viernes, 12 de abril de 2024

EL TÚNEL - de Ernesto Sábato




No sé por qué en las últimas semanas mi vista se ha venido posando en noticias de prensa que hablaban del aumento de la soledad en nuestra sociedad, así como de la incomunicación que asola nuestras relaciones personales tan chisporroteantes de redes sociales. Y de pronto me encontré ante el estante donde descansa este librito de Ernesto Sábato, tan menudo y abismal como un punto impreso que albergase un agujero negro. Está claro que el recuerdo de su gravedad me impulsó a releerlo.

La novela posee una intensidad inusitada. Está narrada por una primera persona atormentada y tiene un comienzo fulgurante y abrupto: «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne». Las posteriores páginas nos arrastrarán hasta el fondo de una mente febril y desesperada. La novela toma la forma de una confesión sobre las motivaciones de un crimen que ya ha sido cometido y que es contado por el narrador con «la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme».

Este súbito comienzo por el desenlace hace que se nos imponga el punto de vista del narrador, el cual nos impele a descubrir las circunstancias personales que le llevaron al crimen.

La acción se inicia en 1946, en la ciudad de Buenos Aires. En la galería donde expone sus pinturas, Castel se da cuenta de que una mujer, María Iribarne, contempla con atención una escena marginal en una de sus telas. El caso es que muchas personas han pasado indiferentes ante la obra; pero María lleva un rato allí, observando una imagen que para el pintor es primordial. En esta circunstancia Castel siente que esa mujer es única por haber sido capaz de discernir el simbolismo de aquella imagen: una mujer absorta ante el mar es vista a través de una ventana. Ahí comenzará su obsesión por María, quizás la única persona en el mundo capaz de comprenderlo.
"Cuando ella se detuvo frente a mi cuadro y miró aquella pequeña escena sin oír ni ver la multitud que nos rodeaba, ya era como si nos hubiésemos tuteado y en seguida supe cómo era y quién era, cómo yo la necesitaba y cómo, también, yo le era necesario”

Juan Pablo Castel es un hombre solitario y pesimista, misántropo e introvertido, metódico y un tanto paranoico. Busca un puente por el que escapar de un mundo de soledad y caos. Como buen artista plástico ve su vida entera resumida en una imagen, metáfora del tormento de soledad que lo engulle, un túnel: «...Un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida».

De alguna forma el túnel representa una visión metafísica del existir, del mismo modo que Castel, como hombre, representa a todos los hombres arrojados a este mundo caótico en el que siente que no encaja. De ahí su pesimismo y su reacción desmesurada ante la posibilidad de haber encontrado a la persona ansiada.

Sábato supo perfilar en esta novela la soledad metafísica ("ansiosa y absoluta") que se cernía sobre el hombre del siglo XX. Las primeras críticas señalaron el profundo análisis psicológico del protagonista por un lado y la descomposición moral de un hombre aplastado por la soledad y la incomunicación por otro. Un palpitante recorrido por los tortuosos laberintos de la psicología a la par que por los precipicios del existencialismo. No en vano la obra fue refrendada por el mismísimo Albert Camus ante la crítica mundial. En todo caso la neurosis de Castel es obvia y, quizas, ahí podría rastrearse un sustrato autobiográfico relacionado con las depresiones que el propio autor declaró haber sufrido.

"Obsesión" de Curiaqui, 2020

Abruma el poder de introspección y análisis del protagonista. Es capaz de inflamar pequeños detalles insignificantes hasta convertirlos en teorías que navegan raudas por su obsesión: «Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertiginoso ballet». Castel llega a describir tres sueños que nos muestran su estado de confusión y angustia, sumergiéndonos de golpe en su subconsciente:
"Tuve este sueño: visitaba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa en cierto modo conocida e infinitamente ansiada por mí desde la infancia, de manera que al entrar a ella me encontraba perdido en la oscuridad o tenía la impresión de enemigos escondidos que podían asaltarme por detrás o de gentes que cuchicheaban y se burlaban de mí, de mi ingenuidad. ¿Quiénes eran esas gentes y qué querían? Y sin embargo, y a pesar de todo, sentía que en esa casa renacían en mí los antiguos amores de la adolescencia, con los mismos temblores y esa sensación de suave locura, de temor y de alegría. Cuando me desperté, comprendí que la casa del sueño era María". 
La confesión de Castel se acaba convirtiendo en el relato de su descenso al abismo de la demencia, donde unas veces se ve triunfador y otras denostado. 
"Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad. Generalmente, esa sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada de un orgulloso sentimiento de superioridad, desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos: mi soledad no me asusta, es casi olímpica.
Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba solo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones."
Sus razonamientos son como fulgores que iluminan por igual razones y sinrazones, contradiciéndose a cada instante: 
“Las horas que pasamos en el taller son horas que nunca olvidaré. Mis sentimientos, durante todo ese período, oscilaron entre el amor más puro y el odio más desenfrenado, ante las contradicciones y las inexplicables actitudes de María; de pronto me acometía la duda de que todo era fingido. Por momentos parecía una adolescente púdica y de pronto se me ocurría que era una mujer cualquiera, y entonces un largo cortejo de dudas desfilaba por mi mente: ¿dónde?, ¿cómo?, ¿quiénes?, ¿cuándo?."
Son muchos los estudiosos que han valorado El túnel como una de las novelas donde mejor se describe la neurosis; cómo nace, medra y se desencadena a través de la inseguridad, el miedo al rechazo, la angustia de la incomunicación y los arrebatos de ira y culpa. A todo esto se añade, en una lectura actual, la violencia de género.


