Siempre me ha fascinado este relato de corte policial construido a partir de una simple frase de la que el profesor Nick Welt va desgranando sus brillantísimas deducciones. Magnífico.
Hice
el papel de tonto con un discurso que pronuncié‚ en la comida del Good Government
Association; Nicky Welt me acorraló al día siguiente, mientras desayunábamos en
el Blue Moon, lugar donde íbamos siempre que teníamos deseos de encontrarnos.
Había cometido el error de salirme del discurso que llevaba preparado, para criticar
una afirmación que hizo a los diarios mi antecesor en el puesto de fiscal.
Saqué una cantidad de conclusiones de la tal afirmación, quedando así a merced
de refutaciones que no tardaron en producirse; esto me dejó como un intelectual
deshonesto.
Yo
era nuevo en este asunto de la política; hacía apenas unos meses que había dejado
la Law School para convertirme en el candidato del Partido Reformista al cargo
de fiscal. Lo que antecede es a modo de disculpa, pero Nicholas Welt, que jamás
abandonaba sus maneras pedagógicas (era profesor de Lengua y Literatura Inglesas
en Snowdon), me contestó en el mismo tono que hubiera empleado para negar la
petición de algún estudiante del curso secundario.
—No
es una excusa —me dijo.
A
pesar de no ser más de dos o tres años mayor que yo (y estamos doblando la curva
de los cuarenta), siempre me trata como un profesor a un alumno particularmente
estúpido. Y yo, tal vez por lo mucho más viejo que se ve con el pelo blanco y
su parecido a un gnomo, soporto sus lecciones.
—Fueron
conclusiones muy lógicas dije en tono suplicante.
—Mi
querido muchacho —dijo quedamente—, aunque sea casi imposible no sacar
conclusiones de lo que leemos u oímos, generalmente estas conclusiones son
erróneas. En la profesión de abogado, estos errores se producen en un elevado
porcentaje, ya que en este caso la intención no es descubrir lo que se desea
comunicar,
sino más bien lo que se desea ocultar.
Tomé
mi cuenta y me levanté. Al hacer esto le dije:
—Me
imagino que te refieres al interrogatorio de testigos en la sala de Tribunales.
Bien en estos casos siempre está la parte contraria que rechazará cualquier conclusión
ilógica.
—¿Quién
habló de lógica? —replicó—. Una conclusión puede ser lógica, y no por eso ser verídica.
Me
siguió hasta la caja, donde pagué mi consumición; después esperé impaciente
mientras Nick rebuscaba en un monedero pasado de moda, y pescaba varias monedas
una por una, colocándolas en el mostrador al lado de su cuenta; pero descubrió
que el total era insuficiente. Las deslizó otra vez en su monedero y con un
suspiro de pesadumbre sacó un billete del prehistórico monedero, y se lo dio al
cajero.
—Dime
una frase de diez o doce palabras —me dijo Nick—, y te armaré una cadena de
conclusiones lógicas que ni soñaste al construir la frase.
Como
el espacio era reducido, y seguían llegando clientes a la caja, decidí salir y
esperar en la acera que Nick terminara su operación con el cajero. Me acuerdo que
me divirtió la idea de que Nick pensara que yo estaba todavía a su lado,
escuchando su perorata.
Cuando
se me reunió, le dije:
—El
caminar nueve millas no es broma, especialmente si está lloviendo.
—No,
no lo es —dijo distraídamente. De pronto, detuvo sus pasos, y me miró en forma
inquisitiva—. ¿De qué diablos estás hablando?
—Es
una frase y tiene once palabras —dije repitiendo la frase, al mismo tiempo que
contaba las palabras con los dedos.
—¿Y
qué quiere decir?
—Me
dijiste que si hacía una frase de diez o doce palabras...
—¡Ah
sí! —me miró con desconfianza—. ¿De dónde la sacaste?
—Se
me ocurrió. Vamos, saca tus conclusiones.
—¿De
veras? —preguntó mientras los ojillos le brillaban—. ¿En verdad lo deseas?
Era
muy de Nick el desafiar a alguien y después demostrar gozo cuando se le aceptaba.
Esto me hizo enojar.
