La obra de Tavares no se parece a ninguna otra. Es absolutamente personal. Al concluir la novela no puedo dejar de pensar que es un libro conceptual, que flota sobre la realidad histórica. Tiene personajes y les suceden cosas, pero alrededor de ellos parece instalada una niebla que nos sume en la duda de si lo que vemos es realidad o sueño. Los dos protagonistas son una niña con trisomía 21 (síndrome de Down) que aparece perdida en medio de la calle y un hombre que la recoge y pretende ayudarla. La niña dice estar buscando a su padre y poco más llegamos a saber. Lleva un fajo de cartulinas con notas que le indican qué hacer y cómo relacionarse sucintamente. Siempre sonríe y obedece pero no hay modo de saber quién es o de dónde viene. Del hombre tampoco se sabe nada, sólo que está huyendo de algo. Así inician, estos dos huérfanos —tan semejantes y diferentes— un periplo de lo más insólito por las calles de un Berlín fantasmal.
En su itinerario Marius y Hanna se cruzan con personajes a cual más excéntrico, lo que acentúa una sensación de extrañeza que enseguida me remite a Kafka. Ambos viven en una realidad extraña, cuyos códigos muchas veces son incomprensibles y las personas con que se topan parecen ancladas en su propia dimensión. Así lo intuye el protagonista cuando acude a un anticuario para mostrarle el único objeto que porta la niña: "a primera vista de todas aquellas antiguallas le llegaba la sensación extraña de que habrían pertenecido a otra especie humana como si la evolución fuese no solo técnica sino de los propios organismos". (pág. 70)
Esa sensación de extrañeza la ha vivido Marius en distintos momentos de su vida, como si el mundo y él tuviesen el dial desajustado. Así le ocurrió con la mano gigante de un camarero que llegó a aterrorizar a Marius en el pasado. O con un reloj sin manecillas cuyo mecanismo interno seguía funcionando aunque sin trasladar nada al exterior; metáfora de su propia vida llena de búsqueda y expectativa pero sin destino conocido. Así lo detecta el viejo Terezin que conocen en el hotel: "se dio cuenta de que estábamos en un estado de búsqueda y ese estado en tránsito, esa posición flotante que es estar en busca de algo, producía una curiosidad y una disponibilidad que el viejo Terezin había detectado en nosotros".
En su andadura por la ciudad Marius y la niña se encuentran con Fried, unos de los cinco voluntariosos hermanos Stamm. Se dedican en cuerpo y alma a pegar carteles en calles secundarias avisando del desastre al que se dirige el mundo. "Estamos intentando avisar a la gente, ésa es nuestra función. Se trata de que la gente no olvide, que no se inmovilice mentalmente". También visitan a un anticuario cuya sede se encuentra en el cuarto piso de un edificio que amenaza ruina. Parece guardar los últimos vestigios de una civilización que está desapareciendo. Y en otra ocasión se topan con Josef, el Fotógrafo de Animales.
"Josef me explicó después que estaba haciendo una Historia de los Animales, una historia paralela a partir de los animales y de lo que les sucedía en cada ciudad, acompañando o reaccionando y, a veces, por extraño que parezca, anticipándose a los acontecimientos históricos.
ーEl movimiento de los animales, cuántas información viene de ahíーmurmuró Josefー. Se anticipan a los bombardeos. Ningún oído humano ha percibido todavía la aproximación aún lejana de un bombardero cuando ya decenas de especies de animales empiezan a buscar refugio. Las ratas, ¡qué bicho tan asombroso! Anticiparon la Segunda Guerra Mundial. Parecía que tuvieran un mapa de las alcantarillas de Londres: como si hubiesen tenido en la cabeza los diferentes itinerarios y como si hubiesen sabido ya la que iba a pasar. Huyeron mucho antes de los bombardeos.
¿Y conoce la invasión del escarabajo en Europa? -¿Se ríe? ¿No se lo cree? Se trata ーcontinuó Josef Bermanー de una verdadera invasión militar. Según los estudiosos del tema, por el recorrido del escarabajo de la patata podemos seguir y comprender parte de los acontecimientos políticos, económicos y militares de los siglos XIX y XX." págs 19 y 20
Dado que Marius y Hanna están perdidos parecen recorrer espacios de memoria. El hotelucho donde recalan para descansar está regentado por un anciano matrimonio judío que ha bautizado a las habitaciones con los nombres de los campos de concentración nazis. Por su parte Terezin le habla de los "Siete Siglos XX", siete hombres anónimos que guardan la memoria de todo lo acontecido en él. Mientras que el anticuario le muestra la tarea que se ha impuesto: continuar la obra de su padre y de su abuelo escribiendo cada día nuevas cifras de la interminable secuencia de los números pares. El último número que ha escrito ya es monstruoso y ocupa más de una página de guarismos apretados.
