Brutal y asfixiante, este intensísimo thriller está repleto de personajes y tramas verdaderamente turbios. Me fascina el modo en que el autor ha entretejido la novela mezclando sucesivas capas, a cual más excitante, alrededor de personajes maltratados por la vida. Desde la primera página todo supura resentimiento. La historia visita emociones muy sombrías donde se debaten personajes torturados que queriendo ser ángeles se ven abocados a convertirse en demonios.
"Pero Elizabeth no tenía ganas de escuchar sus disculpas ni sus explicaciones. Estaba todo muy claro. Un delito estúpido y una pista falsa, la cárcel y la muerte sin sentido. Todo ello era como ondas expansivas."
John Hart sigue de cerca a tres personajes emocional y físicamente lacerados. Elizabeth Black es una policía bajo presión. Es blanca, de familia acomodada y en la operación de rescate de una adolescente ha disparado dieciocho veces a dos violadores negros. "¿Policía heroína o ángel de la muerte?" se preguntaban al día siguiente los titulares de los periódicos. Desde entonces Elizabeth está siendo crucificada por posible uso de fuerza excesiva; pero ella no busca justificación y se aísla. Tiene sus propios problemas que la atormentan. Sólo mantiene contacto con la pequeña que rescató, Channing Shore. Comparten un tormento común que resquebrajó sus vidas y contar la una con la otra les consuela.
Elizabeth también está obsesionada con Adrian Wall, su compañero y mentor cuando empezó en la policía, que ahora está en prisión acusado del asesinato de Julia Strange. Wall nunca ha dejado de insistir en que es inocente y ella le cree. Precisamente en estos días cumplirá su condena de 13 años. Habiendo sido policía la cárcel le ha marcado como un hierro al rojo vivo. Sale de allí quebrantado y no sospecha que un adolescente le espera en la puerta para matarlo. El joven Gideon Strange busca venganza por la muerte de su madre, lo que le ha condenado a vivir con un padre alcohólico que lo maltrata. Elizabeth se siente responsable de Chaning y Gideonm a los que intenta proteger.
Elizabeth se reclinó recordando los días, los meses que había pasado con el chico en los años posteriores a la muerte de su madre. Conocía a sus profesores, a su padre, a los amigos de la escuela. Él la llamaba cuando tenía hambre o cuando estaba asustado. A veces, caminaba hasta su casa solo para hacer los deberes, o para hablar, o para sentarse en el porche. Para él, también, la vieja casa de Elizabeth había sido un refugio.
—Gideon…
Se tocó el rostro con los dedos y entonces le empezaron a caer lágrimas de los ojos. Las dejó resbalar por las mejillas sin ningún impedimento.
—¿Por qué no lo hablaste conmigo?
Pero el chico sí que lo había intentado. La llamó tres veces un día, luego otra vez más y después dejó de hacerlo. Ella sabía que Adrian iba a salir, y sabía que Gideon también conocía ese hecho. Podría haberse anticipado a su malestar, podría haberse anticipado a que el niño hiciera algo estúpido. Era un chaval muy sensible y con mucha vida interior.
—Tendría que haberlo visto venir.
Pero había estado en el hospital con Channing, hablando con la policía estatal y recorriendo los caminos de su propio infierno particular. "
Tanto Elizabeth como Adam son los garbanzos negros de la policía. Tras su calvario particular se han convertido en personas hurañas y remisas a explicar toda la verdad de los sucesos que los pusieron en la picota. Sus motivos para guardar silencio son los mismos: proteger a otra persona. Después de muchos años separados por la cárcel ahora el destino vuelve a unirlos ya que, por desgracia, justo cuando Wall sale libre, vuelven a aparecer mujeres asesinadas con el mismo ritual que Julia Strange: sus cadáveres aparecen desnudos y bajo un sábana en el altar de una iglesia abandonada.
El libro es espeluznante en muchos tramos y el suspense nunca te abandona; pero no es un thriller al uso. Sus personajes son de carne y hueso. Están muy machacados. La batalla que sostienen contra sus heridas y traumas nos transmite una emoción genuina que es poco habitual.
La historia es tan absorbente como convincente. No deja que des nada por sentado. Los personajes están heridos pero la fatalidad sigue ensañada con ellos. La inocencia de los niños y su victimización, así como las secuelas de una violación están tratados con gran crudeza. Abundan las tramas secundarias que incluyen abuso y maltrato familiar, fanatismo religioso y atrocidades carcelarias.
Los dos pilares de esta novela terrible y trepidante son un juego muy veraz de emociones y un conjunto de tramas sagazmente entrelazadas. Gideon está obsesionado con vengar la muerte de su madre; Channing no encuentra apoyo en su familia mientras tiene que lidiar con los estragos de la violación. Elizabeth les apoya a ambos porque sabe perfectamente lo que es arrastrar un trauma. Ahora se le suman los síntomas del estrés postraumático y la investigación de una serie de mujeres muertas que se ha activado tras la liberación de Wall. A Adrian por su parte la cárcel lo ha desmontado y le toca volver a reunir todas la piezas; pero no lo tendrá fácil: el atropello que sufrió en la cárcel lo persigue fuera de ella y debe mantenerse alerta.
Para completar este puñado de tramas, se intercalan en la novela una serie de páginas sueltas, escritas en primera persona y en cursiva, donde aflora la consciencia de un oscuro personaje, el hombre del saco, que sobrevuela sobre todos, sin ser observado, mientras elabora su ritual de tortura y muerte con varias mujeres.
"Sabía que la gente venía a la iglesia —la mujer de los caballos, algunos vagabundos…—, así que estaba seguro de que alguien encontraría el cuerpo. Pero le ponía malo ver allí a la policía. Después de tantos años, la iglesia seguía siendo su lugar especial. Nadie más podía entender las razones ni su propósito, el vacío de su corazón que ese lugar completaba a la perfección.
¿Y la joven del altar?
Ella también le pertenecía, pero no tanto como las otras que había elegido, y menos con la policía mirándola, tocándola, especulando. Debía permanecer en completa quietud y en la oscuridad. Odiaba lo que estaba viendo tras las vidrieras rotas: las luces brillantes, los policías hastiados, el forense dedicado a su aburrido y lúgubre quehacer… Nunca podrían comprender por qué había muerto o por qué él la había elegido a ella, ni el aliciente de dejar que fuera encontrada."
De forma brillante, todos estos hilos narrativos se conectarán fatalmente.
La galería de personajes es tan potente como la colección de tramas que articula. Si tuviese que poner alguna pega sería precisamente el exceso que supone el añadido de algunas. Cuando en el último tercio del libro aparecen el abogado Failcloth Jones, retirado desde que no consiguiese la absolución de Adrian, y el colega de Adrian en la cárcel, Eli Lawrence, con su historia de un botín abandonado, me asalta de la sensación de una historia interminable. Cada lector podrá elegir si se trata de un exceso o de una imaginación desbordante que es capaz de amontonar capas y capas con total fruición.
Una novela vívida y espeluznante. Llena de suspense.
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