sábado, 24 de febrero de 2024

FLUJOS de TIEMPO - de Alan Lightman











Serie Narraciones Extraordinarias



Estos dos relatos pertenecen al libro Los sueños de Einstein, de Alan Lightman,
donde imagina al genial físico soñando mundos con distintos flujos de tiempo 
antes de alumbrar su Teoría de la Relatividad. Puedes leer la reseña aquí.






10 de mayo de 1905


     Es la última hora de la tarde y, por un breve instante, el sol anida en un hueco nevado de los Alpes, fuego tocando el hielo. Largos haces oblicuos de luz se deslizan por las montañas, atraviesan un lago sereno, arrojan sombras sobre una ciudad, abajo.
     En muchos sentidos, es una ciudad de una pieza y forma un todo. Cipreses, alerces y pinos forman una suave frontera al norte y al oeste, y más arriba hay lirios de fuego, gencianas de color púrpura y campánulas alpinas. En las praderas próximas a la ciudad pasta el ganado del que se obtiene mantequilla, queso y chocolate. En una pequeña fábrica de tejidos se elaboran sedas, cintas, prendas de algodón. Suena la campana de una iglesia. Un olor a carne ahumada inunda calles y callejones.
     Vista desde más cerca, es una ciudad de muchas piezas. Un barrio vive en el siglo XV. Allí, los pisos de las casas de piedra sin labrar están unidos por escaleras y galerías exteriores, en tanto que los techos están abiertos a los vientos. El musgo crece entre las losas de piedra de los balcones. Otra parte de la ciudad es una imagen del siglo XVIII. Las tejas de arcilla roja cubren ordenadamente los techos rectilíneos. La iglesia tiene ventanas ovales, loggias en saledizo, parapetos de granito. Otra parte contiene el presente, con avenidas bordeadas de arcadas, balcones con barandillas de metal, fachadas de arenisca lisa. Cada sector de la ciudad se ajusta a un tiempo diferente.
     En el final de esta tarde, en estos breves momentos en que el sol anida en un hueco nevado de los Alpes, una persona puede sentarse junto al lago y contemplar la textura del tiempo. Hipotéticamente, el tiempo puede ser liso o áspero, sedoso o espinoso, duro o blando. Pero en este mundo, ocurre que la textura del tiempo es pegajosa. Partes de la ciudad se quedan adheridas a algún momento de la historia y no se pueden desprender. Y también las personas se quedan pegadas a algún momento de sus vidas y no pueden liberarse.
     Justamente ahora un hombre, en una de las casas situadas al pie de las montañas, conversa con un amigo. Le habla de sus tiempos de estudiante en el liceo. Sus certificados de honores en Matemáticas e Historia cuelgan de las paredes, sus medallas y trofeos deportivos ocupan las estanterías. Aquí, en la mesa, está su foto de capitán del equipo de esgrima, abrazado por otros jóvenes que estudiaron después en la universidad, se convirtieron en ingenieros y banqueros, se casaron. En el armario están sus ropas de cuando tenían veinte años, los petos de esgrima, los pantalones de tweed que ahora le aprietan demasiado en la cintura. El amigo, que hace años trata de presentarle otros amigos, asiente cortésmente, se esfuerza en silencio por respirar en esa diminuta habitación.

     En otra casa, un hombre está sentado, solo, ante una mesa preparada para dos. Hace diez años, sentado aquí mismo frente a su padre, no fue capaz de decirle que lo amaba; buscó en los años de la infancia algún momento de acercamiento, recordó las noches en que ese hombre estaba solo, 'en silencio, con su libro, y no fue capaz de decirle que lo amaba, no fue capaz de decirle que lo amaba. Ahora en la mesa hay dos platos, dos vasos, dos tenedores, como aquella última noche. El hombre empieza a comer, no puede, llora incontrolablemente. Nunca le dijo que lo amaba.
     En otra casa, una mujer mira amorosamente la fotografía de su hijo, joven, sonriente, feliz. Le escribe a una dirección que hace tiempo no existe, imagina las alegres cartas de respuesta. Cuando su hijo llama a la puerta, ella no contesta. Cuando el hijo, con la cara hinchada y los ojos vidriosos, golpea su ventana para pedir dinero, no lo oye.  Cuando el hijo, con su andar vacilante, le trae cartas donde dice que desea verla, ella las tira sin abrir. Cuando el hijo pasa la noche delante de la casa, ella se va a la cama temprano. Por la mañana, mira la fotografía, escribe cartas de adoración a una dirección que hace tiempo no existe.
     Una solterona ve la cara del joven que la amaba en el espejo de su dormitorio, en la pared de la panadería, en la superficie del lago, en el cielo.
     La tragedia de este mundo es que nadie es feliz, tanto si se ha quedado pegado a un momento de dolor como a un momento de alegría. La tragedia de este mundo es que todos están solos. Porque una vida en el pasado no puede compartirse con el presente. Cada persona que se ha quedado pegada al tiempo está allí clavada, y sola.




