sábado, 5 de noviembre de 2022

DOPESICK - de Danny Strong




Esta miniserie de 8 episodios resulta escalofriante porque demuestra que las personas de a pie somos carne de cañón para las grandes corporaciones. Dopesick describe la crisis de los opioides que viene sufriendo EEUU desde 1995 hasta la actualidad a cuenta de la aparición del fármaco OxyContin, acompañado de una agresiva campaña comercializadora que exageraba la consideración del dolor moderado. Comerciales y médicos a sueldo de la farmacológica prescribían cada vez mayores dosis del fármaco, de forma arbitraria y sin considerar sus efectos adictivos.

Alex Gibney ya realizó un documental sobre esta crisis y lo clavó con su título, El crimen del siglo (The Crime of the Century), disponible en HBOMax. En él se narra el nacimiento y evolución de esta verdadera calamidad cuyas víctimas se siguen contando por decenas de miles cada año. Según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU (CDC), "entre 1999 y 2019, casi 500.000 personas murieron a causa de una sobredosis relacionada con algún opioide, ya sea ilegal o recetado por un médico". El asunto alcanzó tal magnitud que en 2017, el entonces presidente Donald Trump se vio obligado a declarar la epidemia de opioides como emergencia nacional de salud pública. Pero los datos siguen siendo estremecedores: En 2018 murieron por sobredosis unas 67.000, más que en los 20 años que duró la guerra de Vietnam. Dos tercios del total de muertes fueron causadas por opioides. En 2019, alrededor de 136 personas murieron cada día a causa de una sobredosis de opioides, representando más del 70 % de las muertes por sobredosis de drogas. Según los datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU, los opioides provocaron más de 107.000 muertes por sobredosis en 2021, es decir, una muerte cada 5 minutos.

Pero al creador de esta serie, Danny Strong, la conmoción le llegó a través del libro de Beth Macy, "Dopesick: historia de una adicción" (Dopesick: Dealers, Doctors and the Drug Company that Addicted America). Su lectura le indignó y compró los derechos para adaptarlo a la pantalla. Tanto él como la autora del libro tenían claro que la serie debía constituir una denuncia pura y dura de las repugnantes prácticas empresariales que condenaron a la adicción a personas inocentes que simplemente buscaban el alivio de un tratamiento médico.

Para contar una epidemia de esta envergadura social y política, Strong plantea una serie que conjuga múltiples historias y líneas temporales hasta fotografiar la completa metástasis que supuso esta crisis, tanto en amplias zonas de población trabajadora, como en el propio organismo de control de medicamentos demostrando que, en un sistema netamente capitalista, el negocio es más sagrado que la salud pública.

Junta directiva de Purdue Pharma en la serie


La serie se desarrolla a través de tres líneas narrativas: por un lado las vivencias muy a pie de calle del médico rural Samuel Finnix (Michael Keaton) y de una de sus pacientes, una joven minera en la zona de los Apalaches, personas honestas e inocentes que por tomar un simple analgésico fueron condenadas a la adicción. Mientras que por otro asistimos al santa sanctorum de la empresa Purdue Pharma –con su presidente Robert Shackler a la cabeza- para conocer de primera mano el diseño de una estrategia empresarial que forzaba las ventas escondiendo los problemas de adicción que su producto provocaba. El tercer vértice lo componen los esfuerzos de dos fiscales adjuntos y una agente de la DEA (Rosario Dawson) para hacer llegar a las altas esferas políticas la tragedia que se estaba desarrollando en las calles.

Esta estructura se complementa con un constante ir y venir en la línea de tiempo para dar a conocer el nacimiento y desarrollo de cada una de las situaciones. Los vaivenes entre pasado y presente son constantes y pueden aturdir, pero ahí es donde la serie demuestra su ambición y complejidad. Su acierto es doble: retratar con precisión y gran humanidad la devastación que sufrieron personas honestas y trabajadoras por un simple tratamiento contra el dolor; pero también señalar sin miedo con el dedo las prácticas de abuso y fraude.  La indefensión de unos es tan notoria y la avaricia de otros tan atroz que nos asalta la rabia y la indignación.

