jueves, 10 de agosto de 2023

OPPENHEIMER - de Christopher Nolan




Me llama poderosamente la atención cómo Christopher Nolan salta en su filmografía desde la fantasía y la ciencia ficción a la Historia más erudita. La trilogía Batman, Interstellar, Memento, Incepción o Tenet son thrillers con un alto grado de imaginación que se sitúan en las antípodas de otros dos filmes suyos, Dunquerque y esta Oppenheimer, verdaderas recreaciones dramáticas de dos de los momentos más trascendentales de la Historia reciente. Algo parecido ha venido haciendo Clint Eastwood en sus últimos trabajos, en los que se ha centrado en retratar a los más recientes “héroes” americanos con desigual fortuna, tal y como se puede ver en Sully, Richard Jewell, J. Edgar o El Francotirador (American Sniper). Será porque el vuelo de la imaginación necesita reposar de vez en cuando en la más desnuda realidad.

Viene esto a cuento de que yo particularmente no soy muy proclive a las películas estrictamente históricas; me parece que los hechos históricos son un corsé demasiado rígido como para lograr trascenderlo y armar un drama o una intriga. Dicho esto, tengo que reconocer que este recorrido por la figura de Robert J. Oppenheimer, conocido como el “padre de la bomba atómica” reúne las calidades de un gran drama centrado en la personalidad contradictoria de este genial físico.

Leo en muchas críticas que se trata de una película grandilocuente –muy del estilo de Nolan- y no sé en qué se basan para decirlo. Parece tratarse de una muletilla que siempre hay decir cuando se habla de Nolan. En cambio, lo que yo veo es que dos de los asuntos más épicos en los que se vio implicado Oppenheimer, casi se nos escaquean del metraje. Uno es el montaje de una ciudad entera desde cero, en el paraje desierto de Los Álamos, para llevar a cabo contra reloj las investigaciones y pruebas de la bomba atómica. Tras el intercambio de un par de frases entre Oppenheimer y el general Leslie Groves (Matt Damon), a continuación ya se nos muestra funcionando. Entremedias no ha habido ni un solo plano épico de construcción, traslado de masas o tropas o música rimbombante. 


Lo mismo ocurre con la prueba definitiva de la explosión de la bomba y el traslado posterior de las dos que caerán sobre Hiroshima y Nagasaki. Sí que es verdad que la primera explosión atómica tiene el suspense de si funcionará o no y hasta qué punto (si la explosión incendiará la atmósfera y destruirá el mundo); pero la secuencia es muy corta y no se recrea con esos planos habituales de la onda expansiva y la volatilización de objetos que suelen regalarnos. Se trata de una explosión real (ya sabemos que Nolan prefiere el rodaje físico al CGI) pero se puede decir que es escueta e instrumental, ya que sólo sirve para señalar el éxito de “Oppie”. En cuanto al traslado de las dos bombas, simplemente las vemos salir de Los Álamos en sendos camiones y a continuación ya se nos muestran sus efectos pero a través de los noticiarios.

No significa esto que ambos asuntos sean secundarios en la trama, sino más bien que están alrededor de quien ocupa de verdad el punto central, el propio Oppenheimer. Y es que la película trata de la vida, el carácter y las preocupaciones de este hombre menudo, inteligentísimo, culto y mujeriego más que de la bomba que logró fabricar. En este sentido la cinta podría haberse titulado “Oppie”, su apelativo íntimo, dado que la película se centra en explorar su infinita curiosidad intelectual, sus devaneos con la política y las mujeres o su evolución intelectual, que le llevó desde EEUU a Europa para subirse al carro de los vanguardistas estudios sobre la física cuántica para volver con este background a Norteamérica e implicarse en la gestión y desarrollo  del Proyecto Manhattan. Todo ello sin olvidar el amargo trago al que fue sometido tras la guerra, con una humillante audiencia de seguridad al más burdo estilo "caza de brujas" del senador McCarthy, que trató de hundirlo y desprestigiarlo.

Es en esta experiencia vital donde encontramos material del bueno....o al menos el que más me interesa a mí.


Christopher Nolan se ha basado en la biografía escrita por Kai Bird y Martin Wherwin, El Prometeo americano, para poder mostrar a un hombre tan complejo y contradictorio como J. Robert Oppenheimer: un tipo solitario, meditabundo y esteta; versado en poesía, textos espirituales y filosóficos. Estudió literatura e idiomas (llegó a aprender italiano en un mes) y leía los diálogos de Platón en griego.

