jueves, 29 de febrero de 2024

LAS MUERTAS - de Jorge G. Ibargüengoitia


Las muertas fue escrita por el mexicano Jorge Ibargüengoitia en 1977 y tiene una nota inaugural que ya nos avisa del carácter del relato: "Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios". Es decir hechos reales pasados por el tamiz de la creación literaria para llegar a una verdad más visceral y amarga que la contada en los periódicos: los crímenes de "las Poquianchis", las hermanas González Valenzuela, proxenetas que llegaron a regentar varios locales durante más de 15 años en México.

Ibargüengoitia apreció en la historia el sustrato palpitante de una novela ya que declaró que el caso de estas hermanas representaba "un panorama moral de nuestro tiempo": tanto por la ferocidad y el carácter de sus actos, como por el tamaño de la red ilegal que habían tejido y el grado de connivencia al que había llegado con policías, políticos y militares. 

Porque la experiencia nos dice que un negocio así no se mantiene tanto tiempo si no es contando con la aquiescencia oficial y también que, en ocasiones, se acaba jodiendo por un detalle nimio, como ocurre aquí con los celos de Serafina Baladro. Así es como comienza el libro, con Serafina y su secuaz, el Valiente Nicolás, disparando ráfagas sobre la panadería regentada por su antiguo amante, Simón Corona, incendiándola después. Esta venganza por un malquerer será el punto de inflexión que  determinará el fin del perverso reinado de las hermanas Baladro, trasunto de las hermanas González Valenzuela acusadas en Guanajuato, en 1964, de asesinato y trata de blancas, en medio de un gran revuelo mediático.


La novela nos conducirá por el reguero de detenciones y declaraciones que este ataque provocará, porque Simón reconoce a su atacante y ante la policía empezará a tirar del hilo revelando el imperio de prostitución, crimen y corrupción que las hermanas Baladro han venido tejiendo con el respaldo del capitán Bedoya. El expediente de sus fechorías es de lo más completo: secuestros, sobornos, homicidios, corrupción de menores, trata de mujeres, abortos ilegales e incluso inhumaciones clandestinas. 

La narración se desarrolla haciendo confluir tres líneas discursivas, la periodística, la jurídica y la literaria. La historia se presenta al lector en forma de recortes, expedientes y declaraciones de los imputados, con testimonios a veces coincidentes y otras contradictorios, a los que se suman algunas acotaciones irónicas del narrador para acabar componiendo un relato complejo y punzante que va más allá de la mera crónica negra. El narrador se muestra impasible ante la sordidez y ceguera moral de los personajes. Parece que simplemente levanta acta; pero es a través de su ironía y de lo grotesco de las situaciones que plantea cuando nos obliga a cuestionarnos sobre las nociones de justicia y culpa. 

Siendo una historia extremadamente violenta, trufada con la transcripción de las declaraciones en sede judicial, la lectura posee una extraña ligereza; y es que se lee con esa especie de urgencia que supura todo relato de sucesos. La multitud de personajes implicados tienen un notable desarrollo psicológico, lo que sumado a una ambientación asombrosamente conseguida hace que la novela sea fascinante. 

También ayuda el estilo que es directo pero elegante. Las situaciones están narradas con un realismo tan crudo que las acerca al absurdo y lo grotesco. Los personajes son muy vívidos y actúan gobernados por las más bajas pasiones. El mal aparece sazonado por la necedad, la ignorancia y una ausencia absoluta de moral que Ibargüengoitia aprovecha para introducir su particular humor negro. Así la reproducción del almidonado lenguaje judicial o las rimbombantes declaraciones de estos criminales de pacotilla los acerca al ridículo y la sátira.
Joel Kalako - Cihuateteto 3

Los crímenes son terribles, chapuceros y sangrientos; pero el autor logra conjurar el horror retratando tanto a víctimas como a verdugos con un toque de humor y una profunda humanidad. No hay más que ver a estas mujeres trastornadas por la desgracia: Serafina por su amor contrariado, Arcángela por la muerte de su hijo baleado, Blanca por un aborto que la deja catatónica. 

De hecho y aunque parezca mentira, bajo toda esta violencia late el amor. Los capítulos Un viejo amor, sobre los amores de Simón y Serafina, e Historia de Blanca son de lo más goloso. En ellos se concitan inocencia, pasión exacerbada y ese punto de locura capaz de desarmar una vida entera. La historia de Blanca es de lo más conmovedor. Comprada a los 14 años, tenía una especie de personalidad múltiple que la hacía actuar de distinto modo con cada cliente; callada con unos, furibunda con otros, melosa con algunos. Cambió docenas de veces de nombre para acabar llamándose Blanca cuando era negra y poniéndose cuatro dientes de oro. También la pareja que hacen Simón Corona y Serafina Baladro resulta entrañable. Él es un perdedor y ella una mujer fatal que se ve arrastrada por una patológica obsesión de cuidar a su macho. Logran convivir durante tres temporadas distintas; pero siempre Simón acaba abandonándola para llevar una vida sencilla como panadero que Serafina entiende como una traición.