—Habla
o cállate—le dije.
—Muy
bien, no te enojes. Acepto. Hum... ¿Cómo era la frase? "El caminar nueve
millas no es broma, especialmente si está lloviendo." No hay mucho
material.
—Son
más de diez palabras.
—Bien
—su voz se fue haciendo brusca a medida que iba estudiando mentalmente el
problema—. Primera conclusión: el sujeto está molesto.
—De
acuerdo dije, aunque en realidad es una conclusión un poco rebuscada; la afirmación
lo implica.
Nick
asintió impaciente.
—Segunda
conclusión: la lluvia no estaba prevista; si no, hubiera dicho: "El caminar
nueve millas bajo la lluvia no es broma", en lugar de colocar la frase "bajo
la lluvia" al final, precedida del adverbio "especialmente", que
está indicando a las claras una idea que se le ocurrió después.
—Lo
dejo pasar, aunque es obvio.
—Las
primeras conclusiones deben ser obvias.
No
dije nada; me pareció que se había metido en camisa de once varas, y no quería
hacérselo notar.
—La
siguiente conclusión es que el sujeto no es un atleta ni afecto al aire libre.
—Explícame
eso.
—Otra
vez la palabrita "especialmente". El sujeto no dice que una caminata
de nueve millas no es broma bajo la lluvia, sino que la distancia, fíjate, no
es broma. Ahora bien, nueve millas no constituyen una distancia tan larga; se
camina más de la mitad de esa distancia en diez y ocho hoyos de golf, y el golf
es un juego de viejos —y agregó con modestia—: Yo juego al golf.
—Eso
está muy bien en circunstancias comunes—dije—, pero hay otras posibilidades. El
sujeto puede ser un soldado en la jungla; en este caso, no sería ninguna broma,
con o sin lluvia.
—Si
—Nicky se puso sarcástico. También puede ser un individuo con una sola pierna; o un graduado que está escribiendo su
tesis sobre gustos, y que empieza por anotar todas las cosas que no son
divertidas. Antes de continuar te voy a confiar dos presunciones.
—¿Qué
quieres decir? —pregunté desconfiado.
—Recuerda
que tomo la frase tal como me la presentaste, sin pretender saber quién la
dijo, ni en qué circunstancias. Generalmente, una frase encaja en el marco de
una situación.
—Ya
veo. ¿Cuáles son tus presunciones?
—En
primer lugar, presumo que la frase no tiene una intención frívola; el sujeto se
refiere a una caminata efectuada, y no con el propósito de hacer ejercicio, ni de
ganar alguna apuesta, o algo por el estilo.
—Me
parece lógico y razonable.
—También
presumo que la caminata tuvo lugar par aquí cerca.
—¿En
Fairfield?
—No
necesariamente aquí, sino por esta zona.
—Probable.
Boston - The Landmark |
—Entonces,
si aceptas estas presunciones, tienes también que estar de acuerdo conmigo en
la conclusión que saqué: el sujeto no es un atleta ni aficionado al aire libre.
—Bueno,
muy bien; sigue.
—Mi
otra conclusión es que la caminata se realizó a altas horas de la noche, o muy
temprano par la mañana; digamos entre medianoche y las cinco o seis de la mañana.
—¿De
dónde sacas eso?
—Por
la distancia de nueve millas. Estamos en una zona bastante poblada; cualquier
camino que tomes te llevará a algún pequeño pueblo, mucho antes de recorrer
nueve millas. Por ejemplo, Hadley está a cinco millas; Hadley Falls, a siete
millas y media; Goreton está a once, pero East Goreton está antes, y la
distancia para llegar a este último lugar es de ocho millas. Hay trenes para
Goreton; y para las demás localidades, hay servicio de autobús. Los caminos
están siempre muy concurridos. Entonces dime: ¿Por qué tuvo alguien que caminar
nueve millas bajo la lluvia, si no fue a altas horas de la noche, o por la
madrugada, momentos en los cuales los medios de transporte son escasos, y en
los que un conductor particular difícilmente hará subir a su vehículo a un
desconocido?
—Tal
vez no quiso ser visto —sugerí yo, Nick me miró con lástima.
