En la maravillosa novela El Clamor de los Bosques (The Overstory), de Richard Powers, se cuentan las historias de diversas personas procedentes de distintos campos (ingenieros, ex-combatientes, psicólogos, biólogos, etc) y experiencias que acaban dedicándose a la defensa de la naturaleza. Una de ellas corresponde a la bióloga Patricia Westerford que descubre que los árboles son comunales, se comunican y tienen memoria.
Sus ideas le cuestan el puesto en la Universidad antes de que el medio-ambiente ocupase el lugar que le corresponde en la agenda social y se hiciese famosa.
Ya jubilada es invitada a impartir una conferencia. Su exposición es muy relevante y resume el espíritu de este libro tan hermoso como estimulante.
"Cuando el mundo se estaba acabando la primera vez, Noé tomó a todos los animales por parejas y los metió a bordo de su embarcación para evacuarlos. Tiene gracia: dejó que las plantas murieran. ¡En vez de llevarse lo necesario para restaurar la vida en la Tierra, se dedicó a salvar a los seres gorrones!
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El problema es que Noé y los suyos no creían que las plantas estuvieran vivas de verdad. Sin intenciones, sin chispa vital, no eran más que rocas con la capacidad de crecer.
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Ahora sabemos que las plantas se comunican y recuerdan. Tienen gusto, olfato, tacto, incluso vista y oído. Nosotros, los miembros de la especie que hemos averiguado todo esto, hemos aprendido mucho acerca de con quién compartimos el mundo. Hemos empezado a entender los vínculos profundos que hay entre los árboles y la gente. Pero nuestra separación ha sido más rápida que nuestra conexión.
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Un periodista le preguntó una vez a Rockefeller cuánto es bastante. Su respuesta fue: "Solo un poco más". Y eso es lo que queremos: comer un poco más, dormir un poco más, estar un poco más secos, que nos quieran un poco más y comprar un poco más.
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La vida es muy generosa y nosotros somos... insaciables. Pero nada de lo que yo diga va a despertar a los sonámbulos ni va a hacer que el suicidio parezca real. No puede ser real ¿verdad? Es decir, aquí, estamos, y todavía...
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Verán, hay mucha gente que cree que los árboles son seres simples incapaces de hacer nada interesante. Pero existe un árbol para cada propósito inimaginable. Su química es increíble. Ceras, grasas ,azúcares. Taninos, esteroles, gomas y carotenoides. Ácidos de resina, flavonoides, terpenos. Alcaloides, fenoles, subeinas del corcho. Están aprendiendo a fabricar todo lo que se puede fabricar. Y la mayoría son cosas que aún no hemos descubierto.
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En algún momento de los últimos cuatrocientos millones de años, las plantas probaron todas las estrategias con una mínima posibilidad de éxito. Ahora empezamos a darnos cuenta de lo variadas que pueden ser esas posibilidades. La vida tiene un modo de hablarle al futuro. Se llama memoria. Se llama genes. Para solucionar el futuro, tenemos que salvar el pasado. Por lo tanto, mi regla de oro es, sencillamente: cuando cortas un árbol, lo que haces con él debe ser al menos tan milagroso como lo que acabas de cortar.
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He ido por libre toda mi vida. Pero me han acompañado otras personas. Averiguamos que los árboles se comunicaban por el aire y a través de las raíces. El sentido común nos abucheó. Averiguamos que los árboles cuidaban unos de otros. La comunidad científica desestimó la idea. Otros que también van por libre descubrieron que las semillas recuerdan las estaciones de su infancia y brotan en consecuencia. Y otros, que los árboles sienten la presencia de otras formas de vida cercanas. Que lo árboles aprenden a ahorrar agua. Que los árboles alimentan a sus jóvenes, que sincronizan sus hayucos, que ponen en común sus recursos, que advierten a sus parientes y envían señales a las avispas para que acudan a salvarlos de ciertas plagas.
La siguiente información también está fuera de lo establecido. Pueden esperar su confirmación. Los bosques saben cosas. Se conectan entre ellos bajo tierra. Allí abajo hay cerebros, unos cerebros que los nuestros no están preparados para ver. Plasticidad radicular que soluciona problemas y toma decisiones. Sinapsis fúngicas. ¿Cómo le llamarían a esto? Si un número suficiente de árboles se conectan, el bosque se vuelve "consciente".
