martes, 14 de junio de 2022

LOS DIOSES tienen SED - de Anatole France




Anatole France fue un gran humanista y nadie mejor que él para guiarnos por los procelosos ríos de sangre que provocó el Terror en la Revolución francesa. France nos mete en el mismo corazón de esa época funesta a través de la historia de Evariste Gamelin, un modesto y honrado pintor que quedó atrapado en su idealismo revolucionario hasta acabar convertido en un monstruo sanguinario. Lo que demuestra que los más hermosos ideales llevados al extremo del fanatismo pueden convertir a un hombre en un despiadado asesino.

El Terror fue un período breve pero letal que comenzó en septiembre de 1793 con la promulgación de la Ley de Sospechosos y continuó hasta la caída de Robespierre a finales de julio del año siguiente. Después de cuatro años de Revolución el pueblo estaba hambriento y desesperado. Además existía un punto de enajenación basada en el miedo y la sospecha de traición mientras una corriente realista provocaba un levantamiento en La Vendée y Francia batallaba contra las Monarquías europeas reunidas en la Primera Coalición. Ante hechos tan amenazantes la Convención formó el Comité de Salvación Pública, un ejecutivo integrado por doce hombres prominentes dotado con poderes especiales para someter de forma expeditiva a los enemigos, genuinos o pretendidos, de la Revolución.


Danton y Marat fueron elegidos para integrar el Comité, pero tras el asesinato de este último, Robespierre accedió al mismo no tardando en deshacerse de los moderados girondinos. En París había una especie de histeria paranoica que atribuía el hambre y las penurias a subterfugios y conspiraciones contrarrevolucionarios, por lo que se exigía tomar medidas. Para atajar la crisis Robespierre impulsó una serie de medidas extremas cuyo culmen fue la Ley de Sospechosos, una legislación que permitía reprimir directamente toda sospecha de reacción contrarrevolucionaria como acaparar grano, albergar sospechosos, evadirse de la levée en masse (servicio militar obligatorio), poseer documentos subversivos o hablar críticamente del gobierno. El Comité de Salvación Pública instauró los Tribunales Revolucionarios que condenaron a miles de personas a morir en la guillotina. Los ciudadanos franceses eran denunciados y sometidos a juicios apresurados, desprovistos de garantías e imparcialidad por "crímenes contra la libertad".
"A los descalabros de los ejércitos, a los motines de provincias, a las conspiraciones, a las intrigas, a las traiciones, la Convención opuso el terror. Los dioses tenían sed." p. 80
Robespierre confiaba en que ajusticiando a cualquier sospechoso el pueblo reafirmaría su confianza en las nuevas leyes y en el modelo de sociedad que se quería instaurar. Convencido de que el fin justifica los medios pensaba que el orden constitucional y democrático al que aspiraba la Revolución bien merecía la purga sangrienta de sus enemigos, fuesen monárquicos, girondinos o moderados. El delirio llegó a tal punto que muchos revolucionarios fueron guillotinados como Danton, amigo y aliado de Robespierre, el cual fue condenado a la guillotina por ser moderado y pedir el exilio para María Antonieta en vez de la guillotina, además de proponer el fin de la Ley Marcial y la restauración de la Constitución. El propio Robespierre, que resumió su postura ante el Comité con un “El terror sin virtud, es desastroso. La virtud sin terror, es incompetente”; fue finalmente condenado a la guillotina por los diputados de la Convención. 

Emmanuel Robespierre















La elocuencia, austeridad e integridad moral de Robespierre le había dotado de un aura de virtud que aglutinó entorno suyo a multitud de seguidores que llegaron a denominarle el Incorruptible. Y lo cierto es que antes de hacerse con el poder en el Comité de Salvación Pública defendió la concesión de los derechos políticos a todos los ciudadanos, el sufragio universal y directo, las libertades de prensa y reunión, la educación gratuita y obligatoria, así como la abolición de la esclavitud y de la pena de muerte.