En los años setenta los lectores nos recreábamos en el mito de Eros y Thánatos, en las obsesiones y manías de quien persigue lo inalcanzable y ha de afrontar una sensación de pérdida o derrota que podemos cifrar en la infancia o el amor. Pero con la sensibilidad de hoy en día nos llama la atención el maltrato. Así lo certifica la relación de amor-odio y desprecio con que Castel trata a las mujeres. También el ansia irreprimible de posesión y la agresividad que desatan sus celos (tanto del marido como de cualquier hombre con quien trate María). Desde el principio Castel se comporta como un maltratador y un misógino.

Para mí está claro que éste no era el objetivo de Sábato. Su disparo era más elevado, pero se dio perfecta cuenta de que este ámbito ("trivial" lo denomina) ganaba espacio en la trama, según reconoció en una entrevista:
–Mientras escribía esa narración, arrastrado por sentimientos confusos e impulsivos no del todo conscientes, muchas veces me detuve perplejo a juzgar lo que estaba saliendo, tan distinto de lo que había previsto. Y, sobre todo, me intrigaba la creciente importancia que iban adquiriendo los celos y el problema de la posesión física. Mi idea inicial era de la escribir un cuento, el relato de un pintor que se volvía loco al no poder comunicarse con nadie, ni siquiera con la mujer que parecía haberlo entendido a través de la pintura. Pero al seguir el personaje, me encontré con que se desviaba de este tema, para «descender» a preocupaciones casi triviales de sexo, celos y crimen. Esta derivación no me agradó mucho, y repetidas veces pensé en abandonar el relato que me alejaba tan decididamente de lo que me había propuesto.

Más tarde comprendí la raíz del fenómeno: los seres humanos no pueden representar nunca las angustias metafísicas al estado de puras ideas, sino que lo que hacen encarnándolas, obscureciéndolas con sus sentimientos y pasiones. Los seres carnales son esencialmente misteriosos y se mueven a impulsos imprevisibles, aun para el mismo escritor que se sirve de «intermediarios» entre ese singular mundo irreal pero verdadero de la ficción y el lector que sigue el drama. Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos; la soledad metafísica se transforma en el aislamiento de un hombre concreto en una ciudad bien determinada; la desesperación metafísica se transforma en celos; y la novela o relato que estaba destinado a ilustrar aquel problema, termina siendo el relato de una pasión y de un crimen. Castel trata de apoderarse de la realidad-mujer, mediante el sexo. Empeño vano….

Castel trata de superar la soledad existencial y el absurdo de la condición humana aferrándose al amor. Pero cuando todo falla mata a María con una queja de lo más patética: "tengo que matarte, me has dejado solo"; como si fuera un niño desvalido que se venga de su madre apuñalándole en el pecho y el vientre, las partes de su cuerpo que considera de su propiedad. Este tipo de símbolos abundan en la narración. María es un nombre que denota lo maternal y virginal; lo que seguramente esté relacionado con el título del cuadro que une a los protagonistas, "Maternidad".

Finalmente quiero hacer notar el aspecto onírico y pesadillesco de la narración. Se puede decir que la novela transcurre fuera del tiempo y del espacio, en el fluir de la conciencia del protagonista. El narrador arrastra al lector hacia su propia lógica y delirio; allí donde no hay horas ni días, sino esperas angustiosas interrumpidas por lapsos de éxtasis, confusión y dolor.
"Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, o a la espera de la muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo donde María y yo estábamos frente a frente contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a ser río y nos arrastraba como en un sueño a tiempos de infancia..."







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El túnel’ fue la primera novela de Ernesto Sábato (1911 - 2011) y fue publicada en 1948. Anteriormente sólo había publicado el ensayo ‘Uno y el Universo’ (1945). Con ella inició una carrera literaria que incluye otras dos novelas fundamentales: "Sobre héroes y tumbas" (1961), donde está inserto el perturbador "Informe sobre ciegos",  y "Abaddón el exterminador" (1974). Entre medias de estas obras, publicó numerosos ensayos vinculados a la ciencia, la filosofía, la política y la cultura. 
Sábato fue un reconocido físico que desarrolló investigaciones en el Laboratorio Curie de Paris y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). En 1943 sufrió una crisis existencial en la que le llevó a alejarse de forma definitiva del ámbito científico para dedicarse de lleno a la literatura y la pintura.
Pero además Sábato siempre estuvo comprometido con la sociedad de su tiempo. En 1983 fue presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y publicó un informe conocido por la famosa expresión Nunca más (también llamado Informe Sábato). La idea era juzgar a las Juntas militares que gobernaron dictatorialmente el país entre 1976 y 1983, sacando a la luz el terrorismo de estado que practicaron provocando la desaparición y muerte de miles de personas. 

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