jueves, 16 de enero de 2020

SOLO SE AMA UNA VEZ, LA PRIMERA - de Iris Murdoch














Iris Murdoch nació en Dublín el 15 de Julio de 1919 y murió en 1999. Con 19 años se matriculó en el Somerville College, de Oxford, donde estudió Literatura Clásica, Historia Antigua y Filosofía. Obtuvo su licenciatura con honores de primera clase. También estudió Filosofía como posgraduada en el Newnham College de Cambridge, donde tuvo como maestro a Ludwig Wittgenstein. Entre 1942 y 1944 trabajó como asistente de Director en el Tesoro Británico. En 1948 empezó a trabajar como profesora en el St Anne’s College, de Oxford, puesto que ocupó durante 20 años.
Escribió 26 novelas entre las que cabe destacar Bajo la red (1954), El castillo de arena (1957), La campana (1958), La cabeza cortada (1961), El unicornio (1963), Amigos y amantes (1968), El sueño de Bruno (1969), El príncipe negro (1973), Henry y Cato (1976), El mar, el mar (1978), El libro y la hermandad (1987) y El caballero verde (1993).

Su primera novela fue "Bajo la red" (1954) cuya historia se centra en el escritor Jake Donaghue, un hombre que fracasa en sus relaciones personales porque ve el mundo como un lugar hostil y las personas no son completamente reales para él. 
Su segunda novela, "El Vuelo del Encantador"(1956), trata de un hombre rico y poderoso que ve todas las relaciones humanas como luchas de poder. El protagonista usará su encanto para atraer a los otros personajes hacia él.
Estos temas (la realidad y su representación) y personajes (un ser encantador pero también tiránico que como una araña trenza relaciones de poder y manipulación) reverberan en muchas de sus novelas posteriores.
Harold Bloom sostuvo en su obra Genios que en Murdoch se puede rastrear a Shakespeare, Dante, Tolstói, Jane Austen, Dickens y Henry James. Ella misma confesaba que el Bardo es el mejor modelo para un novelista, pues retrata sin el menor esfuerzo dilemas morales, el bien y el mal, y la lucha que se da entre ellos.
Al tratar temas tan universales como el bien y su vulnerabilidad, la culpabilidad y la redención, el amor en todas sus facetas, la presencia abrumadora del pasado o la ausencia de Dios y el poder del amor y del arte para reemplazarlo, Iris Murdoch se convierte en nuestra contemporánea; más aún al comprobar el humor y la inteligencia que atraviesa sus obras.

Siendo sus novelas netamente literarias, el estilo de Iris Murdoch puede resultar anacrónico pues es realista y directo. La riqueza está en la complejidad de las relaciones personales que retrata y en la profundidad de sus personajes; porque Murdoch es una brillantísima creadora de personajes a los que dota de una consistencia y una intensidad vital inusitada. A través de ellos es capaz de retratar magistralmente la condición humana en toda su extensión: amor, muerte, celos, envidia, adulterio, culpabilidad, sexo, remordimientos o redención son los laberintos por los que los hace transitar.

Bajo la red, El Unicornio y Henry y Cato; pero sobretodo El mar, el mar, El sueño de Bruno y El príncipe negro son sus obras más logradas. Las tres últimas excepcionales.

"El Unicornio" adopta la forma de un cuento de hadas o si se prefiere, una novela gótica. La historia comienza con la joven Marian Taylor llegando a un lugar remoto de Irlanda, el castillo de Gaze, para convertirse en institutriz. Su pupila resulta ser una mujer, Hannah, que vive recluida en la casa, atendida por un puñado de personas a cual más enigmática.
El castillo que habitan tiene un ambiente cerrado y opresivo. Allí están metidos a presión impulsos oscuros y sensuales junto a sentimientos de hostilidad y desconfianza. 
El lugar está prácticamente deshabitado, pero al otro lado de la colina, frente a Gaze, se encuentra la residencia de los Lejour, en la que se encuentran Max, un anciano profesor de lenguas muertas, y sus hijos, Alice y Philip, además de un amigo de la familia, Effingham. Las vidas de este grupo de personas se entrecruzan de un modo insospechado para la recién llegada. 
La institutriz, del mismo modo que el resto de personajes, caerá rendida al hechizo de Hannah, el "unicornio" de este lugar yermo y retirado, una figura sublime y sufriente que ilumina a los habitantes de Gaze. 