"De las tres temporadas que viví con Simón la última fue la mejor. Él me hacía menos reclamaciones y yo estaba apasionada. Tan feliz me sentía que hasta me dieron ganas de conocer el mar."
"Cuando llegamos al hotel me quité el vestido y le dije a Simón:
-Ahora sí quiero que vengas encima de mí.
Y él fue encima de mí y yo sentí que nunca había querido a nadie tanto y que el amor que nos teníamos Simón y yo iba a ser eterno. Por eso le conté la historia de mi vida. Le dije todo, hasta que yo era la que había arreglado con el coronel Zarate que mandara soldados a que lo persiguieran y lo encerraran en el cuartel y lo molestaran cada vez que trataba de abandonarme.
No contestó. Se levantó de la cama dándome la espalda y empezó a vestirse."
Grabado de Leopoldo Méndez

Más que la maldad son la miseria y la picaresca las que campan a sus anchas en estas páginas. Todo tiene un aura de fatum que varios personajes asumen. Cuando las Baladro compran a Blanca por trescientos pesos, la Calavera recuerda que tenía "todas las características de un mal presagio". También cuando Arcángela se entera de que su cuñado Teófilo ha disparado a las muchachas que tenían en el rancho para evitar que huyeran, le anticipa a la Calavera el derrumbe del tinglado: "-Se me hace, Calaverita, que ya nos llevó la chingada". También Simón reflexiona sobre la fatalidad de los acontecimientos que se fueron concatenando para llevarle hasta Pajares, donde se vuelve a encontrar con Serafina. Intenta despedirse rápido pero reconoce que "el destino tenía escrita otra historia". 

El libro se lee como los testimonios de tipos acorralados por la miseria y la ruindad; pero también como una crónica periodística de un realismo sórdido que incluye la corrupción policial y judicial; asuntos que a día de hoy mantienen una vigencia perturbadora.

Las Poquianchis

La arquitectura de la novela es la de un rompecabezas elaborado a partir del personaje de Simón Corona. Me llama la atención la forma en que se van encadenando las historias de unos y otros. Aparece Humberto (hijo de Arcángela Baladro) en una declaración y a continuación un capítulo desarrolla la historia de este problemático muchacho cuyo arresto llevará a su madre a sobornar al capitán Bedoya y de ahí a mantener una larga y fructífera relación amorosa. Al final del capítulo La Vida Secreta se refiere que murió Blanca y a continuación hay un capítulo con La vida de Blanca. Los protagonistas y sus testimonios se van engarzando en un intento de acotar un relato inabarcable de tragedia y miseria que el narrador arma como un auténtico rompecabezas.

Ma atrae sobremanera el modo en que se superponen diversos planos en la narración. Por un lado se concitan distintos ámbitos del lenguaje: las noticias de los periódicos son el alimento y detonante para que Ibargüengoitia escriba su novela; luego el novelista interviene recopilando textos y testimonios donde palpita un lenguaje oral que contrasta con la posterior jerga legaloide con la que el agente judicial lo vuelca en los atestados. Todo ello supone una puesta en escena verbal de primera magnitud. Del mismo modo existe una superposición temporal cuando se alterna la narración actual con la rememoración de los hechos por parte los testigos y la reproducción de las declaraciones judiciales.

Leyendo este libro me ha venido a la memoria la reciente y desgarradora novela de Fernanda Melchor, Temporada de huracanes. No sólo porque ambas nacieron de las páginas de sucesos; sino porque a través de un poderoso ejercicio de lenguaje el autor logra sumergirnos en un territorio condenado a la miseria, la marginación y la violencia. No en balde Melchor colocó en el frontis de su libro la misma cita que Ibargüengoitia redactó para el suyo: "Algunos acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios."







👉________________________________________________________________
El caso de "Las Poquianchis" sacó a la luz el submundo de las madrotas. Las chicas que estaban a su servicio eran «capturadas» con engaños a sus padres, quienes creían que iban a servir en casas de ricos hacendados. Una vez en su poder, las recluían y forzaban para ejercer la prostitución. En 1964 una de las chicas logró escapar y al relatar su experiencia a su madre, ésta decidió denunciarlas. En «La Barca de Oro», su negocio principal, que se encontraba en San Francisco del Rincón (Guanajuato), ocultaban un cementerio clandestino en el que se hallaron los cadáveres de 80 mujeres, 11 hombres y varios fetos. Si alguna muchacha se queda embarazada le hacían abortar sin ningún tipo de garantía sanitaria, lo que en muchas ocasiones les provocaba la muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.