—¿Te
parece menos visible ir solo por un camino, y no mezclado entre el público de
un tren o de un autobús que generalmente está enfrascado en la lectura de algún
diario?
—Está
bien, no insisto —dije con brusquedad.
—A
ver qué te parece esto, iba hacia una ciudad, más bien que de una ciudad.
Yo
asentí.
—Es
casi seguro. Si hubiera estado en una ciudad, le habría sido fácil combinar
algún medio de transporte. ¿En eso te basas para tu conclusión?
—En
parte —dijo Nick—, pero también saco una conclusión de la distancia.
Recuerda
que es una caminata de nueve millas, y nueve es un número exacto.
—Lamento
no comprender.
El
gesto exasperado del maestro de escuela apareció en la cara de Nick.
—Supongamos
que dices que hiciste "una caminata de diez millas", o "un paseo
en coche de cien millas". Yo puedo pensar que caminaste entra ocho o doce millas,
o que manejaste un auto durante ochenta o ciento diez millas. Diez y ciento no
son números exactos, puedes haber caminado exactamente diez millas o aproximadamente
diez millas; pero cuando dices que caminaste nueve millas, yo tengo derecho a
suponer que la distancia fue exactamente nueve millas. Ahora bien, podemos
saber con más exactitud la distancia a la ciudad, desde un punto dado, que
saber la que existe desde la ciudad a un punto dado. Por ejemplo, si le preguntas
a una persona de aquí, a qué distancia esta la granja de Brown, y siempre que
la conozca bien, te dirá que hay unas tres o cuatro millas. Pero pregúntale al
granjero Brown en persona cuánto hay desde su granja hasta la ciudad y te dirá:
"Tres millas, seiscientas, y lo sé, porque más de una vez he medido la
distancia con el cuentakilómetros".
—Es
algo débil, Nick —dije.
—Pero
en comparación con la tuya de que si hubiera salido de la ciudad, hubiera podido
arreglar algún medio de transporte...
—Si,
tienes razón; te dejo seguir. ¿Algo más?
—Ahora
empiezo a dar en el clavo —se jactó—. Otra conclusión que saco es que debía
estar en un lugar determinado a una hora exacta, no se trataba de ir en busca
de ayuda porque su coche estaba estropeado, o su esposa enferma, o porque
hubieran entrado ladrones en su casa.
—¡Por
favor! La avería del coche me parece la conclusión más probable; la distancia
la podía conocer muy bien, si había controlado el cuentakilómetros al salir de
la ciudad.
—No;
en un caso así, lo más probable es que se hubiera acomodado en el asiento
trasero para dormir o, en el peor de los casos, parado al lado del coche con el
objeto de llamar la atención del primero que pasara. Recuerda que se trata de
nueve millas. ¿Cuánto tiempo dices que se necesita para recorrerlas a pie?
—Cuatro
horas —contesté.
Nick
asintió.
—Y
nada menos, teniendo en cuenta la lluvia. Nos hemos puesto de acuerdo en un
punto, y éste es que la caminata la realizó a altas horas de la noche o muy temprano
por la mañana. Si el desperfecto del auto se produjo a la una de la mañana, no
hubiera podido llegar a la ciudad antes de las cinco, a esa hora ya circulan
muchos vehículos por los caminos. Los autobuses son los que empiezan a circular
un poco más tarde, a eso de las cinco y media. Por lo demás, no tenía necesidad
de caminar hasta la ciudad misma; lo más natural hubiera sido que llegara sólo
al teléfono más cercano. No, no me cabe la menor duda que tenía una cita en una
ciudad, y algo más temprano de las cinco y media.
—¿Y
por qué no ir antes y esperar? Podía tomar el último autobús, llegar a eso de
la una, y esperar el momento de la cita. En lugar de hacer eso, caminó nueve millas
bajo la lluvia y, según dices, no es ningún atleta.
Íbamos
a esta altura de nuestra conversación, cuando llegamos al edificio de la Municipalidad,
donde está mi oficina. Generalmente, nuestras discusiones empezaban en el Blue
Moon y terminaban a la entrada de la Municipalidad; pero como esta vez me
encontraba realmente interesado en las demostraciones de Nick, le sugerí que
subiera un momento a mi oficina.