"Henry y Cato" por su parte, nos relata la vida de dos amigos que se encuentran en Inglaterra después de varios años sin verse, en un momento en que su existencia no es precisamente plácida. Tras la muerte de su hermano mayor, Henry regresa de los Estados Unidos convertido en el heredero de una fortuna que no desea, de modo que decide deshacerse de todos sus bienes para disgusto de su madre. Cato, por su parte, se ve inmerso en una profunda crisis de valores que le lleva a replantearse cada una de sus creencias tras haberse enamorado de un seductor muchacho del barrio marginal de Londres en el que ejerce el sacerdocio. De manera inesperada, las vidas de estos dos hijos pródigos vuelven a mezclarse en una espiral de despropósitos y venganzas que van a desembocar en una sorprendente verdad: ninguno de los dos puede huir de sí mismo.

Publicada en 1976 la novela comienza con intriga ya que el sacerdote Cato Forbes camina de un lado a otro del puente ferroviario con un revólver en el bolsillo. El revólver pertenece a Joe el Guapo, un joven feligrés al que Cato quiere apartar de la delincuencia y por el que siente una inconfesada atracción.
Como en todas las obras de Iris Murdoch lo que destaca en esta magnífica novela son los personajes. Henry es un refinado, cínico y burlón profesor, Cato es inestable y lleno de dudas, mientras que su hermana Colette es caprichosa y alocada.
La obra está llena de contrastes sociales y morales. Sus páginas están atravesadas por conflictos que tienen que ver con los miedos individuales y las crisis existenciales, pero también con la religión o la familia.

"El sueño de Bruno" es una inquietante novela en la que el protagonista es un nonagenario llamado Bruno que, en el ocaso de sus días, yace en la cama obsesionado por su pasado y seducido aún por su pasión por las arañas.
La cama de Bruno es todo su mundo y en su obsesión acaba convertido en una de sus admiradas arañas que envolviendo con sus hilos a todo aquel con el que tiene relación. Ofuscados en un laberinto de intensos sentimientos, entre todos construyen una trepidante drama de amor, celos, venganza, remordimiento y redención a la altura del consumado Shakespeare.

Para el editor y crítico Ignacio Echevarría "Iris Murdoch es la gran fabuladora del enamoramiento, para mucha gente –dice– «la experiencia más extraordinaria y más reveladora de su vida». Es, además, una asombrosa indagadora de la pasión amorosa, el tablero en que opta plantear los dilemas morales que abruman a sus personajes. «El amor es una cosa extraña», se lee en El sueño de Bruno. «No hay duda de que él y sólo él mantiene el mundo en movimiento. Es nuestra única actividad significativa […] Suena la señal, y la gran luz se enciende revelando quizá la realidad o quizá la ilusión […] El amor no conoce convención alguna. Todo puede suceder, así que en cierto modo, en un terrible, terrible cierto modo, no hay ninguna imposibilidad.» De estas palabras cabe derivar toda la poética narrativa de Murdoch, que tampoco conoce convención alguna."

Por su parte la editora María Fasce recomienda "El Príncipe Negro" para adentrarse en el universo Murdoch. "Es su novela más divertida, ingeniosa y humana. La más emotiva. Tiene frases como: 'Todo artista es un amante desgraciado. Y los amantes desgraciados quieren contar su historia' o 'El arte no es cómodo ni puede remedarse. El arte dice la única verdad que en definitiva importa. Es la luz por la cual las cosas humanas pueden ser enumeradas. Y más allá del arte no hay, se lo aseguro a ustedes, nada".

Iris Murdoch logró con "El príncipe negro" una de sus obras más perfectas y literarias. La novela narra la vida del maduro escritor Bradley Pearson en un momento de bloqueo creativo. A partir de ahí sobreviene un drama donde se mezclan el arte de la escritura, de la vida y del amor; todo ello impregnado por una prosa que reflexiona de manera muy divertida sobre la envidia. Sus principales protagonistas son escritores con todo lo que ello entraña.
La ambigüedad permea tanto la trama como el estilo. A la confesión del protagonista sucederán otros puntos de vista que nos mantendrán en la duda sobre dónde estará la verdad. No en vano el libro comienza con un Prólogo del Editor (ficticio) seguido de otro Prólogo del escritor protagonista del libro, Bradley Pearson. La novela es muy divertida y tiene un ritmo trepidante. Algunas de sus escenas son absolutamente carcajeantes; lo que no impide que estén llenas de imaginación y sabiduría sobre las complejidades de las relaciones humanas, el amor y el desamor o las ilusiones y desesperanzas.