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     14 de mayo de 1905


     Hay un lugar donde el tiempo está detenido. Las gotas de lluvia cuelgan en el aire, inmóviles. Los péndulos de los relojes quedan suspendidos en algún punto de su recorrido. Los perros alzan el hocico y ladran en silencio. Los peatones están congelados en las calles polvorientas, las piernas levantadas como sostenidas por hilos. El aroma de los dátiles y los mangos, el coriandro y el comino flota en el espacio.
     Cuando un viajero se acerca desde cualquier dirección, se mueve cada vez más lentamente. Los latidos de su corazón se distancian, la respiración se adormece, la temperatura baja, los pensamientos se apagan, hasta que llega al centro y se detiene. Porque éste es el centro del tiempo. A partir de aquí el tiempo, inmóvil en el centro, se mueve hacia afuera en círculos concéntricos, aumentando suavemente de velocidad a medida que el diámetro es mayor.
     ¿Quién iría en peregrinación al centro del tiempo? Padres con sus hijos. Enamorados.
     Por eso en el lugar donde el tiempo se detiene se ven padres que aferran a sus hijos con un abrazo estático que jamás se deshará. La hija hermosa de ojos azules y pelo rubio no dejará de sonreír como sonríe ahora, nunca perderá el suave fulgor rosado de sus mejillas, nunca estará fatigada o arrugada, no olvidará lo que sus padres le han enseñado, no tendrá pensamientos que sus padres no conozcan, no conocerá el mal, nunca dirá a sus padres que no los quiere, no saldrá de su cuarto con vistas al mar, no cesará de abrazar a sus padres como hace ahora.
     Y en el lugar donde el tiempo se detiene se ven enamorados que se besan entre las sombras de los edificios, en un abrazo estático que nunca se deshará. El amado no retirará sus brazos de donde están ahora, no devolverá la pulsera recordatoria, no se alejará de su amante, no se pondrá en peligro por abnegación, no cesará de demostrar su amor, nunca sentirá celos, no se enamorará de otra persona, nunca perderá la pasión de este momento del tiempo.


     No debe olvidarse que sólo la más tenue luz roja ilumina estas estatuas, porque la luz disminuye casi hasta la nada en el centro del tiempo, sus vibraciones se atenúan como ecos en una vasta quebrada, su intensidad se reduce al brillo sutil de las luciérnagas.
     Sí se mueven los que no están exactamente en el centro, aunque al paso de los glaciares. Pasar el cepillo por el pelo puede llevar un año, y mil años un beso. Mientras se devuelve una sonrisa, transcurren estaciones en el mundo exterior. Mientras se abraza a un niño se construye un puente. Mientras se dice adiós se derrumban y se olvidan las ciudades.
     Y los que regresan al mundo exterior... Los niños crecen rápidamente, olvidan el abrazo interminable de sus padres, que para ellos sólo ha durado segundos. Se convierten en adultos, viven lejos de sus padres, en sus propias casas, eligen sus costumbres, padecen dolores, envejecen. Maldicen a sus padres por tratar de retenerlos para siempre, maldicen al tiempo por la voz cascada y la piel arrugada. Estos nuevos niños viejos también quieren detener el tiempo, pero en otro momento. Quieren inmovilizar a sus propios hijos en el centro del tiempo.
     Los amantes que regresan encuentran que sus amigos se han ido mucho tiempo antes. Han transcurrido generaciones. Se mueven en un mundo que no reconocen. Los enamorados que regresan también se abrazan entre las sombras de los edificios, pero ahora sus abrazos parecen vacíos y desolados. Pronto olvidarán esas promesas que duraron siglos, pero para ellos sólo segundos. Sienten celos incluso de extraños, se dicen palabras odiosas, pierden su pasión, se alejan y envejecen solos en un mundo que no conocen.
     Algunos dicen que es mejor no acercarse al centro del tiempo. La vida es una copa de tristeza, pero es noble vivir la vida y sin tiempo no hay vida. Otros no están de acuerdo. Preferirían una eternidad de plenitud aunque en esa eternidad estuvieran congelados y clavados como una mariposa en su caja.

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