Lo que más me atrae de la película es su capacidad para inocular tensión dramática en los puros hechos históricos, sobre todo en los dos últimos tercios de la película puesto que el primero es más descriptivo e histórico: cuando Oppenheimer se traslada a Europa para incorporarse a la pujante corriente de estudios centrada en la novedosa mecánica cuántica. Allí se codeó con científicos de primerísima magnitud, como Max Born, Wolfgang Pauli, Otto Hahn, Paul Dirac o Enrico Fermi. E incluso acudió a Alemania para estudiar junto a Werner Heisenberg, el físico teórico que posteriormente, en plena 2ª Guerra Mundial, lideró el intento nazi de fabricar la bomba atómica. También tendría relación con Pascual Jordan, John Von Neumann y Edward Teller. Algunos de estos científicos se integrarían posteriormente en el Proyecto Manhattan y en concreto este último, Teller, mantendría una amarga disputa con Oppenheimer por ansiar continuar los experimentos para conseguir una bomba más potente, la de hidrógeno.

En los dos siguientes tercios de la película, centrados en la prueba de la bomba y la audiencia de seguridad, es donde Nolan logra introducir una gran tensión dramática, muy bien respaldada por la banda sonora de Ludwig Göransson, capaz de potenciar las imágenes y convertir los silencios en algo muy elocuente.



La parte central de la película se ocupa de la puesta en marcha del Proyecto Manhattan y ahí es donde podemos apreciar esa personalidad brillante y práctica del físico, capaz de poner en pie desde cero tanto una ciudad secreta habitada por docenas de científicos como desarrollar una I+D absolutamente vanguardista que le llevó a detonar la primera bomba atómica de la historia. Esta prueba se denominó Trinity y tuvo lugar el 16 de julio de 1945 ante 425 personas que fueron testigos de ese primer resplandor atómico.

En entrevistas realizadas en la década de 1960, Oppenheimer afirmó que, después de ver el terrorífico hongo nuclear, le vino a su mente una línea del texto sagrado hindú Bhagavad Gita: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».​

Oppenheimer fue consciente desde el primer momento de la enorme capacidad destructiva de las bombas atómicas y enseguida se posicionó en contra de su uso por países individuales, proponiendo un estricto control internacional. Terminada la guerra, Oppenheimer presentó su renuncia como director del Laboratorio de Los Álamos, retornando a la Universidad CalTech. Se convirtió en asesor de la Comisión de Energía Atómica estadounidense, puesto desde el que abogó por el control del armamento atómico y presionó en contra del desarrollo de armas más potentes, como la bomba de hidrógeno. 

Este nuevo posicionamiento de Oppenheimer tuvo como resultado que, en 1954, el gobierno de EEUU le abriera una investigación para determinar su fiabilidad y lealtad como asesor de seguridad nuclear. 

Aunque el relato de la fabricación de la bomba es el punto culminante en cuanto a la Historia, en la película hay dos asuntos más íntimamente dramáticos que ejercen de suculento contrapunto. Uno es el posible espionaje con el que algún miembro del Proyecto estaba beneficiando a Rusia y el otro, la relación que durante años mantuvo Oppie con su amante Jean Tatlock (Florence Pough). Ambos se amaban y tenían encuentros periódicos pero se trataba de una extraña relación de amor/odio que acabó llevando a la vulnerable Tatlock hasta el suicidio.
 


Por su parte la investigación a la que se somete a Oppenheimer por sus contactos izquierdistas nos deja con la boca abierta. Un héroe nacional, capaz de abrir una nueva era en la humanidad (aunque fuese para colocarla al borde del abismo) fue humillado sin contemplaciones por los estamentos políticos más reaccionarios que actuaron en defensa de su statu quo. Esta persecución política lo alejó de la vida pública hasta que en 1963, el presidente Lyndon B. Johnson le hizo entrega del Premio Enrico Fermi rehabilitándolo.

Estos dos asuntos son los que tienen mayor enjundia en la película y de ello se benefician sus dos protagonistas. Florence Pough vuelve a lucir su inmenso talento interpretando a la perturbada Jean Tatlock y Robert Downey Jr. nos demuestra su categoría dramática interpretando a Lewis Strauss, alto cargo de la Comisión de Energía y urdidor en la sombra de la audiencia del desprestigio sobre Oppenheimer. Ambos exprimen sus papeles, cosa que no tienen oportunidad el resto del lujoso elenco que desfila por la pantalla: Emily Hunt, Rami Malek, Josh Harnett, Matthew Modine e incluso Kenneth Branagh y Gary Oldman; este último interpretando al presidente de EEUU Harry S. Truman en una escena memorable, cuando Oppenheimer le confiesa que "siente que tiene sangre en las venas" y el presidente le contesta que no se preocupe y que le deje a él mancharse con ella. Cillian Murphy está genial a nivel fotogénico. Su sombrero, su cigarrillo sempiterno y su mirada inquisitiva  imitan perfectamente a la imagen que tenemos de Oppenheimer, pero su recorrido interpretativo es escaso. Peca de hieratismo, como si viviese permanentemente bajo el peso de su creación, sin poder ofrecer otra variedad de emociones. Aunque es verdad que el peso debió ser terrible dadas las consecuencias de su trabajo.  

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