Efectivamente durante el Terror se promulgaron medidas de justicia social como la abolición de la esclavitud, la fijación de precios máximos y salarios mínimos para atajar la feroz carestía de alimentos o la legalización de requisas y racionamiento de alimentos, así como la escolarización obligatoria y gratuita, además de la imposición de un gravamen a los ciudadanos ricos complementado con un programa de ayuda a los pobres. Pero a la vez se dejó sin efecto la Constitución recientemente aprobada y amplió las competencias del Comité de Salvación Pública, lo que de facto convirtió a Robespierre en un dictador. También e inopinadamente en noviembre de 1793 se condenó el ateísmo y se proclamó el culto al Ser Supremo ¡!.

Robespierre tenía una fe ciega en la Revolución y justificó el Terror como una etapa por la que Francia debía pasar para purificarse y fortalecer sus reformas democráticas. Los diez meses que transcurrieron entre la implantación de la Ley de Sospechosos y el derrocamiento de Robespierre se convirtieron en una auténtica orgía de sangre. 
  
Escena de la Guerra de la Vendée con el líder de la revuelta, Henri de La Rochejaquelein


Este ambiente de incertidumbre suprema donde una sociedad estaba derruyendo sus instituciones, leyes y formas de vida por otras que todavía se estaban definiendo, nos lo hace vivir Anatole France desde dentro, siguiendo a personajes comunes en su peripecia por tiendas, zapaterías, juzgados y calles, lo que dota a la novela de una viveza enorme. Como novela histórica su potencia está en no seguir a los protagonistas políticos de la Revolución Francesa. Marat, Robespierre o María Antonieta sólo son el telón de fondo en que se mueve el verdadero protagonista, el joven Evariste Gamelin, entusiasta seguidor de Robespierre y sus ideas revolucionarias para redimir Francia.

Gamelin es un joven pintor generoso y sensible, al que seguiremos en su ascenso desde el comité del barrio del Pont Neuf hasta el puesto de juez en un Tribunal Revolucionario. A través de su peripecia no sólo veremos en directo la precariedad en que vivían los parisinos o el clima moral de sospecha y amenaza que se percibía en las calles; sino sobre todo su propia evolución moral profundizando en sus ideas revolucionarias hasta convertirse en un juez cruel y sanguinario, capaz de ordenar la ejecución de docenas de personas, incluidos amigos y familiares, antes de acudir él mismo a la cita con la guillotina.

Este recorrido vital es la almendra de la novela, lo que Milan Kundera denomina "el misterio" en su comentario del libro: ¿Qué podría explicar el viraje desde una revolución social y democrática hacia una intolerancia y represión extrema espoleadas desde el nuevo Estado?; ¿Por qué los revolucionarios acabaron matándose entre ellos? y sobre todo ¿Cómo un buen hombre puede llegar a cometer los actos más perversos sin dejar de creerse bueno?. Quizá la clave nos la da el vecino de Gamelin, el viejo publicano Maurice Brotteaux, cuando reflexiona ante quien le consiguió el puesto: "disteis a Gamelin un cargo en la justicia, y como Gamelin es virtuoso, será terrible".
—¡Madre! —dijo Gamelin con el entrecejo fruncido—; la escasez que nos abruma la producen los acaparadores y los agiotistas, que nos condenan a pasar hambre de acuerdo con los enemigos de fuera, para que los ciudadanos odien la República y para destruir la libertad. (...) No hay tiempo que perder; es preciso fijar el precio de la harina y guillotinar a cuantos negocien con los alimentos que necesita el pueblo, a cuantos fomenten la insurrección y a cuantos pacten con las naciones extranjeras. La Convención acaba de establecer un tribunal extraordinario para juzgar a los conspiradores. Está compuesto de patriotas; pero sus miembros ¿tendrán energía bastante para defender la Patria contra todos los enemigos? Confiemos en Robespierre. p. 20
Figura de un sans-culotte pintado por Boilly

El hecho de que los personajes sean comunes y se nos muestre su vida diaria en aquella época convulsa, hace que el relato resulte convincente y estremecedor. Incluso los personajes secundarios tienen un trazo poderoso como la madre de Gamelin, tan llena de sentido común, o la coqueta y sibilina Louise Masché de Rochemaure, hija de un montero del rey, viuda de un magistrado, amiga fiel de Maurice Brotteaux des Ilettes mientras tuvo posición y dinero, urdidora del destino de Gamelin: "Su decidida inclinación hacia los poderosos la condujo fácilmente desde los realistas hasta los girondinos y hasta los exaltados montañeses, mientras un espíritu conciliador, un deseo de conservarlo todo y un afán de intriga la unían aún a los aristócratas y a los contrarrevolucionarios." 

