martes, 14 de junio de 2022

La RAZÓN y La REVOLUCIÓN



La novela "Los dioses tienen sed" de Anatole France supone toda una inmersión en la vida cotidiana durante la época del Terror en la Revolución Francesa. La obra cuenta con un protagonista, Gamelin, y un antagonista de fuste, Brotteaux, cuyos debates morales y políticos nos muestran dos visiones muy opuestas de la vida. Brotteaux es un escéptico y ateo que cree que la vida de una persona está por encima de cualquier religión o ideología. Gamelin por su parte es un fanático capaz de sacrificar las vidas necesarias, incluso la propia, por un ideal.
La novela se lee con presteza e interés, es vigorosa y profunda y nos muestra las vidas cotidianas de unas gentes que vivieron una época terrible, en la que una simple crítica al gobierno podía llevarte al cadalso.
Inopinadamente la novela es un alegato contra las teorías de Jean-Jacques Rousseau.









"Gamelin dijo francamente al viejo Brotteaux que tales razonamientos eran indignos de un filósofo.
—La virtud —añadió— es innata en el hombre. Dios ha depositado un germen de virtud en el corazón de los mortales.
El viejo Brotteaux encontraba en su ateísmo una fuente inagotable de goces.
—Observo, ciudadano Gamelin, que sois revolucionario por lo que a la tierra toca, y muy conservador, hasta reaccionario para lo referente al cielo. En este punto se os asemejan Robespierre y Marat; pero yo encuentro muy extraño que los franceses, tan decididos a librarse de un rey mortal, no se resignen a perder uno inmortal, mucho más tiránico y feroz. ¿Qué son la Bastilla y la hoguera comparadas con el Infierno? La Humanidad formó sus dioses a imagen y semejanza de sus tiranos; ahora rechazáis con desprecio el original y pretendéis conservar la copia.
—¡Oh, ciudadano! —exclamó Gamelin—. ¿Es posible que habléis así? ¿No os avergüenza confundir las oscuras divinidades concebidas por la ignorancia y el miedo, con el Creador de la Naturaleza? Toda moral se funda en la existencia de un Dios piadoso. El Ser Supremo es manantial de todas las virtudes, y no es posible que un republicano sincero niegue a Dios. Robespierre lo sabía cuando mandó retirar de la sala de los jacobinos el busto del filósofo Helvétius, culpable de predisponer a los franceses para la servidumbre por haberles inculcado el ateísmo. Espero, ciudadano Brotteaux, que al implantar la República el culto de la Razón no dejaréis de adheriros a un acierto de tal naturaleza.
—Profeso el culto de la razón sin dejarme fanatizar por ella —repuso Brotteaux—. La razón guía y alumbra, pero si la divinizáis, acaso ciegue y sea instigadora de crímenes…
Y Brotteaux, con los pies en el arroyo, razonaba lo mismo que años atrás desde uno de los dorados sillones del barón de Holbach, de los cuales él mismo dijo que servían de fundamento a la filosofía natural.
—Jean-Jacques Rousseau no carecía de inteligencia, sobre todo para la música; pero fue un perezoso, que pretendía sacar su moral de la Naturaleza, y la sacaba en realidad de los preceptos de Calvino. La Naturaleza nos induce a devorarnos los unos a los otros y nos presenta a cada instante los crímenes y los vicios que la sociedad corrige o encubre. Debemos amar la virtud, pero es bueno saber que se trata de un sencillo recurso imaginado por los hombres para vivir unidos cómodamente. Lo que llamamos la Moral es un desesperado empeño de nuestros semejantes contra el orden del universo que produce luchas, matanzas y ciegos choques de fuerzas opuestas; constantemente se destruye, y cuanto más lo reflexiono me convenzo más de la universal locura. Los teólogos y los filósofos, que suponen a Dios creador y arquitecto de la Naturaleza, nos lo describen absurdo y malvado; exaltan su misericordia porque le temen; confiesan que su proceder es atroz y le atribuyen una perversidad que no es frecuente ni entre los hombres. Y por tales medios le conquistan adoraciones, convencidos con razón de que nuestra miserable raza no consagraría un culto a dioses justicieros y bondadosos de los cuales nada hubiera que temer. Sin el miedo al castigo nadie se molesta en agradar; sin el Infierno y el Purgatorio nadie se preocuparía de Dios."





de Anatole France
páginas 59-60
Editorial BARRIL & BARRAL, 2010

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