Querido y admirado Alejandro Amenábar:
Por tus tres últimas películas estoy seguro de que la Historia te fascina y que eres un lector empedernido de crónicas. Que cuando descubriste a Hipatia te sedujo hasta el punto de hacerte leer todo lo referente a tan fascinante personaje y su tumultuosa época. Del mismo modo te atrajo ese momento de la historia de España que pudo haber sido un punto y seguido (...hasta que termine la guerra) en nuestra historia y sin embargo se convirtió en un paréntesis de pesadilla que dejó a España en suspenso durante 40 años.
No me cabe duda de que algo semejante te hizo clic en la historia del cautiverio de Cervantes en Argel, episodio que recreas en tu película. Esos cinco años en los que un joven Miguel de 28 años estuvo prisionero, llegando a participar en cuatro arriesgados intentos de fuga.
Quizás te llamó la atención su incipiente don para contar historias, cuestión que le granjea las simpatías de todos los prisioneros... y también las de un culto Hasán Bajá (Alessandro Borghi), su carcelero, del que acaba convirtiéndose en una especie de Sherezade. O quizás te tentó la oportunidad de descubrir su lado más íntimo y sensual más allá del personaje histórico. A lo mejor te atrajo el hecho de abordar -de nuevo- un momento clave del devenir histórico donde confluían dos historias, de las cuales sólo sobreviviría una. El mundo árabe contra el occidental, la voluptuosidad contra el ascetismo y la Inquisición. En tu película fantaseas con el hecho de que Cervantes llegara a entablar una relación afectiva con el Bajá, el cual lo tentó con una vida libre y hedónica junto a él en Constantinopla... en cuyo caso quizás no hubiese llegado a escribir el inmortal Quijote. Este Miguel, igual que el otro (Unamuno), vive un punto de inflexión que marcará su vida... y la Historia.
Todo esto aparece en tu película, pero de una forma tan impostada que me deja frío. No entro en la polémica sobre si Cervantes tuvo pulsiones homosexuales o no. Me da igual. La ficción tiene la capacidad de crear su propia verdad. Mira, si no, cómo Tarantino hizo volar a Hitler por los aires en un cine de París. Pero tengo que decirte que tu película me parece sólo correcta, casi académica; lo que para mí significa carente de alma. Le falta consistencia y emoción. Las fugas que relatas carecen de tono aventurero. En las imágenes no hay brío. El Argel que nos muestras es preciosista, de cartón piedra. El cautiverio es poco hostil, ni tan siquiera sucio o violento. Las torturas quedan fuera de plano. El maltrato apenas se expresa en forma de gritos. No hay asfixia ni desesperación. Incluso las escenas pretendidamente eróticas son meras postales soft. Todo es demasiado pulcro y como dispuesto para que la cámara lo acaricie. Sin desgarro.
Pero hay dos asuntos que picaron mi interés, ambos relacionados con dos frailes. Lamentablemente pasas por ellos de puntillas pues yo creo que hubiesen insuflado un mayor vigor a tu película. Uno es el del taimado inquisidor Padre Blanco (Fernando Tejero), cautivo junto a Miguel. Dejas sus traiciones, delaciones y pecaminosos secretos en un muy segundo plano cuando podrían haberse erigido en una jugosa subtrama encabezada por un perverso villano. También hubiese fortalecido ese juego de contrastes entre la tolerante vida árabe y la intransigencia cristiana. Cuestión que en la película queda excesivamente simplificada.
El otro asunto es el juego en torno a la ficción en el que se enredan deliciosamente el Padre Sosa (Miguel Rellán) 一narrador de los hechos一 y el aspirante a escritor. Aunque primero hay que decir que Miguel Rellán borda el papel de fraile cronista, comprensivo con las flaquezas humanas y custodio de sus propios pecados. Su interpretación aporta una incuestionable solidez y humanidad al relato. Él escribe sobre todo lo que ve, lo cual concibe como la descripción del Infierno en la Tierra "con permiso del gran Dante". Aunque este Infierno en la pantalla no se ve.
Él es el que incita a Miguel a crear la historia de la fuga de los cautivos gracias a la ayuda de una musulmana conversa. Ésta es la espita que alivia a todos la aflicción del cautiverio y da a Cervantes la oportunidad de iniciar su andadura como narrador. Las secuencias de esta fuga literaria se solapan con las de la realidad del cautiverio compartiendo personajes y contexto; de ahí que cuando una de las fugas es descubierta por el Bajá surge un momento mágico (pero desaprovechado) en el que el Bajá exige conocer al autor de la fuga; pero a cual, ¿al autor literario o al conspirador?. Cervantes aparece maniatado y sangrando por los golpes. Ante la insistencia del Bajá cuestionándole por el autor, Miguel una vez responde "yo", otra vez señala al padre Sosa e incluso en otra ocasión mira al renegado Dorador (Luis Callejo) que los ayudó.
Recordemos que uno de los asuntos más modernos de El Quijote es su anticipación de siglos en cuanto a la inclusión de elementos metaliterarios en su obra. Como todos saben, entre la publicación de la primera y la segunda parte de El Quijote pasaron diez años de tiempo histórico que se convierten en unos treinta días en la novela. A partir de ahí Cervantes introduce un innovador juego metaliterario. Su genialidad consiste en hacernos creer que hay varios narradores ajenos a él. Hasta la aventura del vizcaíno el narrador asegura haberse inspirado en unos documentos históricos, y el resto está basado en el manuscrito encontrado de un tal Cide Hamete Benegeli, un cronista árabe. Esto permite a Cervantes combinar perfectamente la verosimilitud que reclamaba para el hecho literario con la narración de episodios inverosímiles producto de su imaginación. Esta cuarta dimensión está apuntada, pero del mismo modo desaprovechada en tu película. Lástima.
Salgo de la sala sin saber a qué juegas en 'El cautivo'. Si estás hablando de Cervantes o de ti. Sobrevuela en mi mente la frase con que un personaje califica a Miguel en un momento dado: «el impostor más grande que conozco». Está claro que no es una película de aventuras. Tampoco hay épica en nuestro héroe. El choque de civilizaciones que vimos en Ágora está ausente. El cautiverio parece la piedra de toque que desata el talento de Cervantes, pero tu cuentacuentos no nos embruja. Lo peor es que la cámara no parece tuya, se convierte en una simple lente mecánica en manos de un alumno aventajado de la Escuela de Cine. Pero el hecho es que tú saliste por la puerta grande de la Facultad realizando la perturbadora Tesis, te lanzaste a conquistar el mundo con la fantasía philipdickiana de Abre los ojos y demostraste un talento inigualable explorando esa casa de terror mental que es Los otros. No soy quién para decirte esto, pero esos territorios todavía te están esperando.
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