du CRICCAL, n°17, 1997. Le fantastique argentin: Silvina Ocampo, Julio Cortázar. pp. 87-94;

 




Jacobo Borges
Jacobo Borges nació el 28 de noviembre de 1931 en Caracas y ha desarrollado una obra variadísima como pintor, dibujante, cineasta y escenógrafo de teatro.
En 1952 recibió el primer premio en el Concurso de Pintura Joven promovido por el diario El Nacional, la MGM y la Embajada de Francia en Venezuela, que consistía en una beca de estudios por diez meses en París, Francia. Allí permaneció varios años, desempeñando todo tipo de trabajos, hasta que logró exponer en el Salón de la Joven Pintura en el Museo de Arte Moderno de París.
En 956 representó al país en la Bienal de Venecia y en la Bienal de Sao Paulo, donde recibió una Mención Honorífica.
En el año 1960, Jacobo colaboró con los grupos intelectuales Tabla Redonda y El Techo de la Ballena.
En 1964 fue seleccionado para formar parte de la exposición “La década emergente de pintores latinoamericanos y pinturas en los años sesenta” en The Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York (Estados Unidos). Durante este periodo de los sesenta realiza formatos monumentales y temática social, retomando de manera personal los preceptos del expresionismo. Sus obras de ese período evidencian la influencia de James Ensor y Georg Grosz. 

Después de abandonar por un tiempo la pintura se dedicó el estudio y experimentación de nuevos medios de comunicación visual: cine, video, fotografía, performance e instalación, entre otros.
En 1967 ideó un espectáculo multimedia, “Imagen de Caracas”, para celebrar los 400 años de la fundación de la capital. La presentación se realizó en un inmenso lugar construido con tubos de andamios, dentro del cual el público caminaba e interactuaba con las imágenes proyectadas y objetos que se movían.

En 1971 retorna a la pintura y realiza una serie de obras en acrílico aprovechando las impresiones fotoserigráficas sobre tela. De esta época datan Esperando a… (1972), Reunión con un círculo rojo (1973), Señales de familia (1973) y Nymphenburg (1974).

En 1988 sus obras forman parte de la exposición “Fifty Years of Collecting: an Anniversary Selection. Paintings from Modern Masters” en el Guggenheim Museum de Nueva York.

Desde el año 2000 fija su taller y residencia en las montañas al sur de Caracas. Desde allí idea un conjunto de obras centradas en el tema de la naturaleza, titulada Aproximación al paraíso perdido.
En 2005 comienza el proyecto “Sala con ventana al mar”, que representa una de sus series más ambiciosas. Esas pinturas que nos muestran una ventana abierta al mar por donde pasan objetos, personas, fotografías, entre muchas otras cosas.



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