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A los científicos nos enseñaron a no buscar nunca al ser humano en las demás especies. ¡Así que nos aseguramos de que nada se parezca a nosotros! Hasta hace muy poco, ni siquiera permitíamos que los chimpancés tuvieran conciencia, y mucho menos los perros o los delfines. Solo el hombre sabía lo suficiente para querer cosas. Pero créanme: los árboles quieren algo de nosotros, al igual que nosotros siempre hemos querido cosas de ellos. No es una cuestión mística. El "medioambiente" está vivo, es un fluido, una red cambiante de vidas con un propósito, de vidas que dependen unas de otras. El amor y la guerra no pueden separarse. Las flores dan forma a las abejas del mismo modo que las abejas dan forma a las flores. Las bayas pueden competir por ser comidas más que los animales por comérselas. Hay un tipo de acacia que fabrica proteínas dulces para alimentar y esclavizar a las hormigas que la protegen. Los árboles frutales nos engañan para que distribuyamos sus semillas. La fruta madura fue la causante de nuestra visión en color: al enseñarnos a encontrar el cebo, los árboles nos enseñaron también a ver que el cielo es azul. Nuestro cerebro evolucionó para esclarecer el bosque. Hemos dado forma a los bosques y ellos nos han dado forma a nosotros desde antes de que fuéramos Homo Sapiens.
Los hombres y los árboles son unos parientes más cercanos de lo que ustedes creen. Somos dos seres surgidos de una misma semilla que avanzamos en direcciones opuestas y nos servimos los unos a los otros en un espacio compartido. Ese espacio necesita todas sus partes. Y nuestra parte.., tenemos un papel que desempeñar en este organismo que es la Tierra, un papel...
Se vuelve para mirar la imagen proyectada detrás. Es el árbol de Teneré, el único ser con tronco en cuatrocientos kilómetros a la redonda. Golpeado por un conductor ebrio que acabó con él. Pasa a la siguiente imagen, un ciprés calvo de Florida, mil quinientos años anterior a la cristiandad, destruido hace unos meses por culpa de un cigarrillo tirado al campo.
...que no puede ser este.
Siguiente imagen.
Los árboles hacen ciencia. Realizan mil millones de experimentos de campo. Plantean conjeturas, y el mundo vivo les dice si funcionan o no. La vida es especulación, la especulación es vida. ¡Qué mundo tan maravilloso! Implica suposición. Implica un reflejo.
Los árboles se encuentran en el núcleo de la ecología y han de llegar al núcleo de la política humana. Tagore dijo: "Los árboles son el esfuerzo interminable de la Tierra para hablar con el cielo que los escucha". Pero la gente... ¡Ay la gente! La gente podría ser ese cielo con el que la Tierra trata de hablar.
Si viéramos lo verde, descubriríamos algo que resulta más interesante cuanto más nos acercamos. Si viéramos lo que hacen las plantas, nunca nos sentiríamos solo o aburridos. Si comprendiéramos lo verde, aprenderíamos a cultivar toda la comida que necesitamos en tres capas superpuestas y solo necesitaríamos un tercio del suelo que utilizamos ahora mismo, las plantas se protegerían unas a otras de las plagas y del estrés. Si supiéramos lo que quiere lo verde, no tendríamos que elegir entre los intereses de la tierra y los nuestros ¡porque serían los mismos!.
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Resulta que un árbol puede dar más que comida y medicinas. El dosel del bosque pluvial es espeso, y las semillas que arrastra el viento nunca llegan muy lejos del progenitor. La descendencia del Sachigali, que se produce una vez en la vida, germina de inmediato, a la sombra de los gigantes que le tapan el sol. Están destinados a la muerte, a menos que caiga algún árbol viejo. Así que la madre moribunda abre, al caer, un agujero en el dosel y su tronco podrido fertiliza el suelo para los nuevos brotes. Podemos decir que es el colmo del sacrificio parental. El nombre común del Tachigali versicolor es "árbol suicida".
págs. 546-551
de El Clamor de los Bosques, de Richard Powers,
Editorial AdN (Alianza de Novelas)
P.D. Se puede rastrear un equivalente real de Patricia Westerford y sus ideas sobre la sabiduría y la utilidad de los árboles en Peter Wohlleben, "La vida secreta de los árboles".
Ediciones Obelisco.
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