Cuando
nos sentamos, le pregunté:
—¿Qué
me contestas, Nicky? ¿Por qué no pudo llegar más temprano, y esperar?
—Pudo,
pero no lo hizo. Debemos presumir que, por alguna causa, perdió el último
autobús; o si no, que debía esperar en el lugar en que estuviera alguna señal o
una llamada telefónica.
—Según
tú, tenía una cita entre la medianoche y las cinco y media...
—Podemos
acercarnos mucho más a la hora exacta. Recuerda que la caminata le lleva cuatro
horas; el último autobús deja de circular a las doce y media de la noche. Si él
no lo toma, y empieza a caminar a esa hora, no llega antes de las cuatro y
media. Por otro lado, si toma el primer autobús, llegará a las cinco y media aproximadamente.
De esto se deduce que su cita se debía efectuar entre las cuatro y media y las
cinco y media.
—Ya
veo, quieres decir que si la cita era antes de las cuatro y media, hubiera tomado
el último autobús, si era después de las cinco y media, hubiera tomado el primero
de la mañana.
—Eso
mismo. Y otra cosa más, si esperaba una señal o una llamada telefónica, éstas deben haberse producido no mucho más
tarde de la una de la madrugada.
—Lo
que significa que habrá empezado a caminar alrededor de la una de la mañana.
Nick
asintió y se quedó silencioso; par alguna razón que no me pude explicar, no
quise interrumpir sus pensamientos. En la pared colgaba un mapa del condado, y
me acerqué a mirarlo.
—Tienes
razón, Nick —dije por sobre el hombro—, no hay ninguna ciudad a nueve millas de
Fairfield; éste es el centro de una cantidad de pequeños pueblos.
Nick
se acercó a mirar el mapa.
—No
tuvo que ser precisamente Fairfield dijo despacio; fíjate en otros lugares, Hadley
por ejemplo.
—¿Hadley?
¿Y quién pudo tener algo que hacer a las cinco de la mañana en Hadley?
—El
Washington Flyer se detiene más o menos a esa hora en Hadley para cargar agua.
—Acertaste
otra vez. Más de una noche en que no he podido dormir lo he oído cuando entra
en la estación y casi en seguida el reloj de la Iglesia Metodista da las cinco
—me acerqué a mi escritorio para consultar un horario de trenes—. El Flyer sale
de Washington a las doce y cuarenta y siete de la noche y llega a Boston a las
ocho de la mañana.
Nick
estaba midiendo distancias en el mapa con un lápiz.
—Exactamente
a nueve millas de Hadley está la hostería de Old Sumter —dijo Nick.
—La
hostería Old Sumter —repetí haciendo eco—. Pero ahí pudo contratar un medio de
transporte, como en una ciudad.
Nick
negó con la cabeza.
—Los
vehículos se guardan en un lugar cerrado; hay que hablar con un encargado que
controla los pedidos; le sería muy fácil recordar a alguien que pidiera un auto
a esa hora. Es un lugar un poco conservador. Mejor es que hubiera esperado en
su habitación la llamada telefónica, tal vez de Washington, para darle el número
de vagón y el de la litera. Todo lo que le quedaba que hacer era salir de la hostería
y caminar hasta Hadley.
Lo
miré como hipnotizado.
—Tampoco
iba a ser muy difícil subir al tren mientras estaba detenido para cargar agua;
entonces, si sabía el número del vagón y el de la litera...
—Nick
—dije excitado—, a pesar de que como fiscal y miembro del Partido Reformista he
propalado una campaña basada en un programa económico, voy a gastar un poco de
dinero que pagan los contribuyentes en hacer una llamada de larga distancia a
Boston. ¡Es ridículo, no lo puedo creer... pero lo haré! Los ojillos azules
relampaguearon, y se humedeció los labios.
—Manos
a la obra —dijo roncamente.
Cuando
terminé de hablar por teléfono, le dije a mi amigo:
—Nick,
ésta es tal vez la coincidencia más notable en los anales de la investigación
criminal: ¡Han encontrado a un hombre asesinado en una litera del tren que
salió anoche desde Washington a las doce y cuarenta y siete! Hacía tres horas más
o menos que estaba muerto, lo que viene a colocar el crimen a la altura de Hadley.
