Un crimen y un tornado a su alrededor.
Esa es la estructura de esta abigarrada novela que describe todo un universo centrándose en un miserable agujero de México.
En un poblacho perdido entre un desierto de cañaverales aparece el cadáver de la Bruja Chica. El cuerpo está tirado en el río con el cuello rebanado y a partir de ahí, un puñado de voces implicadas nos irán narrando desde diversos puntos de vista este hecho. Esas voces son los huracanes que agitan el mísero poblacho de Villa y el rancho de La Matosa para conformar una novela desgarradora, violenta y sin concesiones.
El estilo me recuerda al cineasta mexicano Alejandro Cuarón. Éste es famoso por sus poderosos planos secuencia que nos sumergen en la realidad del protagonista, implicándonos hasta dejarnos sin respiración.
Del mismo modo Fernanda Melchor. No te da tregua.
La atmósfera que recrea está cargada y resulta opresiva. En cada página apenas hay un punto y seguido. El texto es un torrente de lenguaje vivísimo y coloquial que se resuelve con comas y punto y comas para conseguir urgencia e inmediatez. La autora lo tenía claro:
"no podía hacerlo viendo al personaje desde arriba y describiéndolo, porque las condiciones de miseria material y emocional son tan grandes que yo me hubiera sentido muy mal haciendo eso, quién soy yo para estar desde arriba juzgándolos. Entonces lo que decidí fue hacerlo al ras de los personajes para que los lectores también lo sintieran en carne propia. Esa es la distancia reducida."
Las 224 páginas de Temporada de Huracanes son lacerantes. La narración enfebrecida. El calor, el deseo sexual, las drogas y el alcohol hacen mella en unos personajes que viven en una terrible “indigencia emocional”. Los hombres son jóvenes abandonados a su suerte, ignorantes y condenados en un poblacho del que sólo pueden escapar hacia los paraísos de la droga. Las mujeres son tratadas como animales. Son un simple objeto sexual. El sexo es omnipresente a través de un deseo oscuro y brutalmente animal. Las páginas están repletas de chingadas, pinches, culeros, vergas, putas y chotos.
La propia autora ha señalado que la palabra amor no aparece en toda la novela, siendo así que el libro está inundado por una sexualidad exacerbada:
"Era un poco un juego sacar la palabra amor de todas sus combinaciones, porque la novela no solamente habla de la violencia en Veracruz sino también de la homofobia, y la transfobia. Y no solo de la miseria humana, moral y material, sino también de cómo muchos depositamos esta gran ilusión en el amor y pensamos que éste es el que nos va a salvar pero en realidad ni siquiera sabemos amar porque nunca hemos sido amados. Entonces el amor se convierte en esta suerte de Santo Grial y estamos en su búsqueda pero solo sabemos rumores de él, no lo conocemos. Por eso me interesaba jugar con esta idea de todos los personajes buscando a ese alguien que los va a redimir y salvar pero al mismo tiempo no existe ese amor, todo se reduce a relaciones utilitarias entre ellos.
La condición humana que prevalece es la desesperanza. En sus páginas se citan la ausencia total de expectativas, el alcoholismo, la drogadicción, la homofobia, el estupro, el aborto ilegal y mortal y finalmente el crimen. La novela surgió de una nota roja que Melchor encontró en un periódico local hace más de cinco años: la muerte de un brujo a manos de su amante. Pero más allá de escribir una novela policíaca, el crimen se convierte en un pretexto para revelar un universo mucho más complejo e inclemente.
El capítulo III comienza con Yesenia cruzándose con su primo camino del río y, en una parrafada agobiante y urgente, cuando acaba el capítulo, 29 páginas después, la joven ha puesto en el centro "ese día" que condicionará todas las vidas, a la vez que ha hecho inventario de toda la realidad social de Villa.
Yesenia nos acerca a su abuela, verdadera matrona de La Matosa, y a su tío Maurilio que, a pesar de ser un perdido borracho que está en prisión, es el preferido de la abuela. Mientras Chabela, la mujer de Maurilio, se ha amancebado con Munra, el cojo que el día fatídico conducía la furgoneta. Por su parte Luismi es el hijo de Chabela y Maurilio, un pobre diablo adicto a los tranquilizantes que ha recogido a Norma, una joven inocente que se ha dejado seducir por su padrastro. Su embarazo y posterior aborto, ejecutado por la Bruja a instancia de Chabela, se convertirá en el detonante de locura y muerte que recorre la novela.