Anatole France (1844-1924) consigue todo esto gracias a un background inestimable: su familia era propietaria de una librería en el 19 del Quai Malaquais donde se vendían libros, panfletos y todo tipo de periódicos editados durante la Revolución con los que el autor alimentó sus primeras lecturas. Además por allí pasaban historiadores y curiosos siendo algunos, incluso, contemporáneos del tormentoso acontecimiento. Sin duda el retrato es más vigoroso y penetrante por concentrar sus hechos en un lapso de tiempo muy corto, entre abril del 93 y julio del 94 en pleno Terror; así como en un territorio muy escueto, un puñado de calles de París donde viven todos los personajes: La plaza Thionville, la calle Honoré y el Pont Neuf.

France pinta la atroz tragedia de aquellos tiempos con trazos difíciles de olvidar, captando las costumbres y la mentalidad de la época a través de personajes que viven, sufren, aman y afrontan un destino incierto. En el libro encontramos un puñado de escenas memorables como los tres juicios en que participa Gamelin en distintos momentos y que ilustran perfectamente su evolución moral. En el primero ejerce el papel de hombre justo que se enfrenta al griterío de la sala exigiendo pruebas y garantías a la hora de juzgar. En los siguientes se conformará con las simples acusaciones y sospechas porque su corazón ya está cegado por el fanatismo: "¿República! Entre tantos enemigos declarados o secretos, ¿cómo te defenderás? ¡Oh, santa guillotina, salva a la Patria...!"; medita en un momento dado. Y en otro: "No más diligencias, no más interrogatorios, no más testigos, no más defensores: el amor a la patria puede suplirlo todo".

Ante su amada Élodie llega a reconocer que es capaz de convertirse en un demonio y renunciar al amor y a la vida por salvar a la República.
—Nada tengo que reprocharme y seguiré mi camino. Provoco el anatema por servir a la Patria; seré para todos un réprobo, y sin poder mostrarme humanitario renuncio para siempre a formar parte de la Humanidad que solicita clemencia y perdón para los traidores. ¿Acaso los traidores tuvieron clemencia? ¿No merecen castigo? Aumenta sin cesar el número de los malvados; el parricidio brota del suelo y se filtra por la frontera: son jóvenes que pudieron alistarse y morir en los campos de batalla; son viejos, niños y mujeres, con máscaras de inocencia, de atractivo, de candor… Y apenas inmolados, se descubren otros y otros… Comprende que mi ansia de justicia me haga renunciar al amor, al goce, a las dulzuras de la vida… ¡y tal vez a la vida!  pág. 201


También hay emoción y amargura en la escena del regreso de Julie, hermana de Gamelin, que ha de suplicar desesperadamente por la vida de su marido, un emigrante retornado que es visto como un traidor. O en la del intento de linchamiento en plena calle de un viejo capuchino, acusado inciertamente por la masa de ladrón: 
El temor que sentía lo hizo sospechoso al populacho, el cual juzgaba culpables a los temerosos de su improvisada justicia, como si la precipitación de los enjuiciamientos no bastase para espantar a los inocentes.
Tanto este anciano fraile como la prostituta Marthe Gorcurt, perseguida por la República por considerar a las libertinas monárquicas y conspiradoras al preferir un ancien regime que les era más lucrativo, serán rescatados y escondidos por el ciudadano Maurice Brotteaux de Ilettes, vecino de portal y amigo de Gamelin, cuya nobleza y liberalidad lo sitúan como su cáustico antagonista:
"(Brotteaux) Deploraba que los jacobinos tratasen de sustituir la religión antigua por otra nueva más nociva: la religión de la Libertad, de la Igualdad, de la República, de la Patria. Seguro de que las religiones en su vigorosa juventud son furiosas, crueles, y que se dulcifican al envejecer, deseaba conservar el catolicismo, que había devorado muchas víctimas en la plenitud de su fuerza, pero que al disminuir su apetito bajo la pesadumbre de los años se contentaba con tres o cuatro asados heréticos en todo un siglo.
Pero la escena alrededor de la que pivota la novela se encuentra en pleno centro del libro, en el capítulo XIII, cuando Gamelin asiste al discurso de Robespierre en el club jacobino de la calle Honoré. La elocuencia y pasión de El Incorruptible llegan a provocar en Gamelin una exaltación fanática de tal calibre que él la identifica con la fe. 
"Gamelin sentía el profundo goce de un creyente que descubre la palabra redentora y la palabra execrable. En lo sucesivo el Tribunal revolucionario —como el eclesiástico de otros tiempos— juzgaría el crimen absoluto y el crimen verbal. Como su espíritu era religioso, aquellas revelaciones produjeron en Évariste un tétrico entusiasmo; se exaltaba y se regocijaba de todo corazón, seguro de que poseía ya un símbolo para diferenciar el crimen de la inocencia. ¡Oh, tesoros de la fe! ¡Cuántas formas tomáis! pág. 126
Gamelin es como un símbolo de la época, uno de esos don nadies que jalean al mesías de turno, cegados por sus ideas y fanatizados hasta la barbarie. Como dice Xavier Roca-Ferrer en el Epílogo, “la historia de Gamelin es muy extrapolable a otras épocas. No todos los estalinistas fueron gente mala, había gente que creía de buena fe en Stalin; no todos los nazis eran sádicos o criminales. En este sentido, Gamelin es un personaje muy ejemplar. La historia esta llena de Gamelin”.