"Había, desperdigados por el mundo, siete hombres, siete judíos, que habían memorizado, sin fallo alguno, toda la Historia del siglo XX. Con hechos, dijo Terezin, con fechas concretas, intentando eliminar cualquier interpretación o juicio. Esos siete hombres -explicó Terezin- habían memorizado el mismo texto; son hombres-memoria cuya única función -además de intentar seguir vivos- es la de no olvidar ni un solo dato, ni una sola línea. Como es evidente, lo que han memorizado tenía que ver directamente o indirectamente, con nuestra historia particular, la de los Judíos." pág. 182.
Como se ve el libro desgrana una serie de encuentros paradójicos que parecen constituirse como relatos autónomos. Tengo la impresión de que cada uno de estos personajes pudiera interpretarse como una alegoría de esta vieja Europa llena de cicatrices. Y es que este turbulento siglo XX quizás no solo es incomprensible para Hanna, sino también para todo el resto de personajes, nosotros incluidos.
Aunque la atmósfera del relato es sombría su fondo no lo es. Hanna siempre sonríe y es capaz de hacer sonreír a todo aquel con quien se cruza. Tampoco hay ningún personaje malvado. Aunque el final es esperanzador quizás sí hay una veta de desánimo. Los hermanos Stamm perseveran con sus carteles sabiendo que su incidencia será mínima. Lo mismo ocurre con el redactor de los infinitos números pares. Sabe que su tarea es inútil aunque, en algún sentido, quizás pueda justificar su existencia.
Creo que la conclusión más válida ya nos la ofrece Tavares en las primeras páginas, cuando Marius está repasando las cartulinas de la niña y reflexiona: la niña tiene que aprender unos códigos para manejarse en el mundo, lo mismo que debemos hacer todos nosotros, muchas veces superados.
"Fried interrumpió mis pensamientos diciendo que lo que él tenía en la mano, la caja de Hanna, en la que había varias fichas correspondientes a los pasos que debía seguir, casi hacía sospechar que alguien creía tanto en los demás, en los hombres, que finalmente había abandonado a su propia hija con un catálogo de fichas para su aprendizaje. Es decir, había confiado tanto en los demás -como un loco, susurró Fried-, que había creído no sólo que alguien podría acompañarla, sino que también podría enseñarle cosas y hacer que progresara en los objetivos referentes a (y Fried fue leyendo en voz alta algunos de los objetivos a medida que hojeaba el catálogo): "HIGIENE, MOTRICIDAD FINA, REACCIONAR A ESTÍMULOS TÁCTILO-CINESTÉSICOS". A veces, dijo Fried, yo mismo aún no sé que la mejor manera de reaccionar a un puñetazo es con otro puñetazo, otras veces es fingir que no se tienen fuerzas para responder". (Pag. 42)
Yo creo que para leer este libro sencillo e inocente, pero también perverso y fantasmagórico a su modo, hay que fijarse en ese objeto extraño que porta Hanna y que Marius lleva a un anticuario para ver si descubre indicios de su procedencia. Es como si Marius buscase un anclaje para volver a situar a Hanna en la corriente de la vida, evitando que se convierta en ese reloj vano que funciona correctamente pero no tiene agujas que lo expresen.
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"Alegoría de Europa" de J-Baptiste Oudry |
El mayor horror del siglo XX, algo que sólo puede provocarnos rechazo y compasión.
Lamentablemente, ahora mismo, la Historia está añadiendo una nueva y terrible capa a sus estratos. El gobierno de Israel, liderado por Netanyahu, lleva meses ejecutando el genocidio del pueblo palestino bombardeando escuelas y hospitales, asesinando a diario a mujeres y niños.
La paradoja es terrible.
El gobierno de Israel, heredero de aquellas víctimas de los nazis, se ha convertido en verdugo con una ferocidad asesina que nos deja anonadados.
Con esta perplejidad leo las líneas de la página 51, cuando Marius descubre los nombres de las habitaciones del hotel y siente
"el impulso de dar media vuelta de inmediato y sacar a Hanna de allí, pero no lo hizo.-¿Por qué hacen eso?-Porque podemos -respondió la señora, secamente-. Somos judíos."
En la novela ese "porque podemos" significa la intención de preservar la memoria para no olvidar la barbarie y prevenirnos ante ella. Seguramente ni el autor, ni ninguno de los masacrados en aquellos campos podrían imaginar que sólo unas décadas después un sanguinario como Netanyahu iba a decir lo mismo pero en otro sentido: "Porque podemos" vamos a eliminar a todo el pueblo palestino y quedarnos con sus tierras como unos implacables forajidos.
"Usar el hambre como arma de guerra es inhumano. La crueldad del Gobierno israelí no tiene precedentes [y] no debe quedar impune. Racionar la ayuda humanitaria es un acto cruel e ilegal y es el sinónimo más claro de que Israel ha perdido la poca humanidad que habitaba"
¡¡BASTA YA!! ¡¡PAREN EL GENOCIDIO PALESTINO!!