viernes, 27 de diciembre de 2013

TEATRO de CENIZA - de Manuel Moyano




OCASO DE UN IMPERIO

Swift inventó el país de Liliput, poblado por hombres diminutos, y Tomás Moro la isla de Utopía, cuya capital es Amauroto. Yo también me dedico a inventar lugares imaginarios. Sin ir más lejos, ayer dibujé un círculo con guijarros en el patio y lo nombré Imperio de Chu. Chu es un país árido, sembrado de agujas de pino y habitado sólo por hormigas. Más allá de sus fronteras se extienden parterres con begonias y crisantemos, y también un sendero de grava que conduce hasta la verja de salida, esa verja que siempre permanece cerrada (al menos para mí). Todos los imperios están condenados a desaparecer: esta mañana, el jardinero arrasó Chu al pasarle un rastrillo por encima. Como me encaré con él, las enfermeras decidieron inyectarme una nueva dosis de tranquilizante.



ORIGEN DEL MITO

Ejerciendo de médico en las tierras del Norte, fui reclamado una noche de tormenta para atender un parto. En aquel lugar dejado de la Providencia se han visto muchas cosas extrañas, y no me sorprendió que el recién nacido tuviera cabeza de becerro. Recomendé ahogarlo con un almohadón, pero a los padres les faltó valor. El varón creció y, mucho tiempo después, habiendo ya cumplido los quince años, vino a visitarme. Me llamaba "buen doctor", pero había en sus palabras un velo de amarga ironía. Yo no podía apartar la vista de sus astas de toro. "He sabido por mis padres que usted les aconsejó matarme", dijo. "Así es", respondí con todo el aplomo de que fui capaz, pues temía que su propósito fuera vengarse por ello. "Debieron hacerle caso, fue lo único que le oí mugir mientras abandonaba mi consulta. Luego supe que, antes de venir a verme, había corneado a sus progenitores hasta la muerte. También me dijeron que huyó al monte, y que allí construyó una casa de largas e intrincadas galerías para recluirse en su interior. Pero ésa es otra historia.



LUNA PÁLIDA

Tras contemplar el delicado paisaje que se extiende más allá de su ventana, el emperador remoja el cálamo de su pluma en el tintero y escribe: "Bella flor de loto bajo la luna pálida". Mientras relee su propia composición, una sutil lágrima se desliza por su mejilla y cae sobre el fino papel de arroz. Lo seca cuidadosamente con la manga de su túnica. Poco después, comprueba que queda suficiente tinta en el cálamo y firma con elegante trazo la sentencia a muerte de quince campesinos que esta mañana osaron pedir una reducción de tributos a las puertas de palacio.



CÍRCULO

El posadero me dice que sólo queda una habitación libre y, a continuación, me advierte de que nadie quiere ocuparla nunca, puesto que en ella se cometió -hace ya veinte años- un crimen horrendo. Le aseguro que no soy supersticioso y me da la llave. Entro en la habitación: hay en ella una cama de hierro, una mesita, una silla, un lavabo. No necesito nada más. Cuando anochece, salgo a dar una vuelta. Una mujer me aborda por la calle. Le pido que me acompañe a la posada. Una vez en la habitación, la degüello mientras la estoy penetrando por detrás. Luego, la abro en canal y utilizo sus órganos para escribir mensajes en las paredes. Ni yo mismo sé lo que significan. Siento sueño. Me acomodo en la cama junto al cadáver eviscerado y me duermo. Cuando despierto, veo a dos policías encañonándome con sus pistolas. Juraría que el hombre con cara de espanto que les acompaña es el posadero, aunque parece veinte años más joven. 




Narraciones pertenecientes al libro "Teatro de ceniza" de Manuel Moyano. Editorial Menoscuarto. Palencia, 2011.
En el prólogo, Luis Alberto de Cuenca declara que "leer Teatro de Ceniza supone una inmersión en el universo conceptual en que se situaban los primeros filósofos frente al mundo, admirados y confusos ante el despliegue de prodigios que se agolpaban ante sus ojos."

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