Frente a este personaje tan complejo como funesto encontramos a otro mucho más noble y escéptico, su vecino Brotteaux, amigo de los desgraciados y filósofo epicúreo tan indesmayable que siempre camina con un volumen de Lucrecio en el bolsillo de su vieja casaca. Un buen lenitivo sin duda para soportar los días aciagos que le toca vivir. Los debates que entablan sobre religión, moral o política son de lo más jugoso del libro.

Como se ha podido apreciar en las citas, en el trazo de los caracteres, en la descripción de la vida cotidiana, en la exposición de ideales y tragedias, el estilo de France logra ser profundo, ligero y preciso aderezado con un toque de ironía.  Libro de lectura inestimable, en sus páginas conviven fluidamente la emoción, la lucidez, la piedad y el estremecimiento.

Sumergirme en esta intrarrevolución francesa y además leer el informado Epílogo de Xavier Roca-Ferrer me ha provocado muchas reflexiones. La primera es una paradoja, la que supone que el Siglo de las Luces culmine en una orgía de intolerancia y sangre. La segunda es una sorpresa, el fuerte e insospechado debate deísta que se produjo durante la Revolución y que está muy presente en el discurso de Robespierre que significa la epifanía de Gamelin:
La más importante revelación que le proporcionó la sabiduría de Robespierre se cifraba en los crímenes y los excesos del ateísmo. Gamelin jamás había negado la existencia de Dios; era deísta, creía en una providencia que protege y conduce al hombre; sin embargo, seguro de que sólo vagamente podía concebir al Ser Supremo, y partidario absoluto de la libertad de conciencia, le parecía bien admitir que honradas gentes, inducidas por Lamettrie, por Boulanger, por el barón de Holbach, Lalande, Helvétius y el ciudadano Dupuis, negaran la existencia de Dios a cambio de una moral natural emanada en ellos mismos de los manantiales de justicia y las ordenanzas de una existencia virtuosa. Al verlos injuriados y perseguidos había llegado a simpatizar con los ateos, pero Maximilien le aclaraba las ideas y le abría los ojos; con su elocuencia virtuosa le revelaba la verdadera significación del ateísmo, su naturaleza, sus intenciones y sus efectos; le había probado, además, que semejante doctrina, formada en los salones y en las tertulias de los aristócratas, era la más pérfida invención que los enemigos del pueblo pudieron imaginar para destruirlo y esclavizarlo. Arrancar del corazón de los infelices la consoladora creencia en un Ser providente y remunerador era entregarlos sin guía y sin freno a las pasiones que degradan al hombre y lo convierten en un vil esclavo; era un crimen. Y, en fin, que el epicureísmo monárquico de un Helvétius conducía a la inmoralidad, a la crueldad, a todos los excesos. pág. 127
Louis Léopold Boilly - "Un palco en un día de espectáculo gratuito", 1830





















La tercera, y no menor, es que Marat, Robespierre o Napoleón tengan la consideración de héroes en Francia. Yo tendía a ver a los dos primeros como unos asesinos sanguinarios y a Napoleón como un agresivo conquistador. Pero, según Kundera, en Francia "le Revolución se ha convertido en un hecho sagrado", bendecido en los manuales escolares y discursos oficiales. Tal y como estableció Clemenceau en un discurso de 1891, "la Révolution est un bloc", y como tal incluye el Terror como una característica más de esa ruptura tan valerosa y sacrificada que rompió con el Antiguo Régimen y nos trajo hasta la Edad Contemporánea. 

