-12 Years a Slave-
EEUU, 2013
EEUU, 2013
El Racismo nos interpela.-
El título de la película lo es asimismo del libro que escribió el Sr. Solomon Northup en 1853. Afroamericano nacido libre y residente en Nueva York objeto, además, de un gran reconocimiento social por su virtuosismo con el violín.
Pese a todo ello fue engañado con una propuesta de trabajo en Washington y una vez allí drogado y sometido a la condición de esclavo. Su despertar, encadenado en un sótano, es una de las escenas más potentes de la película. Trasladado a Louisiana, la cinta nos propone un viaje al horror de la esclavitud en las plantaciones sureñas.
Steve McQueen, director de la fascinante Shame, es un cineasta británico procedente de la isla caribeña de Grenada, donde el 80 % de la población es descendiente de esclavos africanos. Según él mismo confiesa, estuvo buscando un tema que le ayudase a conocer sus orígenes. La elección me parece de lo más oportuna. Primero porque el asunto es novedoso, no hay negreros secuestrando en África a miles de negros para esclavizarlos en el nuevo mundo, sino directamente a ciudadanos norteamericanos libres.
Y segundo porque los insidiosos tentáculos del racismo y la opresión conectan con situaciones todavía actuales, como por ejemplo la trata de blancas en pleno siglo XXI (mujeres que llegan al primer mundo engañadas por las mafias y sometidas a esclavitud sexual) o incluso las condiciones de semiesclavitud laboral en que sobrevive la inmigración ilegal.
Y segundo porque los insidiosos tentáculos del racismo y la opresión conectan con situaciones todavía actuales, como por ejemplo la trata de blancas en pleno siglo XXI (mujeres que llegan al primer mundo engañadas por las mafias y sometidas a esclavitud sexual) o incluso las condiciones de semiesclavitud laboral en que sobrevive la inmigración ilegal.
La esclavitud no sólo te roba la libertad sino, más aún, niega tu condición de persona, tu más esencial humanidad.
Eligiendo este personaje y su historia, el director consigue incumbirnos de forma directa. Pero también por la caligrafía de sus planos. Al basarse en una novela que reproduce una experiencia real, parecía lógico insertar una voz en off; pero el director ha preferido eludir este artificio y escribir con intensas imágenes. La cámara siempre está muy cerca de los personajes y es notoria la abundancia de primeros planos frente a otras opciones.
Hay sobre todo un puñado de largos planos fijos que nos interpelan directamente. En uno Solomon es prácticamente ahorcado por un capataz resentido cuando otro capataz detiene el linchamiento. Con la soga al cuello, maniatado y apoyado apenas en las puntas de los pies, Solomon agoniza; pero sólo el dueño de la plantación puede decidir sobre su vida y en este trance ha de esperar largas horas.
Otro plano, asimismo magistral pero todavía más significativo, nos presenta a Solomon mirando al cielo. Acaba de recibir un atisbo de esperanza cuando un carpintero abolicionista (Brad Pitt) le promete escribir a sus amigos de Nueva York para que le socorran. La cabeza de Solomon gira lentamente y acaba mirando directamente a cámara, a nosotros. Percibimos el aliento de su esperanza y al ser un plano fijo que se alarga, podemos sentir que nos interroga.
Otras dos secuencias aparentemente inocentes, esconden una demolición. En una Solomon destroza el violín que le une a su vida anterior. En otra se acaba sumando al cántico del espiritual -Roll Jordan roll- que entonan el resto de esclavos. Estremecedora asunción.
En toda gran película sobre racismo hay un ser especialmente odioso, generalmente esclavo de sus vicios y maldad. Lo era el oficial de las SS Goeth (Ralph Fiennes) en La lista de Schindler, y también el criado negro Stephen (Samuel L. Jackson) en Django desencadenado. En el caso que nos ocupa lo es el terrateniente Epps (Michael Fassbender). La interpretación de Fassbender es antológica y la acomplejada personalidad de este personaje de lo mejor de la película. Todo el mundo lo considera un quebrantanegros por su odio furibundo, pero su forma de diversión es organizar bailes en su propio salón, donde obliga a sus esclavos a bailar los minués que toca Solomon. Odia a Patsie, una joven esclava guapa y hacendosa, pero la desea ardientemente y hasta sufre ataques de celos. De nuevo el autor elige las imágenes desnudas para retratar a este ser depravado y miserable: una noche Epps arranca a Patsie de su jergón y la viola al aire libre. Cuando termina se desprecia a sí mismo por depender de una esclava e intenta estrangularla. Todo es violentísimo y sin palabras.
Asimismo retorcido es el uso de la religión para justificar la esclavitud. Los terratenientes de las plantaciones suelen leer la Biblia a sus cuadrillas. Por supuesto eligiendo cuidadosamente los textos que aseguran el statu quo (¡anda!, esto me suena).
La nómina de actores es monumental: Michael Fassbender y Chiwetel Ejiofor como protagonistas; pero ¡qué secundarios!. Benedict Cumberbach, Paul Giamatti y el propio Brad Pitt, que además ejerce de productor y se reserva un corto pero lucido papel.
También Paul Dano cuyos papeles secundarios (Prisioneros) poseen una intensidad inusitada. Y Sarah Paulson, inmensa actriz que aquí ejerce de dañina esposa de Epps y que ya lució su categoría en series como American Horror Story: Asylum o la insuficientemente valorada Studio 60 on the Sunset Strip. Todos suman su talento a una película que lo desborda.
También Paul Dano cuyos papeles secundarios (Prisioneros) poseen una intensidad inusitada. Y Sarah Paulson, inmensa actriz que aquí ejerce de dañina esposa de Epps y que ya lució su categoría en series como American Horror Story: Asylum o la insuficientemente valorada Studio 60 on the Sunset Strip. Todos suman su talento a una película que lo desborda.
Quisiera destacar además, la sobriedad de la música de Hans Zimmer que establece un sentido diálogo con el ritmo de las imágenes.
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