También está Brando, uno de los amigos de Luismi, incapaz de aceptar su homosexualidad y dispuesto a matar con tal de ocultar sus deslices. Y finalmente no falta el coro fatal de las Güeras, encargadas de hacer correr maledicencias sin importarles sus efectos. Es muy interesante cómo la autora introduce un sistema de rumores y leyendas que hacen estragos en estos pobres ignaros. Así ocurre con las noticias sobre la sexualidad de la Bruja o los rumores sobre sus ocultas riquezas; pero sobretodo con el Cuento de Hadas para Niños de Todas las Edades que encontró la pequeña Norma y donde descubrió el significado de la sangre del "domingo siete".
También está Brando, uno de los amigos de Luismi, incapaz de aceptar su homosexualidad y dispuesto a matar con tal de ocultar sus deslices. Y finalmente no falta el coro fatal de las Güeras, encargadas de hacer correr maledicencias sin importarles sus efectos. Es muy interesante cómo la autora introduce un sistema de rumores y leyendas que hacen estragos en estos pobres ignaros. Así ocurre con las noticias sobre la sexualidad de la Bruja o los rumores sobre sus ocultas riquezas; pero sobretodo con el Cuento de Hadas para Niños de Todas las Edades que encontró la pequeña Norma y donde descubrió el significado de la sangre del "domingo siete".
Todo un microcosmos condenado a la marginación, la pobreza y la violencia.
Acabado el libro te das cuenta que el ritmo de la narración ha sido trepidante. Creo que como dicta la propia actualidad en México. Al fin y al cabo el monólogo interior de cada personaje está lleno de vértigo.
El lenguaje es un valor añadido al relato. Es muy gráfico y coloquial. Una herramienta más para sumergirnos en el territorio que nos propone Melchor: miseria, abusos, ignorancia, superstición, abandono, violencia física y psicológica. Un territorio desolador que retrata un libro en cuyo frontis figura una cita de Las Muertas (Jorge Ibargüengoita): "Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios."
El lenguaje es un valor añadido al relato. Es muy gráfico y coloquial. Una herramienta más para sumergirnos en el territorio que nos propone Melchor: miseria, abusos, ignorancia, superstición, abandono, violencia física y psicológica. Un territorio desolador que retrata un libro en cuyo frontis figura una cita de Las Muertas (Jorge Ibargüengoita): "Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios."
La novela está divida en ocho capítulos. Cinco para los relatos de unos y otros, y los dos últimos para dos finales en que la historia adquiere, como en la Comala de Juan Rulfo, tintes legendarios.
En el capítulo VII la autora se permite levantar la cabeza y mirar en derredor para comprobar que todo se está quemando
"Dicen que la plaza anda caliente, que ya no tardan en mandar a los marinos a poner orden en la comarca. Dicen que el calor está volviendo loca a la gente, que cómo es posible que a estas alturas de mayo no haya llovido una sola gota. Que la temporada de huracanes se viene fuerte. Que las malas vibras son las culpables de tanta desgracia: decapitados, descuartizados, encobijados, embolsados que aparecen en los recodos de los caminos o en fosas cavadas con prisa en los terrenos que rodean las comunidades. Muertos por balaceras y choques de auto y venganzas entre clanes de rancheros: violaciones, suicidios, crímenes pasionales que dicen los periodistas. Como aquel chamaco de doce años que mató a la novia embarazada del padre, por celos, allá en San Pedro Potrillo. O el campesino que mató al hijo aprovechando que andaban de cacería y le dijo a la policía que lo confundió con un tejón, pero ya se sabía desde antes que el viejo quería quedarse con la mujer del hijo y que hasta se entendía a escondidas con ella. O la vieja loca aquella de Palogacho, la que decía que sus hijos no eran sus hijos, que eran vampiros que querían chuparle la sangre, y que por eso mató a las criaturas a golpes, con las tablas que arrancó de la mesa y con las puertas de un armario y hasta la pantalla de la televisión." Pág. 217
En el último capítulo se rompe el monólogo interior para dejar que sea un narrador omnisciente quien nos acerque al Abuelo, el enterrador que recibe a los cadáveres para enterrarlos en fosas comunes. Él quiere consolarlos e indicarles el camino.
“¿Ya vieron? ¿La Luz que brilla a lo lejos? ¿la lucecita aquella que parece que parece una estrella? Para allá tienen que irse, les explicó; para allá está la salida de este agujero”
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