En este sentido la novela disgustó profundamente a muchos franceses que acusaron a Anatole France de revisionista y mal patriota; lo que le llevó a publicar en el periódico Le Temps una amarga queja: "es ciertamente triste que en 1891 un francés no pueda expresar públicamente su opinión sobre la Ley de los Sospechosos y los procedimientos del Tribunal Revolucionario". A pesar de recibir el premio Nobel y numerosos reconocimientos en Francia, desde el mismo momento de su entierro, la nación entera y su establishment literario se aprestaron a esconderlo en el más oscuro rincón. Breton llegó a escribir: "Con France se va un poco del servilismo humano (...) No le perdonaremos nunca el haber adornado los colores de la Revolución con su inercia sonriente".

Sin embargo, teniendo un padre monárquico, Anatole France fue un convencido republicano que no hizo más que quejarse de que se quisiera imponer a Francia "una Historia de Estado", sin matices ni claroscuros. Esto es lo que consigue esta maravillosa novela, aportar luces y sombras, sin hurtar lo más abyecto al gran debate sobre una época convulsa. Yo creo que, aunque la novela supone una interpretación liberal de la Revolución, cercana a la tradición conservadora, no condena a la Revolución en su conjunto sino al ultra jacobinismo más sangriento causante del Terror. No creo que France quiera ejercer de historiador revisionista, ni condenar una Revolución que acabó con el Antiguo Régimen y consagró la libertad y la igualdad ante la ley como bases del actual Estado de Derecho; sino que, como novelista, se lanzó a imaginar como vivían, amaban, sufrían y morían los hombres de una época tan contradictoria como excitante.









👉_________________________________________________________________
Anatole François Thibault (16 de abril de 1844, París - 12 de octubre de 1924, Saint-Cyr-sur-Loire), conocido como Anatole France, fue un escritor francés, padre del también escritor Noël France. En 1921 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Ya en su primera novela, El crimen de Silvestre Bonnard,1881, se aprecia su destreza estilística compuesta por un estilo clásico acompañado de sutil y mordaz ironía y de genuina compasión, características que se aprecian en toda su posterior producción. France produjo muchas novelas, obras de teatro, poemas y ensayos de crítica y filosofía. 
Además de la presente novela hay que destacar dos excelentes novelas alegóricas: La isla de los pingüinos, 1880 y La revolución de los ángeles, 1914, ya comentada en este blog.
Tanto en su vida como en sus obras, Anatole France demostró una arraigada conciencia social. Defendió los derechos civiles, la educación popular y los derechos de los trabajadores a la vez que satirizó los abusos políticos y sociales de su época. Apoyó a Émile Zola en el caso Dreyfus; al día siguiente de la publicación del Yo acuso firmó la petición que pedía la revisión del proceso. Devolvió su Legión de Honor cuando le fue retirada a Zola. Participó en la fundación de la Liga de los Derechos del Hombre. También se comprometió en las causas de la separación de la Iglesia y el Estado, de los derechos sindicales y contra los presidios militares. Fue colaborador del diario L'Humanité, y tomó partido en 1919 contra el Tratado de Versailles (El 22 de julio de 1919 escribió un artículo en el diario L´Humanité titulado ´Contra una paz injusta´). 
El título Los dioses tienen sed lo tomó de un artículo de Camille Desmoulins dirigido contra el enragé Hébert y se refiere a un templo construido con los huesos de tres mil hombres que, a lo que parece, Moctezuma mostró a los conquistadores españoles. Lo curioso del caso es que mientras Desmoulins estaba corrigiendo el artículo en cuestión, fue detenido por orden de el Incorruptible para ser guillotinado con Danton por "moderado".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.