de James Wan
Película de terror de corte clásico que volviendo a los elementos básicos del género logra escalofriarnos en la butaca.
Se basa en una historia real y esto, que otra veces es un mero gancho de publicidad, el director lo transforma en el sello definitorio de esta película sobre una casa encantada. La primera parte expone de un modo muy realista el alojamiento de la familia Perron en la casa y sus primeros contactos con las presencias que allí habitan. También nos presenta a los Warren, matrimonio de investigadores paranormales que da conferencias en la Universidad y colabora con la Iglesia. A pesar de que su enfoque es de lo más científico, inauguran la cinta con el caso de una muñeca diabólica realmente espeluznante. Este primer avance ya nos coloca en situación: el terror estará en las antípodas del gore y se basará en un suspense que se irá cargando como un resorte hasta que la tensión resulte insoportable.
Podemos decir que la historia es convencional. Lo es sin ninguna duda. Pero no la película, que resulta estimulante y gozosa. Dota de nuevo brillo a los mecanismos clásicos del terror, puertas, sótanos y juegos infantiles. Al realismo de la presentación se une una cámara mucho más estática de lo habitual en este género. Recogiendo los valores narrativos de Paranormal activity, la cámara actúa como testigo y sus modos se traducen en verosimilitud. Realizada con convicción y un ritmo muy propio, James Wan hace como el físico Leo Szilard cuando anunció a su amigo, Hans Bethe, que estaba pensando en escribir un diario: "No me propongo publicarlo. Me limitaré a registrar los hechos para que Dios se informe". "¿Tú crees que Dios no conoce los hechos?", preguntó Bethe. "Sí -dijo Szilard-. Él conoce los hechos, pero no conoce esta versión de los hechos". (Cita que abre el maravilloso libro Una breve historia de casi todo de Bill Bryson.
Wan recoge con inteligencia el testigo de películas clásicas como El Exorcista o Terror en Amityville. El guión huye del efectismo y mantiene un avance constante que te deja sin respiro.
El peso de la narración, como es canónico en el terror, cae sobre las figuras femeninas: Lili Taylor como la madre Perron y Vera Farmiga como Lorrain Warren, nos conducen desde la vulnerabilidad hasta la determinación ante estas fuerzas ancestrales. Ellas son las que nos transmiten el escalofrío en escenas tan logradas como la de las palmas y la posesión de la primera o la del espejito de la segunda.
Lo mejor que hace el director es volvernos creyentes. Logra que aparquemos nuestro escepticismo. A una aproximación al tema muy convincente se suma un gran trabajo de ambientación en aquellos maravillosos y terribles setenta: coches, vestimentas y tecnología nos trasladan con verosimilitud a una época más inocente, donde nuestra retina estaba limpia de efectos digitales tan fáciles como falsos.
La técnica narrativa es impecable a través de la composición de planos y el control del espacio con la cámara. Uno de los mayores aciertos es mantener el plano fijo hasta hacernos dudar. Por ejemplo, en la escena con las dos hermanas dormidas. A una le dan un tirón de la pierna y despierta a la otra. Le dice que hay alguien tras la puerta, ¡¿no lo ves?!. La hermana no lo ve y la cámara mantiene el plano hasta hacernos partícipes de esa zona oscura.
El director cree en su historia y su modo de contarla nos hace creer.
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