—Me
imaginé algo por el estilo dijo Nick—. Pero estás equivocado al calificar esto
de coincidencia. No lo es. ¿De dónde sacaste esa frase?
—Una
simple frase; se me ocurrió y te la dije.
—¡No
puede ser! Esa no es la clase de oración que se le ocurre a uno de pronto. Si
tú hubieras enseñado gramática y composición como yo, sabrías que cuando se le
pide a alguien que forme una frase de más o menos diez palabras, siempre
resulta algo así como "Me gusta la leche...", y algunas otras
palabras para darle más sentido, como, par ejemplo: "Es buena para la
salud..." En cambio, la frase que tú dijiste se relacionaba demasiado con
una situación particular.
—Pero
yo no hablé con nadie esta mañana, y sólo tú me acompañabas en el Blue Moon.
—No
estabas conmigo mientras yo pagaba dijo con brusquedad—. ¿No encontraste a
nadie cuando me esperabas en la acera?
Sacudí la cabeza con
desaliento.
—Te esperé menos de un
minuto. Sólo recuerdo a dos hombres que llegaron mientras buscabas el cambio;
uno de ellos me empujó y entonces pensé en esperar...
—¿Los habías visto antes?
—¿A quiénes ?
—A esos dos hombres —dijo
en tono exasperado.
—Yo... no, no eran caras
conocidas.
—¿Estaban hablando?
—Creo que sí; sí... Y
parecían muy absortos en lo que hablaban; creo que por eso me empujó uno de
ellos.
—No van muchos
desconocidos al Blue Moon —me hizo notar Nick.
—¿Crees que se trata de
ellos? dije esperanzado—. Me parece que los reconocería si los volviera a ver.
Los ojos de Nick se
achicaron.
—Es posible, tienen que
ser dos, uno para seguir a la víctima y comprobar el número de la litera, el
otro para esperar aquí y hacer el trabajo. El de Washington tuvo que venir
aquí, ya que si se trata de un crimen con fines de robo entre dos, se podían dividir el producto. Si fue
solamente un crimen, el de allá tuvo que venir a pagar a su ayudante.
Me acerqué al teléfono.
—Hace menos de media hora
que salimos del Blue Moon —Nick continuó—, en el momento en que ellos entraban,
y el servicio en ese lugar es muy lento. El que caminó las nueve millas debe de
estar hambriento y el otro probablemente viajó toda la noche desde Washington.
—Llámeme inmediatamente en
cuanto haga un arresto —dije, y colgué‚ el receptor del teléfono.
Ninguno de nosotros habló
mientras esperábamos la llamada. Ni nos atrevíamos a mirar, como si hubiéramos
hecho algo vergonzoso.
La campanilla nos sacó de
la situación. Escuché y colgué.
—Uno de ellos trató de
escaparse por la cocina dije a Nick—. Pero Winn tenía un hombre estacionado en
la puerta de atrás y lo pescaron.
—Eso parece que nos da la
prueba —dijo Nick con una helada sonrisita.
Yo asentí, y Nick miró su
reloj.
—¡Oh! —exclamó—. Quería
empezar temprano esta mañana, y he perdido todo el tiempo contigo.
Lo acompañé hasta la
puerta.
—Nick escucha —le dije
cuando ya se iba—. ¿Qué querías probar?
—Que una cadena de
conclusiones puede ser lógica y no verídica —me contestó.
—¡Ah!
—¿De qué te ríes? —me
preguntó, y después también se echó a reír.
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Este cuento está incluido en el libro Los mejores cuentos policiales, seleccionados por Bioy y Borges junto a otros de autores más reconocidos. El autor lo presentó a un concurso de la revista Ellery Queen´s Mystery Magazine, donde fue seleccionado por un jurado. Aparte de numerosos cuentos Kemelman es autor de una serie de novelas protagonizadas por el detective y rabino David Small cuya imagen de treintañero, gafoso y despistado oculta una personalidad conservadora aunque no ortodoxa y una erudición en el Talmud que aplica a sus investigaciones.
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