de Danny Boyle
Ya he escrito en algún lugar que las películas con psiquiatra suelen tender a lo retorcido y a la sorpresa fácil. Parece como si por el mero hecho de intervenir un profesional de la mente se abriesen las puertas a la vorágine de giros y trampas. En este caso aunque no estropean del todo la función, sí la deslucen.
La película es entretenida y su intriga se sostiene e incluso mejora en su desenlace, pero entremedias parece como que el guionista y el director han estado jugando con el espectador al ratón y al gato, en vez de seguir la lógica que imponía el propio relato.
Se produce un robo en una sala de subastas. Simon (James Mc Avoy) es uno de los encargados de sala y está implicado en el robo debido a los problemas que arrastra por deudas de juego. En el momento de la huida recibe un golpe en la cabeza. Cuando sale del hospital el cuadro está perdido al igual que su memoria. Los miembros de la banda que encabeza Frank (Vincent Cassel) primero le torturan y ante lo infructuoso del resultado acuden a una terapeuta de hipnosis, Elizabeth (Rosario Dawson), para intentar recuperarlo. Conocido el problema, la terapeuta se implica, pero según va recomponiéndose la memoria de Simon, conoceremos que ambos se relacionaban desde mucho tiempo atrás.
El comienzo es potente, en la línea de un atraco contado y ejecutado en paralelo. Mientras Simon nos explica cada detalle de la seguridad, asistimos al desarrollo pormenorizado del atraco. En el punto culminante todo se tuerce por el culatazo que recibe. A partir de ahí iniciamos un confuso recorrido por el laberinto de su mente. Giro tras giro la trama busca la sorpresa hasta quedarse enredada en su propio tiovivo.
Finalmente vuelve a arrancar. Los recuerdos van colocando a Elizabeth en un lugar prominente. Lo que parece un simple efecto de transferencia esconde una sorpresa final.
Colocada entre Frank y Simon, la sugestión que desprende Elizabeth es tremenda. Su cuerpo es un bebedizo hipnótico para ambos. Quizás esos momentos previos a la memoria completa son los que más cine negro destilan. Simon acumula fragmentos que le hacen sospechar de Frank, y éste sospecha que terapeuta y paciente se la intentan jugar. Todos engañan a todos mientras una femme fatale los manipula. El problema es que esta textura "noir" tiene poco recorrido. Frank es un personaje casi testimonial, recurso de quita y pon para el juego psicologista.
Con Elizabeth en las riendas, la resolución final es atractiva y sorprendente. No obstante la percibamos como demasiado ajena a lo anterior, todo artificio y sofisticación.
El producto en su conjunto es resultón, apoyado sobretodo en el atractivo visual de ese escenario urbano -Londres- que Boyle tan bien domina.
Aunque esa capacidad no fecunda el apartado narrativo. La película avanza un tanto discursiva, sin claves cinematográficas para anclar el relato más allá de un par de imágenes casi anodinas: la retransmisión televisiva de una jugada en un partido de fútbol y la imagen de McAvoy desorientado, golpeando un cristal con los nudillos. El crimen central llega un momento en que parece anecdótico.
Me llama la atención la cantidad de comentarios que relacionan esta película con Origen, de Christopher Nolan, aduciendo que "la acción se desarrolla en la mente". No estoy de acuerdo. Donde en Origen hay una arquitectura para el desarrollo de una película de acción innovadora y pasmosa, aquí simplemente se recomponen retazos de una historia fragmentada.
Si tuviera que acotar sus referencias, la pondría entre Recuerda de Hichtcock y La Trampa de Jon Amiel. Aunque el cuadro robado, "Vuelo de Brujas" de Goya, sólo existe como referencia, sin estar tan engarzado como los diseños de Dalí en las famosas secuencias de Recuerda.
Si tuviera que acotar sus referencias, la pondría entre Recuerda de Hichtcock y La Trampa de Jon Amiel. Aunque el cuadro robado, "Vuelo de Brujas" de Goya, sólo existe como referencia, sin estar tan engarzado como los diseños de Dalí en las famosas secuencias de Recuerda.
Tengo que reconocer el buen trabajo de McAvoy y de Rosario Dawson. Ella se adueña de la platea y nos subyuga hasta el chasquido final de sus dedos.
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