En la segunda página del Prólogo de Bradley Pearson nos encontramos con este párrafo cuyo primer sustantivo es "escritor" y el último es "verdad". Una línea de tensión que recorre toda la novela.

Soy escritor. “Escritor” es efectivamente la descripción general más simple y a la vez más justa de mi persona. En la medida en que soy también psicólogo, filósofo aficionado, estudioso de las cuestiones humanas, soy todo esto porque es parte de la clase de escritor que soy. Siempre he sido un buscador. Y mi búsqueda ha adoptado la forma de ese intento de contar la verdad al que acabo de referirme. He conservado, así lo creo y espero, puro mi don. Esto significa, entre otras cosas, que nunca he sido un escritor de éxito. Nunca he tratado de ser complaciente a expensas de la verdad. He conocido, durante largas épocas, el tormento de una vida carente de autoexpresión. El más eficaz y sagrado precepto que puede imponérsele a un artista es el mandato: espera. El arte tiene sus mártires, y no son los menores quienes han preservado su silencio. Hay, me arriesgo a decir, santos del arte que han preferido esperar mudos toda su vida antes de profanar la pureza de un solo pasaje con algo que no fuera perfectamente apropiado y bello, es decir, con algo que no fuera verdad”.






Aunque al final me he extendido más de lo necesario en esta presentación, mi idea original era añadir una página al Libro de Arena de la Literatura, ésa en la que Charles Arrowby, protagonista de El mar, el mar, recuerda a su primer amor. ¿Puede haber una descripción más exacta y conmovedora del primer amor que denominar al puro gozo sufrimiento?

"On n’aime q’une fois, la première. 
Se llamaba Mary Hartley Smith. Qué rápida y fácilmente lo escribo. Y, sin embargo, Dios mío, el corazón se me acelera al escribir este nombre: Mary Hartley Smith.Tal es pues el encabezamiento de la historia. Pero la verdad es que no puedo contarla. Iré desgranando algunas notas para la historia, pero quizá jamás la cuente. Es probable incluso que sea imposible de contar, ya que apenas hay «acontecimientos» en ella, sino sentimientos, los de un niño, un muchacho, un joven, nebulosos, sagrados y más fuertes que ninguna otra cosa en toda la vida. Apenas puedo recordar el tiempo en que no conocía a Hartley. Fui a una escuela para varones, pero la escuela de niñas estaba al lado y las veíamos continuamente. Como por entonces muchas se llamaban Mary, a ella la llamaban siempre «Hartley» y, no sé por qué, era un nombre que le sentaba muy bien. Muy pronto nos emparejamos pero en aquellos primeros días fue algo alegre, infantil, sin emociones profundas y avasalladoras. Las emociones comenzaron cuando andábamos por los doce años. No las entendíamos, nos azoraban, nos sacudían como un terrier sacude a una rata. Decir que estábamos «enamorados», esa palabra incierta y débil, no alcanza a expresarlo. Nos amábamos, cada uno vivía en el otro, a través del otro, por el otro. Cada uno de nosotros era el otro. ¿Por qué fue un sufrimiento tan puro y sin mezcla?Es extraño que ahora escriba (y no he de cambiarla) la palabra «sufrimiento», porque naturalmente, aquello era un puro gozo. Lo que importa es que fuera lo que fuese, era extremado y puro. (Me han dicho que un hombre con los ojos vendados no puede diferenciar las quemaduras del frío extremo y del extremo calor). También es posible que a esa edad se tienda a sentir las emociones como algo doloroso, porque no las atempera la reflexión. Todo se convierte en pavor y aprensión, y cuanto mayores son la maravilla y el gozo, más intensos son el miedo y la aprensión. Pero deseo repetir que esto no obedecía a la reflexión ni al pensamiento. Yo no albergaba la menor duda consciente de que Hartley seguiría amándome, y sabía con toda naturalidad que sería mía para siempre. Pero cuando cerrábamos los ojos, un terror cósmico se imponía a nuestras lágrimas de alegría." pág. 86-87

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