La joven minera Betsy interpretada por Kaitlyn Dever





No es menor la frustración de los dos fiscales que luchan por cambiar los permisos y prescripciones del fármaco. Los servidores de la ley constatan que su arsenal es muy limitado para enfrentarse al laberinto legal armado por la corporación farmacéutica. Más si tenemos en cuenta que Purdue Pharma contaba entre sus filas con el que fuera funcionario jefe del organismo regulador del medicamento para escamotear la verdad. El fármaco se aprobó con la torticera declaración de que sólo un 1 % de los pacientes desarrollaría adicción. Y es que Dopesick no sólo disecciona con brillantez la epidemia de los opiáceos, sino que acusa directamente con nombres y apellidos a Purdue Pharma por fraude y a la administración federal (FDA) por no velar por la seguridad de los medicamentos; denunciando de paso las infames puertas giratorias que se permiten entre lo público y lo privado. 

El uso de oxicodona se generalizó de tal modo que la situación llegó a ser tan grotesca como trágica: las colas en las farmacias para conseguir Oxycontin semejaban a las de los antros donde los camellos distribuían su "caballo". Solo que aquí los médicos eran los traficantes legales y Purdue Pharma el respetable cártel proveedor.

Desde el principio la serie va a hierro. Se inicia en 1986 con un análisis lapidario del presidente de Purdue Pharma sobre la necesidad de "redefinir la naturaleza del dolor". Para él la comunidad médica ha ignorado la importancia del dolor moderado y continuo: "cuando vivimos con dolor no vivimos nuestra verdadera esencia". Se propone atajarlo definitivamente con un nuevo medicamento, el Oxicontin, cuya base es el opiáceo oxicodona.  Claro que él no es ningún filántropo: la realidad es que está a punto de caducar la patente de un medicamento que les produce el 25 % de sus ventas y el Oxicontin resolverá sus problemas: un opioide que se pueda administrar durante largos periodos y que acumulará ventas sin cesar. El truco está en que el medicamento "oficialmente" no produzca adicción y eso lo pueden "certificar" los abogados y médicos que tienen en nómina. La iniciativa del joven Shackler es ratificada por el tío Arthur, ávido de ganancias: "No hay que seguir al mercado, hay que crearlo".


Después de esta inicial conversación entre magnates, la línea temporal en pantalla nos avisa de que pasamos a 2005, inicio de un juicio donde se ventila si el Oxicontin crea adicción. Un médico reconoce que los comerciales de Purdue Pharma repetían como un mantra que "Menos de un 1 % se volverán adictos". Otra doctora declara que en aquellos años se había generado todo un movimiento nacional para repensar el tratamiento del dolor. El tercer doctor que hablar es el doctor Finnix al que le preguntan si es verdad que sólo el 1% de sus pacientes se volvieron adictos al Oxicontin. Con la vista perdida, su respuesta es demoledora: "Es increíble la cantidad de ellos que ahora están muertos".

Las historias del médico y de la joven minera son desgarradoras y logran emocionarnos. Nos transmiten plenamente el dolor y los estragos provocados por la codicia corporativa. Mientras que nuestros ojos y preguntas están depositados en los dos fiscales adjuntos (Peter Sarsgard y John Hoogenakker) que nos van revelando la amplitud y profundidad del fraude. La trama también sigue al comercial Billy Cutler (Will Poulter) para que conozcamos desde dentro los entresijos del marketing y también cómo asoma la objeción de conciencia. 

Me gustan especialmente Michael Keaton y Kaitlyn Dever porque aportan emoción y veracidad a sus interpretaciones. Del mismo modo que Will Poulter refleja muy bien las dudas del comercial que no está dispuesto a todo con tal de aumentar sus comisiones. Pero el que se te queda en la cabeza es Michael Stuhlbarg interpretando al malvado sin concesiones Richard Shackler.


Cabe decir que la estrategia de marketing y ventas de Purdue Pharma es moralmente repulsiva desde su raíz, pero merece estudiarse como un caso paradigmático del capitalismo más salvaje que es lo que expone la serie: Fue un ataque masivo en toda regla capaz de crear un estado general de opinión pública sobre el dolor y generar la aceptación social del uso del opioide. En los médicos se llegó a instalar el miedo a ser considerados malos profesionales por "subtratar" el dolor y no recetar opioides. 

Llevaron a cabo todo tipo de estrategias de persuasión sin considerar ética alguna: fabricaron a medida estudios universitarios que respaldaban su medicamento, organizaron seminarios y congresos en hoteles de lujo y con los gastos pagados para convencer a centenares de médicos, crearon ex profeso organismos y fundaciones, como la "Apalachian Pain Foundation", para avalar el uso masivo de la oxicodona en el combate contra "el mal del siglo". Fraguaban cursos de marketing y ventas donde los ejecutivos forzaban a los comerciales a visitar y cortejar a los médicos de sus territorios para subir las ventas cada mes y lograr más comisiones. Todo valía. 
Un carnaval avariciosamente ciego y destructor.
































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